El Falansterio de Theleme

sábado, 19 de septiembre de 2020

Los Aliados y los soviéticos .

 

 



PRIMERA PARTE I: LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL PODÍA HABER TERMINADO EN 1943

 

Cuando Churchill pensaba en una alianza con los nazis

por Viktor Litovkine, Valentín Falin

A pesar de la barbarie nazi en la Segunda Guerra Mundial, muchos dirigentes occidentales, entre ellos el primer ministro conservador británico Winston Churchill, estaban convencidos que habría que luchar primero contra el comunismo soviético y promovían una alianza con los nazis de Adolf Hitler. Archivos históricos recientemente abiertos a los investigadores.

 

 

La Red Voltaire sigue presentando al público latinoamericano y español, en colaboración con la agencia RIA Novosti un ciclo de documentos y testimonios con motivo de los 60 años conmemorativos de la Victoria sobre el fascismo y la finalización de la Segunda Guerra Mundial. A continuación la charla sostenida entre Valentín Falin, Doctor en Historia, y Víctor Litovkin, comentarista en temas militares de la agencia, en las que se elucidan aspectos antes poco conocidos de este Segundo Conflicto Mundial (Gran Guerra Patria para los rusos).

 

La apertura reciente de archivos históricos inéditos demuestran mecanismos que han permanecido desconocidos para un vasto público, así como los móviles de la toma de unas u otras decisiones al más alto nivel político en esa época, los cuales ejercieron una influencia decisiva sobre el desarrollo y desenlace de la Segunda Guerra Mundial.

 

Víctor Litovkin: La historiografía [1] contemporánea de la Segunda Guerra Mundial ofrece diversas valoraciones de su etapa final. Unos expertos afirman que la guerra podía haber terminado mucho antes. De ello escribió, por ejemplo, en sus memorias el mariscal Chuikov. Otros sostienen que podía alargarse un año más, como mínimo. ¿Quién está más cercano a la verdad y en qué consiste ésta? ¿Cuál es el punto de vista de usted?

 

Valentín Falin: Los debates al respecto se desarrollan no solamente en la historiografía contemporánea. De cuánto iba a durar la guerra en Europa y cuándo terminaría se discutía ya en el transcurso de la guerra, y a partir de 1942, ello se hacía sin cesar. Para ser más exactos, se debe reconocer que ese problema interesaba a los políticos y los militares desde 1942.

 

En aquel entonces la mayoría de los estadistas, incluidos Roosevelt y Churchill, creían que la Unión Soviética podría resistir durante cuatro o seis semanas, al máximo. Tan sólo Benes afirmaba que la URSS resistiría la invasión nazi y, en fin de cuentas, derrotaría a Alemania.

 

 
Zhukov  
 

V.L.: Eduard Benes era, si no lo recuerdo mal, presidente de Checoeslovaquia en emigración. Después del complot de Munich de 1938 y la ocupación del país, él residía en Gran Bretaña.

 

V:F.: Sí. Pero más tarde, cuando dichas valoraciones - o tasaciones, si usted permite -de nuestra capacidad de resistir no se justificaron, cuando Alemania sufrió la primera -quiero recalcarlo- derrota estratégica en la batalla de Moscú, muchos cambiaron bruscamente de opinión. En Occidente empezaron a expresar recelos de que la Unión Soviética pudiese salir demasiado fuerte de la guerra, y como tal, comenzase a determinar la faz de la futura Europa.

  

Lo decía, por ejemplo, Berle, secretario de Estado adjunto de EE.UU y coordinador de los servicios de inteligencia estadounidenses. De este mismo parecer eran los allegados de Churchill, incluidas una personas muy influyentes, que antes de empezar la guerra y en su transcurso elaboraban la doctrina de las acciones a desarrollar por las Fuerzas Armadas británicas y también la política de Gran Bretaña.

 

Con ello se explica en mucho grado la resistencia que Churchill oponía a la apertura del Segundo Frente en 1942 [2] . Aunque Beaverbrook y Cripps en la dirigencia británica, y especialmente Eisenhower y otros elaboradores de los planes militares estadounidenses, suponían que existían premisas técnicas y otras para asestar una derrota a los alemanes precisamente en 1942, utilizando la circunstancia de que el grueso de las fuerzas alemanas estaban concentradas en el Este y que había una costa de dos mil kilómetros de largo de Francia, Holanda, Bélgica, Noruega y de la propia Alemania, abierta para la incursión de los Ejércitos de los aliados. Los nazis no tenían fortificaciones permanentes en la costa atlántica.

 

Es más, los militares estadounidenses procuraban persuadir a Roosevelt (existen varios memorándums de Eisenhower al respecto) de que el Segundo Frente era necesario, que era posible abrirlo y que su apertura acortaría la guerra en Europa y haría capitular a Alemania, si no en 1942, en 1943 a más tardar.

Pero esos cálculos no le convenían a Gran Bretaña ni a los conservadores de la cúpula estadounidense.

 

V.L.: ¿A quién se refiere usted?

 

V.F.: Por ejemplo, el Departamento de Estado, con Hall a la cabeza, mantenía una actitud muy adversa con respecto a la URSS. Es por ello que Roosevelt no lo llevó consigo cuando se dirigía a la Conferencia de Teherán. El secretario de Estado recibió los protocolos de las reuniones del «gran trío» sólo al cabo de seis meses de haberse celebrado la conferencia. Lo curioso es que la inteligencia política del Reich haya informado de su contenido a Hitler pasadas tres o cuatro semanas. La vida está llena de paradojas.

 

Después de la batalla de Kursk de 1943, que culminó con la derrota de la Wehrmacht, en Québec (Canadá) se reunieron el 20 de agosto los jefes de los Estados Mayores de EE.UU y Gran Bretaña, así como Churchill y Roosevelt. En el orden del día estaba el tema de un eventual abandono por Estados Unidos y Gran Bretaña de la coalición antihitleriana y la formación de una alianza con los generales nazis con el fin de librar guerra conjunta contra la Unión Soviética.

 

 

Un tanque nazi Tiger en el frente de Kursk (Rusia), batalla que ha quedado registrado hasta hoy día como el más grande choque de blindados de la historia militar.

V.L.: ¿Por qué?

 

V.F.: Porque, según la ideología de Churcill y quienes la compartían en Washington, había que detener a los «bárbaros rusos» en el Este, lo más lejos posible, y si no derrotar a la Unión Soviética, por lo menos debilitarla al máximo. Hacerlo, antes que nada, por las manos de los alemanes. Así se formulaba la tarea.

 

Era un plan muy viejo de Churchill. Él había desarrollado esa idea al conversar con el general Kutepov ya en 1919. Los norteamericanos, los ingleses y los franceses están sufriendo un revés y no podrán aplastar a la Rusia soviética, decía él.

 

Hace falta que de ello se ocupen los japoneses y los alemanes. En 1930, Churchill le explicaba la tarea en la misma clave a Bismarck, primer secretario de la Embajada de Alemania en Londres. Los alemanes se portaron durante la Primera Guerra Mundial como unos necios, decía él.

 

En vez de reconcentrarse en inflingir derrota a Rusia, empezaron a librar guerra en dos frentes. Si ellos se hubieran ocupado sólo de Rusia, Inglaterra habría neutralizado a Francia.

 

Churchill lo percibía no tanto como una lucha contra los bolcheviques cuanto como continuación de la guerra de Crimea de 1853-1856, en la que Rusia procuró poner fin a la expansión británica, no importa con qué resultado.

 

V.L.: En Transcaucasia, Asia Central y Oriente Próximo rico en petróleo...

 

V.F.: Por supuesto. Por consiguiente, cuando estamos hablando de diversas variantes de librar guerra contra la Alemania nazi, no debemos olvidar que existían diversos enfoques de la filosofía de ser aliados y de los compromisos que Inglaterra y EE.UU querían asumir ante Moscú.

 

Voy a hacer una digresión. En 1954 o en 1955, en Gent se celebró un simposio religioso sobre el tema de si se besan los ángeles. Como resultado de los debates de muchos días se llegó a la conclusión de que sí, se besan, pero sin sentir pasión. Dentro de la coalición antihitleriana, las relaciones de aliados semejaban ser unos besos así, por no decir que eran unos besos de Judas. Se hacían promesas, sin asumir compromisos, o -aún peor- para inducir a error a la parte soviética.

 

Esa táctica hizo fracasar las negociaciones entre la URSS, Gran Bretaña y Francia en agosto de 1939, cuando todavía existía la posibilidad de hacer algo para detener la agresión nazi. A los dirigentes soviéticos no les dejaron otra opción que concertar el pacto de no agresión con Alemania.

 

Nos expusieron al golpe de la máquina militar nazi, ya preparada para agredir. Conviene citar la directriz formulada en el despacho de Chamberlain: «Si Londres no puede evitar pactar con la Unión Soviética, la firma británica que se ponga al pie del documento no debe significar que en caso de agredir los alemanes contra la URSS los ingleses le acudan en ayuda a la víctima de la agresión, declarando guerra a Alemania. Debemos reservarnos la posibilidad de manifestar que Gran Bretaña y la Unión Soviética interpretan los hechos de distintos modos».

 

V.L.: Existe otro ejemplo histórico bien conocido: cuando Alemania agredió en septiembre de 1939 a Polonia, aliada de Gran Bretaña, Londres declaró guerra a Berlín, mas no dio ni un paso concreto para ayudar realmente a Varsovia.

 

V.F.: Pero en nuestro caso ni se trató de declarar guerra aunque sea de pura forma. Los tories (políticos conservadores británicos) partían de que la apisonadora alemana iba a llegar a los Urales, aplastándolo todo en su camino. Y que no quedaría quien se quejase de la Perfidia de Albión.

 

Esa ligazón entre las épocas y los acontecimientos siguió existiendo durante la guerra, dando pábulo para las reflexiones. Y las conclusiones a que se llegaba no eran muy optimistas para nosotros, según me parece a mí.

 

V.L.: Volvamos al deslinde de los años 1944 y 1945. ¿Podíamos haber concluido la guerra antes del mes de mayo o no?

 

V.F.: Hagamos la pregunta de otro modo: ¿Por qué el desembarco de los aliados se planeaba precisamente para 1944? Nadie lo acentúa, pero la fecha no se escogió por una casualidad. En Occidente tomaban nota de que en Stalingrado habíamos perdido un inmenso número de soldados, oficiales y material de guerra, que habíamos sufrido colosales pérdidas en el arco de Kursk... Perdimos más carros blindados que los alemanes.

 

En 1944, la URSS ya se veía obligada a movilizar a muchachos de 17 años de edad. El campo ya estaba sin la mano de obra masculina. Sólo evitaban llamar a filas a los hombres de los años de nacimiento 1926 y 1927 que trabajaban en las empresas de la industria de guerra, por protestar mucho los directores de éstas.

 

Los servicios de inteligencia estadounidenses y británicos, al valorar las perspectivas, coincidían en que hacia la primavera de 1944 el potencial ofensivo de la Unión Soviética se vería agotado por completo, ya no habría reservas humanas, y la Unión Soviética ya no podría asestarle a la Wehrmacht un golpe comparable con los que ésta recibió en las batallas de Moscú, Stalingrado y Kursk.

 

Según sus cálculos, atascados en la confrontación con los nazis, los soviéticos cederían la iniciativa estratégica a EE.UU e Inglaterra hacia las fechas de comenzar el desembarco.

 

Con el desembarco de los aliados en el continente se hizo coincidir un complot tramado contra Hitler. Los generales, si se hiciesen con el poder en el Reich, tenían que disolver el Frente Occidental y abrir paso a los estadounidenses y los ingleses para que éstos ocuparan a Alemania y «liberaran» a Polonia, Checoeslovaquia, Hungría, Rumania, Bulgaria, Yugoslavia y Austria... Se pretendía hacer parar al Ejército Rojo en las fronteras del año 1939.

 

V.L.: Recuerdo que los estadounidenses y los ingleses hasta desembarcaron en Hungría, cerca de Balatón, con el fin de apoderarse de Budapest, pero los alemanes liquidaron a todo el grupo...

 

V.F.: No era un desembarco en sí, era un grupo a que se encomendó restablecer contactos con las fuerzas antisfascitas húngaras. Pero se hizo fracasar no sólo ese plan. Después del atentado, Hitler quedó a salvo, Rommel fue gravemente herido y salió del juego, aunque en Occidente se ponían las miras precisamente en él. Los demás generales se acobardaron.

 

Sucedió lo que sucedió. A los estadounidenses no les resultó recorrer Alemania en marcha alegre bajo el son de la música marcial. Ellos se vieron obligados a entrar en combates, a veces pesados, baste con recordar la operación de Ardenas. Pero pese a todo eso, ellos cumplían sus tareas, a veces de una manera bastante cínica.

 

Voy a aducir un ejemplo concreto. Las tropas de EE.UU se acercaron a París. Allí había estallado una sublevación. Los estadounidenses se detuvieron a treinta kilómetros de la capital, esperando a que los alemanes acabasen con los rebeldes, porque se trataba en primer lugar de los comunistas.

 

Según diversos datos, fueron matados de tres a cinco mil personas. Pero los sublevados lograron imponerse, y entonces los estadounidenses tomaron París. Algo análogo sucedió en la parte Sur de Francia. Volvamos a aquel deslinde del que empezamos a hablar.

 

V.L.: Del invierno de 1944 y 1945.

 

V.F.: Sí. En otoño de 1944 en Alemania se celebraron varias reuniones, primero bajo dirección de Hitler, y luego, por encargo de éste, de Jodl y Keitel. Su sentido se reducía a lo siguiente: Si les damos una buena tunda a los estadounidenses, en EE.UU e Inglaterra despertará el gusto por volver a las negociaciones que se habían celebrado entre 1942 y 1943 ocultándolo de Moscú.

 

La operación de Ardenas fue concebida en Berlín no como una llamada a contribuir a la victoria en la guerra, sino para minar las relaciones de aliados entre Occidente y la Unión Soviética. Se pretendía dar a entender a EE.UU que Alemania todavía era fuerte y podía presentar interés para los países occidentales en su confrontación con la Unión Soviética. Y que a ellos mismos no les alcanzarían fuerzas para hacer parar a los «rojos» en los accesos a Alemania.

 

Hitler subrayaba que nadie iba a conversar con un país que estaba en una situación grave. Con nosotros van a hablar si la Wehrmacht demuestra seguir siendo una fuerza de verdad, decía él.

 

El factor sorpresa era su as de triunfos. Los aliados se instalaron en locales de invierno, sosteniendo que la zona de Alsacia y las montañas de Ardenas eran un lugar magnífico para descansar y muy malo para librar operaciones de combate. Pero los alemanes tenían planes de abrirse paso hacia Rotterdam y con ello privarlos a los estadounidenses de la posibilidad de utilizar los puertos de Holanda. Era la circunstancia decisiva para toda la campaña occidental.

 

El comienzo de la operación de Ardenas se aplazó en varias ocasiones. A Alemania no le alcanzaban fuerzas. Empezó en el momento preciso en que en invierno de 1944 el Ejército Rojo libraba extenuantes combates en Hungría, en la zona de Balatón y Budapest. Estaban en juego las últimas fuentes de petróleo -en Austria y algunas en la propia Hungría -controladas todavía por los alemanes.

 

Esta era una de las causas por las que Hitler decidió defender a Hungría a pesar de todo, y en el apogeo mismo de la operación de Ardenas y antes de comenzar la de Alsacia empezó a atraer tropas desde la dirección occidental, para lanzarlas al frente soviético-húngaro. La fuerza básica de la operación de Ardenas - el Sexto Ejército de carros blindados de la SS - fue quitada de Ardenas y trasladada a Hungría...

 

V.L.: A Haimasker.

 

V.F.: El desplazamiento había comenzado en esencia antes de que Roosevelt y Churchill, presas de pánico, le dirigieron a Stalin un llamamiento que, traducido del lenguaje diplomático al corriente, decía: ayúdennos, sálvennos, estamos sufriendo una desgracia.

 Hitler a su vez suponía, hay pruebas de ello: puesto que los aliados le fallaban tan a menudo a la Unión Soviética y se ponían a esperar abiertamente cuánto iban a aguantar Moscú y el Ejército Rojo, también la parte soviética podría proceder así.

  Hitler a su vez suponía, hay pruebas de ello: puesto que los aliados le fallaban tan a menudo a la Unión Soviética y se ponían a esperar abiertamente cuánto iban a aguantar Moscú y el Ejército Rojo, también la parte soviética podría proceder así. En 1941 ellos esperaban cuándo iba a caer la capital de la URSS; en 1942, no sólo Turquía y el Japón, también EE.UU estaban aguardando la caída de Stalingrado, para luego empezar a revisar su política.

 Los aliados ni siquiera quisieron proporcionarle a la URSS los datos obtenidos por sus servicios de inteligencia, por ejemplo de los planes de los alemanes de desarrollar la ofensiva del Don al Volga y después hacia el Cáucaso, y otros por el estilo... Hitler a su vez suponía, hay pruebas de ello: puesto que los aliados le fallaban tan a menudo a la Unión Soviética y se ponían a esperar abiertamente cuánto iban a aguantar Moscú y el Ejército Rojo, también la parte soviética podría proceder así.

En 1941 ellos esperaban cuándo iba a caer la capital de la URSS; en 1942, no sólo Turquía y el Japón, también EE.UU estaban aguardando la caída de Stalingrado, para luego empezar a revisar su política. Los aliados ni siquiera quisieron proporcionarle a la URSS los datos obtenidos por sus servicios de inteligencia, por ejemplo de los planes de los alemanes de desarrollar la ofensiva del Don al Volga y después hacia el Cáucaso, y otros por el estilo...

 

V.L.: Si no me equivoco, esa información nos fue suministrada por la legendaria «Orquesta Roja».

 

V.F.: Los estadounidenses no nos informaban de nada, aunque conocían muchos detalles, hasta días y horas, por ejemplo, respecto a los preparativos de la operación «Ciudadela» en el Arco de Kursk...

 

Teníamos fundamentos de peso, por supuesto, para ver detenidamente en qué grado nuestros aliados sabían y querían combatir y en qué grado estaban preparados para promover su plan principal durante la realización de la operación en el continente, que era el plan «Rankin».

 

El plan principal no era el «Overlord», sino precisamente el «Rankin», que preveía establecer control anglo-americano sobre toda Alemania y todos los Estados de Europa del Este, para no dejarnos entrar allá. Eisenhower, cuando fue designado comandante del Segundo Frente, recibió la directriz: ir preparando el plan «Overlord», pero siempre tener en cuenta el «Rankin».

 

Si surgían las condiciones propicias para realizar el «Rankin», dejar de un lado el «Overlord» y lanzar todas las fuerzas a cumplir el «Rankin». El levantamiento en Varsovia fue organizado con ese objetivo, así como otras muchas actividades.

 

En este sentido, el año 1944 y comienzos del 1945 eran la hora de la verdad. La guerra no se desarrollaba por dos frentes: el del Este y el del Oeste, sino en dos frentes.

 

Oficialmente, los aliados realizaban unas operaciones de combate que tenían mucha importancia para nosotros, atando, sin lugar a dudas, una parte de las tropas alemanas.

 

Pero su plan fundamental consistía en hacer parar en lo posible a la Unión Soviética, según decía Churchill, mientras que algunos de los generales estadounidenses utilizaban palabras más bruscas: «detener a los descendientes de Genghis Khan».

 

Pero fue Churchill quien formuló esa idea en una forma abiertamente antisoviética en octubre de 1942, cuando todavía no había comenzado nuestra contraofensiva el 19 de noviembre en Stalingrado. «Tenemos que hacer parar a esos bárbaros en el Este, lo más lejos posible», dijo él.

 

Cuando estamos hablando de nuestros aliados, no quiero menospreciar de ningún modo los méritos de sus soldados y oficiales que combatían, igual que nosotros, sin saber nada de las intrigas y maquinaciones políticas de sus gobernantes, combatían con honestidad y firmeza.

 

Tampoco quiero restarle importancia a la ayuda de «land-lease» que se nos prestaba, aunque nunca fuimos los destinatarios principales. Quiero subrayar simplemente en qué grado la situación era complicada, contradictoria y peligrosa para nosotros a lo largo de toda la guerra, hasta resonar las salvas de la Victoria. En qué grado nos era difícil a veces tomar una u otra decisión, cuando no simplemente nos embaucaban sino que nos exponían al peligro.

 

V.L.: ¿O sea que la guerra de veras podía haber terminado mucho antes del mayo de 1945?

 

V.F.: Respondiendo con absoluta franqueza, diré: sí, podía. Y no es la culpa de nuestro país de que no haya terminado ya en 1943. No es culpa nuestra. Habría terminado, si nuestros aliados hubieran cumplido con honestidad su deber, si se hubieran atenido a los compromisos asumidos ante la Unión Soviética en 1941, 1942 y en la primera mitad de 1943. Pero puesto que no lo hicieron, la guerra se alargó por un año y medio o por dos años, como mínimo.

 

Lo principal es que, si no hubiera sido por ese dar largas a la apertura del Segundo Frente, habrían perecido unos 10 ó 12 millones de soviéticos y aliados menos, especialmente en el territorio de la Europa ocupada. Ni habría existido Oswiecim (campo de concentración de Auschwitz), que empezó a funcionar a plena marcha en 1944...

 

Viktor Litovkine

Valentín Falin

Fuente

RIA Novosti (Rusia)

 https://www.voltairenet.org/article124418.html (1ª parte )  

 

https://www.voltairenet.org/article124405.html (2ª parte

  
Nota del blog (1) https://es.wikipedia.org/wiki/Batalla_de_Kursk.
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viernes, 18 de septiembre de 2020

Assange al Gulag de EE.UU.

 Los periodistas han allanado el camino de Assange al Gulag de EE.UU.

15 Sep 2020  JONATHAN COOK



Las audiencias del tribunal británico sobre el caso de extradición de la administración de EE.UU. contra Julian Assange comienzan en pleno esta semana. La saga de una década que nos ha traído a este punto debería horrorizar a cualquiera que se preocupe por la creciente fragilidad de nuestras libertades.


 

Un periodista y editor ha sido privado de libertad durante diez años. Según los expertos de Naciones Unidas, Assange ha sido arbitrariamente detenido y torturado la mayor parte de ese tiempo, mediante un estricto confinamiento físico y una presión psicológica continuada. La CIA ha pinchado sus comunicaciones y lo ha espiado cuando estaba bajo asilo político, en la embajada de Ecuador en Londres, vulnerando sus derechos legales más fundamentales. La jueza que supervisa sus audiencias tiene un grave conflicto de intereses –su familia está muy relacionada con los servicios de seguridad británicos– que no ha declarado y que debería haberle impedido hacerse cargo del caso.


https://www.investigaction.net/es/los-periodistas-han-allanado-el-camino-de-assange-al-gulag-de-ee-uu/

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jueves, 17 de septiembre de 2020

Bankia no debe fusionarse con CaixaBank .

  

Por qué Bankia no debe fusionarse con CaixaBank

Se pretende diluir Bankia en una entidad mayor, lo que avanza en la liquidación de cualquier presencia pública en el sector bancario, dejando a España como una anomalía en el panorama europeo

Manuel Nolla

Plataforma en defensa de la Banca Pública

 

 

Queremos centrarnos en que estamos ante la traca final del proceso de entrega al negocio privado de lo que resta de banca pública. Los "expertos" se fijan en si la operación es rentable para unos u otros atendiendo al valor de las acciones, esa es la pretensión empresarial que guía este proceso de fusión. Ante ese objetivo, los llamados liberales, en un alarde de contradicción, no se quejan de la patada a la competencia que significa tanta concentración y tanta ayuda pública. Ya se liquidó el sector social que significaban las Cajas, en un proceso de saneamiento de prácticamente todo el sector bancario (aunque nadie hable de ello). Solo se habla de las Cajas que una vez saneadas se le regalaron a las grandes entidades privadas. A modo de ejemplo, la entidad resultante de la fusión de las Cajas Gallegas se rescató con 9.404 millones, se vendió a un empresario venezolano en 2013 por 1003 millones, que desde entonces ha recogido 3.556 millones de beneficios. En 2013, el Banco de Valencia recibió 13.750€ del Estado y se le regaló a la Caixa por un euro. Ese es el rescate que "no iba a costar ni un euro". Excede de la dimensión de este artículo explicar la enormidad de las diferentes ayudas que la banca recibió y recibe del BCE y del gobierno.

 

Nos dicen que los bancos ya tenían un problema de rentabilidad porque en 2019 ganaron "solo" 18.931 millones. ¿Por qué tienen que repartirse beneficios si unas entidades los consiguieron gracias a nuestras ayudas? Porque no es de ahora. Preparémonos, porque antes de la crisis del COVID ya veníamos denunciando que amenazaba una nueva crisis financiera.

 

La banca hoy

Los servicios bancarios son hoy imprescindibles y la actividad financiera tiene un creciente papel en las economías. Un problema: la banca necesita dar la seguridad de nuestros depósitos, pero la competencia por el máximo beneficio accionarial a corto plazo lleva a las entidades a asumir riesgos que minan su estabilidad. Si tienen garantizado que vendrá el Estado a salvarlas, (con la excusa de una catástrofe al ser demasiado grandes), tendrán menos freno y pueden asumir acciones arriesgadas, que son las más rentables. Así llegan las crisis. Esto se combina con una precaución excesiva, paralizante a veces cuando lo que hace falta es salir de la crisis, o desatendiendo la reorientación de la economía y sectores esenciales, pero con perspectivas menores en cuanto a rentabilidad inmediata.

 

En la reciente historia bancaria se han evidenciado prácticas poco éticas con los intereses de su clientela o abusivas (preferentes, clausulas suelo, gastos de hipotecas, manipulación de los índices de referencia, elusión de impuestos en paraísos fiscales, etc.). Por ello, resulta necesario introducir el interés público en una actividad como la bancaria, que es hoy asimilable a un servicio público.

 

¿Por qué una banca pública?

Porque las regulaciones se han manifestado insuficientes para controlar los peligros expresados anteriormente y hace falta un elemento de moderación y de referencia en las prácticas privadas, tendentes a la especulación y al oligopolio.

 

La historia de la banca pública en Europa demuestra su importancia, por su mejor servicio a la economía de las gentes y de sus países. La BP es (como el FMI reconoció que jugó en la crisis de 2008) un elemento de estabilización. Más necesaria hoy, en un momento de crisis en el que el BCE ha rebajado varias de las exigencias regulatorias que se pusieron aprendiendo de la crisis anterior.

 

Se pueden orientar las políticas crediticias hacia las necesidades más acuciantes de la economía española, como la transición energética y ecológica; la atención a la España vaciada; el tratamiento preferencial a las pequeñas y medianas empresas; la promoción pública de vivienda en alquiler; la atención a los procesos de reindustrialización consensuados, etc.

 

Esperamos que sea simple desconocimiento del presidente del gobierno decir que para banca pública ya está el ICO. El ICO es una simple agencia de inversión que actúa a través de la banca privada. No interactúa con el cliente. No capta recursos de clientes como sí hacen las bancas públicas en los países de nuestro entorno.

 

Si la política económica ha de ser de reconstrucción con ingentes cantidades de fondos públicos, ¿por qué tienen que canalizarse únicamente a través de entidades privadas que la condicionan con sus intereses?, ¿por qué se desprecian los fondos internos orientados desde una banca pública?

 

¿Bancos grandes o libre competencia?

La realidad es que hay múltiples ejemplos de entidades pequeñas que vienen solventando los problemas mucho mejor, pero la tendencia natural del sistema a la concentración quiere justificar la necesidad de bancos grandes para mejorar la rentabilidad. Aparecen los bancos que se llaman "sistémicos" porque son "demasiado grandes para caer", obligándonos a rescatarlos. Negocio seguro y mayor capacidad de presión sobre los poderes públicos…

 

En España ya teníamos un grado de concentración superior al del resto de países de la Eurozona El Banco de España en 2018 alertaba ante la elevada concentración bancaria en nuestro país: "cuantos menos bancos y más grandes existan, más fácil es comportarse de una forma no competitiva y por tanto obtener rentas de monopolio u oligopolio".

 

De 62 entidades que había en 2006 quedaran 16 a principios de 2013.

En aquel momento, la cuota de mercado, de los cinco mayores bancos era en España del 58%, una concentración que superaba con creces el 39% existente en el Reino Unido, el 41% de Italia y el 48% de Francia y casi duplicaba el 32% existente en Alemania. Se ponen fácilmente de acuerdo y sin competencia se abusa del cliente.

 

Se volverán a perder puestos de trabajo, que no solamente significarán las habituales ayudas públicas a las prejubilaciones. (Por cierto, ¿se cuentan estas entre los costes de la operación?). También significa perder puestos de atención al cliente, profundizar en el abandono de la España vaciada o de los sectores con exclusión tecnológica.

 

Ahora se pretende diluir Bankia en una entidad mayor, lo que avanza en la liquidación de cualquier presencia pública en el sector bancario, dejando a España como una anomalía en el panorama europeo, que tiene importante presencia pública en el sector.

 

Es indignante que esto vuelva a hacerlo un partido socialista. Y ello en un momento de grave crisis, en el que se pone de manifiesto el valor de lo público, en la sanidad, la enseñanza… Justo en un momento en que el papel de lo público para definir e impulsar sectores estratégicos se considera esencial y el Estado debe aumentar su capacidad de intervención si quiere impulsar las transiciones tecnológicas y medioambientales anunciadas.

 

Un gobierno que ha permitido una gestión de Bankia mas orientada a organizar su privatización que a cumplir sus obligaciones y usar su 61,8% de presencia en Bankia para ejercer como un verdadero banco público, ¿que hará si se queda minoritario con un 15% de un banco privado? La voracidad privatizadora no se quedará allí, no vaya a ser que el ejercicio de esa minoría permita algo de coherencia en el comportamiento de la nueva entidad.

 

No es esta una cuestión que competa sólo al ministerio de Economía, también, al menos, a los Ministerios de Trabajo, Hacienda, Consumo y Seguridad Social. Pero, sobre todo, nos compete a todos y exigimos que se abra un debate público.

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miércoles, 16 de septiembre de 2020

El complot contra Libia .

 

Una conspiración criminal Obama-Biden-Clinton

El complot contra Libia

Eric Draitser  

Fuentes: Counterpunch

Foto: Obama, Joe Biden y Hillary Clinton en la Casa Blanca (Pete Souza, fotógrafo oficial de la Casa Blanca. CC BY 2.0)

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

El sofocante sol del desierto se cuela a través de las rejillas del ventanuco. Un ratón atraviesa velozmente el agrietado suelo de cemento y el sonido de voces lejanas hablando en árabe ahoga el sonido de sus patitas. Charlan en un dialecto de Libia occidental diferente del dialecto oriental más utilizado en Bengasi. A lo lejos, más allá del resplandeciente horizonte se encuentra Trípoli, la joya de África, ahora sometida a una guerra perpetua.

Esta fría y húmeda celda de un viejo almacén en Bani Walid, no encierra contrabandistas, violadores o asesinos. Aquí hay simples africanos  procedentes de Nigeria, Camerún, Chad, Eritrea y otras partes del continente capturados por traficantes cuando buscaban una vida libre de guerra y de pobreza, el fruto podrido del colonialismo angloamericano y europeo. Las marcas de ganado grabadas sobre sus rostros cuentan una historia mucho más trágica que cualquiera de las historias producidas por Hollywood.

Son esclavos: seres humanos comprados y vendidos como mano de obra. Algunos irán a trabajar a la construcción y otros a los campos. Todos se enfrentan a la realidad de una servidumbre forzada, una pesadilla lúcida convertida en su realidad cotidiana.

Esta es Libia, la auténtica Libia. La Libia levantada sobre las cenizas de una guerra de Estados Unidos y la OTAN que depuso a Muamar el Gadafi y al gobierno de la Yamahiriya Árabe Libia [el Estado de las masas]. La libia fracturada en facciones beligerantes, cada una apoyada por diversos actores internacionales cuyo interés por el país es cualquier cosa menos humanitario.

Pero esta Libia no es producto de Donald Trump y su banda de degenerados fascistas. Fue el gran humanitario Barack Obama, junto a Hillary Clinton, Joe Biden, Susan Rice, Samantha Power y su armonioso círculo de paz de intervencionistas liberales, quien trajo esta devastación. Con encendidos discursos sobre libertad y autodeterminación, el Primer Presidente Negro y sus camaradas franceses y británicos de la OTAN desataron los perros de la guerra en una nación africana que gran parte del mundo consideraba un ejemplo de desarrollo económico y social.

Este artículo no es un mero ejercicio periodístico para documentar uno de los innumerables crímenes ejecutados en nombre del pueblo estadounidense. Este no es el caso. Aquí se trata de que nosotros, la izquierda de Estados Unidos contraria a la guerra, observemos a través de las grietas del artificio imperial –desmoronado por la podredumbre interna y la decadencia política– para encender una luz en la penumbra de la era Trump que ilumine directamente el corazón de la oscuridad.

Hay verdades que deben ser esclarecidas para que no queden enterradas como tantos cuerpos en la arena del desierto.

La guerra de Libia: Una conspiración criminal

Para comprender la enorme criminalidad de la guerra de EE.UU.-OTAN contra Libia es preciso desentrañar una historia compleja en la que participan actores tanto de Estados Unidos como de Europa que, literalmente, conspiraron para desencadenar esta guerra, y al mismo tiempo desvelar la presidencia inconstitucional e imperial encarnada por el propio Mr. Hope and Change (1).

Al hacerlo descubrimos un panorama completamente contradictorio con el relato dominante sobre buenas intenciones y malos dictadores. Porque si bien Gadafi ha sido presentado como el villano por excelencia de esta historia contada por los escribas del Imperio en los grandes medios de comunicación, de hecho las verdaderas fuerzas malévolas son Barack Obama, Hillary Clinton, Joe Biden, el expresidente Nicholas Sarkozy, el filósofo francés metido a aventurero neocolonial Bernard Henry-Levy y el exprimer ministro británico David Cameron. Fueron ellos, no Gadafi, quienes libraron una guerra descaradamente ilegal montada sobre pretextos falsos en beneficio de su propio engrandecimiento. Fueron ellos, y no Gadafi, quienes conspiraron para hundir a Libia en el caos y en una guerra civil de la que todavía no ha salido. Fueron ellos quienes golpearon los tambores de guerra mientras proclamaban paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad.

Quizás la guerra de EE.UU. y la OTAN contra Libia sea uno de los casos más atroces de agresión e ilegalidad cometidos por Estados Unidos en la historia reciente. Claro que ese país no actuó solo. Un amplio electo de personajes interpretó su papel correspondiente porque tanto británicos como franceses estaban ansiosos por reafirmar también su dominio sobre una nación muy lucrativa emancipada del control europeo por el  malvado Gadafi. Y todo esto ocurrió apenas pocos años después de que el exprimer ministro británico y criminal de la guerra de Irak Tony Blair se reuniera con Gadafi para anunciar una nueva era de apertura y cooperación mutua.

La historia da comienzo con Bernard Henry-Lévy, el filósofo, periodista y diplomático aficionado que se creía un espía internacional. Como no pudo llegar a Egipto a tiempo de reforzar su ego capitalizando el levantamiento popular contra el dictador Hosni Mubarak, centró rápidamente su atención  en Libia, donde se estaba produciendo una revuelta en el vivero anti-Gadafi de Bengasi. Tal y como informó Le Figaro, Henry-Lévy consiguió reunirse con el entonces presidente del Consejo Nacional de Transición (CNT) Mustafa Abdul Jalil, antiguo ministro de Gadafi convertido en cabeza del Consejo contra Gadafi. Pero Henry-Lévy no pretendía únicamente entrevistarle para su periódico francés, sino contribuir al derrocamiento de Gadafi y, con ello, convertirse en una estrella internacional.

Rápidamente Henry-Lévy echó mano de sus contactos franceses y consiguió el teléfono del presidente Sarkozy para preguntarle sin rodeos si estaría de acuerdo en reunirse con Abdul Jalil y con la dirección del CNT. Pocos días después Henry-Lévy y sus colegas llegaron al palacio del Elíseo con la dirección del Consejo Nacional de Transición. En medio de la conmoción absoluta de los libios allí presentes, Sarkozy les informa de que planea reconocer al CNT como legítimo gobierno de Libia. Henry-Lévy y Sarkozy ya habían, al menos en teoría, depuesto al gobierno de Gadafi.

Pero las victorias militares de Gadafi, y la posibilidad muy real de que pudiera salir victorioso del conflicto complicaban las cosas, pues el público francés ya conocía el plan y estaba arremetiendo, con razón, contra Sarkozy. Henry-Lévy, siempre oportunista, avivó el fervor patriótico anunciando que, sin la intervención de Francia, la bandera tricolor que ondeaba sobre los hoteles de cinco estrellas de Bengasi quedaría manchada de sangre. La campaña de relaciones públicas se puso en marcha mientras Sarkozy daba vueltas a la idea de una intervención militar.

No obstante, Henri-Lévy tenía que interpretar un papel más importante: atraer a la maquinaria de guerra estadounidense al complot. Con ese fin, organizó la primera de varias conversaciones a alto nivel entre representantes de la administración Obama y los libios del CNT. Y, sobre todo, puso en marcha la reunión entre Abdul Jalil y la secretaria de Estado Hillary Clinton. . Aunque esta se mostró escéptica durante la reunión, sería cuestión de meses que junto a Joe Biden, Susan Rice, Samantha Power y otros planificara la ruta política, diplomática y militar hacia el cambio de régimen en Libia.

Estados Unidos se une a la contienda

Si la maquinaria política, diplomática y militar de Estados Unidos no se hubiera puesto en marcha, no habría habido guerra en Libia. En este aspecto, a pesar de la relativamente escasa intervención militar de EE.UU., la guerra de Libia fue una guerra estadounidense. Es decir, la guerra no habría sido posible sin la colaboración activa de la administración Obama junto a la de sus homónimos franceses y británicos.

Como Jo Becker del New York Times explicó en 2016, Hillary Clinton se reunió con Mahmud Jibril, un prominente político libio que se convertiría en el nuevo primer ministro de la Libia post-Gadafi, y sus socios, con el fin de asesorar a la facción que pretendía obtener el apoyo de EE.UU. La función de Clinton, según Becker, era “calibrar el peso de los rebeldes a quienes apoyamos” –una pretenciosa manera de decir que Clinton asistió a esa reunión para determinar si el grupo de políticos que hablaba en nombre de diversas voces contrarias a Gadafi (que incluían desde los activistas por la democracia hasta descarados terroristas afiliados a las redes globales del terror) era merecedor del apoyo de Estados Unidos con dinero y armamento.

La respuesta, en último término, fue un rotundo sí.

Pero es evidente que, como con todas las desventuras belicistas de Estados Unidos, no existía un consenso sobre la intervención militar. Como explica Becker, parte de la administración Obama tenía dudas sobre la consecución de una fácil victoria y sobre las repercusiones políticas del conflicto. Una de las principales voces discrepantes, al menos según Becker, era la del antiguo secretario de defensa Robert Gates. Aunque él mismo no es ninguna paloma, a Gates le preocupaba que la actitud de halcón de Clinton y Biden respecto a Libia provocara en último término una pesadilla política al estilo de Irak, que si duda acabaría creando un Estado fallido y luego abandonado, exactamente lo que ocurrió después.

Es importante apuntar que Clinton y Biden eran dos de las principales voces favorables a la agresión y a la guerra. Ambos apoyaron la zona de exclusión aérea desde el principio y ambos defendían la intervención militar. De hecho, ambos habían visto con agrado cada crimen de guerra cometido por Estados Unidos en los últimos 30 años, incluyendo el que tal vez sea el crimen de guerra más atroz cometido por Bush contra la humanidad, lo que llamamos la segunda Guerra de Irak.

Como explicó el antiguo lacayo de Clinton (subdirector de personal de planificación política) Derek Chollet: “[Libia] parecía un caso sencillo”. Chollet, uno de los principales participantes en la conspiración estadounidense para llevar la guerra a Libia que posteriormente pasó a servir directamente a Obama en el Consejo de Seguridad Nacional, pone inadvertidamente en evidencia la arrogancia imperial del campo intervencionista liberal de Obama-Clinton-Biden. Es obvio que al considerar a Libia “un caso sencillo” quería decir que era un candidato perfecto para la operación de cambio de régimen cuyo principal beneficio sería impulsar políticamente a quienes lo respaldaron.

Chollet, como muchos estrategas de la época, veían a Libia como una oportunidad de película para convertir las manifestaciones y revueltas de 2010-2011, que pronto se conocerían como la Primavera Árabe, en capital político para el campo Demócrata de la clase dominante de Estados Unidos. Clinton adoptó rápidamente la misma posición, que pronto se convirtió en el consenso de toda la administración Obama.

Las cuentas de la guerra de Obama

Uno de los mitos más perniciosos de la guerra de EE.UU. en Libia es la idea –propagada sumisamente por los cabilderos-periodistas de los principales grandes medios– de que fue una guerra barata que no costó casi nada a Estados Unidos. No hubo pérdida de vidas estadounidenses en la propia guerra (Bengasi es otra mitología que desvelaremos más adelante), y tuvo un coste muy limitado en términos del “tesoro”, por usar esa despreciable frase imperialista.

Pero aunque el coste total de la guerra palidece en comparación con los crímenes a escala monumental de Irak y Afganistán, los medios con los que fue financiada han costado mucho más que dólares a EE.UU.; la guerra en Libia fue una empresa criminal e inconstitucional que preparó el camino para la presidencia imperial y el poder ejecutivo sin restricciones. Como informó en aquella época el Washington Post:

Al observar que Obama había declarado que la misión podría costarse con el dinero ya asignado al Pentágono, [el antiguo portavoz de la cámara de representantes] Boehner presionó al presidente para saber si solicitarían al Congreso más dinero.

Las operaciones militares imprevistas que exigen desembolsos como los realizados en Libia suelen requerir asignaciones suplementarias, ya que no entran en el presupuesto principal del Pentágono. Esa es la razón por la que los fondos para Irak y Afganistán van aparte del presupuesto regular del departamento de defensa. Los costes adicionales para algunas de las operaciones en Libia fueron mínimos… pero los desembolsos en armas, combustible y equipamiento perdido son otra cosa.

Como la administración Obama no solicitó asignaciones al Congreso para financiar la guerra, hay pocos documentos escritos que permitan saber el verdadero coste de la guerra. Al igual que el coste de cada bomba, avión de combate y vehículo de apoyo logístico desaparece en el abismo del olvido contable del Pentágono, lo mismo ocurrecon cualquier apariencia de legalidad constitucional. En esencia, Obama contribuyó a establecer una presidencia sin ley que no solo no tuvo ningún respeto por las cuentas y balances exigidos por la constitución, sino que ignoró por completo el Estado de derecho. En realidad, algunos de los delitos de los que son culpables Trump y su fiscal general son consecuencia directa de la participación de la administración Obama en la guerra de Libia.

Entonces, ¿de dónde provino el dinero y adónde fue?  Eso es algo que todo el mundo se pregunta, excepto los palurdos que creen a pie juntillas las palabras del Pentágono. Según afirmó el portavoz del Pentágono a la CNN en 2011, “a fecha de 30 de septiembre el departamento de defensa gastó en las operaciones en Libia 1.100 millones de dólares. Esto incluye las operaciones militares diarias, municiones, la retirada de los suministros y la asistencia humanitaria”. Para ilustrar la absoluta imposibilidad orwelliana de discernir la verdad, el vicepresidente Joe Biden duplicó esa cifra en declaraciones a la CNN, al señalar que “la alianza de la OTAN funcionó como se supone que debe hacerlo, compartiendo los costes. En total nos costó 2.000 millones de dólares y ninguna vida estadounidense”.

La triste evidencia es que no hay manera de saber cuánto se gastó, aparte de confiar en la palabra de quienes llevaron adelante la guerra. Sin supervisión del Congreso ni registros documentales claros, la guerra de Libia desaparece en el agujero de la memoria, y con ella la idea de que existe una separación de poderes, una autoridad del Congreso para declarar la guerra o una constitución que funcione.

La guerra sucia de Estados Unidos en Libia

Aunque lo que queda en la memoria de la mayor parte de los estadounidenses en relación con Libia es el teatro político resultante del ataque a las instalaciones de EE.UU. en Bengasi que causó la muerte a varios ciudadanos de este país, incluyendo al embajador Stevens, este hecho no es ni mucho menos el más relevante. Desde una perspectiva estratégica, el auténtico legado probablemente sea la utilización por parte de EE.UU. de grupos terroristas (y de los insurgentes que surgieron de ellos) como combatientes en su nombre. Porque si bien los grandes medios de comunicación contaron que las protestas y levantamientos espontáneos provocaron el derrocamiento de Gadafi, lo cierto es que fue una red informal de grupos terroristas la que realizó el trabajo sucio.

Aunque gran parte de esta historia reciente ha quedado enterrada por la desinformación, la mitología elaborada por el establishment y la sucia manipulación de la verdad, las informaciones publicadas cuando los hechos tuvieron lugar fueron asombrosamente acertadas. Por ejemplo, el New York Times informaba así de una de las principales fuerzas sobre el terreno apoyadas por EE.UU. durante la guerra en 2011:

“El Grupo Islámico Combatiente Libio se creó en 1995 con el objetivo de destituir al coronel Gadafi.  Empujados a las montañas o al exilio por las fuerzas de seguridad libias, los miembros del grupo fueron de los primeros en unirse para luchar contra las fuerzas de seguridad de Gadafi […] Oficialmente el grupo ya no existe, pero sus antiguos miembros están luchando principalmente bajo la dirección de Abu Abdallah Assadaq [alias Abdelhakim Belhadj]”

Incluso entonces, los estrategas de Washington mostraron su malestar al considerar que la aceptación por parte del gobierno de Obama de un grupo terrorista con conocidos vínculos con Al Qaeda podía ser un error garrafal. “Los servicios de inteligencia europeos, estadounidenses y árabes reconocen su preocupación por la influencia que antiguos miembros del grupo puedan ejercer en Libia tras la desaparición de Gadafi, y están evaluando su influencia y cualquier vínculo residual con Al Qaeda”, como señaló el Times.

Es evidente que quienes estaban al corriente dentro de las diversas agencias de inteligencia de EE.UU. eran bastante conscientes de a quién estaban apoyando, o al menos de los elementos que probablemente participarían en alguna operación estadounidense. En concreto, Estados Unidos sabía que las zonas de las que provenían las fuerzas opositoras a Gadafi eran un vivero de actividades criminales y terroristas.

En un estudio de 2007 titulado “Los combatientes extranjeros de Al Qaeda en Irak: Una primera mirada a los archivos de Sinjar” que analizaba los orígenes de diversos grupos criminales y terroristas activos en Irak, el Centro de Combate del Terrorismo con sede en la Academia Militar de West Point concluía que:

“Casi el 19 por ciento de los combatientes de los archivos de Sinjar proceden exclusivamente de Libia. Además, Libia ha contribuido con más combatientes per cápita que cualquier otra nacionalidad, incluyendo Arabia Saudí […] El aparente aluvión de reclutas libios desplazados a Irak puede estar relacionado con el vínculo cada vez más estrecho de Grupo Islámico Combatiente Libio (LIFG, por sus siglas en inglés) con Al Qaeda, que culminó cuando dicho grupo se unió oficialmente a Al Qaeda el 3 de noviembre de 2007 […] Las ciudades de las que procedía un mayor número de combatientes eran Derna (Libia) y Riad (Arabia Saudí), con 52 y 51 combatientes respectivamente. Derna, con una población de 80.000 habitantes (frente a los 4,3 millones de Riad) aporta con diferencia el mayor número de combatientes per cápita del archivo de Sinjar”.

Entonces era de sobra conocido que la mayoría de las fuerzas opositoras a Gadafi procedían de la región en la que se encuentran Derna, Bengasi y Tobruk –la “Libia Oriental” a la que se suele considerar anti-Gadafi– y que existía una alta probabilidad de que entre las filas reclutadas por Estados Unidos hubiera muchos miembros de Al Qaeda y otros grupos terroristas. En todo caso, Estados Unidos prosiguió en su empeño.

Tomemos el caso de la Brigada de los Mártires 17 de Febrero, encargada por Estados Unidos de vigilar la instalación de la CIA en Bengasi en la que murió el embajador Stevens. El  diario Los Angeles Times informaba en 2012:

“A lo largo del pasado año, cuando la milicia encargó a dos de sus miembros colaborar en la protección de la misión estadounidense en Bengasi, el personal de seguridad estadounidense les entrenó sobre el uso de armamento, la seguridad de las entradas, la escalada de muros y el combate cuerpo a cuerpo […] La milicia negó rotundamente haber apoyado a los atacantes, pero reconoció que su extensa fuerza aliada del gobierno, conocida como la Brigada de los Mártires 17 de Febrero, podía incluir elementos antiamericanos […] Se considera a dicha brigada como una de las milicias más preparadas de Libia Oriental”.

Pero no fueron únicamente el LIFG y los grupos aliados a Al Qaeda los que se unieron a la contienda gracias a la alfombra roja cubierta de sangre extendida por Washington.

El general Jalifa Hifter, un antiguo aliado de Estados Unidos, y su denominado Ejército de Liberación Nacional Libio llevaban preparándose sobre el terreno desde 2011 y estaban considerados como una de las principales fuerzas en liza por el poder en la Libia posterior a la guerra. Hifter cuenta con un prolongado y sórdido historial de colaboración con la CIA en sus intentos por derrocar a Gadafi en la década de los 80 antes de ser convenientemente reubicado cerca de Landley, Virginia [sede de la CIA]. El New York Times informaba en 1991:

“La operación paramilitar secreta puesta en marcha en los meses finales de la Administración Reagan proporcionó asistencia y entrenamiento militar a unos 600 soldados libios que estaban entre los capturados durante el combate fronterizo entre Libia y Chad en 1988 […] Fueron entrenados por oficiales de inteligencia estadounidenses en sabotaje y otras técnicas de guerrilla, según los oficiales, en una base próxima a Yamena, la capital del Chad. La idea de usar a los exiliados encajaba perfectamente en el afán de la Administración Reagan por derribar al coronel Gadafi”

Hifter, el cabecilla de esta iniciativa fracasada, era conocido como el “hombre clave” de Libia, ya que había formado parte de numerosos intentos de cambio de régimen, incluyendo el intento fallido de derrocar a Gadafi en 1996. Por tanto, su llegada en 2011, en el apogeo de la revuelta, señaló una escalada del conflicto, al convertirlo en una operación internacional. Es irrelevante si Hifter trabajaba directamente con la inteligencia estadounidense o si simplemente complementaba los esfuerzos de EE.UU. al continuar su guerra personal de décadas contra Gadafi. Lo que importa es que Hifter y el Ejército de Liberación Nacional Libio, como el LIFG y otros grupos, se convirtieron en parte del esfuerzo general desestabilizador que consiguió derribar a Gadafi y creó el caótico infierno que es la Libia moderna.

Ese es el legado de la guerra sucia de Estados Unidos en Libia.

El pasado es prólogo

Es septiembre de 2020. Estados Unidos está centrado en la elección entre un criminal anaranjado fascista y un Demócrata de derechas de la vieja escuela criminal de guerra. Si el futuro con Donald Trump  vaticina caos y desorden, con Joe Biden vaticina estabilidad, orden y un regreso a la normalidad. Si Trump es el virus, Biden debe ser la cura.

Es septiembre de 2020. Libia se encamina a su octavo año de guerra civil. Los mercados de esclavos como el de Bani Walid son tan habituales como lo eran los centros de alfabetización de jóvenes en tiempos de Gadafi. Las bandas armadas y las milicias ejercen el poder incluso en zonas nominalmente bajo control del gobierno. Un señor de la guerra se reagrupa en el este y mira a Rusia, Arabia Saudí, Egipto y Emiratos Árabes en busca de ayuda.

Es septiembre de 2020 y la guerra de Estados Unidos y la OTAN en Libia se ha desdibujado y convertido en un recuerdo lejano mientras otros temas como Black Lives Matter y el asesinato policial de jóvenes negros han captado la imaginación y el discurso del público.

Pero, en realidad,  estos temas están unidos por el vínculo de la supremacía blanca y el odio a la negritud. La Libia que era conocida como “la joya de África”, un país que acogía a muchos trabajadores migrantes subsaharianos y mantenía su independencia de Estados Unidos y las antiguas potencias coloniales, ya no existe. En su lugar ahora se levanta un Estado fallido que refleja el perverso racismo anti-negro suprimido a la fuerza por el gobierno de Gadafi.

Libia como modelo global de explotación y desechabilidad del cuerpo negro.

Si entornamos ligeramente los ojos podremos ver al presidente Joe Biden reuniendo de nuevo a la vieja banda. Hillary Clinton es bienvenida como una voz influyente en el Despacho Oval para dar voz a las ideas perturbadas del cadáver viviente que actúa como comandante en jefe. Derek Chollet y Ben Rhodes ríen juntos mientras piden otra ronda en su garito preferido de la capital, y brindan por el restablecimiento del orden en Washington. Barack Obama es la eminencia gris oculta tras el resurgimiento de la estructura dominante liberal-conservadora.

Pero en Libia no hay vuelta atrás, no es posible arreglar el pasado para escapar del presente.

Puede que ocurra lo mismo con Estados Unidos.

N.deT.: La campaña presidencial Obama se basó en los conceptos de “hope” (esperanza) y “change” (cambio), de ahí que se le conozca irónicamente con ese sobrenombre.

Eric Draitser es un analista político independiente y colaborador de CounterPunch Radio. Puede encontrar sus artículos, podcasts, poemas y más en patreon.com/ericdraitser. Se le puede contactar en ericdraitser@gmail.com

Fuente: https://www.counterpunch.org/2020/09/08/the-plot-against-libya/

 https://rebelion.org/el-complot-contra-libia/

Nota el blog . El embajador muerto en  Bengasi  según otras noticias los reclutaba para  Siria . Y del oro de Gadafi nada se  supo, solo una nota  que leí  que hicieron reparto entre franceses en ingleses .

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martes, 15 de septiembre de 2020

¿Una revolución de colores en Bielorrusia?

 

¿Una revolución de colores en Bielorrusia?

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Desde hace varias semanas se han producido una serie de protestas fuertes en Bielorrusia como consecuencia de las elecciones en las que el presidente Alexander Loukachenko fue reelegido con el 80% de los votos. La oposición liderada por Svetlana Tikhanovskaïa no reconoció el resultado de las elecciones, bajo el pretexto de un supuesto fraude y llamó a protestas en contra del gobierno con el apoyo explícito de la Unión Europea y particularmente los gobiernos de extrema derecha de los países bálticos, Polonia y Hungría.


 BORIS DIFFER

¿De dónde viene Loukachenko?

 

Loukachenko fue elegido de manera sorpresiva en el verano de 1994 derrotando al candidato social-demócrata que quería un acercamiento con el bloque occidental, y al representante de la nomenklatura poscomunista que habían permitido el desmembramiento de la URSS en 1991. Loukachenko fue elegido sobre la base de un programa centrado en la preservación de un sector público predominante en la economía, las prestaciones sociales heredadas de la URSS, la rehabilitación del pasado soviético, la celebración del papel de los ex-combatientes durante la Segunda Guerra Mundial y de los constructores del país en el período de posguerra, el desarrollo de industrias de alta tecnología creadas durante el período soviético, el rechazo a la OTAN y una política de cooperación con los países del espacio postsoviético y con los miembros de los países no alineados.

Este programa se ha mantenido como popular hasta la fecha de hoy, aunque una parte de la población se ha cansado de un sistema que privilegia el paternalismo a la democracia participativa. Está claro que hoy, varias potencias extranjeras desean provocar un cambio de régimen en Bielorrusia y empujan en este rumbo, lo que explica las presiones y las tentativas de manipulación de la opinión pública en Europa y Estados Unidos. En esta situación es muy importante tratar de evitar el flujo de desinformación y las exageraciones de la evolución real de la opinión pública en Bielorrusia.

Cuando la población eligió a Loukachenko en el 1994, lo hizo como reacción y rechazo a la política de empobrecimiento, privatizaciones y desmantelamiento de todo el legado soviético producto de la Perestroika y el Glasnost. Deseaba poner fin a las privatizaciones, a la polarización social en curso, al desarrollo de la criminalidad proveniente de la Rusia yeltsiniana, al reino de los oligarcas y a la fragmentación de la Unión Soviética. Claramente, era un voto pro-soviético aún cuando Loukachenko nunca ha tenido la intención de reconstruir un partido comunista ni seguir el desarrollo de una sociedad socialista. Se puede considerar la elección de 1994 como un pragmatismo de orientación social respetuoso de la herencia soviética.

 

Características del régimen político en Bielorrusia

 

Bielorrusia en la actualidad tiene un sistema fuertemente centralizado alrededor del poder ejecutivo (presidencial) que lleva a cabo una política paternalista de protección social y desarrollo económico bajo el impulso más o menos eficiente del Estado. Deja un espacio de desarrollo paralelo para el sector privado, pero sin favorecer demasiado el surgimiento de una nueva clase capitalista.

Este sistema deja poco lugar a las iniciativas procedentes de la sociedad civil y no contribuye a la politización de la población, por lo que se puede entender, hasta hace poco, una cierta pasividad del cuerpo social, las organizaciones, sindicatos y partidos políticos. Loukachenko se ha negado a la creación de un partido de masas que podría constituir su base militante, aunque ha logrado el apoyo de partidos como el Partido Comunista de Bielorussia que se mantienen, sin embargo, como autónomos frente al campo de acción presidencial.

 

Sobre la naturaleza de las manifestaciones actuales

 

Aún cuando existe una fracción de la población que está cansada del gobierno de Loukachenko, la organización de las protestas ha sido preparada por ONG ya muy conocidas. Desde hace quince años, jóvenes bielorrusos participan en seminarios de formación para la manipulación de la muchedumbre, bajo la tutela de organizaciones como la Fundación Soros, o la organización serbia Otpor surgida en el transcurso del derrocamiento de Milosevic, con el concepto de «revolución no violenta». Hasta hace poco no se había logrado un movimiento fuerte de protestas. Recientemente, la parte de la población que rechaza el paternalismo se ha manifestado con más fuerza. Pero fue sobre todo cuando se desató una represión fuerte e inesperada hacia los manifestantes, justo después de las elecciones, lo que empujó a una parte importante de la población hacia el movimiento de protestas. Esas protestas no fueron tan masivas como se ha querido presentar por los medios de comunicación occidentales.

No debe ser excluida la posibilidad de que la brutalidad con la que actuó la policía, desconocida hasta la fecha, haya sido provocada por funcionarios corrompidos hasta un cierto grado por oligarcas capitalistas rusos que desean aprovechar el descontento para empujar a Loukachenko en los brazos de Putin. Estos, como sus equivalentes en occidente, quieren poner  fin al “insolente” modelo bielorruso donde industrias muy desarrolladas pertenecen al Estado y funcionan muy bien.

Los oponentes sostienen que han logrado el apoyo de la mayoría de la población, y algunos sondeos muestran que, en Minsk, entre el 45% y el 50% de la población habría girado a favor de la oposición, más o menos heterogénea. Pero en la provincia la situación es muy distinta, donde la mayoría absoluta de la población respalda al gobierno de Loukachenko. Aun así, deja a la oposición un margen de maniobra de un millón de habitantes en la capital. Si bien Loukachenko ha perdido el apoyo de una parte de los obreros, la manifestación del 16 de agosto a Minsk ha logrado movilizar a decenas de miles de manifestantes. En todo el país se han dado grandes marchas a favor del gobierno. Estas contra-protestas han sido tardías porque la población no está acostumbrada a movilizarse, lo que constituye una de las principales debilidades del gobierno actual, de la cual es el propio responsable.

En las regiones de Brest y Grodno, se constató la entrada de manifestantes desde Polonia y Lituania con el respaldo de estos dos gobiernos, lo que explica las maniobras militares realizadas por el gobierno bielorruso.

 

La oposición rusa y occidental al modelo bielorruso

 

La industria y la agricultura bielorrusa producen mucho más que solo papas, como se quiere hacer creer en Occidente para ocultar las grandes capacidades tecnológicas que han sido desarrolladas desde la época soviética y también durante el gobierno de Loukachenko en el poder. Camiones gigantescos para las minas, tractores de alta calidad, industria espacial, informática, industria militar avanzada, etc. Una economía insolente a los ojos de los capitalistas para quienes la propiedad pública tiene que ser necesariamente asociada con atraso e ineficiencia. Además China, el nuevo enemigo decretado por EE.UU, ha apostado mucho a las capacidades productivas y científicas de Bielorrusia y gracias a su posición geográfica de puerta de acceso hacia Europa occidental, se ha vuelto imprescindible quitarle esa oportunidad, incluso si eso presupone dejarles parte del pastel a los oligarcas rusos. Los capitalistas saben cooperar para destruir a un sistema que limita sus ganancias, para después desgarrase entre ellos mismos y controlar el mercado. Todavía no es el caso de Bielorrusia, y así se ha mantenido desde hace 30 años, lo cual es muy irritante para las élites capitalistas europeas.

A pesar de las tensiones que se han producido entre Bielorrusia y Rusia desde hace varios años, la integración estratégica de los dos países es sólida y es difícil imaginar un desacoplamiento militar. Rusia no ha permitido que Bielorrusia entre en la OTAN. Moscú no necesita intervenir militarmente porque el ejército bielorruso está intrínsicamente integrado en las estructuras occidentales del ejército ruso, por lo tanto, es poco probable que llegue a apoyar a los sectores de la oposición y romper su lazo con el hermano eslavo. Por supuesto, esta situación ha dado a Rusia un papel central de mediador en la crisis actual. Los dirigentes occidentales más moderados saben que no pueden ignorar los intereses estratégicos de Rusia y que un cambio político en Minsk no podría abrir la vía a una integración del país a la OTAN. En cambio, los partidarios del “Deep State” no tienen ningún límite en sus apetitos y están dispuestos a arriesgar una guerra mundial para expandir su “espacio vital”, siendo la baja tendencial de la tasa de ganancia su principal motor.

A pesar de ello existen en Rusia capitalistas partidarios de la caída del gobierno de Loukachenko como el poderoso oligarca bielorruso establecido en Rusia, Dimitry Mazepin, patrón de la empresa rusa Ouralchem. Desde hace varios años este magnate desea adquirir la empresa bielorrusa estatal de Soligorsk, cuyo valor es estimado en 150 mil millones de dólares, pero se ha enfrentado al rechazo continuo de las autoridades de Minsk.

Según fuentes cercanas al poder en Minsk, Mazepin destinó mucho dinero para comprar a altos funcionarios bielorrusos dispuestos a cambiar de bando, con el objetivo de asegurar una privatización del país para repartirlo entre capitalistas rusos y occidentales. Las manifestaciones actuales son una bendición para esos capitalistas porque empujan al gobierno de Loukachenko hacia Rusia, donde la influencia de los oligarcas es suficiente para presionar al Kremlin con el fin de forzar al gobierno bielorruso a abandonar su principio de Estado Social y la defensa de la propiedad pública de las empresas clave de la economía. Para el Kremlin, el objetivo es obligar a Minsk a abandonar su modelo social, abriendo el país a privatizaciones masivas sin tener que lidiar por otro lado con una revolución de colores deseada por los sectores más extremistas en el oeste. En total, la KGB bielorrusa estima que 1800 millones de dólares han sido enviados a Bielorrusia en los últimos cinco años tanto por Rusia como por el Oeste para comprar altos funcionarios favorables a la integración con Rusia o a las organizaciones de oposición atadas a los intereses occidentales. Surgió así una tanda de burócratas corruptos que tienen más intereses en la privatización que en su propio mantenimiento en puestos gubernamentales menos remunerados.

 

La OTAN dividida entre partidarios del «putsch» y los «moderados»

 

El ministro bielorruso de asuntos exteriores, Vladimir Makeï, en particular, pero también otros cuadros importantes del país, están visiblemente en el bando pro-occidental y muy ligados al Reino Unido que está activamente involucrado en el apoyo a los movimientos de protesta. Putin había advertido a Loukachenko desde hace tiempo sobre esos vínculos con la potencia británica, pero este último se ha negado a limpiar su gobierno del «clan» pro-anglosajón, porque pensaba necesario mantener el equilibrio con los partidarios de la unión con Rusia. La embajada inglesa en Varsovia juega un papel central en orquestar las protestas en Minsk, en cooperación con los polacos y los países bálticos. Se sabe que las potencias occidentales están dividas entre un ala «moderada» que quiere preservar canales de negociación y cooperación con Minsk y Moscú, y una ala extremista, intervencionista, decidida a exacerbar todos los conflictos posibles en un mundo donde el sistema dominante está atascado en su propia crisis económica y sanitaria.

Francia y Alemania serían los moderados, incluyendo excepcionalmente a la administración Trump, mientras los partidarios extremistas se encuentran en Inglaterra y en lo que el New York Times llama el «Deep State»: los estados bálticos, Polonia, Hungría y la República Checa. Del lado ruso ocurre lo mismo, los oligarcas y los ministros de tendencias mundialistas ejercen una fuerte presión sobre Minsk, mientras los ministros del bando estadista y «patriota» son más favorables a la moderación con el gobierno de Loukachenko. Rusia ha perdido mucho dinero por apoyar a Bielorrusia, pero la principal razón se encuentra en la importancia de las industrias bielorrusas para la economía rusa, como la industria militar, espacial, el sector agro-industrial y la investigación científica. Loukachenko tiene, por lo tanto, mucho peso para imponer sus deseos a Putin en tiempos de paz. Debilitado por la crisis política, se vuelve dependiente del apoyo de Moscú para prolongar su estancia a la cabeza del Estado, y es muy dudoso que China esté dispuesta a respaldarlo cuando necesita mantener ante todo su alianza estratégica con Rusia e Irán, lo que hace a la posición bielorrusa secundaria en ese gran juego geopolítico.

La naturaleza del intento de cambio de régimen sigue un patrón similar al utilizado recientemente en Venezuela y Bolivia y marca claramente el uso sistemático de la teoría revolucionaria con fines de negocio por el imperialismo occidental. Urge desarrollar la lucha social y la solidaridad entre los pueblos para desactivar estos mecanismos de injerencia continua.

 

 

 

Comparación entres fotos actuales e históricas de las manifestaciones en Minsk donde se viralizó el uso de la bandera rojiblanca utilizada por el gobierno de colaboración con la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial. La extrema derecha europea empuja el uso de símbolos relacionados con el nazismo como en el caso de Ucrania.

 

Editado por América Rodríguez para Investig’Action.

Fuente: Alainet 

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