jueves, 23 de mayo de 2019

miércoles, 22 de mayo de 2019

La revolución cultural nazi .


Resultado de imagen de johann chapoutot la revolucion cultural nazi

El nazismo como cultura

El nazismo como cultura

La revolución cultural nazi es obra de un reconocido especialista que ha escrito otras dos tituladas Le nazisme et l’Antiquité y La loi du sang. Penser et agir en nazi. Sobre ambos temas vuelven otra vez las páginas de este nuevo trabajo, producto de la reelaboración de artículos sueltos que han sido revisados y conjuntados con destreza. Pero no tanta como para no echar de menos alguna vez la intensidad y la coherencia de una monografía hecha ex profeso.
En la página 30 de La revolución cultural nazi, por ejemplo, se cita un breve pero expresivo párrafo de un artículo de Werner Jaeger en el que se encomia el significado de Platón y su filosofía como forjadores del Estado moderno. Se publicó en 1933 en la revista nacionalsocialista Volk in Werden (Pueblo en conversión), el mismo año del ascenso de Hitler al poder, que también lo fue de la primera edición del libro más conocido e importante de Jaeger, PaideiaDie Formung des Griechischen Menschen, que se reimprimiría notablemente aumentado –tal fue su éxito– en 1936. Lo que nos resulta sorprendente es que Johann Chapoutot no resalte la autoría de una deslumbrante historia de la cultura griega vista a través de la constitución del ideal educativo que forjó la unidad del mundo helénico y dejó su profunda huella en la historia de la humanidad. Tampoco nos cuenta, por consiguiente, que un año después de su edición definitiva, Jaeger se exiliaría en Estados Unidos, no tanto por aversión al nazismo como por estar casado con una mujer de ascendencia hebrea; en 1939 profesaba en Stanford y en 1942 ocupaba una cátedra en Harvard.
Ese año Paideia se tradujo al español por el filósofo exiliado Joaquim Xirau y se publicó en México por el Fondo de Cultura Económica. La nota de agradecimiento escrita para la edición insiste en que la obra no intentó destronar la historia solvente de los acontecimientos para sustituirla por una discutible historia de las ideas. Paideia –cuenta Jaeger– «se escribió durante el período de paz que siguió a la Primera Guerra Mundial», y podría haber añadido que precisamente cuando surgieron muchas y hermosas síntesis históricas de parecidos calado e intención, pero «ya no existe el mundo que pretendía ayudar a reconstruir» y ahora habitamos «en el valle de muerte y destrucción que por segunda vez en la misma generación atraviesa la humanidad». Y «en este libro esa fe de un humanista se ha convertido en contemplación histórica», lo que quiere decir que Jaeger había olvidado piadosamente su colaboración en una revista nazi de título tan revelador como Volk in Werden. Y seguía defendiendo el lugar de privilegio que ocupaba Platón en la configuración del Estado moderno y de la constitución de su rígido orden social: tal es el tema del libro III de Paideia, «En busca del centro divino», que concluye con un brillante análisis de La República1.
Las palabras solemnes y atribuladas nunca son inocentes. Saber algo de ese «mundo que pretendía ayudar a construir» (tanto Jaeger como otros muchos universitarios eminentes) es una tarea que Johann Chapoutot ha dejado en un discreto segundo plano, más atento a la descripción funcional de la vulgata del pensamiento nacionalsocialista y a la mención –nunca demasiado pormenorizada– de la copiosa red hidrográfica que venía del respetable mundo de la ciencia histórica, jurídica y filosófica. Pero, con mucha razón, Chapoutot levanta la sospecha sobre el helenismo nazi: «En semejantes condiciones, el estudio de la filosofía griega no es una cuestión reservada a la piadosa erudición de los seminarios de Kiel, Bonn o Heidelberg, o circunscrita al pálido silencio de las bibliotecas», porque aquella «filosofía es fuerte, decisionista, voluntaria, en tanto que expresa la fortaleza de sangre o su regeneración [...]. Si es heroica y aristocrática, expresa con evidencia la pureza de una sangre nórdica aún inmaculada. A partir de ahí, se comprende mejor por qué tanta gente, bajo el III Reich, habla de Grecia y de la filosofía griega: Hitler en Mein Kampf, al igual que en muchos de sus discursos; Alfred Rosenberg, Joseph Goebbels, así como Goering y Himmler». Pero no se trata sólo de fuentes.
Las complicidades del nacionalismo
En La revolución cultural nazi sólo hay otra solitaria mención de George L. Mosse, historiador alemán y judío, aunque se menciona después de unas frases que honran a Chapoutot: «Se camina con un paso positivista más seguro por archivos que permiten establecer hechos y seguir procesos. Es intelectualmente más desestabilizador, humanamente más perturbador y, a decir verdad, psicológicamente más peligroso adentrarse en una manera de ver el mundo –o sea, una visión del mundo– que pudo darles sentido y valor a unos crímenes incalificables». Mosse lo hizo como nadie. Tenía quince años en 1933 cuando abandonó Alemania para trasladarse a Inglaterra y luego a Estados Unidos, donde se formó como historiador en Cambridge y Harvard. Y allí escribió La nacionalización de las masas (1975), un libro que cambió el punto de vista sobre el nacionalsocialismo al ligarlo a los cultos y mitos historiográficos inventados por la Alemania romántica de 1800 y que alcanzaron la dosis de intoxicación en los años del Segundo Reich. De allí, inflamados por la ira de la derrota y la venganza de la Europa Occidental, desembocaron directamente en la Alemania de posguerra, donde la insurrección callejera de los Freikorps y la gestación del NSDAP surgieron también apenas callaron los cañones.
Por supuesto, la construcción de un ideal pangermanista y la celebración de sus hitos principales (desde la batalla de Teoteburgo hasta las guerras napoleónicas y desde las luchas medievales del imperio contra el papado hasta el Tratado de Versalles y la «puñalada por la espalda» de los vencedores de la guerra) se constituyeron como una cultura popular, pero que fue elaborada con el consenso y bajo la autoridad de la alta cultura. De la crisis del país entre 1780 y 1815 había surgido una institución fundamental en la vida del país: la reforma e invención de una universidad moderna que muy pronto sería un modelo para la del resto de Europa. En 1809, la ciudad de Berlín creó la suya, al amparo de los reyes de Prusia y con la destacada inspiración de los hermanos Von Humboldt, cuyo nombre lleva hoy la institución. Y en 1818 la Universidad de Bonn llevó a Renania el mismo espíritu de la academia prusiana que, en 1826, inspiró también el traslado de la vieja universidad bávara de Ingolstadt a Múnich, donde enseñaron el filósofo Friedrich Schelling y el químico Justus von Liebig. No es casual que en la universidad berlinesa dictara Fichte sus catorce Discursos a la nación alemana, que marcaron el inicio del nacionalismo alemán y sellaron la peligrosa alianza de un esplendoroso crecimiento intelectual y un orgullo patriótico alentado por la conciencia de superioridad y tentado siempre por la ambición de la hegemonía europea.
De aquella «reconstrucción de la razón» de la que hablaba Jaeger surgieron productos intelectuales de voluntad inequívocamente universal (pienso en la estilística de Karl Vossler o en el esplendoroso ensayo de Ernst Robert Curtius sobre la Edad Media Latina y la literatura europea), pero también productos ideológicamente más confusos, como La decadencia de Occidente (1918-1923) de Oswald Spengler, que –enarbolando la herencia de Nietzsche– logró un éxito internacional. La Kriegideologie (ideología de guerra) inspiró alarmas y reproches que están presentes en los últimos trabajos de Max Weber o en casi todos los del más olvidado sociólogo Werner Sombart (que ya en 1911 había trasladado a El capitalismo judío la interpretación económico-religiosa que Weber dio a la Reforma protestante). Escritores como Ernst von Salomon y, sobre todo, el joven excombatiente Ernst Jünger, dieron voz a un mundo en el que el pacifismo se asimilaba a la decadencia espiritual y donde la idea de Humanidad aparecía como una ficción vacua frente a la sólida llamada de la tribu nacional. La Konservative Revolution de estos años tiene antecedentes bismarckianos, pero tampoco dejaría de ser un acompañamiento discreto de la violencia y la protesta que, en 1924, Adolf Hitler –preso a consecuencia del Putsch de la cervecería de Múnich– empezaba a consignar en las páginas de Mein Kampf.
Una oportuna cita de 1942, que el autor recoge de un ensayo del jurista Roland Freisler sobre el porvenir, señala con claridad la venerable genealogía intelectual que la moral nazi pretendía hacer suya: la «concepción alemana» de una «comunidad» (Gemeinschaft) debería sustentarse en «el imperativo categórico kantiano; el deber fichteano; la máxima fredericiana [se refiere a Federico Guillermo de Prusia] de ser el primer servidor del Estado; la concepción clausewitziana de la esencia militar alemana» y, en fin, «el principio nacionalsocialista: el interés común está por delante del interés privado». ¿Nos extrañará la invocación inicial del nombre de Kant, tan vinculado al espíritu de la Ilustración y tan distante de ensoñaciones de hordas populistas? Páginas después, Chapoutot alude a un momento del juicio de Adolf Eichmann en Jerusalén, donde el acusado causó la estupefacción y el enfado de sus jueces al justificar sus crímenes en «el imperativo categórico kantiano». E, interrogado al respecto por el fiscal, aquel sujeto (que no había acabado el bachillerato) afirmó haber leído la Crítica de la razón práctica, aunque no se fijara demasiado.
«La política es biología aplicada» (Adolf Hitler)
De todas estas contradicciones ha tratado previamente el importante capítulo titulado «Borrar 1789 de la historia alemana», objetivo que fue la consigna literal que Joseph Goebbels incluyó en su discurso de 1 de abril de 1933 para anunciar urbi et orbi el advenimiento de la nueva era. La «revolución» nazi renunciaba así a la herencia de la Revolución francesa y también a la de 1848, porque ambas se habían hecho en nombre de la libertad de los individuos y con los borrosos objetivos de universalidad que se encerraban en el lema «Libertad, Igualdad, Fraternidad». Para el nazismo no había otra revolución posible que la de los pueblos, la voz de la etnia, que los verdaderos arios reconocían en el sueño del Estado platónico, tan germánico y tan rubio como ellos mismos, en el momento final del esplendor de la Ática, ya amenazada por las Guerras del Peloponeso. No pensaban que debiera haber otra legislación que la vuelta a un Derecho germánico, inspirado por la tradición y preservado por su pueblo, radicalmente opuesto a la presunta universalidad del Derecho Romano. El sucesor de la herencia platónica había sido la vanidosa sofística y su rival, a la larga, fue el estoicismo que vino de las oscuras escuelas de pensamiento asiáticas; el Derecho Romano había nacido del cálculo mezquino y el individualismo de pueblos mediterráneos, claramente cercanos a la influencia judaica.
Las consecuencias –ideológicas y jurídicas– de estas decisiones se explican muy bien en las tres primeras partes de La revolución cultural nazi. Quizás las más llamativas de sus pautas de actuación fueron las que se referían a la identificación de la política con la biología, que Hitler estableció en repetidas ocasiones: «La política es biología aplicada». El mismo concepto de Lebensraum (espacio vital), utilizado por el expansionismo alemán y luego por el nazismo, es –como subraya Chapoupot– una traducción literal de biotopo, la denominación que define la asociación de las especies vivas a un determinado territorio físico. Los derechos de la vitalidad instintiva del grupo, siempre superior al arbitrio del individuo, son ilimitados: el Lebensraum determina, por tanto, quiénes son los dueños reales de un espacio, quiénes son sus auxiliares necesarios y quiénes son los alógenos, destinados al exterminio. Vale la pena repasar las páginas que Chapoupot dedica a la estricta y temprana aplicación de la eugenesia desde 1933 y a la consiguiente eliminación de los individuos defectuosos entre la misma población alemana. Pero la biología abrió la puerta a otras prácticas de las que se ha hablado menos. Los juristas nazis defendieron la equiparación jurídica de los hijos naturales y los habidos en el marco del matrimonio, en parte porque las cuantiosas pérdidas humanas de la guerra hicieron imperativos esos derechos para los descendientes de los héroes muertos. Pero los mismos estudiosos también abrieron la puerta a la consideración de la poligamia como una prerrogativa que deberían alcanzar los varones de una raza superior.
Los derechos de la biología llegaron entonces al delirio, como ocurrió, no mucho después, ante la invasión de Polonia y de Rusia, ejemplos patentes de Lebensraum que exigía la domesticación como siervos de quienes sobrevivieran a la conquista. Pero quizá las páginas más terribles se refieren a la justificación del holocausto judío en los términos de una operación de higiene. En los Diarios de Goebbels (anotación del 7 de agosto de 1941) leemos: «En el gueto de Varsovia se ha observado cierto aumento del tifus. Paro se han tomado medidas para que no salgan del gueto. Al fin y al cabo, los judíos siempre han sido vectores de enfermedades contagiosas. Hay que hacinarlos en un gueto y abandonarlos a su suerte o liquidarlos; si no, seguirán contaminando a la población sana de los Estados civilizados». Poco más allá, un folleto dirigido a los soldados lo confirma: «Uno de los más antiguos focos tíficos está en Volinia, donde, como en otros lugares de Polonia, se encuentra una población judía. Una suciedad increíble, así como el sempiterno comercio de trapos infestados de pulgas, son las causas de una propagación incontenible de la epidemia [...]. Una simple ojeada al interior de sus miserables viviendas debe servir de aviso suficiente para el soldado alemán. Debe ponerse en guardia ante el peligro invisible que le amenaza en los barrios judíos, rodeado de un entorno de una suciedad extrema». Estos y otros textos, además de referencias cinematográficas, componen la terrible zarabanda final que el autor del libro ha dispuesto antes de establecer su conclusión final: el nazismo fue una verdadera «revolución cultural», aunque su idea de revolución no fuera «una proyección hacia el futuro», sino un «regreso circular al origen». Puede ser calificada de cultural en la medida en que el adjetivo «retomaba la vieja oposición entre Kultur y Zivilisation [...]. Son propios de la civilización la superfluidad, la superficialidad y el universalismo nocivo; la Kultur, por su parte, se sumerge en las profundidades de la Innerlichkeit, de la interioridad, y también de la interioridad de la raza». Y «esa escatología biológica, esa gran paz del espacio vital, es lo que una guerra espantosa quiso edificar».
Los traductores del libro no siempre han esquivado los riesgos de trasladar la sintaxis compleja y, sobre todo, los neologismos algo caprichosos, propios de la prosa de alta divulgación francesa desde hace treinta o cuarenta años. Quizá por emulación, hallamos numerosos vocablos de aire indiscutiblemente galicista: «feniciano» por fenicio, «instintual» por instintivo, «eugenistas» por eugenésicos, «obsidional» por obsesivo y hasta un inédito «nanciano» en vez de la perífrasis «natural de Nancy».
José-Carlos Mainer es catedrático emérito de Literatura en la Universidad de Zaragoza. Sus últimos libros son La isla de los 202 libros (Barcelona, Debolsillo, 2008), Modernidad y nacionalismo, 1900-1930  (Barcelona, Crítica, 2010), Galería de retratos (Granada, Comares, 2010), Pío Baroja  (Madrid, Taurus, 2012), Falange y literatura  (Barcelona, RBA, 2013), Historia mínima de la literatura española  (Madrid, Turner, 2014) y Periferias de la literatura. De Julio Verne a Luis Buñuel (Madrid, Fórcola, 2018).
22/04/2019
1. Echamos de menos otra ficha biográfica al final del libro, en la página 249, cuando se habla de la película La habanera (1938), dirigida por Detlef Sierk para la productora estatal nazi: se trata de una comedia racista sobre el choque de unos perfectos colonizadores arios y unos estúpidos terratenientes de abolengo hispano en la Cuba colonial (la protagonista era Zarah Leander, la más glamurosa de las estrellas alemanas y amante de Goebbels). Detlef Sierck era de origen danés, aunque nacido en Hamburgo y emigrado muy joven a Alemania, donde realizó estudios de historia del arte con Erwin Panofsky y destacó como director de teatro moderno en Berlín y luego como responsable de películas de éxito para la UFA. Como tantos otros cineastas, estaba deseando escapar de Alemania, cosa que logró en 1937, poco antes del estreno de La habanera, para establecerse en Estados Unidos, reclamado por la Warner. En adelante firmó sus películas como Douglas Sirk. Su primera película americana fue precisamente la comedia bufa The Hitler’s Madman, pero su éxito y reconocimiento llegó de la mano de los grandes melodramas que lo consagraron como referente del género en los años cincuenta (ObsesiónEscrito sobre el viento e Imitación a la vida, entre otros). 


martes, 21 de mayo de 2019

El "cartel" venezolano que no existe



El “Cártel de los soles” (1)


La enésima teoría del Washington Post para explicar el fracaso del golpe de Estado en Venezuela


Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

Cuando van a cumplirse cuatro meses desde el intento de golpe de Estado en Venezuela, los analistas de los medios de comunicación occidentales en manos de corporaciones se estrujan la cabeza para explicar por qué los planes de Washington para derribar al gobierno de Nicolás Maduro no han llegado a materializarse. Es evidente que ni siquiera se han planteado las razones reales de dicho fracaso. Va más allá de sus posibilidades mentales considerar la persistente popularidad de los programas del fallecido Hugo Chávez y los recelos pertinaces de grandes sectores de la población –o el profundo rechazo que provoca en la inmensa mayoría de los venezolanos (y de los latinoamericanos) la posibilidad de una intervención militar de EE.UU. en su país.

En vez de eso, tanto los marionetistas de Washington que diseñaron el golpe de Estado como sus títeres de los medios mayoritarios han estado pergeñando excusas cada vez más disparatadas para explicar el estrepitoso fracaso del intento de golpe de Guaidó. La teoría más utilizada ha sido la de que el régimen de Maduro se “sostiene” gracias al apoyo de Rusia, China y Cuba. Esta versión se ha expuesto de maneras cada vez más extravagantes, como la reciente afirmación de Mike Pompeo de que Maduro había estado a punto de abandonar el país antes de que Rusia le convenciera de lo contrario.
Ahora, el editorialista del Washington Post, notorio belicista y perturbado fabricante de conspiraciones Jackson Diehl ha elaborado la más reciente teoría para explicar el fracaso del golpe: el llamado “Cártel de los soles”. Según Diehl, esta organización clandestina está formada por “algunos de los más altos cargos del régimen de Maduro”. Según sus palabras, “la organización envía cientos de toneladas de cocaína colombiana desde aeropuertos venezolanos hasta América Central y El Caribe para su posterior distribución en Estados Unidos y Europa”. Además, acusa al gobierno de Maduro de cometer desfalcos en las cuentas utilizadas para importar alimentos y medicinas, así como de “corrupción en la compraventa de divisas”. Según este señor, “el gobierno de Maduro no sería tanto un gobierno –y menos un gobierno socialista– como una banda criminal” y afirma que “el dinero que obtiene de sus actividades delictivas le sirve de soporte para sobrevivir a las sanciones de Estados Unidos”.
Las únicas fuentes que proporciona para justificar dichas afirmaciones son un artículo de Associated Press de septiembre de 2018, que informa de una acusación no comprobada efectuada por un miembro de escaso rango del Departamento del Tesoro de EE.UU.; un artículo de enero de 2019 del Wall Street Journal, en el que informa de otra denuncia igualmente sin demostrar del mismo departamento; y un vínculo a uno de los propios artículos del Washington Post publicado en 2015. Dejando a un lado la auto-cita, las acusaciones del Departamento del Tesoro a duras penas pueden considerarse pruebas fidedignas. Se trata, al fin y al cabo, de una rama del gobierno de EE.UU., una institución que ha intentado desestabilizar al gobierno chavista desde que tomó el poder. Además, la Administración Trump, ante la que responde en la actualidad, ha sido el principal promotor del intento de golpe de Estado y no oculta que detrás de sus intenciones están los intereses económicos de las grandes corporaciones estadounidenses (1).
Larissa Costas va aun más lejos al plantear que la idea del cártel dirigido por el gobierno venezolano podría ser un montaje de principio a fin. En febrero de 2017, afirmaba en un artículo (2) que:
“Aunque abunda información en los medios de comunicación, al Cártel de los Soles no se le ha incautado ni un sólo gramo de drogas, ni ha aparecido ningún distintivo de la organización en ningún decomiso, ni se le ha atribuido ni una sola muerte. Existen dos opciones: o es el más inofensivo de los cárteles o sencillamente no existe”.
Esta última posibilidad parece confirmarse porque las distintas investigaciones acometidas por Washington sobre miembros del gobierno de Maduro no han dado pie a acusaciones reales o incluso a conclusiones claras. En enero de 2015, por ejemplo, el Departamento de Justicia (DdJ) y la Administración para el Control de Drogas (DEA) lanzaron una investigación conjunta sobre el entonces presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, y otros cargos principales del gobierno venezolano. Pronto empezaron a circular las noticias que se hacían eco de estas acusaciones, incluso la de que Cabello era el “capo” del “Cártel de los soles”. (Nótese el uso que hacen aquí de un término de la mafia que parece sacado de las películas de El Padrino).
Pero hoy día, cuatro años después desde que se lanzara esa acusación, ni la DEA ni el DdJ han acusado formalmente a ninguno de los supuestos implicados ni, por supuesto, ningún tribunal les ha considerado culpables. Sin embargo, los grandes medios de comunicación siguen repitiendo las acusaciones como si fueran incuestionables. En mayo de 2018, por ejemplo, Insight Crime publicó un artículo titulado “El narcotráfico en el régimen de Venezuela: El Cártel de los soles”3, en el que afirmaba estar en posesión de “documentos que implicaban a altos cargos del gobierno venezolano, del pasado y del presente, en el tráfico de cocaína”. Pero en lugar de ofrecer al lector esta supuesta montaña de pruebas, los autores se limitaban a citar a un funcionario anónimo del Departamento de Justicia como fuente de la información.
Al igual que ocurre con el Departamento del Tesoro, resulta difícil creer al Departamento de Justicia cuando las sucesivas administraciones en Washington han estado intentando socavar los gobiernos chavistas a partir de la primera elección de Hugo Chávez en 1998. Desde la implicación de la CIA y la Administración Bush en el intento de golpe de Estado de 2002 y en el paro petrolero de PDVSA de 2002-2003 hasta el actual intento de golpe y las sanciones económicas, Washington ha utilizado todo tipo de métodos para intentar un cambio de régimen, primero de manera encubierta y luego con absoluto descaro.
Pero las cosas van más lejos. De hecho, parece que estas dudosas acusaciones de tráfico de drogas son parte fundamental del intento de cambio de régimen. Y eso se debe a que se utilizan como justificante de las sanciones promulgadas por Washington para debilitar al régimen al enviar señales poco disimuladas al capital internacional para que abandone Venezuela.
 En segundo lugar, las sanciones y acusaciones se usan a su vez para debilitar al régimen y estimular las deserciones hacia el bando opositor respaldado por EE.UU. No hay mejor caso para ilustrar esta realidad que el del general venezolano retirado Hugo Carvajal. En julio de 2014, cuando Carvajal fue puesto en libertad en Aruba, Reuters informaba de que él había negado categóricamente los cargos de EE.UU. que le acusaban de comercio ilegal y apoyo a las guerrillas izquierdistas de Colombia.
 Pero en febrero de 2019, a escasas semanas del intento de golpe de Estado, Carvajal dio un giro de 180 grados y acusó a Maduro y a su círculo más íntimo de participar en el narcotráfico. Esto ocurrió justo después de que Trump amenazara abiertamente a los militares leales a Maduro con “tener todas las de perder”, al mismo tiempo que Guaidó ofrecía amnistía a quienes se pasaran a su bando. Parece que Carvajal reaccionó ante esta mezcla de amenaza e incentiva del palo y la zanahoria que Estados Unidos había puesto en marcha como parte de su arsenal para el cambio de régimen. La cuestionable validez de sus afirmaciones queda demostrada por su repetición del mantra utilizado con frecuencia por Washington en el sentido de que los oficiales de Maduro están cortejando al grupo “militante” libanés Hezbolá.
Esta afirmación ha sido enérgicamente desenmascarada por Richard Vaz, que señala que los medios mayoritarios como la CNN que trasmiten estas acusaciones utilizan exclusivamente la fuente del Departamento del Tesoro o, peor aún, de personajes como [el senador republicano] Marco Rubio. Vaz señala también lo absurdo de sostener que Tarek el Aissami (actual vicepresidente venezolano para el área económica) es el mediador de algún tipo de alianza chií trasatlántica liderada por Irán, cuando el propio Aissami ni siquiera es musulmán, sino hijo de inmigrantes drusos libaneses, nacido en Venezuela, donde ha pasado toda su vida.
Si estuviéramos en una situación normal, no sería necesario ir más lejos para desacreditar la afirmación de Diehl. Pero América Latina no es un lugar normal y las relaciones de Estados Unidos con la región no constituyen una relación normal. Además de la escasez de pruebas que sostengan su afirmación, está la cuestión del doble rasero que subyace bajo la superficie. No cabe duda de que Diehl pretende que la supuesta implicación del gobierno de Maduro en actividades delictivas justifica las acciones intervencionistas de Washington y sus representantes sobre el terreno. Pero si observamos detenidamente el pasado y presente de la región, se constata la existencia de un montón de flagrantes narcoestados que Washington no solo ha ignorado sino que ha financiado y armado hasta los dientes.
No es casualidad que dos de ellos sean aliados incondicionales y otro lo fuera hasta hace bien poco. Me refiero, claro está, a Colombia, Honduras y México. Para nadie es un secreto que Colombia ha sido un narcoestado durante la primera década de este siglo. Incluso algunos documentos de inteligencia desclasificados de Estados Unidos denuncian los estrechos lazos del expresidente Álvaro Uribe con el narcotráfico. Un informe desclasificado de 1991 de la Agencia de Inteligencia de la Defensa (DIA), por ejemplo, describe a Uribe como “amigo íntimo” de Pablo Escobar y la “colaboración con el cártel de Medellín a altos niveles del gobierno”. Otro informe de inteligencia datado en 1993 y desclasificado en 2018 afirma que un senador colombiano declaró a funcionarios de la embajada de EE.UU. en Bogotá que el cártel de Escobar había financiado la campaña electoral de Uribe para el senado colombiano. A pesar de tener en sus manos dicha información, Washington financió con generosidad al gobierno de Uribe mediante el Plan Colombia para organizar las llamadas campañas “antidroga”, que sirvieron para tapar ofensivas brutales contra activistas defensores de los derechos laborales e indígenas y para desplazar a comunidades campesinas.
 El nivel de implicación de los cárteles de la droga colombianos en el Estado fue desenmascarado en más claramente por el “escándalo de la para-política”, por el que 32 congresistas colombianos y 5 gobernadores fueron condenados por su complicidad con grupos paramilitares de extrema derecha. Estos grupos, por cierto, han sido los principales protagonistas del narcotráfico colombiano, empequeñeciendo la participación de grupos guerrilleros de izquierda como las FARC y el ELN.

El recientemente concluido juicio contra Joaquín Guzmán, alias “El Chapo” ha desvelado una historia parecida en México. Alex Cifuentes, narcotraficante que testificó contra el Chapo en dicho tribunal afirmó que el expresidente mexicano Peña Nieto recibió un soborno de Guzmán por valor de 100 millones de dólares. La periodista de investigación mexicana Anabel Hernández hace tiempo que sostenía esa complicidad del Estado mexicano con los grupos de narcotráfico, complicidad que se extiende hasta los estamentos más altos, incluyendo la presidencia, algo que aparentemente confirma el testimonio de Cifuentes. Al igual que ha ocurrido con Colombia, Estados Unidos no solo ha hecho la vista gorda ante esta situación, sino que ha financiado generosamente al gobierno mexicano para que desarrolle “campañas antidroga” mediante la Iniciativa Mérida. Y, de nuevo, estas campañas proporcionaban una tapadera para brutales violaciones de los derechos humanos por parte de las fuerzas de seguridad mexicanas.
Por último, vamos a fijarnos en Honduras, el ejemplo más contemporáneo y, en muchas formas, más flagrante de narcoestado aliado de Estados Unidos. Desde que Estados Unidos orquestó un golpe contra el gobierno democrático de Manuel Zelaya en 2009, hay signos cada vez más claros de que Honduras ha degenerado hasta convertirse en un narcoestado con todas las de la ley. En enero del año pasado, por ejemplo, salió a la luz que un jefe nacional de policía facilitó personalmente una entrega de cocaína por valor de 20 millones de dólares en 2013. En noviembre de 2018, el hermano del presidente Juan Orlando Hernández, Tony Hernández, fue arrestado en Miami acusado de tráfico de drogas. Cuando este artículo entraba en imprenta, salió a la luz el testimonio que ofreció a la DEA en el que presuntamente admitía tener relaciones con diversos narcotraficantes conocidos así como aceptar sobornos. Incluso según la publicación antes mencionada Insight Crime; “El conocimiento pormenorizado de las actividades de algunos de los más prominentes barones de la droga hondureños hace que cada vez sea más difícil para el presidente Juan Orlando Hernández negar estar en conocimiento de estos actos”.
El propio presidente ya se ha enfrentado con anterioridad a acusaciones de estar involucrado en el tráfico de drogas a través del excapitán del ejército Santos Rodríguez Orellana. Al igual que ocurre con Colombia y México, Washington no solo no ha aplicado ninguna sanción punitiva a Honduras por estos motivos, sino que ha contribuido generosamente a financiar sus fuerzas de seguridad a pesar de su historial brutal de violaciones de los derechos humanos.
Es preciso observar que los tres países recién mencionados han sido estrechos aliados de Estados Unidos durante las últimas décadas, y que tanto Colombia como Honduras continúan siéndolo, mientras que México comienza a alejarse tras la elección del presidente progresista Manuel López Obrador.
No es ninguna coincidencia. Mientras un país sirva a los intereses geoestratégicos y económicos de Estados Unidos, este no solo pasará por alto su realidad de narcoestado sino que colaborará con él y será cómplice en sus violaciones de los derechos humanos. Pero Jackson Diehl no escribirá sobre nada de esto. Porque como obediente portavoz de la Doctrina Monroe, debe promulgar fielmente la indignación selectiva que sostiene todo su montaje de propaganda justificativa. Dado el historial de Washington en toda la región, que Venezuela sea realmente un narcoestado o no lo sea deja de tener importancia. Más bien se trata de credibilidad. Y cuando se trata de imparcialidad en su tratamiento de los estados latinoamericanos, Washington carece de la más mínima.
Notas:
(1) https://www.rt.com/usa/449982-john-bolton-oil-venezuela/
(2) https://larissacostas.wordpress.com/2017/02/18/las-fake-news-del-departamento-del-tesoro/
(3) https://www.insightcrime.org/investigations/drug-trafficking-venezuelan-regime-cartel-of-the-sun/
Fuente: https://www.counterpunch.org/2019/05/17/the-washington-posts-cartel-of-the-suns-theory-is-the-latest-desperate-excuse-for-why-the-coup-attempt-in-venezuela-has-failed/


 Nota (1) del blog .-  Curiosa información en la wiki , no tiene desperdicio 


lunes, 20 de mayo de 2019

Amancio Ortega se ha vuelto caritativo .



30-05-2018

Entrevista a Ehsan Ullah Khan
“Me duele que aquí la sociedad no reaccione contra la esclavitud”

La marea


Ehsan Ullah Khan, referencia mundial en la lucha contra el trabajo esclavo infantil, sostiene que Inditex, H&M, Apple y otras grandes multinacionales emplean mano de obra esclava en los países más desfavorecidos y ante la pasividad de las sociedades ricas.


Ehsan Ullah Khan gira la cabeza para escuchar con el único oído que conserva tras las torturas que ha sufrido en sus 12 estancias en las cárceles de Pakistán, su país natal, al que tiene vetado el acceso desde 2001. Pero el oído no es lo único que ha perdido a lo largo de una vida luchando contra la esclavitud, en particular la de los niños y las niñas. En el pasado sus enemigos intentaron asesinarle y le arrebataron la vida a sus compañeros de lucha, entre ellos Iqbal Masih, el niño esclavo al que ayudó a liberar en 1992 y que se convirtió en el símbolo mundial de la lucha contra la esclavitud. A pesar de todo ello, este activista pakistaní sigue predicando la no violencia. “Mi creencia es fuerte y creo que la tortura entraña tortura. Si torturas hoy, estarás sembrando eso mismo en el futuro”, asegura.
Ullah Khan (Baluchistán, 1947) es fundador y presidente del Frente de Liberación del Trabajo Forzado, una organización que desde su fundación ha logrado liberar a más de 100.000 personas en régimen de esclavitud. Su amigo Kailash Satyarthi, Nobel de la Paz en 2014, le define como “un mártir en vida”. Ullah Khan, que actualmente vive en Suecia como refugiado político, se encuentra estos días en España tratando de despertar conciencias en contra del trabajo forzoso al que las grandes multinacionales someten a sus trabajadores, principalmente en países de Asia, África y América Latina. Su labor en nuestro país no solo se limita a la palabra, sino que también promueve acciones de protesta, como cuando el año pasado animó a la gente a tirar sus prendas frente a una tienda de Zara en Santiago de Compostela en protesta por la explotación de refugiados sirios en algunos de sus talleres en Turquía.
¿Cómo definiría la esclavitud hoy en día?
Divido la esclavitud en dos partes: la de las personas adultas, y la de los niños, la esclavitud infantil, aquellos que son forzados a abandonar la escuela para trabajar en diferentes profesiones. Para mí, ellos son esclavos. Se viola su derecho a la infancia.
¿Y la esclavitud adulta?
La esclavitud adulta está ligada a la definición de las convenciones 5 y 182 de la Organización Internacional del Trabajo, y la declaración de Derechos Humanos. Gente que obtiene menos de un dólar [al día] por su trabajo, incluso dos dólares, son esclavos. Actualmente la mayoría trabajan para multinacionales en diferentes lugares del mundo. Yo hago una diferenciación en función de su género: las mujeres son mayoría. Ellas trabajan en su puesto laboral y en casa se ocupan de otras muchas responsabilidades, como el cuidado de los niños. Por tanto, las mujeres son mayoría, incluso en la esclavitud infantil ellas están más victimizadas que los chicos.
¿Puede hablarme del rol de las mujeres en la lucha contra la esclavitud?
Creo que habría que hablar de la liberación de la mujer, en el ámbito individual y en el colectivo. Sin esto, será imposible liberar y educar a las nuevas generaciones. Las mujeres son profesoras, madres, líderes. Si ellas no reciben educación, no vivirán en mejores condiciones y no se cumplirán las aspiraciones de las nuevas generaciones. Las mujeres son víctimas de numerosos tipos de explotación, también abuso sexual en los lugares de trabajo.
La esclavitud es algo que parece lejano para una sociedad como la española, ¿cuáles son los factores clave para entenderla?
Hay que entender en primer lugar que la esclavitud infantil y adulta está controlada de una u otra forma por transnacionales. Esas personas están explotadas alrededor de todo el mundo. Podemos citar ejemplos como el de la industria minera o la textil, o de otra aún mayor: la industria armamentística. Hay muchos niños sufriendo violencia en diversos países por causa de este sistema económico, incluso se les usa como niños soldados en Afganistán, Camboya, varios países africanos… Esto va de la mano tanto de distintas industrias: la armamentística, la minera, para la extracción de oro, diamantes o el coltán de nuestros teléfonos. A fin de cuentas, todo tipo de esclavitud entraña un conflicto que está bajo el control del mercado. No podemos entender la esclavitud moderna sin diferenciarla de la esclavitud de épocas anteriores. Hoy en día los esclavos están controlados incluso por Internet, por el teléfono. Pongamos el ejemplo de la industria textil en España, Estados Unidos o Suecia: solo es necesario hacer un pedido a través del móvil mientras las multinacionales siguen contratando a gente local para que se encargue de buscar y emplear a esclavos en otros países, siempre buscando el producto al menor precio. Esto hace que crezca la competición entre empresas, pero también entre grupos étnicos en esos países. Hay ejemplos muy recientes, como el de los niños refugiados en las fábricas de Turquía. Si ahora vas a cualquier tienda de ropa, encontrarás productos fabricados en ese país. Esas mismas marcas también operan en Etiopía, Birmania, Bangladesh. ¿Por qué no empiezan a invertir para que haya mejores sistemas sociales, como los que tenéis en Europa? ¿Por qué no tratan de buscar los lugares con las mejores condiciones para tratar de expandirlas?
¿Qué interpretación tienen de la esclavitud estas multinacionales?
Han expandido una interpretación criminal de la esclavitud. Además, está incluso demostrado científicamente que la mano de obra infantil genera desempleo. No se obtiene nada. Cuando los niños van al colegio, la escuela se convierte en una ayuda, en una especie de industria que elimina pobreza, genera nuevos puestos de trabajo, edificios, profesores, libros y material educativo. ¿Por qué no invertimos más en la industria educativa en lugar de la armamentística? Siempre digo que tenemos que aumentar la producción de lápices, no de balas. Si produces más balas, crearás situaciones horribles. Si produces más bolígrafos, traerás entendimiento, serás capaz de acercar a las personas, porque no hay unidad posible sin conocimiento ni comprensión. Ningún médico ni científico puede curar una enfermedad sin conocer sus causas, y con la esclavitud sucede lo mismo. El gran enemigo de la sociedad reside en el control, en el conflicto armado, en la falta de entendimiento. Hace setenta años España estaba en guerra, pero gracias a la inversión en educación, ahora las personas tienen una mente más abierta y pueden diferir en sus ideas, pero saben que se resuelven debatiendo y no tomando las armas. En Pakistán, el Gobierno destina el 2% del gasto público a la educación. El 1% va a educación primaria, un 0,5% para corrupción, mientras que el 37% del presupuesto va a fines militares. Hace poco en Murcia me hablaron de una importante investigación contra el cáncer. Les dije que es necesario repasar nuestros estilos de vida, y prestar más atención a los niños. Fíjate en los menores que son explotados en la industria algodonera. Usan pesticidas, venenos que van a parar a sus pulmones y les provocan cáncer. En todo esto se crea una dinámica trágica en la que niños con poco dinero mueren, y otras personas son salvadas. Y si esos niños dejan de trabajar, sus padres morirán. Eso es inhumano. Se utiliza la religión, el orden social, el clientelismo, se esgrime la propiedad de la tierra para justificar esa esclavitud. En Europa, por ejemplo, los países que producen armas deberían dejar de suministrarlas a naciones con esclavos y hambre infantil. Fíjate: los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad son los mayores exportadores de armamento. Y tienen poder de veto. Con toda certeza, si estos cinco países decidieran parar el suministro de armas a países con esclavos, en cuestión de un par de años la esclavitud estaría abolida.
¿Qué me dice de los informes de Responsabilidad Social Corporativa de estas grandes multinacionales?
Si, por ejemplo, lees los informes de Apple, creerás que están trabajando duro para respetar el medio ambiente, los derechos laborales… Sin embargo, muchas de sus trabajadoras en China del proveedor Foxconn se siguen suicidando porque no soportan sus condiciones laborales. Foxconn también emplea a menores de entre 13 y 17 años, pero no verás nada de esta actividad criminal en sus informes. Yo lo llamo ‘iWash’ o lavado de imagen.
La irrupción del comercio digital parece estar aumentando la distancia entre el consumidor y el trabajador esclavo que produce lo que compra. ¿Qué opina al respecto?
Mira este pequeño instrumento [señala los teléfonos móviles sobre la mesa]. Esta tecnología debería decirte que Zara, Inditex, etcétera, son esclavistas. En Internet puedes encontrar miles de páginas de información sobre esclavitud, puedes ver cuántas multinacionales emplean esclavitud infantil. Cuando compramos, deberíamos recordar que somos seres humanos con responsabilidades y que, si no podemos ayudar, al menos podemos no empeorar las cosas. Hace 10 años la excusa era que “no lo sabíamos”. Ya no tenemos excusa. Pide a tu gobierno y a las multinacionales que creen un fondo económico para vigilar y comprobar que cada producto tiene un origen limpio. Tenemos más medios que nunca para verificar todo esto. Si vendo o compro droga, la policía me arresta, ¿por qué? Porque es ilegal. La esclavitud también es ilegal, va en contra de la declaración de Derechos Humanos, la Convención sobre los Derechos del Niño, la Constitución española, la religión. Si todos estos productos de Zara y demás empresas van en contra de esto, deberían ser declarados ilegales, como la droga. La gente que los vende, quienes los compran, deberían asumir su corresponsabilidad. Esta es la campaña que estamos promoviendo para despertar conciencias en la sociedad, porque sin eso no podremos cambiar nada. Una camisa no es producida por un solo país, sino que las grandes compañías, Inditex, H&M, obtienen el algodón en países como Etiopía o Egipto o Pakistán, la tejen y tiñen en India, la llevan a China para que jóvenes mujeres en circunstancias muy malas la ensamblen y finalmente la traen aquí.
¿Qué ha cambiado tras la tragedia del Rana Plaza en Bangladesh?
Hubo un gran debate a nivel internacional entre los consumidores y los gobiernos, pero fue temporal. Gobiernos y multinacionales hicieron grandes promesas, dijeron que darían dinero y dejarían de actuar así pero, ¿qué han hecho? Primero, establecer prohibiciones en Bangladesh y saltar desde ahí a Turquía y Birmania. Con el tiempo han olvidado sus promesas. Tanto gobiernos como multinacionales forman parte de esa mafia corrupta, de la parte alta, y creo que deberían bajar a la tierra. Aún perdura la discusión sobre el sector textil, a veces crece, otras decae. Yo me sigo reuniendo con diferentes colectivos y sectores, religiosos, sindicatos, estudiantes… El próximo año lanzaremos una campaña para concienciar y llamar a la acción, y contaremos con el apoyo de la Universidad de Salamanca. También la de Alicante ha prometido sumarse, así como el gobierno local de Valencia.
Si usted va a una zona industrial de Bangladesh o Pakistán, es posible que encuentre marcas como Primark, Mango, C&A, H&M… ¿Qué se le pasa por la cabeza cuando llega a la Gran Vía de Madrid y encuentra las mismas marcas?
Bueno, me forzaron a salir de mi país y ahora no tengo nacionalidad ni puedo volver, pero cuando luchaba allí, me sentía poderoso pensando en todo el trabajo que tenía por delante. Pienso que los países que hablan de democracia, derechos y libertad deberían actuar mejor. Ahora vivo en Suecia, y cuando veo todas esas marcas, siento mucha rabia en mi interior. Siento más dolor en Europa que en Pakistán, porque allí al menos podía sentir que calaba mi mensaje contra la explotación. Aquí me duele que la sociedad, que valora los derechos humanos, no reaccione contra la esclavitud. Por eso reclamo a los medios de comunicación españoles y europeos que tomen un papel activo en la lucha por la libertad. En Europa tengo que luchar contra las multinacionales, que aquí tienen otra parafernalia y sistema, y a veces pienso que nunca habría imaginado que alguien mayor y extranjero como yo acabaría yendo de ciudad en ciudad para hablar de esto. Me reconforta pensar que podemos hacerlo, y lo estamos haciendo. Si nos unimos , seremos muy poderosos. Estos países solo son democráticos con ellos mismos y a veces ni eso, porque explotan a sus propios trabajadores.
¿Cómo le presionan las grandes corporaciones?
No recuerdo su nombre, pero allá por el año 97 empezó a presionarme una gran compañía sueca a raíz de mi trabajo con niños de India, porque yo coordinaba la Marcha Global contra el Trabajo Infantil. El jefe de la compañía me llamó para pedirme que parase porque estaba mal. Le dije que no, y él me respondió que tendría problemas legales. Yo le respondí “si emprende acciones legales, estoy seguro de que perderá, porque yo tengo más pruebas que usted, y perderá mucho dinero. Mejor dedique ese dinero a sus trabajadores”. Cuando llegué de Pakistán recibí muchas amenazas por teléfono, incluso de muerte, pero trato de no tomármelo muy en serio. Ahora mi línea está protegida. Ya he cambiado tres veces de número. Tengo el apoyo de una gran organización, también me defienden en muchos colegios. Siento que no tengo nada que perder y eso me hace más fuerte. He estado 12 veces en la cárcel, he sido condenado por alta traición, he sido atacado por la mafia en repetidas ocasiones. Han intentado matarme y encarcelarme durante más de 50 años, es algo de lo que no hablo porque quiero quitarle importancia. Mira, si corres delante del perro, el perro corre detrás y pierdes el tiempo. Yo me quedo en mi sitio y que vayan a donde quieran, no me importa. Seguiré haciendo presión a favor de esta causa, hasta que no pueda más. Y soy musulmán, pero creo que cada cual debería cargar su propia cruz [saca un rosario blanco de su monedero], cada cual debería cargar con la responsabilidad que tenemos ante las otras personas y sus derechos.





Doce claves 'ocultas' de la donación de Amancio Ortega

 y ver ..

sábado, 18 de mayo de 2019

Justicia sin fronteras



”Justicia sin fronteras”

rafaelpoch

Publicado el eurasia .Cómo la justicia universal se configuró como instrumento de dominación imperial

 La Corte Penal Internacional (CPI) no investigará los crímenes de Estados Unidos en Afganistán, es decir su política de torturas a prisioneros, los bombardeos de objetivos civiles, como bodas y hospitales, así como la destrucción de infraestructuras. Todo ello a pesar de que según la investigación preliminar de la propia CPI, “había motivos para pensar que allá se han cometido crímenes de guerra y contra la humanidad”.
 La decisión de marcha atrás adoptada por el tribunal de la ONU fue consecuencia de las amenazas de la administración Trump, expresadas por el peligroso demente consejero de seguridad nacional, John Bolton. En septiembre Bolton advirtió contra el propósito afgano de la CPI, diciendo que “Estados Unidos usará todos los medios necesarios para proteger a nuestros ciudadanos y a los de nuestros aliados de la injusta persecución de ese tribunal ilegítimo” y que el tribunal no debe atreverse a investigar “a Israel u otros aliados de Estados Unidos”. Bolton amenazó directa y personalmente a los jueces y fiscales de la CPI con “impedir su entrada en Estados Unidos”, “incautar sus fondos en el sistema financiero de Estados Unidos y perseguirles judicialmente en el sistema penal de Estados Unidos”. “No cooperaremos con la CPI, no la asistiremos, no nos sumaremos a ella, la dejaremos morir por si sola porque todo lo que la CPI se propone ya está muerto para nosotros”.
 En marzo estas amenazas se concretaron en la retirada del visado de entrada en Estados Unidos a la fiscal jefe de la CPI, la gambiana Fatou Bensouda, quien respondió discretamente diciendo que seguiría investigando el asunto afgano “sin miedo”. El 12 de abril, una escueta nota de la CPI, que tiene su sede en La Haya, informaba que se abandonaba la investigación afgana “porque en este momento no serviría a los intereses de la justicia”. Trump caracterizó ese anuncio como “una gran victoria nacional”.
 Uno de los veteranos de la CPI, el juez alemán Christoph Flügge, ya dimitió en protesta por las amenazas de Bolton y dos semanas después un grupo de expresidentes y miembros de la CPI criticaron la rendición, expresando su “decepción”, “frustración” y “exasperación” por la situación. Ahí se acabó todo.
 Justicia de vencedores
 En un artículo publicado el 10 de abril, el juez español Baltasar Garzón explicaba que “la CPI es un órgano judicial independiente”. La simple realidad es que no tiene nada que ver con ello. Como tantas otras buenas y nobles ideas, la justicia sin fronteras representada por la CPI no solo no ha sido independiente sino que, más allá de pequeños logros, ha sido genuina expresión de la justicia de los vencedores.
 Esa es una maldición que persigue al concepto de justicia universal desde sus mismos inicios, desde los juicios de la posguerra mundial de Nuremberg y Tokio, donde las potencias ocupantes nombraron a jueces y fiscales y supeditaron todo principio de independencia a sus intereses, en particular al de utilizar los recursos humanos de los criminales vencidos en la “lucha contra el comunismo”. Eso determinó desde la inmunidad del emperador del Japón y otros criminales de guerra, hasta la superficial desnazificación emprendida en Alemania.
 El tribunal interaliado de Nuremberg que se proponía juzgar a cinco mil personas, no juzgó más que a 210. En diversos juicios, norteamericanos, británicos y franceses condenaron a 5000 personas, de las que apenas 700 lo fueron a la pena capital. Más del 90% de los miembros de las SS ni siquiera llegaron a ser juzgados. Los nuevos conceptos acuñados como el de “guerra de agresión” o “crímenes contra la humanidad” se redujeron a las guerras y los crímenes de los perdedores.
 “Solo una guerra perdida es un crimen”, sentenció el juez indio Radhabinod Pal, tras su experiencia en los procesos de Tokio.
 La misma consideración vale para el Tribunal penal para la antigua Yugoslavia creado por la ONU en 1993 y que actuó como el brazo judicial de la OTAN, reduciendo el drama yugoslavo a una “agresión serbia”, ignorando enormidades como la expulsión de 200.000 serbios de Croacia, la intervención extranjera y sin entrar en los crímenes de la OTAN matando civiles, usando bombas de fragmentación, destruyendo infraestructuras y medios de comunicación. ¿Cómo iba a ser de otro modo, si, como explicó el infame portavoz de la OTAN, Jamie Shea, “fueron los países de la OTAN quienes crearon el tribunal, lo financiaron y sostuvieron diariamente”? La CPI siguió esa misma estela.
 Situación delicada, papel inequívoco
 Especialmente tras el fin de la guerra fría, Estados Unidos disfrazó su nacionalismo de protección de la mundialización y del internacionalismo. En ese contexto, la justicia universal, la política de derechos humanos (no confundir con los derechos del hombre y el ciudadano) y la ideología de las guerras humanitarias contenida en la fórmula “responsabilidad de proteger”, casaban muy bien con ese internacionalismo imperialista al que tantas ONG´s se apuntaron. Al mismo tiempo, Washington fue consciente de que un tribunal penal internacional con jurisdicción universal podía suponer un peligro para sus propios crímenes. Eso colocó a la CPI en una posición delicada desde sus inicios. Estados Unidos e Israel (así como China, Cuba, Siria, Irak y Yemen), votaron por distintos motivos contra la creación del tribunal, que se instituyó en marzo de 2003. Previamente Washington elaboró un arsenal legislativo la American Servicemembers Protection Act que no solo excluye a su personal de cualquier investigación sino que autoriza al Presidente a liberar usando la fuerza militar si es necesario (“utilizar todos los medios necesarios”, dice), a cualquier detenido en nombre de la CPI.
 Financiada en un 75% por países europeos y Canadá (Alemania un 20%), la CPI ignoró la guerra de Irak desde el principio. Su fiscal jefe, Luis Moreno Ocampo, un magistrado argentino con un papel ambiguo durante la dictadura y grandes dotes de adaptación al poder establecido, dio garantías de que nunca emprendería causas contra ciudadanos americanos, tampoco hizo nada contra Israel tras las mortíferas masacres de 2008 en Gaza. La CPI no existió en Libia más que para criminalizar al bando perdedor, y, como explicaba Tor Krever en un completo informe publicado en 2014 “ha institucionalizado la impunidad” y el doble rasero.
 La simple realidad no es solo que la CPI no es “independiente”, como dice Garzón, sino que ha legitimado las intervenciones humanitarias y los cambios de régimen, protegiendo a las potencias imperiales y siendo cómplice de su belicismo, responsable de los peores crímenes y las mayores mortandades en lo que llevamos de siglo. 

jueves, 16 de mayo de 2019

Sombría Polonia .

Lúgubre Polonia

Mundo obrero


El nacionalismo siempre conduce al precipicio y la guerra. Pronto hará treinta años que sucumbió la Polonia socialista, y veinte desde que la nueva Polonia nacionalista y conservadora se incorporó a la OTAN, aunque los peligros vienen de lejos. Ahora, con la crisis en Ucrania y hablando de nuevo sobre Crimea, Estados Unidos y la OTAN aumentan sus tropas en todo el este de Europa, junto a las fronteras rusas.Los turcos bautizaron a Polonia como Lechistán, y, en los años de Adam Jerzy Czartoryski (un príncipe varsoviano que fue ministro de asuntos exteriores del zar, y que después participó en la revuelta de 1830 y tuvo que exiliarse a París), los católicos polacos llegaron a un acuerdo con el imperio otomano: en 1842, Czartoryski, que vivía en el hotel Lambert parisino, viajó al Turco para alquilar un territorio al sultán, donde se establecieron oficiales polacos derrotados para vivir en Turquía como si fuera Lechistán, y combatir junto a ella contra Rusia. Durante la guerra de Crimea, también Mickiewicz, el poeta nacional polaco, llegó a Estambul, para luchar contra Rusia, enrolando a soldados ucranianos, polacos e incluso judíos, a quienes denominó “los húsares de Israel” dentro de una división de cosacos otomanos: la guerra de Crimea enfrentaba al imperio turco, Francia, Gran Bretaña y el Piamonte-Cerdeña de Víctor Manuel II y Cavour contra Rusia. Esa alianza hoy olvidada de católicos polacos con musulmanes otomanos todavía se recuerda en algunos lugares de Turquía, como en Polonezköy, donde pueden verse retratos de Ataturk junto a otros del papa anticomunista polaco Karol Wojtiła.
Esa obsesión antirrusa del catolicismo nacionalista polaco fue una constante incluso durante las décadas de la Polonia socialista, aunque, entonces, el gobierno comunista de Varsovia la contuvo e impulsó la solidaridad con otros pueblos y no la guerra. Después, con la revancha anticomunista, de nuevo el conservadurismo nacionalista se apoderó del país. La gran paradoja de esa Polonia nacionalista, que hace treinta años enterraba con premura el socialismo real y clamaba por la libertad, es que ha vivido desde entonces en la revancha y la contrarrevolución, borrando las huellas del socialismo, persiguiendo a los veteranos de las Brigadas Internacionales, derribando los recuerdos de la resistencia antifascista, enterrando la memoria del Ejército Rojo que liberó a Polonia de los nazis, aceptando colaborar en la opresión de otros países, en Afganistán o en Iraq, en Siria o en Ucrania.
En 2003, el intelectual polaco Adam Michnik (junto al al checo Václav Havel y el húngaro György Konrád), justificaba a George W. Bush y sus mentiras y consideraba la sanguinaria guerra e invasión de Iraq que lanzó Estados Unidos como “políticamente justificada”. Bronislaw Geremek, que fue ministro de exteriores en Varsovia, calificó la guerra como una “intervención humanitaria”, aunque causó centenares de miles de muertos y destruyó Iraq. El gobierno de Kwasniewski decidió participar en la guerra junto a Washington, aunque nada se le había perdido a Polonia en las orillas del Tigris. Después, el Pentágono encargó a las tropas polacas que ocupasen algunos territorios iraquíes: en las ruinas de Babilonia, tras haber arrasado el museo y parte del yacimiento, el general polaco Andrzej Tyszkiewicz y sus soldados posaron satisfechos ante una gran bandera norteamericana.
Esa es la Polonia de las últimas décadas: mientras la progresista permanece oculta, el nacionalismo polaco acompaña al imperialismo norteamericano en sus aventuras militares, acepta el escudo antimisilesdel Pentágono, acoge cárceles secretas de la CIA, colabora con Washington en las operaciones de acoso a Cuba y Venezuela, entrena a los paramilitares que actuaron en los días del golpe de Estado del Maidán en Ucrania, en 2014. Ahora, Jarosław Kaczyński, principal dirigente del partido de extrema derecha que gobierna el país, recibe al dirigente de ese nuevo partido fascista que ha surgido en España, a la vez que el presidente, Andrzej Duda, ofrece a Washington abrir una gran base militar en Polonia con el nombre de Camp Trump.
Pobre Polonia, decía luchar por su libertad y ha quedado convertida en un aplicado agente norteamericano en la Unión Europea; triste Polonia, gobernada por la extrema derecha; lúgubre Polonia, atizando el militarismo y el acoso a Moscú, pidiendo a Estados Unidos que destaque en las fronteras de Rusia más soldados, más armamento, más angustia y miedo.