Femen (Victor Lerena / EFE) . La Vanguardia . Fijemonos en la desorientación , que parece sufrir, el friki franquista del fondo , con el pañuelo en la cara.
Una mujer agrede a una activista de Femen durante la protesta este domingo en Madrid.Álvaro García / ATLAS. Nota .- Mientras la policía se la agarra ,ella le zumba , asi cualquiera , si pudiera la raparía y le daría aceite de recino .
Clase obrera y desindustrialización: miradas desde el cine
Entornos víctimas de las reconversiones industriales, personajes cuyas
vidas han quedado marcadas de una manera u otra por el desempleo y otros
efectos de estos procesos. La desindustrialización se ha cebado siempre
especialmente con la clase obrera, algo que lleva reflejando el cine
desde sus inicios. En este artículo, a la fuerza incompleto, nos
acercamos a King Vidor y Ken Loach como exponentes de los cineastas que
han dado cabida a los problemas, luchas y manera de ver el mundo de las
personas que han vivido con este telón de fondo.
Los lunes al sol.
En La clase obrera no va al paraíso. Crónica de una desaparición forzada[1],
Ricardo Romero (Nega) y Arantxa Tirado analizan cómo el cine ha
representado a las clases trabajadoras. El título del capítulo en el que
abordan este tema es preludio de su posicionamiento: “Clase obrera y
cine: la representación negada”. En él tratan de evidenciar, a partir de
ejemplos diversos, cómo “la mayoría de elipsis temporales en los filmes
sirven para esconder el mundo del trabajo y sus efectos”.
La tesis de Romero y Tirado ha estado también defendida, entre otros, por José Enrique Monterde en La imagen negada: representaciones de la clase trabajadora en el cine y por Carlos F. Heredero y Joxean Fernández en De Lumière a Kaurismäki: la clase obrera en el cine[2],
en el que afirman que “si desde el principio los obreros iban a
convertirse en los espectadores más numerosos de las salas de cine,
también cabía imaginar que fueran a menudo sus protagonistas en la
pantalla, aunque quizás lo hayan sido menos de lo que inicialmente cabía
esperar”. También Owen Jones, en entrevistas concedidas al hilo del
éxito de su libro Chavs, la demonización de la clase obrera[3],
ahonda en esta línea y va incluso más allá al afirmar que lo que debía
ser cultura de clase obrera “ha acabado siendo inaccesible para ella”.
Pese
a esta recurrente baja presencia de la cultura obrera en el cine, hay
una serie de películas que la sitúan como eje central de buena parte de
sus historias y que dan cabida a sus problemas, sus luchas y su manera
de ver el mundo. Este tipo de cine, agrupado bajo la etiqueta de “cine
social” o “cine político”, emana compromiso y denuncia y procura
provocar reflexión en quien lo ve.
Hay quien sostiene que incluso La salida de los obreros de la fábrica (1895)
de los hermanos Lumière es el primer retrato cinematográfico del
obrerismo. Sea como sea, y pese a que el tirón de taquilla no le es
favorable como a otro tipo de películas, el cine social y político se
configura como un instrumento socializador que, en palabras de Sonia
Herrera[4], tiene una doble potencialidad: “por un lado, el cine refleja
la sociedad que le rodea en cada momento histórico y, a su vez,
colabora en la conformación de nuevos modelos, valores e ideologías”.
Esta
clase obrera invisible en la mayoría de productos audiovisuales ha sido
pilar capital del desarrollo industrial, en muchas ocasiones a partir
de su explotación por parte de la patronal y, a su vez, víctima directa
de los diversos procesos de transformación, reconversión o
desindustrialización que se han llevado a cabo en diferentes épocas y
momentos del último siglo. Tal y como se apunta en el artículo que sirve
de introducción a este dossier de Pueblos, la
desindustrialización, más allá del desempleo y la precariedad laboral
inherentes a un proceso de este tipo, trajo consigo un agravamiento de
la vulnerabilidad social, el auge de las desigualdades, la
transformación del espacio público y con ello la especulación, episodios
de conflicto social en forma de huelgas y movilizaciones, propuestas
comunitarias de respuesta a la nueva situación…
Si entendemos que
existe cierta invisibilización de estas cuestiones en el cine, ni que
decir tiene que la perspectiva de las mujeres de clase obrera y el
impacto que sobre sus vidas han tenido los procesos de
desindustrialización han alcanzado todavía menos eco. En las obras de
algunos de los cineastas citados en este artículo, incluso de los que
consideramos más representativos y cercanos a la defensa de las luchas
de trabajadores y trabajadoras, flaquea la perspectiva de género.
De
todo ello hay cineastas que dan cuenta, quizá menos de los que
convendría por la trascendencia y las implicaciones de procesos de este
tipo. Autores y autoras que han optado por situar sus tramas en
contextos vinculados a episodios de desindustrialización y que, de
manera más o menos indirecta, los visibilizan en sus filmes.
“Toda
película da instrucciones al lector acerca de cuál es el contexto
pertinente que debe ser activado y reconstruido para su adecuada
comprensión”, señala Santos Zunzunegui en su libro La mirada cercana. Microanálisis fílmico[5]
para destacar la importancia del contexto en el que se desarrollan las
historias cinematográficas. En línea con la importancia del contexto
encontramos lo que Francesco Casetti y Federico di Chio, en Cómo analizar un film[6],
denominan “el ambiente” en el que se desarrollan las historias: “lo que
diseña y llena la escena, más allá de la presencia identificada,
relevante, activa y focalizada de los personajes”.
El ambiente y
el contexto adquieren, en ocasiones, un peso significativo en la
historia y ayudan a entender su devenir, a situar personajes, a
comprender o provocar su evolución o, simplemente, a ofrecer el marco
histórico de referencia para el desarrollo de la trama. El contexto y el
ambiente fruto de los procesos de desindustrialización y reconversión
acostumbra a mostrar un patrón común: escenarios grises, espacios
públicos degradados, barrios y ciudades vulnerables socialmente,
ausencia de oportunidades, el conflicto social como trasfondo… Filmes
situados en Vigo, Chicago, Baltimore, Newcastle, Manchester, las cuencas
mineras, Barcelona o Buenos Aires, ciudades y comunidades todas ellas
en que la industria ha ido perdiendo peso en medio de medidas de
carácter profundamente liberal (privatizaciones, especulación con el
suelo…) que dejan tras de sí un ingente reguero de personas en situación
de desempleo y elevadas cotas de precariedad.
Our Daily Bread.The Crowd. Vidor y los albores de la Gran Depresión
Hablar
de la desindustrialización requiere de una destacada mención al
cineasta King Vidor (1894-1988), especialmente en las películas que
realizó entre 1925 y 1935 coincidiendo con los años previos al crack del
29 y la Gran Depresión. En este contexto surge un director de cine
entusiasta y apasionado que en sus primeras películas nos abre de par en
par su vida y nos habla con honestidad de la transcendencia, el
compromiso y las posibilidades del cine en cuanto a implicación social y
denuncia.
Vidor creó, gracias a su metrónomo y su peculiar
sentido del lenguaje visual, una manera de abordar el cine muy
particular (y controvertida), en la que estaba presente la influencia
técnica y narrativa de creadores europeos (la UFA, Lang, Lubitsch,
Murnau…), de figuras como Luis Buñuel, Mankievitz, Truffaut, del teatro,
el mimo y sus actores, así como su inquietud cultural y social. Fue
puliendo así un estilo que ha perdurado e influenciado a numerosos
artistas y cineastas hasta nuestros días.
Vidor se posicionó en
el inconformismo estético y formal, desde el cual retrató el conformismo
alienante que tanto el desarrollismo económico como la Gran Depresión
habían generado. El joven director cabalgó a través de su privilegiada
atalaya de observador y de dominador de una herramienta mediática cada
vez más poderosa como era el cine, desde donde no dudó en zambullirse en
una dura y paradójica realidad social que no dejaba de reportarle
innumerables fuentes creativas. Todo ello en un momento en el que la
multipolarización y los nuevos grandes “ismos” del arte, la cultura, la
ciencia, la economía y la política aparecían en la misma medida como
síntomas de pluralidad y, también, de peligroso sectarismo.
A
este cineasta le interesaba la tragedia del individuo en sociedad y en
un entorno natural que cada vez comprende y escucha menos, pero al que
necesita recurrir, porque es el que en última instancia le presenta
mínimas garantías de supervivencia, protección y dignidad. A la vez
observaba cómo la sociedad necesitaba de los individuos, aunque solo
fuera para devorarlos y destruirlos como el combustible de las viejas
locomotoras. En este contexto, con las consecuencias, por un lado, del
hiperdesarrollismo de los años veinte, seguidas por los consiguientes
cierres de fábricas y el desmesurado crecimiento del desempleo, se le
aparecieron como fuentes inagotables de inspiración.
A principios
de 1930 filmó cómo las grandes avenidas de Nueva York se llenaban de
hombres deambulando delante de las obras en construcción o las puertas
de las industrias y los muelles de estiba, portando un enorme cartel
colgado de su cuello con la palabra “Unemployed” (“Desempleado”). A
estos hombres acudían despiadados patrones que reclutaban de forma
humillante trabajadores a pie de acera como braceros por horas y
desprovistos de ninguna garantía.
Estas riadas de personas
desesperadas soldaron definitivamente su compromiso con un tipo de cine
que alternó con el cine comercial y las grandes adaptaciones literarias
que también filmó. Su eje creativo en aquellos años lo formó la tríada
que él denominaba “acero-trigo-guerra” y que comenzó con The big parade (1925), importante alegato antibelicista contra la I Guerra Mundial. Continuó con The crowd (1928), película premonitoria del período de decadencia y crisis que empezó a partir de 1929, y Aleluiah (1929),
filme rodado exclusivamente con actores y actrices negros sobre la
explotación de estos en los campos de algodón. Finalizó con una de sus
obras maestras de esos años, Our daily bread (1934), donde desarrolló una de sus ideas principales: el cooperativismo como estrategia de emancipación y autoprotección.
Sweet Sixteen.I, Daniel Blake. Ken Loach , la crónica de la clase trabajadora
En
Greenock (cerca de Glasgow, Escocia), más de 6.000 empleos vinculados a
los astilleros se han ido al garete desde el año 1981; en Newcastle
(Inglaterra) poco o nada queda, en forma de puestos de trabajo, de un
fructífero pasado industrial. Ambas ciudades, víctimas de la caída de la
industria, son escenario de dos de los filmes de Ken Loach en los que
los procesos de desindustrialización cobran más fuerza: Sweet sixteen (2002) y I, Daniel Blake (2016). Lo hacen también, de una manera u otra, en buena parte de la filmografía del director británico: Riff-Raff (1991), Raining stones (1993) o The navigators (2001).
Loach, el “enfant terrible
del tatcherismo que trabaja para demostrar cómo de demonizada está la
clase trabajadora y la lucha de los individuos más desfavorecidos contra
el monstruo del sistema, el monstruo capitalista”, como lo describe la
periodista Queralt Castillo[7], es uno de los herederos del denominado Free Cinema, que emerge en el Reino Unido en los años 50 y 60, a la par que los movimientos neorrealistas italianos o que la Nouvelle Vague francesa,
mostrando un aire inconformista y reivindicativo en sus películas. Sus
comienzos en televisión en el ámbito del género documental en los años
60 ya muestran un director comprometido socialmente, pero será en el
cine, a partir de los años 90, donde se evidencie su opción por dar voz a
las personas más desfavorecidas y su apuesta por un cine con voluntad
de incidencia y transformación social que no deja de tener, en
ocasiones, un evidente talante de documental.
Pero, ¿cómo aparece
representada la caída de la industria en la filmografía de Ken Loach?
Aunque no sea este el tema central del filme, a menudo son sus
personajes o el contexto lo que nos permite acercarnos a esta realidad.
En Sweet Sixteen opta por desplazarse a los entornos de la
ciudad de Glasgow y sitúa como trasfondo de la historia la caída de la
antaño pujante industria de producción naval de Greenock. Construye así
el escenario para narrar la historia de un joven de dieciséis años,
víctima de la falta de perspectivas de futuro en su ciudad, que se ve
abocado a delinquir para conseguir uno de sus objetivos: facilitar a su
madre, recién salida de la cárcel, un hogar. Personajes atormentados,
cargados de dolor y damnificados directos de la crueldad del sistema en
un entorno decadente, muy similar al que crea Fernando León de Aranoa en
Los lunes al sol (2002), con la reconversión naval como telón de fondo.
En I, Daniel Blake el
eje central del filme es la crítica rotunda a un mercado laboral que
expulsa y a un sistema de previsión social que, más que de colchón,
ejerce un papel de prisión para quien lo necesita, al ser incapaz de
ofrecer respuestas efectivas. La elección del entorno en el que se
desarrolla la historia de Dan, un carpintero enfermo del corazón al que
el sistema obliga a buscar un empleo bajo amenaza de perder el subsidio
pese a su enfermedad, remite también a un contexto de pérdida de peso de
la industria. La historia se ubica en un Newcastle, antaño ciudad
industrial de referencia y cuya desaparición ha provocado el auge del
paro y la vulnerabilidad social.
The Navigators.
Las
privatizaciones, otro de los ejes del ocaso industrial en las dos
últimas décadas del siglo XX, también tienen cabida en la filmografía de
Ken Loach. En The navigators (2001), traducida en el mercado español como La Cuadrilla,
el autor se acerca a la privatización de la British Railways y a sus
efectos. Esteve Riambau, historiador, crítico cinematógrafico y director
de la Filmoteca de Catalunya, apuntaba en una pieza publicada en la
revista Fotogramas con motivo del estreno del filme: “Basta con
esa entrañable ‘cuadrilla’ a la que hace referencia el título español
para comprender perfectamente las consecuencias de una privatización.
Sus componentes son víctimas de medidas tan drásticas como el pago según
trabajo realizado o vacaciones no remuneradas que, desde una dimensión
personal y directa, denuncian el problema y, a la vez, lo hacen más
comprensible”.
Con mayor o menor peso en la trama, los procesos
de desindustrialización y sus efectos están presentes en buena parte de
la obra de Loach. Sus consecuencias determinan la vida de los personajes
y su evolución, nos dibujan escenarios lánguidos, de aire deprimente, y
entornos cargados de vulnerabilidad e injusticia, pero que también, por
momentos, acogen episodios de solidaridad y apoyo mutuo entre quienes
soportan esa cruda realidad. Perspectivas ensayadas y por ensayar
Sin
necesidad de ser tema central de las historias, los procesos de
desindustrialización o reconversión industrial aparecen de manera
recurrente como un elemento contextual en diferentes películas
(Kaurismaki, los hermanos Dardenne, entre otros), incidiendo, tal y como
se apuntaba anteriormente, en el desarrollo vital de los personajes o
definiendo escenarios y espacios físicos para la trama.
Como ya
apuntábamos en párrafos anteriores, echamos en falta poder indicar
alguna película de distribución amplia en Europa que aborde en
profundidad cómo la desindustrialización y la deslocalización han
afectado y afectan de manera específica a las mujeres, tanto de forma
directa (industria textil, por ejemplo) como indirecta. Suso López y José Alberto Andrés Lacasta forman parte del consejo de redacción de Pueblos – Revista de Información y Debate. Suso
López (@Susolopez) es comunicador audiovisual y especialista en gestión
de la comunicación. J. A. Andrés Lacasta es guionista, dramaturgo
teatral y escenógrafo. Artículo publicado en el nº77 de Pueblos – Revista de Información y Debate, segundo cuatrimestre de 2018. NOTAS:
Akal, 2017.
San Sebastián, Donostia Kutura y Filmoteca Vasca, 2014.
Vivimos la cultura
del instante y la memoria desaparece de nuestro horizonte. Grecia y Tsipras han
desaparecido del debate público y no debería ser así
El debate real es
continuar con el proyecto neoliberal de la UE o defender un proyecto europeo
que realmente lo sea.
Héctor Illueca, Manolo Monereo y Julio Anguita
“Quien no quiere hablar acerca del capitalismo
debería callarse también respecto del fascismo”
(Max Horkheimer)
Era previsible, aunque quizás no tan pronto. La consigna que
se está difundiendo es construir un frente político antifascista europeo. Lo
estamos viendo estos días. Con gesto adusto y semblante grave, algunos
intelectuales proclaman el nuevo credo: “¡Frente a la amenaza del fascismo,
unidad de los demócratas!”. El asunto tiene cierta lógica: si lo que está
emergiendo en la Unión Europea (UE) es algo más que populismo de derechas, o
sea, fascismo puro y duro, hace falta una gran alianza política que haga de
freno, de dique, a algo que se presume como un mal absoluto al que hay que
derrotar, cueste lo que cueste. En el centro de la propuesta, la defensa de
unas instituciones que hay que estabilizar y consolidar. Nos referimos,
naturalmente, a la UE y a la democracia liberal.
¿Un frente antifascista europeo? Vivimos la cultura del
instante y la memoria desaparece de nuestro horizonte, que es donde realmente
juega su papel. Grecia y Tsipras han desaparecido del debate público y no
debería ser así. El país heleno fue escarmiento, experimento y, en muchos
sentidos, castigo. La presencia del gobernante griego en septiembre pasado en
el Parlamento Europeo no mereció la atención debida. Tsipras compareció con el
orgullo del deber cumplido y del trabajo bien hecho en representación de un
país transformado. Tres años después de haber sido propuesto como presidente de
la Comisión por la izquierda alternativa bajo la orientación de “otra Europa
posible”, aparecía como el defensor de esta UE frente a la barbarie populista.
Es más, propuso una alianza que vaya desde Macron hasta la izquierda, abierta a
los liberales y a los conservadores moderados. Se podría decir que estos tres
años han dado para mucho y que han terminado por oscurecer cualquier proyecto
que no sea la defensa de la UE realmente existente. Efectivamente, Grecia ha
cambiado mucho. Ha pasado de tener una deuda pública del 135 por ciento del PIB
en 2009 al 180 por ciento en la actualidad, el paro ha pasado del 10 al 20 por
ciento y el país ha perdido 400.000 habitantes. Una tragedia asumida a mayor
gloria de esta UE y de los mercados.
La realidad acaba siempre chocando con el dominio de lo
políticamente correcto. Lo primero que no se quiere analizar es si las
políticas que ha venido realizando la UE antes y después de la crisis tienen
que ver con el surgimiento y desarrollo de nacionalismos excluyentes y de
fuerzas políticas que, por comodidad, definiremos como populismos de derechas.
A estas alturas pocos dudan de que las políticas de la Unión han ido
desmontando sistemáticamente el Estado social en cada uno de los países,
erosionando los mecanismos de control social y político de los mercados capitalistas
y debilitando el poder contractual de las clases trabajadoras y sus sindicatos.
La UE ha terminado por constitucionalizar las políticas neoliberales hasta
hacerlas obligatorias y, lo que es más grave, sancionables, con duras multas
para los países que osen infringirlas. La idea de fondo, el dogma que se impone
hoy en el debate de la Comisión con España e Italia, no es otro que frenar y
reducir el gasto público. El objetivo no es ya el 3 por ciento, sino el
superávit en la fase alta del ciclo. La democracia ha devenido en limitada
porque, gobierne quien gobierne, tiene que aplicar políticas monetarias y
fiscales de corte neoliberal bajo amenaza de los mercados, del todopoderoso
Banco Central Europeo y de una Comisión intransigente en la aplicación de los
Tratados. ¿Realmente puede sorprender el auge del populismo de derechas en la
UE?
Hay que decirlo también aquí y ahora: en momentos en los que
el mundo está cambiando de base y atraviesa una transición geopolítica de
grandes dimensiones, donde la tendencia de fondo es la multipolaridad, es
decir, en pleno proceso de redistribución del poder a nivel global, la UE
carece de un proyecto autónomo identificable. La ausencia de una política
internacional propia capaz de orientar una transición que se presume conflictiva,
condenará a Europa a la subalternidad respecto a la política norteamericana. La
“trampa de Tucídides” no es un asunto menor ni una elucubración intelectual.
EE. UU. no va a renunciar de forma pacífica a las posiciones de dominio
conquistadas tras la Segunda Guerra Mundial, lo que sitúa la guerra como
instrumento prioritario para definir los grandes problemas estratégicos. Para
Europa, la OTAN implica perpetuar la supeditación a los intereses
geoestratégicos norteamericanos, el incremento de los presupuestos militares y
convertir las demandas de seguridad en un problema de orden público y de
fortaleza del Estado penal.
¿Un frente antifascista europeo? Hay una paradoja que no
siempre se tiene en cuenta cuando se reclama la defensa de la democracia.
Sabemos lo que se quiere decir: defensa de los derechos y las libertades
democráticas. Ahora bien, la paradoja es que, en muchos sentidos, la propuesta
que hay delante y detrás de la UE es el retorno a una democracia liberal, es
decir, poner fin al constitucionalismo social, a las democracias avanzadas
producto del conflicto de clases y de dos guerras mundiales que tuvieron a
Europa en su centro. La rebelión de las élites, una vez caído el “imperio del
mal” y desaparecido el enemigo interno socialista, tenía como objetivo la
restauración de una democracia funcional al mercado, supeditada a él, que
expropia la soberanía económica y despolitiza la política. En cierto sentido,
se puede hablar de “norteamericanización” de la vida pública europea y de una
escisión cada vez más clara entre la democracia como procedimiento y la
democracia como autogobierno.
Sin embargo, lo peor de este nuevo frentismo emergente es
que no es capaz de entender las relaciones existentes entre la integración
europea (la UE) y la crisis de nuestras debilitadas democracias, ni tampoco las
profundas transformaciones que se están operando en nuestras sociedades. No
deberíamos engañarnos ni dejarnos engañar: la restauración de democracias de
mercado requiere, necesita del miedo como fundamento; de personas aisladas,
socialmente desvinculadas e inseguras frente al futuro. El tipo de capitalismo
hoy dominante necesita personas que actúen según las reglas y modos que éste
exige. Cuando hablamos del “momento Polanyi” nos estamos refiriendo a un
fenómeno que aparece en todas partes: una reclamación fundante de protección,
de seguridad e identidad, de nostalgia de un orden basado en la comunidad.
Este nuevo frentismo confunde los efectos con las causas;
pretende combatir el populismo de derechas sin reparar en las circunstancias
que lo han engendrado; aspira a legitimar instituciones que están en crisis en
todas partes y hace de la conservación de lo existente el fundamento y el
horizonte de lo que está por venir. ¿Realmente se cree que desde estos
supuestos es posible rearmar política y culturalmente un movimiento de
oposición a las derivas autoritarias que experimentan nuestras sociedades?
¿Alguien piensa seriamente que desde estos puntos de partida se generarán el
entusiasmo, la adhesión y el imaginario necesarios para una movilización social
capaz de ganar y activar a las mayorías sociales? No lo creemos. Más bien
pensamos que será lo contrario. Defender instituciones en crisis y socialmente
deslegitimadas únicamente propiciará el fortalecimiento de populismos
autoritarios y nacionalistas que acabarán por desviar las demandas de
protección hacia fórmulas securitarias que impliquen la restricción de las
libertades y de los derechos. Si la izquierda acaba defendiendo este nuevo
frentismo, terminará por romper sus ya debilitadas relaciones con las clases
populares, perpetuando un camino que la llevará de desaparecer como alternativa
de gobierno.
Creemos que hay que aprender de la historia. La democracia,
nuestros clásicos así lo entendieron, se defiende desarrollándola, ampliándola,
extendiéndola. Esto significa poner en primer plano la contradicción entre la
democracia y el capitalismo. Más concretamente, exige desmercantilizar,
garantizar los derechos sociales básicos y entablar relaciones armoniosas con
la naturaleza. También significa democratizar la democracia llevándola a las
empresas, a las grandes instituciones financieras, fomentando formas
alternativas de organizar la economía y la democracia participativa.
Despatriarcalizar la sociedad potenciando la igualdad sustancial y una
democratización de la vida cotidiana de las personas. Desglobalizar, recuperar
la soberanía popular como fundamento del orden político, como derecho al
autogobierno y a la definición constitucional de un proyecto colectivo basado
en una sociedad de mujeres y hombres libres e iguales, comprometidos con la
emancipación.
Merece la pena recordar una reflexión que nos dejó Perry
Anderson hace algún tiempo en un excelente artículo: “para las corrientes
anti-sistema de izquierdas, la lección que hay que sacar de estos últimos años
está clara. Si quieren dejar de ser eclipsados por sus homólogos de derechas,
ya no pueden permitirse ser menos radicales y menos coherentes que ellos en su
oposición al sistema. En otras palabras, el futuro de la Unión Europea depende
tanto de las decisiones que la han moldeado que ya no podemos contentarnos con
reformarla: hay que salir de ella o deshacerla para poder construir en su lugar
algo mejor, con otros fundamentos, lo que equivaldría a arrojar al fuego el
Tratado de Maastricht” (Le Monde Diplomatique, marzo de 2017).
Nuestra línea de pensamiento está muy próxima a la del
historiador británico: se trata de defender el proyecto europeo contra su
principal amenaza, que no es otra que la UE, y apostar por una Europa
confederal que defienda la paz, las libertades públicas, los derechos sociales
y la igualdad entre pueblos y naciones. Para ello, los Estados, la soberanía
popular y el autogobierno de las poblaciones europeas no pueden ser
considerados como obstáculos a derrotar, sino como instrumentos indispensables
que permiten tejer relaciones de cooperación entre los pueblos y garantizar los
derechos humanos fundamentales. El debate real en Europa no es entre fascismo y
antifascismo. El debate real es continuar con el proyecto neoliberal de la UE o
defender un proyecto europeo que realmente lo sea. La respuesta la dará la
historia.