El rey asintomático
David Torres
Hay cosas a las que estamos demasiado acostumbrados como
para cambiarles el nombre, aunque se lo hayamos cambiado y aunque las
enciclopedias y diccionarios opten por la denominación oficial. Por mucho que
nos empeñemos, el idioma marcha por su cuenta y por eso, ningún taxista te
llevará al aeropuerto Adolfo Suárez porque Barajas es Barajas de toda la vida
de Dios, del mismo modo que el rey emérito es el rey, aunque técnicamente ni
sea emérito ni sea rey. Los extranjeros tienen que andarse con mucho ojo con estas
peculiaridades españolas, porque al leer la noticia que salpicaba ayer algunos
diarios españoles ("el rey Juan Carlos introducía fajos de billetes por
Barajas a través de sus asesores en Suiza") algún extranjero despistado
podría llegar a pensar que el jefe del Estado tenía la costumbre de utilizar a
sus asesores como mulas con maletín en un pueblo de las cercanías de Madrid.
Nada más lejos de la realidad y nada más cerca de la realeza.
En los últimos tiempos se ha desatado una campaña de
desprestigio internacional contra el rey Juan Carlos que consiste en informar
puntualmente de las actividades del rey Juan Carlos. La insistencia es
alarmante puesto que la prensa española y los grandes partidos políticos
nacionales llevan décadas manteniendo con el monarca la sabia actitud de los
tres monos del budismo: no oigas noticias sobre el rey Juan Carlos, no leas
noticias sobre el rey Juan Carlos, no hables del rey Juan Carlos. Por muchas
razones, desde el blanco paquidermo del 23-F hasta las cacerías de Botsuana, el
elefante es el animal totémico del rey: un mamífero majestuoso, de enormes
orejotas y amenazadores colmillos, abatido de un disparo, con la cabeza cortada
y colgada de trofeo en las paredes de un salón. La triste paradoja es que basta
que te digan que no pienses en un elefante para que el elefante haga su
aparición por uno de los pasillos de la mente, todo músculo y marfil, y no te
lo quites de encima ni con aguarrás.
En España, entre los monos del budismo y el elefante monárquico
habíamos mantenido bastante bien esa difícil tarea de no pensar, hasta que la
fiscalía suiza, una barragana germánica y sesenta y tantos millones de dudoso
origen han puesto en marcha algunas neuronas díscolas. No todas republicanas,
también es verdad. Al rey Juan Carlos están intentando disociarlo de la corona,
algo bastante difícil porque la llevó encima varias décadas y, aunque somos un
país con memoria de pez, el olvido voluntario en este caso más bien merece una
lobotomía general, un neuralizador como el de Men in Black sintonizado en todas
las emisoras, televisiones y periódicos de la nación. Están en ello, pero aquí
todavía queda gente con la puñetera costumbre de pensar. Es el problema de
haber remendado la Constitución con la letra de una ranchera.
Los movimientos tectónicos de un depósito abierto en la
sociedad panameña Lucum Fundation, que reflejan importes superiores a los cien
mil euros mensuales, y las declaraciones grabadas por el ubicuo comisario
Villarejo a Corinna Sayn Wittgenstein se corresponden en una serie de
ecuaciones cuya suma da cero pelotero. "A veces va con cinco
millones" dice Corinna. "El dinero está en Zarzuela. Allí tiene una
máquina para contar billetes. Lo vi con mis propios ojos. No entiendo las operaciones
que hacen. Peligrosísimas para tu familia, para tus amigos". En esto
último tiene razón, ya que todos los que por una razón o por otra se han
acercado al rey emérito -Mario Conde, los Albertos, Urdangarín, ella misma- no
han acabado bien. Juan Carlos, en cambio, es asintomático, pero hay quienes
piensan que sería mejor confinarlo una temporada. Mientras tanto, no hagamos
como el elefante en la cacharrería, imitemos a los monos del budismo y
confiemos en nuestra memoria de pez.