Las fanfarronadas del ejecutivo y las brutalidades policiales dan muestras de la fragilidad del poder francés. Y con razón, el rechazo a la reforma de las jubilaciones conlleva el del orden social defendido por el gobierno.
¿Es posible aún hacer retroceder un gobierno, poner en jaque una decisión tomada por el poder? Hace no tanto tiempo, en Francia la respuesta era obvia. Cuando se veían enfrentados a movimientos sociales duraderos, determinados, organizados, que ponían en la calle muchedumbres masivas, los dirigentes podían dar marcha atrás. Y su retroceso demostraba la posibilidad de que la población se haga escuchar por fuera de los períodos electorales a los cuales no se puede reducir una vida democrática. Los proyectos los más diversos cayeron así en el olvido: la ley sobre la autonomía de las escuelas privadas en 1984, la de la selección en la universidad en 1986, el contrato de inserción profesional en 1993, el “plan Juppé” en 1995… Podía suceder incluso que los promotores de una reforma impopular debieran renunciar, como el ministro de Enseñanza Superior Alain Devaquet en 1986 o el de Educación Nacional Claude Allègre en el año 2000.
Pero, desde 2006 y la lucha victoriosa contra el contrato de primer empleo (CPE), ya nada. No importa la cantidad de manifestantes, no importa la estrategia, desfiles ordenados o agitados, retención de tareas, ocupaciones de universidades o acciones espectaculares; las derrotas se suceden: lucha contra la autonomía de las universidades en 2007, batalla de las jubilaciones en 2010, movilizaciones contra la ley El Khomri en 2016 o las ordenanzas Macron en 2017, contra el software de selección en la enseñanza superior Parcoursup en 2018... Se impuso el “modelo Thatcher”: los gobiernos ya no retroceden. Incluso ante las bolsas de basura que se acumulan, ante las estaciones de servicio sin gasolina, los trenes cancelados, las aulas cerradas, las rutas bloqueadas. Se adaptan tanto a los subterráneos que no funcionan como a las manifestaciones semanales o cotidianas. Y si la situación se torna insostenible, requisan, reprimen. Esta firmeza se habría convertido incluso en un atributo del poder en la República: “resistir a la calle” daría muestra de un sentido del Estado, de coraje político.
Así, el ex primer ministro Édouard Philippe pudo contar con orgullo ante estudiantes de una gran escuela de comercio: “Nunca se sabe cuál de las gotas es la última. […] En 2017, preparamos las ‘ordenanzas laborales’. Me dije: ‘va a ser terrible’. Porque recordaba la ley de trabajo [dieciocho meses] antes, manifestaciones masivas, tensión al máximo. Pero sacamos las ordenanzas laborales y pasaron. Hicimos la reforma de la SNCF [Sociedad Nacional de Ferrocarriles], pusimos fin al estatuto y abrimos la competencia, esperábamos bloqueos totales. Y no fue para tanto, hubo algunas huelgas y pasó. Dijimos que íbamos a poder entrar en las universidades, en la enseñanza superior, si ustedes siguieron la actualidad de los últimos veinte o treinta años saben que es una bomba. Lo hicimos, hubo universidades ocupadas, ¡las desocupamos, y pasó!” (1). Luego el movimiento de los “chalecos amarillos” mostró que no siempre pasan.
De escribanía a felpudo
Por lo tanto, Emmanuel Macron aguantó esperando que “pase” una vez más. Impuso su reforma de las jubilaciones con brutalidad, ignorando un movimiento de protesta del que debería haber percibido la amplitud y la determinación. En nueve ocasiones, ante el llamado de una intersindical extrañamente unida, millones de personas marcharon, en las grandes ciudades y en los pequeños pueblos que jamás vivieron manifestaciones semejantes. Las encuestas, que por lo general apasionan al Eliseo, señalaban hasta un 70% de opositores a la reforma, e incluso un 90% si sólo se le preguntaba a la población activa. Unas cifras que aumentaron a medida que el gobierno daba muestras de “pedagogía” y que los ciudadanos desenmascaraban las mentiras ministeriales –no, la reforma no es “necesaria”, ni “justa”, ni “protectora de las mujeres”, y no, no garantiza una pensión mínima de 1.200 euros” para todos–. Se toman riesgos cuando se quiere hacer trabajar a las personas dos años más. Se informan, verifican.
Dócil frente a la Unión Europea que recomienda esta reforma, pero incapaz de convencer a los franceses y a sus diputados, Macron decidió imponerse. Utilizó todas las municiones imaginables para limitar la duración de los debates parlamentarios (artículo 47-1 de la Constitución), impedir los debates en torno a un artículo a partir del momento en que “al menos dos oradores de opinión contraria intervinieron” (artículo 38 del reglamento del Senado, utilizado por primera vez desde su entrada en vigor en 2015), obligar a los senadores a pronunciarse en bloque sobre la reforma, y no artículo por artículo (artículo 44-3). Por último, el 16 de marzo de 2023, el gobierno de Élisabeth Borne desenfundó el célebre “49-3”, que autoriza a dispensar del voto de los diputados. Un método original para un Presidente que gusta presentarse como heraldo del mundo libre y fustigar en sus discursos a los “autócratas”, los “regímenes autoritarios” donde la opinión de la población no cuenta, donde el Parlamento cumple un papel de escribanía, donde la oposición está reducida al silencio.
Finalmente, su reforma de las jubilaciones, que afecta a la vida de los franceses por varias décadas, sólo fue votada por senadores electos por sufragio indirecto, que se aseguraron de proteger su propio régimen especial al mismo tiempo que suprimían el del resto. Los dos años de trabajo suplementario impuestos sin la aprobación de la Asamblea Nacional se apoyan entonces en la mera legitimidad de una institución dominada por un partido (Los Republicanos) (... Este artículo a partir de aquí esta cerrado)
El relato occidental sobre el conflicto en Ucrania no quiere competidores. Pero los tiene, y se llaman George, Vittorio, Johnny, Janus… Por saber la verdad, se jugaron la vida en Donbass, y por darla a conocer, se juegan su reputación, su libertad y acaso la vida en sus países de origen. No son muchos los que se atreven a ir contracorriente, pero los hay. Y en el mundo de hoy, donde los cínicos hacen su agosto, son más necesarios que nunca. El que no se conforma con discursos enlatados lo sabe.
Usted es de origen indio, aunque desarrolla su trabajo en Estados Unidos y otros países; históricamente ha habido un debate sobre los modelos de desarrollo tan diferentes de los dos grandes países poblados del mundo, como son India y China. El premio Nobel de Economía Amartya Sen llegó a decir que durante décadas se hablaba de las hambrunas en China en el periodo histórico llamada el Gran Salto Adelante, pero en India siguieron muriendo todos los años y en todos los periodos sin que los medios prestaran atención. Ahora sabemos que China ha acabado con el hambre y la pobreza extrema, algo que no ha sucedido en India. ¿Cuál es hoy su visión comparada de ambos países?
India y China consiguieron su independencia en el mismo periodo, uno en 1947 y el otro en 1949. China rompió las jerarquías sociales inmediatamente, y así las personas que durante muchos años fueron oprimidas recuperaron su confianza en la política. La revolución china les permitió acceder a la salud y la educación, era un país pobre pero liberaron a muchas personas de la pobreza rural.
Mientras tanto, en la India no se llevó a cabo ningún cambio en las jerarquías sociales. Jerarquías como las castas y otras se mantuvieron intactas, por tanto la confianza política de las personas de las zonas rurales no aumentó. No había ni educación ni salud universal. Todo eso ha supuesto que, a diferencia de China, no tengan confianza en la política ni en sus instituciones. India es un país muy avanzado, con mucha tecnología, no es un país primitivo, sin embargo sigue siendo un país en el que las desigualdades sociales son muy grandes.
En su reciente libro de conversaciones con Noam Chomsky, La Retirada, repasan las políticas puestas en marcha por Estados Unidos y la OTAN para llevar la democracia y los derechos humanos a otros países. Lo más interesante de la obra, en mi opinión, es cuando señalan que no siempre el motivo de la intervención es apropiarse de los recursos naturales.¿Puede explicar eso?
Tras la Segunda Guerra Mundial, muchas nuevas naciones emergieron en la comunidad internacional y lucharon para establecer su soberanía como naciones y también la dignidad. Para ello retan al poder de los monopolios y al poder de Estados Unidos. Es en ese momento cuando vemos muchos golpes de Estado: Guatemala, Congo, Irán, Ghana, Indonesia. También encontramos intentos de las instituciones financieras de ejecutar golpes a través de los bancos. Esos golpes de bancos y de tanques suceden porque el poder imperialista no puede dejar que esos países se establezcan soberanamente. Decimos que Estados Unidos es The Godfather [El Padrino, la Mafia] porque no puede permitir que otros países actúen independientemente de ellos. Si alguno actúa de forma independiente de las corporaciones multinacionales no será aceptado por Estados Unidos y será castigado.
Cada vez parece más clara la ausencia de una política exterior europea propia frente a EE.UU. La guerra de Ucrania ha resultado muy elocuente. Desde las sanciones al aumento del gasto militar aparecen como una imposición de Estados Unidos. Y asombra también la resignación alemana ante el explosión de los gasoductos que le suministraban gas ruso. ¿Cómo se explica ese comportamiento de Europa?
Los europeos no quieren pensar que son como las otras personas del mundo. Si observas el periodo de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial verás dos golpes llevados a cabo por Estados Unidos en Europa. Las personas bienintencionadas se quedarán sorprendidas de que yo use el término golpe de Estado. En las elecciones de Italia y Francia, en ambos países, la izquierda iba a ganar. En Italia el Partido Comunista era favorito en las primeras elecciones de la posguerra, y el Partido Comunista en Francia también tenía grandes apoyos después de la guerra. Pero Estados Unidos dio fondos a los partidos de la oposición para prevenir que los partidos de izquierda llegaran al poder, no hay duda de estos hechos.
Basta con leer la página web de la CIA para entender lo que hicieron. No hay diferencia entre el golpe en Francia o Italia y el golpe en Guatemala en 1954. Pensamos que un golpe de Estado no puede suceder dentro de Europa, si acaso en Turquía o Grecia, pero jamás en Francia. ¿Por qué fue importante tener un golpe en Francia? Porque el Occidente europeo tenía que ser una provincia de Estados Unidos, y Charles De Gaulle entendió eso.
Se habla mucho en Francia de una política exterior independiente. Cuando se establecieron las instituciones europeas de Maastricht se hablaba mucho de crear una política exterior de Europa. Sin embargo, ahora, la política exterior de Europa está subordinada a Estados Unidos. Cada vez que Europa intenta alejarse de Estados Unidos, ellos tiran de algún acuerdo y la traen de vuelta.
El conflicto de Ucrania fue una oportunidad excelente para restablecer el poder de Estados Unidos sobre Europa y tenerla de nuevo dentro de su dominio. Mira Olaf Scholz hoy: ¿él representa la opinión pública de Alemania o representa la posición del Departamento de Estado? Mira Macron, dice una cosa y luego vuela a Washington y dice otra. Aunque quieren distanciarse de Estados Unidos, ellos no lo permiten.
Pero, ¿de qué manera Estados Unidos logra tirar de Europa para que no se distancie de su política?
En los últimos quince años, después de la crisis financiera, Europa estaba cada vez más cercana a Asia. Más dependiente de la energía rusa, más dependiente de la tecnología y las inversiones de China. Pero esa tendencia a una integración natural con Asia es algo que lleva preocupando a la clase dominante de Estados Unidos los últimos diez años. El mismo Trump llegó a la OTAN y dijo que por qué ustedes están comprando energía de Rusia y encima creen que les vamos a proteger.
En su opinión, ¿cuál podría ser una salida a la guerra de Ucrania?
¿Quiénes estarían dispuestos a aceptar la propuesta de paz de China y quién no?
Zelenski dijo que era una buena idea, Macron dijo que era una buena idea, los rusos dijeron que estarían dispuestos a discutir. ¿Quién no dijo que era una buena idea?
¿Estados Unidos?
Exacto, The Godfather.
Escribió hace diez años un libro excepcional, Las naciones oscuras. Una historia del Tercer Mundo. El abrumador poder de Occidente para escribir la historia produce el espejismo de que todo lo importante que sucede es dentro de las fronteras de los países ricos y protagonizado por sus líderes. Frente a ello, usted relata en esta obra el combate de los países pobres y colonizados –las naciones oscuras– contra la explotación por las metrópolis y los ricos. Una lucha que comienza con líderes gigantes de los que ya no quedan en el Tercer Mundo: Nasser, Nehru y Tito. Su repaso entonces era pesimista. ¿Qué novedades se han producido diez años después? ¿Cree que China puede ser una esperanza para el Tercer Mundo? ¿Ve más cerca un mundo multipolar?
China no puede salvar el mundo, lo que necesitamos es que, nosotros, en el Sur Global, en el Tercer Mundo, tenemos que crear nuestros propios proyectos. La idea de China ha dado la oportunidad a muchos de crear otro tipo de consensos, otro modelo de relaciones internacionales. Pero si los países del Tercer Mundo desaprovechan esa oportunidad, todos nosotros vamos a perder. China no nos puede salvar, China solo puede cambiar la correlación de fuerzas. ¿Cuál es el proyecto de América Latina? ¿Cuál es el proyecto de África? ¿Cuál es el proyecto de Asia? A todo eso debemos responder.
Eventos como la guerra en Ucrania pueden marcar el inicio de un periodo en el que la globalización echa el freno y la soberanía nacional vuelve a definir las relaciones internacionales
Francisco Villamil
Hace un año, Rusia invadió Ucrania y voló por los aires el orden global. La política internacional ha tenido más protagonismo durante los últimos meses que desde hace mucho tiempo, quizás desde la caída de la Unión Soviética. A la guerra de Ucrania se ha sumado el aumento detensiones sobre Taiwándurante el verano, que ha servido para subrayar la fragilidad de las relaciones entre China y Estados Unidos. El incidente de los globos espía chinos derribados por la Fuerza Aérea americana, que provocó que se pospusiese un intento de acercamiento diplomático entre ambos países, es probablemente el último evento de un año que ha tenido un regusto a conflicto geopolítico como no se veía desde hace tres décadas.
Estos meses recuerdan a un tiempo en el que los países más poderosos se disputaban el control internacional, generando tensiones que en algunas ocasiones escalaban en forma de conflictos violentos y, en otras, directamente parecían poner en riesgo a medio mundo. Un punto de vista muy extendido sobre los eventos de Ucrania y Taiwán sigue precisamente este argumento. La idea es que estos conflictos son la consecuencia de un sistema internacional en el que las grandes potencias tratan constantemente de conseguir o mantener cierto control, si no internacional, al menos sí sobre su área de influencia. Un sistema en el que lo que importa es la capacidad militar y los recursos de cada país. Es decir, nada nuevo. La misma geopolítica de las últimas décadas, que simplemente se nos había olvidado porque Estados Unidos disfrutó de ser la potencia hegemónica durante unos años.
La misma geopolítica de las últimas décadas, que simplemente se nos había olvidado porque EEUU disfrutó de ser la potencia hegemónica durante años
Otros dicen que el problema con Rusia y China está relacionado con el tipo de régimen que hay en dichos países. Es decir, que gran parte de la explicación a las decisiones de Vladimir Putin y Xi Jinping es que ambos son los líderes de Estados cada vez más autoritarios, pero que no obstante aún están en proceso de consolidar su poder (lo que a veces se conoce como autoritarismo competitivo, especialmente para casos en los que se siguen celebrando elecciones, como en Rusia). Según esta visión, una política exterior más agresiva puede ser consecuencia de la necesidad de aumentar el apoyo de algunos sectores internos o de la falta de los contrapesos que existen en una verdadera democracia. Relacionado con esto, hay también opiniones que apuntan a las motivaciones ideológicas de Putin y Xi, sobre todo para el caso de Ucrania, donde se señala el ensayo que publicó Putin el verano anterior a la invasión, en el que básicamente afirmaba que Ucrania no se merece el título de nación, sino que forma parte de Rusia.
Sin embargo, creo que lo que ha pasado este año puede ser señal de un cambio más profundo a nivel internacional, un cambio que puede tener consecuencias mucho más serias. Estos eventos pueden marcar el inicio de un periodo en el que la globalización echa el freno y la soberanía nacional vuelve a definir las relaciones internacionales. Un periodo que necesariamente se vuelve más inseguro.
Tampoco es que este aviso sea totalmente nuevo. De hecho, el cambio de sentido del proceso de globalización ya estaba sobre la mesa desde hace tiempo, sobre todo a raíz de algunos resultados electorales como el Brexit o la victoria de Trump. Lo mismo pasa con el ámbito económico. Por ejemplo, el economista Dani Rodrik ya avisaba hace más de una década de que la globalización económica conllevaba necesariamente sacrificar la democracia o la soberanía nacional, y que veía muy improbable que los países se pusiesen de acuerdo en ceder soberanía para construir algún tipo de gobernanza mundial. Una consecuencia de que la democracia disminuya porque la demanda de soberanía se mantiene alta es que haya una tendencia a nivel internacional hacia sistemas más autoritarios basados en una narrativa nacionalista fuerte.
Lo especial de lo que ha ocurrido durante el último año es que puede que sea la primera vez que esta tendencia implica conflictos militares, ya sea la disputa sobre Taiwán o algo mucho más violento como la guerra de Ucrania.
El cambio de sentido del proceso de globalización ya estaba sobre la mesa
Además, al invadir Ucrania, puede que Putin haya dado el primer paso para cambiar también el rumbo de las relaciones internacionales. Decía hace unos meses el economista Branko Milanovicque una manera de entender la guerra de Ucrania puede pasar por pensar que el objetivo de Putin no era mejorar la posición internacional de Rusia, doblegando a Ucrania o parando la expansión de la OTAN, sino conseguir que Rusia sea verdaderamente soberana. Esto es totalmente diferente a algo como el Brexit, que aunque supuso un cambio de rumbo para la globalización económica y un aviso para los que creían que la integración económica solo podía ir a más, a nivel de cooperación internacional no tenía grandes efectos. Pero la invasión de Ucrania sí puede tener consecuencias muy importantes para las relaciones entre los países.
El ingreso de nuevos países en alianzas internacionales, el fortalecimiento de estas alianzas, un aumento del gasto militar de cada país y una presencia más fuerte de discursos nacionalistas en todos los ámbitos. Todo esto, que en cierta manera ya hemos observado durante los últimos meses, tiene consecuencias para la política interna de cada país, dando alas a las fuerzas políticas nacionalistas que desprecian los foros de cooperación internacional.
Un orden internacional definido por la soberanía nacional no sería algo nuevo. Hace cien años, los viejos años veinte empezaron con el orden que surgió del fin de la Primera Guerra Mundial. Un orden definido en gran medida por los famosos Catorce Puntos del presidente americano Woodrow Wilson, que subrayaban la importancia de la democracia, la globalización económica, la autodeterminación nacional y las organizaciones internacionales, especialmente la Liga de las Naciones. Aunque en cierta medida Wilson buscaba debilitar a los viejos imperios europeos y consolidar la supremacía americana a través de estas medidas, era ante todo un modelo de orden internacional para asegurar la paz global. El desenlace ya lo conocemos. Unos años después, sobre todo a raíz de la crisis económica, muchos países respondieron a esta situación a través de regímenes autoritarios basados en una idea desmesurada de la nación. La paz falló.
Puede que los eventos de este año sean parte de la misma historia de las últimas décadas, pero también puede que tengan una importancia especial. Que cuando los miremos con la perspectiva que da el tiempo, y que ahora no tenemos, se conviertan en señales de un nuevo periodo en el que el nacionalismo volvió a definir las relaciones internacionales. Señales de unos nuevos años veinte que nos trajeron de nuevo la inestabilidad y los conflictos internacionales.
La islamofobia tiene sus raíces en el imperialismo..
«Tanto demócratas como republicanos son responsables de este proceso de racialización, porque ambos partidos presiden el imperio. La retórica puede ser diferente: más liberal en un caso, más conservadora o reaccionaria en el otro. Pero al fin y al cabo, el racismo antimusulmán surge de las entrañas del imperio y es importante para reproducir el imperio.»
En los últimos veinte años, la hostilidad hacia los musulmanes se ha convertido en uno de los temas centrales del discurso político en toda Europa y Norteamérica. Desde Donald Trump hasta Marine Le Pen, los políticos de extrema derecha han hecho de la islamofobia uno de los ejes centrales de sus plataformas electorales.
Al mismo tiempo, Estados Unidos y sus aliados han emprendido una serie de guerras en el norte de África y Oriente Próximo. Las catastróficas consecuencias de esas guerras han reforzado aún más el racismo anti musulmán.
Deepa Kumar es profesora de periodismo y medios de comunicación en la Universidad de Rutgers y autora de Islamophobia and the Politics of Empire, un libro que explora la relación entre el militarismo imperial en el extranjero y el fanatismo islamófobo en el frente interno.
Estados Unidos apuesta a reindustrializarse a costa de Europa. En el ínterin, el dólar y el aparato militar deben mantener al país, flotando por encima de la ley de la gravedad. ¿Será posible? La crisis financiera desatada en tres bancos estadounidenses y el levantamiento del pueblo francés en defensa de sus derechos, son capítulos nacionales de una misma batalla geoeconómica mundial.
El poder mundial de Estados Unidos desde el final de la segunda guerra se sostuvo en una tríada: su capacidad industrial, el dólar, y su aparato militar. En 1945 su industria estaba intacta mientras que en Europa y Japón comenzaba la reconstrucción. Lo mismo vale para su aparato militar, que había sufrido un daño menor que el de sus rivales y socios-competidores. Una industria dominante a escala mundial, permitía mantener un aparato militar aplastante, y la moneda emergente de ese sistema ostentaba la fuerza para imponerse sobre los demás países.
Desde entonces y a lo largo de estas décadas, las industrias de Japón, Alemania y detrás de ella, otros países europeos, fueron ampliando su participación en el mercado mundial en detrimento de la industria estadounidense. Les fue permitido en el contexto de Guerra Fría, porque Estados Unidos necesitaba ese éxito económico frente a la Unión Soviética y porque quiénes los protagonizaban eran —y son— dos derrotados, militarmente ocupados.
En los 80 y los 90, el proceso se aceleró con la deslocalización y el ingreso al mercado mundial, primero de los tigres asiáticos —Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur—, luego de los Tigres de segunda generación —Malasia, Tailandia, Indonesia y Filipinas— y de dos casos particulares, países que tuvieron sendas revoluciones, Vietnam y China. La sumatoria generó sobrecapacidad en el sector industrial a escala mundial y una competencia creciente para ocupar espacios de mercado.
A lo largo de ese proceso de casi 80 años, el producto de Estados Unidos pasó de ser el 50% del PBI mundial a ubicarse entre el 20% y el 24%, según las distintas mediciones. Su gasto militar llega al 37% del total planetario, en tanto que el dólar alcanza el 59% como moneda de reserva según cifras del 2021.
Esos números no alcanzan a reflejar la situación interna de Estados Unidos, que es devastadora. A su vez, sin dimensionar su situación interna, es difícil comprender las motivaciones de su agresiva política exterior.
Vamos a ilustrarla con algunos datos variopintos. La deuda de los hogares alcanzó en diciembre de 2022 los 17 billones de dólares (cada vez que ponemos billones son efectivamente billones en español, no es una confusión con el inglés billions) mientras que la deuda pública federal es de 24,6 billones. Por su parte el déficit comercial acaricia un billón por año.
La deuda de los hogares en Estados Unidos alcanzó los 17 billones de dólares, mientras que la deuda pública es de 24,6 billones y el déficit comercial es de un billón al año
De ese billón, un tercio corresponde a su relación comercial con China, que arroja un saldo negativo de 332.515 millones de dólares. Muy significativo es que el principal producto que exporta Estados Unidos a China es soja, mientras que China envía ordenadores.
Más llamativo es el caso de Vietnam, país al que literalmente borró del mapa. Estados Unidos importa 83.211 millones de dólares y exporta apenas 9.989 millones de dólares. La balanza arroja un negativo de 73.222 millones. Aquí se repite la misma matriz que con China, el déficit está concentrado en bienes de consumo y bienes de capital y solo favorece a Estados Unidos en materias primas. Es decir exporta productos de bajo procesamiento y Vietnam le devuelve productos terminados.
Irak, otro país que padeció la ira del Pentágono —que no es poca—, también presenta una balanza negativa para Estados Unidos. Exporta 771 millones de dólares e importa 3.266. Quién abastece a Irak es China, que envía productos por 10.900 millones de dólares. Las cifras son poco relevantes en términos económicos, pero son indicativas del debilitamiento estadounidense.
Por su parte, China supera a Estados Unidos como socio comercial respecto a casi todos los países del mundo. En el mapa de abajo, vemos en amarillo a quienes importan mas de China que de Estados Unidos, y en azul a la inversa.
La japonesa Toyota pelea mano a mano con General Motors y Ford la primacía en el mercado interno estadounidense, de lo que es el símbolo del American Way of Life. China está cerca de triplicar la producción de vehículos de Estados Unidos.
Ese estado de situación aprovechó Donald Trump para captar la escucha de la población y popularizar sus eslóganes “Make América Great Again” y “América First”. Fue el puntapié inicial para impulsar una política de reindustrialización, que se continúa hasta nuestros días con pocos resultados. La guerra de Ucrania abrió una nueva situación que es vista como oportunidad: reindustrializar Estados Unidos, desindustrializando Europa.
La distancia entre la industria que Estados Unidos tiene puertas adentro y la que debería tener para evitar un enorme ajuste es muy grande. ¿Será posible?
El dólar y la guerra
En el lapso para reindustrializar el país y reequilibrar ese triángulo, el dólar —emisión y deuda— debe sostener ese aparato militar con esteroides. Si esto no tuviera matices, el triunfo estaría asegurado. El problema de emitir dólares sin valores subyacentes para mantener un aparato militar que excede a la base industrial que lo sostiene es que, llegado a un límite, la emisión afecta al poder de la propia moneda, abre una brecha que puede ser utilizada por quiénes tengan interés en limar la hegemonía del dólar, y pone en manos de otros países instrumentos financieros en capacidad de afectar su fortaleza.
La relación comercial de EE UU con China arroja un saldo negativo de 332.515 millones de dólares. Muy significativo es que el principal producto que exporta EE UU a China es soja, mientras que China envía ordenadores
Para evitarlo, el despliegue militar y la voluntad de usarlo —lo cual está bien probado— debe ser tan intimidante como para sostener al dólar como moneda hegemónica y disuadir iniciativas que lo debiliten. La tarea de ambos, dólar y aparato militar, es ganar tiempo y recrear una base industrial acorde con los dos factores que actualmente se mantienen por encima de la ley de la gravedad. La relevancia del rol que juega la violencia en ese mecanismo es clave. Luego de que Nixon abandonara el patrón oro, fue reemplazado por uno menos formal pero no menos eficiente, el petrodólar. El comercio de petróleo se debe hacer en dólares; esa es una línea roja y no cualquiera, sino la más sensible para Estados Unidos. Si se rompe, peligra la arquitectura financiera que sostiene al dólar.
En los últimos días del milenio pasado, la OPEP se encontraba en estado catatónico y el precio del barril de petróleo en valores mínimos. El 10 de agosto del año 2000, Hugo Chávez viajó por tierra desde Irán hasta Bagdad y se entrevistó con Saddam Hussein. Era el primer presidente que visitaba Irak desde 1991. Dos días después, Chávez aterrizaba en Trípoli y se entrevistaba con Muammar Gadafi. Un mes más tarde, se realizaba en Caracas la segunda cumbre de la OPEP y el barril de petróleo comenzaba un camino ascendente.
Chávez fue el artífice de rearticular la OPEP; Saddam Hussein tuvo la osadía de pensar en comercializar petróleo en euros; Muammar Gadafi cayó en la misma tentación; Irak fue invadido, Libia bombardeada y Venezuela padece la guerra híbrida más acabada que se conozca. Hussein fue ahorcado y Gadafi linchado. El Estado venezolano tiene elementos que conducen a pensar que la enfermedad de Chávez no fue obra de la naturaleza.
El aparato militar sostuvo al dólar. 20 años después las amenazas crecieron.
El señoreaje del dólar
La ventaja que brinda a Estados Unidos tener la moneda de reserva a escala mundial es mayor que lo que nos dicta nuestro sentido común, malnutrido por los medios de desinformación masiva. Gracias a ello cuenta con una panoplia de recursos que no tienen los demás países para vivir muy por encima de lo que produce, durante un lapso excepcionalmente largo.
La diplomacia china llama a esa ventaja el “señoreaje” del dólar. En un comunicado conceptual —raro para una cancillería, en general también malnutridas— e inusualmente duro, emitido recientemente lo describe así: “Al aprovechar el estatus del dólar como la principal moneda de reserva internacional, Estados Unidos recauda ‘señoreaje’ de todo el mundo; y utilizando su control sobre las organizaciones internacionales obliga a otros países a servir a la estrategia política y económica de Estados Unidos. Con la ayuda del ‘señoreaje’, Estados Unidos explota la riqueza mundial. Cuesta solo alrededor de 17 centavos producir un billete de 100 dólares, pero otros países tienen que pagar 100 dólares en bienes reales para obtener uno. Hemos señalado que hace más de medio siglo que Estados Unidos disfruta de privilegios y déficits exorbitantes (…) y usa el billete de papel sin valor, para saquear los recursos y fábricas de otras naciones”. ¡¡Uffff!!
La guerra de Ucrania abrió una nueva situación que es vista como oportunidad: reindustrializar Estados Unidos, desindustrializando Europa
Y continúa: “La hegemonía del dólar estadounidense es la principal fuente de inestabilidad e incertidumbre en la economía mundial. Durante la pandemia de covid-19, Estados Unidos abusó de su hegemonía financiera global e inyectó billones de dólares en el mercado, dejando que otros países, especialmente las economías emergentes, pagaran el precio. En 2022, la Reserva Federal puso fin a su política monetaria ultra flexible y recurrió a un aumento agresivo de las tasas de interés, lo que provocó turbulencias en el mercado financiero internacional y una depreciación sustancial de otras monedas como el euro, muchas de las cuales cayeron a un mínimo de 20 años. Como resultado, un gran número de países en desarrollo se enfrentaron a una alta inflación, depreciación de la moneda y salidas de capital. Esto fue exactamente lo que el secretario del Tesoro de Nixon, John Connally, comentó una vez, con autosatisfacción y con aguda precisión, ‘El dólar es nuestra moneda pero el problema de ustedes’”.
China y Japón son los mayores tenedores de bonos del Tesoro estadounidense. Ambos en los últimos tiempos, se están deshaciendo, lentamente, de esos bonos. En ese cuadro, agitar Taiwán no es una irracionalidad sino parte de una estrategia, una herramienta a la mano para ser utilizada cuando sea necesario.
El yuan y el rublo bajo la cobertura de un paraguas nuclear
Desde el inicio de la guerra en Ucrania, comenzaron a proliferar iniciativas de comercio energético por fuera del dólar. Rusia vendiendo petróleo en rublos a India; Xi Jinping tentando al punto arquimédico del petrodólar —Arabia Saudita— para vender en yuanes; Irán participando del mismo juego; Turquía y Paquistán, en algún momento sólidos aliados estadounidenses, manteniendo la equidistancia.
El comercio de petróleo se debe hacer en dólares; esa es una línea roja y no cualquiera, sino la más sensible para Estados Unidos. Si se rompe, peligra la arquitectura financiera que sostiene al dólar
Obligados por las sanciones, China y Rusia tocaron otra fibra muy sensible, sistemas alternativos al SWIFT para las transacciones financieras globales. A diferencia de las iniciativas de Irak, Libia y Venezuela, en esta ocasión están involucradas la segunda potencia económica —China— y la segunda potencia militar —Rusia— unidas por una alianza estratégica. Todo bajo cobertura del paraguas nuclear ruso.
El límite de la geoestrategia estadounidense es el alineamiento europeo, si se distancia, todo el constructo se derrumba. Si se mantiene alineado, permite avanzar en la fractura del mundo y ganar tiempo. Es por eso que “la lucha de clases en Francia” de la semana pasada también tiene que ser leída en esta clave. La patronal francesa va a necesitar muchas medidas para reducir “gastos” —salarios, jubilaciones, salud, educación— para competir en esta nueva geoeconomía. Serán imprescindibles grandes movilizaciones que enfrenten esa política adaptativa y demuelan el poder político que garantiza ese alineamiento. Francia debe ser solo un primer capítulo.
También las quiebras de tres bancos en Estados Unidos pertenecen a esta trama. No es la irresponsabilidad de sus directivos lo que está en juego. Es el resultado del desarrollo durante cinco décadas de una economía financiarizada y endeudada, en función de mantener el beneficio del gran capital, con la Reserva Federal conduciendo ese proceso. El mismo gran capital que, mientras tanto, trasladaba sus fábricas al sudeste asiático en busca de salarios más bajos y mayores beneficios, y dejaba un país con la base industrial debilitada que ahora se busca revertir.
Hay algo irresponsable en quiénes realizan presagios sobre temas tan complejos, pero parece difícil no suponer que aceleramos hacia un punto de fractura. Por eso Joe Biden necesita enviar al Congreso un presupuesto de defensa récord de 842.000 millones de dólares.
El dólar sostiene el aparato militar. Enciendan las impresoras.
Las autoridades de Estados Unidos y Europa no paran de repetir en los últimos días que el sistema bancario es sólido y que no hay que preocuparse porque están preparadas para evitar que pueda tener problemas.
Es mentira.
Los bancos de todo el mundo están quebrados por definición. Es materialmente imposible que puedan devolver a sus clientes el dinero que estos tienen depositado en sus cuentas por la sencilla razón de que no lo tienen. Si los bancos no caen es porque consiguen hacer creer a sus clientes que pueden tener confianza en ellos y no ir rápidamente a retirar su dinero. Cuando la pierden, como ha pasado últimamente con varios bancos de Estados Unidos o con el Credit Suisse, enseguida se vienen abajo.
Pero ni siquiera eso es lo peor.
Como añadidura, las inversiones que los bancos llevan a cabo con el dinero de sus clientes son cada día más arriesgadas. Lo colocan (sin informarles, en la inmensa mayoría de las ocasiones) en negocios puramente especulativos y, una buena parte de ellos, incluso en la sombra; es decir, al margen de todo tipo de control. Tanto, que ni siquiera los incluyen en sus balances, tal y como reconoció el Banco Internacional de Pagos en un informe reciente en el que señalaba que los bancos tienen deuda oculta por valor diez veces mayor que el de su capital.
En concreto, la banca internacional realiza la mayor parte de su inversión en los llamados derivados. Dicho de la manera más sencilla y clara, estos son simplemente unos productos financieros concebidos para apostar tomando préstamos porque, efectivamente, el sistema financiero se ha convertido en un inmenso casino, tal y como lo definió el premio de Economía del Banco de Suecia Maurice Allais.
Aunque es muy difícil saber exactamente la cifra de ese negocio, pues la mayoría de los intercambios se realiza de forma privada, las estimaciones van desde los 600 billones (millones de millones) de dólares del Banco Internacional de Pagos, hasta los 1.000 billones. Esta es la auténtica bomba de relojería sobre la que está sentada la banca internacional. La que aún no ha explotado pero que explotará irremisiblemente y con consecuencias difíciles de imaginar si los gobiernos y bancos centrales siguen permitiendo ese negocio, como hasta ahora.
Supuestamente, quienes operan con derivados lo hacen para defenderse ante el cambio en algún tipo de circunstancia (tipo de interés, prima de riesgo, quiebra, incumplimiento de pago…). La realidad, sin embargo, es que se utilizan para especular, aprovechando los cambios en esas mismas circunstancias que los grandes operadores pueden provocar a su conveniencia. Y eso es lo que puede dar lugar a gravísimos problemas si el riesgo inherente a esas operaciones se desajusta en algún momento y perjudica al mismo tiempo a varios operadores. Algo que ocurrirá antes o después necesariamente, por ley de los grandes números y por la naturaleza intrínseca del negocio: si alguien pide prestado para comprar un seguro (un derivado) por el cual cobrará si arde la casa de su vecino y, puesto que la casa no es suya, le interesa que arda cuanto antes para cobrarlo. Y de ahí a que sea él mismo quien la incendie puede haber muy poca distancia.
Todos los bancos del mundo están involucrados en este tipo de operaciones (por no hablar del tráfico de armas o de personas o del lavado de dinero que para ellos es peccata minuta o calderilla) y eso quiere decir que unos alimentan constantemente el riesgo que afecta a los demás. Antes o después, cuando se vea afectado uno de los grandes bancos, el sistema comenzará a arder en mucha mayor medida en que ya lo hizo en 2007-2008. Créanme, lo que han visto hasta ahora no es nada en relación con lo que, antes o después, va a producirse.
El riesgo diario de crisis bancaria tiene también que ver con la naturaleza del negocio bancario.
La gente cree que los bancos ganan dinero aceptando depósitos de sus clientes, pero eso no es así. El negocio de la banca es dar préstamos y la clave está en que eso puede hacerlo sin disponer de recursos previos: el dinero que prestan a sus clientes lo crean de la nada, mediante simples anotaciones contables.
Es verdad que los bancos centrales les obligan a mantener en sus cajas una parte de los depósitos o del capital, pero es un porcentaje no mayor del 1% en Europa, es decir, insignificante. Y, además, pueden disponer de él una vez que ya han dado los préstamos, simplemente pidiendo prestado a los bancos centrales.
Ese privilegio es el que hace que la economía mundial descanse (si es que se puede utilizar esta palabra en este caso) sobre otra bomba: la de la deuda.
¿Qué banco va a renunciar a hacer negocio haciendo crecer la deuda si puede obtener el dinero para ganar dinero con ella sin coste alguno?
La consecuencia es doble. Una, que los bancos influyen para que las políticas económicas frenen la generación de ingreso y obliguen a gobiernos, empresas y hogares a endeudarse sin parar, lo cual frena la economía y hace que siempre vaya a trompicones. Otra, que la deuda, gracias al tipo de interés compuesto, crece exponencialmente (una deuda al 4% se duplica en 18 años y al 7% en 10), mientras que la economía normal, la productiva, no puede crecer así, sino más lentamente y con altos y bajos. Eso produce algo que sabemos desde los códigos babilónicos: periódicamente las deudas estallan, es imposible pagarlas y todo se viene abajo, salvo que se anulen por completo.
Y, para terminar, hay un último problema. Funcionando sobre estas bases que acabo de señalar, los bancos se han convertido en el principal factor de perturbación y crisis de las economías modernas. Las autoridades lo saben perfectamente y tratan de establecer controles y normas que impidan que se salgan de madre cada dos por tres a base de inversiones arriesgadas, deuda incontrolable o sencillamente de estafas, como las que provocaron la crisis de 2007. Pero los bancos son las instituciones más poderosas del planeta y no se dejan atar fácilmente.
En Estados Unidos son copropietarios de la Reserva Federal, es decir, participan en la toma de las decisiones, de modo que pueden evitar fácilmente que se adopten las que no les conviene o reducen sus beneficios. En Europa, el Banco Central Europeo está dirigido por exdirectivos de los grandes bancos y quienes no lo han sido saben que pueden terminar en ellos una vez que concluyan allí su actividad (véanse los consejos de administración privados en donde han acabado los antiguos gobernadores del Banco de España, sin ir más lejos).
Sirva un solo ejemplo de lo que digo: para evitar que la quiebra de hecho de los bancos se refleje claramente, se les permite que valoren sus activos, en sus balances o a la hora de pedir préstamos o ayudas, a los precios que más les convengan y no a los actuales, los de mercado. Una práctica fraudulenta que obviamente no se permitiría a ninguna empresa o persona individual.
Gracias al poder que tiene, la banca actúa sabiendo que cualquiera que sea su mala práctica recibirá la ayuda necesaria cuando, por su causa, se encuentre en dificultades. Ayuda que, naturalmente, se le da siempre a cuenta del resto de contribuyentes.
Y el poder absoluto del que goza le permite, además, poner a su disposición a las auditoras, medios de comunicación, políticos y académicos en todo el mundo con el único fin de tapar su praxis peligrosa y fraudulenta y el riesgo que constantemente genera al resto de la economía.
No exagero: la auditora KPMG dio su visto bueno a las cuentas de los bancos Silicon Valley Bank y Signature solo dos semanas antes de su caída; la revista Forbes acababa de incluir a Silicon Valley entre los mejores bancos del planeta, y los más grandes del mundo (Deutsche Bank, HSBC, Santander, Citibank…) han sido condenados y multados en numerosas ocasiones (eso sí, con cantidades irrisorias) por lavado de dinero, fraude fiscal, fraudes bancarios, obstrucción a la justicia, mal asesoramiento a sus clientes, manipulación de tipos de interés… o han sido considerados responsables de la crisis de 2007-2008, sin que nada les haya pasado después.
Las reformas legales que se debían haber puesto en marcha después de esa última crisis y que las autoridades anunciaron a bombo y platillo o no se han aplicado o se han aplicado con alcance muy insuficiente. Los bancos pueden más que los gobiernos y les obligan a dejarlos actuar bajo una regulación defectuosa, porque les permite actuar como he explicado. Sabemos que, hasta ahora, los han dejado actuar prácticamente a sus anchas. La incógnita es si, cuando todo estalle, van a disponer de agua suficiente para aplacar el incendio. Lagarde dijo ayer que sí pero sabe perfectamente que si la crisis proviene de los derivados será materialmente imposible apagar el fuego.
Sólo los ingenuos y mal informados pueden creerse lo que nos están diciendo los irresponsables dirigentes de los gobiernos y bancos centrales: el sistema bancario no es sólido sino una bomba que va a explotar, lo malo de la crisis bancaria está por llegar, es inevitable si persisten en las medidas que están tomando y, como explico en mi último libro Más difícil todavía, lo malo es que no solo será bancaria sino que afectará a todas las empresas y al conjunto de la economía.
Infórmense bien, lean, descubran las numerosas alternativas que los economistas críticos ofrecen para que el sistema bancario sea estable, seguro y accesible, y no dejen que les quiten su dinero delante de sus narices.