domingo, 21 de julio de 2019

Neofascismo y capitalismo .

Neofascismo . La bestia neoliberal
 
¿Pueden agruparse las nuevas tendencias de extrema derecha bajo la divisa del fascismo, del (neo) fascismo? ¿Qué diferencias existen entre las formaciones e ideologías de ultraderecha y las llamadas «fascistas»? ¿Estamos recorriendo, aun con diferentes acentos y modulaciones, la misma trayectoria que tomó Europa en las décadas de 1920 y 1930? ¿Hay paralelismos entre las dictaduras de los años setenta en América Latina y las prácticas, presentes o anunciadas, de algunos gobiernos en las Américas? ¿Es el neoautoritarismo de mercado un peldaño, un elemento intrínseco o una desviación de un posible (neo)fascismo? ¿Nos condenan nuevamente las circunstancias a revivir la barbarie de la exclusión, la persecución e incluso la aniquilación del disidente, en nombre de la pureza y el vigor de las naciones… o únicamente de una voluntad de recuperar la tasa de ganancia del capital?

Estos interrogantes y otros similares se plantean con recurrencia en la opinión pública europea desde hace años. El inesperado triunfo de Donald Trump, seguido del auge de otras agrupaciones nacionales de extrema derecha, los provoca. El estupor de los sectores progresistas ante el presente ascenso ultraderechista los hace más acuciantes, si cabe. Y, ante tanta incertidumbre acumulada, solo un indicio parece verosímil: la conexión del incremento neofascista con la crisis y recomposición del capitalismo financiero global, con el incremento de las dinámicas de acumulación por desposesión, de la violencia y el conservadurismo moral, con el machismo, la xenofobia, el racismo y con el malestar larvado en las sociedades tras su desencadenamiento, que explota de manera fragmentada y cada vez menos esporádica.

Como apuntó en una época oscura Walter Benjamin, no se puede abordar la cuestión del fascismo sin plantearse la del capitalismo. Sería como indagar en los efectos sin interrogarse sobre las causas, tal como indicaba, en ese mismo tiempo, Bertolt Brecht. Lo más evidente a este respecto es apreciar cómo, ayer igual que hoy, las desigualdades y la impotencia difusa a las que nos aboca el capitalismo desenfrenado son respondidas por parte de las elites, pero consiguiendo gran respaldo popular, con una reavivación del mito cohesivo y protector de la nación, mucho más cohesionada si se identifica en sus adentros o en el exterior la figura de un enemigo colectivo que sacrificar. Un enemigo que hoy apunta hacia las mujeres, las personas refugiadas, las personas pobres o racializadas.

Menos evidente aparece a nuestros ojos, aunque ya se reveló en época de entreguerras, cómo las vías de acumulación capitalista que resultan en situaciones de práctico monopolio terminan reclamando, para un gobierno eficaz de la economía, fórmulas autoritarias que exceden el Estado democrático y constitucional. El abandono desde la década de 1980 de las funciones democratizadoras típicas del Estado social, desde la desmercantilización de espacios sociales a la diversificación de la economía o el combate por la igualdad real, resucitó la dinámica inmanente al capitalismo desbocado, volviendo a colocarnos en un escenario de gobierno corporativo transnacional, un autoritarismo de mercado establecido por la nueva Lex Mercatoria, que necesita ser compensado o sostenido con prácticas autoritarias nacionales.

No cabe duda de que las soluciones políticas que ofrecen las formaciones ultraderechistas se anclan en profundas necesidades psicológicas de carácter colectivo. Entre ellas, sobresale la necesidad de comunidad, ante un marco de competitividad individualista descarnada. Pero también destaca la necesidad vital de sentirse partícipe activo de la comunidad en la que se vive. La gestión de la crisis financiera, presidida por la máxima del «No hay alternativa», puesta en práctica con toda virulencia en Grecia, ha sembrado en el ánimo colectivo una sensación de impotencia que comienza a reclamar, para sanarse, liderazgos autoritarios y ejecutivos, capaces de decidir haciendo estallar las mallas de la legalidad. En esta misma dirección apunta el sentimiento difuso de desafección provocado por la independización de los representantes públicos, traducida en muchas ocasiones en «cartelización» organizada para fines corruptos de enriquecimiento privado. La corrupción se convierte en el eje para justificar la necesidad de liderazgos autoritarios, que, como evidencia el caso de Brasil, acaban transmitiendo la idea de que los mecanismos de la democracia representativa resultan estériles para librarse del saqueo pilotado por las elites políticas. En ambos lados del Atlántico vuelve a extenderse en el alma colectiva la necesidad de liderazgos carismáticos que conecten en bloque con los ánimos de intervención inmediata, sin mediaciones ni contenciones jurídicas, en el terreno político.

Bajo el capitalismo salvaje, no solo se erosionan los mecanismos típicos de la representación y de la garantía del interés general. El incentivo público generalizado de que goza la cultura empresarial (del llamado «emprendimiento»), ajustándose sin roces a las necesidades de acumulación del capital, se adecua mal a los requerimientos culturales –pluralistas, igualitarios, horizontales– de una democracia. El culto a la individualidad triunfante y con capacidad de mando, que solo prospera por la obediencia disciplinada del conjunto, fomenta los valores autoritarios y jerárquicos cuando se traslada a la polis. Los principios morales que rigen en muchas escuelas de negocios, conducentes al éxito individual con desprecio de la cooperación colectiva y con necesidad de instrumentalizar, cosificándolos, a los semejantes, procuran un ecosistema inmejorable al fascismo rampante si terminan por convertirse, como ocurre en nuestros días, en una ética social.

Asistimos además, y de manera paralela, al auge de los discursos conservadores y violentos, reforzándose los tradicionales ejes de dominación colonial, eurocéntrica, racista y patriarcal sobre el trabajo, las y los migrantes y, muy en particular, sobre las mujeres. Utilizando la religión, los valores conservadores tradicionalistas, la difamación, el discurso del miedo al otro y la exacerbación del mandato de la masculinidad, se rearma un andamio ideológico / jurídico orientado a potenciar modelos de sumisión y explotación violenta de una mayoría de la población, con especial impacto de género, y sin duda necesarios para mantener los procesos de acumulación y de control social.

Así, la propia cultura que se extiende en nuestros modelos de sociedad propicia el abandono de los valores democráticos y el abrazo a las tácticas del fascismo. En su plena orientación hacia el futuro, tiende a relegar las exigencias instructivas de la memoria democrática, olvido agravado en aquellos países que transitaron a la democracia sin romper con las dictaduras que los habían oprimido. Conocer las dinámicas que condujeron a los fascismos y sus prácticas de exterminio y dominación no garantiza, es cierto, el no repetir la barbarie, pero sí introduce dispositivos de amortiguación y freno, que contribuyen a prevenirla.

En el imprescindible documental de Chris Marker sobre las izquierdas mundiales en las décadas de 1960 y 1970, El fondo del aire es rojo, se funden en planos consecutivos las manifestaciones de neonazis americanos y las de los ejecutivos de Wall Street, coincidentes en su agresivo belicismo y en su furibundo anticomunismo ante la Guerra del Vietnam. Liberalismo económico y fascismo político, frente a la tergiversación inducida durante décadas de corrección teórica demoliberal, terminan reclamándose mutuamente.

Con este escenario de fondo, el presente libro pretende indagar en los diferentes flancos de esa compenetración, tratando de resolver incógnitas fundamentales que flotan hoy en la esfera pública y de destapar complicidades que permanecen todavía ocultas a los ojos generales. Para tal fin, los diferentes trabajos se organizarán en dos grandes bloques temáticos. El primero atiende al aspecto general teórico e histórico del asunto, para anclar las posibilidades reales del mismo uso del término «neofascismo». Resulta fundamental conocer bien el ascenso de los fascismos en el mundo de entreguerras, y sus vínculos con el capitalismo, para trazar los paralelismos pertinentes, y también para prescindir de las comparativas más simplistas. Igualmente crucial nos parece la delimitación conceptual del fascismo, tanto en sus formas pasadas de expresión, cuanto en las que comienzan a emerger en la actualidad. Y habrá que atender también a las diferentes líneas de evolución que están desembocando en el auge de unas fuerzas que, si hoy se presentan como ultraderechistas, incuban ya, de forma inequívoca, la serpiente del fascismo futuro.

El segundo de los bloques consta de ensayos de tono empírico, centrados ya en el análisis de experiencias de dominación ancladas en los axiomas neofascistas. Su campo de pruebas lo proporcionan en ocasiones trayectorias estrictamente nacionales, y, en otras ocasiones, escenarios transnacionales que consienten la comparación de itinerarios y prácticas locales. Interesa en este apartado el examen de los ejes y dispositivos de dominación, que promueven la jerarquización social fascista o que se encuentran inspirados directamente en fórmulas neofascistas, en los ámbitos de la convivencia, el trabajo, la comunicación, la religión o el feminismo.

Para elaborar la proyectada obra colectiva hemos apostado por una aproximación pluridisciplinar e internacional, reuniendo a quince personas que tienen en común el hilo del pensamiento crítico. Las y los autores, procedentes de Ecuador, Colombia, Brasil, Argentina y España, cultivan materias como la filosofía política, el derecho, la sociología, la antropología, la teología, la comunicación o la historia. Desde la pluralidad epistemológica, los capítulos, en diálogo permanente entre los conceptos compartidos, se esfuerzan en entender y razonar sobre uno de los fenómenos más complejos, que afecta a todos los aspectos de la sociedad y que no es reducible a un solo plano.

El resultado de este trabajo colectivo, pluridisciplinar y transatlántico es un libro que aporta instrumentos al análisis de lo que acordamos denominar como «neofascismo», los cuales explican sus múltiples dimensiones y que desmontan lugares comunes y prejuicios generados muchas veces por los propios movimientos de extrema derecha, pero que se consolidan al ser repetidos por otros partidos y por los medios de comunicación.

Precisamente por lo que acabamos de explicar, el libro sirve de instrumento para combatir los discursos de la ultraderecha en un momento en el que estos son amplificados por muchos medios de comunicación, que los sitúan en el centro del debate, con propuestas que suponen amenazas para los derechos humanos y para la democracia. Este libro, escrito desde el rigor intelectual de sus autores y autoras, tiene una clara vocación de ser, ante todo, una herramienta útil en la lucha contra los neofascismos.

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sábado, 20 de julio de 2019

La bancarrota moral de Occidente .

Bancarrota moral de Occidente en evidencia

Por Esto!


La bancarrota moral de las potencias occidentales integradas en la OTAN bajo la batuta de Washington quedó al descubierto con la reciente publicación de varios informes noticiosos separados que ilustran la hipocresía de los gobiernos occidentales por la forma en que se priorizan los temas o se les dejan inconexos en sus medios principales de prensa, al servicio obediente de la propaganda del poder estatal y el corporativo.
Pensamos, en primer lugar, en la investigación dirigida por los Países Bajos (Holanda) sobre el derribo en 2014 del avión MH17 de Malasia, que culpó a Rusia por el desastre en el que murieron las 298 personas que viajaban a bordo.
Esa investigación, que duró casi cinco años, jamás proporcionó prueba creíble alguna de la culpabilidad rusa, sin embargo, los investigadores integrados en un equipo investigador internacional (ECI) encabezado por Holanda, mostraban acusaciones reiteradas de que Rusia había suministrado un misil antiaéreo a los rebeldes ucranianos que supuestamente volaron el Boeing 777 desde el aire.
Pese a que los evidentes fallos en el debido proceso negaban a las acusaciones del ECI la debida credibilidad, los gobiernos y medios de prensa occidentales encabezados por los de EEUU, Gran Bretaña y otros miembros de la OTAN pedían a Rusia que aceptara la “investigación” del ECI, difamando a Moscú como culpable de causar el derribo del MH17.
El Primer Ministro de Malasia, Mahathir Mohamad, denunció ese informe tildándolo de “ridículo rumor destinado a servir a la acusación contra Rusia”. De manera reveladora, esos importantes comentarios del Primer Ministro malayo prácticamente no fueron difundidos en los medios de comunicación occidentales.
Rusia, así como los rebeldes ucranianos pro-rusos, rechazaron vehementemente las acusaciones de su participación en el desastre del MH17. Las reiteradas ofertas de Rusia de aportar información a la investigación eran rechazadas por el ECI dirigido por Holanda. Sin embargo, la investigación de Rusia descubrió pruebas de radar y forenses de que un misil antiaéreo disparado contra el avión de pasajeros procedía en realidad de fuerzas militares bajo el mando de los gobernantes de Kiev. La evidencia rusa fue sistemáticamente ignorada por los informes de medios occidentales. A las autoridades políticas y de inteligencia de Kiev se les había permitido participar en la investigación del ECI y enmarcarla para inculpar a Rusia.
Estados Unidos, la Unión Europea y la OTAN apoyan al régimen de orientación neonazi dominado por Kiev, tanto financiera como militarmente, desde que tomó el poder en un violento golpe de Estado en 2014. Eso debió haber sido el verdadero foco del escándalo en la historia del MH17.
A raíz del embrollo del MH17, los gobiernos occidentales han seguido imponiendo sanciones a Rusia que le han costado a la economía de ese país unos 50.000 millones de dólares. Los estados occidentales y sus medios de prensa presentan a Rusia y al presidente Putin como un paria, entre otros improperios.
Llama la atención la prioridad indebida que se han dado a las dudosas solicitudes del ECI respecto a otros acontecimientos igualmente publicados recientemente. Uno de ellos fue el terrible número de víctimas mortales entre la población civil de Yemen infligido por la guerra que los saudíes libran en ese país con apoyo occidental. Se calcula que en los últimos cuatro años han muerto más de 90.000 personas a causa de la violencia, y que la mayoría de las víctimas civiles han sido causadas por ataques aéreos de Arabia Saudita.
Es un hecho indiscutible que Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania y otras potencias de la OTAN han estado armando al régimen saudí con aviones de guerra, helicópteros, misiles y logística para llevar a cabo esta matanza de civiles yemeníes lo que los hace cómplices de crímenes de guerra.
El presidente Trump sigue presionando a los legisladores estadounidenses a aprobar ventas de armas multimillonarias a Arabia Saudita, no obstante la matanza. El gobierno británico y su aspirante a primer ministro, Boris Johnson, afirman que sus ventas de armas no están implicadas en la muerte de civiles yemeníes, lo que supone una negación flagrante de la realidad.
Un tribunal británico dictaminó recientemente que las exportaciones de armas del Reino Unido infringían sus propios supuestos códigos éticos que protegen la vida de los civiles en los conflictos. El gobierno británico está dispuesto a apelar el fallo de la corte y probablemente lo ignorará de todos modos, dada la relación sistemática de Gran Bretaña armando a Arabia Saudita -el mayor mercado de exportación de armas del Reino Unido- año tras año.
Los medios occidentales informan mínimamente sobre el escandaloso sufrimiento humano en Yemen. Toda la barbarie y la culpabilidad de los gobiernos occidentales son en gran medida silenciadas y omitidas por los medios controlados por estos gobiernos machihembrados con el imperialismo estadounidense.
Blog del autor: http://manuelyepe.wordpress.com/

viernes, 19 de julio de 2019

¿Quién es Ursula von der Layen ?

 ¿Quién es Ursula von der Layen ?
  Rafael Poch
Eurasia.


Ursula von der Layen pertenece a una familia gran burguesa alemana. Es hija de Ernst Albrech, ex presidente regional alemán. Más que por mérito propio, fueron sus excelentes conexiones familiares las que le permitieron abrirse paso en la familia conservadora alemana. No fue candidata en las elecciones europeas, ni participó en la campaña. Carece de experiencia europea y llega a la presidencia por una ambigua carambola activada por el presidente francés, Emmanuel Macron, quien por un lado logra poner a una compatriota, Christine Lagarde al frente del BCE -evitando al jovencito talibán de Merkel, Jens Weidman- mientras que por el otro sitúa a una alemana al frente del cargo más importante de un club que ya estaba excesivamente dominado por alemanes, bien en los cargos clave, bien en los inmediatamente siguientes en el escalafón. Y no es una alemana cualquiera.
En materia de seguridad europea, hay diferentes alemanes. En los años sesenta y setenta, fueron alemanes como Willy Brandt y Egon Bahr quienes le pusieron valiosas cataplasmas a la guerra fría mediante el diálogo con el Este que aplacó no pocas tensiones. Hoy aquella generación ha desaparecido. Desde la reunificación de Alemania (1990) y al calor de su retomado nacionalismo, se han acabado los complejos de culpa por las guerras del pasado. En esa tendencia general, Ursula von der Layen representa, como el reaccionario ex Presidente federal Joachim Gauck, al ala más vehemente.
Von der Layen es una abogada de la « contención », es decir del espíritu de la guerra fría contra ese “kremlin que no perdona ninguna debilidad” y obliga a que “Europa tenga que actuar desde una posición de fuerza”. Una persona que se jacta de la vergonzosa (para cualquiera con memoria histórica) presencia militar alemana en las repúblicas bálticas (“somos la única potencia continental europea que mantiene una presencia destacada en el área báltica protegiendo a nuestros amigos bálticos”), y de la absurda y mortífera presencia militar en países lejanos (“somos el segundo mayor suministrador de tropas en Afganistán”).
Lo más probable es que Rosita sea una presidenta de la Comisión que nos retroceda a épocas anteriores a la Ostpolitik y la distensión, es decir a todo aquello que los socialdemócratas como Willy Brandt, Bruno Kreisky y Olof Palme introdujeron en el continente en los inicios históricos de cierta autonomía europea después de De Gaulle: la idea de que la seguridad europea debe ser una cuestión conjunta y negociada, y no el resultado de la preponderancia militar de un bloque.
Al mismo tiempo, von der Layen no es una gran figura de la derecha. Es más bien un peso ligero. Fue una pésima ministra de defensa en Alemania, que fue claramente sobrepasada por su función de ministra, promotora del incipiente intervencionismo militar alemán que tanto cuesta imponer a una sociedad todavía alérgica al militarismo. También ha sido, bajo la batuta de Merkel, artífice del horizonte del gasto alemán del 2% del PIB en defensa, tal como pide Trump y de los desfiles militares en el Báltico.
La nueva presidenta es también una ex ministra con sospecha de escándalos sobre corrupción y pagos desmesurados a “consejeros” en materia de modernización del ejército alemán, en la renovación del buque escuela de la marina Gorch Fock y otros. La prensa alemana, y detrás de ella la europea, no ha hecho cuestión de ello. Tengan la sustancia que tengan estos escándalos, la indulgencia que ha merecido von der Layen sería inimaginable si la candidata hubiera sido, italiana, francesa, o meridional en general.
¿Quién gana con su presidencia? Si hay algún ganador son los Estados Unidos “y con ellos sus ayudantes en Europa, es decir Macron, Merkel, los gobiernos de Polonia y las repúblicas bálticas, así como toda una serie de otros gobiernos de la UE”, dice Albrecht Müller, un socialdemócrata que fue consejero de Willy Brandt.
En resumen: La UE ha puesto en su presidencia a una partidaria acérrima de la militarización, abogada del complejo militar-industrial y decidida atlantista. En el BCE, una gestora que viene del FMI, más abogada que economista que irradia menos confianza que su antecesor, Draghi. Esta nueva dirección más floja, diluirá, seguramente, la buena noticia del relevo: la de Josep Borrel al frente de la política exterior. Borrell es uno de los raros políticos españoles con sentido de Estado y solvente en materia de relaciones internacionales. Demasiado bueno para nuestro PSOE, pero claramente limitado por el contexto: un club más fragmentado y debilitado que el de hace cinco años, que complicará, aun más, la formulación de una inexistente política exterior autónoma y unificada en materia de lo más urgente: Oriente Medio, belicismo, Rusia y China.

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Abdelbaki es-Satty era informador del CNI




El líder de los ataques terroristas en Barcelona y Cambrils, informante del Estado español desde 2014

   Demasiadas preguntas vitales para que no se les de respuesta; al menos en honor y como respeto a las víctimas del terrorismo yihadista que conmocionó Barcelona y Cambrils.
Tras evitar que fuera expulsado de España, los servicios secretos tuvieron un conflicto con su jefe de zona en la capital catalana porque no aceptaba tenerlo como confidente infiltrado en la ciudad pero dirigido directamente desde el cuartel general del CNI. Así que finalmente se decidió llevarlo a la demarcación de Girona, cuyo responsable aceptó ceder el control.
 
 
 
 https://www.publico.es/politica/iman-ripoll-4-exclusiva-cni-quiso-poner-iman-barcelona-jefe-local-nego-controlara-madrid.html
 
 
  y ver 
 
 https://telegra.ph/El-l%C3%ADder-de-los-ataques-terroristas-en-Barcelona-y-Cambrils-informante-del-Estado-espa%C3%B1ol-desde-2014-07-18
 
 
 y ver  ... https://www.eldiario.es/responde/difundimos-articulos-CNI-terroristas-Ramblas_6_921867824.html