Tras pasar casi dos años y medio en una cárcel de máxima seguridad y
mientras mis derechos siguen siendo vulnerados en la Unión Europea, tomo
la palabra.
Ante todo, quiero agradecer el esfuerzo de tantas y tantas personas
que se han volcado en la defensa de mis derechos básicos, aquellos que
son inherentes a toda persona, empezando por la presunción de inocencia.
A quienes habéis alzado la voz por mí, sin conocerme en su mayoría, sin
entrar a valorar si soy culpable o inocente, pero sí reconociéndome
como sujeto de derechos, a vosotras y vosotros, gentes de Sevilla,
Madrid, Valencia, Valladolid, Galicia, La Rioja, Catalunya y, sobre
todo, Euskadi: ESKERRIK ASKO, GRACIAS, GRÀCIES, GRAZAS.
Desde que recuperé la libertad, he sido objeto de un intento de
linchamiento mediático. Se han difundido una enorme cantidad de mentiras
e imprecisiones sobre mí, mi vida y el caso de espionaje abierto en mi
contra en Polonia. No me cabe duda de que todo esto es una provocación
destinada a asustarme, a blanquear a los servicios secretos de los
países de la OTAN y a encubrir sus flagrantes violaciones de derechos
humanos. Pero, sobre todo, buscaban provocarme.
Tal vez no todos sepan que, tras el intercambio, soy la única persona
de todas las que fuimos liberadas cuyo caso no ha sido cerrado. El
expresidente Biden firmó amnistías para los presos que salieron de sus
cárceles, y varios países europeos encontraron fórmulas legales para
liberar y exonerar a los suyos. Rusia hizo lo mismo. Solo en mi caso
sigue existiendo un proceso zombi. Hacen todo lo posible para mantenerme
lejos.
¿Por qué querrían hacer algo así? ¿Porque represento un peligro para la seguridad nacional de Polonia? Por supuesto que no.
Simplemente, buscan mantenerme alejado como una voz crítica que conoce
demasiado bien sus métodos. Alguien que también ha visto de primera mano
cómo operan, en realidad, las democracias “pro-derechos humanos” en el
espacio postsoviético: cómo provocan conflictos, suministran armas y,
ante todo, acusan a los demás de cometer sus propios pecados.
Buscan mantenerme alejado como una voz crítica que conoce demasiado
bien sus métodos. Alguien que también ha visto cómo provocan conflictos,
suministran armas y, ante todo, acusan a los demás de cometer sus
propios pecados
Siempre me he manifestado en contra de su proyecto de uniformización
de los pueblos, de su intento de estandarizarnos y despojarnos de
nuestra identidad. Programas como USAID y otros similares han trabajado
arduamente en ello. Lo he denunciado y, por eso, he sido señalado. Ahora
que sale a la luz la realidad de esas organizaciones, muchos se
sorprenden. Pero cuando yo lo advertía, me tachaban de conspiranoico.
Solo para recordar: Polonia me tuvo durante dos años y medio en el
módulo de aislamiento. Sufrí registros diarios, tanto personales como en
mi celda. Me sometieron a un trato denigrante, obligándome a desnudarme
y hacer sentadillas. Solo podía salir una hora al día para pasear por
un cubículo de 3,5 por 6,5 metros. Mi celda tenía una ventana que no se
abría, lo que provocaba una ventilación deficiente y la formación de
humedades y hongos en las paredes. Además, la ventana era opaca,
impidiéndome ver el exterior. Os invito a pasar 23 horas diarias en esas
condiciones, solo por experimentar. No es muy agradable.
El contacto con mis familiares, especialmente con mis hijos menores
de edad, era por carta. Fiscalía me negó las llamadas telefónicas o por
vídeo, ya que en sus palabras ¡yo podría transmitir a mis hijos
información secreta en código y así influir en el caso! Por el mismo
motivo todo mi correo era censurado. Muchas cartas no me llegaron nunca.
Otras, las que sí lo hicieron, eran traducidas primero, leídas en
fiscalía y servicios secretos y solo tras eso llegaban a mis manos. De
esta manera lo normal es que una carta me llegara al cabo de 2-3 meses
tras ser echada al buzón. Es decir que para comunicarme con mis hijos
carta-respuesta necesitaba unos 4-6 meses.
Pedí varias veces hablar con el psicólogo, pero esas charlas eran
bastante deprimentes. En una me retó a probar a suicidarme si estaba mal
Perdí 20 kilos en los primeros meses en prisión antes de empezar a
recibir ayuda. El menú gratuito era absolutamente insuficiente. Dos
terceras partes de las calorías que consumía en prisión las obtenía de
la compra que podía hacer de una lista muy limitada de productos. Sin
esa ayuda proporcionada por mi familia, amigos y gente a la que no le
era indiferente, hubiera pasado hambre y mi salud se hubiera resentido
aún más. La salud psicológica tampoco ayudaban a cuidarla. Pedí varias
veces hablar con el psicólogo, pero esas charlas eran bastante
deprimentes. Así, en una me retó a probar a suicidarme si estaba mal, ya
que en sus palabras textuales “no es tan sencillo como parece”. Eso sí,
me ofrecieron pastillas, como los llamaban los “psicotrópicos”, para
estar más tranquilo y no molestar con mis quejas. Me negué a tomar esas
pastillas.
Por cierto, sigo tratándome las secuelas que este “respeto” a los
derechos de los detenidos me ha dejado. A día de hoy, mi pulmón derecho
aún tiene un 40% menos de capacidad. Y os aseguro que entré sano en la
“detención provisional”. Los rayos X de mi ingreso y de mi liberación
así lo prueban. Si Rusia no me hubiera rescatado, es muy probable que mi
salud hubiera sufrido daños irreparables. La “justicia europea” me
habría convertido en un minusválido.
Todo esto sin haber sido condenado, sin juicio y sin una acusación formal en el momento de mi liberación. En
Polonia, esto es algo habitual. El récord de prisión provisional en ese
país es de 12 años, y la persona que lo sufrió finalmente fue absuelta.
Esas eran mis perspectivas: pasarme años en prisión provisional para,
después, enfrentarme a un juicio en un sistema judicial que la propia
Bruselas califica de politizado.
Algunos medios han afirmado que me mantuvieron en esas condiciones
para facilitar mi intercambio futuro, pues con una condena formal habría
sido más difícil. Un absurdo.
La parte realmente triste es que el trato que he recibido no es algo
único y especial. Polonia, y otros estados de la UE, violan los derechos
básicos de manera sistemática. Muchas de las cosas que me han hecho son
modus operandi normal en Polonia. Es llamativo como la UE exige a otros
que respeten los derechos que la propia UE se salta de manera
flagrante. Los clásicos dobles estándares –tanto en política exterior,
al exigir a otros, como interior, al hacer la vista gorda– sobre las
violaciones propias.
Poco antes del intercambio, las autoridades polacas me informaron de
la posibilidad de un “intercambio periodista por periodista”, pero para
que pudiera llevarse a cabo, debían cerrar mi caso en un juicio exprés.
El problema era que yo debía reconocer los cargos que se me imputaban.
Me negué en rotundo. No podéis imaginar lo que sentí en ese momento, lo
duro que fue mirarles a la cara y mandarles a tomar vientos cuando me
amenazaron con pudrirme en prisión provisional en Polonia. Pero lo hice.
Estaba decidido a presentar batalla para defender mi inocencia.
Finalmente, el intercambio se realizó y obtuve la libertad. Pero eso
no gustó ni a las autoridades polacas ni, especialmente, a los servicios
secretos que ordenaron mi secuestro. Por ello han desatado toda su
artillería contra mí. Su argumento estrella: la recepción por parte del
presidente de Rusia, Vladimir Putin.
Las acusaciones que me lanzan no tienen nada que ver con espionaje,
sino con el simple ejercicio del periodismo, en especial del periodismo
de investigación.
Parece ser que, según ellos, esa es la prueba absoluta de mi
culpabilidad. Curiosamente, el periodista estadounidense que fue
intercambiado conmigo también fue recibido por el presidente, la
vicepresidenta y altos representantes de los servicios secretos de su
país. Se hizo fotos con la bandera y con agentes norteamericanos. Pero
en su caso, todo eso es perfectamente normal. En el mío, en cambio, es
prueba de un delito.
Me intercambiaron sin juzgarme, y ahora intentan hacerlo a través de
la prensa “amiga”, que, sin leer las actas ni investigar realmente nada,
actúa como fiscal y juez, condenándome de manera oficiosa, ya que
oficialmente no han podido hacerlo.
Me han atacado de múltiples maneras: por ruso, por vasco, por ser de
izquierdas, por no simpatizar con el régimen de Kiev. Me han juzgado y
sentenciado por quien soy.
Las acusaciones que me lanzan no tienen nada que ver con espionaje,
sino con el simple ejercicio del periodismo, en especial del periodismo
de investigación.
Fuente: https://www.naiz.eus/eu/info/noticia/20250316/persecucion-derechos-humanos-y-dobles-estandares-1?utm_source=NAIZ+komunitatea&utm_campaign=d21fe3c6fd-EMAIL_CAMPAIGN_2025_02_27_09_06_COPY_01&utm_medium=email&utm_term=0_-843fbd71c2-76268417