Europa, su crecimiento en entredicho, y la política exterior del Occidente en crisis Alemania está técnicamente en recesión y no crea empleo. Estancamiento puro y duro. Son los datos de la
oficina federal
de estadística del año 2012 (crecimiento del PIB, 0,4%) y del 2013
(0,1%). Cifras fundamentales de su (engañosa) contabilidad, que en
Alemania vienen siempre rodeadas de toda una sinfonía de índices del
Instituto IFO, sobre la “confianza empresarial” (casi siempre en
aumento) y el “buen ambiente” del raquítico consumo interno nacional. El
número de empleados está estancado, las cifras de paro (3 millones)
siguen sin moverse y el número de horas trabajadas ha retrocedido (un
0,3%) en ambos años. Desde 2008 el PIB alemán ha crecido un 2,2%. A eso
antes se le llamaba estancamiento. ¿Ha venido para quedarse?
No
es que creamos en su “crecimiento”. Ese desastre consiste en consumir
más de lo que el planeta es capaz de generar y transferir una factura
inconmensurable a las futuras generaciones. La política de austeridad de
los últimos años parece condenar a Europa a un largo
proceso de
estancamiento a la japonesa. Quizá el “crecimiento” se ha acabado. El
estancamiento puede ser una buena noticia, una invitación a reformar las
engañosas contabilidades basadas en el incremento del PIB que ignoran
la degradación
humana del cambio global; en el clima, en los océanos, en los ecosistemas, y, por supuesto, en las sociedades.
Sin creer en ello, lo que constatamos es la contradicción de su
disparatada doctrina: La estrategia europea para continuar alimentando
ese errado ídolo no funciona. Toda la construcción austeritaria del eje
Berlín-Bruselas, con sus vasallos incondicionales en Madrid, y sus
comparsas, socialdemócratas o conservadores, un poco por todas partes,
se viene abajo a la luz de las cifras alemanas que pasaban por ser
ejemplo continental. ¿En nombre de qué se va a justificar ahora la
prioridad del
pago a los causantes del
casino? Por mucho que se reste a la esfera social no hay “crecimiento”. ¿Cómo van a seguir justificando el recorte?
El otro gran vector europeo del momento es el
Acuerdo comercial
con Estados Unidos, negociado en secreto en nombre de los europeos,
para incrementar la primacía de las finanzas y las transnacionales sobre
el control público, es decir todo aquello que está en el origen de la
crisis. La crisis del proyecto europeo es la suma de esos dos vectores;
el estancamiento, por un lado, y el esfuerzo manifiestamente
antidemocrático por incrementar la regresión humana, por el otro. Es la
fórmula perfecta para la desintegración que propone la tecnocracia
oligárquica de Bruselas. Las sociedades de consumidores cada vez más
desiguales (entre ellas y en su interior) que componen la UE,
difícilmente volverán a apoyar un “proyecto europeo” privado de la
promesa de prosperidad y visto cada vez por más gente como la autopista
de la involución, el recorte y la desposesión. Pero, ¿se rebelarán?
De la indignación a la organización
En Francia, el país con la tradición social más despierta de Europa, la
resistencia
de la sociedad a las “reformas” —cuando “reforma” en el actual contexto
solo puede equivaler a “cambio a peor”— y las acusaciones de
“conservadurismo” —que, tratándose del propósito de conservar lo que
queda de derecho laboral y de soberanía, es todo menos denigratorio—,
confluyen en un panorama turbio. Por un lado el Partido Socialista está
en vías de “psoización” o “pasokización”, por el otro las aguas de ese
más que justificado desencanto generacional con la “gauche” (recordemos
que su abrazo al neoliberalismo, vía el europeísmo, data de 1983 con
Mitterrand) las recoge más el ultraderechista Frente Nacional de la
Señora Le Pen que el Front de Gauche de Mélenchon y compañía. No es que
la sociedad gire hacia la ultraderecha, es que el Frente Nacional tiene
mayor credibilidad antisistema que incluso que el Front de Gauche
salpicado por sus parentescos con una
gauche sin credibilidad: el
PCF sigue empeñado en pactar con las “fuerzas sanas” del PS, un partido
de gente favorecida, como los verdes alemanes, en el que, “la mitad de
los miembros son cargos electos y la otra mitad aspirantes a serlo”,
explica un observador. Partido Socialista del que el propio Mélenchon
fue miembro y ministro del gobierno hasta no hace mucho.
Mélenchon, un líder potente, menos brillante que Oskar Lafontaine pero
con la ventaja de que predica en terreno mucho más fértil para la
rebelión, no cree en la “unión de la
gauche”, sino que va más
allá: llama a “reunir al pueblo” por encima de partidos para iniciar un
proceso constituyente. Palabras mayores. Dice que las de 2017, “no serán
unas elecciones, sino una insurrección”… Aún es pronto para vislumbrar
hacia donde evolucionará toda esa bien fundada cólera que hay en la
sociedad francesa, que ya no se expresa a través de los canales
tradicionales vigentes desde el siglo XIX: las fuerzas políticas y los
sindicatos, sino por medio de movimientos parecidos a una
jacquerie como el de los
bonnets rouges.
Esa cólera se ha expresado también en decenas de atentados e incendios,
apenas noticiados, contra sedes de hacienda un poco por todo el país, o
en las movilizaciones conservadoras de la
manif pour Tous que
tanto recuerdan al Tea Party. En Halluin, localidad de 20.000 habitantes
del norte de Francia, el alcalde explica que se han quemado 23 coches
en dos semanas. Es el tipo de sucesos de la crónica de provincias que no
llegan a París. El alcalde de Halluin, de derechas, le pide a Hollande
que en lugar de meterse en guerras contra el Estado Islámico, envíe
policías a su ciudad…
En España, donde finalmente la indignación
se está organizando —esa es la ventaja con Francia, en todo lo demás se
va claramente por detrás— sigue incubándose la tormenta perfecta: un
big bang
en el que saltan por los aires todas las instituciones sobre las que se
apoyó la modélica transición. ¿Será Grecia el detonante, con una
victoria electoral de Syriza que cuestione la legitimidad de la deuda e
inspire la contestación de toda la región? De momento, allá se vuelven a
pagar intereses astronómicos por la deuda.
Política exterior
Ese panorama de latente polvorín tiene su correspondiente política
exterior. Una política violenta. Dos crímenes de distinta envergadura
marcaron la crónica estival: la última masacre de Gaza a cargo de
Israel, con una destrucción inmensa, 2.000 muertes palestinas (la
mayoría civiles, entre ellas 500 niños y 13 periodistas), y la guerra
que Estados Unidos y la Unión Europea apadrinan en Ucrania contra Rusia.
En Palestina todo fue según el guión habitual: comprensión y apoyo occidental al decimonónico colonialismo del
Herrenvolk israelí hacia los subhumanos (
Untermenschen)
palestinos, todo ello acompañado del establecimiento de 7500 colonos
más en tierra ocupada de Cisjordania en el primer semestre del año: ya
son 382.000. El crimen no es la ampliación de esta ocupación, sino la
ocupación misma. Suma y sigue.
En el frente del Este el derribo
sobre el cielo de Donetsk del vuelo de Malaysia Airlines (MH17) en el
que perecieron 283 pasajeros y 15 tripulantes el 17 de julio de 2014. El
examen del tono con el que los medios de comunicación rusos informaron
de aquel suceso dejó la sensación de que se trató de un criminal error
de los rebeldes de Ucrania Oriental, pero, pasado el intercambio de
acusaciones, por razones desconocidas se ha dejado de hablar del asunto.
Si en el caso del crimen de Gaza, la impunidad es lo corriente, en un
avión cargado de pasajeros holandeses de primera clase, lo es mucho
menos. Tarde o temprano esto traerá cola judicial. No es este el mayor
misterio de la serie Malaysia Airlines…
Mientras tanto, el
ejército ucraniano ha sido batido en el frente de Donetsk y la criminal
chapuza euroatlántica en Ucrania comienza a cobrarse sus facturas. Los
encargos a la industria alemana cayeron un 5,7% en agosto en relación al
mes anterior. Fue en julio cuando la Unión Europea estableció, por
primera vez desde la guerra fría, sanciones directas contra Rusia. Con
la eurozona económicamente estancada por su propia política económica y
con China enfriada, las sanciones contra Rusia son la guinda que corona
el pastel al que nos ha llevado la política de austeridad alemana. Al
mismo tiempo, el “Consejo de Seguridad” de la Unión Europea (es decir,
la OTAN, otro concepto que debemos a Pepe Escobar), confirmaba en su
cumbre de septiembre en Gales el intento de Estados Unidos de aprovechar
la crisis inducida con Rusia para integrar la Europa del Este con mayor
fuerza en su esfera. El resultado es ambiguo.
Formalmente no
miembros, Suecia y Finlandia pasan a ser países “anfitriones” de la
OTAN, se crea una “fuerza de reacción rápida” con varios miles de
hombres para ser desplegada de urgencia y se apoyan las sanciones. Al
mismo tiempo, por doquier señales de descomposición y recomposición en
las placas tectónicas imperiales.
En Berlín un debate, que
apenas trasciende a los medios de comunicación, sobre la necesidad de
reformular el vínculo con Estados Unidos. Durante veinte años Europa
ignoró los intereses de seguridad rusos y sus reiteradas quejas,
conforme la OTAN se saltaba, una tras otra, todas las “líneas rojas”
formuladas por Moscú. Llegados a Ucrania, cuando el forzado cambio de
régimen en Kíev y el avance de la OTAN a las mismas fronteras de
Moscovia, han hecho reaccionar defensivamente al Kremlin, esa
reformulación está al rojo vivo. Merkel se debate ahora entre la
necesidad de una entente con Moscú y su disciplina atlántica.
Entre Moscú y Pekín un idilio ambiguo. Moscú hace ver que considera a
China como su alternativa de repuesto a la Unión Europea, cuando en
realidad el sueño de Putin sigue siendo llegar a un acuerdo con Merkel
que integre a Rusia en la “seguridad continental” (el problema de Merkel
es que eso tiene un precio con Washington, de ahí las vacilaciones).
Respecto a China, algo parecido: quienes ya dan por hecho un bloque
ruso-chino opuesto a Occidente, ignoran la enorme desconfianza que China
suscita en Moscú desde los años setenta. En el Kremlin, en el ejército y
en el espionaje (incluso en la sinología soviético-rusa), siempre ha
habido una corriente que consideró a China como el “principal peligro”.
El sueño de Pekín es alcanzar algún tipo de acuerdo, un
modus vivendi,
no con Rusia, sino con su principal quebradero de cabeza: Estados
Unidos. Tanto Rusia como China tienen cartas marcadas en el juego de su
idilio. Aunque una locura del tamaño de una guerra occidental contra
Irán, podría cambiar el sentido de muchos sueños.
En la zona petrolera
Nueva espiral de caos junto a los pozos de petróleo, la sangre vital de
ese crecimiento que ha costado la desaparición de la mitad de los
animales salvajes del planeta en solo cuarenta años. Hagamos memoria.
El resultado de la segunda guerra de Irak (la de Bush, hijo) fue un
país dividido en reinos de taifas controlados por sunitas, chiítas y
kurdos, con el gobierno de Bagdad reducido a una camarilla corrupta
alimentada por dinero americano, explica Peter van Buren, un ex
funcionario del Departamento de Estado norteamericano que participó en
la “reconstrucción” de Irak. El precio de tan magnífico resultado fue el
siguiente, recuerda; 25.000 millones para entrenar al ejército iraquí,
60.000 millones para la “reconstrucción”, 2 billones para la guerra,
4.500 soldados de Estados Unidos muertos y más de 32.000 heridos. A todo
ello hay que sumar un verdadero holocausto iraquí que las diferentes
estimaciones cifran entre 190.000 y un millón de muertos.
En
Afganistán la cuenta de costes, humanos y económicos, y resultados
alcanzados, es igualmente reveladora: trece años después los talibán
siguen dominando gran parte del territorio y la mayoría del ejército
occidental está haciendo las maletas. La estrategia occidental contra el
“Estado Islámico” continúa sobre la estela de esos mismos desastres.
Nacido entre las ruinas de Siria, primero fue subvencionado y armado y
ahora es bombardeado. ¿Puede concebirse algo más demencial?
Los
dos componentes esenciales de esta obra de arte son el militarismo más
la “diplomacia de la exclusión”: acuerdos internacionales para
bombardear (creando nuevas víctimas civiles y desastres parejos a los
que en su día generaron la actual crisis), que dejan siempre fuera a los
países y organizaciones capaces de contribuir a acuerdos pacificadores,
sea Siria, Rusia e Irán, o Hamas, Hezbollah u otros.
Esta
estrategia —si se puede llamar así a algo tan disparatado en su
desastrosa reiteración— es tan contradictoria como sugiere el hecho de
que en esta excluyente coalición bombardera figuren países como Turquía,
Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos que desde el principio
financiaron y armaron —incluso con recursos químicos
propagandísticamente achacados al adversario, como explicó el periodista
Seymour Hersh en otro gran informe silenciado— al extremismo sunita
contra el régimen sirio, convirtiendo en guerra abierta la fractura de
Siria que con una genuina diplomacia (la que reúne en la negociación a
todas las partes implicadas con un objetivo de evitar violencia) podría
haberse evitado.
Esos países, “estaban tan decididos a derrocar a
el-Assad y a promover una guerra entre sunitas y chiítas, que inundaron
con centenares de millones de dólares y miles de toneladas de armas a
cualquiera que luchara contra el”, reconoció cándidamente el
vicepresidente de Estados Unidos, Joseph Biden, en una charla ante
estudiantes de Harvard el pasado 2 de octubre. La consideración fue
disciplinadamente silenciada por los medios de comunicación, aunque
Biden no dijo lo principal: que Washington y sus agencias formaban parte
de “esos países” y que el “Estado Islámico” ha sido producto de los
métodos habitualmente empleados por Estados Unidos en la región desde
1979. Fue entonces cuando, ante la revolución iraní y la intervención de
la URSS en ayuda del régimen laico afgano, se decidió promocionar y
organizar una “internacional radical sunita”, de las que los talibán,
al-Qaeda y el Estado Islámico han sido epígonos más o menos desmadrados.
Primero se financia, organiza y arma al sujeto para utilizarlo contra
un adversario, luego, cuando el sujeto (talibán o al Qaeda) se vuelve
contra uno, se le combate. La película del Estado Islámico es una vieja
reposición. La novedad es la rapidez del giro: entre 1979 y el 11-S
neoyorkino pasaron más de 20 años. Ahora, entre el apoyo a la oposición
siria y el combate a su principal vector, apenas pasaron tres años. La
misma rapidez en el paso de los amigos que se arma y financia
convertidos en amenaza, se observa en Libia.
El auge del
tradicionalismo religioso radical y de derechas representado por el
actual integrismo, tiene, naturalmente, raíces propias, pero no se
entiende sin recordar la sistemática destrucción de la izquierda árabe
que Occidente, y especialmente Estados Unidos, vino practicando durante
la guerra fría, cuando casi todos los movimientos de liberación nacional
árabes eran laicos y “progresistas”, lo que solía llevar implícito la
voluntad de salvaguardar sus recursos naturales de la rapiña extranjera,
y, lo que era aún más grave, utilizar esos recursos hacia el desarrollo
de sus propias poblaciones o proyectos nacionales.
Mucho de
todo eso fue recordado por el Presidente iraní, Hassan Rujani, en el
discurso que pronunció el 25 de septiembre ante la Asamblea General de
la ONU, igualmente silenciado, pese a la actualidad del más que moderado
sentido común que expresó:
“Todos aquellos que tuvieron un
papel en la financiación y apoyo de estos grupos terroristas deberían
reconocer sus errores que condujeron al extremismo, deberían disculparse
no solo ante las pasadas generaciones sino hacia las futuras”. (…) “la
experiencia de la creación de al-Qaeda, los talibán, y otros grupos
extremistas, ha demostrado que esos grupos no pueden ser utilizados
contra Estados adversarios, manteniéndose al mismo tiempo inmune a las
consecuencias. La repetición de estos errores, a pesar de tantas y tan
costosas experiencias, es desconcertante”.
Y como resumen, una
constatación: se cumple, en todos los frentes, el pronóstico de Immanuel
Wallerstein acerca de la volatilidad de esa multipolaridad que sucede
al mundo de la guerra fría. El de ahora es, verdaderamente, aún más
convulso y revuelto que el anterior. El fin de la bipolaridad ni
siquiera ha traído pasos significativos en materia de armas de
destrucción masiva. Tanto en las relaciones internacionales, como en el
calentamiento global —y en el cambio global en general— se observa la
misma peligrosa dinámica de aceleración.
Fuente:
http://www.mientrastanto.org/boletin-129/de-otras-fuentes/mundo-revuelto