Centroamérica: De qué huyen las caravanas que se dirigen a Estados Unidos
04/11/2018
Son tres caravanas: la primera partió de San Pedro Sula, Honduras, el 12 de octubre. En México los espera un presidente saliente, Enrique Peña Nieto, que no quisiera reprimirlos, pero a veces estos migrantes se le desmadran y no aceptan la propuesta de residencia condicionada que ofrece; un presidente entrante, Andrés Manuel López Obrador, que ya está prometiendo trámites de residencia y asegura que habrá trabajo para todos ellos, y en la frontera de Estados Unidos, un Donald Trump que casi que se despeina insultándolos y amenazándolos con 5.200 efectivos de sus fuerzas armadas. Cuando las caravanas lleguen a la frontera con Estados Unidos ya habrán pasado las elecciones de medio término del 6 de noviembre, el tema perderá decibeles noticiosos y todo volverá, se supone, a la normalidad.
La normalidad es peor. Cada vez más, y marcadamente desde la presidencia de Barack Obama, las caravanas son rechazadas, las familias divididas y decenas de miles de niños solos enfrentan esa realidad agresiva, en la que cualquier cosa puede pasar. Entre 2013 y 2017 fueron registrados 179.544 niños y niñas solos. En abril, la Guardia Nacional (que no el Ejército) impidió la entrada de una caravana a Estados Unidos. En el año fiscal al 30 de setiembre se superó la cifra récord de 100.000 refugiados golpeando el muro; sólo en setiembre, se detuvo y se envió de regreso a 16.658 personas.
La realidad de la que huyen desde El Salvador, Guatemala y Honduras tiene desgracias en común: todos los años pasa a vivir del campo a la ciudad 1,9% de la población en El Salvador, 3,1% en Guatemala y 2,4% en Honduras.
El sector informal de la economía constituye 53,6% en El Salvador, 57% en Guatemala y 51,4% en Honduras. La pobreza urbana en El Salvador es de 41,6% y la pobreza rural, de 49,5%; la indigencia es a su vez de 12,5% y 17,4% la rural. En Guatemala, la pobreza urbana es de 67,7% y la pobreza rural de 77,2%; la indigencia de 46,1% y 58,2%. Y en Honduras, el sector informal de la economía comprende 51,4%, la pobreza urbana es de 74,3% y la rural de 81,8%; en cuanto a la indigencia, es de 50,5% en el área urbana y de 63,9% en la rural.
Las cifras de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) castigan una tras otra como rayo que no cesa, describiendo una realidad cotidiana más allá de lo imaginable. La cifra última, la de desigualdad, es elocuente: el índice Gini correspondiente a 2017 de El Salvador es de 0,44, el de Guatemala de 0,55 y el de Honduras de 0,56 (0 equivale a igualdad absoluta y 1 a desigualdad absoluta). CEPAL no proporciona índice Gini para Argentina; en Uruguay, el índice es 0,38.
Algo más grave tienen en común: los tres países, sumando apenas 32,5 millones de habitantes, conforman el Triángulo del Norte, una zona que los ejércitos de todo el mundo estudian en sus cursos de Estado Mayor por ser de las más peligrosas del mundo; más que Afganistán, se afirma.
El punto de partida de la coincidencia es que, sobre las abundantes debilidades institucionales previas en la construcción del Estado, los tres territorios fueron teatro de conflictos internos cuyo rasgo dominante fue que en ellas participaron sus fuerzas armadas –que causaron decenas de miles de desplazados–, que la desmovilización de las fuerzas dejó tras sí desocupación, heridas profundas y también mano de obra desocupada, en cuya formación se inculcaron valores que fácilmente encontraron correspondencia en el crimen organizado.
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