martes, 2 de septiembre de 2025

China y la II Guerra Mundial .



Un agujero negro en la memoria colectiva: China y la II Guerra Mundial

   



Mientras China se prepara para conmemorar el 80º aniversario de la victoria sobre el fascismo el
 3 de septiembre de 2025, la atención mundial se centra en el desfile militar de Pekín. Se especula sobre qué líderes mundiales se unirán al presidente Xi Jinping: la presencia de Putin es casi segura, aunque los rumores sobre la asistencia de Trump parecen descabellados. Algunos defensores de la paz argumentan que este momento ofrece una oportunidad para que las potencias mundiales reflexionen sobre los horrores de la Segunda Guerra Mundial, un sentimiento acorde con el espíritu de la Carta de las Naciones Unidas y una necesidad urgente en medio de las crecientes tensiones mundiales. Sin embargo, la negativa de los líderes europeos a asistir, alegando preocupación por si ofenden a Japón, revela un problema más profundo. La conmemoración de China cierra el ciclo de aniversarios de la II Guerra Mundial, pero plantea una pregunta fundamental: ¿Comprendemos realmente el alcance global de esa guerra o hemos permitido que determinados capítulos vitales caigan en el olvido?

Existe una laguna evidente en nuestra memoria colectiva de la II Guerra Mundial, una guerra que llamamos «mundial», pero en la que el papel del cuarto vencedor aliado, China, queda constantemente relegado. China entró en el conflicto en 1931, no en 1939, y resistió hasta la rendición de Japón en 1945. Durante 14 años, sufrió aproximadamente 35 millones de bajas y retuvo a un millón de soldados japoneses, lo que permitió a la URSS y a los EE. UU. centrarse en otros frentes. Líderes como Roosevelt, Churchill y Stalin reconocieron el papel fundamental de China en el resultado de la guerra. Entonces, ¿por qué se ignora tan a menudo esta contribución y se entierra bajo capas de relatos centrados en Occidente?

Para muchos, la tragedia que definió la II Guerra Mundial fue el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki, actos horribles que sirven como severa advertencia del poder destructivo de la humanidad, en este caso desatado por Estados Unidos. Estos acontecimientos merecen ser recordados, pero la posterior ocupación estadounidense de Japón y la imposición de la constitución de paz (también conocida como la Constitución de MacArthur) tuvieron menos que ver con la armonía que con asegurar un punto de apoyo estratégico en el Indo-Pacífico durante la Guerra Fría. Hoy en día, Japón se arma bajo el paraguas nuclear de Estados Unidos, aparentemente para contrarrestar la «amenaza» de China. Este giro narrativo es tan conveniente como engañoso.

Al igual que Rusia, que preserva ferozmente sus sacrificios de la II Guerra Mundial, China exige ahora el reconocimiento de los suyos. Su resistencia ante el militarismo japonés sigue siendo una saga en gran parte desconocida. Una mirada a este «agujero negro» de la memoria colectiva revela atrocidades que desafían la comprensión: la masacre de Nanjing de 1937, en la que murieron 300.000 civiles y se cometieron violaciones masivas; los experimentos químicos y biológicos de la Unidad 731 con prisioneros, incluidos niños, tan viles que conmocionaron incluso a los observadores nazis. Los enviados alemanes instaron a Berlín a frenar a Tokio, mientras que los registros japoneses documentaban meticulosamente su brutal caos. Desde entonces, valientes historiadores japoneses han sacado a la luz estos horrores, pero siguen siendo marginales en el discurso global. ¿Por qué este silencio?

Descubrir la historia de la II Guerra Mundial desde la perspectiva de Asia pone de manifiesto una verdad vergonzosa: los relatos occidentales, amplificados por Hollywood y los medios de comunicación, han glorificado selectivamente algunas historias y borrado otras. ¿El resultado? Los criminales son rehabilitados y las víctimas se convierten en villanos. Occidente suele aferrarse a una postura sesgada que valora algunas vidas por encima de otras. Las víctimas chinas han recibido escaso reconocimiento mundial, y su sufrimiento se ha visto eclipsado por el relato de la redención de Japón después de la guerra. Esta hipocresía se repite hoy en Gaza, donde la indignación selectiva, las lágrimas por Ucrania, pero el silencio por los 22 meses de sufrimiento de Gaza bajo las políticas de Israel, revelan el mismo doble rasero. Los líderes europeos, moldeados por un legado colonial que enmarcan como una «misión civilizadora», son cómplices. Mientras tanto, Estados Unidos alimenta una guerra comercial con China y, como advierten Kaja Kallas y algunos medios de comunicación, se prepara para un conflicto más amplio, al tiempo que pinta a China como «autoritaria y beligerante». Esto choca frontalmente con la historia antifascista de China y su compromiso moderno con la paz mundial.

El adagio de que los vencedores escriben la historia se desmorona aquí. A China, clara vencedora, se le negó la plataforma para mostrar su valentía, sus sacrificios y sus contribuciones. Hoy en día, el discurso occidental la tilda injustamente de amenaza. La II Guerra Mundial no comenzó ni terminó en Europa. China, miembro fundador de la ONU y el primero en firmar la Carta de las Naciones Unidas, sigue siendo su más firme defensor. Rechaza el relato dominado por Estados Unidos, elaborado por un país que se incorporó tarde a la guerra, que fue el que menos sufrió y el que desató la devastación atómica. El legado de China en la II Guerra Mundial alimenta su misión moderna: erradicar la pobreza, ayudar al Sur Global, construir infraestructuras globales y defender la paz y un futuro compartido para la humanidad.

La conmemoración de Pekín es una audaz refutación del monopolio occidental de la memoria de la II Guerra Mundial. Como afirma acertadamente Warwick Powell: «Durante ocho décadas, Occidente ha reescrito la II Guerra Mundial como una victoria de Estados Unidos y Europa, relegando a China a una nota al pie de página. La conmemoración de China este año desafía esa amnesia y reivindica el papel del país como fuerza central en la derrota del fascismo». Sin embargo, en los turbulentos tiempos actuales, el recuerdo por sí solo no basta. Desde Gaza hasta más allá, la lucha contra la inhumanidad y el fascismo exige que nos enfrentemos a estos puntos ciegos de la historia y a sus ecos modernos.

Biljana Bankovska es profesora de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en la Universidad de San Cirilo y San Metodio en Skopie, miembro de la Fundación Transnacional para la Investigación de la Paz y el Futuro (TFF) en Lund, Suecia. Es asimismo profesora de la European Peace University en Austria y la intelectual pública más influyente de Macedonia.

Texto en inglés: CounterPunch.orgtraducido por Sinfo Fernández.

Fuente: https://vocesdelmundoes.com/2025/08/28/un-agujero-negro-en-la-memoria-colectiva-china-y-la-ii-guerra-mundial

Nota del blog  .El papel de China en la 2ª G . Mundial fue capital ..

La resistencia china frente a los ataques japoneses durante la Segunda Guerra Mundial fue clave para que las fuerzas aliadas, lideradas por Estados Unidos, la Unión Soviética y Reino Unido, pudieran ganar la contienda. Sin embargo, 80 años después del armisticio, Occidente continúa sin acabar de entender qué papel jugó China en el conflicto, afirma el historiador británico Rana Mitter, autor del libro La aliada olvidada: la Segunda Guerra Mundial de China, 1937-1945. Existe una laguna evidente en nuestra memoria colectiva de la II Guerra Mundial, una guerra que llamamos «mundial», pero en la que el papel del cuarto vencedor aliado, China, queda constantemente relegado. China entró en el conflicto en 1931, no en 1939, y resistió hasta la rendición de Japón en 1945. Durante 14 años, sufrió aproximadamente 35 millones de bajas y retuvo a un millón de soldados japoneses, lo que permitió a la URSS y a los EE. UU. centrarse en otros frentes. Líderes como Roosevelt, Churchill y Stalin reconocieron el papel fundamental de China en el resultado de la guerra. Entonces, ¿por qué se ignora tan a menudo esta contribución y se entierra bajo capas de relatos centrados en Occidente?

domingo, 31 de agosto de 2025

¿ Quién era Andriy Parubiy en Ucrania ?

 

«Horrendo asesinato» en Lviv

Dos hombres esperan a su víctima a las puertas de su casa, cuya dirección había sido publicada unas horas antes en la web Myrotvorets, vinculada al Ministerio del Interior. A bocajarro y sin dejar ninguna opción de supervivencia, la persona es tiroteada por dos matones que huyen de la escena, serán detenidos tiempo después y nunca serán juzgados. Es lo que ocurrió hace más de once años al periodista Oles Buzina en el primero de los muchos asesinatos políticos que se han producido en la Ucrania post-Maidan, post-Revolución de la Dignidad. Cometidos por miembros de la extrema derecha como el C14 en el caso de Buzina o un simpatizante de Azov en el de Farion, el SBU en el de Zajarchenko, fruto del enfrentamiento armado entre el SBU y el GUR en el del negociador Denis KIreev, asesinado en 2022 o adjudicados a Rusia sin ninguna investigación seria, estos casos son una muestra de la inestabilidad política existente actualmente, pero también mucho antes de que los tanques rusos cruzaran la frontera el 24 de febrero de 2022. El último caso se produjo ayer en Lviv, capital nacionalista, centro histórico de la extrema derecha banderista y una de las zonas más alejadas de la guerra.  

Como puede verse en las imágenes publicadas poco después del crimen, un hombre disfrazado de repartidor esperaba pacientemente entre dos vehículos en un barrio residencial de la ciudad. El asesino, que aún no ha sido detenido, pero contra el que ha comenzado ya la búsqueda, sigue brevemente a su víctima antes de detenerse, apuntar y disparar en ocho ocasiones. Es así como ayer murió Andriy Parubiy, una de las figuras políticas cuya trayectoria marca el paso de la transición ucraniana: desde una Ucrania en la que la extrema derecha nacionalista actuaba en la marginalidad y el país se ubicaba en la periferia europea sin gran interés para el establishment político o los grandes medios al actual Estado, centro de la política exterior de Bruselas. En esta transición, la extensa trayectoria de Parubiy en movimientos radicales queda eclipsada por los cargos institucionales en la última década.  

“El ministro del Interior de Ucrania, Ihor Klymenko, y el fiscal general, Ruslan Kravchenko, acaban de informar sobre las primeras circunstancias conocidas del horrendo asesinato en Lviv. Andriy Parubiy fue asesinado. Mi más sentido pésame a su familia y seres queridos. En la investigación y búsqueda del asesino se están empleando todas las fuerzas y medios necesarios”, escribió Zelensky para confirmar la noticia, que rápidamente dio lugar a un torrente de reacciones de los sectores esperados: el activismo vinculado a países occidentales y su prensa afín, las instituciones de la Unión Europea y el nacionalismo ucraniano.  

Profundamente conmocionada por el terrible asesinato del ex presidente de la Rada Suprema ANdriy Parubiy en Lviv. Mi más sentido pésame a su familia y amigos”, escribió Roberta Metsola acompañando su mensaje de condolencias con una foto en blanco y negro del político asesinado en una de sus varias visitas al Parlamento Europeo. Pese a su extensa trayectoria en la extrema derecha más violenta, las instituciones europeas abrieron sus puertas a Parubiy, que pudo reunirse con jefes de Estado y de Gobierno que, con sus actos, normalizaron la participación de grupos que, hasta entonces, habían sido considerados creadores de odio. Tampoco la relación entre Parubiy y el Parlamento Europeo fue siempre tan idílica como cuando comenzó a ser recibido con ovaciones. Solo unos años antes, la institución era el blanco de la ira del nacionalista, ofendido por la crítica del Parlamento a la concesión del título de Héroe de Ucrania a Stepan Bandera, calificado entonces de colaboracionista del nazismo.  

“Oh Dios. Andriy Parubiy, figura clave de la revolución Euromaidán y ex presidente de la Rada, ha sido asesinado en Lviv. Al parecer el asesino conducía una bicicleta eléctrica”, escribió Ilia Ponomarenko, periodista afín al movimiento Azov y perfecto exponente del tipo de figura informativa que ha creado la Ucrania de Maidan y para quien la promoción de las ideas nacionalsitas es el principal objetivo.  

“Es impactante y devastador leer que Andriy Parubiy fue asesinado hoy en Lviv. Es una enorme pérdida. Fue un verdadero estadista; sus iniciativas siempre estuvieron encaminadas a defender la identidad y la nacionalidad de Ucrania. Memoria eterna”, escribió la activista anticorrupción y habitual lobista de instituciones como el Atlantic Council, Olena Halushka. La activista es una exponente de la clase social dedicada a la promoción de causas patrocinadas por Occidente, que en los últimos años ha sustituido a la sociedad civil organizada desde abajo y que, a diferencia de esa nueva clase militante, no disfruta de generosas subvenciones de instituciones extranjeras ni cuenta con protagonismo mediático que rápidamente se transforma en político. Aunque en muchas ocasiones se ha remarcado el enfrentamiento entre esa tecnocracia activista subvencionada desde los países aliados y el nacionalismo, las fronteras entre ellos nunca han sido estancas, especialmente porque siempre contaron con un enemigo común, Rusia y todo aquel grupo, organización o persona que pudiera ser difamada como prorrusa, etiqueta adjudicada automáticamente a quien debía ser enviado al ostracismo. En las arenas movedizas de estos tiempos convulsos en los que Ucrania vivió un golpe de estado camuflado de revolución, dos masacres que no han querido investigarse y una guerra civil, todo ello antes de la invasión rusa, Parubiy supo posicionarse en el lugar adecuado y en el momento indicado para pasar de ser una figura de los márgenes de la pequeña base social ultranacionalista a ser considerado un político respetable. Todo ello sin nadaptar su visión política del mundo, renunciar a la ideología violenta que le hizo célebre ni necesidad de explicar por qué alguien con sus ideas y trayectoria podía encajar perfectamente en la nueva élite política creada en 2014 y ser uno de los políticos destacados del proyecto Solidaridad Europea, con el que acompañó a Petro Poroshenko a una caída política de la que ninguna de sus figuras ha conseguido, hasta ahora, recuperarse.  

“El asesinato de Andriy Parubiy, ex presidente del parlamento de Ucrania y feroz opositor de Rusia, es el asesinato más importante de una serie de asesinatos de alto perfil desde que comenzó la guerra con Rusia”, escribió el corresponsal de Financial Times Christopher MIller apuntando directamente a la mano del Kremlin. “Andriy Parubiy, expresidente del parlamento ucraniano, fue asesinado en Lviv, según informes preliminares de los medios. La Policía Nacional confirma que una reconocida figura cívica y política, nacida en 1971, fue asesinada a tiros hoy en la ciudad. Hace un año, el servicio de seguridad ucraniano me informó que Parubiy figuraba en la lista rusa de personas a las que querían asesinar cuando comenzaron la invasión número 22. ¿Podrían los rusos hacer esto en Lviv?”, añadió Yulia Mendel, primera portavoz de Zelensky en su llegada al poder. Culpar a Rusia, sin duda la respuesta más sencilla y que menos complicaciones supone para Ucrania, ha sido la primera reacción de gran parte del nacionalismo ucraniano, que acostumbra a ver la mano de su odiado vecino. Despachar el crimen como golpe mafioso, asesinato por contrato o venganza política de Moscú es cómodo y, sobre todo, ayuda a ocultar las circunstancias en las que una figura tan oscura como Andriy Parubiy llegó a ser presidente del Parlamento, segunda autoridad política del país.  

Rusia ha sido acusada de inmediato en todos los asesinatos políticos posteriores al Maidán, como los de Pavel Sheremet o Denis Voronenkov. Sin embargo, en todos estos casos, militantes de extrema derecha vinculados a los servicios de seguridad ucranianos surgieron como sospechosos en las investigaciones policiales”, afirmó el periodista opositor ruso Leonid Ragozin, a lo que Mark Ames respondió insistiendo en que “Paruby sabía mejor que la mayoría cómo organizar una revolución en Ucrania. El momento del asesinato de Parubiy, justo después de las grandes protestas contra Zelensky y el inicio de una campaña liderada por el Reino Unido para promover a Zaluzhny en lugar de Zelensky, junto con las presiones del armisticio, apunta hacia adentro». Este es un asesinato de alto perfil. Parubiy comenzó como cofundador del Partido Social-Nacional neonazi de Ucrania, luego líder de la autodefensa de Maidán con sus presuntos tiroteos de falsa bandera, presidente de la Rada y enlace clave para impulsar la adhesión de Ucrania a la OTAN. El padrino de los banderistas”, resumió el periodista estadounidense.  

Miembro fundador y primer líder de Patriota de Ucrania, ala paramilitar de la Asamblea Social Nacionalista, a su vez sucesora del Partido Social Nacionalista de Ucrania, Parubiy ha sido una de las figuras más relevantes de ese grupo de organizaciones que finalmente dieron lugar tanto a Svoboda como a Azov, a la extrema derecha banderista como se conoce actualmente y a las facciones de inspiración neonazi. Parubiy, que en una entrevista confirmó que sus ideas políticas no habían cambiado desde sus tiempos en movimientos políticos de la derecha más extrema del continente europeo aprovechó sus experiencias previas para convertirse en una de las personas clave durante la revolución de Maidan. Como jefe de las autodefensas, su papel en las muertes que finalmente dieron lugar al derrocamiento del presidente Viktor Yanukovich nunca quedó esclarecido, pero la sombra de la duda siempre acompañó a aquella imagen de Parubiy saliendo del hotel en el que había creado su cuartel general a personas fuertemente armadas. Parubiy fue también uno de los protagonistas a la hora de armar la protesta y, como informó entonces The New York Times, acudió armado y encapuchado a una reunión con el entonces embajador de Estados Unidos en Ucrania.  

La trayectoria vital y política de Parubiy es una buena representación de la deriva que ha tomado Ucrania en la última década y media. De enfrentarse al Parlamento Europeo en defensa de Stepan Bandera, entonces héroe solo para unos pocos, Parubiy pasó a dirigir el proceso según el cual las tropas de choque de Maidan fueron equipadas para el combate urbano para, con el explícito apoyo de Occidente, poner fin de forma prematura, irregular y violenta al mandato de un presidente elegido en las urnas. Reflejo de que las estructuras de Maidan se reconvirtieron en las instituciones de seguridad del país, una forma de infiltración de la extrema derecha en espacios clave del Estado, Parubiy fue nombrado brevemente presidente del Consejo de Seguridad Nacional y Defensa. Fue entonces cuando, apenas unos días antes de la masacre de 2 de mayo, se reunió en Odessa con activistas nacionalistas a los que equipó con chalecos antibalas. Como los asesinatos de Maidan, tampoco los de la Casa de los Sindicatos han contado con una investigación que buscara esclarecer los hechos y castigar a los culpables.  

Nombrado tras la victoria electoral de Petro Poroshenko, también cercano a los sectores banderistas, presidente de la Rada, Andriy Parubiy es el ejemplo perfecto de por qué la extrema derecha no precisa de grandes resultados electorales de partidos como Svoboda o de figuras como Andriy BIletsky para ejercer su influencia y consolidar el discurso nacionalista como discurso oficial del Estado, algo que comenzó mucho antes de la invasión rusa y que ha aumentado aún más desde entonces. Desde la tribuna de segunda autoridad del país, Parubiy tuvo la oportunidad de difundir su mensaje de odio contra la población del este -afirmando, por ejemplo, que la Unión Soviética había expulsado a la población ucraniana para repoblar esas áreas con población rusa- o defender su sueño de realizar una operación Krajina contra la población de Donbass.  

Memoria eterna, Andriy Volodymyrovych. Siempre fuiste un patriota de Ucrania e hiciste una gran contribución a la formación de nuestro Estado. Mi más sentido pésame a su familia y seres queridos. Esta es una profunda pérdida para el país. Debemos esclarecer con prontitud las circunstancias de la muerte y castigar a todos los responsables.”, afirma el panegírico de la primera ministra Svyrydenko. De líder paramilitar, autor de un libro titulado “Visión desde la derecha”, firmado y dedicado por Jean Marie LePen, a presidente del Parlamento y líder patriota, la vida de Andriy Parubiy es la representación de los cambios que ha vivido el país y la forma en la que una ideología antes marginal se ha abierto paso para convertirse en el discurso oficial. Su final, asesinado en un ajuste de cuentas interno o externo, es también el reflejo de las consecuencias que el proceso ha tenido para Ucrania.


https://slavyangrad.es/2025/08/30/horrendo-asesinato-en-lviv/#more-32942

viernes, 29 de agosto de 2025

Los Cuadernos españoles de Iván Maiski .

                                                     

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  Entresijos del Comité de No Intervención durante la Guerra Civil Español

                       Jesús  Aller

 

Talentoso diplomático con sólida formación en historia y economía, Iván Maiski se convirtió en los años 30 y 40 en pieza fundamental de la política exterior de la URSS desde su puesto de embajador en Londres.

Su intermediación en la Segunda Guerra Mundial resultó decisiva frecuentemente, como se pone de manifiesto en sus minuciosos Diarios, que no pudieron ver la luz durante su vida y fueron publicados en su idioma original por Naúca en 2005 y en versión inglesa por la universidad de Yale en 2015. Hay una edición española, que traduce la inglesa resumida de 2016, de RBA en 2017.


Durante la Guerra Civil Española, Maiski fue uno de los miembros más destacados del infausto Comité de No Intervención establecido en la capital británica, y en él desplegó todas sus cualidades para ayudar al gobierno de la Segunda República. Sus Cuadernos españoles, cuyos aspectos esenciales voy a tratar de sintetizar en este texto, aportan un testimonio fiel y revelador sobre el funcionamiento del tristemente famoso Comité, y nos descubren los ardides de las potencias mundiales para estrangular el proceso revolucionario desencadenado en suelo hispano. El original ruso de este libro fue publicado por Voenizdat en Moscú en 1962, y allí mismo apareció poco después la versión castellana de editorial Progreso (trad. de Isidro R. Mendieta).

El hombre de Stalin en Londres

Nacido en 1884 cerca de Nizhni Nóvgorod en la familia de un médico militar judío y una maestra, Iván Mijáilovich Maiski estudió letras e historia en la universidad de San Petersburgo. Sus actividades revolucionarias con los mencheviques durante las jornadas de 1905 lo llevaron al exilio en Múnich, donde se graduó en economía, y después a Londres. En 1917 regresó a su país y prestó su colaboración al gobierno de Kérenski. Opuesto en un principio a la Revolución de Octubre, terminó uniéndose a los bolcheviques y en 1924 fue nombrado editor jefe de Zviezdá, una influyente revista literaria. El año siguiente comenzó su carrera diplomática, prestando servicios sucesivamente en Londres, Tokio, Helsinki y de nuevo en la capital británica, en la que fungió como embajador entre 1932 y 1943.

A Maiski le tocó liderar espinosas misiones relacionadas con la guerra de España, y lidiar después con las secuelas del pacto Mólotov-Ribbentrop y su posterior “cancelación”, pero tratar asiduamente a los principales políticos del momento, de Halifax a Eden o Churchill, le dejaba tiempo para cultivar la amistad de Wells, Shaw o Keynes. Sus Diarios nos revelan aspectos mal conocidos de la historia, como la postura de Churchill ante la invasión soviética de Finlandia, los países bálticos y el este de Polonia en 1939, resumida en una frase sorprendente que se pone en sus labios: “Rusia tiene todas las razones para ser la potencia dominante en los países bálticos y debería serlo. Mejor Rusia que Alemania. Eso favorece los intereses británicos”.

Cuando Mólotov sustituyó a Maksim Litvínov, viejo amigo de Iván Mijáilovich, en el ministerio de Exteriores soviético en 1939, la situación de éste fue volviéndose cada vez más inestable y en 1943 fue llamado a Moscú, donde su estrella fue declinando hasta su detención en 1953. El proceso que se le abrió por espionaje no tuvo consecuencias fatales, por el fallecimiento de Stalin a las pocas semanas del arresto, pero Maiski no fue liberado hasta 1955. Vivió todavía veinte años más, con tiempo para redactar sus memorias y otros textos, entre ellos sus Cuadernos españoles. En toda esta época, se mantuvo alejado de cualquier tipo de disidencia, aunque en 1966 fue uno de los firmantes de la “Carta de los 25” en la que escritores, científicos y figuras culturales soviéticas expresaban a Leonid Brézhnev su oposición a una posible rehabilitación de Stalin.

Primeros pasos del Comité de No Intervención

Los Cuadernos españoles comienzan narrando una visita que el 11 de julio de 1936 le hacen al autor en la embajada soviética en Londres, Julio Álvarez del Vayo y Francisco Largo Caballero. En la larga conversación que mantienen, Maiski recoge detalles que le parecen muy preocupantes, como la situación en un ejército que los gobernantes republicanos no han sido capaces de depurar. Así se lo transmite a sus visitantes, pero su pesimismo contrasta con la euforia de del Vayo. Esto hace reflexionar al embajador soviético sobre cómo “los lentes con cristales rosados, incluso de los mejores socialistas europeos, se pagan frecuentemente con la sangre y los sufrimientos de las masas populares.”

Cuando a los pocos días llegan de España noticias de la sublevación, Maiski lamenta haber acertado en su pronóstico. La embajada cierra por el período estival y él se toma vacaciones, visitando Sochi y el Cáucaso. Cuando regresa a Moscú en octubre se le urge a trasladarse sin demora a Londres, donde en septiembre se ha creado un Comité de No Intervención para velar por el cumplimiento del Acuerdo de No Intervención firmado en agosto por veintisiete Estados europeos. A través de él, éstos decidieron “abstenerse rigurosamente de toda injerencia, directa o indirecta, en los asuntos internos de ese país” y prohibir “la exportación… reexportación y el tránsito a España, posesiones españolas o zona española de Marruecos, de toda clase de armas, municiones y material de guerra”. En el Kremlin, al embajador se le encomienda la misión de luchar contra la hipocresía que se esconde tras estas declaraciones, y asumir una táctica “de ofensiva, ya que la defensiva sólo podría acarrear fracasos.”

En Londres, Maiski ve que ha de enfrentarse a un escenario “en extremo repugnante e incluso amenazador”. Se le informa de que toda la idea de la “No Intervención” ha surgido en el Foreing Office británico, aunque luego logró amplio apoyo en Europa y los EEUU. La adhesión de la Unión Soviética al acuerdo estuvo motivada en un principio por la intención de evitar injerencias externas en la lucha fratricida de España, pero cuando se pudo comprobar que todo era una “farsa indignante”, se decidió no obstante no abandonarlo, para vigilar los movimientos de las potencias occidentales y tratar de contrarrestar sus intentos de perjudicar al bando republicano. Se consiguió también con esta permanencia combatir el secretismo dominante, enviando extensos y fieles comunicados a la prensa que recogían la realidad de las deliberaciones y provocaban indignación en muchos lectores, a la vez que protestas de otros participantes en las reuniones.

El Comité contaba con veintisiete miembros, y pronto funcionó además un Subcomité de nueve, aún más secretista, que pasó a realizar la mayor parte del trabajo. En las reuniones de ambos, Maiski denuncia sistemáticamente las infracciones del Acuerdo de No Intervención por parte de Italia, Alemania y Portugal, y amenaza con retirar del mismo a la delegación soviética si éstas siguen produciéndose. Las noticias sobre la ayuda que recibían los sublevados del exterior causan una conmoción entre los obreros ingleses, que es neutralizada por los dirigentes del Partido Laborista. Los detalles de las deliberaciones de todos estos asuntos muestran una connivencia entre Alemania y Gran Bretaña, cuyo representante, Lord Plymouth, presidía las reuniones. Los delegados de otros países, como Suecia, Noruega, Checoslovaquia o Grecia, protestaban en voz baja de la desfachatez de las potencias fascistas, pero sin que la cosa llegara a mayores.

Como es lógico, los acusados de intervenir en España replicaron denunciando a la Unión Soviética por facilitar armas y combatientes a los republicanos. A esto la legación soviética contestó que, vista la inoperancia del Comité, la URSS no estaba dispuesta a dejarse atar las manos mientras Italia y Alemania se volcaban en ayudar a los golpistas. Maiski incorpora en sus Cuadernos españoles bien perfilados retratos de los miembros del Subcomité, diplomáticos en muchos casos con títulos nobiliarios, y demasiado proclives a contemporizar con los delegados fascistas: el astuto Grandi y el brutal y obtuso Ribbentrop, pronto apodado Brikkendrop (‘lanzador de ladrillos’).

Sólo en marzo de 1937, coincidiendo con el comienzo de la batalla de Guadalajara, se logró materializar las propuestas de prohibir el envío a España de “voluntarios” y establecer un control de fronteras para evitar la entrada de armamento en el país. Sin embargo, el desastroso desenlace de los combates para los italianos hizo que las potencias fascistas boicotearan los acuerdos firmados. En mayo se consiguió que se iniciara una aplicación efectiva de éstos, pero Alemania e Italia tenían claro que debían incrementar su ayuda a los sublevados y es por ello que justo entonces decidieron patear el tablero.

El asunto del Bismarck y el ocaso del Comité

El 29 de mayo la aviación republicana bombardeó el acorazado alemán Bismarck, anclado en el puerto de Palma. Los alemanes, aparte de realizar en represalia un salvaje cañoneo sobre Almería, encontraron en este hecho la disculpa perfecta para abandonar el Comité. Éste estaba herido de muerte y la postura soviética fue aprovechar para hacerlo desaparecer al tiempo que se denunciaba la cruel farsa que significaba, pero Italia y Alemania decidieron volver a sentarse a la mesa el 18 de junio, después de que se les ofrecieran garantías. Los acuerdos no conseguían despegar y el 9 de julio el Comité optó por elaborar un nuevo plan de control que trataba de satisfacer a Alemania e Italia, suprimiendo la vigilancia marítima, cerrando la frontera franco-española, concediendo beligerancia al bando de Franco y reduciendo el retiro de “voluntarios” a la vaga fórmula de un “progreso sustancial en la retirada de combatientes extranjeros”. Sin embargo, las conversaciones de este segundo plan encallaron también, mientras en el verano los fascistas multiplicaban sus actos de piratería en el Mediterráneo para obstaculizar el abastecimiento de la república. A esto puso solución la conferencia de Nyon en septiembre de 1937, en la que se acordó que las armadas británica y francesa patrullaran para evitar este tipo de incidentes, objetivo que se logró en gran parte.

En 1938, la política de Londres de “apaciguamiento” con Hitler provocó un interés por que la guerra de España concluyera lo antes posible, con lo que las actividades del Comité se ralentizaron. De todas formas, en julio se consiguió la aprobación del segundo plan, que fue enviado al gobierno republicano y a Franco para que expusieran su opinión. El boicot de este último a los acuerdos tomados, sugerido y asesorado desde Roma y Berlín, impidió avances significativos, pero Negrín decidió, como acto de buena voluntad y unilateralmente, retirar las Brigadas Internacionales en septiembre. En respuesta, Franco repatrió sólo una mínima parte de los efectivos nazifascistas con que contaba, fullería ante la que los “apaciguadores” cerraron los ojos. Así dejó de funcionar el Comité de No Intervención.

Un testimonio revelador

Maiski era un hombre con una memoria extraordinaria, capaz de transcribir literalmente una conversación de varias horas al final de ésta. Las escenas que detalla reflejan además su astucia en la esgrima dialéctica y una rara facultad de prever los planes de sus contrincantes y actuar en consecuencia. Su participación en el Comité de No Intervención, expuesta en los Cuadernos españoles, deja constancia de todas estas cualidades, que vemos enfrentadas a la belicosidad de las potencias fascistas y a la hipocresía de las oligarquías que dominaban Europa, atentas sólo a sus intereses económicos y empeñadas en apaciguar al monstruo que ellas mismas habían creado.

El relato de Iván Maiski sobre el desarrollo de la guerra española repite todos los clichés de la historiografía estalinista, pero los datos minuciosos que aporta sobre las deliberaciones y entresijos del Comité de No Intervención tienen un valor enorme. A través de estas páginas conocemos la triste realidad de un organismo cuyo fin último no era otro que estrangular con buenos modales diplomáticos a la república española. Julio Álvarez del Vayo en su libro La batalla por la libertad definió lo ocurrido en una frase memorable: “Ha sido un brillante modelo del arte de servir en bandeja la víctima de la agresión a los Estados agresores, observando las refinadas maneras del gentleman y dando la sensación, al mismo tiempo, de que el único fin que se persigue al proceder así es preservar la paz.” 

Iván Maiski revela los detalles del oprobio en sus Cuadernos españoles.

Blog del autor: http://www.jesusaller.com/

En él puede descargarse ya su último poemario: Los libros muertos.

Entresijos del Comité de No Intervención durante la Guerra Civil Española – Rebelion


lunes, 25 de agosto de 2025

¿Por qué Occidente cree su propia propaganda ?

El pantano de Ucrania, ¿por qué Occidente cree su propia propaganda?
   

Existe un guion, meticulosamente elaborado, cuya narrativa insiste, con una terquedad cercana al fervor religioso, en que la operación especial rusa comenzó como un acto de agresión no provocada un día de febrero de 2022. Algo horrible de decir o espantoso de contar, que como era de esperar, surgió de la mente revanchista de un solo hombre, desconectado de cualquier contexto histórico de seguridad previa.

Cualquier mención a las causas profundas, a la secuencia de eventos será tachada de «propaganda del Kremlin». Sin embargo, para comprender el callejón sin salida actual y la férrea posición de Moscú, es imperativo, por incómodo que resulte, trazar esa línea histórica, que nunca modificó su narrativa. La expansión constante de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) hacia el este, desde la disolución de la Unión Soviética en 1991, no es un detalle anecdótico; es la herida abierta, la grieta tectónica que incubó este conflicto.

Avanzó aproximadamente 1.600 kilómetros hacia las fronteras rusas, incorporando a una decena de países que antes integraban el Pacto de Varsovia; no fue un acto geopolítico neutral. Fue, en la percepción rusa —y no sin una base de razón—, el desmembramiento deliberado y progresivo de cualquier arquitectura de seguridad colectiva euroasiática que pudiera incluir a Moscú como un socio en pie de igualdad. Ignorar esta lógica fundamental, este casus belli estructural, es condenarse a no comprender absolutamente nada del conflicto y menos aún, su discusión.

La prueba más dolorosa de esta obstinación occidental yace en un documento fantasma, un camino no tomado que condenó a cientos de miles a una muerte evitable. En la primavera de 2022, el mundo estuvo al borde de una solución. Según revelaciones del Wall Street Journal, que han sido corroboradas por diversas fuentes, existió un borrador de tratado de paz entre Rusia y Ucrania, un texto de 17 páginas que delineaba el fin del conflicto.

Sus cláusulas, ahora vistas desde el presente, parecen provenir de una realidad alterna donde la sensibilidad prevaleció sobre la arrogancia. Ucrania se comprometía a restaurar su neutralidad constitucional, abandonando toda aspiración de ingresar a la OTAN; otorgaba estatus oficial al idioma ruso; aceptaba límites concretos al tamaño y capacidades de sus fuerzas armadas, renunciando a albergar armas extranjeras ofensivas, y, lo crucial, reconocía la influencia rusa en Crimea, a cambio de recibir garantías de seguridad de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, un mecanismo multilateral que incluía a Rusia, pero también a potencias occidentales.

Sobre los territorios de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia, el documento preveía un mecanismo de consulta popular, un referéndum bajo supervisión internacional para decidir su estatus futuro, un proceso que, de todos modos, Moscú impondría meses después, en septiembre de 2022. Este acuerdo, por imperfecto que fuera, hubiera congelado el conflicto, salvado innumerables vidas y preservado la integridad territorial ucraniana en mucha mayor medida que la catástrofe actual.

¿Por qué no se firmó? La respuesta es el núcleo de la tragedia occidental: la creencia fanática en su propia propaganda. La narrativa de una Rusia al borde del colapso, estrangulada por sanciones económicas «sin precedentes» y derrotada en el campo de batalla por un David ucraniano armado por Occidente, se impuso sobre la realidad. El entonces primer ministro británico, Boris Johnson, fue enviado a Kiev con un mensaje claro, según múltiples reportes: no se firmará ningún acuerdo; Occidente proveería todo lo necesario para la victoria.

Era una apuesta basada en una ilusión, una que el propio New York Times y otros medios del establishment se vieron forzados a admitir que había fracasado estrepitosamente tras la contraofensiva ucraniana del verano de 2023, un esfuerzo monumental que se estrelló contra las profundas líneas defensivas rusas con un coste humano y material inaceptable, un desgaste que continuó hasta septiembre de 2024, sellando el destino del conflicto. La guerra se prolongó no porque Ucrania pudiera ganar, sino porque Occidente no podía admitir que su estrategia de derrotar a Rusia era un espejismo. Prefirieron sacrificar la paz posible en el altar de una victoria imposible.

El 14 de junio de 2024, en un discurso fundamental ante los ejecutivos de su Ministerio de Asuntos Exteriores, el presidente Vladímir Putin enumeró las condiciones para poner fin a la guerra. Sus condiciones eran, en esencia, las mismas de 2022, pero ahora endurecidas por el hierro y la sangre de dos años más de guerra: 1) la desmilitarización de Ucrania, reduciendo drásticamente su potencial ofensivo; su «desnazificación», un término propagandístico que en la práctica se traduce en un cambio de élite política en Kiev mediante elecciones; 2) el restablecimiento permanente de la neutralidad constitucional, enterrando cualquier aspiración a la OTAN, y, el punto crucial, el reconocimiento internacional de la «nueva realidad sobre el terreno», es decir, la anexión rusa de las cuatro regiones de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia en sus fronteras completas, aunque no las controle totalmente.

Solo una vez aceptados estos hechos Moscú estaría dispuesto a sentarse a hablar de lo que Putin llama la «reorganización de la arquitectura de seguridad euroasiática», es decir, abordar la causa raíz que ellos identifican: la expansión de la OTAN. ¿Algo ha cambiado? En absoluto. La única diferencia es que ahora Rusia no negocia desde una posición de buscar un compromiso, sino desde la posición de una potencia victoriosa que busca la rendición de su adversario y la formalización de sus ganancias. Occidente, que en 2022 despreció un acuerdo que hubiera salvado mucho de lo que ahora está perdido, se encuentra ante unas exigencias mucho más severas.

La intrínseca y brutal relación entre el avance en el campo de batalla y la mesa de negociaciones quedó expuesta de manera obscena con la reciente intervención del presidente Trump reduciendo los 50 días para alcanzar una tregua con Ucrania. Era el reconocimiento tácito de un hecho incontrovertible para cualquier analista militar serio: la línea del frente ucraniano se está desintegrando. Los avances rusos están quebrando la resistencia enemiga, que sufre de una escasez crítica de soldados, artillería, municiones y defensas aéreas. La propuesta de Trump de una reunión en Alaska, por surrealista que pareciera, era un síntoma de desesperación, un intento de Washington de crear una rampa de salida gestionada antes de que el colapso militar en el teatro europeo se volviera total e incontestable, arrastrando consigo el prestigio y la credibilidad de Estados Unidos.

La cumbre de Alaska, en este sentido, fue una jugada maestra de Putin, una maniobra de soft power ejecutada con precisión quirúrgica. Le permitió presentarse ante el mundo no como un paria, sino como un actor global legítimo e indispensable, recibido en suelo estadounidense para discutir los términos de la paz, términos que él mismo dictaba. Le otorgó una legitimidad diplomática que Occidente le había negado durante años y, lo que es más crucial, le regaló un tiempo invaluable para continuar sus operaciones militares de desgaste, consolidando sus ganancias territoriales mientras sus oponentes se distraían con el teatro de la diplomacia. Alaska, como era previsible, no produjo un avance concreto, pero su mera celebración fue una victoria propagandística y estratégica para Moscú.

Demostró que, después de tres años de conflicto y de una retórica belicista sin cuartel, era la OTAN —o más precisamente— su líder, Estados Unidos, quien, reconociendo su derrota indirecta, se veía forzada a mendigar una conversación. La pregunta crucial que flota en el aire es: ¿por qué Rusia, desde su posición de fuerza abrumadora, extendería este salvoconducto a Washington? ¿A cambio de qué concedería a Estados Unidos una retirada medianamente digna de este pantano?

La respuesta parece tejerse en una compleja red de cálculos de largo plazo. Es posible que el Kremlin vea en Trump a un interlocutor más pragmático, menos ideologizado y más susceptible de entablar una relación transaccional basada en intereses mutuos, lejos del moralismo de la administración Biden. Existe la posibilidad de un gran quid pro quo que trascienda Ucrania: un entendimiento tácito sobre esferas de influencia que podría abarcar desde la gestión del Ártico y los recursos energéticos, hasta acuerdos sobre la no proliferación de cierto tipo de armamentos o incluso una relajación coordinada de sanciones.

La audaz teoría de un «Kissinger inverso» —donde Estados Unidos intentaría separar a Rusia de su alianza estratégica con China— es, aunque extremadamente difícil, un objetivo lo suficientemente tentador para Washington como para ofrecer concesiones sustanciales a Moscú. Para Rusia, incluso el simple hecho de flirtear con esta posibilidad le otorga una ventaja en su relación con Beijing, permitiéndole negociar desde una posición de mayor fuerza con su poderoso socio oriental, evitando convertirse en un mero satélite de China. Es un juego de equilibrios geopolíticos de alto riesgo donde Rusia, astutamente, se posiciona como el pivote entre dos gigantes enfrentados.

Sin embargo, la imagen más elocuente de la derrota estratégica europea y su humillante subordinación no se encontró en las estepas de Ucrania, sino en el Salón Oval de la Casa Blanca. Como astutamente expuso el analista Alfredo Jalife-Rahme, dos fotografías valen más que un millón de palabras para capturar el nuevo orden mundial en ciernes. La primera muestra a Donald Trump junto a un Volodymyr Zelensky visiblemente incomodo, posando frente a un mapa mural de Ucrania que, por su ubicación, resulta profundamente sugerente, casi como un presagio de la amputación territorial que se avecina (bit.ly/3V647wq). La segunda es aún más devastadora: un grupo de líderes europeos: el Canciller alemán, el presidente francés, el primer ministro británico, la presidenta de la Comisión Europea —sentados apretujados en sus sillas, con semblantes ceñudos y cuerpos encogidos, como colegiales regañados— frente a la imponente mesa de trabajo de Trump, flanqueada por los bustos vigilantes de Abraham Lincoln y Theodore Roosevelt, titanes de la unidad y el poder presidencial estadounidense (bit.ly/4oInf1d).

La imagen es perfecta: la vieja Europa, arrogante y presumida de su poder, reducida a un coro de suplicantes expectantes, aguardando mansamente la audiencia del nuevo emperador para ser informada de su destino. Habían acudido allí con una chispa de valentía. Creyeron que acompañar a Zelensky les daría peso colectivo. Fue un error catastrófico de cálculo. El objetivo real de convocarlos, según confesó un alto funcionario de la administración Trump a Politico, era precisamente el opuesto: decirles: “Estamos al mando; aprueben todo lo que digamos».

Esta torpeza europea no nace solo de la cobardía política; nace de una realidad material incontestable y aterradora. La capacidad de Europa para librar esta guerra —o cualquier guerra de alta intensidad contra una potencia como Rusia— sin el paraguas nuclear, logístico, de inteligencia y militar de Estados Unidos es simplemente inexistente. El proyecto de autonomía estratégica europea ha sido, hasta ahora, poco más que un eslogan bonito para discursos en conferencias. Una retirada abrupta de Estados Unidos, o incluso una reducción sustancial de su compromiso, dejaría al continente frente a un desastre estratégico de proporciones históricas. Carece de una fuerza disuasoria creíble por sí sola: sus stocks de armamento están agotados tras dos años de enviarlos a Ucrania, su industria militar es lenta, fragmentada e incapaz de escalar en una producción a la velocidad necesaria.

El movimiento de Trump al convocar a los europeos fue de una jugada maquiavélica. Tenía un objetivo dual perfecto. Por un lado, al forzar a los líderes europeos a presenciar y, por su silencio implícito, avalar la negociación directa con Zelensky, conviertiendolos en cómplices de cualquier acuerdo desfavorable que se alcanzara. Sin ellos la idea de que Zelensky, presionado por Trump, aceptar términos perjudiciales, y pudiera luego volver a Bruselas o Berlín en busca de refugio entre sus «socios belicistas», quedaba instantáneamente destruida.

Si Europa, representada por sus máximos líderes, guardó una dócil obediencia en el Salón Oval, no puede luego desvincularse del resultado. Por otro lado, proporciona a Estados Unidos la coartada perfecta para una retirada gestionada. Si el acuerdo finalmente se firma —aunque sea una capitulación encubierta— Washington podrá presentarlo como un éxito de su diplomacia, caso en contrario se atribuirá cualquier concesión dolorosa a la «debilidad» o «intransigencia» de los europeos y de Zelensky.

La narrativa ya está siendo preparada: «Hicimos lo posible, pero nuestros aliados no estuvieron a la altura», «Zelensky se aferró a un orgullo nacionalista irresponsable». Incluso se especula con la posibilidad de orquestar una «revolución de colores» en Kiev para derrocar a un Zelensky que, una vez firmada la paz, se convertiría en un recordatorio viviente de la derrota y cuyo alto nivel de corrupción —documentado por Transparencia International y otros— lo hace extremadamente vulnerable a ser usado como chivo expiatorio. Su principal motivación para mantenerse en el poder, más allá del patriotismo, podría ser muy pragmática: la inmunidad judicial. Sin la presidencia, podría enfrentar no solo el ostracismo político, sino la prisión.

El momento más surrealista y revelador de toda esta tragicomedia geopolítica ocurrió cuando, en medio de la reunión con los europeos y Zelensky presentes, Trump llamó por teléfono a Vladimir Putin y, en un alarde de teatro diplomático, le ofreció organizar una cumbre inmediata con Zelensky y él estar presente. La respuesta de Putin, transmitida a todos los presentes, fue una maestría del desdén: No tienes que venir. Quiero verlo personalmente.

Fue la confirmación final de que la guerra se terminará en los campos de batalla, mientras un presidente estadounidense negocia directamente con el Kremlin el futuro de Europa, con los líderes europeos reducidos a espectadores mudos y consentidos de su propia irrelevancia. Es el compendio de la pérdida de soberanía, el costo final de haber creído su propia propaganda y haber dilapidado, en una sucesión interminable de errores, cualquier oportunidad de forjar un destino estratégico propio.

El nuevo eje del mundo gira en torno a Moscú y Washington, las causas principales del conflicto no se han movido, por lo que la paz, parece bastante lejana.

Fuente: https://eltabanoeconomista.wordpress.com/2025/08/24/el-pantano-de-ucrania-por-que-occidente-cree-su-propia-propaganda/

viernes, 22 de agosto de 2025

Los misiles Patriot .

Los misiles Patriot y el «arsenal de la democracia»

   

Fuentes: Rebelión


En los últimos meses causó un fuerte impacto la decisión del gobierno de los EEUU de “pausar” el envío de suministros militares a Ucrania. Se especuló sobre las razones políticas, de RRII, propiamente militares, y/o relacionadas con la capacidad productiva del complejo de defensa de los EEUU. Alguna de estas cuestiones o la combinación de varias podía estar detrás de esta decisión.

Fue en junio pasado en plena escalada del conflicto en Medio Oriente entre Irán e Israel, y con una ofensiva aérea rusa en desarrollo, que el Pentágono suspendió los envíos de misiles Patriot, interceptores PAC-3, proyectiles de artillería de 155 mm, misiles Hellfire y otros sistemas de precisión a Ucrania. El argumento público fue que esto se debía a la disminución de las reservas de armamento de Estados Unidos. Esta decisión impidió el traslado de equipos que ya se encontraban en Polonia con destino a Ucrania. En realidad, una cantidad importante de suministros fueron trasladados a las bases de EEUU en el Golfo Pérsico.

La “pausa” ocurre en un momento crítico, ya que Rusia incrementó esos días sus ataques aéreos al lanzar 60 misiles y 477 drones en un solo fin de semana. Este fue el mayor ataque desde el inicio de la guerra convencional en 2022. Hecho que pone en el terreno de combate el aumento exponencial de la capacidad de producción de drones por parte de Rusia. Al darse en coincidencia con la guerra de los 12 días (del 12 al 24 de junio) entre Irán e Israel que tuvo como hecho destacado la intervención de los EEUU, nos advierte de observar con gran atención si el famoso “arsenal de la democracia” (como señaló Roosevelt que era su país) estaba en realidad al límite de su capacidad.

Según parecía, y anunciaba el Pentágono, el sostenimiento de la defensa de Israel, de sus bases regionales, la guerra de Ucrania y la atención al Asia Pacífico, como a los pedidos de sus aliados, superaban la capacidad de los EEUU; quien a su vez debía mantener una cantidad armas en reserva y para su propia protección. Es de destacar que las guerras tanto en el escenario generado por Israel como en Ucrania estaban signadas por el “intercambio de salvas” por lo que requieren un número no esperado de interceptores.

De diferente forma tanto Ucrania como Israel dependen de los EEUU para continuar la guerra. Aunque la capacidad de influencia política interna de Israel en los EEUU (y muchos otros países) es desproporcionada. Lo cierto es que gran parte de la capacidad operativa de las fuerzas armadas de la OTAN, de Ucrania, de Israel y de los demás aliados de los EEUU en Asia (como Corea y Taiwán) está inserta en una cadena de producción y suministros cuyos eslabones dependen de Washington. Esto Trump lo sabe y en ese sentido considera que puede actuar con la arrogancia que lo hace ante sus aliados, que parecen más “dependientes” que pares con un “primus” entre ellos.

Todos tenemos en mente ese “arsenal de la democracia” anunciado en la segunda guerra mundial por Franklin D. Roosevelt. Un oficial alemán consultado sobre cómo habían sido derrotados en Normandía señalo satíricamente que “nos aplastaron con una avalancha de millones de toneladas de suministros”. El almirante Yamamoto, quien había estado en Nueva York y visto el inmenso parque automotor de los norteamericanos, señalo que tendrían un año y después estarían perdidos. También sabemos que Inglaterra pudo subsistir gracias al respaldo de los EEUU, que inclusive la URSS debió una parte sustancial de su logística a los envíos de su entonces aliado yanqui para enfrentar a los alemanes. Esa idea de la inmensa e inagotable capacidad productiva yanqui que pareciera repetirse una y otra vez desde hace más de un siglo ¿puede hoy estar cuestionada? ¿qué ha cambiado para que el pentágono señale que no dispone de suficientes misiles y municiones? ¿es verdad? Y ¿Qué profundidad tiene esa carencia si es real?

En este artículo dejaremos de lado las hipótesis alternativas o complementarias de que Trump y los suyos desean explícitamente retacear armas a sus aliados para ´presionar políticamente, para obtener una paz o alto el fuego, o conseguir concesiones de Europa. Nos centraremos en los anuncios oficiales sobre la disminución de reservas en los arsenales, y los ofíciales y privados sobre los límites de la capacidad de producción de misiles Patriot: la “estrella” de los interceptores antiaéreos de los EEUU desde los 90. Y consideramos reales y determinantes a estos problemas.

Partimos de una hipótesis que se relaciona con el marco estructural general de la economía capitalista occidental. Este se basa en que, en el mundo globalizado, sucedieron dos cuestiones que hacen a la logística militar. Una, la “deslocalización” o sea la globalización de las empresas y su instalación fuera de los países centrales, o al menos de gran parte de sus capacidades productivas y logísticas. Dos, la carencia (temporal, pero real) de que no había más conflictos convencionales entre grandes naciones. Ambas cuestiones convergen para el debilitamiento de la capacidad de decisión a nivel nacional respecto a la producción para la defensa.

En este sentido va de la mano de la política económica de Donal Trump, quien señala (y sus acciones en el terreno de las RRII dicen tender a revertir esto) que los EEUU han sufrido un proceso de desindustrialización (en favor de China, pero no solo de ella) y que ha perdido el control de las cadenas logísticas en algunas áreas fundamentales. Sin embargo, es de destacar que si analizamos la evolución del PBI destinado a la defensa a partir de los 90 se nota en forma muy clara la caída en Europa. Por ejemplo, Alemania disminuyo su gasto en defensa desde el 2,5 en 1990 al 1.1 en el 2005, en el 2014 realizo módicos aumentos al 1,3%, a partir del 2022 está aumentando notoriamente. Sin embargo, muchas de las capacidades locales alemanas fueron perdidas y empresas como Rehinmetall tiene dificultades en cubrir las necesidades actuales, a pesar de que las expectativas bélicas han hecho subir sus acciones en forma exponencial. Para los EEUU, no del mismo porcentaje de caída que Europa. Habría que preguntarse en qué gasta la plata EEUU, quien aún destina aun en temas militares aproximadamente lo mismo que todo el resto del mundo junto (aunque debemos notar que ha ido retrocediendo). Sin dudas en ese sentido Trump debe tener razón, y el complejo de defensa yanqui se encuentra también “deslocalizado” al menos en sus cadenas de suministros y tecnología.

Los Patriot

El acrónimo «PATRIOT» significa «Phased Array Tracking Intercept of Target» (Intercepción de seguimiento de matriz en fase del objetivo), aunque la resonancia del acrónimo es menos técnica. Según el informe del 14 de julio de 2025, “Congressional Research Service In Focus report, PATRIOT Air and Missile Defense System for Ukraine”; el sistema “es un componente integral de la defensa aérea y antimisiles de Estados Unidos. El sistema y sus interceptores son caros y limitados en suministro”. El 21 de diciembre de 2022 bajo la presidencia de J. Biden, “el Departamento de Defensa anunciaba que Estados Unidos proporcionaría una batería Patriot a Ucrania como parte de un paquete de asistencia de seguridad de 1.850 millones de dólares” y desde 2022, los Estados Unidos han proporcionado otros sistemas e interceptores Patriot a Ucrania; hoy dispone de seis baterías (Dos de Estados Unidos, dos de Alemania, una de Rumania y una donada conjuntamente por Alemania y los Países Bajos) Zelensky ha pedido veinticinco baterías.

Cómo funciona una batería Patriot

Según el Ejército de los EEUU el sistema Patriot está diseñado para derrotar tanto a los aviones más modernos como a los misiles balísticos tácticos (aunque es discutible su eficacia contra algunos misiles rusos más avanzados), es el único sistema de defensa aérea de los EEUU operativo que puede derribar misiles de ataque. Una batería Patriot está formada por unos 90 soldados, pero tres soldados en la estación de control de combate son el único personal necesario para operar la batería en combate.

Una batería Patriot tiene seis componentes principales: una central eléctrica (dos generadores de 150 kilovatios montados en vehículos], sistema de radares, estación de control de compromiso, estaciones de lanzamiento, grupo de mástil de antenas y misiles interceptores (PAC-2s y PAC-3s). El Radar Set proporciona detección y seguimiento de objetivos, así como control de fuego. El radar de matriz gradual ayuda a guiar a los interceptores a sus objetivos. La Estación de Control calcula trayectorias para interceptores y controla la secuencia de lanzamiento, se comunica con las estaciones de lanzamiento y otras baterías Patriot. Es la única estación tripulada en una unidad. Las estaciones de lanzamiento transportan y protegen los misiles interceptores y proporcionan la plataforma para el lanzamiento físico del misil. Cada estación de lanzador puede acomodar cuatro misiles PAC-2 o 16 misiles PAC-3. El Grupo Antena es la columna vertebral principal de las comunicaciones de la unidad. Los Misiles Interceptores: PAC-2 explotan cerca de un misil entrante, PAC-3 ha sido diseñado específicamente para interceptar y destruir misiles impactándolos directamente con la energía cinética (chocar con el objetivo). Una vez lanzado el misil interceptor, el radar de matriz por etapas lo rastrea. A medida que el interceptor se acerca al objetivo, su buscador activo lo dirigirá al objetivo. Un interceptor del PAC-2 detonará cerca del misil de amenaza, mientras que un PAC-3 tratará de impactar. El Patriot complementa una gama de capacidades de defensa aérea de mediano y corto alcance (Stinger y el Sistema Nacional Avanzado de Misiles Tierra-Aire) proporcionadas por occidente que cubren diferentes rangos que se pueden comparar con el concepto que hemos visto operar en Israel

Cuánto cuestan los Patriot

Las cifras oficiales del costo del sistema Patriot no están disponibles públicamente. Según un artículo del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS) del 16 de diciembre de 2022, «Patriot Ucrania: ¿Qué significa?»[1], una batería de nueva producción cuesta alrededor de 1.100 millones de dólares, incluyendo unos 400 millones para el sistema y unos 690 millones para los misiles. El CSIS sugiere además que los futuros batallones (un batallón consta de cuatro baterías) podrían costar hasta 1.270 millones de dólares cada uno sin misiles. Se estima que los interceptores cuestan alrededor de 4 millones de dólares por misil. Las baterías Patriot generalmente se despliegan con cinco a ocho lanzadores equipados con una mezcla de misiles PAC-3 y los misiles PAC-2 más antiguos y menos costosos. Suponiendo cinco lanzadores con PAC-2s (cuatro por lanzador) y tres con PAC-3 (6 por lanzador), y dos recargas para cada lanzador, los costos de los misiles podrían ser de unos 700 millones de dólares.

El alto costo por misil y el número relativamente pequeño de misiles en una batería significa que los operadores Patriot no pueden disparar a cada objetivo. Los aviones rusos y misiles balísticos de alto valor serían objetivos apropiados. Gastar 4 millones de dólares para intentar interceptar un misil de crucero ruso podría estar justificado si esos misiles alcanzaran objetivos sensibles. Sin embargo, el lanzamiento de un misil de 4 millones de dólares sobre un dron de 50000 dólares no. Así cuando contamos con una doctrina de “saturación” con el lanzamiento de decenas de misiles y cientos de drones, muchos de ellos señuelos, con la intención de que solo una fracción impacte, el uso de los patriots se puede ver afectado. Como hemos visto recientemente con el sistema multicapa israelí.[2]

Quienes poseen los Patriot y donde se encuentran distribuidos

El Ejército de EE. UU. señala que otros 16 países cuentan con sistemas Patriot, incluidos varios miembros de la OTAN: Alemania, Grecia, Países Bajos. España, Suecia, Polonia y Rumanía, así como otros países no pertenecientes a la OTAN, como Japón, la República de Corea, Israel, Kuwait, Catar, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Taiwán y Baréin (venta aprobada por el Departamento de Estado de EE. UU. en mayo de 2019).

Según el ejército de los EEUU actualmente hay quince batallones Patriot disponibles, en realidad catorce (uno en mantenimiento). Tres están en el Indopacífico, uno en el EUCOM y el resto se mantiene en servicio. Hay planes para aumentar el número a 18 batallones, sin incluir los de Guam. La guerra en Ucrania ha intensificado el pedido de unidades con el despliegue adicional en Europa del Este.

El problema para el envío de nuevos Patriot a Ucrania depende de la procedencia del equipo. Si se retira de otras fuerzas operativas, como el Comando Central de EE. UU. o el Comando Indo-Pacífico de EE. UU., transferir el sistema a Ucrania debilita esos escenarios. Si se retiran del territorio estadounidense, esto podría obstaculizar los ciclos de entrenamiento o modernización. De los 15 batallones Patriot disponibles actualmente, uno suele modernizarse como parte de un ciclo de modernización relativamente lento de aproximadamente 15 años.

Consecuencias del racionamiento logístico

La paralización de envíos de junio[3] incluyo 30 misiles Patriot (misiles no baterías), 8,500 proyectiles de 155 mm, 250 sistemas GMLRS y 142 misiles Hellfire, todos necesarios para las operaciones defensivas y ofensivas de Ucrania, estuvo en sincronía con las nuevas victorias rusas. Los sistemas Patriot han demostrado una alta eficacia en Ucrania, ya que interceptaron misiles rusos avanzados como los Iskander-M y Kinzhal. Sin estos interceptores, Ucrania debe racionar sus recursos, desprotegiendo algunas zonas menos claves para su esfuerzo militar. Los F16 ucranianos ya operativos efectuaron misiones de ataque a baja altura con bombas GBU-39. Sin embargo, la ausencia de misiles Hellfire y AIM-120 reduce su capacidad ofensiva. Como señalamos Rusia va aprendiendo (la guerra es una carrera de innovación y aprendizaje), modificó sus tácticas al emplear drones para implementar ataques por saturación para superar las defensas Ucras, como vimos de desarrolla de la misma forma en Medio Oriente contra Israel. Rusia fabrica entre 60 y 70 Iskander y entre 10 y 15 Kinzhal al mes, lo que supera la capacidad de reposición de los Patriot[4].

Desde el inicio de la guerra en 2022, Estados Unidos proporcionó más de 66 mil millones de USS en armas y asistencia militar a Ucrania. La interrupción de los envíos evidenció tensiones en la capacidad de sostener este nivel de apoyo. La pausa también perjudica otros socios estadounidenses, como Israel y Taiwán, que esperaban miles de proyectiles de tanque de 120 mm y municiones de precisión programadas hasta 2026. Los planificadores del Pentágono observaron que el uso de municiones antiaéreas en escenarios como Ucrania, Yemen, Israel, y el Golfo fue mayor que la capacidad de reposición. Esto colocaba en tensión los considerados mínimos de stock para garantizar la seguridad estratégica en diversos escenarios.

El esquema sería este en Ucrania para ver un balance operacional a nivel bombardeo y defensa/respuesta al mismo (también ataque): -Envíos detenidos: 30 misiles Patriot, 8,500 proyectiles de 155 mm, 250 GMLRS y 142 misiles Hellfire. -Ataque ruso: 60 misiles y 477 drones lanzados en un fin de semana, el mayor desde 2022. -Producción rusa: 60-70 misiles Iskander-M y 10-15 Kinzhal al mes. -Ayuda total de EE. UU. a Ucrania: Más de 66 mil millones desde 2022 (sumado al europeo es aproximadamente equivalente al gasto ruso). -Compromisos de EE. UU.: Ventas militares a Israel y Taiwán hasta 2026 en problemas.

Producción en EEUU. Los problemas de momento

Raytheon Technologies fabrica los sistemas de radar y tierra Patriot, y Lockheed Martin fabrica los misiles interceptores. Anuncio de Asistencia de Seguridad de Ucrania del 21 de diciembre de 2022 fue un cambio en la postura original de la Administración Biden sobre el suministro de unidades Patriot a Ucrania. Sin embargo, debemos tener en cuenta que desde una visión de largo plazo (el conflicto pronto llegará a los 4 años) occidente mantuvo una asistencia permanente, con una elevación del tipo de ayuda militar gradual. El esfuerzo militar occidental con la guerra en términos de material parece haber sido algo no pensado o no previsto (quizás creían realmente que Rusia podía ser derrotada fácilmente). Así el incremento de la ayuda, del consumo masivo, y el tipo de material más complejo, con el paso de los meses, y ahora de los años, se encuentra con cuellos de botella no planificados con antelación.

La detención de los envíos de misiles Patriot y otros sistemas muestra los limites del “arsenal de la democracia”, al menos en este momento con el nivel de producción y eslabonamiento logístico existente. La producción de interceptores Patriot, bajo responsabilidad de Raytheon y Lockheed Martin, presenta retrasos por problemas en las cadenas de suministro, especialmente en cuanto a la obtención de elementos de tierras raras necesarios para componentes electrónicos de misiles como el AIM-120.

Según el almirante francés Pierre Vandier, que, revista en la OTAN, hay que ser pesimista y señala que el plazo de entrega de las nuevas baterías Patriot sería de unos siete años. Sin embargo, fuentes más optimistas señalan que podrían estar en condiciones de abastecer el mercado en un par de años. Teniendo en cuanta la posición francesa que declama permanentemente por la “Autonomía estratégica”, es probable que el almirante tenga una visión muy negativa para incentivar el esfuerzo europeo de provisión propia. Lo cierto es que Lockheed Martin y Raytheon, han aumentado la producción de unos 500 a 650 misiles al año. Raytheon “aumentará la producción mensual de interceptores GEM-T en un 150% de aquí a 2028 para satisfacer una demanda sin precedentes”[5]. El portavoz añadió que la empresa también ha comprometido casi 1.000 millones de dólares para asegurar los materiales críticos de los proveedores y acelerar la fabricación de radares; a pesar de que señala que la empresa enfrenta ´problemas de proveedores como las demás empresas de EEUU que requieren este tipo de tecnología e insumos.  Recordemos la insistencia de Trump en sus negociaciones de cuestiones relacionadas con “tierras raras” (casos paradigmáticos son las negociaciones, muy distintas de por sí, con China y Ucrania, pero también con Congo).

Según la prensa israelí las instalaciones de producción, en varios casos dependientes de maquinaria antigua, no poseen capacidad para escalar rápidamente la fabricación. Desde 2022, el Ejército de EEUU cuadruplicó sus objetivos de adquisición de interceptores Patriot. Sin embargo, la reposición completa podría requerir meses o incluso años, debido a estas restricciones[6].

La fabricación de proyectiles de artillería de 155 mm también enfrenta dificultades. En 2022 (antes del inicio de la guerra de alta intensidad en Ucrania y Medio Oriente, que consumen millones de proyectiles de artillería y miles de misiles al año), Estados Unidos producía 14,000 proyectiles mensuales, el objetivo es alcanzar 100,000 unidades por mes para fines de 2025. Pero el apuro enfrenta límites objetivos; entre estas la escasez de mano de obra calificada y las interrupciones en las cadenas de suministro globales. Como señalamos al principio EEUU depende de cadenas transnacionalizadas en virtud de la globalización y la deslocalización. Y de los materiales importados que no controla con firmeza. Rusia en cambio, a pesar de ser una economía mucho más pequeña, mantiene una producción sostenida de munición de artillería mediante cadenas de suministro propias y norcoreanas. Por su parte China esta dando prioridad a la fabricación de nuevos sistemas que intentan equiparar al Patriot como los misiles de defensa antiaérea HQ-9. Y mantiene una vinculación logística con Rusia que le ayuda a sostener el esfuerzo de guerra.

Según señalan los israelíes, quienes han sido beneficiarios de los Patriot desde la guerra del golfo en 1991[7], la industria de defensa estadounidense enfrenta dificultades tanto en producción como en planificación. La fabricación estaba limitada a dos misiles por semana debido a restricciones en chips de silicio y componentes electrónicos. La producción de estos elementos requiere más de un año, lo que impide una respuesta rápida ante necesidades urgentes. Esta situación contrasta con la capacidad de Rusia, que incrementó la fabricación de misiles y drones para agotar las defensas antiaéreas ucranianas.

Hacia donde vamos

La administración Trump ha decidido inyectar recursos y las empresas han emprendido la modernización necesaria y adecuación a la nueva situación, sin embargo, la modernización de fábricas y la capacitación de personal especializado requieren tiempo. El Pentágono asignó prioridad a la modernización de las líneas de producción, con énfasis en la automatización y en la reducción de la dependencia de materiales importados. Sin embargo, la falta de chips de silicio y otros componentes electrónicos continúa siendo una limitación significativa. Recordemos que con un sistema mucho mas simple en el cuarenta la administración Roosevelt tardó un año a poner a la maquinaria yanqui a plena operación, y era otra época, otro nivel de integración nacional de la industria y una tecnología mucho mas simple.

Debemos ver algunas cuestiones que se relacionan con esta necesidad. Además de las políticas de “renacionalización” o “reindustrialización localizada” que pretende Trump, hay detalles que indican algunos itos en las necesidades de recursos y tecnología militar de punta. Una, la cuestión de China y Taiwán, especialmente la intención de Trump de que los taiwaneses orienten su producción, y si es posible instalen sus empresas en los EEUU, ¿pero estas están vinculadas al mercado y capital chino! Otra (similar peor según parece menos conflictiva) los acuerdos con la UE sobre temas de producción militar compran de armamento a EEUU y migración de las industrias europeas al otro lado del Atlántico. Aun así, es de destacar que todos estos procesos, suponiendo que se desarrollen tal como los piensa la actual administración yanqui, no son inmediatos.

El impacto de la incapacidad actual de los EEUU de cubrir toda la demanda de Patriots y otras armas sin dudas genera inquietud en sus socios tanto de Europa del Este (especialmente Europa del Este es la zona donde se encuentran los países más “antirrusos”) e Israel y Taiwán. Es evidente que Washington tuvo que realzar cierta dosificación para los diferentes frentes abiertos. Y esto tiene consecuencias políticas que debemos incluir como un vector mas en las movidas y presiones que realiza Trump respecto Rusia, Ucrania, Israel, Irán, etc. No solo es que EEUU busca cumplir su objetivo de poner su atención en China, o que Trump vino a “pacificar el mundo”, sino que no dispone de armas para suministrar sin limites en varias guerras de alta intensidad. Es una declaración de principios de grupo gobernante en EEUU que el nuevo mundo multipolar no permite a EEUU intervenir en todos los conflictos, aunque la realidad parece imponer otra dinámica, ciertamente EEUU no puede pelear varias guerras a la vez (o sostener conflictos en “zona gris” que requieran despliegue militar importante convencional) contra rivales de envergadura.

Israel, que recibió un volumen considerable de interceptores Patriot y municiones de precisión, depende de Estados Unidos para preservar su equilibrio militar en Medio Oriente. Respecto de Ucrania, el debilitamiento de la provisión de armamento del tipo que tratamos aquí sin dudas esta relacionado con la situación crítica en el frente y con la dificultad se sostener la moral entre el bando de Kiev, que además carece de capacidad de una recluta suficiente. Esto ultimo es de destacar, ya que, ante la carencia de hombres y la caída de la moral, se podría compensar cubriendo más espacios con tecnología, o estructurando una defensa estratégica o táctica eficaz con menos hombres por más terreno y con éxitos defensivos de algún tipo.  La incapacidad de defensa con armamento de precisión impide compensar y a su vez realimenta los problemas.

Mas allá de la guerra de Ucrania, creemos que es importante evaluar en la relación de fuerzas actuales en el mundo en términos económicos, militares, políticos y geopolíticos, el rol de EEUU como “arsenal de la democracia” frente a la emergencia del mundo multipolar y una conflictividad entre actores de mayor paridad.   

Guillermo Caviasca

7 de agosto 2025

UBA/UNLP


[1] https://www.csis.org/analysis/patriot-ukraine-what-does-it-mean

[2] https://www-twz-com.translate.goog/news-features/concerns-over-stockpile-of-patriot-missiles-grow-pentagon-claims-it-has-enough?_x_tr_sl=en&_x_tr_tl=es&_x_tr_hl=es&_x_tr_pto=tc

[3] https://www-theguardian-com.translate.goog/us-news/2025/jul/08/us-pentagon-military-plans-patriot-missile-interceptor?_x_tr_sl=en&_x_tr_tl=es&_x_tr_hl=es&_x_tr_pto=tc

[4] Producción de misiles Iskander por Rusia, incremento en la producción 2023: Rusia produjo aproximadamente 250 misiles Iskander-M. 2024: La producción aumentó significativamente a 700 misiles Iskander-M, casi triplicando la cifra del año anterior. 2025: Según informes de inteligencia ucraniana, la producción mensual de misiles Iskander-M se sitúa entre 40 y 60 unidades, lo que indica una capacidad de producción anual de aproximadamente 480 a 720 misiles.  Capacidad de producción mensual: En junio de 2025, la industria de defensa rusa produjo aproximadamente 195 misiles estratégicos, incluyendo entre 60 y 70 misiles Iskander-M, junto con misiles Kinzhal y Kh-101. 

Factores que impulsan el aumento. Modernización de instalaciones: A pesar de las sanciones internacionales, Rusia ha logrado importar maquinaria avanzada, en su mayoría proveniente de China, para aumentar la producción de misiles.  Reorientación industrial: La industria de defensa rusa ha reorganizado sus operaciones y centralizado bajo el Consejo de Seguridad para acelerar la producción.  Colaboración internacional: Países como Irán y Corea del Norte han colaborado con Rusia, proporcionando componentes y asistencia en la producción de misiles. Existencias actuales: Según la inteligencia militar ucraniana, en junio de 2025, Rusia poseía un inventario de aproximadamente 600 misiles Iskander-M y 300 misiles Iskander-K, lo que, a un ritmo de uso actual, podría durar alrededor de dos años. Se puede consultar: Bulgarian Military, Meta-Defense, Ukrainian Defense Intelligence{ Institute for the Study of War.

[5] https://euractiv.es/section/defence/news/trumps-patriot-missile-deal-for-ukraine-sparks-european-fears-over-air-defence-gaps/

[6] https://israelnoticias.com/militar/paralizacion-de-los-misiles-patriot-se-esta-colapsando-la-produccion-de-municion-en-ee-uu/

[7] Sobre la eficacia de los patriots  https://www-forbes-com.translate.goog/sites/pauliddon/2025/06/15/these-patriot-missiles-are-israels-trash-and-ukraines-treasure/?_x_tr_sl=en&_x_tr_tl=es&_x_tr_hl=es&_x_tr_pto=tc&_x_tr_hist=true

Guillermo Martín Caviasca: UBA – UNLP