lunes, 21 de abril de 2025

El silencio de Occidente sobre Gaza

   

Sobre el «pánico moral» y el valor de hablar

El silencio de Occidente sobre Gaza

Fuentes: Voces del Mundo [Foto: Manifestación de apoyo a Gaza en Yemen]

Las respuestas del mundo occidental a la situación en la Franja de Gaza y Cisjordania plantean una pregunta inquietante: ¿por qué el Occidente oficial, y la Europa occidental oficial en particular, son tan indiferentes al sufrimiento de los palestinos?

¿Por qué el Partido Demócrata de Estados Unidos es cómplice, directa e indirectamente, del mantenimiento de la inhumanidad cotidiana en Palestina, una complicidad tan visible que probablemente fue una de las razones por las que perdieron las elecciones, ya que el voto árabe-estadounidense y progresista en estados clave no podía perdonar, y con razón, al gobierno de Biden su participación en el genocidio de la Franja de Gaza?

Se trata de una pregunta pertinente, dado que estamos ante un genocidio televisado que ahora se ha renovado sobre el terreno. Es diferente de periodos anteriores en los que se mostró la indiferencia y complicidad occidentales, ya fuera durante la Nakba o durante los largos años de ocupación desde 1967.

Durante la Nakba y hasta 1967 no era fácil obtener información y la opresión posterior a 1967 fue en su mayor parte incremental y, como tal, ignorada por los medios de comunicación y la política occidentales, que se negaron a reconocer su efecto acumulativo sobre los palestinos. 

Pero estos últimos dieciocho meses son muy diferentes. Ignorar el genocidio en la Franja de Gaza y la limpieza étnica en Cisjordania solo puede calificarse de intencionado y no de ignorancia. Tanto las acciones de los israelíes como el discurso que las acompaña son demasiado visibles para ser ignorados, a menos que políticos, académicos y periodistas decidan hacerlo.

Este tipo de ignorancia es, ante todo, el resultado del éxito de los grupos de presión israelíes que prosperaron en el fértil terreno del complejo de culpa, el racismo y la islamofobia europeos.  En el caso de Estados Unidos es también el resultado de muchos años de una eficaz y despiadada maquinaria de presión a la que muy pocos en el mundo académico, los medios de comunicación y, en particular, la política se atreven a desobedecer.

Este fenómeno se conoce en la erudición reciente como pánico moral, muy característico de los sectores más concienciados de las sociedades occidentales: intelectuales, periodistas y artistas.

El pánico moral es una situación en la que una persona teme adherirse a sus propias convicciones morales porque ello exigiría un cierto valor que podría tener consecuencias. No siempre se nos pone a prueba en situaciones que exigen valor, o al menos integridad. Cuando ocurre, es en situaciones en las que la moralidad no es una idea abstracta, sino una llamada a la acción.

Por eso muchos alemanes guardaron silencio cuando los judíos fueron enviados a campos de exterminio, y por eso los estadounidenses blancos permanecieron impasibles cuando los afroamericanos fueron linchados o antes esclavizados y maltratados. 

¿Cuál es el precio que tendrían que pagar los principales periodistas occidentales, los políticos veteranos, los profesores titulares o los directores generales de empresas de renombre si culparan a Israel de cometer un genocidio en la Franja de Gaza?

Parece que les preocupan dos posibles consecuencias. La primera es ser condenados como antisemitas o negacionistas del Holocausto y, en segundo lugar, temen que su respuesta honesta desencadene un debate que incluya la complicidad de su país, o de Europa, u Occidente en general, en permitir el genocidio y todas las políticas criminales contra los palestinos que lo precedieron.

Este pánico moral conduce a algunos fenómenos asombrosos. En general, transforma a personas educadas, muy elocuentes y entendidas en imbéciles totales cuando hablan de Palestina. Impide a los miembros más perspicaces y reflexivos de los servicios de seguridad examinar las exigencias israelíes de incluir a toda la resistencia palestina en una lista de terroristas, y deshumaniza a las víctimas palestinas en los principales medios de comunicación.

La falta de compasión y solidaridad básica con las víctimas del genocidio quedó expuesta por el doble rasero mostrado por los principales medios de comunicación de Occidente, y en particular por los periódicos más establecidos de Estados Unidos, como The New York Times y The Washington Post. Cuando el director de Palestine Chronicle, el Dr. Ramzy Baroud, perdió a 56 miembros de su familia -asesinados por la campaña genocida israelí en la Franja de Gaza- ni uno solo de sus colegas del periodismo estadounidense se molestó en hablar con él ni mostró interés alguno en oír hablar de esta atrocidad. En cambio, una falsa acusación israelí sobre una conexión entre el Chronicle y una familia en cuyo bloque de pisos había rehenes suscitó un enorme interés por parte de estos medios y atrajo su atención.

Este desequilibrio de humanidad y solidaridad es solo un ejemplo de las distorsiones que trae consigo el pánico moral. No me cabe duda de que las acciones contra estudiantes palestinos o propalestinos en Estados Unidos, o contra conocidos activistas en Gran Bretaña y Francia, así como la detención del director de The Electronic Intifada, Ali Abunimah, en Suiza, son manifestaciones de este comportamiento moral distorsionado.

Recientemente se ha producido un caso similar en Australia. Mary Kostakidis, una famosa periodista australiana y antigua presentadora de SBS World News Australia en horario de máxima audiencia, ha sido llevada ante el tribunal federal por su -hay que decir que bastante manso- reportaje sobre la situación en la Franja de Gaza. El mero hecho de que el tribunal no haya desestimado esta acusación a su llegada demuestra lo arraigado que está el pánico moral en el Norte Global.

Pero hay otra cara de la moneda. Afortunadamente, hay un grupo mucho más amplio de personas que no temen correr los riesgos que implica manifestar claramente su apoyo a los palestinos, y que muestran esta solidaridad aun sabiendo que puede acarrear la suspensión, la deportación o incluso la cárcel. No es fácil encontrarlos entre la corriente académica, mediática o política dominante, pero son la auténtica voz de sus sociedades en muchas partes del mundo occidental.

Los palestinos no pueden permitirse el lujo de que el pánico moral occidental tenga voz o repercusión. No ceder a este pánico es un paso pequeño pero importante en la construcción de una red global de Palestina que se necesita con urgencia, en primer lugar, para detener la destrucción de Palestina y su pueblo y, en segundo lugar, para crear las condiciones para una Palestina descolonizada y liberada en el futuro.

Ilan Pappé es un historiador y activista socialista israelí. Es catedrático de Historia en la Facultad de Ciencias Sociales y Estudios Internacionales de la Universidad de Exeter (Reino Unido), director del Centro Europeo de Estudios sobre Palestina y codirector del Centro de Estudios Etnopolíticos de Exeter. Asimismo, es autor de los bestsellers The Ethnic Cleansing of Palestine (Oneworld), A History of Modern Palestine (Cambridge), The Modern Middle East (Routledge), The Israel/Palestine Question (Routledge), The Forgotten Palestinians: A History of the Palestinians in Israel (Yale), The Idea of Israel: A History of Power and Knowledge (Verso) y, con Noam Chomsky, Gaza in Crisis: Reflections on Israel’s War Against the Palestinians(Penguin). Escribe, entre otros, para The Guardian y London Review of Books. En X: @pappe54

Texto original: The Palestine Chronicle, traducido del inglés por Sinfo Fernández.

Fuente: https://vocesdelmundoes.com/2025/04/20/sobre-el-panico-moral-y-el-valor-de-hablar-el-silencio-de-occidente-sobre-gaza/

Campos de concentración estadounidenses .

 

Campos de concentración estadounidenses


Una vez que un régimen comienza a enviar gente a campos de concentración —incluidos los de El Salvador— crea un sistema de detención que elude el debido proceso y hace desaparecer a los ciudadanos en agujeros negros.

 

Por Chris Hedges

  21 de abril de 2025 

Una vez que un régimen comienza a enviar gente a campos de concentración —incluidos los de El Salvador— crea un sistema de detención que elude el debido proceso y hace desaparecer a los ciudadanos en agujeros negros.

 Nuestros campos de concentración extraterritoriales, por ahora, se encuentran en El Salvador y la Bahía de Guantánamo, Cuba. Pero no esperen que permanezcan allí. Una vez que se normalice su situación, no solo para los inmigrantes y residentes deportados de Estados Unidos , sino también para los ciudadanos estadounidenses , migrarán a su país de origen. Hay un paso muy corto entre nuestras cárceles, ya plagadas de abusos y maltratos , y los campos de concentración , donde los reclusos son aislados del mundo exterior —«desaparecidos»—, se les niega representación legal y se les hacina en celdas fétidas y hacinadas.

 Los prisioneros en los campos de El Salvador se ven obligados a dormir en el suelo o en régimen de aislamiento a oscuras. Muchos padecen tuberculosis, infecciones fúngicas, sarna, desnutrición severa y enfermedades digestivas crónicas. Los reclusos, entre ellos más de 3.000 niños, son alimentados con alimentos rancios. Sufren palizas. Son torturados , incluso mediante el simulacro de ahogamiento o siendo obligados a sumergirse desnudos en barriles de agua helada, según Human Rights Watch. En 2023, el Departamento de Estado describió el encarcelamiento como «potencialmente mortal», y eso fue antes de que el gobierno salvadoreño declarara el «estado de excepción» en marzo de 2022. La situación se ha visto gravemente «agravada», señala el Departamento de Estado, por la «incorporación de 72.000 detenidos bajo el estado de excepción». Unas 375 personas han muerto en los campamentos desde que se estableció el estado de excepción , parte de la “guerra contra las pandillas” del presidente salvadoreño Nayib Bukele, según el grupo local de derechos humanos Socorro Jurídico Humanitario.

 Estos campos —el “Centro de Confinamiento del Terrorismo” conocido como CECOT, al que están siendo enviados los deportados estadounidenses, alberga a unas 40.000 personas— son el modelo, el presagio de lo que nos espera.

 El obrero metalúrgico y sindicalista Kilmar Ábrego García, quien fue secuestrado El 12 de marzo de 2025, frente a su hijo de cinco años, fue acusado de ser pandillero y enviado a El Salvador. La Corte Suprema coincidió con la jueza de distrito Paula Xinis, quien determinó que la deportación de García fue un «acto ilegal». Los funcionarios de Trump atribuyeron la deportación de García a un «error administrativo». Xinis ordenó a la administración Trump que «facilitara» su regreso. Pero eso no significa que vaya a regresar.

 “Espero que no esté insinuando que yo introduzca a un terrorista de contrabando a Estados Unidos”, dijo Bukele a la prensa en una reunión con Trump en la Casa Blanca. “¿Cómo puedo traerlo de contrabando… cómo puedo devolverlo a Estados Unidos? ¿O sea, traerlo de contrabando a Estados Unidos? Bueno, claro que no lo voy a hacer… la pregunta es absurda”.

 A NOSOTROS

 El presidente Donald Trump se reúne con el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, en la Oficina Oval de la Casa Blanca en Washington D. C., el 14 de abril de 2025. (Foto de BRENDAN SMIALOWSKI/AFP vía Getty Images)

 Este es el futuro. Una vez que un segmento de la población es demonizado —incluyendo a los ciudadanos estadounidenses a quienes Trump califica de «criminales locales»—, una vez que se les despoja de su humanidad, una vez que encarnan el mal y se les considera una amenaza existencial, el resultado final es que estos «contaminantes» humanos son eliminados de la sociedad. La culpabilidad o la inocencia, al menos ante la ley, son irrelevantes. La ciudadanía no ofrece protección alguna.

 “El primer paso esencial en el camino hacia la dominación total es eliminar la persona jurídica del hombre”, escribe Hannah Arendt en “ Los orígenes del totalitarismo ”. “Esto se logró, por un lado, expulsando a ciertas categorías de personas de la protección de la ley y, al mismo tiempo, mediante la desnacionalización, obligando al mundo no totalitario a reconocer la ilegalidad; por otro lado, situando el campo de concentración fuera del sistema penal normal y seleccionando a los reclusos al margen del procedimiento judicial habitual, en el que un delito concreto conlleva una pena previsible”.

 Quienes construyen campos de concentración construyen sociedades de miedo. Emiten advertencias incesantes de peligro mortal, ya sea de inmigrantes, musulmanes, traidores, criminales o terroristas. El miedo se propaga lentamente, como un gas sulfuroso, hasta infectar todas las interacciones sociales e inducir la parálisis. Lleva tiempo. En los primeros años del Tercer Reich, los nazis operaron diez campos con unos 10.000 reclusos. Pero una vez que lograron aplastar todos los centros de poder en competencia —sindicatos, partidos políticos, prensa independiente, universidades y las iglesias católica y protestante—, el sistema de campos de concentración explotó. Para 1939, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, los nazis dirigían más de 100 campos de concentración con aproximadamente un millón de reclusos. A continuación, se establecieron los campos de exterminio.

 Quienes crean estos campos les dan amplia publicidad. Están diseñados para intimidar. Su brutalidad es su atractivo. Dachau, el primer campo de concentración nazi, no fue, como escribe Richard Evans en » La llegada del Tercer Reich «, «una solución improvisada a un problema inesperado de hacinamiento en los campos, sino una medida planificada desde hace tiempo que los nazis habían previsto prácticamente desde el principio. Fue ampliamente publicitada y reportada en la prensa local, regional y nacional, y sirvió como una dura advertencia para cualquiera que considerara ofrecer resistencia al régimen nazi».

 Agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE), vestidos de civil y circulando por los barrios en vehículos sin identificación, secuestran a residentes legales como Mahmoud Khalil. Estos secuestros son una réplica de los que presencié en las calles de Santiago de Chile durante la dictadura de Augusto Pinochet, o en San Salvador, la capital de El Salvador, durante la dictadura militar.

 El ICE se está convirtiendo rápidamente en nuestra versión local de la Gestapo o el Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos (NKVD). Supervisa 200 centros de detención. Es una formidable agencia de vigilancia nacional que ha recopilado datos sobre la mayoría de los estadounidenses, según un informe elaborado por el Centro de Privacidad y Tecnología de Georgetown.

 “Al acceder a los registros digitales de los gobiernos estatales y locales y adquirir bases de datos con miles de millones de datos de empresas privadas, el ICE ha creado una infraestructura de vigilancia que le permite obtener expedientes detallados de prácticamente cualquier persona, prácticamente en cualquier momento”, afirma el informe. “En sus esfuerzos por arrestar y deportar, el ICE, sin ninguna supervisión judicial, legislativa o pública, ha accedido a conjuntos de datos que contienen información personal sobre la gran mayoría de las personas que viven en Estados Unidos, cuyos registros pueden acabar en manos de las autoridades migratorias simplemente por solicitar licencias de conducir, circular por las carreteras o contratar los servicios públicos locales para acceder a la calefacción, el agua y la electricidad”.

 Los secuestrados, entre ellos Rümeysa Öztürk, ciudadano turco y estudiante de doctorado en la Universidad de Tufts, están acusados de comportamientos amorfos como «participar en actividades de apoyo a Hamás». Pero esto es un subterfugio, acusaciones tan poco reales como los crímenes inventados durante el estalinismo, donde se acusaba a personas de pertenecer al viejo orden —kulaks o miembros de la pequeña burguesía— o se las condenaba por conspirar para derrocar el régimen como trotskistas, titistas, agentes del capitalismo o saboteadores, conocidos como «destructores». Una vez que se selecciona a una categoría de personas, los delitos de los que se les acusa, si es que se les acusa, son casi siempre inventados.

 Los reclusos de los campos de concentración son aislados del mundo exterior. Son desaparecidos. Borrados. Son tratados como si nunca hubieran existido. Casi todos los esfuerzos por obtener información sobre ellos se encuentran con el silencio. Incluso su muerte, si mueren bajo custodia, se vuelve anónima, como si nunca hubieran nacido.

 Quienes dirigen los campos de concentración, como escribe Hannah Arendt, son personas sin la curiosidad ni la capacidad mental para formarse una opinión. Ya ni siquiera saben, señala, lo que significa estar convencido. Simplemente obedecen, condicionados a actuar como «animales pervertidos». Están embriagados por el poder divino que poseen para convertir a los seres humanos en temblorosos rebaños de ovejas.

 El objetivo de cualquier sistema de campos de concentración es destruir todos los rasgos individuales, moldear a las personas en masas temerosas, dóciles y obedientes. Los primeros campos son campos de entrenamiento para guardias de prisiones y agentes del ICE. Dominan las brutales técnicas diseñadas para infantilizar a los reclusos, una infantilización que pronto deforma a la sociedad en general.

 A los 250 supuestos pandilleros venezolanos enviados a El Salvador, desafiando a un tribunal federal, se les negó el debido proceso. Fueron conducidos sumariamente a aviones, que ignoraron la orden del juez de regresar, y una vez allí, fueron desnudados, golpeados y rapados. Las cabezas rapadas son comunes en todos los campos de concentración. La excusa son los piojos. Pero, por supuesto, se trata de la despersonalización y de por qué visten uniformes e identificados con números.

 El autócrata se deleita abiertamente con la crueldad. «Espero con ansias ver a esos matones terroristas enfermos recibir sentencias de 20 años de cárcel por lo que les están haciendo a Elon Musk y Tesla», escribió Trump en Truth Social. «¡Quizás podrían cumplirlas en las cárceles de El Salvador, que recientemente se han hecho famosas por sus condiciones tan favorables!»

 Quienes construyen campos de concentración se enorgullecen de ellos. Los exhiben ante la prensa, o al menos ante los aduladores que se hacen pasar por ellos. La secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, quien publicó un video de ella visitando la prisión salvadoreña, usó a los reclusos sin camisa y con la cabeza rapada como escenario para sus amenazas contra los inmigrantes. Si algo hace bien el fascismo, es el espectáculo.

 TOPSHOT

 Primero vienen por los inmigrantes . Luego por los activistas con visas de estudiantes extranjeros en los campus universitarios. Después, por los titulares de tarjetas de residencia . Después, vienen los ciudadanos estadounidenses que luchan contra el genocidio israelí o el fascismo insidioso. Después, vienen por ti. No porque hayas infringido la ley, sino porque la monstruosa maquinaria del terror necesita un suministro constante de víctimas para mantenerse.

 Los regímenes totalitarios sobreviven luchando eternamente contra amenazas mortales y existenciales. Una vez erradicada una amenaza, inventan otra. Se burlan del Estado de derecho. Los jueces, hasta su depuración, pueden denunciar esta anarquía, pero carecen de mecanismos para hacer cumplir sus fallos. El Departamento de Justicia, entregado a la aduladora de Trump, Pam Bondi, está, como en todas las autocracias, diseñado para bloquear la aplicación de la ley, no para facilitarla. Ya no existen impedimentos legales que nos protejan. Sabemos adónde nos lleva esto. Ya lo hemos visto antes. Y no es bueno.

https://kaosenlared.net/campos-de-concentracion-estadounidenses/

Brasil, Racismo y opresión capitalista

 

El violento legado de la dictadura contra la población negra


Afrodescendientes dictadura militar Brasil
 
Fuentes: Alma Preta (Brasil) [Imagen: Manifestación del Movimiento Negro Unificado (MNU) por las calles de Bahía durante el régimen militar. Créditos: Memórias da Ditadura]

 

En este artículo el autor sostiene que el régimen militar de la dictadura brasileña no solo reprimió el movimiento negro, sino que al mismo tiempo reforzaba las las viejas estructuras racistas que persisten en Brasil.


El 31 de marzo de 1964, un golpe militar derrocó al gobierno democráticamente elegido de João Goulart, instaurando en Brasil una dictadura que duró 21 años. Además de la supresión de derechos políticos, la censura y la tortura contra opositores, el régimen dirigió una violencia específica contra la población negra, criminalizando sus organizaciones, borrando su historia y reforzando estructuras racistas que persisten hasta hoy.

El libro Brasil ano 2000: o futuro sem fantasía, publicado en 1969, revela que el régimen veía el activismo negro como una “amenaza subversiva”. El Departamento de Orden Política y Social (DOPS) infiltró agentes en organizaciones como el Movimiento Negro Unificado (MNU) y vigiló a líderes que luchaban contra el racismo.

En 1978, una protesta histórica en São Paulo, conocida como la Marcha contra el Racismo y la Represión, reunió a miles de personas en pleno régimen militar para denunciar la violencia policial y la discriminación racial.

La Comisión Nacional de la Verdad (CNV) señaló que las personas negras fueron víctimas de tortura, desapariciones y ejecuciones, pero estos casos rara vez fueron investigados. Muchos militantes negros ni siquiera figuran en los registros oficiales de perseguidos políticos, lo que pone en evidencia un proceso intencionado de invisibilización.

Represión a las religiones afrobrasileñas

Terreiros‘ [N. del ed.: designación dada en Brasil a los lugares en los que se celebran algunos cultos afrobrasileños] de candomblé y umbanda fueron invadidos, líderes religiosos encarcelados y ceremonias prohibidas bajo la acusación de “prácticas ilegales”. La dictadura asoció estas religiones con “actividades subversivas”, reforzando estigmas ya existentes. En algunos estados, como Bahía y Río de Janeiro, la persecución fue aún más intensa, con denuncias de destrucción de objetos sagrados y violencia contra sacerdotes.

“Dependiendo del lugar, los atabaques siguen siendo controlados hasta hoy. Dependiendo del ‘terreiro‘ en Río de Janeiro, el narcotráfico prohíbe la macumba en algunas favelas”, afirmó Alexândre Cumino, autor de Historia da umbanda: uma religião brasileira, en una entrevista con Alma Preta.

La invisibilización de la resistencia negra durante el golpe militar

La historia oficial de la resistencia a la dictadura suele omitir la participación negra, destacando solo figuras blancas y de clase media. En Paraná, por ejemplo, los registros del Grupo Palmares, una de las primeras organizaciones en rescatar la figura de Zumbi dos Palmares como símbolo de lucha, fueron destruidos o ignorados.

El teatro negro, la prensa alternativa y los encuentros culturales fueron algunas de las formas de resistencia que surgieron en ese período. Artistas como Abdias do Nascimento y grupos como el Teatro Experimental del Negro utilizaron el arte para denunciar el racismo y la represión, incluso bajo censura.

La dictadura no solo reprimió, sino que también profundizó las desigualdades. Las políticas de segregación urbana, la criminalización de la pobreza y la violencia policial aumentaron durante el régimen, afectando desproporcionadamente a la población negra.

El mito de la “democracia racial” fue utilizado para negar la existencia del racismo, mientras que la tortura y el asesinato de jóvenes negros eran tratados como “casos aislados”.

MNU y la resistencia en tiempos de represión

Fundado en 1978, aún bajo la dictadura, el Movimiento Negro Unificado (MNU) surgió como una respuesta a la violencia racial y a la falta de representación política. Su acto inaugural fue la histórica Marcha contra el Racismo y por la Amnistía, realizada en el Valle de Anhangabaú (São Paulo), que denunciaba tanto el régimen militar como el asesinato de trabajadores negros a manos de la policía.

Bajo constante vigilancia, el movimiento se articuló de forma semiclandestina, utilizando códigos y reuniones en espacios religiosos para evadir la represión.

Líderes como Hamilton Cardoso y Milton Barbosa usaron periódicos alternativos (como Jornegro) para sortear la censura, mientras que el MNU presionaba por políticas antirracistas, una lucha que solo ganó visibilidad con la redemocratización. Su acción demostró que, incluso bajo tortura y desapariciones, la organización negra no solo sobrevivió, sino que sembró las bases de las conquistas antirracistas posteriores a 1988.

Plataformas preservan la historia de la represión contra el pueblo negro

A pesar de la sistemática invisibilización de la historia, diversas iniciativas mantienen viva la memoria de la resistencia negra durante la dictadura militar. Plataformas como Memórias da Ditadura y el archivo digital de Memórias Reveladas reúnen documentos oficiales, testimonios y registros sobre la persecución a militantes negros.

El Instituto Odara publicó estudios detallados sobre la represión a los ‘terreiros‘ y liderazgos comunitarios, al tiempo que Alma Preta publicó un especial con datos inéditos sobre el monitoreo de organizaciones negras por parte del DOPS.

La Comisión de la Verdad del Estado de São Paulo “Rubens Paiva” dedicó un capítulo específico a la violencia racial en su informe final, citando casos de jóvenes negros como Abílio Clemente Filho, Carlos Marighella, Helenira Resende, Alceri Maria Gomes y Osvaldo Orlando da Costa, conocido como Osvaldão, quienes enfrentaron torturas y asesinatos brutales en su lucha por la democracia y los derechos.

https://rebelion.org/el-violento-legado-de-la-dictadura-contra-la-poblacion-negra/

Las universidades también han rescatado esta historia: la Universidad de São Paulo (USP) ha publicado investigaciones sobre el Teatro Experimental del Negro como una estrategia de resistencia cultural.

Traducción: Página/12, revisada para Rebelión por Alfredo Iglesias Diéguez.

Fuente (del original): https://almapreta.com.br/sessao/politica/golpe-militar-completa-61-anos-com-legado-de-repressao-e-violencia-contra-a-populacao-negra/