Ni populismo ni comunismo
La amenaza llega por la derecha
Entonaba Amaury Gutiérrez en una canción
romántica: “Andan diciendo por ahí que te olvidaste del Ayer…”. Dejando
por un momento el amor a un lado, es fácil olvidarse del pasado en
sociedades que no construyen memoria.
Hace unos días, en Austria
ha estado a punto de ganar el partido de ultraderecha FPÖ de Norbert
Hofer. Viktor Orbán gobierna en Hungría hace ya unos años; Amanecer
Dorado tiene una relevancia considerable en Grecia, el Frente Nacional
de Le Pen se ha consolidado en Francia, y Donald Trump tiene serias
posibilidades de aterrizar en la Casa Blanca. Quizás la palabra
‘fascismo’ es demasiado precisa para englobar a todos ellos, así que es
mejor usar ‘extrema derecha’. Y ante el grito histérico de "¡que vienen
los comunistas!", a uno le da responder: "¡no, no, que llegan los
fachas!".
Bromas aparte, diría que no estamos prestando atención
a lo que está sucediendo en Europa y –por interés evidente– en Estados
Unidos. A título personal, no sé si se debe a que el fascismo o extrema
derecha se considera un fenómeno superado cuyos nuevos brotes no
llegarán a florecer en ningún caso, pero lo de Austria no es para
chiste. Ni lo de Francia. Ni Trump.
Por otro lado, parecería
difícil de entender por la irracionalidad de las doctrinas
ultraderechistas, pero si intentamos hacer una lectura amplia del
momento histórico que vivimos y de sus antecedentes, es posible
encontrar respuestas, para lo cual me parece fundamental introducir
insistentemente en la discusión –y a pesar de quienes rechazan las
ideologías como si fuera posible situarse al margen de ellas– un
concepto: ‘neoliberalismo’.
¿Sentido Común?
No es
una palabra que oigamos en los debates –pese a que muchos autores la
utilizan–, entre otras cosas por su tinte peyorativo. No es mi intención
utilizarla como insulto, sino reivindicarla como un elemento que está
ahí y que es imprescindible para entender prácticamente toda la esfera
política, económica, social e incluso cultural. Algunos lo definen (y,
creo, lo simplifican) como la “desregulación del Mercado”, pero no es
sino otra forma de regulación. Me parece más interesante el
planteamiento del neoliberalismo como la toma del Estado por parte de
las doctrinas liberales. Y se nutre de una serie de premisas que nada
tienen de científicas o técnicas, pero sobre las que construye sus
recetas: el Hombre es malo por naturaleza, la gente es egoísta; lo
privado es más eficiente que lo público; el mérito como valor social en
el camino al triunfo frente a la inacción parasitaria; la economía es
una ciencia pura, inamovible y al margen de la política; la política es
aburrida y poco útil, de manera que no sirve de mucho involucrarse; y
finalmente, frente a los valores devaluados de la acción colectiva y la
solidaridad, aparece el individualismo como elemento principal en un
Mercado que se presenta como ley y verdad incuestionables, garante de
las libertades, y en el que hay que competir contra el resto por hacerse
un hueco.
Si entre el 45 y el 75 hubo voluntad de levantar el
suelo de los ciudadanos, trabajando por una mayor igualdad y por
consolidar ciertos derechos, a partir de la crisis del petróleo del 73
cambió el paradigma, y la desigualdad no era ya solo un mal menor, sino
necesario, porque servía (y sirve) para rebajar las expectativas de la
gente.
El gran triunfo del neoliberalismo ha sido lograr que sus
propias lógicas se perciban como “sentido común”, de manera que algunas
de ellas se yerguen como verdades universales y, por tanto, no hace
falta explicarlas ni justificarlas. Si el Mercado es presentado como una
Ley Natural –que viene dada y a la que hay que adaptarse– no hace falta
justificar los recortes o las reformas laborales, puesto que son
medidas inevitables; si la idea de que lo privado funciona mejor que lo
público no hace falta demostrarla por ser incuestionable, tampoco es
necesario justificar la privatización de servicios públicos; si la
inacción es considerada un mal social –puesto que el trabajo solo es
válido si genera algún tipo de rentabilidad– y el mérito es el valor que
debe perseguir cada persona para obtener reconocimiento social,
entonces la responsabilidad de la falta de acceso al mercado laboral
(hasta el lenguaje se ha ‘neoliberalizado’) es nuestra, por nuestra
inacción o falta de mérito, por nuestro fracaso; si la política es
aburrida y no sirve para cambiar nada, no hace falta que la gente se
movilice, lo que hay que hacer es pensar en uno mismo y estar entre los
primeros para salvarse, como haría cualquiera.
Con el
neoliberalismo y sus verdades y su sentido común se ha logrado durante
mucho tiempo apagar la llama de cualquier disidencia bajo la ‘ilusión’
de la democracia representativa, que establece que votar a opciones
liberales cada cuatro, cinco o seis años es un ejercicio democrático más
que suficiente. Puesto que sus promotores creen en esta democracia de
escasa intensidad, ¿por qué no democratizar la economía (es decir,
entender entre otras cosas que es un instrumento político que se puede
usar de diversas formas)? Porque eso supondría cuestionar qué se
produce, por qué y para qué, y quién lo decide.
El ciudadano
queda desamparado. Con miedo y sin respuestas. A esto se añade la
corrupción endémica del sistema, que desvela la enorme estafa que se
está sufriendo, así como el maridaje del poder económico-financiero con
el político-mediático; los medios y, sobre todo, los grandes rotativos,
desinformantes masivos, que avalan y elogian las medidas neoliberales,
muestran, al final de los finales, todos ellos –hasta los más críticos–
exactamente las mismas fronteras ideológicas. Se evidencia también que
la justicia no es igual para todos, que desde un país extranjero siguen
dictándonos unas medidas económicas de recortes que cada vez afectan a
más gente, y que a todo esto nos responden apelando a la unidad…
No
tienen respuestas y no son convincentes. Surgen nuevos miedos y la
gente queda presa de la incertidumbre, la amenaza del desempleo que te
hace más dócil; la violencia institucional, que lejos de defender tus
derechos y libertades, te recuerda en la práctica que no existen tales.
Todo esto supone, en última instancia, una profunda desafección de la
gente hacia todos aquellos elementos que conforman una suerte de
identidad. Ese “desarraigo identitario” del que habla Ramonet hace
inservible la apelación a la unidad, porque no responde a nada de esto,
no responde al paro, a la precariedad y a la desigualdad. Ya si te vas
al Caribe para explicar lo que sucede en tu país, demuestras estar
totalmente desubicado, y no solo geográficamente.
Esta peligrosa
combinación –un sistema injusto y unos gobernantes sin respuestas–
siembra el caldo de cultivo para la extrema derecha, que siempre ha sido
nacionalista y xenófoba. El miedo en un modelo económico que cada vez
tiene menos empleos, la pérdida de libertad de quienes cada vez tienen
menos margen de decisión y el desapego de la política por la corrupción y
por su falta de respuestas, genera también rabia y rencor, y facilita
los relatos que culpan de los males de la Nación al extranjero. Si
recortan en Sanidad y Educación; si hay que esperar seis horas para que
te atiendan en urgencias; si desahucian pese a que hay pisos vacíos; si
encima insisten en que no hay otra alternativa, el resultado es el
pánico por parte de algunos sectores que compran la solución de señalar a
extranjeros que llegan y que, según nos desinforman algunos, reciben
las ayudas que niegan a los de casa.
Es dramático. Le Pen
proponiendo cerrar las puertas a los extranjeros hasta que no resuelvan
el problema de los franceses, Trump llamando criminales y violadores a
los mejicanos o asegurando que echará a todos los musulmanes, una Europa
desvergonzada armando el búnker contra la ‘invasión’ de refugiados… el
fenómeno xenófobo y fascista seguirá aumentando si no se cambian las
políticas. El “ellos culpables” y el “nosotros primero” tienen una base
nacionalista que es errónea, asumiendo que los Derechos Humanos lo son
antes para el que pisa suelo patrio, de manera que estos tienen
prioridad en épocas inevitables de vacas flacas. Pero aun asumiendo que
esto es una aberración intelectual y moral, tampoco es cierto que no
haya alternativas. Lo que ocurre es que este sistema fuertemente
cimentado –también en lo cultural–, antes que cambiar y reinventarse,
está dispuesto a abrazar la narrativa del odio al extranjero en general,
y al Islam en particular.
Hay alternativas desde el momento en
que dejamos de aceptar las lógicas neoliberales como verdades
universales que no necesitan ser explicadas. En el momento en que las
cuestionamos, podemos empezar a construir un nuevo sentido común. Y
abrimos así la puerta de un nuevo espacio en el que justificar los
presupuestos teóricos y económicos de dicha alternativa, que por cierto
son fácilmente justificables.
¿Por qué debemos aceptar que el
Ser Humano es malo y egoísta por naturaleza? El Hombre es Sociedad y es
Cultura; es circunstancias, no dispone de un gen del Mal. El egoísmo se
aprende y se puede desaprender. ¿Cómo va a ser malo y egoísta cuando ha
sido la solidaridad y la fraternidad de los ciudadanos la que ha hecho
que tanta gente no se quede en el camino? Y ya no solo por bondad: que
una sociedad sea avanzada y desarrollada depende de que haya un nivel de
desigualdad muy reducido, que aporte seguridad a todos; y eso es de
sentido común. Lo que no es de sentido común es que haya gente sin casas
y casas sin gente. Que haya gente podrida de dinero y gente tirada en
la calle.
La Economía no es una ciencia pura. Si lo fuera, ¿por
qué no se ponen de acuerdo un economista de izquierdas y otro de
derechas? Es, incuestionablemente, una herramienta política, y como tal,
¿por qué no iba a haber más alternativas? Ahora Bruselas pide más
recortes para España. No dejará de pedirlos nunca. Si quieres resultados
distintos, no hagas siempre lo mismo; eso es de sentido común, y lo
dijo un científico.
Si lo privado funciona mejor que lo público, ¿por qué tuvimos que rescatar a los bancos con el dinero de los contribuyentes?
¿Qué
supuesta verdad incuestionable es esa de que si le va bien a los ricos,
le va bien al resto porque generan empleo? ¿Qué empleo han generado? Si
lo que se ha demostrado en esta crisis/estafa es que hay menos empleo y
más ricos. Y más trabajadores pobres. ¿Aquí solo se remangan unos o qué
pasa?
¿Por qué se amnistía fiscalmente a quienes traen de
vuelta dinero que nunca debieron llevarse? ¿Sentido común? ¿Por qué no
se levanta el secreto bancario y se acaba con los paraísos fiscales, si
es de sentido común? ¿No será por el maridaje entre el capital
financiero y el poder político? ¿Por la corrupción? Dada la sangría que
supone, es de sentido común que hay que ser implacable con todo ello.
Los enemigos del sistema
Hay
una realidad terrible: al sistema (el sistema ‘de facto’, es decir, el
que ha corrompido su estructura, retorcido sus presupuestos y
secuestrado los principios democráticos) no le preocupan los fascistas,
sino las corrientes progresistas que en toda Europa están emergiendo
contra las políticas de austeridad y la escasa democracia de la UE. Y
esto se debe, en mi opinión, a que son dichos movimientos los que están
señalando claramente cuáles son los problemas y quiénes los defienden.
La postura xenófoba y radical es insostenible, y por eso no se
consideran una amenaza. Pero se equivocan, sencillamente porque no
prestan atención a sus pueblos. Aunque sea un discurso de extrema
derecha, el principio de la prioridad con el nativo antes que con el
extranjero, está fuertemente extendido. Europa es cada vez más xenófoba,
y es tal su ceguera que no ha estallado en cólera con el cierre de las
fronteras para los refugiados de guerras provocadas por Occidente.
Los
promotores neoliberales asumen las democracias representativas como un
mal menor siempre y cuando sus límites estén claramente definidos y
estáticos. Al primer atisbo de mayor participación, saltan las alarmas y
ponen en marcha la maquinaria mediática –su mayor y principal
estructura de defensa– para absorber, cuando no eliminar, la disidencia
política. Todo ello basándose en sus verdades absolutas, en su control
del pensamiento dominante, en su Sentido Común. Es una dictadura
financiera con un brazo político-liberal y otro mediático, de
desinformación masiva.
No es solo que subestimen la amenaza
fascista. Es que hay algo de fondo que, de alguna manera, comparten: el
irrespeto a la Democracia y a los Derechos Humanos (DDHH). Los
Estados-nación de Europa han suscrito la Declaración Universal de DDHH,
pero no es solo que no la cumplan, es que ni se la creen. No creen en el
derecho a la vivienda, no creen que todos tengan los mismos derechos ni
que sean iguales ante la ley, no creen en la libertad material, de
opinión o de expresión. No creen en ello porque lo condicionan a la
capacidad monetaria que tengamos y a la capacidad individual de “ganarse
la vida” y de adaptarse dócilmente a las situaciones que vienen. Si hay
menos trabajo y es más precario, mejor eso que nada. Estar en paro no
es una desgracia, sino una oportunidad.
Y tampoco tienen respeto
por la Democracia, porque les aberra preguntar a la gente, les aberran
las manifestaciones, y si emergen movimientos disidentes, ponen en
marcha toda la maquinaria para llevar a cabo una guerra sucia.
En España
En
España no ha surgido una extrema derecha tan evidente porque el espacio
ideológico de centro-derecha lo cubren los herederos de esta tradición
política, y que con José María Aznar transitaron de alguna manera hacia
el neoliberalismo europeo. Aquí, recordemos, triunfó el fascismo o, por
ser todo lo preciso posible, triunfó un nacional-catolicismo
tradicionalista dirigido por militares golpistas que recuerda al
totalitarismo del Japón de entre guerra, y que durante algún tiempo se
apoyó del fascismo español, y que claramente se identificaba con el
italiano, así como con el nazismo alemán. Triunfó y luego transitó hacia
una Monarquía parlamentaria cuyo jefe de Estado fue nombrado por el
propio general Franco, y donde la constitución del Estado de derecho se
llevó a cabo con un desequilibrio de fuerzas (los herederos franquistas,
la Iglesia y el Ejército controlaban el aparato del Estado frente a las
fuerzas socialdemócratas y comunistas, recién salidas de la cárcel o de
la clandestinidad) que hacía imposible romper todas las raíces del
régimen anterior, que quedó atado y bien atado.
España, como
tantos otros países, tiene pendiente grandes problemas estructurales que
no ha sabido solventar a lo largo de la historia. Son problemas que se
transfieren también en la cultura cívica de la gente y que, por tanto,
son capaces de frenar los avances necesarios para ampliar la democracia
nacional. En nuestro caso, creo que tiene que ver con 1) la cuestión
territorial: es imprescindible repensar nuestra identidad como país,
atender a la realidad cultural y plural para reconfigurar un Estado que,
necesariamente, va a reconocer la pluralidad de nacionalidades
integradas en un todo que así lo reconoce. Y 2) la memoria histórica: es
también imprescindible asumir de dónde venimos e iniciar un profundo
proceso de reparación, y no de “reabrir heridas” porque nunca se
cerraron.
Y sucede que las fuerzas representantes del
neoliberalismo ponen palos en las ruedas de quienes tratan de avanzar en
esta resolución, porque al sistema neoliberal le conviene que dichos
problemas estructurales permanezcan, porque de lo contrario, la sociedad
se acercaría un poco más a esa identidad cultural y nacional que
permita enfocar el proyecto de país y desarrollar una democracia
verdaderamente avanzada. En este sentido, se puede explicar fácilmente
la caída de quienes han representado la socialdemocracia en España,
puesto que han cedido en sus políticas económicas y abierto las puertas a
las doctrinas liberales (Zapatero fue quien inició las políticas de
recortes al inicio de la crisis). Han armonizado un marco económico que
nada tenía que ver con los principios socialdemócratas, y lo que es
peor, han arrastrado consigo a una parte importante de su electorado,
que de identificarse con las ideas, terminó identificándose con las
siglas, consolidando una suerte de ‘socioliberalismo’ situado cerca de
ese centro ideológico, que viene a ser la indefinición de quienes apelan
únicamente al “sentido común”. El sentido común neoliberal que hemos
intentado desmontar aquí.
Siendo tan amplia la corriente
neoliberal en España –desde la derecha heredera del franquismo, pasando
por la nueva derecha que trabaja con la narrativa del centro ideológico
hasta las estructuras políticas socioliberales (antiguos representantes
de la izquierda socialdemócrata) –, es normal que emerja un nuevo
partido-movimiento anti-austeridad y con la ambición de reconstruir el
espacio de la izquierda y de la socialdemocracia, aunque se llame de
otra forma. Y es normal que las fuerzas neoliberales ataquen
principalmente a dicho movimiento, y lo anuncien como la llegada del
Mal.
Y es normal que no haya una extrema derecha claramente
identificada en España, puesto que, como hemos planteado, está
interiorizada en esa parte de la sociedad que centraliza sus demandas en
un partido heredero, pero readaptado al paradigma de la monarquía
parlamentaria y la democracia liberal, y que encuentra su marco de
existencia con el nuevo centro-derecha y con los socioliberales.
Pero
por normal que sea, no debería serlo. Nunca toleraremos a los
intolerantes; nunca legitimaremos a quienes no suscriban los DDHH. La
única solución posible será, en España, reparación. Y en Europa,
antifascismo.
Blog del autor:
http://lalogicadelkruger.blogspot.com/
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Nota .- Véase además el caso inglés y la posibilidad de un Brexit , con sondeos que le están dando 7 puntos al si sobre el no .