Rodeado de las expectativas no solo de Argentina sino de medio mundo, el ultraderechista Javier Milei arrancó el 2024 con una serie de reveses y, pese a las promocionadas intenciones de las «fuerzas del cielo» de retirar al Estado de su rol de regulador de la economía, se encontraron con trabas en los dos poderes restantes, Judicial y Legislativo, y en sectores políticos y sociales.
Ante este escenario, Milei, que carece de estructura política en el Congreso y cree que las masas lo seguirán, ordenó a sus principales asesores preparar el llamado a un plebiscito para consultarle a la sociedad si acompaña o no sus medidas. “Está asustado”, señaló El Destape. El temor responde no solo a que los más de mil artículos para derogar 41 leyes y modificar otras 300 no avanzan, sino que asumió que los mercados perciben que las leyes que envió a sesiones extraordinarias no saldrán.
Milei asegura que el Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) y la ley ómnibus buscan sacar de las espaldas de la sociedad el peso del Estado, cuando lo que sacan es la protección del Estado frente a las grandes corporaciones que son las únicas favorecidas.
Entrando en el primer mes del gobierno del “libertario”, los fallos judiciales y los reparos de la oposición para acompañar en el Congreso el Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) y su llamada Ley Ómnibus, ponen en jaque el plan de fuerte ajuste y profunda desregulación diseñado por las corporaciones empresariales nacionales y trasnacionales para cambiar la matriz económica de Argentina.
Nunca antes un gobierno pretendió legislar por decreto de forma masiva, tumultuaria y caótica, señala Raúl Zaffaroni, abogado penalista, juez, jurista, escribano, criminólogo argentino, profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires, y exmiembro de la Corte Suprema de Justicia, quien apela a la Constitución.
“El Congreso no puede conceder al Ejecutivo nacional, ni las Legislaturas provinciales a los gobernadores de provincias, facultades extraordinarias, ni la suma del poder público, ni otorgarles sumisiones o supremacías por las que la vida, el honor o las fortunas de los argentinos queden a merced de gobiernos o persona alguna. Actos de esta naturaleza llevan consigo una nulidad insanable y sujetarán a los que los formulen, consientan o firmen, a la responsabilidad y pena de los infames traidores a la Patria”, insiste.
El domingo último, Milei trató de «idiotas útiles» a los diputados y de hacer «estupideces» que frenan el avance del DNU y la ley ómnibus. «Que quede claro que son ellos los responsables. Yo hice lo que tengo que hacer: mandé el programa de ajuste, de shock bien ortodoxo. No vamos a negociar nada», advirtió. «No acompañaron la licitación de bonos y eso trajo como consecuencia que el riesgo país suba. Los políticos tienen que tomar conciencia de que si no hacemos lo que hay que hacer, van a estar hundiendo a la sociedad en una crisis enorme», dijo.
El derechista diario La Nación admite la ignorancia de Milei en lo que leyes se refiere al desatarse una crisis militar a raíz de su firma de decretos que establecen cambios en el Ejército, ya que no sabía que implicaba que nombrar un jefe del Ejército (Carlos Presti) de una promoción más joven, significaba pasar automáticamente a retiro a 22 generales. “Dio la orden de que arreglen el problema”, aseguró al medio de prensa.
El gobierno suma apenas 38 diputados, siete senadores y no cuenta con gobernadores ni intendentes. Si el paquete de leyes no se aprueba en el Legislativo y el mercado presiona con la ampliación de la brecha cambiaria, la gobernabilidad de Milei se verá seriamente afectada, advierten desde la prensa hegemónica. Pero especula con que puede “comprar” algunos votos a cambio de prebendas.
El triunfo judicial de la Central General del Trabajo (CGT), principal fuerza sindical, y el paro nacional anunciado para el 24 de enero genera una seria amenaza al plan motosierra del ultraderechista. Sabe que si pierde esta partida, su imagen política se verá gravemente afectada y los gremios rápidamente empezarán con reclamos por paritarias ante la escalada inflacionaria que come el poder adquisitivo de los trabajadores.
Milei demuestra no solo improvisación a la hora de gobernar sino, además, un armado de imagen al estilo estadounidense que dista mucho de la realidad de su país. Admira a Donald Trump, comercia con la misoginia y dice cosas escandalosas para llamar la atención. Pero a pesar de lo que grita Milei, el Papa no es un emisario del ‘maligno’ ni la crisis climática es ‘una mentira socialista’”.
El diario británico The Guardian volvió a publicar una editorial contra Milei, donde señalan que dentro de su gobierno «hay elementos del fascismo, elementos tomados prestados del Estado chino y elementos que reflejan la historia de dictadura de Argentina». Además lo comparan con la ex primera ministra británica Liz Truss, quien permaneció en su cargo 45 días en el 2022.
Resume así su primer mes de gobierno: «Recortes masivos; demoler servicios públicos; privatizar bienes públicos; centralizar el poder político; despedir a funcionarios públicos; eliminar las restricciones a las corporaciones y oligarcas; destruir regulaciones que protegen a los trabajadores, a las personas vulnerables y al mundo vivo; apoyar a los propietarios contra los inquilinos; criminalizar la protesta pacífica; restringir el derecho de huelga».
El diario británico confirma que el programa de gobierno de Mileifue elaborado por el think tank Atlas Network, la internacional ultraderechista con sede en Estados Unidos (1). Steve Bannon es considerado el gurú (y financista) principal de la ultraderecha global. Luego de fomentar campañas de odio en Estados Unidos desde el sitio webBreitbart News, el proyecto supremacista de Bannon desembarcó en Europa.
El exasesor de Trump también posó su mirada sobre América latina, trabajando junto al presidente Jair Bolsonaro en Brasil. Bannon eligió al diputado Eduardo Bolsonaro, hijo del exmandatario, para ser el líder regional de la agrupación política mundial llamadaThe Movement, definida por sus miembros como la “Internacional de la Nueva Derecha”.
Aumenta, todo aumenta
El precio de la carne ha aumentado más del 50%, 45% que los boletos del transporte urbano y suburbano, mientras que el precio de los billetes de avión internacionales se ha duplicado. Los medicamentos incrementaron su precio en 140 por ciento. Los alimentos mostraron en diciembre una suba de 32, 5 por ciento, que se suman a los incrementos en combustible y la medicina prepaga. En menos de cuatro semanas la imagen negativa del Presidente escaló del 50,1 al 55,5 por ciento.
Los aumentos son tan veloces que cuando uno llega a la caja de un supermercado o una farmacia, los valores son mucho mayores que en las góndolas.
Todo lo que se quiere cambiar está destinado a alterar, desorganizar y perjudicar la vida y la cotidianidad de la mayor parte de los 46 millones de argentinos. La eliminación de herramientas usadas para contener los precios del azúcar, la energía eléctrica, el transporte y los hidrocarburos, trajo aumentos en todos los rubros.
La liberación de contratos de consumo -con bancos, tarjetas de crédito, billeteras virtuales, servicios de salud, alquileres, servicios de comunicación, seguros, entre tantos- ya se empezó a traducir en incrementos de tarifas. La falta de control (se eliminan todos) y claridad abren paso a las estafas empresariales.
El verso democrático
El objetivo prioritario del gobierno de la ultraderecha «libertaria» y sus aliados pasa por cambiar de raíz el modelo de acumulación argentino, aun si ello requiere poner patas arriba el andamiaje legal del país.
La revista Crisis señala que los libertarios tienen una concepción populista del poder que entiende que la única legitimidad la tiene el líder que recibe el mandato popular, una idea muy intensa que bordea lo religioso. Es una derecha que se autointerpreta como superior moralmente. Lo hace en nombre de los argentinos de bien, en nombre del bien, tratando de imponer el imaginario de una superioridad moral.
El escritor portugués José Saramago profetizó que “los fascistas del futuro no van a tener aquel estereotipo de Hitler o de Mussolini. No van a tener aquel gesto de duro militar. Van a ser hombres hablando de todo aquello que la mayoría quiere oír. Sobre bondad, familia, buenas costumbres, religión y ética. En esa hora va a surgir el nuevo demonio, y pocos van a percibir que la historia se está repitiendo”.
El auge de nuevos negacionismos (del genocidio armenio, del Holocausto, del cambio climático, del VIH/sida, de la pandemia del coronavirus, de la crisis de los migrantes, de genocidio de las dictaduras sudamericanas bajo el Plan Cóndor) se verifica con el ascenso de extremas derechas en países de Europa, en Estados Unidos y también en Latinoamérica, que beben (y se emborrachan) de fuentes del pasado.
La internacionalización del negacionismo
En octubre de 2017alertábamos (1) que “la internacional capitalista existe, la moviliza el movimiento libertario de extrema derecha (en inglés los llaman libertarians) y, obviamente, está muy bien financiada: funciona a través de un inmenso conglomerado de fundaciones, institutos, ONGs, centros y sociedades unidos entre sí por hilos poco detectables, entre los que se destaca la Atlas Economic Research Foundation, o la Red Atlas” (2)
La red, que ayudó a alterar el poder político en diversos países, es una extensión tácita de la política exterior de EEUU – los think tanks asociados a Atlas son financiados por el Departamento de Estado y la National Endowment for Democracy (Fundación Nacional para la Democracia – NED), brazo crucial del soft power estadounidense y directamente patrocinada por los hermanos Koch, poderosos billonarios ultraconservadores, añadían.
Lamentablemente, las hipótesis planteadas hace algunos años según las cuales el negacionismo contemporáneo era parte de un proceso de «regurgitación del pasado» se han evidenciado falsas. El historiador francés Pierre Vidal-Naquet rechazaba discutir con los negacionistas porque consideraba que era como discutir con alguien sobre si la luna es de queso o no.
The Guardianconcluye afirmando que «lostanques basura de dinero oscuro y la Red Atlas son un medio muy eficaz para disfrazar y acumular poder. Son el canal a través del cual los multimillonarios y las corporaciones influyen en la política sin mostrar sus manos, aprenden las políticas y tácticas más efectivas para superar la resistencia a su agenda y luego difunden estas políticas y tácticas por todo el mundo. Así es como las democracias nominales se convierten en nuevas aristocracias».
Aclaremos: un gobierno no es democrático por haber sido elegido por las urnas, porque al final lo único democrático que le va quedando a los pueblos es el derecho de ir a votar cada cuatro o cinco años por candidatos que él no eligió.
Mucho menos se puede decir democrático un gobierno como el de libertario Javier Milei, que justificó la dictadura, reclamó la suma del poder público y quiere prohibir desde el derecho de reunión hasta el de huelga, y reprimir la resistencia ciudadana, los piquetes, los cacerolazos y el paro nacional.
Este presidente ultraderechista maneja la política como propaganda, con una lógica tuitera que permite percibir con demasiado rapidez en mentira. Grita “Viva la libertad, carajo”y exige que el Congreso le delegue la suma del poder público por los cuatro años de su gestión.
Se hacen llamar “libertarios” y quieren limitar las reuniones de tres o más personas en la vía pública, como en la dictadura. Los trabajadores ya le prometieron el primer paro nacional para el 24 de enero.
*Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Creador y fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
Tras las críticas al poder en los días posteriores al 7 de octubre, los canales de noticias se han consagrado a la moral nacional, confiando exclusivamente en las declaraciones militares e ignorando por completo a las víctimas palestinas.
La guerra de Gaza se presenta en las diversas pantallas israelíes dando parte de las cuentas oficiales del ejército israelí, directamente y sin cuestionarlas, y la rueda de prensa diaria del portavoz de las fuerzas armadas, el contralmirante Daniel Hagari. La cobertura, entretanto, le resta importancia a las preguntas críticas que surgen en el conflicto, como cuánto amenazan las maniobras terrestres las vidas de los rehenes israelíes en Gaza.
Se ignora las muertes de miles de familias palestinas en Gaza y la cobertura de los medios israelíes muestra imágenes de edificios destruídos sin mencionar la posibilidad de que haya gente enterrada bajo los escombros. Tan solo unas pocas voces en antena desafían la percepción del sistema, aunque la guerra estallara por la excesiva confianza en conceptos preestablecidos.
Se repite de manera obsesiva que las informaciones han sido aprobadas para su publicación por la censura militar. Los medios también dedican demasiada atención a la emotividad a expensas de la información seria en lo relativo al tema de los rehenes. A lo mejor, más que nada, lo que hay es un panorama mediático marcado por un sinfín de formas de autocensura.
Los periodistas y los investigadores de los medios temen que la industria de la comunicación israelí esté retomando malos hábitos en un intento por levantar la moral y afianzar la solidaridad con los soldados que arriesgan la vida en Gaza, y, al hacerlo, no esté mostrando la realidad que se vive allí.
“No hay instrucciones explícitas, pero se respira cierta atmósfera que no da cabida a las historias de las víctimas gazatíes en los boletines informativos”, señala un periodista de un destacado canal de noticias. “Nos rendimos al sentir de la gente, una manera de decir que después de una catástrofe tan grande, no deberíamos ‘darle al enemigo una oportunidad’”.
“El problema es que perjudica el papel de los periodistas porque los espectadores se acostumbran a no tratar al otro bando como seres humanos y no entienden por qué el mundo entero, que sí ve las duras imágenes de Gaza, nos da la espalda y trata a Israel como el agresor”.
“Los espectadores se acostumbran a no tratar al otro bando como seres humanos y no entienden por qué el mundo trata a Israel como el agresor”
David Gurevitz, investigador cultural y profesor en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Estudios Académicos de Gestión en Rishon Letzion, afirma que “al principio, cuando estalló la guerra, los medios de comunicación desempeñaron un papel responsable. Ahora se están convirtiendo en el brazo propagandístico del Gobierno, llenos de populismo y exaltado patriotismo. Lo que motiva a los medios es el deseo de atraer espectadores y conseguir índices de audiencia altos”.
No se puede discutir que los primeros días tras la masacre de Hamás, la televisión israelí mostró una profesionalidad encomiable en el que quizá fuese el momento más difícil que ha conocido nunca el país. “Tras el fatídico y espantoso ataque del 7 de octubre, fueron los medios los que intercedieron entre los civiles asustados y los derrumbados Gobierno y ejército; dieron voz a los clamores de los asesinados, exigieron respuestas y sirvieron de plataforma para los israelíes traumatizados”, indica Gurevitz.
Nurit Canetti, presidenta de la Unión de periodistas en Israel y presentadora de un programa de actualidad en la emisora de radio de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) Galei Tzahal, coincide. “La prensa entendió la carga sobre sus hombros y cumplió con su papel de mantener informada a la gente sobre lo que estaba pasando cuando nadie sabía lo que ocurría, ofrecer una plataforma a los desamparados e iluminar los lugares a los que el país había fallado, que no funcionaban o que sencillamente habían colapsado”, señala. “Los periodistas fueron los únicos que hablaron con las familias que habían perdido a un ser querido y con las familias de los rehenes”.
Fue esta profesionalidad la que propició que florecieran trabajos documentales en profundidad, como las historias de los fiascos relacionados con las advertencias de los observadores de las FDI y los rehenes en Be’eri. Estos informes se elaboraron “sin esperar las respuestas oficiales del Estado; los medios invirtieron recursos y presentaron a los espectadores historias en toda su complejidad. En este aspecto, merecen una medalla”, sostiene Canetti.
Sin embargo, abriéndose paso entre el profundo sentido de responsabilidad de las cadenas, ha aflorado una sensación de miedo constante a ofender a las familias de los rehenes o de los muertos, lo que ha llevado a la autocensura.
“Por un lado, hurgar en cuestiones delicadas es nuestra responsabilidad, pero por otro lado, cuesta tratarlas por lo difícil que le resulta al público”, indica. “Así que, una vez más, no estamos debatiendo asuntos que claramente van a acabar sobre la mesa de la gente en el futuro. ¿Cuándo vamos a hablar del elevado número de reservistas asesinados, del fuego amigo y los accidentes militares que generan cantidad de víctimas, del aumento de la violencia en Cisjordania?”.
“Hay miedo a la audiencia y a su reacción, y miedo a los políticos porque todo se vuelve política otra vez, y ‘la maquinaria de veneno’ es muy intensa”, apunta en referencia a la red de comentaristas y locutores incendiarios y de derechas que apoyan al primer ministro, Benjamin Netanyahu, y atacan a sus supuestos enemigos.
Dos meses y medio después del estallido de la guerra, cuesta evitar las preguntas molestas que surgen. ¿Cómo y por qué se ha rebajado la cobertura informativa hasta el punto en el que está sumida? ¿Puede compararse el actual comportamiento de los medios al de guerras anteriores? ¿Quién se beneficia de las informaciones sesgadas y tendenciosas? ¿Cómo se espera que se vea en pantalla el resto de esta guerra?
El caso de Chanel 12
La transformación que ha experimentado la televisión israelí desde el comienzo de la guerra se resume en el caso del presentador de Canal 12 Danny Kushmaro. En los primeros días de la guerra, recibió infinidad de elogios por la aflicción en su mirada, y este periódico lo nombró “la libido nacional”, alguien que había experimentado la conmoción “y la había resistido con valentía”.
“Decía lo que tenía que decir y, cuando informaba sobre el terreno, daba la sensación de que podía crear un partido político, presentarse a la Knéset y ganar las elecciones”, señala Mordecai Naor, escritor e investigador de los medios y la historia de Israel.
“Lo de hacer responsable al Gobierno era muy poco característico de Canal 12, y lo hicieron porque sentían que hablaban en nombre del público”, indica Tehilla Shwartz Altshuler, investigadora superior del Instituto Democrático de Israel. “La crítica al Gobierno era una expresión de patriotismo”.
A continuación llegó la invasión terrestre de la Franja de Gaza por parte de Israel y una nueva versión de Danny Kushmaro, que llevó un rifle de plástico del campo de batalla y lo paseó por el estudio. Llegados a ese punto, el investigador cultural Gurevitz, se desencantó del presentador de noticias.
“Se convirtió en uno de los representantes destacados de la retórica dura, el ejemplo de un hombre que había abandonado su papel periodístico de informar, criticar y abordar los asuntos de manera compleja y, en su lugar, hablaba todo el rato de ‘los animales humanos’ [de Hamás] con aires de superioridad”.
Cabe destacar que, por lo menos de momento, el programa de noticias “Ulpan Shishi” de los viernes por la tarde en Canal 12 no cuenta con un tertuliano que cumpla la función que desempeñaba Boaz Bismuth de defensor residente de Netanyahu. Cuando Bismuth, ahora miembro de la Knéset, dejó el programa para meterse en política, fue sustituido por Danielle Roth-Avneri, que no ha salido en antena desde que empezó la guerra.
Liberado de mensajes oficiales, el programa ha adoptado una línea relativamente crítica en contra del Gobierno y, en las últimas semanas, ha visto dispararse sus índices de audiencia a niveles que no conocía desde el primer confinamiento de la covid: más del 17% de toda la población en las dos primeras semanas de diciembre.
Y es que hay cierta sensación de que el tono general en el canal ha cambiado. “Guy Peleg tiene una sección habitual los viernes por la tarde en la que afirma que Netanyahu es un peligro para el país. Eso no representa las emisiones a lo largo de la semana”, indica Gurevitz.
El mes pasado, Peleg, el comentarista jurídico del canal, expresó su preocupación en “Ulpan Shishi” por el compromiso de los medios israelíes de mantener la moral nacional durante un reportaje sobre los intentos de la Oficina del primer ministro para reunir pruebas en contra del ejército por su comportamiento previo a la guerra, en contra del protocolo.
En referencia al franquiciado en Canal 12, Peleg señaló: “Keshet, nuestra compañía, puede dirigir una campaña sobre unidad y la gente puede colgar banderas a lo largo y ancho del país, pero el primer ministro nos está fragmentando”.
A pesar del bajo nivel de apoyo y confianza en Netanyahu por parte de la opinión pública, todas las declaraciones relativas a la guerra que ofrece a los medios se emiten en directo. Pero con el debido respeto a Kushmaro (o a Netanyahu), la figura más destacada que ha de examinarse para comprender la cobertura de la guerra es la del portavoz de las FDI, [Daniel] Hagari.
Al contrario que muchos de los ministros del gabinete de Netanyahu, a Hagari lo consideran creíble y popular, hasta tal punto, según Gurevitz, que la audiencia “lo trata como si fuese sagrado, sin ninguna crítica, y con una deferencia infinita que no se ha visto nunca hacia un portavoz de las FDI. Su acogida es absoluta en los programas de noticias”. Las sesiones informativas diarias en directo de Hagari se han convertido en un elemento fijo en las noticias de la tarde, como si se tratase de un prodigio de las ondas que trasciende un único canal.
“La fórmula es bastante fija”, indica Gurevitz, en referencia al orden de las principales emisiones de noticias de las 8 de la tarde, “con las noticias destacadas del campo de batalla, dos comentaristas, reportajes de ‘sufrimiento y valentía’ (los soldados que han caído en combate y las historias de los rehenes) y la rueda de prensa del portavoz de las FDI”.
Todas las tardes, Hagari se asegura de mencionar los nombres de los últimos soldados caídos y señala que el ejército entero está con sus familias. Por el contrario, las muertes de miles de niños palestinos están completamente ausentes de las noticias y la cobertura de actualidad.
“Desde el momento en que el ejército entró en Gaza por tierra, el portavoz de las FDI nos lo ha dado todo bien masticadito”, afirma Shwartz Altshuler, y destaca que en los primeros días tras la matanza del 7 de octubre en las comunidades fronterizas, los medios conseguían encontrar maneras creativas de informar sobre el terreno, incluso cuando estar allí suponía un riesgo.
“Pero desde [la entrada terrestre en Gaza el 27 de octubre], la imagen distorsionada del mundo que hemos estado viendo se basa fundamentalmente en el portavoz [de las FDI], y no debería ser así”, indica. “Tenemos que analizar qué se emite desde dentro de Gaza y qué se muestra en los medios extranjeros y crear una imagen que refleje la realidad”.
El periodista Ben Caspit, al que consideran en el centro político y el contrapunto de izquierdas de Amit Segal en el Canal 12 y Yinon Magal en la emisora de derechas Canal 14, calificó en un tuit el hecho de ignorar el sufrimiento en Gaza de necesidad moral: “¿Por qué prestar atención [a Gaza]? Se han ganado ese infierno a pulso, yo no siento la más mínima empatía”.
“Cifras como 20.000 muertos se vuelven abstractas cuando no ves las duras imágenes”
“Cifras como 20.000 muertos se vuelven abstractas cuando no ves las duras imágenes”, advierte Gurevitz. “La audiencia israelí no es capaz de albergar dos tipos de dolor juntos, observar e identificarse con la víctima humana al otro lado como tal, y los medios se aplican el cuento”.
Naor atribuye la decisión de los medios israelíes de ignorar el sufrimiento del otro lado al padecimiento constante de los 129 rehenes secuestrados de Israel que siguen cautivos en Gaza. “El golpe que hemos encajado nos ha endurecido el corazón y hace que no mostremos interés en el sufrimiento de otros”, asegura. “Por todo el mundo, intentan crear un equilibrio entre los [dos] bandos, pero nosotros no tenemos ese privilegio porque sabemos exactamente lo que nos pasó y seguimos sin saber qué pasará en el futuro con los rehenes. Es una encrucijada porque, en cuanto tenemos el cuchillo en la garganta, nos une el patriotismo”.
El periodista de informativos que habló con Haaretz afirma: “El ambiente que se respira en la redacción es que Hamás es el artífice de todo y que las cifras y los relatos que salen de Gaza hay que tomarlos con mucha precaución, que en realidad no hay ninguna base para mostrar nada. Es una situación complicada. Soy consciente del papel que desempeñamos en mantener la moral nacional. No digo que tengamos que mostrar [los acontecimientos] a partes iguales, pero ¿no puede haber al menos un 20% de la cobertura sobre [las víctimas de Gaza]? ¿Un 10%? Ni eso hay”.
La valoración de Shwartz Altshuler es que el móvil principal de la cobertura israelí de Gaza no es en realidad la falta de empatía hacia los palestinos que viven allí, sino más bien la relación con el portavoz de las FDI y la falta de acceso a contenido que no esté bajo sospecha de parcialidad a favor de los palestinos. Al contrario que en guerras anteriores, las FDI están impidiendo en gran medida que los periodistas extranjeros entren en Gaza.
“Es una historia complicada, entre el contacto con las fuentes y los trapicheos con la información, ‘lo que me dé el portavoz de las FDI’”, indica Shwartz Altshuler. “Me gusta el portavoz de las FDI, pero dar por sentado que cualquier cosa que diga es una verdad absoluta no es razonable. Un periodista que coge la información del portavoz de las FDI y la transmite ‘tal cual’ está traicionando su trabajo”.
Los bebés inexistentes
Yishai Cohen, el editor político de la página web de noticias ultraortodoxa Kikar Hashabbat, que también es comentarista invitado en Canal 12, tiene experiencia en este sentido. El 28 de noviembre, tuiteó una breve promo de una entrevista con el teniente coronel (en la reserva) Yaron Buskila, de la División de Gaza de las FDI, en la que Buskila aseguraba que el 7 de octubre había visto bebés “colgando en fila de una cuerda de tender” en Kfar Azza, invadido por terroristas de Hamás.
“Reconozco que no se me ocurrió que tuviera que comprobar la veracidad de una historia que venía de un teniente coronel”
“Reconozco que no se me ocurrió que tuviera que comprobar la veracidad de una historia que venía de un teniente coronel”, contestaba Cohen al explicar por qué había borrado el tuit tan solo unos minutos después de publicarlo. “Cometí un error”.
La entrevista con Buskila, que es el director de operaciones de la organización sin ánimo de lucro Foro de Seguridad y Defensa de Israel, asociada a las derechas, se la había ofrecido a Cohen el portavoz de las FDI. Un representante de la oficina del portavoz estaba presente en la entrevista.
Tras las declaraciones de Buskila sobre los bebés, la oficina del portavoz ya no concede más entrevistas ni reuniones con la prensa. En un comunicado en respuesta a una petición de que se pronunciase al respecto, la oficina indicó: “Se ha llevado a cabo una investigación y se han extraído las lecciones pertinentes”.
Un asunto relacionado es la poca diversidad de opiniones que presentan las mesas de debate en los medios de comunicación. La mayoría de los comentaristas –entre ellos, una gran cantidad de periodistas y personas anteriormente en puestos de autoridad que abarrotan los estudios desde el estallido de la guerra– usan la misma fuente, según afirma Shwartz Altshuler.
La mayoría de los comentaristas usan la misma fuente
“Así que, ¿cómo va a haber diversidad de opiniones y puntos de vista sobre la realidad?”, se pregunta. “Por ejemplo, Tamir Hayman, exdirector de Inteligencia Militar, que es comentarista en las noticias de Canal 12, es miembro de un limitado equipo de asesores del ministro de Defensa, Yoav Gallant, sobre la guerra”.
“¿Qué diferencia hay entre él y Jacob Bardugo?”, se plantea, en referencia a un estrecho colaborador de Netanyahu que ha trabajado en radio. “No creo que Hayman represente a Gallant, pero sí que representa el sistema de defensa”.
La cuestión, según señala, no es solo quién sale en antena, sino también quién no sale. Shwartz Altshuler cita revelaciones en los medios que apuntan que observadores de las FDI en puestos fronterizos y un oficial en la Unidad de Inteligencia Militar 8200 expresaron su preocupación por la existencia de indicios de que Hamás estaba planeando un ataque antes del 7 de octubre. La investigadora del Instituto Democrático de Israel también preguntó por qué los canales no aprovechaban la oportunidad para incluir más mujeres comentaristas.
“Al contrario que los hombres, ellas no formaban parte de la doctrina [equivocada] ni del sistema que falló. En cambio, siguen trayendo a mujeres para hablar de psicología y a hombres para hablar de defensa”, indica.
El 4 de diciembre, los periodistas publicaron una carta en la que llamaban a los directores de los medios informativos en televisión a cambiar el modelo y que al menos la mitad de los participantes en el debate fueran mujeres. Pero lo que resulta aún más llamativo que la ausencia de mujeres es que las voces de los ciudadanos árabes de Israel se han convertido en una rareza en las emisiones de noticias, incluso para los estándares habituales israelíes (a menos que su nombre resulte ser Yoseph Haddad, destacado defensor de Israel).
“La comunidad árabe ha sido excluida por completo del discurso, y por lo tanto la impresión general que se ha creado es que no existe en absoluto en conexión con estos hechos”
“La comunidad árabe ha sido excluida por completo del discurso, y por lo tanto la impresión general que se ha creado es que no existe en absoluto en conexión con estos hechos”, señala Kholod Idres, codirectora del Departamento por una Sociedad Compartida de la Asociación Sikkuy por la Promoción de Igualdad de Oportunidades, una organización sin ánimo de lucro.
“El ejemplo más claro es que los rehenes de la comunidad árabe fueron totalmente ignorados al comienzo de la guerra. Durante más de una semana, con la excepción de la radio Galei Tzahal, los principales medios de comunicación en Israel no mencionaron el hecho de que entre los cientos de israelíes que habían sido secuestrados y enviados a Gaza, también había ciudadanos árabes. En Canal 12, la primera alusión al tema no llegó hasta el 20 de octubre”.
Un ente que ha surgido de sus habituales sombras es la censura militar. Los canales de noticias israelíes han estado destacando el hecho de que diversas informaciones diplomáticas y militares han sido aprobadas por la censura, aunque no están obligados a indicarlo. ¿Un intento de tranquilizar a la audiencia? No necesariamente.
“Demuestra lo mucho que los medios están ganándose el favor de los espectadores y del sistema y lo mucho que quieren que los acepten”, señala Gurevitz. “Solo emitimos lo que es bueno para la moral. Queremos censura. No vamos a abrir la boca”.
Sin embargo, Naor tiene otra explicación: “Creo que los periodistas quieren dar a entender que se hallan en un dilema, es decir, ‘podríamos haber dicho más’. Es un guiño, una señal. Al fin y al cabo, a nadie le gusta que lo censuren”.
Llenar el vacío
La imagen completa de la guerra no se muestra, y los recorridos de Gaza que organiza la Oficina del Portavoz de las FDI para los periodistas en realidad no lo compensan, pero la búsqueda de los medios de “una imagen de victoria” explica al menos en parte el comportamiento de los medios.
“Lo veremos cada vez más fuerte en las próximas semanas, cuando la guerra empiece a decaer”, predice Shwartz Altshuler. El deseo de representar el fin de la guerra como una victoria que oculte el objetivo confeso de la guerra de derrotar por completo a Hamás es principalmente financiero, según afirma, no ideológico.
“Los medios no pueden indicarle a la audiencia que ‘hemos perdido’ y seguir vendiendo publicidad”, señala. “Necesitan que el Gobierno cree el dramatismo y el Gobierno necesita que ellos creen la narrativa”.
Los primeros signos de la tendencia se dejaron ver en las emotivas imágenes del regreso de los rehenes a Israel. “Fue un auténtico reality show”, apunta Shwartz Altshuler. “Contenido para llenar un vacío, sin valor informativo, pero invadiendo la privacidad de los rehenes que regresaban”.
Se documentaron las liberaciones aunque la privacidad de los rehenes se había respetado en la cobertura mediática israelí de los vídeos de rehenes publicados por Hamás. Tampoco figuran en la cobertura israelí las imágenes de los medios informativos extranjeros de los prisioneros palestinos a los que liberó Israel en intercambio por los rehenes y el reencuentro con sus familias.
Un ejemplo más reciente son las imágenes de cientos de prisioneros palestinos en Gaza, esposados y en ropa interior, emitidas a pesar de que se calculaba (según informó Haaretz) que en realidad solo entre un 10 y 15% de ellos eran miembros activos de Hamás o estaban asociados a la organización. (Una foto parecida se publicó en la guerra de Gaza de 2014).
Reclutar a los medios durante una guerra no es para nada un concepto nuevo, pero Gurevitz tiene la sensación de que esta vez, es más pronunciado que antes: “Los medios reflejan ahora nuestra situación traumática y la legitimación de actuar de un modo extremo por ello, y refleja una sed de venganza generalizada”, señala. “La venganza es algo que obviamente motiva a los ejércitos, pero en realidad no resuelve los problemas. La retórica dura y la sensación de histeria no proyecta la fuerza israelí, sino más bien desesperación y el deseo de ver imágenes de rendición a cualquier precio”.
Naor, que era subcomandante de Galei Tzahal durante la guerra de Yom Kipur de 1973 (y posteriormente se convirtió en comandante, el equivalente a director de radio), cree que hasta la forma más determinada de patriotismo termina por agotarse. Más que ningún otro conflicto, la guerra actual le recuerda a la Primera Guerra del Líbano de 1982. “En aquella ocasión, por primera vez, vimos la implicación de la política durante el periodo de guerra. Dos semanas después de que comenzase, hubo una revuelta de los medios en contra del sistema”.
Naor menciona al periodista Dan Shilon, que planteó una pregunta en Galei Tzahal en las primeras etapas de esa guerra: “¿Cómo salimos de este embrollo?”. El ministro de Defensa, por aquel entonces Ariel Sharon, trató sin éxito de sacar a Shilon del servicio de reserva en la emisora. Cuando las FDI investigaron la polémica, llegaron a la conclusión de que Shilon no estaba siendo crítico con ir a la guerra.
Las masacres de Sabra y Shatila por parte de los aliados Falangistas Cristianos de Israel se cometieron tres meses después, y los israelíes se echaron a la calle en lo que se llamó “la protesta de los 400.000” en lo que es ahora la plaza Rabín de Tel Aviv. En esta ocasión, también, Naor pone en duda el argumento de que no se debe expresar crítica de una guerra mientras se está librando (“silencio, estamos disparando”, como reza un dicho en hebreo). Un enfoque como este, según él, no puede durar mucho.
No puede subestimarse la conmoción que provocaron los acontecimientos del 7 de octubre, pero si alguien tenía la esperanza de que iban a producir cambios positivos en el comportamiento de los medios israelíes, lo más seguro es que se decepcione. “Las catástrofes no generan un cambio de la realidad. Eso requiere auténticos procesos”, afirma Shwartz Altshuler, y señala que incluso en plenos combates actuales, el Gobierno israelí no ha parado de intentar intervenir en los medios para sus propios fines, como por ejemplo, presionar para que reciban concesiones Canal 14, una emisora partidaria de Netanyahu, y estaciones de radio regionales.
“¿Por qué nadie en televisión dice que el ministro de Comunicaciones, Shlomo Karhi, está explotando el ‘silencio, estamos disparando’ para alterar el mercado televisivo?”, se pregunta. Altshuler afirma que no hay proceso positivo posible sin introspección exhaustiva, la cual no puede esperar a que acabe la guerra.
“Por ningún lado se mantienen discusiones genuinas acerca de las cuestiones que implican responsabilidad de los medios”, indica. “La gente está ocupada golpeando el pecho de los políticos, pero ¿y cuando apoyabas el paradigma que ha colapsado, cuando te tragabas todo lo que te echaban? Cuando regresamos a las prácticas de ‘el día de antes de la guerra’, es muy doloroso”.
Canal 12 se negó a responder a este artículo.
Este artículo se publicó el 25 de diciembre en Haaretz.
El termino Holodomor («hambre de masas» en ucraniano y ruso, [o «hambre hasta la muerte», según Wheatcroft]) define la gran escasez que atormentó Ucrania y otros territorios de la Unión Soviética entre 1932 y 1933. Semejante crisis fue consecuencia de errores de cálculo manifiestos acerca de los resultados que podía acarrear la colectivización, cuyos efectos se vieron ampliados por una operación de puesta en práctica a marchas forzadas y guiada por la ilusión de que sería posible manipular de la noche a la mañana a decenas y decenas de millones de familias sin provocar alteración alguna en el sistema de producción (…), así como por la falta de conciencia de que la forzosa dislocación económica y geográfica privaría a dichas poblaciones —precarias por obra de la pobreza— de los mecanismos de defensa y protección ante situaciones de tensión y dificultades que (…) se habían frenado y destruido inopinadamente.
Este párrafo de Livi Bacci se publicó en este blog el 12 de marzo de 2022 AQUÍ. Es posible que haya lectores que juzguen poco afortunado el título de la entrevista que publicamos, pero el lector inteligente comprobará que en ningún momento se cuestiona el Holomodor sino la mentira, ahora ampliamente promovida, de que la hambruna constituyó un genocidio deliberado y étnicamente selectivo de ucranianos, kazajos u otros pueblos de la URSS. Por último, es una norma respetar el título del artículo que se publica, aunque pueda inducir a errores de apreciación.
Una entrevista con el historiador Stephen Wheatcroft, uno de los mayores expertos sobre la hambruna de los años 30 en la Unión Soviética.
El World Socialist Web Site habló recientemente con Stephen Wheatcroft, profesor de historia rusa y soviética en la Universidad de Melbourne, Australia. Wheatcroft es uno de los mayores expertos mundiales en la hambruna soviética y en la historia económica soviética en general. Ha llevado a cabo una extensa investigación de archivos en la antigua Unión Soviética y, junto con el difunto Robert W. Davies, es coautor de un informe en siete volúmenes sobre la industrialización soviética. Wheatcroft también coeditó varios volúmenes documentales sobre la agricultura soviética, 1927-1939, y es autor de múltiples artículos sobre la hambruna, la industrialización y otros aspectos de la historia soviética. También ha escrito sobre el papel de las estadísticas en el pensamiento y la escritura económica de Vladimir Lenin y el devastador impacto del estalinismo en las estadísticas soviéticas.
Basándose en las estadísticas y los informes que estuvieron disponibles tras la disolución de la Unión Soviética, Wheatcroft y Davies ofrecieron un relato exhaustivo de la colectivización forzosa y la hambruna en la Unión Soviética en 1932-1933 en su volumen de 2004 The Years of Hunger (Los años del hambre). Su relato, sin parangón hasta la fecha, es una refutación irrefutable de la mentira, ahora ampliamente promovida, de que la hambruna constituyó un genocidio étnicamente selectivo de ucranianos o kazajos u otros pueblos específicos de la URSS.
Clara Weiss: La hambruna soviética y su impacto en Ucrania es uno de los temas más complicados y políticamente cargados de la historia soviética. ¿Podría describir cómo se ha desarrollado la investigación sobre la hambruna soviética en las últimas décadas? ¿Cómo resumiría las principales conclusiones de su propia investigación?
Stephen Wheatcroft: La cuestión de la responsabilidad por la hambruna en Ucrania es muy importante, especialmente en estos momentos difíciles en los que se están haciendo afirmaciones muy incendiarias. Durante la primera Guerra Fría, me pareció importante tratar de mantener un sentido de realismo al analizar el Gulag. La realidad del Gulag era abominable en sí misma. Exagerar su tamaño más de cuatro o cinco veces, como hicieron quienes afirmaban que había entre 8 y 12 millones de personas en el Gulag en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, disminuía el impacto del Gulag al hacerlo menos real. La escala exagerada encajaba con la idea de que la represión era la totalidad de lo que era la Unión Soviética. Espero haber contribuido a socavar la visión totalitaria de la política soviética y a establecer una comprensión más realista de la escala y la naturaleza de la represión y la política en la Unión Soviética.
En la década de 1970, cuando era estudiante, pude pasar dos años estudiando en Moscú con un intercambio del British Council en el Instituto de Economía Nacional de Moscú: El Instituto Plejánov, y tuvo un profundo efecto en mi visión y comprensión de la sociedad soviética. Conocí y comprendí a muchos de los principales historiadores soviéticos, especialmente a Viktor Danilov. Estos intercambios ya no son posibles, y las posibilidades de que mejoremos nuestra comprensión de las diferentes culturas se hace más difícil.
La apertura de los archivos soviéticos en la década de 1990 supuso un gran avance en nuestra comprensión de la historia soviética. Hubo un breve periodo en el que Robert Conquest y otros guerreros de la Guerra Fría y entusiastas del totalitarismo afirmaron que los materiales que surgían de los archivos sobre la magnitud de la represión que cuestionaban sus puntos de vista eran todos falsos, pero finalmente se vieron obligados a aceptar que los datos que surgían de los archivos eran reales, aunque aún así se las arreglaron para evitar admitir que sus estimaciones anteriores sobre la magnitud de la represión eran erróneas.
Cuando trabajábamos en nuestro libro sobre la hambruna soviética y los problemas alimentarios de 1931-33, R.W. Davies y yo pudimos utilizar los archivos estatales y del partido (hasta el nivel del Comité Central del partido). Y aunque no pudimos acceder directamente a los archivos del Politburó y de la Seguridad del Estado, nuestro trabajo con Viktor Danilov y su grupo también nos dio cierto acceso a estos materiales. Pensamos que nuestro libro [Wheatcroft/Davies, The Years of Hunger, 2004] había resuelto muchas de las disputas anteriores sobre la naturaleza y la causalidad de la hambruna. Concluimos nuestro volumen distinguiendo nuestros puntos de vista de los de Robert Conquest. Conquest, escribíamos, había afirmado «que Stalin ‘quería una hambruna’, que ‘los soviéticos no querían que la hambruna se afrontara con éxito’ y que la hambruna ucraniana fue ‘deliberadamente infligida por su propio bien’. Esto le lleva a una conclusión radical: «La principal lección parece ser que la ideología comunista proporcionó la motivación para una masacre sin precedentes de hombres, mujeres y niños»». [Los años del hambre, p. 441.]
Concluimos: «No eximimos a Stalin de responsabilidad por la hambruna. Su política hacia los campesinos fue despiadada y brutal. Pero la historia que ha surgido en este libro es la de un liderazgo soviético que luchaba contra una crisis de hambruna que había sido causada en parte por sus políticas equivocadas, pero que era inesperada e indeseable. El trasfondo de la hambruna no es simplemente que las políticas agrícolas soviéticas se derivaran de la ideología bolchevique, aunque la ideología desempeñó su papel. También estaban determinadas por el pasado prerrevolucionario ruso, las experiencias de la guerra civil, la situación internacional, las circunstancias intransigentes de la geografía y el clima, y el modus operandi del sistema soviético tal como se estableció bajo Stalin. Fueron formuladas por hombres con escasa educación formal y conocimientos limitados de agricultura. Sobre todo, eran consecuencia de la decisión de industrializar el país campesino a una velocidad vertiginosa.» [Los años del hambre, p. 441]
Una de las razones por las que nos sentíamos tan seguros de que la situación había cambiado y de que las opiniones de quienes, como Conquest, habían sostenido anteriormente que la hambruna había sido causada por Stalin a propósito, ya no eran defendibles, era que habíamos tenido la rara experiencia de oír de boca de nuestro principal oponente que había cambiado de opinión. Conquest había recibido un ejemplar previo a la publicación de nuestro libro para que lo revisara y, para nuestra sorpresa, nos escribió diciendo que nos daría una buena crítica, siempre que corrigiéramos una cosa en nuestras conclusiones. Nos pidió que declaráramos públicamente que no es su opinión «que Stalin provocara a propósito la hambruna de 1933″. No. Lo que yo [Conquest] sostengo es que, ante la inminencia de la hambruna resultante, podría haberla evitado, pero antepuso el ‘interés soviético’ a alimentar a los hambrientos, instigándola conscientemente». Estuvimos encantados de cumplir con los deseos de Conquest y añadimos su declaración anterior a nuestra nota 145, y recibimos debidamente el comentario de Conquest: Una contribución verdaderamente notable a la investigación en este importante campo». Robert Conquest, Institución Hoover».
Llegados a este punto, realmente pensábamos que estábamos saliendo de las distorsiones históricas de la Guerra Fría. Si el propio Conquest negaba ahora que la hambruna fuera causada a propósito, ¿cómo podía alguien continuar con ese argumento?
Poco sabíamos. En Ucrania, James Mace, mi viejo amigo Stanislav Kul’chitskii y la Comisión Parlamentaria Ucraniana seguirían afirmando que la hambruna no sólo fue causada a propósito, sino que fue un genocidio. Más tarde se les unirían Timothy Snyder (2011) y Anne Applebaum (2017). Sorprendentemente, todos ellos citaron a Conquest como una de las principales autoridades para justificar esta afirmación. He intentado oponerme a las falsas referencias a Conquest y al oleaje de popularidad que han tenido estas afirmaciones, pero han continuado y ahora la guerra de Ucrania se ha sumado a la presión pública para aceptar la visión incorrecta y simplificada de que Rusia siempre ha albergado opiniones genocidas contra los ucranianos. La tesis del genocidio recibió sin duda un impulso con el aumento de las actitudes antirrusas, y ahora la guerra ha sobrealimentado el impulso.
CW: ¿Puede hablarnos de los orígenes históricos de la afirmación de que la hambruna que se produjo en la Unión Soviética en 1932-1933 fue un genocidio étnico y explicar cómo las estadísticas disponibles después de 1991 ayudaron a refutar de forma concluyente tales afirmaciones?
SW: «Genocidio» tiene todo tipo de problemas de definición. Es mucho más fácil hablar de asesinatos intencionados de grandes grupos de personas, seleccionados por razones étnicas o de otro tipo.
Recordemos que partimos de una posición en la que los soviéticos negaban totalmente que hubiera una hambruna. En ese momento, la cuestión era si había hambruna o no. Pronto se convirtió en una cuestión de si la hambruna había sido «provocada por el hombre», pero cuando se hablaba de hambruna «provocada por el hombre» en aquella época, se quería decir si era consecuencia de la política o si era una «hambruna natural» como resultado del clima. Dentro de los círculos nacionalistas ucranianos, y antes bajo los nazis, probablemente se habían hecho afirmaciones de todo tipo, pero dentro de los círculos académicos la idea de una matanza intencionada no se consideraba seriamente.
Una vez que se dispuso de las estadísticas [en la década de 1980], y quedó claro que había una hambruna, nadie negó realmente que existiera una hambruna y que fuera en gran medida el resultado de la política. Fue entonces cuando comenzaron los debates sobre el «asesinato intencionado». En Estados Unidos, James Mace fue el primer promulgador. Yo desempeñé en su momento algún papel criticándole. El otro que recuerdo con bastante claridad es el historiador ucraniano Stanislav Kul’chitsky, a quien conozco desde hace años. Kul’chitsky fue el primer historiador ucraniano que conozco que quería hablar claramente del genocidio, pero al mismo tiempo se oponía a las cifras de Robert Conquest sobre la magnitud de las muertes. Estábamos planeando escribir un artículo junto con Sergei Maksudov [Universidad de Harvard] sobre esto, hasta que me retiré cuando me di cuenta de que estaba decidido a utilizar la palabra «genocidio» para describir la hambruna.
Historiadores como Andrea Graziosi, que también utiliza la palabra «genocidio», hacen hincapié en la importancia de las medidas punitivas como el «blindaje» de los grupos que no cumplieron sus planes de aprovisionamiento central de grano. Pero como he señalado, una vez que se dispuso de datos a nivel de rayon [región], y pudimos trazar con bastante precisión dónde se estaba produciendo la hambruna, quedó claro que la hambruna no se localizaba en las principales regiones de aprovisionamiento de grano. En la Ucrania soviética, estaba en el oblast de Kiev, que no es una zona importante de aprovisionamiento de grano y no tenía muchas «pizarras negras».
Por eso he ofrecido la siguiente hipótesis: algo que sí se ajusta a los hechos, tanto a la cronología como a la geografía que muestran por qué la hambruna fue especialmente grave en la oblast de Kiev. Esto se debió a que el incumplimiento por parte de los ucranianos del plan de recogida de grano tuvo como consecuencia la reducción de las asignaciones de grano a la gran ciudad ucraniana de Kiev.
La ciudad de Kiev no tenía gran parte de su población urbana con raciones centrales. Sólo dos fábricas tenían raciones de categoría uno. La mayor parte de la población de esta enorme ciudad no recibía suministros centrales de grano. Por consiguiente, los organismos locales que trabajaban dentro de los confines de la provincia de Kiev, utilizando recolecciones descentralizadas tras el fin de las recolecciones centralizadas de grano, fueron los encargados de proporcionar el grano para alimentar a la población de la ciudad de Kiev. Por eso, en la provincia de Kiev se llevaron a cabo adquisiciones tan severas. Por lo que veo, no eran recolecciones centralizadas que se recogían para enviarlas a Moscú. Eran agentes locales recogiendo grano para alimentar a la ciudad de Kiev. Por supuesto, la ciudad de Kiev necesitaba alimentarse porque no había grano del resto del país.
Esto no disminuye la gravedad de la situación, pero hace mucho más difícil argumentar que se hizo a propósito. Estamos hablando de procesos complejos que tienen consecuencias que la gente no necesariamente comprende. Pero, tanto los organismos centrales como los locales, estaban decididos a seguir adelante fueran cuales fueran las consecuencias. Hubo una despiadada falta de consideración. Sigo considerándolo criminal, pero no es un asesinato intencionado ni un genocidio. Los historiadores sólo pueden seguir llamándolo genocidio negándose a desentrañar qué se entiende por genocidio e ignorando la cronología y la geografía de los lugares donde se produjo la hambruna más intensa.
Hay cierta confusión sobre el uso del término «Holodomor». Holodomor significa literalmente «Hambre hasta la muerte». En principio, no me opongo a la palabra. El lenguaje se desarrolla con el tiempo cuando hay necesidad de mayor precisión. Las lenguas eslavas son bastante extrañas al tener un espectro relativamente estrecho de palabras que indican diferentes grados de hambre, en comparación con el inglés o el alemán. Si sólo se utiliza como término para referirse al hambre, no hay nada especialmente malo en ello. Pero extenderlo a un fenómeno completamente diferente con este gran significado nacional y espiritual es otra cuestión. Por extraño que parezca, suena parecido al Holocausto.
CW: No es extraño, era la intención. La razón por la que los nacionalistas ucranianos impulsaron el término «Holodomor» en los años ochenta fue el auge de la investigación sobre el Holocausto y las revelaciones de los años ochenta sobre el papel de los nacionalistas ucranianos en el genocidio de los judíos. Intentaban equiparar la hambruna con el genocidio de los judíos europeos.
SW: Sí, eso está perfectamente claro. Por eso también, algunos nacionalistas ucranianos y James Mace, insistían en que el número de víctimas de la hambruna en Ucrania era de 7 millones, más que los 6 millones, que murieron en el Holocausto. Estos son algunos de los orígenes.
CW: Timothy Snyder y Anne Applebaum adoptan efectivamente en sus obras la narrativa nacionalista ucraniana de un genocidio étnicamente selectivo. Ahora estas «narrativas», aunque refutadas por su propio trabajo y el de otros historiadores, se enseñan en las escuelas. El gobierno alemán incluso ha prohibido negar que la hambruna fuera un «genocidio». La extrema derecha ucraniana ataca y denuncia sistemáticamente a quienes insisten en la verdad histórica sobre la hambruna. ¿Cuáles son, en su opinión, las implicaciones de esta evolución para la erudición histórica y el conocimiento histórico?
SW: No es algo nuevo. Creo que estamos ante una segunda Guerra Fría. El equivalente a Snyder y Applebaum en generaciones anteriores era una figura como Robert Conquest. Pero durante la primera Guerra Fría, Conquest siempre estuvo más al margen del mundo académico, aparte de la Institución Hoover de la Universidad de Stanford. Pero había muchos académicos incluso en la Universidad de Stanford que argumentaban en contra de la Institución Hoover, oponiéndose a que una organización tan descaradamente política y sin orientación científica tuviera un cargo dentro de la universidad.
Que hay ideólogos de la Guerra Fría que escriben historias que son extraordinariamente populares no es nuevo. Lo que es nuevo es el colapso de la disciplina académica de la historia ante ello. La posición de la Institución Hoover dentro del mundo académico -incluso dentro de Stanford- es un símbolo de lo que está ocurriendo ahora en toda la disciplina. Recuerdo la sorpresa durante la perestroika cuando Gorbachov, durante su primera visita a Estados Unidos, insistió en que debía ir a visitar no un instituto académico decente sino, de hecho, la Institución Hoover. Eso pareció darle una especie de impulso.
Después de haber vivido la primera Guerra Fría, cuando mantuve muchos debates académicos con Robert Conquest, en algunos aspectos la situación es muy diferente. Ha habido un cambio en la profesión histórica que ha hecho que la gente esté menos interesada en tratar de entender lo que realmente sucedió, porque eso es hablar en términos de objetividad anticuada y uno no hace eso.
La profesión está ahora más interesada en lo que «se sintió». Lo que «se sintió» al ser víctima, lo que «se sintió» al ser la abuela o la madre que perdió a sus hijos, o hermanos en la hambruna, etc. No quiero restar importancia a sus pérdidas y tragedias personales, pero creo que hemos perdido algo. Quizá soy un historiador económico anticuado que sigue pensando en términos de intentar ser objetivo. Me estoy dando cuenta de que me encuentro en una posición muy minoritaria dentro de gran parte de la disciplina.
CW: Lo que usted describe está muy ligado al dominio del posmodernismo: el concepto de que no existe una verdad objetiva. Por supuesto, uno no puede reflejar plenamente la verdad objetiva como historiador, pero puede acercarse a ella y debe tratar de estudiarla como historiador. En cambio, todo se reduce a opiniones, sentimientos, a cómo la gente ve el mundo, y no, como usted ha dicho, a lo que realmente ocurrió.
Esto va más allá del campo de la historia, de hecho, pero tiene quizás el impacto más dañino en la historia. Esto también legitima que personas como Snyder cambien simplemente de postura de un día para otro sin ofrecer siquiera algo que se aproxime a una explicación. Una vez le preguntaron a Timothy Snyder en Berlín por qué ya no mencionaba al líder fascista ucraniano Bandera en Bloodlands, a pesar de que antes había escrito un libro entero sobre los crímenes de la extrema derecha ucraniana. Respondió: «En la vida, uno escribe muchos libros». Esto puede decirlo un escritor de ficción, pero no un historiador. Si cambias tu valoración como historiador, lo que a veces puede ser necesario, tienes que aportar pruebas documentales y una justificación.
SW: Sí, en tiempos de Conquest, estaba claro que había sido empleado por el gobierno británico en un puesto que se ocupaba efectivamente de producir propaganda antisoviética. Lo que tenemos con Applebaum y Snyder es más un enfoque «periodístico» de tratar de encontrar cosas que respondan a diversos públicos. De hecho, sería difícil tratar a Applebaum como una verdadera historiadora. No era más que una periodista que en un momento dado decidió escribir para un público diferente. En cambio, con los primeros escritos de Snyder, se puede ver que era un historiador, aunque ha evolucionado hacia un enfoque más populista.
CW: Me gustaría volver a la cuestión de lo que eso significa para la profesión histórica y el clima intelectual. La extrema derecha ucraniana, como usted sabe, está ejerciendo una enorme presión en el mundo académico. Hay problemas de financiación, pero es más que eso. También habrá oído que, de forma paralela, los historiadores polacos del Holocausto son ahora atacados sistemáticamente por la extrema derecha.
SW: Sí, y el asunto de Stephen Cohen en Estados Unidos fue absolutamente monstruoso, la forma en que la profesión eslava estadounidense respondió a él sólo porque defendía lazos más amistosos con Rusia. Es quizás uno de los mayores ejemplos de cómo las cosas se han descarrilado por completo.
[Stephen Cohen era profesor de política en la Universidad de Nueva York y un conocido intelectual público. Biógrafo y admirador de Nikolai Bujarin, se opuso a la caza de brujas antirrusa en los medios de comunicación estadounidenses, exponiendo algunas de sus contradicciones y mentiras más flagrantes, y advirtió de una guerra contra Rusia].
CW: Al final de su vida era persona non grata.
SW: Es extraño. Sufrí bastante en los años setenta y ochenta debatiendo con Conquest; fue bastante fuerte en algunos momentos, pero ha empeorado mil veces desde entonces. Me gustaría mucho encontrar una forma de debatir sin que se nos fuera de las manos.
CW: ¿Cuál es, en su opinión, el camino a seguir para escribir la historia soviética y rusa?
SW: Es muy importante tratar la historia rusa como otras historias. Por desgracia, ahora están resurgiendo las teorías del totalitarismo y tenemos tópicos burdos de orientación étnica.
Sería bueno eliminar ese excepcionalismo ruso y soviético. La historia soviética y rusa debería integrarse más con la historia de Alemania, Suecia y otros países. Si vamos a tener una propagación de teorías genocidas que empiezan en Ucrania y se trasladan a Kazajstán y otros lugares, no vamos a conseguir objetivar y normalizar el estudio del país sobre una base científica.
La semana pasada estuve en Suecia y Finlandia, donde estuve hablando con historiadores locales sobre las malas cosechas de la década de 1860 en la zona del Báltico, intentando encajar en esa historia partes del Imperio Ruso que se vieron afectadas. Es importante tratarlos como países con problemas similares a los de los países vecinos en cuanto al impacto del clima, la política de medidas de socorro y las consiguientes consecuencias demográficas y epidemiológicas. Me gustaría extender este trabajo al siglo XX, comparando los problemas alimentarios rusos y soviéticos en la Primera y la Segunda Guerra Mundial con los de otros países, y comparando los problemas alimentarios soviéticos y chinos en las primeras etapas de su industrialización forzosa, y ya he realizado algunos trabajos al respecto. [1]
CW: Muchas gracias. Le agradezco que se haya tomado la molestia de hacer esta entrevista. Creo que es importante que historiadores como usted hablen y contribuyan a un cambio en el clima cultural e intelectual que es tan urgentemente necesario.
SW: Me gustaría darle las gracias. Simpatizo mucho con sus puntos de vista y con la forma en que ha estado comprobando referencias que a menudo se han aplicado erróneamente. Tal vez me he vuelto un poco perezoso en mi vejez, pensando que luché mis batallas antes y que no hay necesidad de seguir luchándolas, pero tal vez uno debería seguir adelante.