martes, 18 de noviembre de 2014

La cuestión del populismo .



La Ilustración populista


 La cuestión del populismo se ha convertido en uno de los temas centrales del debate teórico y político. En el debate político sirve sobre todo como invectiva, como acusación de demagogia, mientras que en el debate teórico, después de La razón populista (2005) de Ernesto Laclau, el término ha adquirido rango de concepto con valor analítico. Si se atiende a lo que el concepto de populismo critica y a lo que formula como novedad, hay que reconocer que supone una reacción frente al marxismo, frente a la incapacidad política de un marxismo cuyo discurso se ha vuelto cada vez menos apto para la acción política y la conquista de hegemonía

Este dictamen sobre el marxismo como macizo ideológico-político no es novedoso, pues ya fue emitido en los años 40 por Jean-Paul Sartre en su artículo Materialismo y revolución o en los 70 por Cornelius Castoriadis, quien afirmó en La institución imaginaria de la sociedad (1975) que los miembros de su grupo, 'Socialismo o barbarie', habían tenido que "elegir entre seguir siendo marxistas o seguir siendo revolucionarios", sin olvidar al Gramsci del artículo con el que saludó la revolución rusa y cuyo título muy elocuente era La revolución contra el Capital

La razón populista que propugna Laclau viene a incidir en el bloqueo que produce el marxismo como teoría determinista y como reducción identitaria del sujeto histórico a una clase predeterminada que lastra la capacidad de acción política de las clases populares. El determinismo económico subordina la política a un saber, a una verdad sobre la economía o sobre la lucha de clases. Este saber, por lo demás, no es otro que la veredicción que sirve de fundamento al poder en régimen liberal. 

Para el soberano liberal, el poder se basa fundamentalmente en un saber sobre la población y sus dinámicas de producción, intercambio y circulación de productos que configuran una esfera supuestamente autorregulada: la economía. El dirigente socialdemócrata o estalinista ocupa muy precisamente el lugar de ese poder basado en el saber que hizo identificar a Jacques Lacan "socialismo” con "discurso de la universidad". Ahora bien, un poder basado en la verdad solo puede implantarse cuando existe ya un poder con otra base. El propio soberano moderno del régimen liberal tuvo que ser primero soberano para ser después liberal. Como los neoliberales han afirmado correctamente, rectificando así algunas tendencias del liberalismo clásico, no existe autorregulación del mercado ni por lo tanto objeto del saber económico sin una constante intervención del poder político a fin de establecer y restablecer las condiciones adecuadas para el funcionamiento del mercado. 

Una política basada en el poder-saber no es por lo tanto capaz de dar cuenta de sí misma ni de crear las condiciones en que un saber puede funcionar como poder. La historia del marxismo político nos ilustra a este respecto: las dos grandes corrientes procedentes del leninismo ~de un malentendido sobre el leninismo– que ha conocido el siglo XX, elestalinismo y el trotskismo, han pretendido basarse en una verdad teórica, la del marxismo. Sus resultados fueron totalmente dispares: por un lado, el estalinismo, que tenía el poder, pudo imponer mediante la violencia de Estado su verdad, con el coste de sobra conocido, mientras que los trotskistas que no tenían el poder, se limitaron a proclamar esa verdad dividiéndose en capillas. 

La historia de la izquierda en el siglo XX se reparte así entre la impotencia, el terror y también, por supuesto, el oportunismo de las socialdemocracias unidas a los distintos pactos neoliberales, desde el ordoliberal hasta el friedmanita. Esta transformación liberal de la socialdemocracia no debe sorprender por lo demás a quien sepa reconocer en el paradigma del poder-saber la matriz misma del poder liberal.

Un movimiento político deseoso de transformación social tiene que salir de esa trampa y comprender la necesidad de partir, no ya del saber de un mando político, sino del "sentido común" de la población. El populismo, entre cuyas fuentes reconoce Laclau a pensadores marxistas heterodoxos como Rosa Luxemburgo, Antonio Gramsci o Louis Althusser, acepta la necesidad de partir de la ideología como concepción del mundo realmente existente, sin intentar inyectar desde fuera una verdad, sino produciendo desde dentro de una multitud cuyo mundo, cuyo entorno vital es necesariamente imaginario, las nociones comunes que llevan al buen sentido, a un ejercicio siempre parcial y problemático de la razón. 

La política se convierte así en un combate centrado en el ámbito ideológico, el de los significantes y las representaciones, en el cual lo que está en juego es en buena medida el significado de los significantes políticos. El saber queda así desplazado por un hacer que requiere de saberes específicos, pero que no pretende gobernar amparado en ellos. Ciertamente, la propaganda también produce este tipo de efectos, pues parte del sentido común e intenta incidir en él. 

Uno de los riesgos del populismo, de esa apelación explícita a la ideología y al sentido común es el de convertirse, no ya en política, operación inmanente al sentido común, pugna por su resignificación, sino en operación de manipulación de masas desde el exterior. El populismo se salva y es una vía eficaz y productiva de recuperación de la política cuando se instala en el antagonismo, pero degenera cuando su actuación es exterior y sustituye el poder-saber liberal o socialista por las técnicas de manipulación.

Un elemento central del populismo como estrategia política es suapelación al pueblo. Esto merece también una matización, pues el pueblo al que se refiere no es un pueblo ya existente, sino un pueblo en constitución. El populismo es una estrategia constituyente y no puede confundirse con las apelaciones al pueblo étnicas o raciales, pues estas presuponen un pueblo ya constituido, sea este real o imaginario. El populismo que teoriza Laclau y que hemos visto operar en los últimos decenios en el continente sudamericano es un populismo democrático en sentido estricto, pues no arranca de una representación ya dada del pueblo, sino del demos como sector no representado del pueblo en su totalidad conforme a la acepción clásica del término. 

El demos, el sector de la población que en la Grecia clásica se caracterizaba por no haber tenido su parte en el reparto del poder y de la riqueza, es, como enseña Jacques Rancière, un concepto esencialmente polémico, pues polémico, esencialmente discutible, es el determinar si –y conforme a qué criterios– un sector se ha visto injustamente tratado. Con todo, esa discusión, esa polémica congénita a la idea de que una sociedad se basa en el derecho del demos, es la esencia misma de la democracia o, lo que es rigurosamente lo mismo, de la política. 

En una sociedad en la que la disputa sobre las partes y los derechos que corresponden a cada grupo estuviera cerrada –como ocurría según recuerda Maquiavelo en la disciplinada Esparta en contraste con la libre y turbulenta Roma– dejaría de haber política y democracia y solo subsistiría un régimen de conservación de las partes ya asignadas que en la terminología de Jacques Rancière, se denomina elocuentemente "policía". De este modo, como reitera Laclau, el concepto de populismo coincide con los de democracia e incluso de política. Más acá de la disputa populista solo quedan los espacios del poder-saber, de la economía como destino ineluctable y de la neutralización de todo antagonismo.

Suele criticarse al populismo como apelación irracional al sentir de las mayorías que no tiene en cuenta la necesidad económica o las determinaciones sociales que son objeto del saber-poder. Esta crítica es, sin embargo, muy poco sólida, pues presupone que el pueblo del populismo democrático es el pueblo existente, el privado de protagonismo político por el propio sistema de poder-saber que critica al populismo. Sin embargo, el pueblo de que se trata es un pueblo que no existe, un demos politizado, en escisión respecto del pueblo y del mando correlativo ya existente. 

No hay ninguna irracionalidad en una recuperación del espacio público y una reactivación del debate sobre lo común, del debate propiamente político, a condición de que no se confunda política populista con simple manipulación propagandística. El populismo democrático apela a una razón del demos, exige que se dé razón de toda medida política en la plaza pública y no solo en los ámbitos cerrados y reservados de los gabinetes de un poder al que se supone un saber propio no compartible ni discutible. El populismo, como figura activa, constituyente, de la democracia, es así un proceso genuinamente ilustrado de producción de nuevos espacios de racionalidad, de nuevas formas de autonomía. El populismo recupera así el espacio público donde se despliega el “uso público” de la razón que, según un Kant que coincide con Maquiavelo y con Spinoza, es la base de todo avance de la Ilustración.

El populismo, como reactivación y recuperación de la democracia, como proceso constituyente es un desafío de primer orden para unas democracias representativas y tecnocráticas que habían dejado de lado a ese exterior interior a toda democracia que es el demos. La reactivación del demos como sujeto unificado alrededor de un significante “vacío” que subsume múltiples demandas crea una nueva figura de pueblo, pero de un pueblo que es multitud en potencia de Ilustración, multitud que abandona la minoría de edad que la caracteriza en los regímenes de poder-saber. 

Estos regímenes, que dicen velar por la felicidad y el bienestar de la población, mantienen a esta en un estado de minoría de edad y son, como Kant afirmaba "el peor de los despotismos". Podemos, el nombre de una nueva formación política española cuyos fundadores reivindican abiertamente el populismo democrático y constituyente, es, entre otras cosas, una respuesta al imperativo kantiano de la Ilustración: sapere aude! (atrévete a saber), aunque este saber no deba identificarse con unsaber-poder de casta, sino con una progresiva producción de saber racional por parte de un pueblo en devenir.


 Y ver ....


Redalyc.Reseña de "La razón populista" de Ernesto Laclau

www.redalyc.org/pdf/902/90201013.pdf




La memoria democrática y el sr Cercas.


El impostor y la memoria democrática

Javier Cercas, a partir del caso Enric Marco, critica la industrialización de la memoria y la aproximación sentimentaloide al pasado.
Negar como hace el escritor que exista la memoria histórica significa dar por bueno el relato del pasado que el Estado construyó y difundió entre los años sesenta y ochenta.
Las críticas del libro de Cercas pueden servir para que, diez años después, asociaciones e instituciones superen los errores de la aproximación emocional al pasado.
Alfons Aragoneses . El Diario.es.



Javier Cercas acaba de presentar su nueva obra titulada El impostor. El escritor reconstruye la historia real de Enric Marco, el impostor que se hizo pasar por deportado a los campos nazis, al mismo tiempo que hace un repaso devastador de lo que él llama “la industria de la memoria” en nuestro país y una crítica a su historia reciente. En las entrevistas en las que se ha prodigado ya lanzaba las ideas que sustentan el libro: "La memoria histórica no existe, solo existe la memoria individual". "La memoria histórica se ha vuelto una industria".

Cercas estudia el caso Marco y lo aprovecha magistralmente para cargar contra una determinada forma de construir lo que él nombra “la llamada memoria histórica”, aunque no queda claro si hace referencia a la memoria democrática o a una determinada forma de reconstruir la memoria histórica. En todo caso, acierta en la crítica a ciertas aproximaciones emocionales y sentimentaloides al pasado reciente que hacen más mal que bien a nuestra cultura democrática.

Cercas aprovecha el caso Marco porque los que debieron extraer lecciones de aquel escándalo no lo han hecho en los casi diez años pasados desde que estalló. Lo que pasó en 2005 fue una gran oportunidad para modernizar la cultura de la memoria en España, para sacarla del gheto de la clandestinidad y del empeño de algunas asociaciones de víctimas por patrimonializarla. Fue una gran ocasión para europeizar la cultura de la memoria en España, tan dañada por una dictadura que sí elaboró su propio relato: el de la Cruzada y el de los XXV Años de Paz, el de las culpas compartidas y los errores moralmente equivalentes de dictadura y República.

Cercas relata muy bien cómo se gestó el escándalo. Explica la entrada de Enric Marco en Amical y el ambiente dentro y fuera de la asociación, que permitió que el engaño triunfase. Explica también lo que sucedió después, cómo muchas asociaciones, en lugar de abrirse, continuaron cultivando una cultura cerrada, resistencialista y patrimonializadora de la memoria de las víctimas. En muchos casos, las personas al frente de estas asociaciones no detectaron la necesidad de cambio ni los errores cometidos. Tras el escándalo, continuó algo que también denuncia Cercas en el libro y que los que estudiamos la deportación hemos vivido: la sacralización del testigo, a la que añadiría la del familiar del testigo, y la aproximación acrítica y sentimental al pasado.

Por todo ello, la crítica de Cercas es oportuna y útil. Pero no para descartar la petición de políticas de memoria, sino por lo contrario. El relato del escritor y su análisis debiera ayudar a que, diez años después, se sustituya la concepción comercial de la memoria histórica por la defensa de la justicia, de la verdad, de la reparación y el desarrollo de una memoria democrática en nuestro país.

Porque la memoria colectiva, contra el parecer de Cercas, sí existe. O al menos existe de la misma manera que la memoria individual: como metáfora. Los neurólogos desconocen el mecanismo de lo que llamamos memoria. Ignoran todavía cómo funciona la transmisión de impulsos que permite hacer referencias a experiencias del pasado. La memoria del ser humano es por ello una metáfora referida a esos desconocidos mecanismos. Y al igual que el individuo hace referencias al pasado, también los sistemas sociales -la sociedad en su conjunto, la política o el derecho- construyen relatos que hacen referencias al pasado. Es lo que llamamos memoria histórica. La memoria democrática es la que reivindica la lucha antifascista y por las libertades. Desgraciadamente en España existe memoria histórica del Estado, mas todavía no tenemos memoria democrática o esta es muy precaria.

Y es que Cercas, tan crítico con el concepto, hizo mucho por construir una determinada manera de referenciar el pasado de la guerra civil con su primera novela: la que ve errores moralmente equivalentes y no ve las diferencias entre el gobierno legítimo de un Estado tocado de muerte por los golpistas y unos fascistas que tenían un programa de eliminación física del enemigo. En el nuevo libro el autor, en un imaginado (¿?) diálogo con Marco, reconoce que Soldados de Salamina jugó una función en lo que algunos llamamos hace años el “boom del Franquismo” o "historia en migajas del Franquismo". Cercas, por tanto. participa de esa reconstrucción colectiva del pasado. O mejor dicho: participa de una determinada forma de reconstruir el pasado que hunde las raíces en los años sesenta, cuando Manuel Fraga y otros impulsaron la campaña de los “XXV Años de paz” que permitiría cambiar el discurso legitimador del régimen. Este discurso que todavía pervive es el de las culpas compartidas, el de la guerra entre hermanos en la que todos cometieron errores. Cercas participa de ella al equiparar moralmente al miliciano Miralles y al falangista Sánchez Mazas en su novela Soldados de Salamina.

Con su última obra, Cercas equipara todo el memorialismo a la industria de la memoria, aunque reivindica, sin llamarlas por su nombre, la necesidad de acabar con la vergüenza de los miles de cadáveres en las cunetas. Pero la memoria no es solamente Enric Marco y Amical de Mauthausen. De hecho, Cercas se refiere a esta organización como “la asociación de deportados”, cuando sabe perfectamente que es solamente una entre varias asociaciones de deportados, al lado de la FEDIP francesa o Triangle Blau o Amical Ravensbrück, escisiones estas últimas del Amical de Mauthausen. De hecho, el escritor cita solamente en una ocasión a una deportada, Neus Català, quien ya decía hace años lo que se descubrió en 2005: que Marco nunca había estado en un campo de concentración.

Cercas critica la sacralización del testigo, pero la propuesta que hace de sustituir testigo por historiador obvia que este último, por muy riguroso que sea, también está "inventando" el pasado desde sus anteojos culturales e ideológicos. Eso lo sabemos los que, como Cercas, vivimos y trabajamos en este momento en Cataluña.Además, pese a no ser sagrado, el testigo sí es necesario: como señalaba Ferriol Soria recientemente,el testigo, aunque no tiene la verdad, sí posee una de las verdades que, al lado de la histórica, la jurídica o la factual, también es importante a la hora de actualizar el relato del pasado.

Es necesario diferenciar entre esa llamada industria de la memoria -que en muchos casos ha intentado generar una cultura democrática que es muy precaria en España- de las demandas de derechos. Cuando se reclama reconocimiento y ayuda, también financiera, por parte de asociaciones o individuos, se están defendiendo derechos todavía vigentes y no realizados en nuestro Estado democrático de derecho. Eso hacían asociaciones y personas en los años setenta. Se dejó de hacer, dice Cercas, porque la vida en libertad hizo que se olvidasen estas reclamaciones. El escritor niega que hubiese un pacto de silencio, pero obvia el candado que entre 1981 y 1982 se echó en España para evitar la profundización en la joven democracia. Al cerrarse la vía de la justicia, la verdad y la reparación, se evitó que el incipiente discurso de la memoria democrática sustituyese al de los XXV Años de Paz.

Lo que Margalida Capellà llamó “la revuelta de los nietos” hizo resurgir la reivindicación memorialística veinte años después. Eso sin duda ha generado excesos o incluso falsedades como las de Marco, lo que hace que la denuncia de Cercas sea justa y pueda ser utilísima para separar el grano de la paja y conseguir desenmascarar no solamente a los Enric Marco que puedan seguir viviendo, sino también la impostura de unas elites españolas que, como Rodolfo Martín Villa, se inventaron en los años setenta y ochenta un pasado de liberales y demócratas de toda la vida. También la mentira de un Estado español que ahora pretende rescatar un falso pasado de país ajeno a la Segunda Guerra Mundial y salvador de judíos.

En resumen, me atrevería a decir que la crítica de Cercas a la industria de la memoria debe ser utilizada, pero precisamente para defender con más ahínco una memoria democrática en nuestro país. Porque, como la realidad se empeña en recordarnos constantemente, sin memoria democrática no puede haber una verdadera, moderna y europea cultura democrática. La alternativa es seguir con la inercia de la memoria histórica que comenzó a elaborarse en los sesenta, que continuó en los ochenta y que ahora esgrimen los defensores del pacto de 1978. Esa alternativa es la que continúa manteniendo miles de cadáveres en las cunetas y defendiendo a los franquistas que la justicia argentina reclama y que aquí dan lecciones de democracia.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Libia como estado fallido.

Las lecciones de Libia
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Dan Glazebrook
16/11/14





Hace tres años, a finales de octubre de 2011, el mundo fue testigo de la derrota final de la Jamahiriya Libia - el nombre con el que era conocido el estado libio hasta su destrucción en 2011, y que significa, literalmente, el "estado de las masas"- como consecuencia de un asalto masivo de la OTAN, sus aliados regionales y colaboradores locales.

Le costó siete meses a la alianza militar más poderosa del mundo - con un gasto militar combinado de cercano a 1 billón de dólares anuales - destruir completamente la Jamahiriya Libia (un estado con una población del tamaño de Gales) y necesitó una operación de fuerzas especiales conjunta británico-francesa-qatarí para hacerse finalmente con el control de la capital. En total, hubo 10.000 misiones de ataque aéreo sobre Libia, decenas de milesde muertos y heridos, y el país se convirtió en un campo de batalla de cientos de milicias sectarias, armadas hasta los dientes con armas saqueadas de los arsenales estatales o procedentes directamente de la OTAN y sus aliados. Gran Bretaña, Francia y los EE.UU. desencadenaron una guerra que transformó un prosperó país de África en un ejemplo clásico de "estado fallido".

Sin embargo, la imagen de Libia en los meses y años previos a la invasión era la de un Estado que había "sobrevivido a la Guerra Fría” y ahora mantenía relaciones amistosas con Occidente. El famoso abrazo de Tony Blair con Gaddafi en su tienda de campaña en 2004 marcó el comienzo de un nuevo período de 'acercamiento', y las empresas occidentales se apresuraron a hacer negocios en el estado africano rico en petróleo mientras Gadafi renunciaba a desarrollar su propia disuasión nuclear, señales aparentes de un nuevo espíritu de confianza y cooperación entre Libia y Occidente.

Sin embargo, esta imagen fue en gran parte un mito. Sí, se levantaron las sanciones y se restauraron relaciones diplomáticas; pero ello no implicaba que se recuperaba la confianza y la amistad. El propio Gadafi nunca cambió su opinión de que las fuerzas del viejo y nuevo colonialismo seguían siendo enemigas acérrimas de la unidad africana y su independencia, y por su parte, los EE.UU., Gran Bretaña y Francia continuaron cuestionando la asertividad y la independencia de la política exterior de Libia bajo el liderazgo de Gadafi. El Grupo Africano de Iniciativa Política de Petróleo (AOPIG) – una fundación norteamericana de élite que incluye a congresistas, oficiales militares y grupos de presión de la industria energética - advirtió en 2002 que la influencia de "adversarios como Libia" seguiría creciendo a menos que los EE.UU. aumentasen significativamente su presencia militar en el continente. Sin embargo, a pesar del 'acercamiento', Gadafi siguió siendo un firme opositor a esa presencia, como se señalaba con preocupación en numerosos telegramas diplomáticos de la embajada de Estados Unidos. Uno, por ejemplo, de 2009, subrayaba que "la presencia de elementos militares no africanos en Libia o en otros lugares del continente" era un "asunto prioritario" para Gadafi. Otro telegrama de 2008 cita a un funcionario pro-occidental del gobierno libio que afirma que "no habrá reforma económica o política real en Libia hasta que Gadafi desaparezca de la escena política", lo que "no sucederá mientras Gadafi esté vivo"; lo que no es precisamente la descripción de un hombre que se inclinase ante la voluntad de Occidente. A Gadafi no le habían conmovido los halagos a Libia (o la "deferencia debida" como lo describía otro telegrama de la Embajada de los Estados Unidos). que fueron especialmente evidentes durante el período de 'acercamiento'. De hecho, en la cumbre de la Liga Árabe en marzo de 2008, Gadafi advirtió a los jefes de estado reunidos que, tras la ejecución de Saddam Hussein, un ex "amigo cercano" de los EE.UU., "en el futuro, puede llegaros también vuestro turno ... Incluso a los amigos de América – y es posible que a nosotros, los amigos de América, un día aprueben colgarnos". Hasta ahí llegaba el nuevo período de confianza y cooperación. A pesar de la firma de acuerdos comerciales, Gadafi se mantuvo implacablemente opuesto a los EE.UU. y a la presencia militar europea en el continente africano (y lideró la lucha para reducir su presencia económica) a pesar de que ello le podría costar la vida. Los EE.UU. también los sabían y, a pesar de su adulación, por detrás estaban preocupados y resentidos.

Dado lo que sabemos ahora sobre lo que ha ocurrido en Libia - tanto durante el llamado 'acercamiento' entre 2004 y 2011, y después de 2011- es conveniente hacer un balance de esta experiencia con el fin de extraer las lecciones del enfoque de Occidente en sus relaciones con otros países del Sur global.

Lección uno: cuidado con el ‘acercamiento’

Como he mostrado, el llamado período de acercamiento fue todo lo contrario. Los EE.UU. continuaron siendo hostiles al espíritu independiente de Libia - como se puso de manifiesto por la oposición de Gadafi a la presencia de fuerzas militares de Estados Unidos y europeas en África. Ahora parece que los norteamericanos y los británicos utilizaron ese período para preparar el terreno para la guerra que finalmente estalló en 2011.

Los EE.UU., por ejemplo, utilizaron su nuevo acceso a funcionarios libios para cultivar las relaciones con aquellos que se convertirían en aliados locales clave durante la guerra. Lostelegramas diplomáticos filtrados muestran que el ministro de Justicia libio prooccidental Mustafa Abdul-Jalil organizó reuniones secretas entre Estados Unidos y funcionarios del gobierno libio fuera de los canales oficiales habituales y que, por lo tanto, no eran detectados por el Ministerio de Asuntos Exteriores y el gobierno central. También consiguió acelerar el programa de liberación de presos que permitió la liberación de insurgentes del Grupo de Lucha Islámico Libio (LIFG) que finalmente actuaron como tropas de choque de la OTAN durante la guerra de 2011. El jefe del LIFG - franquicia de Al Qaeda en Libia - se acabaría convirtiendo en el jefe del consejo militar de Trípoli, mientras que el propio Abdul-Jalil llegaría a ser el jefe del "Consejo Nacional de Transición" que fue instalado por la OTAN tras la caída de la Jamahiriya Libia.

Otra figura clave incubada por los EE.UU. en los años anteriores a la invasión fue Mahmoud Jibril, jefe de la Junta Nacional de Desarrollo Económico desde 2007, queorganizó seis programas de formación en los Estados Unidos para diplomáticos libios, muchos de los cuales posteriormente renunciaron y se pasaron del lado de los EE.UU. y Gran Bretaña una vez que comenzó la rebelión y la invasión.

Por último, la política de cooperación en materia de seguridad e inteligencia, que había sido un elemento clave de la época 'acercamiento', sirvió para proporcionar a la CIA y el MI6 un nivel sin precedentes de información sobre las fuerzas de seguridad libias y los elementos de la oposición a los que podían cultivar, lo que sería de gran valor para la conducción de la guerra.

La primera lección, por lo tanto es que el ‘acercamiento’, aparentemente una mejora de las relaciones, en realidad puede ser una "táctica a largo plazo" para sentar las bases de una agresión abierta, para la recogida de inteligencia y el reclutamiento de posibles colaboracionistas, estableciendo una quinta columna dentro del mismo Estado. Ello no quiere decir que sea imposible; simplemente, que debe abordarse con suma cautela y escepticismo por parte de los estados del Sur global. Se debe comprender que, para Occidente, es posiblemente un medio de hacer la "guerra por otros medios", parafraseando a Clausewitz. Algo particularmente pertinente en el caso de Irán, que actualmente es tentado con el cáliz envenenado de unas "mejores relaciones” con Occidente (aunque este 'deshielo' todavía puede ser echado por tierra por un Congreso de los EE. UU. Pro-sionista sin paciencia para las tácticas a largo plazo).

Lección dos: para Occidente, el cambio de régimen se ha convertido en un eufemismo de destrucción social total

Trato de evitar el término 'cambio de régimen', ya que implica el cambio de un "régimen" (generalmente entendido como un estado relativamente funcional y estable, aunque sea potencialmente despiadado) por otro. En la historia reciente de los llamados "cambios de régimen" impulsados por Occidente, nunca ha sucedido algo así. En Irak, Afganistán y Libia, los 'regímenes' no han sido sustituidos por otros ‘regímenes’, sino que han sido destruidos y reemplazado por "Estados fallidos", donde la seguridad es inexistente, y ninguna fuerza armada es por si sola lo suficientemente fuerte como para constituirse en "estado", en el sentido tradicional de establecer un monopolio legítimo de la violencia. Esto a su vez provoca más divisiones sociales y sectarias, ya que ningún grupo se siente protegida por el Estado, y cada uno promoverá una milicia que defenderá su localidad específica, tribu o secta - y por lo tanto el problema se perpetúa, con la inseguridad generada por la presencia de algunas milicias poderosas que conducen a la creación de otras. El resultado, por lo tanto, es la ruptura total de la sociedad nacional, en la que las funciones de gobierno, en especial la seguridad, son cada vez más difíciles de llevar a cabo.

En Libia, no sólo fueron armadas y entrenadas por los EE.UU., Gran Bretaña y Francia diversas milicias sectarias, como el Grupo Islámico Combatiente Libio, durante la guerra contra la Jamahiriya Libia, sino que su poder fue alentado por el nuevo gobierno respaldado por la OTAN. En mayo de 2012, la Ley 38 concedió efectivamente la impunidad a las milicias, haciéndolas inmunes a las acusaciones de los crímenes cometidos durante la guerra contra la la Jamahiriya Libia (como la bien documentada masacre de inmigrantes y libios de raza negra), sino también en relación a los crímenes en curso que se consideraban "esenciales para la revolución". Esta ley dio efectivamente carta blanca a las milicias para asesinar a sus adversarios reales o imaginarios, gracias al apoyo de las autoridad que habían obtenido dos meses antes. En marzo de 2012, muchas de las milicias se habían incorporado a una nueva fuerza de policía (el Comité Supremo de Seguridad) y un nuevo ejército (el Escudo de Libia) - no sólo legitimándolas, sino proporcionándolas más recursos materiales para continuar su violencia e imponer su voluntad sobre las autoridades legales del país, en gran parte impotentes. Desde entonces, las nuevas fuerzas de policía de las milicias han llevado a cabo varias campañas violentas contra la minoría sufí del país,destruyendo varios santuarios en 2013. El mismo año, también sitiaron varios ministerios del gobierno, para obligarle a aprobar una ley discriminatoria contra los partidarios del gobierno anterior (lo que aumentará la inseguridad al prohibir que cientos de miles de funcionarios con experiencia puedan seguir trabajando para el gobierno). El Escudo de Libia, por su parte, masacró a 47 manifestantes pacíficos en Trípoli en noviembre del año pasado, y más tarde secuestró al primer ministro Ali Zeidan. Actualmente están envueltos en una guerra para derrocar al gobierno recién elegido, lo que probablemente ha costado y costará la vida a miles de personas desde el mes de junio. Esto no es un 'cambio de régimen': lo que la OTAN ha creado no es un nuevo régimen, sino las condiciones de unaguerra civil permanente.

Muchos, tanto en Libia como en Siria, se arrepienten de haber actuado como carne de cañón de la OTAN para sembrar las semillas de la destrucción en sus propios países. Cualquier que crea que operaciones futuras de 'cambio de régimen’ impulsadas por Occidente acabarán en democracias estables - o incluso teocracias islámicas estables - solo necesitan mirar a Libia para saber lo que les espera. El poderío militar occidental no puede cambiar los regímenes: sólo puede destruir las sociedades.

Lección tres: una vez que las potencias militares occidentales reciben su pie en la puerta, no van a dejar voluntariamente hasta que se haya destruido el Estado

Aunque la guerra en Libia comenzó con la autorización de la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU (1973), es importante señalar que esta resolución sólo autorizaba el establecimiento de una zona de exclusión aérea y el despliegue necesario para evitar que las fuerzas estatales libias entrasen en Bengasi. Esto se logró en cuestión de días. Todo lo que la OTAN hizo posteriormente fue más allá de los términos de la resolución y, por tanto, ilegal; como subrayaron con vehemencia muchos de los que habían apoyado (o al menos no se habían opuesto) la resolución, incluyendo a Rusia, China, Sudáfrica e incluso estados miembros de la Liga Árabe.

Más allá de pretextos, una vez que los EE.UU. y el Reino Unido están involucrados militarmente en un país de su lista, no se debe esperar que se auto-limiten. Según su posición el CS de NN UU en 1973 les autorizó a bombardear Libia. Los precisos objetivos legales se desvanecieron: una vez que se les dio luz verde para bombardear, no pararían hasta destruir Libia y acabar con Gadafi, cualquiera que fuera el argumentario jurídico original que les autorizó a intervenir.

Una analogía útil es la del ladrón que va a casa de una anciana haciéndose pasar por un inspector de gas. Una vez dentro, no se limita a la lectura del contador de gas: va a robar la casa.
Obviamente, esta lección es muy pertinente en Siria, donde los EE.UU., a los que pronto se uniría el Reino Unido, están llevando a cabo ataques aéreos cuyo objetivo ostensible es 'destruir ISIS'. Dado que su objetivo declarado a largo plazo es derrocar el Estado sirio, y que solo recientemente (y podría decirse que a medias en el mejor de los casos), han comenzado a considerar a los combatientes de ISIS como enemigos en vez de aliados, el nuevo objetivo debe ser admitido con precaución, cuanto menos.

Lección cuatro: la destrucción de un Estado no puede lograrse sin fuerzas de tierra

Un aspecto poco señalado de la guerra en Libia (que, sin embargo, ha sido analizado en detalle por Horace Campbell) es el hecho de que la capital, Trípoli, fue tomada en gran parte por fuerzas terrestres de Qatar, coordinadas por fuerzas especiales francesas y británicas (en directo contravención de la resolución del CS de NN UU de 1973). De hecho, ninguna parte de Libia estuvo en manos de los rebeldes sin masivos bombardeos de la OTAN contra las fuerzas estatales libias; después de las primeras tres semanas, una vez que el ejército libio contuvo la revuelta, ni una sola batalla fue ganada por los rebeldes hasta que la OTAN comenzó el bombardeo. Incluso entonces, los rebeldes solo pudieron tomar ciudades cuando las fuerzas de la OTAN habían destruido por completo la resistencia - y con frecuencia fueron expulsados de nuevo por el ejército libio a los pocos días. Esto a pesar del hecho de que muchas de las milicias de Misrata estaban bajo el mando directo de las fuerzas especiales británicas.

Esta situación implicaba que la toma de la capital iba a ser muy problemática. La solución fue la Operación Sirena del Amanecer: una invasión de Trípoli a finales de agosto por las fuerzas de tierra de Qatar, la inteligencia francesa y el SAS británico, precedida de varios días de fuertes ataques aéreos. Si bien es cierto que los colaboracionistas locales se unieron una vez que la invasión comenzó, y de hecho algunas unidades rebeldes conocían la fecha con anterioridad, la realidad es que la caída de Trípoli fue sobre todo una operación planeada y ejecutada por extranjeros.

Todo esto es de gran importancia para la situación en Siria en estos momentos. Durante la mayor parte de este año, la iniciativa en la guerra de Siria ha estado en el lado del gobierno, especialmente su reconquista del bastión rebelde de Homs en mayo. Si bien este impulso fue, en cierta medida, revertido por ISIS tras su avance en Irak, sin embargo, es evidente que la esperanza de una victoria rebelde sin una campaña aérea occidental parece poco probable.

Lo que demuestra Libia, sin embargo, es que, incluso con apoyo aéreo, las milicias rebeldes tienen pocas probabilidades de alcanzar la victoria sin una ocupación terrestre exterior. En el caso de Siria, puede ser aún más necesaria, porque la combinación de ataques aéreos contra ISIS y contra las fuerzas del gobierno sirio será mucho más difícil que en Libia, dados los sofisticados misiles antiaéreos S-3000 proporcionados por Rusia el año pasado al gobierno sirio. Ello hace que una invasión terrestre sea la opción más viable. Los medios de comunicación occidentales intentan presionar a Turquía para organizar una invasión terrestre, y es probable que las fuerzas turcas jueguen en Siria un papel similar a las fuerzas de Qatar en Libia.

La guerra de Libia abrió los ojos a muchas personas, o debería haberlo hecho. Pero la lección primordial - si necesario reiterarla – es que los EE.UU., el Reino Unido, Francia y sus aliados no se detienen ante nada, incluyendo causar un colapso social total, con el fin de cambiar su situación económica mundial en declive a través de la destrucción militar. Esta es la realidad detrás de todo el discurso sobre la protección de los civiles, el humanitarismo y la defensa de la democracia: toda intervención militar occidental debe ser analizada desde esta realidad.

Dan Glazebrook es autor de Divide and Ruin: The West’s Imperial Strategy in an Age of Crisis .

Traducción para www.sinpermiso.info: Enrique García

domingo, 16 de noviembre de 2014

9-N .- Crónica de un chasco.

Después de la niebla. Se acabó la diversión: chascos y yerros de las izquierdas catalanas
Antoni Domènech · G. Buster · Daniel Raventós · · ·
 
17/11/14
 

La noche del pasado 25 de julio, tras el “Pujolazo”, nadie habría dado un céntimo por el gobierno de la Generalitat y por su presidente, Artur Mas. Un presidente que, además de declararse “hijo político” de Jordi Pujol, había sido durante años suconseller de Hacienda y su jefe de gabinete. Y un gobierno monopolizado por una fuerza política (CiU) que, sobre haber empezado su andadura (en 2010) con un postureo extremistamente neoliberal y austeritario vistosamente aplaudido y sostenido parlamentariamente por el PP, sobre tener su sede embargada por uno de los más escandalosos casos de corrupción política registrados hasta la fecha en el Reino de España, acababa de asistir al suicidio moral y político, en directo y ante propios y ajenos, de su fundador, padre, patrón y, si se quiere decir castizamente, señor de horca y cuchillo. Para complicar más las cosas, ese gobierno derechista que se había subido atropelladamente al carro del soberanismo tras el gran éxito de la Diada del 11 de septiembre de 2012, no dependía ahora del PP, sino que, desde el fiasco electoral de CiU en noviembre de 2012, dependía parlamentariamente de la benevolencia de lo que casi todo el mundo entendía como la fuerza política de futuro en Cataluña, una pujante ERC de centroizquierda. Y para complicarlas todavía más, y por si el sedicentemente férreo marcaje parlamentario de ERC sobre CiU no bastara, existía un poderosísimo movimiento democrático popular (centenares de miles de personas) de inspiración soberanista que, vigilante en la calle, pasmosamente bien organizado y dotado de una enorme capilaridad social, podía –como tanto se ha repetido— “pasarle por encima a Mas y a su gobierno” sin mayor tramite que el de proponérselo.
Este pasado 10 de noviembre ni sus peores enemigos podrán negar que Mas es ahora mismo –¡menos de 4 meses después!— el verdadero amo del tablero de la política catalana. ¿Cómo es posible?
Hace poco más de un año, escribíamos que el imponente auge del movimiento popular soberanista en Cataluña revestía el carácter de un auténtico curiosum en la vida política europea: un enorme movimiento popular de protesta democrática callejera, insólito en una Europa meridional cuyas poblaciones comenzaban a sucumbir visiblemente en la calle (Grecia, Portugal, no digamos Italia) a los efectos social y políticamente devastadores de cuatro años de extremistas políticas procíclicas de consolidación fiscal, destrucción salarial, estrangulamiento de servicios públicos y jaque sin precedentes a los derechos sociales. Pues bien; este asombroso triunfo  al que acabamos de asistir de lo que un perspicaz periodista ha comenzado ya a llamar el “partido del Presidente” viene a confirmar ese carácter. Para lo que puedan servir, las observaciones que siguen tratan de echar alguna luz más o menos informal –y más o menos desenfadada— sobre las últimas aventuras y desventuras del curiosumcatalán.

1. Crónica de un chasco
Vayamos a los hechos más pertinentes entre el 25 de julio  y el 9N:
26 de Julio.— El día siguiente al shock de la confesión autoinculpatoria de Jordi Pujol, ningún partido o grupo de las izquierdas catalanas (PSC, ERC, ICV, EUiA, CUP) se atreve a exigir la dimisión inmediata del presidente Mas y de su gobierno austeritario. Verosímilmente, en el caso de las cuatro últimas fuerzas, porque ninguna se atreve a presentarse como la primera en poner en riesgo el “proceso soberanista” en marcha: había, supuestamente, una situación, de emergencia nacional. Ni siquiera se aprovecha la circunstancia para exigir la remodelación del govern, y la salida del mismo de tipos tan emblemáticamente causantes de la peor emergencia social, como el privatizador conseller de Sanidad Boi Ruiz, el inefable home de negocis del entorno inmediasto de la familia Pujol, Felip Puig, o el verdadero monumento a la torpeza locutiva parlamentaria que es el conseller de economía Andreu Mas Colell.
Agosto.— De este mes de vacación veraniega lo más notable parece una conversación secreta entre Mas y Junqueras, en la que el presidente hace saber al “líder de la oposición” su determinación a que la consulta del 9N (pactada en diciembre de 2013) no se salga de la legalidad, y de no proceder a hacerla como tal, si el gobierno español recurre al Tribunal Constitucional y éste la paraliza. Se suceden una serie de declaraciones amedrentatorias de Junqueras hacia Mas, el sentido inequívoco de las cuales es que si Mas no cumple con el 9N tal como acordaron en su día las fuerzas integrantes del pacto soberanista, Junqueras dejará de sostener a Mas parlamentariamente. El resto de fuerzas soberanistas (ICV, EUiA y CUP) exigen a Mas lo mismo, y aprovechan para dar a ERC una puñalada de pícaro –algunos, un simple pellizco de monja— por su sostén parlamentario a las políticas neoliberales “inaceptables” de Mas y su govern. Abundan los comentarios periodísticos y tertulianos de que si Mas no cumple lo pactado para la consulta del 9N, el presidente “está acabado”, y no sólo parlamentariamente: también porque la “sociedad civil movilizada le pasará por encima”.
11 de Septiembre.— La gran V ciudadana de la Diada fue un éxito de convocatoria popular no por esperado, menos espectacular. El Pujolazo parecía no haber hecho mella en la moral popular, y el movimiento democrático realizaba otra demostración de fuerza, autoorganización y enorme capilaridad social, particularmente entre unas robustas clases medias catalanas ahora crecientemente politizadas con la crisis por el soplo de la esperanza soberanista, pero de gran y vieja tradición democrática. Los habituales insultos de la nueva y la vieja extrema derecha españolistas (“nazis”, “identitarios”, etc), además de inaceptablemente necios en sí mismos, no pueden sino reforzar la cohesión y la autoestima de los injustamente insultados. No sólo eso: la “causa democrática catalana” empezó a ganar adeptos inesperados por todo el Reino.
26 de Septiembre.— Tras varias escaramuzas entre ERC y CiU sobre la fecha más conveniente de comparecencia de Pujol en sede parlamentaria que los lectores muy interesados en el Procés recordarán de sobra, pero que no merecen ni ser recordados para el resto de lectores, un expresidente expuesto a la befa y aun al escrache públicos desde el 25 de julio comparece ante el Parlament para dar explicaciones. Lo más notable de esa comparecencia termina siendo la explosión de cólera de un Pujol firme y ensoberbecido, que ni siquiera se priva de acusar a sus (tímidos) acusadores de “inmoralidad política”. El espectáculo resulta tan pasmoso, que sólo parece prima facie descriptible en términos etológicos, más que propiamente políticos. Es el de un viejo macho alfa haciendo gran alarde de sus facultades de plenitud ante una colección de acollonados diputados y diputadas. (Para ser justos, y con independencia del contenido de sus respectivas intervenciones, hay que decir que sólo las del ecosocialista Joan Herrera, el independentista radical David Fernández y el monárquico-liberal Albert Rivera lograron sobreponerse un poco al clima de estupefacción imperante.) Pero la pregunta propiamente política que quedó en el aire es otra: cómo consiguió la Segunda Restauración borbónica y su régimen del 78 convertir al Parlament  y la Generalitat de Catalunya –instituciones harto más antiguas, como suele recordar con razón Mas— en una jaula más apta a la observación etológico-cognitiva que a la crónica política. La pregunta es tanto más pertinente, cuanto que el Pujolazo parecía haber desbaratado de golpe la ilusión –más tácita que explícita—de buena parte del soberanismo, según la cual Cataluña era diferente y aún muy diferente de España: como si la “Transición”, dígase así, no hubiera tenido también radicales efectos de configuración de la política catalana, por “específicos” que éstos fueran (como, en efecto, fueron: pero de eso, luego). Baste por ahora decir que esa ilusión, que no es la única, ni siquiera, tal vez, la más importante, ha sido desde luego parte importante en los errores graves de las izquierdas catalanas: nunca hubo “oasis catalán”).
27 de Septiembre.— En un acto revestido de toda la solemnidad protocolaria, Mas firma el decreto por el que se regirá la convocatoria del 9N. Lo más recordado de ese día son los mohines emocionados del dirigente de la CUP David Fernández. El ecosocialista Joan Herrera, al parecer más avisado, es, en cambio, el único jefe de las fuerzas del pacto soberanista que se niega a acudir a ese acto como séquito de Mas. Y es muy interesante observar esto, porque está cargado de consecuencias: Herrera se convierte por unos días en objeto de escarnio independentista: es un tites (un pendejo) y un vacilón, no un true believer. El hecho es muy importante por dos motivos:
A) porque, en efecto, Herrera nunca se presentó como tal, sino como un partidario consecuente del “derecho a decidir” de Cataluña, razón por la cual la crítica era cuando menos extemporánea, y:
B) la saña con que, a pesar de eso, fue atacado revelaba, por si falta hacía, que los independentistas true believers no terminaban de entender (¡exactamente igual que los unionistas españolistas más ranciamente apegados a la Segunda Restauración!) algo fundamental en la naturaleza del Procés que estaba en marcha. Y es a saber: no sólo que lo que se estaba dirimiendo era el  ejercicio de la autodeterminación de Cataluña, sino que para que ese ejercicio tuviera validez política y pudiera llegar a ser una vía hacia una posible independencia de Cataluña, era de todo punto imprescindible la máxima participación de los catalanes no independentistas, y con mayor motivo, huelga decirlo, de los que explícitamente reconocen ese derecho y luchan por él. Hace poco más de un año ya tuvimos ocasión de avisar sobre esta ceguera –ahora sabemos que suicida— de los independentistas más fervientes a propósito de la gran manifestación de la Diada de 2013: dijimos entonces que fue un error grave de la ANC convertir esa manifestación en un acto independentista excluyente. Ese error fue sólo uno de los primeros de una reveladora serie de yerros, no por innecesarios menos fatales.
29 de Septiembre.— El Tribunal Constitucional admite a trámite los dos recursos planteados por el gobierno de España contra el decreto de convocatoria del 9N de la Generalitat, y por consecuencia de esa admisión, queda suspenda provisionalmente la consulta, y Artur Mas, explícitamente “avisado” de su deber de “obediencia”.
14 de Octubre.— Mas anuncia que, en congruencia con la posición que fijó públicamente en agosto de proceder con escrupuloso respeto a la legalidad vigente, acatará esa decisión, y convoca a una especie de cónclave, rodeado de secreto y “discreción”, al conjunto de los partidos soberanistas que habían pactado el 9N. Idas y venidas, declaraciones altisonantes, estupefacientes lloriqueos del hasta hace muy poco “Goliat” Junqueras en una estupefaciente entrevista retransmitida en directo. Mas propone y acaba imponiendo un “Nou-Nou-N”, un nuevo 9N, un “butifarrendum”, como llegó a bautizarse en su momento, que ya no sería una “consulta” legalmente amparada por su decreto, sino una especie de fiesta participativa popular con voto incluido.
19 de Octubre.— La ANC y Omnium organizan un gran acto en Barcelona al que acuden cerca de 100.000 personas. Resulta evidente que Carme Forcadell y Muriel Casals han sucumbido al ultimátum de Mas: o butifarrendum o se acabó el Procés, es lo que hay. En su parlamento desde la tribuna, Carme Forcadell hace un amago de autonomíaa y, tras aceptar el butifarrendum como mal menor, “exige” al President en nombre del movimiento popular soberanista que haya elecciones pleibiscitarias inmediatamente después del 9N (“antes de tres meses”). No cabe duda de la composición ideológica de los manifestantes: el 58,6% de los que se declaran de izquierda en Cataluña son independentistas, y lo son también el 58,5% de los que se declaran de centroizquierda; por contra, sólo el 33% de los independentistas se declaran en el centro, sólo el  36,2% se ubican a sí mismos en el centroderecha, y sólo el 38,2% se sitúan netamente en la derecha. La esforzada –y crédula— masa de izquierda que asiste combativa al acto ni siquiera repara en el hecho de que, en la tribuna de los parlamentos se halla un personaje exsocialliberal (del PSC) pasado al neoliberalismo duro de CDC, el tertuliano habitual y consejero de Endesa Germà Bel. El “tibio” Herrera no asiste al acto; Junqueras, sí, pero –en vivo contraste con el chocante regocijo de otros jefes de formaciones de izquierda menores—sin el ningún entusiasmo y con una inconfundible cara de circunstancias: ya empezaba a darse por muerto politicamente.
4 de Noviembre.— Después de celebrar por todo lo alto el “fracaso de Mas y su consulta” y de hacer todo tipo de chanzas sobre el sucedáneo del Nou-9-N, el gobierno Rajoy da un paso aparentemente incongruente con eso, y presenta ante el TC un nuevo recurso contra el “butiffarrendum”. El TC lo admite también a trámite por unanimidad, lo que significa su automática suspensión, pero esta vez sin –como pretendía el gobierno— “advertir” expresamente al Presidente Mas de la “obligación de cumplimiento”. Como explicó en su momento el constitucionalista Pérez Royo, tal como estaba planteado, el “butifarrendum” no era ya otra cosa que ejercicio de libertad de expresión y “derecho al pataleo”, y difícilmente podía hacer ya más de lo que hizo el TC sin perder el último adarme que pudiera quedarle, no ya de autonomía, sino de probidad jurídica. Por una filtración de El Periódico de Cataluña del 7 de noviembre, se supo que existía desde hacía meses una línea de negociación secreta entre el govern y el gobierno, cuyos protagonistas principales eran la vicepresidenta Soraya Sáez de Santamaría y el superasesor de Rajoy Pedro Arriola, de un lado, y, del otro, la vicepresidenta Joana Ortega y Joan Rigol, presidente de la Comisión delDret a decidir. La naïf e irritada reacción de Junqueras a esas revelaciones autoriza a creer que, ahora sí, el hombretón se daba definitivamente por muerto.
8 de Noviembre.— La autoproclamada “astucia” de Mas en el manejo del Procés no fue desmentida por los hechos: si lo que verosímilmente habían pactado los negociadores secretos era que todo se dejara en manos de la “sociedad civil” y que elgovern se mantuviera prudentemente al margen, Mas hizo lo contrario: asumió públicamente toda la responsabilidad y presentó abiertamente el butifarréndum como un proceso, en el desarrollo del cual su gobierno, además de “responsable último”, era parte organizativa importante, junto con los partidos soberanistas y la “sociedad civil”.
9 de Noviembre.— Las fuerzas soberanistas consiguen un éxito de movilización y organización indiscutible, para tratarse de un “butiffarrendum”: 2 millones 400 mil votantes (más de un tercio del censo eficazmente improvisado sobre la marcha, a la norteamericana). En una jornada por muchos motivos memorable, y como si del final del Padrino se tratara, en 24 horas el President ha liquidaso de un solo golpe a todos y cada uno de sus enemigos: ha humillado de forma antológica a Rajoy y al gobierno de España, con efectos verosímilmente demoledores para un PP ya herido de muerte por los interminables escándalos de corrupción; ha llevado al ridículo de la extrema desesperación al PP de Cataluña, cuya líder, Sánchez Camacho echa la lengua a pacer e irrita notablemente al fiscal general del Estado; se ha cepillado sin despeinarse a Junqueras; y para postre, ha culminado la jornada con un letal abrazo del oso al verboso (y valioso) líder del independentismo más radical y “de base”, un David Fernández inopinadamente atacado por la enfermedad que el viejo Marx diagnosticó en su día como “cretinismo parlamentario”. Artur Mas es el verdadero héroe de la jornada. Sin pretenderlo, acaba de rendir el que tal vez sea el último servicio prestado por el soberanismo catalán como factor capital de descomposición del régimen del 78. Andres Trapiello expresaba todo un estado de ánimo de la derecha españolista más doliente desde las páginas de El País (¡El País!): “el independentismo logró en 12 horas lo que no consiguió el terrorismo de ETA en treinta años: liquidar el Estado”.
El 10 de Noviembre y su resaca inmediata.— En la fecha en la que tantos y tantos incautos, y tantos y tantos demagogos grupusculares –y tantos y tantos aprendices de Gran Inquisidor dostoyekskiano— habían dicho que Cataluña sería ya independiente (las hemerotecas son muy crueles), el Procés vuelve a la casilla de partida: no hay fecha alguna para un “verdadero referéndum de autodeterminación”, y sólo la obcecación del beato o la premeditación del manipulador puede considerar factible algún tipo de DUI (Declaración Unilateral de Independencia): hasta el omnipresente tertuliano y economista pop neoliberal Xavier Sala i Martín, el campeón de los diagnósticos acertados, ha tenido que salir al paso de independentistas todavía más presos que él del espejismo, según el cual un proceso de independencia en el mundo encantadoramente “globalizado” en que vivimos es cosa poco menos que de coser y cantar (para divertirse comprobando que este tuerto neoclásico es ahora el rey del “realismo” político, véase AQUÍ). La señora Forcadell lleva ya días callada, y, por supuesto, no se espera que le recuerde al President el “ultimátum” que le dirigió el pasado 19 de octubre (elecciones “antes de 3 meses”). Por distintos motivos, lo cierto es que nadie está de verdad interesado en unas elecciones autonómicas, y menos que nadie el intrigante Iceta y los zozobrantes Rajoy y Pedro Sánchez.  
No lo están el resto de fuerzas soberanistas, que nada podrían ganar con unos comicios anticipados, y algunas, si no todas, podrían perder mucho con la segura irrupción a lo grande de Podemos en el panorama catalán, una fuerza que ya ha advertido que, a diferencia de las municipales (Guanyem Barcelona), ni siquiera dejará en las autonómicas que ICV sea cola de león. Una fuerza, cuyos principales dirigentes (Pablo Iglesias e Iñigo Errejón) han llegado ya a esbozar una política inteligente respecto del derecho de autodeterminación de Cataluña y que, además de arrebatar votos a las izquierdas tradicionales catalanas (y de frenar definitivamente el postureo demagógico de ese Albert Rivera que comparte asesora de imagen con el huero figurín que está provisionalmente a la cabeza del PSOE), podría sacar de la abstención a una enorme bolsa de votantes tradicionalmente excluidos del “oasis catalán”, particularmente en los barrios obreros de Barcelona y su comarca. (Dicho sea de paso: una particularidad en la configuración de la política catalana por la Transición es el pacto entre PSC y CiU luego del caso Banca catalana en 1984, por el que, a través de distintos mecanismos –incluido señaladamente el del tipo de política lingüística impuesta por el pujolismo a las instituciones públicas— las elecciones autonómicas se conviertieron en la práctica en elecciones con sufragio censitario, con baja participación del cinturón rojo barcelonés: el PSC sólo podía ganar en las generales españolas, CDC ganaría siempre en las autonómicas catalanas.)
Y aunque el crecido portavoz Homs no tardó en sacar pecho declarando que CDC no teme ni unas elecciones anticipadas ni presentarse en solitario a las mismas (sin lista única” independentista), el secretario general de CDC, Rull,  ya ha dejado dicho que “el objetivo no es correr, es llegar, votar y ganar”. Y Mas, héroe y dueño por ahora de la situación, no se ha privado hoy mismo (16 noviembre) de acusar al resto de fuerzas soberanistas de “dividir”, declarando redondamente que las cosas de palacio van despacio y que “el independentismo debe todavía crecer y seducir a los que votaron ‘sí-no’”.
Harina de otro costal es que Mas se salga esta vez con la suya. Si sólo siguiera contando la “emergencia nacional”, habría a estas alturas que descontar como muy probable que sí, que se saldría con la suya. Pero está también la “emergencia social”, y no es nada seguro que, tras haberse despejado definitivamente la “niebla independentista” en Cataluña, no empiecen a estallar con toda su fuerza y a radicalizarse dinámicas unitarias de “emergencia social”: el prometedor fenómeno municipal de Guanyem-Barcelona va, obviamente, en esa línea. Después del 9N, Cataluña ha entrado en un escenario político “postindependentista”:  muy difícilmente podrá el independentismo seguir monopolizando la agenda política.

2. La geografía social y política del voto del 9N, y los límites del independentismo
Aunque el derecho de autodeterminación de Cataluña figura sólo en el puesto 4º del ranking de preocupaciones de los catalanes (por detrás del paro, de la situación económica y de la corrupción política), un 80% está claramente a favor del ejercicio de ese derecho. El 9N sólo fueron votar un tercio largo de los convocados a las urnas de cartón. Una cosa es segura: prácticamente todos los independentistas fueron a votar: si admitiéramos que todas las papeletas ‘si-si’ expresan una posición independentista (lo que no es, obviamente, el caso en este “butifarréndum”, porque hay que registrar un indeterminado pero desde luego no pequeño volumen de voto estratégico de castigo a la caverna españolista), los independentistas son 1,8 millones de votos sobre un censo de más de 6. Otro medio millón largo votó otras cosas, señaladamente el “si-no” recomendado informalmente por los jefes de dos partidos tradicionales de la escena política catalana –la Unió de Durán Lleida y la ICV de Joan Herrera—, cuya profunda crisis actual se expreso en el hecho de que ni siquiera lograron fijar una posición común de partido sobre el sentido del voto. Es decir que del 80% de partidarios del ejercicio del derecho de autodeterminación que no son independentistas, sólo una porción muy pequeña acudió a las urnas. La obcecación de los independentistas con el independentismo, su incomprensión del hecho elemental de que, incluso para favorecer la causa del independentismo, había que presentar clara y no sectariamente el proceso como un proceso de autodeterminación al que todos los demócratas partidarios del “derecho a decidir” estaban convocados y eran bienvenidos, se atravesó como principal obstáculo en el camino de una participación masiva del voto democrático antiindependentista en el “butifarréndum”. Mas, que es ahora el listo de la clase, apunta precisamente a eso cuando dice que el “independentismo tiene que crecer” y tratar de “seducir” al voto ‘si-no’ . Dicho sea de pasada, y llevando hasta el final la falsa lógica de una “consulta” que no era tal, sino una jornada de movilización contra la prohibición del ejercicio del derecho de autodeterminación: alguna fuerza soberanista de izquierda, aparentemente consciente de que el proceso soberanista catalán era sobre todo una manifestación de la crisis de la Segunda Restauración –y no un repentino e inopinado  brote de locura identitario-nacionalista de centenares de miles de catalanes—,   podría haber apostado por un “si-en blanco”. Eso habría al menos mostrado que no se estaba necesariamente por principio en contra de la independencia, sino que simplemente se dejaba esa cuestión al albur de la evolución venidera de la crisis del régimen monárquico español, poniendo de paso en evidencia al más iluso de los espejismos independentistas, la idea de que “todo depende de nosotros”, pase lo que pase en el resto del mundo, y particularmente, sea cuál sea la correlación de fuerzas políticas en el conjunto del Reino de España…
Si atendemos a la geografía social y política del voto del 9N, la conclusión es evidente: la mayor participación se correlacionó con el mayor volumen de “si-si”, y eso se dio en la Cataluña profunda (la central no costera, salvo el autónomo Valle de Arán, desde siempre hostil al independentismo). Por el contrario, le menor participación se correlaciona con el mayor volumen de voto distinto al “si-si” –particularmente el “si-no”—, y eso se dio en la Cataluña costera y muy particularmente en el llamado “cinturón rojo” de Barcelona: en Hospitalet, la segunda ciudad del país en peso demográfico, sólo votó “si-si” el 13,82% (frente a la media del 80%); en Santa Coloma de Gramanet, el 10,76%;  en Cornellá, el 14,30%...

3. La autodeterminación es la luna; el movimiento neoindependentista catalán es sólo el dedo que apunta hacia ella
Ayer, 15 de noviembre, nada menos que The Economist se pronunciaba sobre el asunto catalán con un editorial exigiendo poner de una vez fin a la disputa “dejando votar a los catalanes” en un referéndum legal “como el escocés”. El mundo empresarial madrileño y barcelonés se ha movido desde hace tiempo en un sentido no muy distinto. El esquema de base parece suficientemente realista a primera vista, habida cuenta de los resultados del 9N: hoy por hoy, los independentistas están todavía muy lejos de poder ganar un referéndum; no hay precedentes de un referéndum de secesión que haya registrado una participación inferior al 83%, y en Quebec se registró cerca de un 98%: así que al independentismo catalán le faltarían todavía, en el más halagüeño de los casos, alrededor de un millón de votos.)  ¿Por qué, pues, enterquecerse en abortarlo? Parece necio. El pequeño problema, como hemos contado varias veces desde estas páginas, es que el Reino de España no es el Reino Unido. El régimen del 78, como ha observado agudamente el constitucionalista español Javier Pérez Royo, no fue una restauración de la democracia con formas monárquico-parlamentarias, sino que fue una restauración monárquica con formas democráticas (“Monarquía insostenible”, El País, 27 de junio 2014). El precio de ese pecado original fue la liquidación, no sólo de la reivindicación republicana, sino de las exigencias de autodeterminación para Cataluña, Euskadi y Galicia común a todas las izquierdas  antifranquistas, incluido el PSOE de Suresnes: ningún pueblo de España podía autodeterminarse, si la Segunda Restauración significaba precisamente la negación de la autodeterminación del conjunto de todos los pueblos de España.
El ponente constitucional comunista Jordi Solé Tura se quedó en su momento sólo en esa nueva posición revisionista; PSOE y nacionalistas vascos y catalanes se limitaron a mirar oportunistamente para otro lado (para luego recoger los frutos de su inclusión en el arco político dinástico). Empezó entonces en España un muy rentable negocio académico y publicístico, consistente en degradar o poner al menos sordina al principio de autodeterminación de los pueblos, un principio forjado por la Escuela de Salamanca en el siglo XVI (del modo más notable por Bartolomé de Las Casas) y recuperado y refinado por la Ilustración dieciochesca radicalmente anticolonialista (el enciclopedista Jaucourt –“mueran las colonias antes que un principio”—, el republicano Kant, el  revolucionario jacobino Abbé Gregoire y tantos otros). Ese principio, como el conjunto de los Derechos Humanos revolucionarios, desapareció prácticamente del derecho constitucional mundial –a pesar de los intentos de Lenin y del presidente Wilson por revivirlo a comienzos de la primera posguerra— durante 150 años: desde el golpe de Estado termidoriano (1794) hasta la derrota político-militar del nazifascismo en 1945.
La Declaración Universal de NNUU de 1948 lo reintrodujo con toda solemnidad, pero a causa del estallido de la Guerra Fría y de la consiguiente restauración de la doctrina geopolítica de las ”zonas de influencia” –que Roosevelt y su efímero Secretario de Estado Edward Stettinius habían querido evitar a toda costa en 1944—, el derecho de autodeterminación de los pueblos tendió a ser en la práctica revisado iuspositivistamente, recortado y limitado a situaciones de colonización “particularmente graves” en el llamado “tercer mundo”. (Obsérvese, por cierto, que tras el desplome del “socialismo real” y en el tránsito hacia la reconfiguración de las “zonas de influencia” volvieron a proliferar, para bien y para mal, las autodeterminaciones de distintos pueblos viejoeuropeos.) El caso es que Reino de España debe de ser es uno de los pocos países en donde parece académicamente respetable ignorar que la vieja doctrina que se afianzó entre de Vittoria y Bartolomé de Las Casas y el Kant republicano-revolucionario (ese “derecho internacional democrático-cosmopolita” que Meinecke dio por definitivamente muerto en 1908 en su clásico Weltbürgertum und Nationalstaat: la tripleta indivisible de inalienables derechos individuales, derechos colectivos de los pueblos y derechos de la humanidad toda) mantiene desde 1948 toda su vigencia doctrinal y está en el núcleo normativo (ius cogens) de la justicia universal y del derecho internacional público: el ius cogens es el principal baluarte jurídico internacional contra el peligrosísimo regreso de la Realpolitik y de la lucha geopolítica descarnada por esferas de influencia que ha traído consigo la remundialización económica neoliberal.
Precisamente: la "globalización" neoliberal, que ha puesto una presión insoportable sobre la soberanía monetaria y fiscal de los Estados nacionales, ha terminado por generar múltiples tentaciones de secessio plebis y fugas al Aventino, particularmente en la vieja Europa: debería ser suficientemente obvio que alguna relación guardan el auge soberanista en Cataluña y la capitulación de la soberanía española que significó la reforma exprés del artículo 135 de la CE improvisada por PP y PSOE en el malhadado verano de 2011. Cada Estado lidia con esas situaciones de desagregación centrífuga como puede o sabe: la politíca es históricamente path depending, como es bien sabido. 

Y lo que convendría entender cabalmente es que en el Reino de España esas tentaciones aventinas son particularmente peligrosas, porque se amalgaman a inveteradas exigencias de autodeterminación tal vez dormidas durante décadas, pero espectacularmente despertadas por la evidente trituración de la soberanía política del Reino de España a que hemos asistido en estos seis últimos años de grave depresión económica. Y la autodeterminación de los pueblos apunta al corazón mismo de la II Restauración. Lo importante aquí --a diferencia del Reino Unido UK— no es el resultado de un "referéndum”, que casi todo el mundo daría hoy por hoy por descontado, sino el hecho mismo de que se haga, es decir, el reconocimiento mismo del derecho de autodeterminación (véase por ejemplo el artículo de Francisco Laporta en El País del pasado 20 de octubre),

Sólo los obnubilados  pueden empeñarse ya a estas alturas en atender al dedo de la independencia que apunta a la Luna; porque el peligro real para los "poderes que realmente son" es, precisamente... la Luna, es decir, el ejercicio real del derecho de autodeterminación. El grueso de los errores políticos de las izquierdas catalanas en los últimos años derivan, en el mejor de los casos, de no sacar las debidas consecuencias de eso tan sencillo. En el peor, de ni siquiera advertirlo. El drama revelado en toda su magnitud el 9N es que, tras el lapso crucial que medió entre laAbdicación real y el Pujolazo, las distintas izquierdas catalanas tradicionales desaprovecharon la oportunidad política de enfocarlo así y de despejar preventivamente la niebla de la política catalana. Los antiguos pintaban a la ocasión (la diosa griega Tyché, la latina Fortuna) calva, porque pasa una sola vez, y si no la coges por el pelo y la dejas calva, ya no vuelve a pasar…  La crisis de la II Restauración seguirá, metamorfoseándose por otras vías y radicalizándose social y políticamente, y el problema de la autodeterminación catalana seguirá siendo parte importante en el desarrollo de esa crisis. Pero sea de ello lo que fuere, diríase que Cataluña comenzó a entrar el 9N en un escenario político muy distinto, en el que el independentismo habrá dejado de ser el asunto principal de la agenda política.  

Antoni Domènech es el editor de SinPermisoGustavo Buster y Daniel Raventós son miembros del Comité de Redacción de SinPermiso.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Conferencia en Bolivia de David Harvey . Vídeo.









[Vídeo] Pensando el mundo desde Bolivia - La Haine

www.lahaine.org/mundo.php/video-pensando-el-mundo-desde

México .-Masacres, medallas y mariachis

El gobierno español condecora al Comisionado General de la Policia Federal de México
Masacres, medallas y mariachis

El Temps

Traducido del catalán para Rebelión por Lucas Marco

Fue, como mínimo, esperpéntico. Al mismo tiempo que una ola de violencia sacudía a México de arriba abajo –el asesinato y desaparición de 43 estudiantes de magisterio de Ayotzinapa por la Policía, el secuestro y la muerte del diputado Gómez Michel y el fusilamiento por militares de 22 personas en Tlatlaya- y se evidenciaba, de nuevo, la corrupción y el desbarajuste de los cuerpos de seguridad de aquel país, uno de sus máximos capitostes, el cuestionado comisionado general de la Policia Federal, Enrique Francisco Galindo Ceballos, viajó a España para recibir una condecoración del Ministerio del Interior. Y no lo hizo a hurtadillas, sino bastante acompañado y por todo lo alto. Se llevó con él el mariachi completo de su corporación: 11 dragones de la Policía Federal con uniforme de gala. Para que no faltara de nada en la fiesta.
El propio ministro del Interior, el beatífico Jorge Fernández Díaz, se quedó de pasta de boniato cuando durante la celebración de la fiesta de la Policía Nacional, condecoró al comisario Galindo Ceballos, con la medalla al mérito policial en la modalidad de Plata Honorífica, y vio de cerca la guardia pretoriana de policías-mariachis que llevaba. El director general de la Policía, Ignacio Cosidó, intuyendo el marasmo, cogió el micro y, tras reconocer el esfuerzo realizado por el Gobierno mexicano para mejorar las condiciones de seguridad entre las naciones, inició un discurso que no tiene desperdicio: “Estamos ampliando el ámbito de seguridad europeo a una dimensión iberoamericana y México, con su Policía Federal, es un país líder en este proyecto común”. Nada sobre las constantes violaciones de los derechos humanos por los cuerpos policiales mexicanos, los asesinatos extrajudiciales y los centenares de desaparecidos… Los policías-mariachis hicieron dos representaciones –en Madrid y Palencia- que se alternaron con la de la Orquesta Sinfónica del Cuerpo Nacional de Policía. En todos los actos, el comisario Galindo-Ceballos alabó la sólida relación entre las dos policías y agradeció la ayuda de los españoles en la creación de la Gendarmería mexicana. Y se quedó tan ancho.
Paralelamente, en México, se iban descubriendo más y más datos (escalofriantes) sobre cómo habían sido asesinados los estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa (Guerrero) por agentes de la Policía Municipal y sicarios del narcotráfico, y aparecían nuevos testimonios sobre fusilamientos extrajudiciales… que la Secretaría de la Defensa Nacional había tratado de camuflar como enfrentamientos entre militares y presuntos delincuentes. Prácticas que, hasta ahora, nadie ha reconocido haber enseñado nunca.
Xavier Vinader (Sabadell, 1947), veterano periodista de investigación, recibió en 2007 la Creu de Sant Jordi. En 2009 el Centre d'Estudis Històrics Internacionals de la Universitat de Barcelona editó el libro ‘Xavier Vinader i Sánchez. Periodisme i compromís’ (Editorial Afers). También protagoniza el documental 'Xavier Vinader, periodista. Contra la guerra bruta', dirigido por Xavier Montanyà y Àngel Leiro.
[Publicado en la revista El Temps (nº 1586) del 2 de noviembre del 2014]