La insolvencia económica y política de la Argentina del capital
Jorge Altamira
“A los niveles actuales, la deuda pública de Argentina puede llegar al 90% del PBI – con el 80% nominado en dólares”. Esta información no la ofrece un ‘agitador febril’ sino el Financial Times de hoy, que cifra las “necesidades de financiamiento” para Argentina en u$s77 mil millones hasta fines de 2019. La raíz de esta nueva bancarrota es, entonces, la misma que la del pasado, pero multiplicada varias veces: la impagable deuda externa. En diciembre de 2015, cuando asumió el gobierno de los ejecutivos de finanzas, la deuda pública representaba ya un monto enorme y era hasta un 70% más alta que en 2001, cuando alcanzaba alrededor de la mitad del producto bruto. El incremento de la deuda externa, en más de dos años, ha sido, aproximadamente, de u$s160 mil millones.
La deuda externa de siempre, peor
¿Por qué semejante endeudamiento? Simplemente para financiar la salida del ‘cepo’ de los K, que reclamaba todo el capital nacional e internacional. Esto significó piedra libre para pagar a fondos buitres, expatriar dividendos, utilidades y pago de servicios. Más el gasto en turismo, este drenaje consumió el 60% de la nueva deuda, más la emisión de Lebacs para acumular reservas ficticias – la deuda del banco central creció en u$s40 mil millones en dos años. Argentina se convirtió en el país que pagó más caro el endeudamiento internacional. En resumen, el endeudamiento financió el vaciamiento financiero de Argentina.
Estos números ponen en evidencia que Argentina enfrenta una nueva insolvencia financiera como consecuencia de la deuda externa. La charlatanería patronal, con la venia del FMI y el capital financiero internacional, la caracteriza de otro modo – dice que la bancarrota de Argentina obedece al llamado “déficit primario” del Tesoro Nacional, o sea, a que el Estado “gasta” más de lo que recauda. Pero este déficit primario llegó en junio pasado a 70 mil millones de pesos, lo que representaba entonces menos de u$s3 mil millones, y ahora, a 40 pesos el dólar, menos de dos mil millones, o sea porotos. En cambio, el déficit financiero del Tesoro era, a esa fecha, de 300 mil millones de pesos, en un 80% por el pago de la intereses de la deuda pública. Ahora, los intereses de la deuda se fueron a las nubes por la disparada del dólar y la inflación. Esos intereses se pagan en dólares o en pesos ajustables por inflación. La deuda podría haber alcanzado, en estos días, un número mayor que el PBI. Ocurre que éste se desvalorizó en dólares: era de u$s600 mil millones con el dólar a 16 pesos; de menos de 500.000 millones con el dólar a $25; a 40 pesos podría haber retrocedido a u$s400 mil millones.
El macrismo y sus cómplices de la oposición fingen ignorar el crecimiento enorme de la hipoteca de la deuda externa, y reclaman reducir a cero el déficit primario, y pagar por completo, sin embargo, el déficit financiero. Para eso quieren acentuar el tarifazo, vaciar el Fondo de Garantía de Anses y reducir el ajuste de las jubilaciones por inflación. De este modo, dolarizarían por completo la energía, las obras públicas y el transporte, y tratarían de volver al régimen de las AFJP. Explotan la crisis con la intención de confiscar la fuerza de trabajo.
Pero incluso un déficit primario cero o hasta un superávit no alcanzarían para pagar los intereses de la deuda, que son muy superiores, ni menos todavía amortizar siquiera una parte de la deuda que vence en el próximo año y medio.
Esto explica la insolvencia en que ha caído el Estado nacional. Esta insolvencia se refleja en la explosión de los seguros contra default de Argentina y en la suba astronómica de la tasa de interés que se debe pagar por una refinanciación de la deuda externa – más de doce por ciento en dólares y subiendo – una carga prohibitiva.
El capital y el estado en default
Mientras el ‘déficit primario’ puede ser financiado con crédito nacional, porque se encuentra en pesos, el financiero requiere dólares, o sea crédito externo. Aplicar deuda externa para financiar un déficit en pesos es simplemente un negociado para la banca internacional. No es la devaluación del 60% del peso lo que ha causado este derrumbe, sino el derrumbe, o sea la imposibilidad de pagar la deuda externa, lo que fogonea la devaluación. La devaluación transforma a la cesación internacional de pagos en una quiebra de la economía nacional. “La mayor preocupación, dice el FT, es si Argentina puede hacer frente a sus necesidades financieras en los años que vienen, mientras navega una recesión inminente y una inflación que se desborda…”.
De nuevo, la charlatanería patronal presenta las cosas como conviene a sus intereses. También en 2001, como ahora, vuelve a defender “la salud” del sistema bancario. ¿Por qué, entonces, las acciones del Supervielle, Macro, Galicia y el resto, caen como plomo en la bolsa de Nueva York, acompañando a los bonos argentinos? Bien mirado, esas acciones, que cotizan en dólares, no deberían estar afectadas, y las que cotizan en pesos deberían subir por el ajuste a la inflación. Más allá del impacto de los ‘cuadernos’, la desvalorización se explica bien: tienen en encaje títulos públicos o semi-públicos, como Lebacs, Leliqs y de otro tipo, y una deuda en dólares, por un lado internacional y por el otro con sus depositantes en esa divisa, que se pasaron de pesos a dólares. De acuerdo al Cronista (30.8), los depósitos en dólares subieron mil millones y aquellos en pesos cayeron (a plazo fijo y caja de ahorro) en 48 mil millones de pesos. El pasivo bancario crece y es mentira que calce con su activo pesificado. A los bancos se les impuso una refinanciación forzada de Lebacs con una prima que ha llegado al 60% de interés anual, el martes reciente. En síntesis, el derrumbe capitalista provoca la devaluación, no al revés.
El FMI “se equivocó”
Lo más instructivo de esta crisis es que los charlatanes culpan ahora al acuerdo con el FMI, que antes elogiaron, por todo este desastre. “Hay una crisis cambiaria, dice Redrado a Clarín (31.8)… que se profundiza con el programa del FMI”. Esto lo advertí antes de que se llegara al pacto con el FMI (“A dos voces”), ante un panel de ‘consultores’. En efecto, el Fondo puso la condición que el préstamo que otorgaba no debía ser usado para defender la cotización del peso – un salvavidas, pero de plomo, porque dio luz verde para la corrida cambiaria en desarrollo. De otro lado, exigió que se ‘saneara’ al Banco Central, en un plazo determinado, a un precio enorme. Primero, ‘desarmando’ las Lebac, una deuda de u$s60 mil millones del Banco Central, equivalentes a un billón de pesos, y rescatar las ‘letras intransferibles’ del Tesoro en el Banco Central, de otros u$s30 mil millones. Liquidar el pasivo y valorizar el activo del Banco, del orden de los u$s100 mil millones, a cargo del Tesoro nacional, que empezó a emitir deuda para financiar ese despropósito. Ante el derrumbe monetario que generó el planteo, el FMI suspendió el rescate de las letras intransferibles para otra ocasión. Tampoco se ha terminado de liquidar las Lebac: entre estas y la emisión monetaria hay combustible todavía para llevar arriba de los 40 pesos al dólar.
El acuerdo generó, de este modo, una mayor corrida cambiaria, cuando el objetivo de la firma, como fue presentado, era evitarlo. El desarme incompleto de Lebacs fue hecho mediante una mayor emisión directa de moneda, y por otro lado mediante una emisión indirecta, a través de la compra de Letras del Tesoro (Letes) que financian gasto público y aumentan la deuda impagable, por el monto y por los plazos cortos de vencimiento. El FMI y el gobierno son los responsables principales de la corrida cambiaria. Según Ámbito (29.8), la emisión neta de moneda fue, de enero a agosto, de 180 mil millones de pesos. Consumado el propósito de financiar con deuda externa el vaciamiento financiero de Argentina, el FMI impuso la mega devaluación del peso para ‘reequilibrar’ la economía a un nivel histórico aún menor. Este derrumbe explica el último paso (en todo el sentido de la palabra) del gobierno, de solicitar al FMI que desembolse de una vez el préstamo prometido en cuotas hasta 2020, lo que sin duda será rechazado. Como dice un columnista de La Nación (Carlos Pagni), el desequilibrio existencial del macrismo precipita la caída al abismo.
La continuidad del gobierno actual es un obstáculo absoluto a una salida de la bancarrota. Es la conclusión a la que se arrima el ‘medio hegemónico’, en el editorial del viernes 31. “Es claro que el esquema de gobierno de Macri está en estado crítico. También se sabe que el gobierno es reacio a hacerlos (cambios)”. En este marco, la industria sufre caídas enormes, crece el desempleo, la pobreza – Argentina enfrenta un escenario de depresión económica; hasta Wal Mart decidió hacer los petates. El punto de partida para cualquier salida histórica de este nuevo derrumbe es poner fin al pago de la deuda externa y nacionalizar, sin resarcimiento, al capital bancario y financiero.
La bancarrota ha llevado a la burguesía a reconsiderar su punto de vista acerca del ‘populismo’ – “…estarían pidiendo una mayor intervención en el mercado, no solo en el cambiario”, escribe el agroindustrial Clarín (31.8). Este cambio de frente se manifiesta en la crisis al interior del gobierno, y en el reacomodamiento del pejotismo y la promoción política de Lavagna; la burocracia de la CGT se ha dividido entre uno y otro campo y asegura que quiere preservar “el plan económico, la contención social y la democracia”. Este realineamiento levanta un programa módico, que parte de defender el pago de la deuda externa: congelar tarifas, aumentar algunos impuestos directos e indirectos (retenciones), salvar la obra pública de las denuncias de los ‘cuadernos’, o sea seguir con el cuento de ajustar el ‘déficit primario’ y salvar de la cárcel a la patria contratista. Emilio Apud, un agente de las petroleras nacionales e internacionales, acaba de escribir en Clarín que la solución para las corruptelas de la patria contratista es entregar la obra pública a las contratistas internacionales. La crisis política invade todos los campos patronales.
Una crisis internacional
Al igual que la bancarrota de 2001, la quiebra actual de Argentina se integra a una crisis internacional, pero todo a un nivel superior. Se manifiesta en la periferia en forma catastrófica – devaluaciones en Turquía, Brasil (deuda externa de un billón de dólares), Sudáfrica, Rusia, China). La deuda internacional de Estados Unidos y el consecuente aumento de la tasa de interés y la guerra económica, sumada a la crisis de deuda que se acentúa en China, junto a la salida de capitales de este país y la desvalorización de su moneda, el yuan; todo esto constituye un determinante de la crisis de Argentina y los países periféricos. El presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos ha insinuado que podría frenar la suba de la tasa de interés internacional por el temor a provocar varias crisis de deuda y bancarias en la llamada periferia. La Nación (31.8) advierte que “la pelea entre EEUU y China afectará (el precio) de los granos”, o sea que ni una buena cosecha suscita el optimismo. La crisis de sobreproducción mina las bases de la especulación financiera, amenazando a los países centrales. Esto se ve ya en Italia, Francia o España, pero también en Estados Unidos, donde la “euforia” se encuentra dopada por una enorme reducción de impuestos al capital; vuelve a asomar una crisis de endeudamiento hipotecario y de la educación universitaria. De acuerdo al FT (30.8, columnista Lex), tampoco el sistema bancario se encuentra a salvo. En definitiva, la crisis mundial se recicla, potenciando las crisis nacionales.
En base a esta caracterización – una crisis fenomenal de conjunto, no episódica sino que se desarrolla y entrelaza con la crisis internacional y la lucha de las masas –; una crisis que ha cobrado un carácter netamente político; en base a esto planteamos la convocatoria de una Constituyente soberana, o sea que se hace cargo del poder político para tomar todas las medidas necesarias que la crisis impone a los trabajadores, sin las cortapisas del orden constitucional y jurídico agotado , y llamamos a los trabajadores a asumir el liderazgo de esta lucha. Llamamos a la huelga general para poner fin al plan de las patronales y el FMI, y a deliberar en congresos de bases de los sindicatos, regionales, centrales obreras, organizaciones populares, para que la clase obrera dirija la lucha de conjunto, netamente política. La crisis encuentra a las masas con un espíritu de resistencia e incluso de rebelión. El desafío político está al rojo vivo.
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