EEUU mueve sus fichas en Egipto (y en la región)
08 jul 2013
Nazanín Armanian.
“Quien
paga, manda” y aquí es EEUU quien viene proporcionando 1.500 millones
de dólares (unos 1.168 millones de euros) al año a Egipto y su ejército
en ayuda militar y económica, convirtiéndole en el segundo receptor de
ayudas después de Israel. Los militares que acaban de llevar a cabo un
golpe de estado, además, reciben dinero de Arabia Saudí y controlan el
25% de la economía del país. Washington, a cambio, espera de los
gobernantes del país africano, a nivel interno, sean capaces de dar
estabilidad al sistema (aunque utilicen métodos mubarakianos o suadíes),
y a nivel externo, lealtad a los intereses estratégicos de EEUU y sobre
todo no molestar al vecino israelí. El pecado del ya ex presidente
Mohamed Mursi fue su incapacidad de garantizar el orden interno.
Continuas protestas de distintos sectores de la población, que
culminaron en la recogida de unos 20 millones de firmas por el
movimiento Tamarod (desobediencia), encabezado por El Baradei y otras
personalidades, contra las políticas de Mursi, ofrecieron la oportunidad
de oro al ejército-Pentágono para impedir que en la plaza de Tahrir las
protestas tomaran un tono anti-estadounidense, ya que muchos carteles
culpaban a EEUU —en concreto a su embajadora Anne Patterson— de proteger
a Mursi y ser corresponsable de las calamidades del país. Los
uniformados, acusados de gravísimas violaciones de los derechos humanos,
reaccionaron rápido, se presentaron demócratas y cumplieron con el
deseo de los manifestantes.
Que Obama en su discurso evitara definir como “golpe
de Estado” lo sucedido se debe a dos motivos: que la ley le impide
ayudar a un país cuyo gobierno democrático haya sido depuesto por un
golpe militar o decreto y que no quería que los egipcios vieran sus
manos detrás de la acción militar.
Roma no paga a traidores
No
es la primera vez que EEUU actúa contra un gobierno que instala
(Egipto. Fracasa la transición ideada por Washington): derrocó a los
Muyahidines afganos e impuso a los Talibán para luego derrocarles, y no
por ser bárbaros sino por su incapacidad de garantizar el orden
necesario en un país clave como Afganistán (Afganistán: Batalla por la
hegemonía mundial). Total, al final no hubo ningún gobierno soberano en
Egipto.
En
2011 Obama, ante la caída de Mubarak, tenía tres alternativas: el
ejército, favorito de Israel y Arabia Saudí; los Hermanos Musulmanes,
con los que EEUU tiene fuertes lazos desde 1940; y su opción casi
personal, Mohamed Al Bardie, el Nobel de la Paz. La primera era inviable
por las exigencias democráticas de un pueblo sublevado. La tercera
encontró resistencias entre los israelíes que le tachaban de “agente de
Irán”, por insistir en el carácter civil del programa nuclear de Irán
cuando fue director de la Agencia de la Energía Atómica y por afirmar
que se debería revisar el acuerdo de Camp David. Quedaban los Hermanos
Musulmanes, con los que Obama ya había tenido un primer y plácido
contacto en la Universidad Al Azhar (Errores de Obama en Oriente Medio),
donde pronunció un discurso que iba a poner fin a la política bushiana
de invadir a los países musulmanes con recursos (promesa incumplida).
Al
final eligió una Cohabitación ‘a la egipcia’, entre los militares y los
islamistas, a la que, de momento, se pone fin. Ahora, la prioridad es
impedir una guerra civil en las fronteras de Israel, mantener el
contrapeso de Irán en la región, y encontrar un rostro afable a la
dictadura militar.
EEUU,
a través del general al-Sissi, jefe del Ejército —hombre religioso,
designado por Mursi—, y en nombre del pueblo egipcio, vuelve a tomar las
riendas del país sin poner las “botas en el suelo”. Está por ver el
papel de varios miles de agentes de la CIA y de otros servicios de
inteligencia occidental que se movían dentro y fuera del palacio
presidencial de Heliópolis.
Mantener
la amenaza del golpe militar ha sido uno de los instrumentos de Obama
para presionar a Mursi, junto con impedir que el Fondo Monetario
Internacional le prestase los 4.800 millones prometidos y otros 5.000
millones de euros de la Unión Europea. Ahora, puede abrir la cartera y
soltar los millones de dólares que hagan falta para empujar el
desarrollo en su “nuevo Egipto”. ¡Hay que ver cómo se puede manipular a
un pueblo que está entre la espada y la pared! Es tan antidemocrática y
peligrosa la intervención de los militares en la política como la que
desempeñan las fuerzas religiosas. La educación de ambas fuerzas —que se
presentan con falsas intenciones “supra clasistas”— está basada en los métodos autoritarios y excluyentes.
Otra experiencia… religiosa
Mohamed
Mursi, ex diputado del parlamento de Mubarak, que junto a su
organización llegó tarde a la revolución egipcia, pero consiguió
montarse sobre sus oleadas y desde allí aplicar ideas de otros tiempos a
una sociedad ansiosa de la democracia económica y política, no se dio
cuenta de algo primordial: que contaba con el voto de tan solo el 51%
del electorado y que parte de los votos depositados al segundo
candidato, Ahmed Shafiq -miembro del antiguo régimen- eran por no
votarle a él. Algo parecido sucedió en Irán en 1980, cuando ayatolá
Jomeini, ante duras críticas hacia su propuesta de instalar una
república “islámica”, desechó la propuesta de la mayoría que era
“república de Irán”, y también la
de “República Islámica Democrática de Irán”, ideada por los islamistas
moderados. Convocó un referéndum con sólo dos opciones, “República
islámica: ¿sí o no?”, en un clima en el que el “no” se interpretaba como
un apoyo al régimen dictatorial del derrocado Sha. Ganó el “sí”
obviamente, aunque allí estaban aquellos que al no ser escuchados, se
lanzaron a una terrible guerra civil que duró varios años. Autoengañarse
trae nefastas consecuencias.
Mursi,
como Hermano Musulmán que confundió el gobernar un complejo estado en
el siglo XXI con repartir caridad en los barrios pobres, no quiso ni
pudo instalar la democracia. Motivos: sus limitaciones ideológicas y su
pertenencia a la élite, su visión retorcida de la política (Un califato
totalitario para Egipto), su incapacidad para crear al menos la
sensación de mejoría la gestión de los problemas cotidianos (como la
recogida de basura, el suministro de agua y electricidad o la seguridad
ciudadana). Heredó un país en bancarrota, con graves problemas
estructurales, como el alto índice de analfabetismo y de natalidad, se
enfrentó a unas expectativas infladas de un pueblo que no podía esperar
más, mientras su intento de islamizar el país sabía a demasiado a los
seculares (que temían la talibanización del país) y a poco para sus
aliados salafistas, quienes le abandonaron, apoyando el golpe de Estado.
A todo ello, se añadió la corrupción y un amiguismo tan burdo como
nombrar gobernador a un miembro del grupo terrorista Jamaa Islamiya, que
participó en el atentado de 1997 en la provincia de Al agsar (Luxor )
matando a 58 turistas. Los HM, que ya tenían en su contra a minorías
religiosas, ateos, seculares, los restos del antiguo régimen, los
trabajadores (que en un año organizaron un centenar de huelgas), no
podían hacer más para ganar enemigos.
Cambios en la región
Tal
como señalamos (Obama II: Petraeus, Siria e Israel), el presidente
Obama, después de su reelección, remodeló el equipo de defensa y el de
política exterior, alejándose -¡no demasiado!- del tradicional apoyo de
EEUU a los grupos islamistas, tanto militares como civiles. A veces les
quería en un pack de 2×1: el modelo pakistaní de militares islamistas.
La
rebeldía de los Talibán, el asesinato de su embajador en Libia a manos
de los integristas que colocó en el puesto de Gadafi, o el asalto a la
embajada de Israel en El Cairo por los HM y los salafistas le llevó a
impedir que este tipo de grupos alcanzaran el poder en Siria –en la
vecindad de Israel-, negándoles armas pesadas. Paso seguido, dio la
bienvenida al nuevo presidente de Irán, elogiado por la prensa
occidental como “moderado” (recordar que durante las protestas de
millones de iraníes contra el fraude electoral de 2009, Obama envió una
carta de felicitación a Ahmadineyad), y antes de retirar su apoyo a
Mohamed Mursi, forzó la dimisión del otro “hermano”, el jeque Hamad al
Thani, el emir de Qatar, por entorpecer sus planes sobre Siria o abrir
una oficina para Hamas en su tierra. El jeque era un firme defensor de
los movimientos islamistas, incluido los HM egipcios. Él financió con
sus petrodólares la caída de
Mubarak e inyectó dinero a la campaña electoral de los seguidores de
Mursi. De allí que los golpistas egipcios hayan cerrado la cadena
Al-Jazeera en El Cairo.
Se
espera una nueva política de Obama, la de adelantarse a los
acontecimientos, realizando cambios desde arriba en algunos países de la
región y reformas, antes de que se le escape la situación en
“primaveras” o “abdicaciones” de reyes y sultanes en Arabia, Kuwait,
Bahréin, Emiratos y Amman, a favor de sus hijos. Favorece a esta
posición la expansión del movimiento Tamarod a países como Túnez, Irak,
Bahréin, y Libia.
Impacto en la región
Salvo
el gobierno turco –próximo a HM-, ningún país ha llorado la caída de
Mursi. Arabia Saudí, Kuwait, Emiratos, e incluso el nuevo emir de Qatar,
Tamim al Thani, felicitaron al presidente interino egipcio, Adli
Mansur. Mientras, Irán, que declaraba “respetar al pueblo egipcio”, no
ocultaba su alegría. Pues Mursi no sólo se enfrentó a Irán en el asunto
sirio, sino que agitó tanto el clima anti chiita en Egipto que el mes
pasado fueron linchados varios fieles de este credo en El Cairo. Otro
aliviado es el presidente de Siria Bashar Al Assad: el egipcio mandó
cerrar su embajada y pidió intervención extranjera para deponerle.
Israel
-que no puede quejarse de Mursi porque respetó el acuerdo de Camp David
y destruyó los túneles de supervivencia palestina en su frontera con
Gaza- sueña la normalización de las relaciones entre ambos países,
aunque teme la acción de los grupos islamistas en sus fronteras.
Satisfecho de que Hamas –rama de HM-, ahora sí quede huérfano, antes ya
había perdido la simpatía de Irán, por luchar contra Damasco. Al
contrario de Hamas, el líder de Autoridad palestina, Mahmud Abbas, que
elogió al ejército egipcio, vuelve a sacar la cabeza.
Callejón sin salida
Designar
un gobierno “tecnócrata” –o sea, un ejecutor de los mandatos del FMI y
su autoridad, como se pretende, agravará aún más el sufrimiento del
pueblo y el caos en el país. La profundidad de la crisis de Egipto es
mucho más que su caos político. Sólo un gobierno de reconciliación
nacional, incluyendo a los HM, puede ser el primer paso hacia el orden y
la democracia.
Lo
sucedido no es el fin de los HM. En Turquía el gobierno islamista de
Arbakan fue derrocado por un golpe militar en 1980; volvieron a ganar
las elecciones en 1995, y fueron de nuevo depuestos en 1997; regresaron
en 2002 y ahora juzgan a quienes les destituyeron en los 80, aunque se
enfrentan a demandas de “desislamización del poder”, no por los
militares, sino por los indignados de la Plaza de Taqsim. Excluir
a una poderosa organización del juego político podrá provocar
escisiones en su seno e incluso radicalizar sectores que no dudarían en
tomar armas.
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