domingo, 2 de febrero de 2025

Europa encadenada de Sami Naïr

                                                                          

«Europa encadenada»: un libro fundamental de Sami Naïr

 

Por Juan Torres López

 | 27/01/2025   

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He leído prácticamente de un tirón el último libro de Sami Naïr (Europa encadenada. El neoliberalismo contra la Unión. Galaxia Gutenberg 2025) que está en librerías desde el pasado 22 de enero. Como digo en el título de esta reseña, me parece que es una obra fundamental para entender lo que viene ocurriendo en Europa, para aventurar con algunas certezas lo que puede ocurrir si no se cambia de rumbo y, sobre todo, para tener ideas sobre cómo afrontar los desafíos que tenemos por delante.

 El libro tiene un valor extraordinario, pues extraordinaria es la condición de quien lo escribe. En primer lugar, porque su autor es, antes que nada, un pensador en el sentido más rico del término. Alguien con valentía para enfrentarse a la «culpable incapacidad» que Kant asociaba con el no atreverse a razonar sin tutela, con autonomía y libertad. Sami Naïr analiza a Europa en este libro respondiendo con determinación al reto de Horacio (sapere aude!), es decir, atreviéndose a pensar sin ataduras y, como él mismo dice, «a riesgo de incomodar la conciencia de los biempensantes» (p. 253). En segundo lugar, porque conoce a Europa no sólo como objeto abstracto de reflexión, sino como algo propio y vivido gracias a su experiencia como eurodiputado y hombre de acción de larga trayectoria. Y, finalmente, porque Sami Naïr es un habitual interlocutor de líderes políticos y de opinión de varios países, lo que le proporciona información puntual y muy valiosa que se deja ver en libro, unas veces entre líneas y otras explícitamente, y lo enriquece.

Si tuviera que resumir en una sola frase lo que esta obra aporta y por qué es fundamental leerla, diría que explica el cómo y el por qué Europa ha sido encadenada y de qué manera las cadenas se podrían convertir en lazos que proporcionen bienestar, estabilidad y paz. 

El libro comienza con un asunto crucial, el de la carencia de una identidad europea que pudiera servir de motor para alcanzar «la unidad política de pertenencia común» que no puede lograrse, como bien dice Naïr, «sólo a través de la unión económica» (p. 28). La Europa social es, en su opinión, la premisa de una identidad común capaz de generar la «solidaridad de destino», pero ese es, justamente «el elemento que falta en la construcción europea» (p. 43), y de ahí es de donde nacen los problemas.

El segundo asunto del libro es, como he dicho, el análisis del cómo y el por qué Europa ha sido encadenada, no sólo por las políticas neoliberales de las últimas décadas, sino incluso por el diseño de su arquitectura fundacional.

 Es cierto que todo ello ha sido ya ampliamente analizado por muchos autores, pero creo que el libro de Sami Naïr tiene, además del valor de hacerlo sintéticamente, algunas aportaciones novedosas e interesantes.

 Una de ellas es demostrar que la Unión Europea tiene lo que yo creo que es una auténtica anosognosia, es decir, incapacidad para percibir y reconocer la enfermedad que padece. Ni los fracasos evidentes que produjeron las políticas austericidas, generando los efectos justamente contrarios a los que se aseguraba que iban a tener, fueron capaces de producir autocrítica, no ya rectificación. Con razón señala el autor que «una reflexión crítica del pasado para poder hacer balance de la integración europea» es un paso imprescindible para abordar con éxito el cambio de ciclo que pueda producirse.

 Otra aportación a mi juicio muy interesante del libro es analizar el papel que en ese encadenamiento ha desempeñado otro doble fracaso de la Unión. Uno referido a la integración y la igualdad, y otro derivado de su incapacidad para gestionar «el desafío del Sur». A diferencia de lo ocurrido con las demás vecindades, la estrategia ha consistido en «contenerlo» (p. 170), manteniendo una situación «estructuralmente conflictiva» (p. 165) porque, dice Sami Naïr, se quiere «una zona dividida, no competitiva, para dominarla mejor» (p. 181).

 Sin embargo, y sin perjuicio de lo que acabo de señalar, lo que me parece más interesante de este libro es que Sami Naïr analiza el proceso de construcción de la Unión Europea reconociendo a los sujetos responsables de lo ocurrido, pero no de manera abstracta, como se hace cuando se habla, por ejemplo, de los mercados, de la Europa del capital o de los monopolios. En su obra desvela el papel de los operadores políticos (institucionales, colectivos y también personales) que han puesto las cadenas a Europa.

 Si esta «ya no tiene brújula, no sabe a dónde va» y «ni siquiera es consciente de que necesita reencontrar un sentido, una identidad centrada en el porvenir» (p. 253), si la Unión Europa está atada por «cadenas neoliberales» (p. 260) ha sido por la acción deliberada de individuos y partidos que abrieron las puertas y se dejaron caer en los brazos de un credo magistral y exclusivamente concebido para concentrar al máximo la riqueza y el poder en una minoría social. En particular, Sami Naïr señala con su análisis a las élites que la gobiernan, a la vista o en la tramoya, y a la cantidad de lobbies «que no deja de crecer» favoreciendo «un sistema de corrupción organizada» (p. 123)(1). Y, sobre todo, responsabiliza a la socialdemocracia europea y, en especial, a los socialistas franceses que conoce perfectamente, ilustrando así las razones profundas que explican la crisis de las izquierdas europeas y el paralelo ascenso del neofascismo.

 Ahora bien, este libro no se limita a ser un balance de daños, aunque hayan sido tantos los producidos por las políticas neoliberales que en la Unión se han asumido como un credo (desigualdad, desindustrialización, pérdida de peso de Europa en el mundo, crisis de los servicios públicos, precariedad, endeudamiento, inestabilidad, desafecto…). Sami Naïr proporciona claves para diseñar respuestas y abrir caminos alternativos. Y lo hace para terminar, poniendo el dedo en la llaga: «Mientras las actuales corrientes progresistas europeas no asuman la responsabilidad de proponer un proyecto posneoliberal que garantice la integración efectiva de los ciudadanos en el mismo, el futuro de la Unión Europea seguirá siendo un asunto farisaico que subyace en la resignación, en la parálisis, y no la voz de una Europa democrática y social» (p. 254).

 Un libro fundamental, como he dicho, si se quiere saber dónde estamos y por qué, y qué necesita Europa para que sus gentes y sus pueblos se unan, porque asuman que les conviene, en torno al requisito esencial de «querer ser europeos».

 P.S. Sami Naïr es catedrático de Ciencias Políticas, consejero de Estado honorario, exdiputado europeo (1997-2004), profesor en varias universidades en Francia y España, especialista de las migraciones, autor de ensayos sobre la geopolítica y las identidades y también articulista de la prensa internacional.

 Fuente: https://juantorreslopez.com/europa-encadenada-un-libro-fundamental-de-sami-nair/

 Nota del blog  .- (1)

El Parlamento Europeo es uno de los más corruptos del mundo.

 https://mpr21.info/el-parlamento-europeo-es-uno-de-los-mas-corruptos-del-mundo/

 

 

 

 

 

 

jueves, 30 de enero de 2025

La contrainformación tiene el viento a favor

 

La contrainformación tiene el viento a favor

 

Por Rafael Poch de Feliu 

| 29/01/2025

 Crear y potenciar medios y redes sociales públicos e independientes es un imperativo del momento actual.

 Con un genocidio en Palestina, una guerra en Europa y tensión entre potencias nucleares, no tenemos muchas buenas noticias que dar, pero hay una, deducida del general desastre, que quizá merezca reseñarse: se están creando condiciones bastante favorables para la contrainformación, la información independiente, la denuncia de la propaganda, o como se quiera llamar.

 El derecho a una información libre e independiente, fuente del criterio ciudadano, es básico. Es imperativo actuar y legislar contra su asumida y general corrupción. Que un puñado de magnates controle el grueso de los medios de comunicación y que las redes sociales transmitan su ideología al conjunto de la población en condiciones de práctico monopolio, es algo tan manifiestamente obsoleto como lo fue en el pasado excluir del voto a las mujeres o a los no propietarios, o que el estrato superior de la sociedad disfrutase por nacimiento del privilegio de no pagar impuestos, como ocurría en el antiguo régimen. Poner coto a esta manifiesta irregularidad, legislando en consecuencia, regulando las incompatibilidades entre intereses privados y el derecho a una información independiente, y desarrollando medios de comunicación y redes sociales bajo control ciudadano, debería formar parte de los programas de cualquier proyecto de reforma social.

 En este contexto hay que observar el considerable cortocircuito que se ha producido en la propaganda de guerra, tanto la relativa a la guerra en Ucrania como a la masacre en Palestina.

 El nuevo presidente de Estados Unidos, primero en la cadena de mando de la guerra entre la OTAN y Rusia que tiene lugar en Ucrania, declara “comprender” los intereses rusos alegados por el Kremlin para justificar su agresión, lo que equivale a reconocer un cuadro compartido de responsabilidades en el conflicto. Trump ha dicho que Biden fue responsable de esa guerra, que con él al frente nunca habría sucedido, y expresa cierta comprensión hacia Rusia por su oposición a la ampliación de la OTAN. Trump repite que no quiere empezar nuevas guerras. Unido al fracaso de las sanciones occidentales contra Moscú, que han tenido como efecto boomerang la recesión de Alemania, y al hecho de que, de momento y no sin esfuerzo, Rusia esté ganando la guerra – y es sabido que el que gana obtiene alas para su argumentario – todas esas circunstancias, han quebrado los ejes mismos de la propaganda occidental en Occidente, lanzando un torpedo en su misma linea de flotación política y mediática.

 El efecto de las ambigüedades de Trump sobre la estabilidad de la OTAN recuerdan al desconcierto y la desorientación que la perestroika, la reforma soviética de Mijaíl Gorbachov, sembró en su día en las filas del Pacto de Varsovia, el bloque militar soviético de la guerra fría. Con todas las diferencias que se quiera alegar entre el impulso ético humanista de aquel gran hombre hijo de un humilde muzhik de la Rusia meridional, y el errático e imbécil narcisismo del actual presidente de Estados Unidos, un millonario reaccionario enriquecido en los negocios mafiosos del inmobiliario neoyorkino, es la común crisis del mismo principio de obediencia debida, lo que distorsiona la lógica de sumisión de los vasallos hacia su señor, los llena de congoja y confusión, y siembra el desconcierto.

 ¿Qué será de la OTAN si su gran jefe reniega de ella? ¿Cómo queda la versión canónica de la infame invasión rusa que la reduce a una fechoría “no provocada” – el énfasis sobre ese aspecto ha sido reiterado – violadora del derecho internacional y animada por un lider malvado deseoso de reconstruir un imperio? Cualquier intento de situar el conflicto en un contexto serio, es decir en términos de intereses elitarios y geopolíticos contrapuestos, ha sido rechazado durante años como “propaganda rusa”. ¿Cómo dar marcha atrás ahora sin reconocer las propias responsabilidades en la génesis de la guerra ni perder la cara?

 Perder Ucrania supone una derrota estratégica mayor para Estados Unidos y las potencias centrales europeas. El asunto es demasiado grave para ser consentido. Una negociación realista supone admitir la derrota de Occidente y regresar a la idea de una seguridad europea integrada. Es decir, a lo que se pactó en noviembre de 1990 en la conferencia de París de la OSCE que es lo que Rusia ha venido reclamando los últimos treinta años. Ceder es inconcebible, así que es imperativo profundizar la guerra le advierten los estrategas del neoconservadurismo americano al nuevo Presidente ( Trump Is Facing a Catastrophic Defeat in Ukraine – The Atlantic ).

 El ex presidente Biden ya lo formuló muy claro en junio en su entrevista con la revista Time: “si dejamos caer a Ucrania, todas esas naciones junto a la frontera de Rusia, desde los Balcanes hasta Polonia y Bielorrusia, empezarán a hacer sus propias componendas”. Eso ya está ocurriendo con Eslovaquia, Hungría, incluso Bulgaria y Georgia. Es la posibilidad de una autonomía europea y de su integración en un marco euroasiático con motor chino, lo que está en disputa. Abrirle la puerta a esa derrota es un atentado a intereses vitales de la “seguridad nacional” que comporta riesgos para quien lo intente. Esa advertencia debe leerse tanto en el contexto general de la historia de Estados Unidos -que incluye excepcionalmente la eliminación de presidentes y líderes políticos torcidos- como en el ambiente concreto de la campaña presidencial de 2024, en la que Trump sufrió dos intentos de asesinato.

 Naturalmente, antes de esos recursos extremos es la enorme presión disuasoria del establishment nacional la que impone prudencia y cautela a cualquier presidente torcido. Por todo eso, es extremadamente improbable que el nuevo presidente pueda cumplir su declarado propósito de evitar nuevas guerras. Dicho propósito es completamente contradictorio con el anuncio de tarifas, barreras comerciales y sanciones contra todos, adversarios y aliados, por lo que más allá de este reformismo disparatado es más bien la imprevisibilidad y la hipótesis de un gran desbarajuste interno en Estados Unidos lo que está por venir. Sea como fuere, la Unión Europea espera, preocupada y confusa, que se aclare hasta donde llega la “comprensión de Putin” expresada por Trump. Espera, se rearma, e intenta dificultar al máximo (véase lo que está pasando en el Báltico) Gcualquier atisbo de negociación para detener la carnicería.

 En Palestina todo es aún más burdo y dramático. La comparación entre la indignación occidental ante la invasión rusa de Ucrania, con su reacción de sanciones y ayuda de guerra directa sin precedentes, con la cooperación con Israel, ha mostrado por completo la desnudez moral de Occidente y la falacia de sus lecciones sobre “derechos humanos”. Se tachó como “terrorismo” la violencia del ataque de la resistencia palestina del 7 de octubre de 2023. Se pasó por alto lo que tenía de escapada del “mayor campo de concentración a cielo abierto del mundo”, según la definición de los propios responsables de la seguridad de Israel. Se ignoró el carácter desesperado y suicida de la incursión palestina, un clásico de la historia de los movimientos anticoloniales, y se amplificaron sus atrocidades con la falsificación de los más horribles relatos de crueldades sobre bebés decapitados y mujeres desventradas. Se ocultó de paso la demostrada aplicación de la llamada “doctrina Aníbal”, que permite al ejército israelí eliminar a sus propios ciudadanos antes de consentir a que caigan presos, lo que incrementó las cuentas de la matanza. Con 10.000 rehenes palestinos en cárceles israelíes, solo contaba el destino de los 250 israelís. Largas décadas de violencia colonial, apropiación ilegal de territorio y expulsión de la población indígena desaparecieron del relato. A partir de ahí se proclamó el “derecho de Israel a defenderse”, masacrando indiscriminadamente a decenas de miles de civiles inocentes -la cuenta puede llegar a 200.000, según la proyección de muertes directas e indirectas barajada este mes por expertos en la revista The Lancet – ( Traumatic injury mortality in the Gaza Strip from Oct 7, 2023, to June 30, 2024: a capture–recapture analysis – The Lancet ) con una abultada mayoría de niños y mujeres, arrasando ciudades, hospitales, lugares de culto, infraestructuras vitales y asesinando selectivamente a más periodistas y funcionarios de las agencias de las Naciones Unidas que todos los muertos en el mundo en el ejercicio de esas profesiones a lo largo de muchos años. Todo eso ha tenido lugar en medio de una elocuencia y transparencia sin precedentes por parte de quienes están al mando de la masacre y subrayan abiertamente su propósito exterminador ante las cámaras y micrófonos de la publicística global, justificándolo con una ideología supremacista envuelta en primitivas escenas bíblicas.

 

Cuando la máxima institución de “justicia internacional”, un tribunal creado por las potencias occidentales en el apogeo de su dominio que casi nunca ha cuestionado sus crímenes, dictaminó como plausible “genocidio” el alegado “derecho de Israel a defenderse”, todo se hundió también en ese frente. Ni la cómplice manipulación de los grandes medios de comunicación occidentales y de sus profesionales -que no expresaron la menor empatía hacia sus colegas premeditada y selectivamente asesinados por el ejército israelí- ni las acusaciones israelís de “antisemitismo” dirigidas contra la ONU, sus castigadas agencias y su mismo secretario general, o contra cualquiera que protestara, incluida, en el colmo del absurdo, la juventud estudiantil judía de Estados Unidos, ni la criminalización de la solidaridad con Palestina en Alemania, Francia e Inglaterra, han podido remediarlo: se ha hecho evidente la negación occidental de la igualdad entre seres humanos y su raíz colonial y racista.

 

Después del veredicto de la Corte Internacional de Justicia, las principales organizaciones occidentales de derechos humanos, Human Rights Watch, Médicos sin Fronteras y Amnistía Internacional, frecuentes defensoras de la “política de derechos humanos” del hegemonismo contra sus adversarios y competidores en el mundo, han coincidido en señalar que la política israelí en Palestina está diseñada para la eliminación de un pueblo a cuyos ciudadanos se les niega su condición de seres humanos. Que todo esto haya sido marginado del informe mediático, no ha hecho más que evidenciar la quiebra moral de Occidente y sus medios de comunicación en el conjunto del mundo.

 

El capitalismo global y el imperialismo oligárquico conducen a la humanidad hacia el suicidio vía el caos climático y la guerra. La acción mediática intenta impedir que la gente reaccione ante la evidencia del peligro. Que esa propaganda de guerra esté hoy enfrentada a tantas contradicciones, abre colosales oportunidades a su cuestionamiento. Las turbulencias que la propaganda de guerra atraviesa en estos convulsos tiempos, ofrecen oportunidades que es necesario aprovechar. Crear y potenciar medios y redes sociales públicos e independientes es un imperativo del momento actual.

 

Fuente: https://rafaelpoch.com/2025/01/28/la-contrainformacion-tiene-el-viento-a-favor/

 

(Publicado en Ctxt