“La Moncloa ha triunfado"... ¿Pero en qué?
Milongas sobre el conflicto catalán se nos han contado unas cuantas en estos últimos días. Una es que los mensajes de Puigdemont significan el fin del procés. Como si un asunto tan serio pudiera acabar con una sola frase
El fracaso, inevitable, de Puigdemont es un alivio muy pequeño para para Rajoy. Porque el problema catalán, que él sería el encargado de resolver, sigue ahí, prácticamente sin cambios
Su
poder mediático es el único instrumento eficaz que le queda al
presidente del gobierno español. Está en minoría en el parlamento, corre
el riesgo de que éste se disuelva si en unos meses no se aprueba el
nuevo presupuesto, Ciudadanos amenaza con quitarle la primacía de la
derecha, todas las iniciativas, políticas y jurídicas, que desde el 1 de
septiembre ha emprendido en el conflicto catalán han terminado en
ridículo o en un absurdo sin salida y encima su partido ha sido laminado
en el Parlament, en donde los independentistas siguen siendo mayoría.
Pero tiene a los medios. (La verdad es que ahora también
cuenta con el apoyo casi incondicional del PSOE, aunque aún no está
claro para qué le va a valer eso). Su gabinete de acción política y
jurídica no deja de meter la pata pero el de comunicación funciona a la
perfección. Un ejército de operadores mediáticos, desde presentadores de
programas a tertulianos, pasando por los responsables de los
informativos, difunde cotidianamente sus mensajes y éstos dominan el
espacio de la comunicación. En los grandes medios, los que influyen de
verdad en la opinión de la mayoría, las voces discordantes con el
discurso oficial son meras anécdotas que nunca van más allá de hacer de
Pepito Grillo.
Ese poderoso montaje se ha logrado
tras largos años de trabajo y de utilización de los más variados
mecanismos de presión. Y se refuerza con la adhesión personal y
entusiasta de muchos de sus agentes a la causa del poder. Y hoy por hoy
es la gran baza de Rajoy para hacer frente a los muchos problemas que
amenazan su futuro. Más que la buena marcha de los datos
macroeconómicos, que ciertamente favorecen al gobierno pero tras de los
cuales hay zonas demasiado oscuras –el paro todavía altísimo, los bajos
salarios, la desigualdad del crecimiento- que un día podrían arruinar el
optimismo oficial y en parte ya lo están haciendo. Y más también que la
capacidad del gobierno para influir en las altas instancias de poder
judicial. Porque el forzamiento de las leyes y los abusos de algunos
jueces que se propician desde La Moncloa tienen un límite: el de las
contradicciones que esas actuaciones generan y las reacciones críticas
que pueden provocar en los sectores aún independientes de la
magistratura. El último dictamen del Consejo de Estado es un indicador
de ello.
En la prensa y en las teles no hay problemas
de ese tipo. Se puede contar una milonga sin que pase nada. Nadie que
tenga algo de influencia pública denuncia que como consecuencia de esa
sumisión al poder la información haya alcanzado niveles patéticos de
calidad. Que no resisten la mínima comparación no solo con los de
nuestro entorno sino tampoco con los que había en España hace menos de
una década. Y milongas sobre el conflicto catalán se nos han contado
unas cuantas en estos últimos días. Una es que los mensajes de
Puigdemont significa el fin del procés. Como si un asunto tan serio
pudiera acabar con una sola frase, que solo tiene sentido en el contexto
de una batalla interna. Como si el supuesto reconocimiento por parte
del expresident de que La Moncloa ha ganado eliminara de golpe la
victoria del independentismo en las elecciones de septiembre, su mayoría
parlamentaria indiscutible. Como si sus dos millones y pico de votantes
hubieran cambiado de opinión de un día para otro.
El
bombardeo mediático, directo o subliminal, habrá llevado a creer a más
de un ciudadano de fuera de Cataluña que eso ha ocurrido. Pero no es
verdad. El procés sigue. Y a no ser que sus protagonistas se vuelvan
locos esperará una nueva oportunidad. Desechando nuevas tentaciones
unilateralistas y gestionando lo mejor que puedan el poder institucional
y político del que disponen. La acción represiva de los tribunales, que
va a seguir sin miramientos –véase lo que le ha pasado al conseller
Forn – va a darle nuevos argumentos. Si a Rajoy, y al PSOE, no se les ocurre otra cosa, lo van a tener crudo.
Otra milonga es la de que el enfrentamiento en el interior del
independentismo por el liderazgo del procés mismo va a terminar en
ruptura abierta o en nuevas elecciones. Los medios están obsesionados
con este asunto. Le sacan punta a cualquier mínimo apunte que pueda ir
en esa dirección. El martes por la tarde, cuando unos cientos de
manifestantes pro-Puigdemont se saltaron las vallas colocadas a la
puerta del Parlament y la policía los tuvo que repeler a palos, pocos,
la verdad, se dijo que ese era un hecho dramático que iba a tener
enormes consecuencias. Al día siguiente nadie se acordaba de aquello.
Efectivamente hay una guerra interna en el independentismo. Pero desde
hace mucho. Como ha ocurrido en las coaliciones de ese tipo que en el
mundo han sido. Y esa guerra fue determinante de la salida por la que se
optó ante la amenaza del 155, en octubre. Puigdemont quería evitarlo
convocando elecciones. Esquerra no. Y se impuso. Equivocándose, como
parece que está reconociendo alguna de sus gentes. Y el expresident le
ganó las elecciones, renaciendo de sus cenizas. Y se lanzó a por todas,
poniendo de los nervios a Rajoy, que temió que no iba a poder aguantar
el ridículo que habría supuesto que Puigdemont fuera reelegido y que por
eso permitió las barbaridades jurídicas que si no le han costado el
puesto es porque el Tribunal Constitucional ha evitado propiciarlo. Al
final ha sido Esquerra quien ha puesto fin al sueño de la restitución.
Pero sin escarnio. Haciendo todo lo posible para que la coalición no se
rompa. Y no se va a romper. El lamento de Puigdemont en su mensaje lo
confirma. Sabe que no solo Esquerra está por buscar otra vía. Por
hacerse con el poder que le han dado las urnas. Y tirar para adelante.
Faltan unos días para que esas realidades se abran paso entre la tupida
niebla que los medios han creado para ocultarlas. Ojalá que entremedias
no pase algo terrible que lo impida y veremos qué dicen cuando eso
ocurra. Pero desde ahora mismo se puede colegir que La Moncloa no ha
triunfado en nada. El fracaso, inevitable, de Puigdemont es un alivio
muy pequeño para para Rajoy. Porque el problema catalán, que él sería el
encargado de resolver, sigue ahí, prácticamente sin cambios. Y
apelando, una vez más, a la necesidad de abrir una vía, si no de
negociación, sí de diálogo. Por la que Rajoy ha demostrado que no sabe
caminar. ¿Y el PSOE?
http://www.eldiario.es/zonacritica/Moncloa-triunfadoPero_6_736036416.html#comments
Sobre la prensa en enero , las perlas de Serrano
Sobre la prensa en enero , las perlas de Serrano
No hay comentarios:
Publicar un comentario