miércoles, 1 de noviembre de 2023

Israel, la quiebra de un sueño

 Israel, la quiebra de un sueño

 

Por Michael Roberts 


Fuentes: thenextrecession.wordpress.com


El pasado mes de marzo Israel celebró su 75 aniversario como Estado.  La revista The Economist comentó:

Hoy Israel es enormemente rico, más seguro de lo que ha sido durante la mayor parte de su historia y democrático: es decir, si se está dispuesto a excluir los territorios ocupados” (¡sic!). Ha superado guerras, sequías y pobreza con pocas dotes naturales aparte del valor humano. Es un caso atípico en Oriente Próximo, un centro de innovación y un ganador de la globalización.

Estas palabras parecen ahora una broma de mal gusto si tomamos en cuenta los acontecimientos de las últimas semanas o, también, si nos fijamos en la verdadera historia del Estado israelí.

Esa historia es la de unos inmigrantes judíos que llegaron a Palestina con el gran objetivo de establecer un Estado refugio para los judíos en su patria junto a los habitantes árabes que las habitaban. Muchos de estos sionistas soñaban con que Israel se convirtiera en una sociedad socialista modelo, con una propiedad comunal y gestionada a través de comunas locales o kibutz como alternativa democrática al gobierno de jeques y generales en los Estados árabes.  La realidad fue que, en la práctica, los inmigrantes judíos que se instalaron en Palestina y establecían el nuevo Estado socialista sólo podían hacerlo expulsando violentamente a cientos de miles de árabes de sus hogares y de sus tierras.

Ahora bien, gracias a la combinación de una inmigración masiva (que duplicó la población judía), de enormes inversiones extranjeras de las comunidades judías ricas y de capital estadounidense, así como la creación de una fuerza militar potente, la economía de Israel creció muy rápidamente a partir de 1948. Fue la edad de oro del capitalismo de posguerra, cuando las tasas de beneficio eran elevadas y la inversión fuerte. Por tanto, fue posible inaugurar una nueva economía muy rápidamente. El PNB creció a una tasa media anual del 10,4% entre 1948 y 1972. El capital necesario para construir la economía israelí procedía de transferencias de ayuda y préstamos estadounidenses, pagos de reparación alemanes y la venta de bonos del Estado israelí en el extranjero. La rentabilidad se mantuvo alta controlando los precios y los salarios y evitando así que los ingresos reales de los trabajadores aumentaran demasiado.

Pero desde mediados de los años 60, como en el resto de las economías capitalistas avanzadas, la rentabilidad del capital en Israel cayó bruscamente hasta, aproximadamente, principios de los 80. Esto condujo a crisis económicas como parte de la recesión internacional de 1974-1975 y 1980-1982. También llevó a una nueva guerra con los Estados árabes en 1973. En este punto de la historia de la economía israelí, resulta muy útil observar la rentabilidad del capital israelí a partir de la década de 1960, tal y como proporciona la Base de Datos Mundial de Rentabilidad.

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El gráfico muestra claramente la brusca caída de la rentabilidad hasta tocar fondo en la depresión mundial de 1980-1982.  Entre 1973 y 1985, el crecimiento del PNB descendió a cerca del 2% anual, sin que se produjera un aumento real de la producción per cápita. Al mismo tiempo, la tasa de inflación se descontroló, alcanzando un máximo del 445% en 1984 y el déficit de la balanza de pagos con el resto del mundo llegó a máximos.

El llamado Estado socialista democrático de Israel tenía que desaparecer si los capitalistas israelíes querían prosperar. Y así, como en muchas otras economías capitalistas, los israelíes eligieron gobiernos que pretendían acabar con el socialismo y abrir la economía al capital sin restricciones, al tiempo que reducían el Estado de bienestar de Israel y el apoyo a colectivos como el kibutz. Israel entró con fuerza en la era neoliberal que, globalmente, duró las dos o tres décadas siguientes.

En 1983, la Bolsa de Tel Aviv se desplomó, haciendo estallar una enorme burbuja financiera que llevaba años creciendo. El gobierno derechista del Likud culpó a los bancos.  Se hizo cargo del Banco Hapoalim, que tenía el control directo e indirecto de unas 770 empresas y controlaba alrededor del 35% de la economía israelí, con el objetivo de privatizar todos estos activos estatales. Finalmente, el Estado vendió los tres principales bancos: Bank Hapoalim, Bank Leumi y Bank Discount a capitalistas privados. La industria de las telecomunicaciones y los puertos también fueron privatizados.

En una política calcada a la de Reagan en EE UU y a la de Thatcher en el Reino Unido, entre 1986 y 2000 se vendieron 83 empresas estatales por un total de 8.700 millones de dólares estadounidenses. La aerolínea nacional ELAL, la red de telecomunicaciones Bezeq, todos los grandes bancos y otros cinco grandes conglomerados fueron vendidos a compradores seleccionados por el gobierno. Entre los compradores se encontraban muchos de los más ricos de Israel, junto con judíos estadounidenses adinerados y otros conglomerados extranjeros. Ninguna de estas empresas cotizaba en bolsa para su venta. Por ejemplo, el gobierno vendió Israel Chemicals Ltd. a la familia Eisenberg a través de una licitación privada que se llevó a cabo entre 1993 y 1997.

Durante un tiempo, estas medidas ayudaron a que subiera la rentabilidad del capital israelí: en nuestro gráfico de rentabilidad, se observa una duplicación de la tasa de beneficios entre 1982 y 2000.  Pero el aumento de la rentabilidad fue impulsado principalmente por una nueva afluencia de inmigrantes tras el colapso de la Unión Soviética y procedentes del norte de África. La inmigración abarató los costes laborales, mientras que tras los acuerdos de Oslo se produjo un periodo de aparente «tregua» con los árabes que permitió una afluencia aún mayor de inversiones extranjeras.

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Fue el periodo de la expansión de las empresas start-up de alta tecnología por las que Israel se ha hecho famoso y de la aparente integración de la economía israelí en una economía mundial en rápida globalización. Apodada la nación de las start-ups, Israel cuenta ahora con más de 7.000 start up activas.

Pero esto no ha durado. En el siglo XXI, como muchas otras economías emergentes, la economía capitalista de Israel encuentra cada vez más dificultades. Por supuesto, la gran diferencia [el resto de economías emergentes] es que en su guerra perpetua con los Estados árabes vecinos, Israel ha contado con el respaldo total de Estados Unidos y del capital occidental.  Así que, incluso enfrentándose al conflicto permanente con sus vecinos árabes y a los levantamientos de los palestinos desplazados, ha sido capaz de sobrevivir económicamente y también de desarrollar una formidable fuerza militar.

Irónicamente, la inmigración masiva procedente de la antigua Unión Soviética, la importación de trabajadores extranjeros y el rápido crecimiento natural de la población árabe local, han hecho que Israel sea cada vez menos un Estado judío en términos de población y que siga siendo relativamente pequeño, con algo menos de 10 millones de habitantes. Pero el impacto de las políticas neoliberales y la desaceleración económica no han provocado un giro a la izquierda. Por el contrario, el miedo a los ataques árabes y el fracaso de cualquier oposición socialista alternativa eficaz han provocado el auge de los partidos políticos religiosos y étnicos. El capital israelí ha jugado las cartas de la raza y la religión para evitar cualquier confrontación en relación a sus fracasos económicos y sociales.

Las crisis económicas han continuado a intervalos regulares en el siglo XXI.  En 2003, Netanyahu recortó las prestaciones sociales, privatizó más empresas estatales, redujo el tipo máximo del impuesto sobre la renta, recortó drásticamente los servicios del sector público e impuso leyes antisindicales.  Siguió la Gran Recesión de 2008-2009 y luego el desplome pandémico de 2020, cuando el PIB cayó un 7%. El declive económico relativo de la economía israelí se revela en la tasa de crecimiento real del PIB en la Edad de Oro, la crisis de rentabilidad de los años 70, el periodo neoliberal y, ahora, en la Larga Depresión de los años 2010 en adelante.

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En los últimos diez años, los kibutz colectivos han desaparecido rápidamente para ser sustituidos por viviendas suburbanas de alta gama. El valor de la tierra se ha disparado con la especulación inmobiliaria. Se ha producido una erosión continua de la financiación de la sanidad y de otros servicios públicos, lo que ha provocado un aumento del coste privado de la sanidad que se añade a las crecientes diferencias en el acceso a los servicios entre quienes tienen dinero y quienes no.

El sueño socialista del primer Estado israelí ha dado paso ahora a la realidad capitalista.  La brecha entre las rentas más bajas y las más altas en Israel es la segunda más alta del mundo industrializado y el índice de pobreza infantil sólo es superada por México entre los países desarrollados. Por promedio, uno de cada tres niños israelíes vive en la pobreza y una de cada cinco familias subsiste muy por debajo del umbral de la pobreza.

Israel es uno de los países de renta alta más desigual. El 50% más pobre de la población gana una media de 57.900 NIS, mientras que el 10% más rico gana 19 veces más. Así, los niveles de desigualdad son similares a los de EE UU., con el 50% inferior de la población ganando el 13% de la renta nacional total, mientras que la parte del 10% se lleva el 49%.

Por supuesto, la pobreza y la brecha de desigualdad es mucho mayor para las y los ciudadanos árabes de Israel, que representan alrededor del 20% de su población. Pero el índice de pobreza también es elevado en las comunidades judías ortodoxas, que representan una décima parte de la población. En cuanto a Gaza y Cisjordania, los niveles de pobreza son horrendos.

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En marcado contraste, la concentración de riqueza en Israel es la segunda más alta del mundo occidental. Entre los notorios feudos familiares figuran: Arison, Borovich, Danker, Ofer, Bino, Hamburger, Wiessman, Wertheim, Zisapel, Leviev, Federman, Saban, Fishman, Shachar, Kass, Strauss, Shmeltzer y Tshuva. Estas familias controlan colectivamente una quinta parte de los ingresos generados por las principales empresas de Israel y estas 500 empresas principales representan el 40% del sector empresarial y el 59% de los ingresos nacionales.

Esta última guerra no hará caer la economía israelí. El gobierno cuenta con el apoyo militar y financiero de Estados Unidos.

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La guerra continua puede beneficiar a los fabricantes de armas y a los militares, pero a largo plazo reduce la rentabilidad y la inversión en los sectores productivos de la economía. Y para los trabajadores, aparte de la horrible pérdida de vidas, significa una camisa de fuerza para mejorar sus condiciones de vida y el desarrollo humano.

Los gobiernos capitalistas de Israel no tienen solución para el interminable conflicto con el pueblo árabe bajo su ocupación y en sus fronteras. Ahora, con el estallido de otra guerra a un nivel grotescamente intensificado de violencia y represalias, las dulces palabras de The Economist en el 75 aniversario de Israel saben muy agrias, tanto para la población palestina como para la israelí.

¿Continuará así durante otros 75 años?

Traducción: viento sur

Fuente original: https://vientosur.info/israel-la-quiebra-de-un-sueno/

martes, 31 de octubre de 2023

Ucrania ha desaparecido de los medios.

 

Los medios occidentales «cancelan» el conflicto de Ucrania, mientras la cobertura del genocidio palestino expone sus mentiras y falsas noticias

 tts-admin thetruthseeker|

 

 28 de octubre de 2023

 La saturación de la cobertura mediática occidental de los terribles acontecimientos ocurridos en Gaza durante las últimas tres semanas se debe en gran parte a la onerosa necesidad de desviar la atención del escándalo y la debacle de la guerra por poderes de la OTAN en Ucrania.

 La horrenda violencia y el sufrimiento en Gaza han dominado el ciclo informativo mundial. Esto es lógico, dada la terrible escala del desastre en el que más de 7.000 personas, principalmente civiles y casi la mitad de ellas menores, han muerto en las últimas tres semanas a causa de los bombardeos y el asedio israelíes.

 Las cifras de muertos se quedan obsoletas en un día, tal es la destrucción asesina y sin sentido por parte del régimen israelí. Y, sin embargo, Joe Biden y otros políticos occidentales minimizan esta criminalidad al tratar de poner en duda las cifras de víctimas. Qué absolutamente despreciable es la complicidad de Biden y sus cómplices occidentales con este genocidio.

 Pero lo que también es notable es la abrupta cancelación de Ucrania como noticia por parte de los medios occidentales. El descenso generalizado del interés en Ucrania es realmente sorprendente. La precipitada caída en la cobertura de los medios occidentales refleja cómo la guerra por poderes en Ucrania fue siempre una agenda geopolítica artificial, desprovista de cualquier supuesto principio de democracia occidental.

 Durante casi 19 meses, las hostilidades en Ucrania han estado plasmadas en todos los medios de comunicación occidentales. El conflicto fue descrito como el mayor en Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Los gobiernos y los medios de comunicación occidentales condenaron rotundamente a Rusia por su supuesta agresión hacia Ucrania y se proclamó histéricamente que toda Europa estaba amenazada por una posible invasión rusa si Ucrania no era defendida.

 La violencia en Ucrania fue retratada como una manifestación sangrienta de la “gran narrativa” del presidente estadounidense Joe Biden sobre una lucha maniquea global entre “democracia y autocracia”. Al público occidental se le sermoneó que era de vital importancia que se gastaran cientos de miles de millones de dólares y euros para apoyar a Ucrania contra la supuesta beligerancia rusa porque este conflicto era una línea en la arena para los supuestos valores democráticos y la civilización occidentales.

 Esta narrativa siempre fue una parodia de las proporciones de Hollywood. Como discernieron acertadamente muchas personas informadas (aquellas que no confían en la propaganda de los medios de comunicación occidentales), el conflicto en Ucrania fue y es una guerra indirecta contra Rusia ordenada por Estados Unidos y su vehículo militar de la OTAN. La guerra es parte de una lucha geopolítica más amplia del bloque imperialista occidental liderado por Estados Unidos contra Rusia, China y otras naciones de un mundo multipolar emergente que repudia la hegemonía dominada por Estados Unidos.

 Lamentablemente, la prueba de ese análisis la demuestra la obscena violencia genocida en el Medio Oriente. Durante las últimas tres semanas, el régimen israelí respaldado por Occidente ha estado masacrando impunemente a civiles palestinos. Estados Unidos y la Unión Europea han respaldado efectivamente esta criminalidad bajo el fraude del “derecho a la autodefensa” de Israel, y los medios occidentales han amplificado y reforzado este fraude con sus informes distorsionados.

 Por supuesto, esta agresión sorprendentemente criminal ha dominado el ciclo informativo mundial. Todos los medios de comunicación del mundo han quedado paralizados por la barbarie, aunque difieren en su perspectiva sobre cuánta culpa hay que atribuir al régimen israelí o al grupo militante palestino Hamás que desencadenó la escalada de violencia con la matanza en masa de 1.400 israelíes el 7 de octubre (ahora está quedando claro que muchas de esas muertes en realidad fueron causadas por el uso indiscriminado y excesivo de fuerza letal por parte del ejército israelí.)

 En cualquier caso, lo importante aquí es el repentino cese de la cobertura mediática occidental de la guerra en Ucrania. Durante las últimas tres semanas apenas se ha mencionado ese conflicto. Esta absoluta ausencia es fantástica. Durante meses, la guerra en Ucrania recibió una cobertura continua y saturada –aunque con un giro propagandístico antirruso– y luego, sin más, queda un vacío en cualquier atención a lo que antes se había anunciado como una crisis existencial para Europa y la civilización democrática occidental.

 No es que las hostilidades en Ucrania realmente hayan disminuido. Lejos de ello, la batalla entre las fuerzas del régimen de Kiev respaldadas por la OTAN y el ejército ruso ha sido tan feroz como en meses anteriores. Sólo durante la última semana, se estima que más de 2.000 soldados ucranianos fueron asesinados por las fuerzas rusas en el frente de las regiones de Donetsk, Kherson y Zaporozhye.

 ¿Cómo se explica esa ausencia en los medios occidentales? Parte de la “cancelación” del conflicto de Ucrania en la cobertura de los medios occidentales se debe al fracaso de la contraofensiva respaldada por la OTAN que se lanzó a principios de junio. Esa empresa militar fue promocionada como el esperado avance contra las fuerzas rusas después de meses de suministro de armas pesadas por parte de la OTAN antes de la contraofensiva. La táctica ha sido un anticlímax desastroso para la OTAN. Se han perdido hasta 90.000 soldados ucranianos en cuatro meses, lo que suma un total de 400.000 muertes de militares ucranianos en todo el conflicto hasta el momento. El gran impulso de la OTAN ha sido una enorme calamidad. Líneas de defensa rusas a lo largo de una franja del antiguo territorio de Ucrania oriental (ahora parte de la Federación de Rusia) están llegando hasta Crimea y el Mar Negro, y permanecen completamente intactas e invulnerables.

 El gasto de 200 mil millones de dólares en ayuda militar y de otro tipo por parte de Estados Unidos y la Unión Europea para apuntalar un régimen nazi corrupto en Kiev puede verse ahora como la mayor farsa y escándalo de los tiempos modernos. Por lo tanto, los gobiernos occidentales y sus serviles medios de comunicación no deben permitir que el público occidental vea este grotesco desperdicio de dinero y vidas humanas. Hay que desviar de algún modo la atención pública para evitar las resonantes repercusiones políticas.

 La matanza de palestinos que se está produciendo en Gaza y en el territorio ocupado de Cisjordania es una vergüenza mundial que ciertamente merece atención prioritaria. Se debe convocar inmediatamente un alto el fuego y poner fin a los asesinatos en masa y al asedio. Se deben defender los derechos de los palestinos y se debe buscar urgentemente una solución de paz adecuada al conflicto en un marco legal y diplomático genuinamente negociado, no en el proceso falso que Washington y la Unión Europea han estado promoviendo durante décadas.

 Sin embargo, incluso el amplio enfoque de los medios occidentales en la violencia en Gaza no se debe a una preocupación genuina por los hechos, y mucho menos por la verdad o la justicia. Se trata, como siempre, de un encubrimiento de los crímenes del régimen israelí y de la complicidad de los Estados occidentales en el genocidio de décadas contra los palestinos. Un genocidio que se ha prolongado durante 75 años desde la creación del Estado de Israel en 1948 mediante subterfugios británicos y estadounidenses, como ha explicado esta semana nuestro columnista Finian Cunningham.

 No, la saturación de la cobertura mediática occidental de los terribles acontecimientos ocurridos en Gaza durante las últimas tres semanas se debe en gran parte a la onerosa necesidad de desviar la atención del escándalo y la debacle de la guerra por poderes de la OTAN en Ucrania.

 La rapidez y conveniencia de cancelar la historia de Ucrania por parte de los medios occidentales y sus gobiernos son una muestra poderosa. Las supuestas preocupaciones sobre Ucrania nunca se referían ni a principios ni a la supuesta narrativa de defender la democracia. Si había alguna sustancia creíble en esa narrativa, ¿cómo se puede prescindir de ella tan fácilmente? Es digno de contemplar cómo los medios occidentales simplemente han abandonado a Ucrania como si fuera un producto dañado que ya no sirve para nada o, peor aún, un trapo sucio.

 Es una tragedia diabólica más en el largo sufrimiento del pueblo palestino. El régimen israelí respaldado por Occidente no sólo los aniquila, los mata de hambre y les niega sus derechos humanos básicos. Su sufrimiento es también una prueba conmovedora del cruel engaño y la criminalidad de Estados Unidos y sus socios occidentales en Ucrania.

 Fuente:  

 https://www.thetruthseeker.co.uk/?p=275031 

lunes, 30 de octubre de 2023

Palestina retrata la política occidental .

 

                                   

Palestina retrata la política occidental

 Rafael Poch

La impunidad que los cómplices occidentales brindaron a Israel durante décadas, convirtió a sus dirigentes en estúpidos además de criminales.

Los tres principales países europeos, Reino Unido, Francia y Alemania se han declarado, junto a Estados Unidos e Italia, “unidos y coordinados para garantizar que Israel pueda defenderse”. Palestina lleva muchos años retratando la política occidental. Gracias a ese apoyo, el invocado derecho de Israel a la existencia, un derecho verdadero que ningún estado capaz de conculcarlo pone en duda, se traduce en el derecho a la aniquilación de los palestinos. La suma de la herencia colonial europea y la responsabilidad europea por el genocidio de seis millones de judíos europeos tiene por absurda y trágica consecuencia permitir que Israel se proponga y cometa la destrucción de los palestinos no solo como entidad política y nacional, sino como sociedad.

Esos tres países fueron primero responsables del colonialismo judío en Palestina. El Reino Unido por la declaración de Balfour de 1917 prometiendo un hogar al sionismo en tierras que había que quitar a otros. Alemania por el holocausto que lógicamente, precipitó posteriormente el éxodo masivo hacia aquellas tierras. Francia, por su complicidad en la detención, deportación y eliminación de judíos vía el colaboracionismo de su gobierno con Hitler.

Esos mismos países fueron a continuación responsables por pasividad del incumplimiento de un acuerdo de paz alcanzado en 1993 en Oslo por el que los palestinos renunciaron a la lucha armada a cambio de la formación, en el plazo de cinco años, de su estado en Gaza y Cisjordania, de acuerdo con las resoluciones de la ONU. Tres años después de la firma de aquellos acuerdos, el general israelí que los firmó, Isaac Rabin, fue asesinado, no por los palestinos, ni por Irán o algún estado árabe, sino por un extremista religioso judío. Su sucesor como primer ministro y también general, Ariel Sharon, torpedeó los acuerdos de Oslo. El firmante palestino de los acuerdos, Yaser Arafat, acabó recluido en su sede palestina y murió en 2004, probablemente envenenado por Sharon, recuerda el veterano ex periodista de Beirut Rene Naba Chronique audio : Israël / Palestine – Madaniya

Los palestinos no tuvieron su estado, Israel continuó ampliando sus asentamientos ilegales, se retiró militarmente de Gaza para convertirla en prisión, sin que los países europeos, dijeran ni hicieran nada a efectos prácticos. Hace cuarenta años que no hacen nada, más allá de subvencionar el mantenimiento de la prisión israelí con infraestructuras, que el ejército ocupante destruye periódicamente en sus incursiones. Al contrario, premiaron a Israel con relaciones privilegiadas con la Unión Europea.

Respecto al papel de Estados Unidos no es necesario extenderse: han sido el principal apoyo de la continua violación israelí del derecho internacional y las resoluciones de la ONU. Sin ese doble apoyo americano y europeo, la actitud de Israel sería diferente y el fin de 75 años de colonialismo, una figura del siglo XIX insostenible en el siglo XXI, mucho más probable.

Todo ha sido dicho ya sobre esto hace años. (Véase aquí Rafael Poch – La loca carrera de Israel (grijalvo.com) y aquí Europa y Gaza, de Rafael Poch en los Blogs de La Vanguardia el 21/01/2009 | Reggio’s Weblog dos muestras de 2009). A nadie se le escapa que ahora será peor. Mucho peor. Se anuncia una masacre sin precedentes. La ley israelí, según la cual una muerte judía vale cien muertes palestinas, actuará una vez más para lavar la humillación de que el cuarto ejército del mundo haya sido sorprendido desde la cárcel a cielo abierto más vigilada del planeta por un grupo de milicianos suicidas. Con la importante salvedad de las odiosas y atroces muertes indiscriminadas y toma de rehenes de civiles inocentes, la fugaz incursión de los milicianos recuerda al desesperado levantamiento judío del gueto de Varsovia de abril-mayo de 1943: humillación de la potencia racista ocupante y, pasada la sorpresa, devastación del gueto. En eso estamos.

La loca carrera de Israel sigue su curso, pero en condiciones cada vez más inquietantes por su contexto de múltiple y creciente tensión bélica internacional. Israel es un país pequeño sin recursos naturales y rodeado de estados hostiles y poblaciones árabes radicalizadas por décadas de injusticia y doble rasero. En las propias metrópolis europeas, Londres, París, Berlín…, donde se prohíben las manifestaciones en apoyo a Palestina, se palpa esa tensión. Estados Unidos, el gran valedor de Israel, está en posición delicada. Su guerra por poderes en Ucrania se ha convertido en un agujero negro. (90.000 bajas ucranianas desde el inicio de la desastrosa contraofensiva el 4 de junio, según declaró Putin el 5 de octubre, y el dato es creíble). Las reservas de armamento de su ejército están agotadas. El Pentágono se está preparando abiertamente para la guerra con China mientras libra indirectamente una guerra contra Rusia. Por si fuera poco, Biden está en el centro de la pelea en el interior del establishment americano, sin precedentes por la criminalización entre candidatos adversarios a las presidenciales del año que viene.

Con la excepción de Europa, la posición internacional de Estados Unidos está yendo a menos en todo el mundo. El gobierno estadounidense es menos potente ahora de lo que lo ha sido en cualquier momento del periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, recuerda el activista y abogado canadiense Dimitri Lascaris.Palestinians launch devastating offensive when the U.S. can least afford it – Dimitri Lascaris: Activist Journalist Lawyer Y eso es así no solo en África, América Latina y Asia, sino particularmente en Oriente Medio como ha dejado bien claro el acuerdo entre Irán y Arabia Saudí con mediación china y antes rusa. Pese a la voluntad saudí de acercarse a Israel, las burdas provocaciones en la mezquita de Al Aqsa revientan cualquier voluntad del infame “guardián de los santos lugares” por alinearse con Israel.

Si los dirigentes de Israel hubieran tenido la previsión y la humildad de comprender que el dominio de Estados Unidos no podía durar para siempre, habrían firmado la paz con los palestinos hace mucho tiempo en condiciones favorables cuando su protector dominaba los asuntos mundiales, pero la impunidad de Israel durante décadas convirtió a sus dirigentes en estúpidos. Desperdiciaron repetidamente oportunidades de paz en condiciones favorables, porque lo querían todo. Toda la Palestina histórica, cada centímetro de ella. Ahora están atrapados por su propia arrogancia y codicia”, dice Lascaris. Y concluye: “en este delicado momento, lo último que necesita el gobierno de Estados Unidos es otra conflagración en Oriente Medio. Sus fuerzas militares están sobrecargadas, su reputación está maltrecha, su política interior es un caos. Si Biden y su círculo íntimo tuvieran algo de sentido común, le dirían en privado a Netanyahu que Israel debe responder con considerable circunspección. Por desgracia no hay motivos para creer que eso es lo que vaya a hacer la administración Biden”.

 

https://rafaelpoch.com/2023/10/14/palestina-retrata-la-politica-occidental/#more-1325

viernes, 27 de octubre de 2023

Guerra, paz y periodismo .


                                                                             


 Guerra, paz y periodismo en el genocidio del pueblo palestino

 Por Virginia Pérez Alonso

  | 27/10/2023 |  

 «Ninguna guerra es justa. Cuando no se hallan maneras de resolver políticamente los desacuerdos, la guerra no es otra cosa que la demostración de la ineficiencia diplomática o, peor, su inoperancia frente a los grandes intereses».

 Estas dos frases son las más duras de un artículo de Chantal Maillard, poeta y filósofa española nacida en Bélgica, Premio Nacional de Poesía y Premio de la Crítica, que fue rechazado por los medios en los que habitualmente colabora.( ¿ El País ? )

Este rechazo ilustra muy bien el momento en el que estamos, una ola belicista en la que quien renuncia a surfearla, queda automáticamente arrinconado.

 No es algo nuevo

Ahora que el desigual conflicto entre Israel y Palestina vuelve a la palestra, no está de más recordar el apoyo cerrado a Israel de los principales Gobiernos occidentales/USA/OTAN/UE. Apoyo que es recogido en los medios de comunicación globalizada sin aportar prácticamente contexto y sin una perspectiva periodística de derechos humanos y del entorno ecológico.

 Pero déjenme que les hable del libro La guerra es la salud del Estado (Ediciones El Salmón). Los dos breves ensayos que contiene fueron escritos por Randolph Bourne en 1917 y1918. Bourne mantuvo desde 1914 una postura antibelicista que lo enfrentó a casi toda la izquierda estadounidense. Acabó marginado y expulsado de los medios en los que escribía.

 Según él, los Estados se sirven de la guerra para extender su dominio más allá de sus fronteras y aplastar cualquier disidencia interna con leyes de excepción.

 En el primero de los ensayos (La guerra y los intelectuales), Bourne escribe:

 «Una clase intelectual totalmente racional habría llamado insistentemente a la paz y no a la guerra. Durante meses, la necesidad apremiante ha sido la de una paz negociada, para evitar la ruina de un callejón sin salida. Esta misma habilidad política, empleada con determinación en aras del intervencionismo militar, ¿no habría podido asegurar una paz que no hubiera supuesto el sometimiento de ninguno de los dos bandos?».

 Y en páginas anteriores:

 «Los intelectuales se han identificado con las fuerzas menos democráticas de nuestra sociedad. Han asumido el liderazgo para la guerra de esas mismas clases contra las que viene luchando la democracia estadounidense desde tiempos inmemoriales; sólo en un mundo en el que no quedara rastro de la ironía podría una clase intelectual entrar en guerra a la cabeza de semejantes cohortes antiliberales en la causa declarada del liberalismo y la democracia mundial. No ha quedado nadie para señalar la naturaleza antidemocrática de este liberalismo de guerra: en tiempos de fe, el escepticismo es el más intolerable de los insultos».

 Un siglo después, en lo que respecta a la guerra de Ucrania, estamos prácticamente igual. Asistimos a un malabarismo intelectual y dialéctico en el que la paz y la guerra se vuelven equivalentes: Ucrania puede ganar aun cuando pierda, y Rusia pueda perder aun cuando parezca ganar.

 «Si quieres la paz, prepárate para la guerra», decía Vegetius, un alto aristócrata romano conocido por su belicismo radical y por haber inspirado a los ideólogos del fascismo italiano.

 Y eso es precisamente de lo que nos intentan convencer: de que a la paz se llega con la guerra y, en este caso, con el aplastamiento de los rusos. Un discurso que han mantenido, por ejemplo, Los Verdes alemanes/amarillos.

 En esa línea argumental, nadie agrede, todos se defienden. Pero entonces, ¿a qué llamamos paz? ¿A la no violencia o a la defensa de un statu quo?

 En ese marco, el discurso de guerra justa y la justificación del envío de armas han sido aceptados mayoritariamente por la ciudadanía, sin mayores reparos. Entre otros motivos, porque los medios mediáticos globalizados de comunicación así lo reflejaron y lo siguen reflejando.

 Y esto por qué sucede? Por distintos motivos

 1. En sociedades acostumbradas a consumir información en forma de píldoras y en las que todo se simplifica al máximo, cuando toca analizar una realidad compleja se da una necesidad de identificar a un malo y a un bueno. Recordemos que la película siempre comienza cuando alguien se siente agredido y se tiene que defender.

 Es mucho más fácil y eficiente (en términos de impacto en las audiencias) moverse en blancos y negros en lugar de bucear entre los grises. Porque los grises generan dudas, preguntas, incertidumbres, reflexiones y necesitan de tiempo, ese bien en peligro de extinción. Y en esos matices la figura del bueno y del malo quedan diluidas.

 Como todas las guerras, la de Ucrania podría haberse evitado si los Estados implicados hubieran actuado sobre seguridad Rusa las causas que motivaron la invasión. Esto señala de igual manera a Ucrania, Rusia, Estados Unidos, a los países de la OTAN y a la UE. Algo que es compatible con la condena sin paliativos de la invasión de Rusia.

 Pero es mucho más fácil visualizar la dicotomía malo-bueno que analizar la situación en profundidad y enfrentarnos a reflexiones que pueden hacer aflorar nuestras propias contradicciones.

 Y también es mucho más rentable. En términos de repercusión, de no significación (siempre es más agradecido ir con la masa enajenada que romper moldes) y por supuesto en términos económicos. Vamos a ver por qué.

 2. En los últimos 20 años hemos visto cómo la revolución tecnológica ha impactado de lleno en los medios de comunicación. Una de las consecuencias de las incesantes reducciones de costes en los medios ha sido el desmantelamiento de las secciones de Internacional.

 Apenas quedan ya corresponsales y las redacciones se han vaciado de periodistas muy preparados, que tenían un gran conocimiento de cuestiones cruciales para todos. Porque no olvidemos que todo lo que sucede en la otra punta del mundo, terminará teniendo consecuencias allá donde estemos.

 Esto implica que, en el mejor de los casos, la información internacional acaba quedando en manos de las grandes agencias de noticias (Reuters, Associated Press). Y que por tanto miramos la realidad desde prácticamente el mismo lugar y con una perspectiva limitada.

 Ese lugar común es muy occidental, muy blanco y muy masivo determinista. Y responde a la unipolaridad que hoy rige el mundo: ESTADOS UNIDOS es principal poder militar, económico, cultural, científico y energético. Es indiscutible que la agenda mundial viene hoy marcada por ESTADOS UNIDOS. Y que los medios mediáticos globalizados así lo reflejan.

 A esto hay que sumar la paulatina transformación de la información en una mercancía. Los medios de comunicación, muchos de ellos en una situación económica muy precaria, generan más ingresos cuanto más leídas sean sus informaciones.

 La información internacional no es la que concita precisamente más lectores. Por tanto, las empresas periodísticas suelen darle menos peso y cuando ocurre una circunstancia como la guerra de Ucrania, no tienen periodistas suficientemente formados ni recursos económicos para abordarlas.

 3. Hablaba de esa perspectiva occidental, blanca y masculina. Y quiero incidir en lo masculino y en el color de la piel.

 La mayoría de los medios de comunicación están dirigidos por varones, que suelen copar también las jefaturas intermedias. En los 30 años que llevo dedicada a este oficio, la única redacción dirigida por mujeres que he conocido es la de Público. Y en todo este tiempo he sido testigo de cómo en las reuniones de redacción, los jefes hablaban alegremente de la necesidad de enviar los tanques a tales o cuales lugares, incluso dentro de España. Por ejemplo, con el conflicto catalán, sin ir más lejos.

 Esto se traduce luego en las maneras de contar y acaba derivando en una narrativa belicista que resulta muy difícil de romper precisamente por lo arraigada que está.

 Si a esta masculinidad un poco neandertal le añadimos la occidentalización, nos encontramos con que fabricar explosivos para resistir una invasión puede llegar a ser algo defendible cuando quien lo hace es europeo y blanco.

 Y a partir de ahí saquen sus propias conclusiones sobre las diferencias de tratamiento para los ciudadanos palestinos en comparación con los ucranianos, por poner un ejemplo.

 En circunstancias como estas, lo esperable y deseable sería que los medios de comunicación analizaran las implicaciones éticas del envío de armas por parte de países occidentales a Ucrania y la hipocresía y el trasfondo racista en el tratamiento ‘institucional’ y mediático de las víctimas de unos conflictos o de otros.

 Pero esto no solo no sucede, sino que quienes intentamos hacerlo, somos condenados al ostracismo en el mejor de los casos. Es decir, intentar abrir el foco, tener una mirada más amplia, inclusiva con los derechos humanos y enfocada a la paz supone hoy un estigma. Y así llegamos al punto en que no existen apenas espacios para un debate público que aborde este asunto.

 Al final, ese discurso dominante que incide en la guerra como el camino para la paz lo que hace es perpetuar la falta de cultura democrática.

 4. La sociedad ha asumido el marco discursivo de la extrema derecha. Y los medios de comunicación también, algunos de ellos incluso en el prime time.

 Resulta complicado no hacerlo cuando la propia política migratoria de la UE rezuma exclusión y miedo: se prefiere financiar a Turquía o Libia para que frenen en sus fronteras a quienes quieren desplazarse a países de la Unión Europea antes que invertir en programas inclusivos; mejor levantar muros y vallas, enriqueciendo de paso a la industria del control migratorio (que en gran parte es la industria armamentística), que trabajar de forma global y articulada en soluciones de integración.

 En este escenario desaparecen, también en la mayoría de los medios de comunicación, factores como la emergencia climática, los conflictos armados o la depredación occidental de determinados países, que están detrás de la mayor parte de movimientos migratorios. O se narran de manera desarticulada, dando la sensación con demasiada frecuencia de que estos hechos y las migraciones no están conectados.

 La consecuencia de todo esto la expresó muy bien Averroes hace 900 años:

 «La ignorancia lleva al miedo, el miedo lleva al odio y el odio lleva a la violencia. Esa es la ecuación».

 5. La desinformación campa y ha campado a sus anchas. En el caso de la guerra de Ucrania, los bulos y manipulaciones que circulan por Occidente están diseñados para provocar la simpatía por Ucrania y la hostilidad hacia Rusia. Y no en pocas ocasiones acaban en las páginas de los medios de comunicación.

 Por ejemplo, la Casa Blanca tuvo que desmentir a la CNN cuando la cadena anunció que Biden había asegurado a Zelenski que la invasión tendría lugar «en cuanto se congelase el terreno».

 También se divulgaron de forma masiva, y como si fueran reales, imágenes de un videojuego en las que se ve cómo un ‘heroico’ piloto de combate ucraniano intenta derribar desde tierra aviones de combate.

 Otro ejemplo: los medios occidentales informaron de forma generalizada de que las tropas rusas habían masacrado a 13 soldados ucranianos en el Mar Negro. Pero en aquella ocasión, los medios rusos decían la verdad: había 82 soldados ucranianos y se habían rendido. Todos estaban sanos y salvos.

 Aún no se había prohibido en Europa la difusión de medios estatales rusos en una decisión sin precedentes y que también ha sido aplaudida casi sin fisuras.

 Los medios deben, más que nadie, distinguir la realidad de la propaganda, la verdad de un bulo. Pero también los lectores y espectadores. Y es ahí donde se entra en un extraño frenesí en el que algunos se convierten en una especie de policías del purismo periodístico e ideológico, cuya misión es salir a la caza de todo aquello que consideran que incumple sus parámetros.

 Es una de las consecuencias del consumo de información en píldoras: ya no se lee un medio en su conjunto, sino por piezas, por lo que el lector se pierde el conjunto de la línea editorial. Y se acaba haciendo una lectura de prensa de trinchera, no para conformarse una visión global, sino para reafirmarse en las posturas propias, sean estas las que sean.

 Los medios de comunicación

 Por todo esto, el papel de los medios en una guerra es más relevante que nunca. Y precisamente por ello, «la primera víctima cuando llega la guerra es la verdad».

 Esta frase, atribuida al senador estadounidense Hiram Johnson en 1917, fue pronunciada hace casi cien años durante la Primera Guerra Mundial. Y, como un boomerang, nos devuelve al inicio de esta ponencia, a Randolph Bourne, a su conocido aforismo «La guerra es la salud del Estado» y a concluir que esa salud de los Estados debe de estar en uno de sus mejores momentos, a la vista del panorama internacional.

 La historia se repite y nos devuelve, desgraciadamente, a caminos ya transitados en los que volvemos a estrellarnos. Sí, también en el periodismo y en los medios de comunicación.

 Querido pueblo palestino, el presente es de lucha y el futuro es vuestro.

 https://rebelion.org/guerra-paz-y-periodismo-en-el-genocidio-del-pueblo-palestino/

jueves, 26 de octubre de 2023

La Ilíada o el poema de la fuerza .

                                                

Reseña de La Ilíada o el poema de la fuerza, de Simone Weil (Trotta, 2023)

La violencia de nuestra cultura en las fuentes griegas


 

Los pocos años de vida que los hados concedieron a Simone Weil fueron concienzudamente aprovechados en una indagación filosófica sobre el sentido y las expectativas de lo humano, que no excluyó nunca un duro compromiso con la realidad más real.

Sus numerosos textos, en los que aflora a la par su inquietud mística y su empatía con el dolor ajeno, elaboran una síntesis original del pensamiento platónico y el mensaje del evangelio, perfectamente ajustada a los desvelos del presente.

Muchos de los trabajos de Weil han sido publicados en castellano por Trotta, entre ellos La Ilíada o el poema de la fuerza, en 2023, una penetrante reflexión que identifica este poema como la gran epopeya de Occidente, reveladora de nuestra amarga cautividad en un abismo de violencia. Se trata de un breve opúsculo que había sido incluido en volúmenes anteriores, con traducción y notas de Agustín López y María Tabuyo, y se ofrece ahora de manera independiente en el librito recién aparecido. Éste recoge también fragmentos sobre la guerra y la fuerza extraídos de los Cuadernos de Weil, con traducción y notas de Carlos Ortega.

La vida como mensaje

Nacida en 1909 en París en una familia judía, laica e intelectual, con veintidós años Simone Weil se graduó en filosofía en la Escuela Normal Superior y fue nombrada profesora del liceo de Puy-en-Velay. Un principio que gobernó su vida, ya desde niña cuando le llegaban noticias de la Gran Guerra, fue tratar de remediar en la medida de sus posibilidades el sufrimiento provocado a los más débiles en la jungla en que veía convertida la sociedad. Fiel a esta idea, al declararse una huelga en Puy, ella fijó su mínimo vital en el subsidio de los trabajadores desempleados y repartía el resto para ayudarles. No contenta con ello, y a fin de identificarse más plenamente con los explotados, en 1934 y 1935 pidió la excedencia y se empleó en la factoría Renault, donde afirmó haber sentido en su piel “la marca del esclavo”.

Esta sensibilidad ante la desgracia de los otros iba acompañada en el caso de Weil de una reflexión sobre el origen de las calamidades que observaba en términos económicos y de estructura social. Daba clases gratuitas a obreros y refugiados, y desde un pacifismo radical que sólo abandonará cuando comience la II Guerra Mundial, defendía políticas reformistas que permitieran aumentar la educación de las masas y afrontar una revolución auténticamente exitosa. Al estallar la Guerra Civil Española, se alistó en la Columna Durruti, pero nunca hizo uso de armas. Aceptaba la opción de morir, pero no la de dar muerte, y trató de detener sin éxito ejecuciones de elementos facciosos, lo que le generó una enorme frustración.

Durante la II Guerra Mundial, Simone Weil trabajó como campesina en el sur de Francia, de nuevo renunciando a lo “excesivo” de sus ingresos, que destinaba en este caso a la Resistencia. A finales de 1942 se estableció en Londres y trató de que se le encomendaran misiones en su país, pero en el entorno de De Gaulle se rechazó esta posibilidad por su condición de judía, que hacía difícil la supervivencia si era detenida. Además, en estos días la mala alimentación estaba haciendo estragos en la frágil constitución de Simone. Se le diagnosticó tuberculosis y en agosto de 1943 un infarto acabó con su vida. La mayor parte de su obra fue publicada después de  su muerte.                  

 Weil durante la Guerra Civil Española, donde luchó junto a anarquistas y comunistas en la columna de Buenaventura Durruti, 1936.

Mística salvaje en maceta cristiana

La sensibilidad social y empatía de Simone Weil están vivas desde sus primeros años, pero sólo en la década de los 30 su pensamiento alcanzó la dimensión espiritual característica de su última etapa. Educada en un ambiente laico, poco significaban para ella los dogmas y rituales de la religión, pero algunas experiencias van a cambiar esto completamente. En 1935, escucha himnos de una tristeza desgarradora en una iglesia portuguesa, que la llevan al convencimiento de que “El cristianismo es la religión de los esclavos”. Dos años después, en Asís, tuvo una vivencia que describió así: “Estando sola en la pequeña capilla románica de Santa María de los Ángeles, incomparable maravilla de pureza, donde San Francisco oró muchas veces, algo más fuerte que yo me obligó, por primera vez en mi vida, a arrodillarme”. Por fin, en 1938, en un momento de intenso dolor físico, mientras lee un poema de George Herbert, experimenta una presencia de Cristo que define como: “Más personal, más segura, más real que la de un ser humano, inaccesible a los sentidos, (…) análoga al amor que brilla a través de la sonrisa más tierna de un ser querido.”

Estas genuinas experiencias místicas, fruto de la aguda sensibilidad de nuestra filósofa y de su anhelo de trascendencia, son plantas salvajes que podrían haber brotado en cualquier ambiente propicio, pero el caso es que nacieron con una impronta cristiana y esto va a marcar el resto de la vida de quien las experimentó. Puede decirse que estas vivencias significaron una “conversión al cristianismo”, con lo que el libre espíritu que hasta entonces había caracterizado a Simone Weil, quedó a partir de aquí sustituido por una relación tensa y conflictiva con la doctrina católica.

El intento de encauzar el misticismo de Weil en moldes cristianos termina al fin en proposiciones que desde la ortodoxia se ven como heréticas o cismáticas. Desaprueba ella, por ejemplo, el espíritu que inspira el Antiguo Testamento, con su cruel deidad tribal, lo que tiene doble mérito, dado su origen judío. Igual repudio le merecen las estructuras eclesiales, tan marcadas a lo largo de su historia por intransigencia, misoginia y fanatismo dogmático. Por otro lado, explicar la presencia del mal en la obra de un ser infinitamente bueno y todopoderoso, nada menos, obliga a Weil a recurrir al malabarismo de un dios “ausente de la creación”. En cualquier caso, resulta un progreso que la misma institución que en otro tiempo, ante estas disidencias, hubiera condenado a la indócil a la hoguera, se limite ahora a expresar su rechazo, sin dejar de celebrar que una lúcida pensadora se haya convertido a su fe, aunque sea a su manera.

No es éste el momento de detenerse en la filosofía de nuestra autora, pero es interesante subrayar que a través de ella sigue brillando un empeño humanista en conceptos muy sugestivos, como el de “enraizamiento”, desarrollado en un texto publicado póstumamente en 1949 por Albert Camus. En este trabajo, Weil ofrece una ética y una teoría social que abordan todos los aspectos vitales de la existencia, define cuidadosamente las necesidades del ser humano y argumenta cómo la negación de éstas crea una situación de desarraigo que debe ser corregida por la reflexión, la educación y la acción política. La moral burguesa y sus instrumentos, estado y dinero, nos han alienado, y según Weil hemos de hallar la forma de enraizarnos en nuestra esencia verdadera, espiritual y solidaria.

Una lectura de los clásicos griegos

Simone Weil era una helenista aguda y original, ferviente admiradora de Pitágoras y Platón, a los que trataba de conciliar con el cristianismo de los evangelios. A través de sus experiencias como obrera, sintió en su carne la impotencia de la voluntad y eso la llevó a una lectura de los trágicos griegos en la que capta la dignidad infinita que puede cobijar un ser pisoteado por los hados. Personajes como Antígona o Electra nos muestran la posibilidad de un amor sobrenatural, que revela la grandeza humana, “impotente para alcanzar el bien, pero irreductible en su amor a él.”

El trabajo sobre la Ilíada aquí reseñado fue publicado en 1940 y 1941, aunque existían borradores desde 1938. En él Weil, intercalando fragmentos del poema en su propia traducción, reflexiona sobre el significado de la fuerza que se impone al ser humano y llega a hacer de él un despojo o un esclavo, privado de vida interior. Sin embargo, es importante reconocer que el estigma de esta violencia doblega a todos, incluso a los reyes y al divino Aquiles. Por otro lado, la idea más dolorosa es que son los propios humanos en su locura el brazo ejecutor de la fuerza. A veces son capaces de palabras razonables, pero éstas caen en el vacío, y triunfan la ira y la venganza. “El guerrero no es más que una conciencia sin espíritu, un alma muerta.”

Se recorren también los escasos momentos en que afloran en el poema la hospitalidad y el amor, de camaradas, hijos, padres y esposos, pero para Weil estos estímulos positivos son amenazados siempre por el imperio de la fuerza y sólo pueden ser experimentados “dolorosamente”. Ella cree que “Esta subordinación es la misma en todos los mortales, aunque el alma la lleve de manera diferente según el grado de su virtud.” Su conclusión es que esta visión caracteriza la Ilíada como la única epopeya de Occidente, sólo continuada en las tragedias de Esquilo y Sófocles y en el evangelio. Gracias a estos textos alcanzamos una sabiduría luminosa: “No es posible amar y ser justo más que si se comprende el espíritu de la fuerza y se aprende a no respetarlo.”

La obra finaliza con un rápido repaso de la historia de Occidente para comprobar la ausencia generalizada en ella del impulso que se acaba de exponer. Algo se aprecia de él en Villon, Shakespeare, Cervantes o Molière, pero según Weil, Europa recuperará sólo el genio épico cuando aprenda a “no creer nada al abrigo de la suerte, no admirar nunca la fuerza, no odiar a los enemigos y no despreciar a los desdichados,” lo cual según ella es dudoso que suceda pronto.

Si pensamos la vida, y la literatura, no como un soliloquio narcisista, sino como el empeño de crear solidaridad que nos haga felices en los otros, la biografía, y la obra, de Simone Weil, son el mejor ejemplo de que tal empeño encarna en ocasiones en el mundo. En esta mujer, los argumentos y las emociones, los compromisos terrenos y los gozos del espíritu atienden a un fin único que no es otro que la justificación y la construcción de una sociedad donde el ser humano se libere del imperio de la fuerza que lo tiene postrado. Su lúcido trabajo sobre la Ilíada nos revela la genialidad de este poema en el retrato de esta desolación que tortura la historia desde sus comienzos.

Blog del autor: http://www.jesusaller.com/. En él puede descargarse ya su último poemario: Los libros muertos.

lunes, 23 de octubre de 2023

El “derecho a defenderse» y la hipocresía occidental .

 

                                             

El “derecho a defenderse» y la hipocresía occidental

 “Pronunciado en lo que correctamente calificó de punto de inflexión en la historia, los comentarios del presidente reflejan el riesgo que supondría que Estados Unidos pudiera abandonar a sus amigos mientras las guerras se propagan en Ucrania e Israel”, escribía el editorial del sábado de The Washington Post. El influyente medio estadounidense se refiere al discurso de Joe Biden en el que afirmó que “Hamas y Putin representan diferentes amenazas, pero ambos quieren aniquilar completamente a la democracia vecina”. Dirigiéndose a la nación desde el despacho oval, Biden quiso vincular ambas guerras en una lucha global en la que Estados Unidos debe hacer valer su posición como nación excepcional. Además de movilizar a la opinión pública hacia la defensa de dos guerras que implican un alto grado de peligro de escalada -un conflicto directo con Rusia implicaría un enfrentamiento nuclear, mientras que el peligro de una guerra regional en Oriente Medio puede tener consecuencias gravísimas para la zona-, Biden busca garantizar la financiación para ambos proyectos.

Las cifras, Ucrania se llevaría alrededor del 60% de los fondos solicitados, y las necesidades dejan ver que financiar a Kiev sigue siendo la prioridad del Partido Demócrata. La fatiga de la guerra se ha hecho notar en los últimos meses e incluso el presidente ucraniano, generalmente adverso a admitir las realidades incómodas, lo ha denunciado. Los argumentos que en febrero y marzo de 2022 movilizaron la solidaridad internacional con los refugiados ucranianos que huyeron de la guerra hacia el oeste ya no son suficientes para convencer de que la guerra debe continuar a toda costa y bajo cualquier condición, por lo que Biden se ha visto obligado a modificar el discurso. Aprovechándose de la situación en Gaza, el Gobierno de Estados Unidos ha adoptado el argumento ucraniano de presentar los conflictos actuales como una única lucha contra la democracia y ha creado un nuevo eje del mal que, en realidad, podría parecer más una red. No se trata del eje Hamas-Moscú, sino también el Moscú-Pyonyang o Moscú-Teherán, argumentos utilizados indistintamente dependiendo de las necesidades.

En esta labor, Estados Unidos, al igual que sus socios europeos, se ha encontrado con las irremediables contradicciones que existen entre las situaciones de Israel y de Ucrania, que han puesto de manifiesto una hipocresía que ha estado presente desde el inicio del conflicto ucraniano. Desde el 7 de octubre, momento en el que Tel Aviv sustituyó a Kiev como punto prioritario de la agenda política occidental, la idea del derecho de Israel a defenderse ha sido el lema más repetido por las autoridades estadounidenses y europeas, que se han unido de la misma manera que lo hicieran en febrero de 2022 para denunciar a una parte y apoyar incondicionalmente a la potencia ocupante. Todo ello a pesar de que contradice abiertamente el razonamiento por el que se ha legitimado la necesidad de defender a Ucrania hasta la victoria final en la guerra.

Desde febrero de 2022, el argumento del rechazo al uso de la fuerza por parte de Rusia ha sido uno de los elementos centrales para justificar el apoyo incondicional a Ucrania. Kiev tenía derecho a defenderse de una invasión no provocada y Occidente tenía la obligación de apoyar al país en el momento de necesidad, cuando existía el riesgo de desaparición del país. La idea de que si Rusia deja de luchar se acabaría la guerra, mientras que si Ucrania dejara de luchar desaparecería ha sido otro de los grandes argumentos de la guerra. El razonamiento -más que cuestionable, ya que la retirada rusa no eliminaría el conflicto civil existente en Ucrania ni Rusia ha mostrado interés por ocupar todo el país- otorga a la intervención militar rusa un matiz totalitario y quizá incluso genocida que las autoridades ucranianas han querido explotar al máximo. Kiev ha llegado a calificar de limpieza étnica el traslado de menores de Donbass a campamentos de Bielorrusia para pasar el verano.

La captura rusa de amplias zonas del sur de Ucrania, sumada a Crimea, bajo control ruso desde 2014, y a las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, evidentemente prorrusas desde que comenzara la rebelión de Donbass, ha supuesto para Occidente la posibilidad de explotar el derecho que la legislación internacional otorga a las poblaciones ocupadas a luchar contra el ocupante. De esta forma, la asistencia militar, económica, política y diplomática no solo era necesaria para Occidente, sino que se convertía en una obligación moral. Ese mismo argumento, el de la lucha contra la potencia ocupante, es utilizado para justificar bombardeos ucranianos contra la población civil -algo que ha aumentado desde 2022, pero que comenzó durante la guerra de Donbass, cuando las tropas rusas ni siquiera ocupaban el territorio-, asesinatos selectivos en los territorios bajo control ruso, privación del derecho a obtener salarios y pensiones e incluso cortes de agua.

Ninguno de esos derechos se ha hecho extensible al pueblo palestino, bajo ocupación desde el año 1948 y sin que las autoridades israelíes hayan querido jamás buscar un acuerdo. Israel y Ucrania no solo comparten el desprecio por la población que les hace frente -el pueblo de Donbass ha cumplido para Zelensky y Poroshenko el papel del pueblo palestino para Tel Aviv- sino el rechazo absoluto a cumplir con los compromisos adquiridos. De esta forma, los acuerdos de Oslo o la solución de los dos Estados no son más que la aplicación de la lógica ucraniana de los acuerdos de Minsk: exigir todo al enemigo sin ofrecer nada a cambio. Nada de eso sería posible sin el apoyo prácticamente incondicional de las potencias occidentales, que han protegido a Kiev y Tel Aviv de las críticasy, en el caso israelí, también de la posibilidad de ser investigados por la Corte Penal Internacional pese a los repetidos ejemplos de crímenes de guerra.

En este contexto, los casos en los que alguna autoridad europea se ha alejado del discurso oficial han sido escasos y generalmente se han dirigido a aspectos concretos y por motivos no siempre completamente humanitarios. Desmarcándose ligeramente de la autoritaria postura de Úrsula von der Leyen, que ha secuestrado la política exterior de la Unión Europea para subordinar sus intereses a los de Estados Unidos, Josep Borrell se mostró crítico con Israel tras el anuncio del corte de electricidad y suministro de agua a Gaza. “Lo hemos dicho en Ucrania y lo decimos en Gaza: no se puede cortar el agua y todos los servicios a una población”, afirmó el Alto Representante de la Unión Europea para la Política Exterior y de Seguridad en una entrevista concedida a El País. En realidad, en el caso de Ucrania, las denuncias han llegado solo cuando la situación ha afectado a la parte correcta de Ucrania, no a las poblaciones de Donbass o Crimea.

Estos días se ha recordado también la denuncia de von der Leyen o la calificación de “barbarie” de los ataques rusos contra las infraestructuras ucranianas que, al contrario que en Gaza, nunca han dejado a la población sin suministro eléctrico o sin agua potable. Sin embargo, todos ellos olvidan un detalle: esas condenas, los calificativos y las exigencias de una actuación civilizada nunca se produjeron cuando fue Ucrania quien construyó un muro para impedir el paso del agua del Dniéper al canal de Crimea-Norte, principal fuente de agua de la península. Tampoco hubo críticas a Ucrania durante los siete años en los que negó a la población más vulnerable de Donbass sus  pensiones y prestaciones sociales, ni cuando Ucrania asedió ciudades o implantó un bloqueo comercial que se sumaba al bloqueo bancario y de transporte.

Durante años, Ucrania y sus socios condenaron, calificando de invasión, los convoyes de ayuda humanitaria que Rusia enviaba a Donbass para impedir una catástrofe humanitaria en la región, asolada por las consecuencias económicas de la guerra. No hubo quejas cuando Ucrania mentía repetidamente y acusaba a Rusia de bombardear las ciudades de Donbass que supuestamente ocupaba. Esos bombardeos ucranianos eran considerados el derecho de Ucrania a defenderse de la misma manera que los ataques aéreos israelíes, que han destruido barrios enteros, son defendidos incluso destacando la “moderación” israelí, capaz de causar aún más víctimas.

La hipocresía de las autoridades occidentales ha sido tan evidente que incluso desde la propia Unión Europea han surgido preocupaciones. Eso sí, generalmente se refieren a la mala imagen de las instituciones y, sobre todo, a la posibilidad de que impliquen pérdida de poder blando. Este aspecto es especialmente importante en el caso de la guerra de Ucrania, en la que Occidente ha tratado de atraer a los países no occidentales a la postura de enfrentamiento con Rusia. “Definitivamente hemos perdido la batalla por el Sur Global”, afirma un diplomático de alto nivel de un país del G7 citado por The Wall Street Journal, que añade que “todo el trabajo que hemos hecho con el Sur Global [sobre Ucrania] se ha perdido. Olvidaos de las normas, olvidaos del orden mundial. Nunca más volverán a escucharnos”, añade. Las prioridades están claras y entre ellas no está la defensa de la población civil frente a los bombardeos ni tampoco del derecho a defenderse ante el ocupante si este es aliado occidental.

En dos semanas, según datos de Naciones Unidas, dos tercios de la población gazatí se ha visto internamente desplazada. Los refugiados -muchos de ellos en Gaza como refugiados de la limpieza étnica de 1948 o sus descendientes- no disponen de decenas de países dispuestos a acogerles temporalmente hasta el final de la guerra, ni tampoco de proveedores que suministren enormes flujos de armamento y munición para defenderse contra el ocupante, que ha ordenado un asedio medieval, roto tan solo por el acuerdo para dar acceso ayer a una veintena de camiones de carga. Naciones Unidas afirma que sería necesario un centenar al día para cubrir las necesidades más básicas de los más de dos millones de personas sitiadas mientras el mundo occidental defiende a quien ha impuesto unas condiciones inhumanas, amenaza abiertamente incluso a hospitales y anuncia una futura incursión terrestre tras la que “el territorio de Gaza será mucho más pequeño”. En este tiempo, Israel ha asesinado a más del doble (se aproxima rápidamente al triple) de niños y a más periodistas que en un año y medio de guerra en Ucrania (sumando los menores muertos a ambos lados del frente). Sin embargo, Israel, como Ucrania, es definido como una democracia que se defiende de una agresión.

Pese a las contradicciones, en su respuesta a los dos conflictos, hay una línea de continuidad marcada por el apoyo absoluto a los actos del aliado propio. Las declaraciones de todas y cada una de las autoridades políticas de Estados Unidos, el Reino Unido, la Unión Europea y otros países aliados como Canadá, hace un mes noticia por su homenaje a un veterano de las SS, han buscado, ante todo, defender a ultranza a Israel. Ha sido así incluso en los casos en los que se ha pedido, de la forma más educada posible y sin intentar hacer de ello una exigencia, cierta moderación hacia los ataques contra la población civil o la posibilidad de entregar ayuda humanitaria. Incluso en esos casos, las autoridades occidentales han querido insistir en presentar a la población de Gaza -olvidando completamente a la de Cisjordania, donde Israel ha asesinado a más de 80 personas desde el 7 de octubre pese a la completa ausencia de Hamas, grupo contra el que Occidente afirma que luchan las autoridades israelíes-, como víctimas de Hamas y no de la ocupación, asedio y bombardeos israelíes.

La hipocresía de los países occidentales se ha puesto de manifiesto ante la población palestina y árabe en general, que han comprendido que el derecho de los pueblos a la autodeterminación y a la defensa contra el ocupante se aplica únicamente a aquellos pueblos elegidos y que luchan contra un enemigo designado por Occidente. Pero la actuación occidental muestra también la continuidad de un apoyo incondicional al aliado al que se le consiente y se le justifica todo. En este caso, ha sido necesario borrar del relato todo lo ocurrido en Palestina antes del 7 de octubre de 2023, de la misma forma que eliminar de la memoria los ocho años anteriores a la invasión rusa del 22 de febrero de 2022 hizo posible la narrativa de Ucrania como víctima inocente de un ataque no provocado.  

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