martes, 5 de mayo de 2020

La responsabilidad franquista en la deportación de españoles a campos nazis,


Mauthausen y los 'rojos españoles': el fotógrafo Boix y el negro ...

Las pruebas de la responsabilidad franquista en la deportación de españoles a campos nazis, a 75 años de su liberación


Carlos Hernández

El diario.es
El 5 de mayo de 1945 una unidad del Ejército estadounidense liberó el campo de concentración nazi de Mauthausen, llamado "el campo de los españoles" debido al gran número de compatriotas que sufrieron y/o perecieron tras sus alambradas. La liberación no fue un acto premeditado y tuvo poco de épico. Un pelotón de 23 hombres, liderado por el sargento Kosiek, se topó por casualidad con el recinto mientras realizaba una misión rutinaria de reconocimiento. Los SS habían huido y dejado la custodia de decenas de miles de famélicos prisioneros a un asustado grupo de policías de Viena que no tardaron ni un segundo en rendirse.
Los libertadores apenas estuvieron cuatro horas en el recinto porque recibieron la orden de regresar a su base con los cuatro únicos prisioneros estadounidenses y británicos que había en el campo. El resto de los "liberados", un ejército de hombres y mujeres enfermos, desesperados y hambrientos, quedaron abandonados entre un océano de cadáveres. Afortunadamente, la organización clandestina internacional, creada por los propios prisioneros españoles durante su cautiverio, se hizo con un arsenal de armas y mantuvo un cierto orden hasta que, casi 24 horas después, llegó el grueso de las tropas estadounidenses. La pesadilla había terminado.

Ramón Serrano Suñer no quería ni médicos, ni odontólogos judíos
Ramón Serrano Suñer  , artífice de la deportación de españoles a los campos de concentración nazis
Mauthausen fue el último campo de concentración nazi en ser liberado. Su importancia histórica para nuestro país no fue reconocida hasta el pasado año. Desde 2019, el 5 de mayo es considerado oficialmente el Día de Homenaje a los españoles deportados y fallecidos en campos de concentración y a todas las víctimas españolas del nazismo. Más de 9.300 de nuestros compatriotas, de los cuales al menos 300 eran mujeres, sufrieron años de cautiverio en los campos de la muerte de Hitler.
5.500 de ellos perecieron en ellos de la misma forma que los judíos, los gitanos, los soviéticos, los testigos de Jehová o los homosexuales: en la cámara de gas, ahorcados, apaleados, en macabros experimentos médicos, devorados por los perros, de hambre, de todo tipo de enfermedades… Mauthausen y su letal subcampo de Gusen son el símbolo de la deportación española porque por ellos pasó el 80% del total: más de 7.500 hombres y mujeres. El resto se repartió por Dachau (756), Buchenwald (636), Ravensbrück, Bergen Belsen, Auschwitz, Flossenbürg, Natzweiler, Neuengamme, Sttuthof, Sachsenhausen…

Deportados por Franco, Hitler y Pètain

Investigadores y asociaciones de Memoria Histórica coinciden en denunciar que el olvido que han sufrido estas víctimas españolas del nazismo por parte de nuestra democracia obedece a una única razón: también son víctimas del franquismo. La documentación que se conserva en los archivos demuestra que estos hombres y mujeres acabaron en los campos nazis por obra y gracia de un triángulo político formado por Francisco Franco, Adolf Hitler y Philippe Pétain, el líder de la Francia colaboracionista. Sin embargo, en la graduación de responsabilidades el dictador español aparece destacado en primer lugar. Estas son algunas de las pruebas.
1. El contexto. El régimen franquista nació de la mano de Hitler. Agentes del partido nazi alemán participaron, aunque no de forma decisiva, en la preparación del golpe de Estado del 18 de julio. El Ejército alemán sí fue decisivo en el triunfo de Franco en la posterior guerra que acabó con la democracia republicana. Berlín y Madrid mantuvieron una estrechísima relación y una colaboración permanente en la represión de los disidentes políticos.
2. El 31 de julio de 1938 la Gestapo y la policía franquista firmaron un acuerdo de colaboración que incluía el intercambio de información y la entrega mutua de detenidos.
3. En 1939, Paul Winzer, comandante de las SS, dirigió cursos de adiestramiento de la policía política española.
4. En el mismo momento en el que Alemania completó la invasión de Francia, en junio de 1940, el entonces ministro de la Gobernación franquista, Ramón Serrano Suñer, envió a Berlín listados de dirigentes republicanos refugiados en ese país. Agentes de la policía española cruzaron la frontera para colaborar con la Gestapo y los colaboracionistas franceses en la persecución de estos opositores. Varios de ellos, como el presidente de la Generalitat Lluís Companys o los exministros Joan Peiró y Julián Zugazagoitia, fueron llevados a España, encarcelados, torturados, juzgados y fusilados.
5. En esos momentos había cerca de 250.000 refugiados españoles en Francia. Según consta en los telegramas enviados a Serrano Suñer por los diplomáticos españoles, las autoridades alemanas preguntaron a los embajadores y cónsules franquistas qué debían hacer con esos hombres, mujeres y niños. La respuesta de Madrid fue siempre la misma y se resume en el telegrama que Serrano Suñer envió el 9 de julio de 1940 a su cónsul en Hendaya: "Cabría designar nominativamente las personas que ese Ministerio desee sean traídas a España de entre la masa de refugiados, desinteresándonos totalmente del resto". El régimen franquista, por tanto, daba un cheque en blanco a Hitler para hacer lo que quisiera con ellos. Menos de un mes después, el 6 de agosto, llegaban a Mauthausen los primeros españoles.
6. Aunque las deportaciones ya habían comenzado, la Embajada de Alemania en Madrid dirigió varias cartas al Ministerio de Asuntos Exteriores preguntando expresamente por un grupo de civiles españoles que se encontraban en un campo de refugiados de la localidad francesa de Angulema: "Rogarle que comunique si el Gobierno español está dispuesto a hacerse cargo de 2000 (dos mil) españoles rojos que actualmente se hallan internados en Angoulême (Francia)", decía la misiva. La Embajada mandó tres cartas más en la misma línea. No consta cuál fue la respuesta. O fue verbal o, si fue por escrito, debió ser posteriormente destruida. Aún así, sabemos cuál fue el sentido de la misma porque el Ejército nazi subió a los españoles de Angulema a un tren de ganado y los envió al campo de concentración de Mauthausen.
Carta enviada por la Embajada nazi en Madrid al Ministerio de Asuntos Exteriores
Carta enviada por la Embajada nazi en Madrid al Ministerio de Asuntos Exteriores
7. El grueso de los españoles que acabaron deportados a los campos de concentración nazis se habían alistado en unidades del Ejército francés y fueron capturados por las tropas alemanas junto a cientos de miles de soldados galos, holandeses o británicos. Todos ellos, tal y como marcaban las leyes internacionales, fueron considerados prisioneros de guerra y encerrados en campos en los que se respetaban, más o menos, los derechos humanos.
Aunque, tal y como se ha dicho, las primeras deportaciones empezaron en agosto de 1940, el proceso se oficializó en el mes de septiembre. Serrano Suñer visitó Berlín, donde se reunió con Hitler, con Himmler y con el jefe del Departamento Central de Seguridad del Reich (RSHA), Reinhard Heydrich. El 25 de septiembre, el día que el cuñado de Franco y hombre fuerte del régimen finalizó su visita, la RSHA cursó una orden a todas las oficinas de la Gestapo en la Europa ocupada. En ella se ordenaba a sus agentes que acudieran a los campos de prisioneros de guerra para sacar de allí a los españoles, y solo a los españoles, y los enviaran a campos de concentración. La orden se ejecutó inmediatamente.
Primera página de la orden de la Oficina del Seguridad del Reich en la que ordenaba a la Gestapo sacar a los españoles de los campos de prisioneros de guerra y enviarlos a campos de concentración
Primera página de la orden de la Oficina del Seguridad del Reich en la que ordenaba a la Gestapo sacar a los españoles de los campos de prisioneros de guerra y enviarlos a campos de concentración
8.El régimen franquista estuvo informado sobre lo que ocurría en Mauthausen. El cónsul español en Viena, Guillermo Pecker y Cardona, mantuvo una fluida comunicación con los oficiales de las SS que dirigían el campo de concentración. En los archivos alemanes se conservan los mensajes que intercambió con ellos para pedir datos sobre los prisioneros e incluso recibió los objetos personales de algunos de los asesinados.
9. Franco podía decidir sobre la suerte de los prisioneros. En el verano de 1941 el dictador atendió la petición de dos familias de deportados que tenían contactos en la cúpula del régimen. Joan Bautista Nos Fibla y Fernando Pindado fueron liberados de Mauthausen en el mes de agosto y enviados a España, donde se les prohibió hablar de lo que habían visto en el campo de concentración. Hubo, al menos, otras tres peticiones de liberación cursadas desde Madrid, pero llegaron demasiado tarde. La respuesta de Berlín fue la siguiente: "El mencionado prisionero ha fallecido en Mauthausen".
Respuesta a la petición de libertad de un prisionero español en la que se comunica que ha fallecido en Mauthausen
Respuesta a la petición de libertad de un prisionero español en la que se comunica que ha fallecido en Mauthausen
10. Contexto final. Hitler no actuó nunca, de forma colectiva, contra ciudadanos de naciones aliadas sin el permiso de sus líderes. No lo hizo ni siquiera en su obsesiva persecución de la comunidad judía. En enero de 1943 Berlín dio un plazo de tres meses a Italia, Portugal, España y otras naciones amigas para repatriar, si querían, a "sus judíos" y así evitar que acabaran en las cámaras de gas de los campos de exterminio. La falta de interés de las autoridades españolas ante esta oportunidad de salvar vidas fue solo una de las numerosas acciones de la complicidad franquista con el Holocausto que ya detalló eldiario.es en una amplia información.
Estas víctimas, estos olvidados de nuestra Historia, no podrán recibir este año un homenaje presencial. La pandemia ha provocado que se suspendan los actos previstos en España y en Mauthausen para conmemorar este 75º aniversario de la liberación. Aún así, la recientemente creada sección Triángulo Azul de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica ha organizado un homenaje-coloquio virtual, este martes a las 20.15 horas, en el que participarán familiares de los deportados e investigadores como Benito Bermejo, que se podrá seguir en el canal de Youtube de la ARMH.
El domingo, día 10 a las 11 horas, se celebrará una ceremonia virtual internacional organizada por el Comité Austriaco de Mauthausen en el que participarán supervivientes y asociaciones de todo el planeta, que se podrá seguir desde la web de los organizadores.

Un documental para recordar a las víctimas españolas de los campos nazis y señalar con el dedo a sus verdugos



Las crisis financieras crónicas , hace imposible predecir la recuperación.

La recuperación no será en "V", ni en "L", ni en "W"

Los economistas, gobiernos y organismos internacionales están tratando de predecir cómo será la salida de la crisis, una vez que se haya detenido la propagación del virus.
Los más optimistas defienden un escenario esperanzador en forma de "V". Creen que a finales de este verano se habrá acabado la fase de confinamiento y que en el último trimestre todos los negocios y actividades irán volviendo a la normalidad. Estiman que eso hará que a lo largo de 2021 se produzca un rebrote considerable de la vida económica que permitirá registrar tasas de crecimiento de entre el 5% y el 10%, suficientes para que las economías se pongan en marcha de nuevo para otro periodo de expansión.
Este es el escenario que defienden como más probable el Fondo Monetario Internacional y la mayoría de los gobiernos y se justifica por la rapidez con que aparentemente se está recuperando la economía china, una vez que se detuvo allí la propagación del virus.
Es normal que este tipo de instituciones sean las que traten de hacernos creer que ese recorrido, tan optimista, será el que se va a dar porque son las que están aplicando políticas y, para que sean aceptadas más fácilmente por la población, necesitan convencerla de que darán los resultados más positivos.
Lo malo de esa previsión es que son justamente esas instituciones las que vienen equivocándose en mucha mayor medida a la hora de hacer predicciones desde hace décadas, así que, ya de entrada, cuesta trabajo creerlas.
Según un estudio que realiza desde hace años la escuela de negocios ESADE, el mayor error en la previsión de crecimiento del PIB de 2019 para nuestro país lo tuvieron, por este orden, el Banco de España, el BBVA, la OCDE, la Comisión Europea y el Gobierno. Aunque es verdad que el grado de acierto de casi todos ellos es muy variable a lo largo del tiempo, es bastante significativo que quien más directamente tiene que ver con la aplicación de las políticas sea quien más se ha equivocado. Así que tengan esto en cuenta antes de creerse a pies juntillas sus previsiones.
Por otro lado, las previsiones menos optimistas señalan que la recuperación no se va a producir ni rápida, ni fuertemente, sino que la caída grande de la economía que se está produciendo vendrá seguida de una fase de depresión porque las empresas no van a volver a la actividad completa ni en las mismas condiciones que había antes del encierro, cuando este termine. Por eso creen que la senda de salida de la crisis tendrá forma de "U":  el crecimiento sólo se recuperaría después de una etapa de depresión, que sería más o menos larga dependiendo de los estímulos que se puedan dar desde los gobiernos durante y después de la crisis.
Otros economistas defienden que lo más probable es que la salida no se produzca ni en "V" ni en "U". Creen que la economía levantará cabeza rápidamente una vez que se vayan abriendo los negocios (aunque no en tan gran medida como defienden las previsiones más optimistas, es decir, no en uve mayúscula) y que, precisamente la prisa por hacer que esto se produzca cuanto antes y la previsible carencia de una vacuna hasta que no pase un largo periodo, puede llevar a que se dé un segundo brote de infección que obligue a establecer nuevas medidas de confinamiento. La economía volvería a caer de nuevo generando un recorrido de doble uve minúscula.
A mi juicio, ninguno de esos tres escenarios es el más previsible, o el que más se ajusta a la realidad económica de nuestros días.
De la crisis del coronavirus se saldrá en los próximos meses porque el confinamiento no va a ser eterno y porque los gobiernos de los países más poderosos están tomando medidas para garantizar que la mayor parte de las empresas puedan sobrevivir a esta fase de encierro. Algunos, si lo hacen bien, podrán utilizarla para reformar sus modelos de crecimiento, se adaptarán mucho mejor a las condiciones cambiantes que se están abriendo paso en la economía internacional e incluso pueden salir reforzados. Pero es muy ingenuo creer que eso es lo que va a ocurrir de manera general. Algunos, como Estados Unidos, Italia o España, por no hablar de los más débiles de América Latina o Asia, van a tener muchas dificultades para salir adelante sin un gran destrozo, pues no están adoptando todas las medidas que hubieran podido evitar la destrucción tan grande de sus aparatos productivos que se está comenzando a producir. Y, con independencia de ello, aunque todos los países hubieran tenido el acierto y la posibilidad de aplicar las mejores medidas posibles, lo cierto es que ni siquiera así se podría evitar que la salida a la crisis sea más traumática de lo que señalan las predicciones que se vienen realizando.
Lo mismo que en el planeta se padece ahora una pandemia provocada por el coronavirus, la economía internacional viene sufriendo desde los años setenta del siglo pasado otro tipo de "pandemia" de la que apenas se habla, para que no se vean las vergüenzas de las políticas económicas neoliberales que se aplican desde entonces. Me refiero a la "pandemia" de crisis financieras que se han registrado en los últimos cincuenta casi sin parar. Según un estudio del Fondo Monetario Internacional (aquí), desde 1970 a 2017 se habían producido 151 episodios de crisis bancarias sistémicas, 74 de deuda soberana y 236 de divisas en todo el mundo. Es cierto que muchas de ellas se entremezclan, pero lo cierto es que si se sumaran todas darían un total de 461, es decir nada más y nada menos que 9,8 crisis por año.
Las investigaciones que se han realizado sobre todas ellas han puesto de relieve una correlación estrechísima entre su frecuencia y dos factores principales: la liberalización de los movimientos de capital y la desigualdad. Cuanta más libertad tiene el capital para realizar operaciones en todo el mundo y cuanta más desigualdad se registra en el planeta, mayor número de crisis financieras se producen. Los datos no dejan lugar a dudas sobre ello. Es muy significativo, por ejemplo, que de 1945 a 1970 casi no se produjera ni una sola crisis financieras en todo el mundo (muy pocas en las economías más atrasadas y prácticamente ninguna en las avanzadas, según el mismo estudio). Algo que pudo ocurrir gracias a que había controles muy estrictos a los movimientos de capital, porque apenas se producía la especulación financiera y porque había mucha más igualdad.
En los últimos años, esos factores que van a unidos a la mayor frecuencia de crisis financieras se han reforzado: cada día hay mayor desigualdad y están aumentado las fuentes de la volatilidad de los capitales, como la deuda, la especulación bursátil, la pérdida de rentabilidad del capital material, la crisis del comercio internacional y de los sistemas monetarios, y la insolvencia generalizada de la banca internacional.
Para colmo, además de esos detonantes de crisis financieras, en los últimos tiempos se están abriendo otras fracturas en nuestras economías y sociedades que también producen crisis económicas: en especial, las que tienen que ver con el mal uso que hacemos del medio ambiente y de los recursos naturales (la pandemia de coronavirus, querámoslo o no, es una expresión de ello). El crecimiento desaforado, los deshechos y desperdicios que acumulamos, el despilfarro y la destrucción que sembramos a nuestro alrededor nos pasan una factura cada día más elevada en forma de costes reales que no contabilizamos, de desequilibrios alimentarios y productivos y de malestar que impide que podamos aprovechar la productividad que, por otro lado, nos proporciona el desarrollo tecnológico.
Nadie sabe cómo será nuestro futuro. Aunque sí podemos estar seguros de algo: mientras no se afronten estos factores continuados de perturbación, mientras no se ponga coto a la especulación financiera y a la acumulación vertiginosa de la riqueza en tan pocas manos, la salida a esta crisis no podrá ser otra que una sucesión de otras nuevas. No será ni en "V", ni en "U" y ni siquiera en "W", sino en una sucesión de subidas y bajadas, de crisis frenéticas que pueden herir de muerte al planeta.
Afortunadamente, sabemos qué se podría hacer para evitarlo y esta misma crisis que estamos viviendo nos lo indica cuando nos muestra el valor esencial de los servicios públicos, del cuidado, de respetar las leyes de la naturaleza y no jugar con ella, de anteponer la lógica de la vida a la del beneficio, la necesidad de contar con sistemas seguros para el aprovisionamiento de los bienes, servicios o financiación que nos resultan esenciales, o que la creación de riqueza que debemos promover es la que satisface las necesidades de los seres humanos y no sólo los privilegios de las finanzas. Sólo si tomamos conciencia de esto podremos empezar a vivir con menos sobresaltos.




domingo, 3 de mayo de 2020

Hannah Arendt y las revoluciones

Ver las imágenes de origen
Hannah Arendt  , la revolución y los derechos del hombre .

Yannick Bosc 

Emmanuel Faye 

  SinPermiso
El ensayo Sobre la revolución, publicado en 1963, es el tercero ―después de La condición humana y La crisis de la cultura― de una serie de libros en los que Hannah Arendt expone su pensamiento político. En dicha obra se propone extraer una serie de lecciones de la historia, oponiendo lo que ella llama el “desastre” de la Revolución francesa, dominada por “la cuestión social”, a una revolución supuestamente exitosa, inspirada en la Declaración de derechos de Virginia.
Nos parece importante que historiadores y filósofos analicen juntos la forma en que Arendt concibe las Revoluciones americana y francesa, y determinen cuál es su posición respecto a la Declaración de los derechos del hombre, y también respecto al cuestionamiento de la misma en el pensamiento contrarrevolucionario de Edmund Burke. La fórmula arendtiana del “derecho a tener derechos”, por ejemplo, ¿supone el inicio, como algunos sostienen en la actualidad, de un giro político en la forma de concebir los derechos del hombre? ¿No consiste, más bien, en una máquina de guerra contra la noción de Derecho natural que está en la raíz de estos derechos?
El pensamiento de Arendt supone la transposición, al campo explícitamente político, de los “existenciales” de Heidegger en Ser y tiempo ―el estar en el mundo y el estar en común[i]―, así como la recuperación de la distinción schmittiana entre lo político y lo social. Es a partir de esta doble referencia que ―haciendo suya la reflexión sobre el actuar que abre la Carta sobre el humanismo (1947) de Heidegger y utilizando una formulación de Burke, act in concert― Arendt identifica lo político con el “actuar en común”. Por eso, la primera pregunta que plantea su obra ―y la recepción de la misma― es cómo es posible que una concepción de lo político tan claramente tributaria del pensamiento de Heidegger, y también del de Schmitt, haya podido ser considerada adecuada para refundar la democracia y los derechos humanos.
Probablemente, Arendt no tiene los mismos modelos que Heidegger y Schmitt en la década de 1930. No habla, en efecto, ni del “movimiento völkisch” ni del “Estado total”. Sin embargo, el gesto con el que rechaza toda la filosofía política desde Platón hasta Marx está inspirado en el de Heidegger, quien nos invita a superar la historia de la metafísica desde Platón hasta Nietzsche. Arendt apela a un “nuevo comienzo”, e indica que ha seguido los pasos de aquellos ―léase Heidegger― que se han propuesto “desmantelar” toda la filosofía con sus categorías.
De hecho, en La condición humana, donde escribe que debe a Heidegger “casi todo, en todos los sentidos”, Arendt desarrolla un paradigma de lo político claramente fundado en las distinciones que toma de aquel. Es el caso de la dicotomía entre zoe y bios, sin fundamento en la lengua y el pensamiento griegos, que Arendt toma prestada del curso de Heidegger sobre El sofista de Platón de 1924/1925.

 Lo mismo sucede con la fórmula del arbeitende Tier, que se convierte bajo su pluma en el animal laborans. Finalmente, Arendt sustituye ―igual que Heidegger― el problema de la alienación (Entfremdung), analizado por Marx, por la ausencia de patria (Heimatlosigkeit) y la desolación (Verwüstung) del hombre moderno.
Además, el rechazo que expresa Arendt hacia las sociedades de masas igualitarias, su llamada a fundar una nueva “aristocracia política”, su forma de considerar la democracia representativa como el peor de los regímenes políticos, su estigmatización del supuesto “acosmismo” del pueblo judío y su completa deshumanización de todos aquellos que no forman parte de una determinada comunidad política son, en gran medida, coherentes con la visión heideggeriana de la modernidad y, más generalmente, del ser humano.
No cabe duda de que cuando Arendt escribe, en los años cincuenta y sesenta, estamos en una época completamente diferente a aquella en la que Heidegger y Carl Schmitt publicaron Ser y tiempo y El concepto de lo político, en los años veinte y treinta. Es la época de la Guerra Fría y de la estrategia estadounidense de reconciliación con algunos de los antiguos líderes nazis, en su lucha contra el nuevo enemigo declarado, la Rusia soviética. El ensayo Sobre la revolución, como se indica en la introducción “Guerra y revolución”, forma parte de esta dinámica ideológica.

 El objetivo es construir ―por medio de la distinción entre “liberación” y “libertad”― un nuevo paradigma de la revolución. Se trata, en definitiva, de instrumentalizar la historia para descalificar la referencia a la Revolución francesa y poner de relieve el “éxito triunfal” de la Revolución americana. La tesis geopolítica de Arendt es explícita: “la última oportunidad para la supervivencia de la civilización occidental reside en la comunidad atlántica”.
Si bien algunos aspectos del pensamiento de Arendt, a menudo descontextualizados, han sido retomados y discutidos en filosofía o en ciencia política, contribuyendo así a su notoriedad, los historiadores han criticado desde muy pronto la relación que la autora mantiene con la historia. En 1965, en una reseña que consagra a Sobre la revolución, Eric Hobsbawm lamenta su falta de rigor, así como la ausencia de un método serio, en el que las tesis defendidas por Arendt pudieran estar fundadas.[ii] François Furet, del que se podría suponer que mira con buenos ojos a Arendt, ya que comparte parcialmente sus opciones ideológicas ―a diferencia de Hobsbawm―, considera que su obra histórica es débil y poco fiable.[iii] En el Diccionario de la Revolución Francesa (1988), que dirigió junto con Mona Ozouf, solamente el artículo sobre la Revolución americana, escrito por Philippe Raynaud ―que no es historiador, sino filósofo y politólogo―, dedica un espacio significativo a la interpretación propuesta por Arendt en Sobre la revolución

En Estados Unidos, Keith M. Baker, cercano a Furet, y cuyo trabajo ha marcado la pauta de los estudios revolucionarios en el mundo anglosajón, se refiere solo marginalmente a Arendt. En definitiva, a pesar del fuerte influjo del paradigma antitotalitario entre los historiadores de la Revolución francesa,[iv] no se constata una influencia significativa de la obra “histórica” de Arendt, ni siquiera dentro de la “escuela” furetiana.

 Se nota más bien desconfianza: la lectura del ensayo Sobre la revolución sorprende a los especialistas por el uso poco serio del pasado. Es algo que algunos de sus exégetas han constatado: Arendt sería, ante todo, una narradora de historias.[v] Sin embargo, su peso en la filosofía política contemporánea no es el de una mera fabulista.
Los principales desafíos de este libro consisten en mostrar la forma en que Arendt ―a través de la instrumentalización de la historia, la concepción distorsionada tanto de las Revoluciones francesa y americana como de sus actores, y el abandono de la idea de humanidad― ha logrado imponer una visión de lo político que ha roto con el principio de la igualdad natural de todos los hombres. Arendt no defiende, en efecto, ni la democracia ni los derechos humanos.[vi]
El primer capítulo define los paradigmas arendtianos de lo político y de la revolución, en los que se centran el resto de contribuciones recogidas en el libro, y pone en contexto Sobre la revolución, tanto en el plano histórico como en términos del sistema intelectual en el que se inserta. Su autor, Emmanuel Faye, muestra aquello que el pensamiento antidemocrático de Arendt debe a Heidegger y a Carl Schmitt, en particular en lo que se refiere a la separación entre lo político y lo social.


 Escrito durante la Guerra Fría ―que impregna no solo Sobre la revolución, sino también la mayoría de sus escritos―, el ensayo de 1963 tiene como objetivo modificar el paradigma de la revolución y los modelos históricos que están ligados a esta palabra, de forma que la experiencia americana sustituya a la francesa, un “desastre” prolongado por el totalitarismo soviético. Esta captura de la mitología revolucionaria de la izquierda en beneficio de Estados Unidos permite presentar la guerra ideológica contra la URSS como una revolución hecha en nombre de la libertad, y no como una contrarrevolución. 
Sin embargo, la libertad que promueve Arendt no es la libertad de todos. El paradigma arendtiano de lo político es excluyente: los esclavos, los trabajadores, los obreros y los empleados, todos ellos excluidos de la acción política, pertenecen a una esfera social y económica caracterizada por la violencia y las relaciones de dominación, propia del animal laborans.
El segundo capítulo está dedicado a la deconstrucción de la Ilustración francesa en el pensamiento de Arendt, así como a las consecuencias políticas de la misma. Edern de Barros recuerda que Arendt se adhiere al proyecto de “desmantelamiento” de la metafísica y de impugnación de la tradición humanista de la Ilustración formulado por Heidegger. Los términos “deconstrucción” y “desmantelamiento”, tomados del vocabulario heideggeriano, no se refieren a una empresa crítica con vistas a una posterior reconstrucción.
 La visión del mundo de Arendt es pre-crítica. Se basa en la destrucción del pensamiento mismo y debe ser considerada como un irracionalismo. Arendt se propone deconstruir el humanismo a partir de una mística de la pluralidad, inasible para la razón, que es la antítesis de la unidad del género humano. La humanidad solo aparece cuando el hombre se distingue de los miembros de su especie, cuando vuelve a la pluralidad original y actúa en el seno del espacio político exclusivo de los iguales (una aristocracia). 
Este cambio de perspectiva se dirige contra los derechos del hombre, en la medida en que su carácter igualitario, así como las reivindicaciones económicas y sociales que generan, no son considerados como medios de liberación, sino como una amenaza para la libertad (en el sentido en que la entiende Arendt).
En el capítulo 3, Marc Belissa describe la forma en que Arendt construye una Revolución americana ideológica y sesgada ―una revolución de élites, conservadora y sin contenido social―, diseñada para ser el contrapunto de la Revolución francesa, tal como ella la imagina. Para ello, Arendt se apoya en la historiografía conservadora norteamericana, muy presente durante la Guerra Fría.

Es una historiografía que minimiza los conflictos presentes en esta revolución y subraya el consenso en torno a los “valores norteamericanos” de libertad, propiedad e individualismo. Sea o no de forma consciente, estos “historiadores del consenso” se hacen eco de las palabras de Edmund Burke sobre la diferencia fundamental entre las dos revoluciones. La Revolución americana se desarrolla, según ellos, en torno a valores tradicionales, y no sobre la base de las teorías de los derechos propias de la Ilustración. Además, Arendt destaca los escritos de John Adams, presentándolos como la quintaesencia del pensamiento revolucionario estadounidense, cuando los contemporáneos los consideraban ―igual que los textos de Edmund Burke contra la Revolución francesa― textos monárquicos, contrarrevolucionarios y antirrepublicanos.
Los dos capítulos siguientes se ocupan del relato de la Revolución francesa propuesto por Arendt en Sobre la revolución.
En el capítulo 4, Florence Gauthier da cuenta de las dos fuentes principales que inspiraron a Arendt: por un lado, Edmund Burke, quien ataca el principio de una Declaración de derechos naturales e imprescriptibles del hombre y del ciudadano; y, por otro lado, la interpretación de la Revolución francesa según el “marxismo ortodoxo” dominante en el siglo XX.
 La crítica de Burke, un agudo observador de los primeros pasos de la Revolución francesa, es compleja, pero el uso que hace de ella Arendt es superficial. Si bien retoma la calificación burkiana de la teoría del Derecho natural como una “abstracción metafísica”, lo que Burke se niega a aceptar del Derecho natural imprescriptible, el hecho de que se imponga como un límite constitucional al ejercicio de los poderes públicos, no es comprendido por Arendt.

 En el último capítulo, la descripción que hace de la Revolución francesa, encaminada hacia la dictadura centralizada del “partido jacobino” dirigido por Robespierre, está tomada de la interpretación marxista ortodoxa en su versión estalinista, que se impuso durante los años 1945-1960. El supuesto “partido único” jacobino, que ella pretende ver en acción, tiene su origen en esa inversión según la cual la Revolución Rusa determina lo que habría sido la Revolución francesa.
La argumentación desplegada por Arendt es el tema del capítulo 5. Está centrado en Robespierre, que encarnaría eso que Arendt denomina la “cuestión social”, promovida por un pueblo centrado exclusivamente en sus necesidades materiales y que finalmente engendraría el “Terror”. Yannick Bosc analiza, en primer lugar, la forma en que Arendt manipula las fuentes que convoca, a fin de fabricar un Robespierre y un pueblo adecuados a sus propósitos. Confundiendo los derechos naturales del hombre y la naturaleza física, concibe a Robespierre como un revolucionario que habría transformado “los derechos del hombre en derechos de los sans-culottes”, como alguien indiferente a la cuestión política y obsesionado por el mundo del animal laborans, por esa “cuestión social” de la que él sería el principal portavoz. 
Al afirmar que los derechos naturales del hombre liberan la fuerza destructiva del animal laborans y generan el Terror, Arendt redescubre, sin saberlo, la característica principal del discurso antidemocrático de los termidorianos. No relata, de todas formas, la misma historia que ellos, pues estos últimos denuncian la anarquía del pueblo politizado, mientras que Arendt dibuja a un pueblo-vientre y pre-político. Finalmente, para establecer el vínculo entre la “dictadura jacobina” y la URSS, que ha reprimido la revolución popular de los soviets, Arendt se ve obligada a invertir su relato en el último capítulo. El pueblo, hasta entonces apolítico, se convierte súbitamente en el portador de una “república del pueblo”, de la que Robespierre sería el enemigo.
Las dos revoluciones se cruzan en el capítulo 6, en el que Christine Fauré pone en cuestión la forma en que Arendt entiende la Constitución. En la comparación partisana que establece entre la Revolución americana y la Revolución francesa, Arendt se adhiere a una visión idílica de la vida en las colonias inglesas y de su democracia local, mientras que Francia, lastrada por sus pobres, es según ella incapaz de instituir lo político en una Constitución. Descalifica a priori todas las tentativas constitucionales, que le parecen sistemáticamente viciosas. Sieyès, de quien solamente conoce ¿Qué es el tercer estado?, es objeto de severas críticas. En particular, por haber asimilado el poder constituyente a la nación, a diferencia del poder constituyente que ella imagina, cercano a esas Convenciones americanas en las que los representantes se reúnen para hacer la Constitución. 

En el último capítulo del ensayo Sobre la revolución, Arendt contrapone la verticalidad que cree ver en la Revolución francesa con una horizontalidad política que percibe, en estado embrionario, en otros movimientos revolucionarios del siglo XVIII. En un constante juego de contrastes entre Estados Unidos y la URSS, cree encontrar en la “república elemental” de Jefferson el antecedente de los consejos revolucionarios y repúblicas de los soviets del siglo XX.
Se podría esperar que las reflexiones de Arendt, que parecen surgir de su experiencia como apátrida y de la “destrucción de los judíos europeos”, la condujeran a ver esta destrucción genocida como una violación extrema de los derechos humanos y, por lo tanto, de la humanidad. 

Edith Fuchs muestra en el capítulo 7 que este no es el caso. Arendt ataca la idea del Derecho natural, y especialmente la de igualdad natural. Sostiene, en efecto, que la libertad solamente tiene un significado político. Además, el célebre “don de la acción”, que definiría la especificidad humana, se confiere a una acción política en común de la que solo es capaz la aristocracia de los “iguales”. El Derecho penal internacional y, en particular, la noción de crimen de lesa humanidad, no son tenidos en cuenta en sus reflexiones sobre el juicio de Eichmann. Estas conceptualizaciones e instancias jurídicas se basan en la Declaración de los derechos humanos y, por lo tanto, en la afirmación de la universalidad humana.
 Decir que la libertad y la igualdad no pueden ser originarias, sino siempre políticas, es tanto como decir que dependen necesariamente de la pertenencia a una sociedad política, lo que pone en tela de juicio la unicidad y la identidad de la humanidad.
Para muchos comentaristas, el rechazo radical de Arendt a la idea de “derechos naturales” nos liberaría de una concepción anticuada de los derechos fundamentales, fundada en una supuesta “naturaleza humana”, noción metafísica de la que convendría desembarazarse. Creen encontrar en la noción de “derecho a tener derechos” el verdadero fundamento de los derechos humanos. En el último capítulo, Benoît Basse examina los argumentos que se suelen movilizar a favor de esta tesis. La cuestión es si la concepción puramente “política” de los derechos humanos que Arendt propone es verdaderamente compatible con la idea de derechos humanos
Los derechos humanos requieren de la ciudadanía para ser efectivos, de acuerdo, pero ¿es la ciudadanía la que confiere la humanidad? Para la autora del ensayo Sobre la revolución, la igualdad y la humanidad “auténticas” no nos vienen dadas, sino que se adquieren a través de la participación en el espacio político, donde los hombres se reconocen como iguales y donde los excluidos no son plenamente humanos. En el pensamiento de Arendt, articulado en torno al “derecho a tener derechos”, la idea de los derechos humanos no solo no adquiere todo su significado, sino que pierde toda significación.



[i] Los autores se refieren a los conceptos heideggerianos In-der-Welt-sein y Mitsein, respectivamente. El primero se suele traducir como “ser-en-el-mundo”, pero hay quien propone “estar en el mundo”, opción que me parece preferible; être-au-monde en francés, con o sin guiones. El segundo se suele traducir como “ser-con”, pero he preferido “estar en común”; être-avec o être en commun en francés (los autores del texto optan por esta última opción). Ambos son modos de ser del Dasein, que suele traducirse como “ser-ahí”, aunque hay quien propone “estar presente”, “estar en el ahí”, “existir” o, simplemente, prefiere su no traducción. Sobre la importancia de atender a la versión alemana de los escritos de Arendt para apreciar mejor la influencia de Heidegger en su vocabulario político, véase la entrevista a Emmanuel Faye publicada en Sin Permiso. Allí se hace referencia, en particular, a la influencia del Mitsein heideggeriano en el concepto arendtiano de “estar en común” (N. del T.).
[ii] Eric Hobsbawm, “On Revolution by Hanna Arendt”, History and Theory, vol. 4, n° 2, 1965, pp. 252-258.
[iii] François Furet, Inventaires du communisme, París, EHESS, 2012.
[iv] Michael Scott Christofferson, Les intellectuels contre la gauche. L’idéologie antitotalitaire en France (1968-1981), traducido del original inglés (2004), Marsella, Agone, 2009.
[v] Seyla Benhabib, “Hannah Arendt and the Redemptive Power of the Narrative”, Social Research, vol. 57, n° 1, 1990, pp. 167-196.
[vi] Las contribuciones contenidas en este volumen fueron objeto de una primera presentación y discusión durante un coloquio organizado por Yannick Bosc y Emmanuel Faye en la Universidad de Rouen, el 17 de abril de 2018, con el apoyo del ERIAC y del GRHis.


Historiador. Profesor en la Universidad de Rouen Normandie. Sus últimos libros son: 'Le peuple souverain et la démocratie. Politique de Robespierre' (Éditions Critiques, 2019); 'Hannah Arendt, La révolution et les droits de l'homme' (direction avec Emmanuel Faye, Kimé, 2019) ; 'Le Directoire. La république sans la démocratie' (avec Marc Belissa, La Fabrique, 2018); 'La terreur des droits de l'homme. Le républicanisme de Thomas Paine et le moment thermidorien' (Kimé, 2016).


es profesor de filosofía moderna y contemporánea en la Universidad de Rouen. En 2005 había publicado su gran investigación: Heidegger, l’introduction du nazisme dans la philosophie (París, Albin Michel), traducida al castellano por la Editorial Akal (Madrid, 2009) con el título: Heidegger. La introducción del nazismo en la filosofía. En torno a los seminarios inéditos de 1933-35.
Fuente:
Introducción del libro Yannick Bosc y Emmanuel Faye (eds.), Hannah Arendt, la révolution et les Droits de l’Homme, París, Kimé, 2019.
Traducción:




Pablo Scotto Benito

"El País" y sus dobles raseros


El periódico "El País" y sus dobles raseros


Este miércoles, los vecinos del barrio de Brooklyn (Nueva York) advirtieron a la policía del hedor que desprendían los camiones aparcados en la funeraria Andrew T. Cleckley. Los mismos vecinos han declarado a diferentes medios que el personal de esta funeraria llevaba varios días trasladando cadáveres en bolsas entre el establecimiento y los camiones. Según fuentes policiales, los cuerpos llevaban allí una semana almacenados.
 El colapso en las funerarias debido al aumento exponencial de los fallecimientos ha obligado a recurrir a vehículos refrigerados, aunque parece que, en este caso, la refrigeración no funcionó o fue insuficiente.
 Según la noticia publicada por El País, la medida de mantener los cuerpos en contenedores refrigerados es para dar tiempo a que puedan ser reclamados por los familiares. Mientras tanto, los enterramientos en las fosas comunes de la isla de Hart se han multiplicado.
 Una de las ciudades más ricas del mundo tiene ya 16.000 fallecidos debido al coronavirus y la situación llega a presentar estas escenas dantescas, que no poco se aproximan a las que vimos en las calles de Guayaquil, en Ecuador.
 Si El País alertó del desastre que iba a suponer la crisis del coronavirus en Venezuela, si calificó la gestión de la pandemia en Nicaragua de “inaudita”, si afirma que la sanidad cubana es más propaganda que realidad, si con muchos menos fallecidos en estos países sometidos a crueles sanciones económicas, El País se apresura a hablar de ineficacia de sus gobiernos y sus sistemas sanitarios, la catástrofe neoyorkina, según el diario español, no se debe a ninguna mala gestión estatal, ni a una sanidad que está sólo al alcance de unos pocos sin endeudarse de por vida; no, para El País, la necrópolis en que se ha convertido la ciudad de los rascacielos “ofrece una medida de los enormes desafíos a los que se enfrenta” en medio de la pandemia.
 Más bien podríamos decir que es El País el que nos ofrece la medida de hasta dónde llega el doble rasero que aplica al tratamiento de los efectos de la pandemia según se den en los países donde se ubican las instituciones que financian al medio o en los que aquéllos consideran enemigos.
 Los simples datos objetivos -ofrecidos por la Universidad estadounidense John Hopkins-, que ponen a una sola ciudad, Nueva York, en el quinto lugar con más muertos por COVID-19 -después de países enteros como ItaliaReino UnidoEspaña y Francia- debería poducir vergüenza en el epicentro del capitalismo mundial. Pero dejémoslo en “desafíos”, que es más poético.

jueves, 30 de abril de 2020

Pandemia y capitalismo de vigilancia


Pandemia y capitalismo de vigilancia








Fuentes: Rebelión



La pandemia del COVID-19 es más que un “cisne negro” (un hecho inesperado, poco frecuente). La pandemia seguramente pasará, pero la crisis quedará -la social, la económica, la política-, significando un mundo diferente que ni los más osados científicos sociales y politólogos han podido imaginar, con un estimado de más de tres mil millones de desempleados.
La necesidad de “quedarnos en nuestras casas” obligó a trabajadoras y trabajadores a seguir produciendo desde sus hogares con la modalidad del “teletrabajo”; docentes y estudiantes que continúan con parte de la currícula de manera virtual, así como también los grupos de riesgo dentro de los cuales se encuentran en gran medida nuestros jubilados y jubiladas, el sector de mayor riesgo en la pandemia.
¿Qué mundo les tocará vivir a las nuevas generaciones? En el mundo feliz (1932) del británico Aldous Huxley, las personas viven drogadas con el imaginario “soma” y felices, manipuladas por un plan superior en el que la ciencia de punta sólo sirve a una estructura de dominación.
No tenemos soma, pero sí tenemos Netflix y un número infinito de aplicaciones y servicios gratis diseñados específicamente para convertirnos en felices adictos y en los auténticos recursos que surten la acumulación de riqueza en el nuevo capitalismo –el capitalismo de vigilancia- que ordena el mundo. Nunca nos hemos sentido tan libres pese a ser observados sin descanso.
El ser humano se ha convertido en un terminal de corrientes de datos. Hoy sabemos que con este saber se puede influir, controlar y dominar totalmente a las personas, a través de los algoritmos y la inteligencia artificial. La pandemia despertó la voracidad de los vendedores de dispositivos de vigilancia y tecnología de rastreo de personas, presuponiendo que la ciencia de datos será esencial para derrotar al enemigo invisible
Alentados por el éxito de China y Corea del Sur (entre otros países  asiáticos) en el combate al covid-19, líderes políticos de democracias liberales, de derecha e izquierda, se mostraron encantados con la capacidad de control de los dispositivos digitales y del modelo estadístico de los algoritmos que extraen padrones y realizan predicciones.
Cámaras, software, sensores, celulares, aplicaciones, detectores, son presentados ahora como las armas más sofisticadas para el combate al virus…y para la domesticación de las poblaciones.
La industria de telecomunicaciones e informática –que junto a la farmacéutica será una de las ganadoras en esta crisis- prospera gracias a un principio básico, el de extraer los datos personales y vender predicciones sobre los comportamientos de los usuarios a los anunciantes. Pero hasta ahora se lograban pronósticos que facilitaban la previsión de hechos, acontecimientos (y su manipulación, claro), no certezas.
Las empresas (y los gobiernos) comprendieron que para que aumenten los beneficios (financieros pero sobre todo de manipulación) se hacía necesario tratar de modificar las conductas humanas a gran escala.
La mano de obra ya no está configurada por empleados que reciben un salario a cambio de su trabajo, sino por usuarios de aplicaciones y servicios gratuitos, satisfechos de adquirirlos a cambio de ceder sin consentimiento a múltiples empresas un registro de sus experiencias vitales.
En el nuevo capitalismo, los datos personales se acumulan para producir el bien que se pondrá a la venta en el mercado: predicciones sobre nosotros mismos. Los propietarios de los medios de producción no son otros que los que ejercen el monopolio del negocio digital: Google, Facebook, Apple y Amazon, señala Patricia Serrano en El Economista de España.
Las medidas de excepción adoptadas, la llamada flexibilización de derechos, los cortes de salarios, el irrespeto a los principios básicos de la ciudadanía, las violaciones de privacidad, con el fin declarado de enfrentar al virus y la crisis, podrán no ser de excepción para convertirse en permanentes. E incluso ampliarse. El virus no destruirá el capitalismo. Todo indica que la vigilancia (policial, cibernética) conseguirá consolidarse.
“El capitalismo industrial, con todas sus crueldades, era un capitalismo para las personas. En el de vigilancia, por el contrario, las personas somos por encima de todo fuentes de información. No es un capitalismo para nosotros, sino por encima de nosotros”, sentencia Shoshana Zuboff , profesora emérita de la Harvard Business School en una entrevista en la BBC.
Tu smartTV te observa. Pero también tu teléfono, tu coche, tu robot de limpieza,tu asistente de Google y hasta esa pulserita que monitoriza el número de pasos que das. Una pista: todos los productos que llevan la palabra smart o incluyen la coletilla de ‘personalizado’ ejercen de fieles soldados al servicio del capitalismo de vigilancia. Así lo resume Zuboff.
El filósofo surcoreano Byung-Chul Han, profesor en la Universidad de las Artes de Berlín y autor de una decena de libros, profundiza en esta idea: “El ser humano es un terminal de corrientes de datos, el resultado de una operación algorítmica. Con este saber se puede influir, controlar y dominar totalmente a las personas”.
“En la cárcel, hay una torre de vigilancia. Los presos no pueden ver nada pero todos son vistos. En la actualidad se establece una vigilancia donde los individuos son vistos pero no tienen sensación de vigilancia, sino de libertad”, explica en su obra “La expulsión de lo distinto”, que analiza el impacto de la hipercomunicación y la hiperconexión en la sociedad.
Para Han, la sensación de libertad que brota en los individuos es engañosa: “Las personas se sienten libres y se desnudan voluntariamente. La libertad no es restringida, sino explotada”. Añade que “la gran diferencia entre internet y la sociedad disciplinaria es que en esta última, la represión se experimenta. Hoy, en cambio, sin que seamos conscientes, somos dirigidos y controlados”.
Paloma Llaneza, abogada, experta en ciberseguridad y autora de Datanomics, señala que el consentimiento en realidad no existe cuando escribimos nuestros datos personales rápidamente para bajarnos aún más rápido una aplicación gratis o recibir una newsletter semanal. “El consentimiento es una de las grandes mentiras de internet”, afirma.
El problema empieza cuando nuestros datos son usados para otras finalidades y cedidos a terceras empresas que buscan conocernos mejor y sacar un perfil de cómo somos. “Sin saberlo, el usuario puede estar dando consentimiento a ser escaneado en redes sociales y, de ahí, se saca el perfil de la persona. Solo con las fotos de Instagram ya se pueden deducir cosas del comportamiento”, explica.
Mientras algunos líderes políticos apelaban a la “unidad” en la guerra contra el enemigo invisible, y otros negacionistas llevaban a su gente al genocidio, aparecían algunas líneas de fractura. A través de las redes sociales (y los cacerolazos) se compelía a los gobiernos a adoptar medidas drásticas para proteger a las poblaciones, la salud común.
El coronavirus afecta a toda la industria manufacturera de alto contenido tecnológico (incluyendo industria automotriz, aeronáutica y telecomunicaciones), básicamente porque su producción implica aglomeración de personas, no es considerada esencial y en definitiva se ajusta a las proyecciones de la demanda, nada alentadoras hoy.
En este análisis sólo se rescatan algunos sectores, primordialmente de servicios, entre los cuales tenemos el caso de las OTT (over the top), las empresas de telecomunicaciones que brindan servicios de streaming. O sea, usan internet para llegar a los usuarios con video (Netflix), audio (Spotify) o mensajería (Whatsapp, de Facebook) y/o aplicaciones de teleconferencia (como Skype o Zoom).
Con el aislamiento social, las plataformas que recolectan datos personales y los venden en el mercado avanzan para convertirse no solo en grandes intermediarios del entretenimiento sino también de la educación, lo que no puede aceptarse como algo nagtural y mucho menos como solución excepcional, señala Sérgio Amadeu da Silveira, profesor de la Universidad Federal de ABC, Brasil.
El covid-19 seguramente pasará. El neoliberalismo es una pandemia que durante cuatro décadas infectó hasta las fuerzas de izquierda que deberían haberlo combatirlo. Enfrentamos dos pandemias…
Aram Aharonian: Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la) y susrysurtv.

martes, 28 de abril de 2020

La pandemia y el sistema-mundo

La pandemia y el sistema-mundo

Ignacio Ramonet 

 Le Monde Diplomatique

Ignacio Ramonet realiza en este texto un análisis profundo acerca de una de las mayores crisis de la humanidad. Desde el comportamiento de las principales potencias y los países asiáticos, pasando por las consecuencias económicas, políticas y sociales, el avance del control a través de la tecnología, el rol de Estado y los ganadores y perdedores de esta pandemia, el texto que compartimos revisa distintos aspectos esenciales para entender este cambio de época.