viernes, 1 de noviembre de 2024

Aprendiendo de los «primitivos» .

                                            

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Reseña de La sociedad contra el Estado, de Pierre Clastres (Virus, 2024)

Aprendiendo de los «primitivos»

    

 

Encerrados en nuestra jaula capitalista a punto de explotar, contemplamos a los “primitivos” que han sobrevivido al holocausto con una mezcla de desprecio y condescendencia.

Ellos representan “sin duda” una etapa inicial, pobre y oscura, frente al éxtasis tecnológico de nuestro mundo. Hay que decir, sin embargo, que entre los estudiosos de esos pueblos “atrasados” se han escuchado voces que reivindican en ellos aspectos importantes, perdidos con la civilización, y que señalan el interés de comprenderlos cabalmente para buscar remedio a nuestros problemas.

En la nómina de los que laboraron en esta dirección, un nombre imprescindible es el de Pierre Clastres, que con sus estudios de campo entre indígenas de Sudamérica puso de manifiesto cómo sus sociedades disponen de mecanismos para evitar la acumulación de poder y riqueza, lo que las vacuna contra la división en clases que marca la irrupción de los Estados en la historia. En la obra de Clastres destaca La sociedad contra el Estado, una colección de artículos publicada en 1974, que acaba de ser reeditada en castellano por Virus (trad. de Francisco Madrid) con textos liminares de Carlos Taibo y Beltrán Roca Martínez. Este libro supuso un revulsivo en su momento y sigue atrapando a los lectores con su reflexión que amenaza prejuicios bien asentados.


Pierre Clastres nació en 1934 en París y realizó estudios de filosofía y luego de etnología y antropología, doctorándose en 1965 con la tesis de 3er ciclo: “La vida social de una tribu nómada: los indios guayaquíes del Paraguay”, dirigida por Claude Lévi-Strauss. Clastres imparte docencia después en París y São Paulo, continúa sus trabajos de campo en Paraguay, Brasil y Venezuela, y colabora con grupos de izquierda antiautoritaria franceses, lo que lo lleva a tener un papel destacado en el mayo del 68. Tras la ruptura con Lévi-Strauss en 1974, los años siguientes estuvieron marcados para nuestro etnólogo por polémicas, con estructuralistas y marxistas, al tiempo que iban apareciendo sus libros, siempre aclamados y criticados a partes iguales. Pierre Clastres falleció en 1977 en un accidente de automóvil.

La sociedad contra el Estado presenta una recopilación de once ensayos, publicados entre 1962 y 1974, que promueven una reflexión sobre el poder en sociedades caracterizadas por una visión de este concepto sorprendente para nosotros. Un rasgo esencial en América es que los “jefes” o “caciques”, que podríamos ver como detentadores del poder, no ejercen sin embargo ninguna coerción o violencia, de forma que no existe subordinación jerárquica en torno a ellos. Esto es señalado por los estudiosos, hasta hoy, como signo de “primitivismo” y se asocia a una economía de subsistencia que en muchos casos en realidad no es tal. Para Clastres por el contrario estas sociedades demuestran que: “Es posible pensar lo político sin la violencia, pero no lo social sin lo político, es decir no hay sociedades sin poder”, lo que supone una revolución copernicana en la que las culturas consideradas “primitivas” dejan de girar en torno a la civilización occidental, como tentativas deficitarias, para constituirse por sí mismas en centro de una reflexión política.

En las sociedades indias americanas se da una dicotomía entre un polo mayoritario de democracia e igualitarismo y otro de tiranía. En el primero, el “jefe” es típicamente un “hacedor de paz”, generoso con sus bienes y buen orador, al que en Sudamérica se añade como privilegio ocasional la poliginia. Sólo durante las guerras, que a veces están a cargo de un jefe militar, se concentra en estos personajes un poder considerable. De estas características del cacicazgo, Clastres deduce que lo que se pretende en realidad con esta institución es anular los pilares de la vida social como valores de cambio a través de una estructura perfectamente ritualizada, y prevenir así las “luchas por el poder”: “La misma operación que instaura la esfera política, le impide su desarrollo.

Se resalta después el carácter exogámico de las sociedades indias de la cuenca amazónica, que favorece la expansión de relaciones entre grupos, con lo que a veces se observa una evolución a formas más autoritarias, mientras que otras la fidelidad a los viejos esquemas igualitarios es la norma. Se discute la demografía de algunas de estas sociedades, llegándose a la conclusión de que en el momento de la conquista existían aproximadamente, en 350 000 km2 de territorio guaraní, 1 500 000 habitantes, muchos más que los admitidos anteriormente. Se describe luego la división de trabajo entre los guayaquíes, de vida nómada, con los hombres encargados de la caza y recolección y las mujeres del transporte del ajuar, cestería y alfarería. Son dos mundos separados, simbolizados en el arco y el cesto, y se expone el conflicto que generan “seres intermedios”, como un cazador inhábil que pasa a ser considerado una mujer y sufre por ello, o un homosexual que, por el contrario, se identifica feliz con las labores femeninas. Conocemos también los cantos femeninos y masculinos de los guayaquíes, la poliandria motivada por el exceso de hombres o los tabúes de la caza entre ellos.

Dos relatos míticos de los chulupíes del Chaco paraguayo, que se reproducen y analizan, narran las aventuras de héroes grotescos —un viejo chamán y un jaguar—, que causan hilaridad a los indios, pero sobre todo impugnan la estupidez y vanidad que pueden encontrarse en los seres más “poderosos”. Se trata de una transgresión liberadora contra lo que se teme a través de la risa.

Se establece luego una diferencia entre las sociedades con y sin Estado, en el sentido de que en las primeras la palabra es un “derecho” del poder, mientras que en las segundas es un “deber”, lo cual marca una oposición entre la coerción y un igualitarismo ritualizado en el que la sociedad es el lugar “real” del poder. En otros textos se muestra la profundidad religiosa de algunos mitos de los guaraníes, como su Tierra sin Mal, o su obsesión por la finitud de todo lo que existe, y se reflexiona sobre los ritos de iniciación de los jóvenes en las sociedades primitivas, que involucran habitualmente torturas. El punto de vista clásico es que con éstas se pretende una demostración de valor, pero para Clastres se trata también de un marcaje del cuerpo y la memoria que fortalece la unidad del clan, y un mensaje de que “nadie es más que nadie”, que vacuna contra la sumisión.

El último texto, que da título al libro y fue publicado por primera vez en él, sirve para sintetizar sus aspectos esenciales. Más allá del “evolucionismo” que considera las sociedades sin Estado como algo “incompleto”, se defiende que éstas son capaces de alimentar a sus miembros y disponen de una tecnología bien desarrollada y adaptada a sus exigencias. Las necesidades se satisfacen con unas pocas horas de trabajo diarias (tres o cuatro en general), e incluso se producen excedentes, con lo que podemos hablar de escenarios de ocio y abundancia. Y estas sociedades, según Clastres, se inmunizan contra la desigualdad mediante la organización ritualizada que se ha descrito.

En América se demuestra que pueden darse transiciones de la caza a la agricultura, pero también a la inversa, sin una modificación de la estructura social, lo que revela una independencia entre la infraestructura económica y la supraestructura política. La gran revolución de la protohistoria resulta ser según esto la revolución política, y no la del Neolítico. ¿De dónde viene el poder político entonces? En este sentido Clastres sólo se atreve a plantear sugerencias: el crecimiento demográfico como posible desestabilizador de las sociedades, y el recurso por parte de los “jefes sin poder” a su “palabra profética” para transformarse en auténticos caudillos.

El volumen concluye con una entrevista de 1975 en la que nuestro antropólogo insiste, contra el criterio marxista, en su visión de lo político (el Estado) como previo y condicionante de lo económico (la desigualdad), lo que lo lleva incluso a una interpretación original de lo ocurrido en Rusia tras la Revolución de Octubre. Reflexiona también sobre la guerra entre los pueblos que investigó, permanente e inevitable, contra los enemigos que amenazan a la comunidad.

En las páginas finales, el estudioso de la vieja América examina la Francia del momento y aprecia una exacerbación estatista y autoritaria apoyada por las masas, con los partidos políticos como instrumentos imprescindibles. Concluye tristemente que los “salvajes” dispuestos a exigir su autonomía contra el imperio del Estado y el capital son cada vez más escasos, aunque reconoce lo viejo de su estirpe y no cree desdeñable su capacidad de aprovecharse de las grietas del sistema.

El trabajo de Pierre Clastres, en la estela de Piotr Kropotkin, influyó a otros antropólogos también seducidos por el anarquismo, como Harold B. Barclay, James C. Scott, Brian Morris o David Graeber. Todos ellos reivindican rasgos de las sociedades sin Estado que fueron por largo tiempo las de nuestros antepasados, y ven en ellas una fuente de inspiración para superar la situación actual. Como escribió Clastres en una ocasión, comprender el nacimiento del Estado tal vez nos dé las claves de su posible desaparición.

https://rebelion.org/aprendiendo-de-los-primitivos/

Blog del autor: http://www.jesusaller.com/. En él puede descargarse ya su último poemario: Los libros muertos.

martes, 29 de octubre de 2024

Un linchamiento feminista da la puntilla a la nueva política .

 Un linchamiento feminista da la puntilla a la nueva política

 Colectivo Cantoneras

  Oct 27, 2024  

¿Sirven los linchamientos para mejorar la situación de las mujeres que sufren situaciones de violencia? ¿De lo que se le acusa a Errejón son verdaderas agresiones sexuales, y de qué tipo? ¿Es la denuncia anónima por redes o incluso en medios una vía adecuada para luchar contra ellas?

En el camino de la nueva política se cruzó la irrupción del ciclo feminista, lo que provocó un intento de apropiación institucional de todo ese capital político. Este sirvió tanto para posicionarse dentro del parlamento como el azote de la derecha, como para gobernar en nombre del movimiento feminista, o incluso para las peleas internas por posiciones en listas: no me quieren porque soy demasiado feminista –decía Irene Montero–. Hoy el bumerán golpea en la nuca a Sumar/Más Madrid pero en realidad es la puntilla de todo el espacio del cambio. Abandonados quedan los problemas reales que el feminismo combate: la violencia, pero también la división sexual del trabajo –las posiciones subordinadas en lo laboral de los sectores más precarios y feminizados– y su relación con las tareas de reproducción social. Digamos que el número de veces que el feminismo ha estado en la boca de los y las nuevas políticas no ha estado a la altura de los logros obtenidos, sobre todo desde la óptica de un feminismo de transformación que tenga en cuenta la cuestión de clase.

La política profesional puede ser mas destructiva que el fentanilo

Las peleas internas brutales y despiadadas eran cotidianas y estaban naturalizadas en esa nueva izquierda, “una forma de comportarse que se emancipa a menudo de los cuidados, de la empatía y de las necesidades de los otros”, decía eufemísticamente Errejón. Cuando el poder se acumula en determinadas personas, que acaban endiosadas por la exposición mediática y las atenciones que las fama les procura –fama que garantiza el poder en estas organizaciones débiles– es difícil que no se genere despotismo, maltrato, y abusos de todo tipo. Esto ha estado muy presente en la cultura de guerra que se instituyó en Podemos cuando, en vez de optar por la democracia interna y la pluralidad, se eligió un modelo vertical que ha llevado a la centrifugación y liquidación de todo el espacio político. Estas organizaciones no tenían forma de generar contrapesos internos al poder de determinadas personas, ninguna, mucho menos de vigilar los comportamientos personales de sus miembros –si es que eso fuese deseable–. El autoritarismo se construye sobre las estructuras de dominación previas –como el sexismo– y las refuerza. Ahí donde confluye este poder personalista –con su propia érotica que hay que destruir– con las relaciones sexuales o afectivas, es fácil que se siga la propia lógica de yo primero o yo a pesar del resto, y se generen relaciones de mierda y abusos de todo tipo. La declinación de género de la falta de democracia y la autoridad sin límites es una subjetividad sexual del dominio. Así, la política profesional puede ser mas destructiva que el fentanilo; las adicciones de Errejón pueden resumirse en una: la adicción al poder –y no ha sido el único del espacio del cambio–.

 Si el escenario era el de una guerra de todos contra todos con un alto grado de violencia interna –donde también participaron las mujeres por cierto–, y que dejó a mucha gente emocionalmente devastada, al gran mundo de ahí afuera no pareció importarle nunca, salvo cuando intervino la cuestión sexual. Siempre la cuestión sexual, ya sea en denuncias por explotación laboral, o en las de infiltrados policiales, a los medios –y al feminismo mainstream– parece que solo importa –o importa más– lo que toca el sexo. El resto de violencias quedan opacadas, relativizadas u olvidadas en un cajón. Aunque también hay que notar aquí, como señalan las compañeras antirracistas, una preocupación selectiva que convierte en casos hipermediáticos únicamente aquellos que afectan a determinadas mujeres blancas y de clase media. Los abusos de las temporeras del campo, en la frontera o en los Cíes o los que sufren las trabajadoras sexuales apenas ocupan algunas líneas en las crónicas de sucesos.

¿Qué hay de emancipador o transformador en el miedo?

Asistimos pues al último capítulo de la liquidación de la izquierda del PSOE y ha venido en la forma de linchamiento colectivo utilizado como herramienta para la guerra interna. Las manías personales y las batallas políticas entre partidos de todo signo han confluido con un cierto feminismo castigador para linchar a Errejón convertido en monstruo, en epítome de todo lo que está mal en el orden de género. Las dinámicas de redes han contribuido a esta espiral donde abundan los golpes en el pecho, los heroicos desmarques y las exigencias bajo pena de excomunión de la izquierda de que todo el mundo se pronuncie y en un solo sentido: el de condenar al monstruo y a su organización y que esto se haga inmediatamente ya y sin posibilidad de reflexión. Otras opiniones no son posibles, las personas que piensan diferente no se atreven a hablar, el debate o incluso la duda están cerrados por miedo a ser la/el siguiente en ser linchado. ¿Qué hay de emancipador o transformador en el miedo? Un feminismo que se presenta estos días mediante un fuego redentor, posiblemente aleje a muchos y muchas, en vez de convencerles de que nuestro proyecto trae un mundo más generoso y amable para todos. La extrema derecha se frota las manos cuando el feminismo se viste de guerra de sexos con sus “todos son violadores” porque esta es la representación que más le conviene.

 A pesar el pacto forzado de silencio, existen múltiples interrogantes que han recorrido los grupos de mensajería privada o las conversaciones informales. ¿Sirven los linchamientos para mejorar la situación de las mujeres que sufren situaciones de violencia? ¿Ayuda este marco a avanzar en nuestra lucha contra estas? ¿De lo que se le acusa a Errejón hasta el momento son verdaderamente agresiones sexuales, y de qué tipo? ¿Y lo son todas o solo algunas? ¿Son punibles? ¿Qué sería hacer justicia aquí? Y sobre todo ¿qué sería hacer justicia feminista? ¿Es la denuncia anónima por redes o incluso en medios una vía adecuada? No tenemos todas las respuestas, pero lanzamos unas notas para el debate.

 Las relaciones de mierda no son agresiones machistas

 El último ciclo feminista quería alertar sobre la gravedad de las violencias, pero terminamos discutiendo sobre una ley –la del solo sí es sí– que supuestamente acabaría con ellas por la vía del código penal. Los debates de estos años, que podrían haber sido imprescindibles para avanzar en la comprensión y la lucha contra estas situaciones han tenido también algunos efectos contraproducentes que empezamos a comprender mejor a partir de este caso.

 En la pasada legislatura se vio como una conquista que una misma palabra “agresión” condensase cualquier acto sexual sin consentimiento independientemente de su gravedad o contexto donde se produjese –ya sea el beso de Rubiales a una violación múltiple–. Hoy constatamos que esa indefinición contribuye a la capacidad expansiva de ese concepto. Estos días asistimos a una mezcla de posibles imputaciones de delitos, comportamientos poco éticos y opciones sexuales que se condenan moralmente, todo junto y revuelto en una narrativa acusatoria donde es muy difícil deslindar las distintas cuestiones. No, no todo es lo mismo ni exige las mismas respuestas.

Usar esos marcos de deseabilidad para establecer juicios, escudriñar vidas sexuales y comportamientos, señalar y condenar a los culpables es contraproducente

 Por ejemplo, podemos reflexionar sobre cómo nos gustaría que fuesen nuestras relaciones personales libres ya de todo poder y dominio –para eso las mujeres también tendríamos que responsabilizarnos, no somos víctimas indefensas en toda relación como parece apuntarse estos días–. Pero usar esos marcos de deseabilidad para establecer juicios, escudriñar vidas sexuales y comportamientos, señalar y condenar a los culpables es contraproducente para un feminismo que parece deslizarse por el marco del autoritarismo, la moralización y el control de las costumbres como una suerte de vuelta al feminismo burgués de las prohibiciones del alcohol. Recordemos también que los más poderosos, los que tienen poder de verdad no necesitan la legitimidad de la pureza moral, a la derecha le afectan poco estas cuestiones. Este es un juego donde solo pelean las izquierdas institucionales contra sí mismas.

Desde luego, todos los comportamientos que nos parecen chungos no implican necesariamente violencia machista. Precisamente, esta en general está definida por relaciones que cuesta dejar, donde el agresor manipula, persigue y usa la violencia para dominarnos y controlarnos. ¿Es equiparable algo así con que dejen de escribirnos o no nos quieran ver más, con que solo quieran sexo como parece insinuarse estos días? ¿A qué no sean románticos en una relación o el sexo sea “demasiado duro”? Si todo es lo mismo, primero se banalizan violencias muy graves que están sucediendo –por ejemplo, los Cie y las PAH están llenas de mujeres que han sufrido estas violencias–, y después, perdemos el foco de cómo enfrentarnos a ellas porque todo parece ser lo mismo.

Los contornos de las agresiones se difuminan así peligrosamente. Parece que se condena el sexo ocasional o no romántico si no hay un compromiso de la otra persona que cumpla nuestras expectativas, como recuperado la vieja idea de que nuestra “flor” ha de ser recompensada con este compromiso, mientras se cuestiona el sexo no normativo. Las prácticas sexuales tienen que ser consentidas siempre pero no hay un sexo feminista, no hay uno más aceptable que otro. ¿Acaso a las mujeres no nos gusta ese tipo de sexo? ¿A ninguna? ¿Todas queremos lo mismo y vivimos la sexualidad de la misma manera? El sueño de los fundamentalistas sobre el control de las costumbres aparece aquí por un lado no previsto.

    La pesadilla de estos días es que el giro reaccionario sobre la sexualidad, su resacralización, venga de la mano del feminismo

La pesadilla de estos días es que el giro reaccionario sobre la sexualidad, su resacralización, venga de la mano del feminismo. La pregunta central debería ser en todo caso por la posibilidad de negarse, si esta existe, todo lo demás: cómo folla cada quién o si se mete rayas y dónde, no debería importarnos ni debería ser un argumento usado contra nadie. El feminismo no va de moral, ni pretende remoralizar a la sociedad –o no debería–, va de aumentar la autonomía de las mujeres de empoderarnos. ¿Situarnos como víctimas en todos estos casos la aumenta o nos fragiliza más? ¿Incrementa nuestra capacidad de actuación, nuestro poder social?

Porque hemos pasado de una necesaria lucha para no culpabilizar a las personas agredidas a un momento donde aparecemos representadas como sujetos pasivos con nula capacidad de decir lo que queremos o lo que no queremos. Si a veces hay situaciones donde esto puede ser efectivamente así, desde luego no puede generalizar al papel de las mujeres en la sexualidad y en todas las relaciones descritas. Es justo contra lo que llevamos décadas luchando. Si no hay coacción física, no hay una dependencia económica o de otros tipos, o amenazas, podemos y debemos decir que no. Tenemos capacidad, o tenemos que buscarla colectivamente. Pero hemos llegado a un punto que el feminismo parece afirmar lo contrario. Solo sí es sí no implica que no podamos decir que no, o no debería.

    Las jóvenes que están descubriendo la sexualidad no pueden recibir el mensaje de que un mal polvo, poco cuidadoso o insatisfactorio, o una relación de mierda es violencia

Las jóvenes que están descubriendo la sexualidad no pueden recibir el mensaje de que un mal polvo, poco cuidadoso o insatisfactorio, o una relación de mierda es violencia porque eso nos convertiría a todas en víctimas en buena parte de nuestras relaciones y en muchísimas de nuestras interacciones. ¿Eso a donde nos lleva? ¿Qué podemos hacer desde esa posición en nuestra vida cotidiana? ¿Y nosotras nunca participamos en las dinámicas tóxicas de las relaciones, nunca ejercemos nuestro poder en ellas de forma indebida?

Es imprescindible volver a reafirmar nuestro papel activo en todo momento y lugar. Tenemos que hablar más de autodefensa feminista, de fuerza y de capacidad y menos de meter a las mujeres en una urna. Reafirmar nuestra capacidad de acción y nuestra responsabilidad no es culpabilizar a la víctima, es volvernos a dotar de posibilidades de actuación –generarlas de nuevo en el imaginario feminista– y mejor si estas son, además, colectivas.

El circo mediático y la política de las redes

Con el linchamiento de estos días estamos celebrando la transformación del feminismo de un movimiento colectivo en una catarsis de denuncias individuales y anónimas en redes sociales. Quizás, además de la puntilla definitiva para la nueva política, este acontecimiento marque también el declive de la potencia del movimiento feminista convertido en un proyecto de reforma moral.

¿Qué pasa con estas mujeres cuando sus casos son descuartizados por la prensa?

 Sobre la anonimato hubo un cierto debate en el pasado ciclo del Me too y, por lo menos, merece una reflexión sobre sus peligros, porque si algunas mujeres lo usan para denunciar cuando no encuentran otra vía, esta se presta a todo tipo de instrumentalizaciones que pueden volverse contra nosotras. Como señala Josefina Martínez, en redes como X el algoritmo está al servicio del proyecto político de la extrema derecha que utiliza bulos y campañas falsas para atacar a sus enemigos. ¿Qué peligros estamos abonando si reafirmamos este método de denuncia y el escrache en redes sin problematizarlo? ¿Sirve esta herramienta para todo y siempre para las mujeres cuyos agresores no sean famosos? ¿Qué pasa con estas mujeres cuando sus casos son descuartizados por la prensa, en este caso, incluso la más progresista? Hace años que, en todos los manuales periodísticos sobre el tratamiento de la violencia machista, se explica que hay que huir de las descripciones escabrosas, del sensacionalismo y de la conversión de la información en espectáculo. No es, desde luego, lo que ha sucedido estos días con la exposición de cada detalle en relatos morbosos para que todos los ciudadanos se conviertan en juez de cada una de las historias y de sus ínfimos detalles. ¿Cómo va a dejar esta pornografía emocional a las mujeres que denuncian después de que pase el calentón?

Por otra parte, la denuncia individual en redes donde cada una actúa por su cuenta no puede ser una apuesta consistente para luchar contra la violencia o el sexismo y puede dar lugar a injusticias que se vuelvan contra nosotras. El circo gestual tuitero hace tiempo que se ha convertido en simulacro de una política real muerta con el ciclo, la que ha quedado tras la hecatombe de la nueva política. No es anecdótico que su puntilla la haya puesto un linchamiento en redes. Y para las que piden más denuncias penales, como la ministra de Igualdad, solo recordar que la justicia casi nunca está de nuestra parte, que no se pueden demostrar todas las violencias que sufrimos, y que muchas no encajan en la lógica de un juicio o incluso son causadas por el propio sistema policial y penal –los desahucios, la que persigue y encierra a migrantes y trabajadoras sexuales y la que condena a feministas por luchar–.

  Deberíamos luchar para que las herramientas para denunciar la violencia machista sean siempre, en la medida de lo posible, colectivas

 Deberíamos luchar para que las herramientas para denunciar la violencia machista sean siempre, en la medida de lo posible, colectivas. También tenemos que retomar el camino de la movilización y la organización por abajo tanto para darle un nuevo impulso a un feminismo de transformación –que debería estar apegado a la vida de las mujeres que están más abajo–, como para abrir una verdadera batalla que recupere la iniciativa política en la calle superando por fin el desierto que ha dejado el fin de ciclo, la institucionalización del 15M, del movimiento feminista y sus fracasos. Contra los hombres poderosos y sus mierdas y abusos, pero también contra todo poder que hace posibles hoy las agresiones: papeles, derechos laborales y luchas colectivas para todos y todas.

 Colectivo Cantoneras

 Almudena Sánchez, Beatriz García, Marisa Pérez, Fernanda Rodríguez, Nerea Fillat y Nuria Alabao

 

https://zonaestrategia.net/un-linchamiento-feminista-da-la-puntilla-a-la-nueva-politica/

 

 Nota del blog . -  Si se lee  los artículos del 178  a  180 del código penal solo penaliza  la agresión sexual    y no el " acoso "(1)   . Tratar un beso o un tocamiento  en  el traksero como una agresión  y no una caricia  es  un grado  de imposible catalogación .En realidad  el feminismo  se comporta como un amplio movimiento de reforma moral, lo «neoprogre», como forma ideológica particularmente hispana, tiene así notables correspondencias con el liberalism de origen estadounidense y con la usabilidad de «lo políticamente correcto», también común en el medio anglosajón.  La fuerte impregnación moral de estas posiciones lleva a sus mejores exponentes a operar sobre la base de una suerte de nueva religión mundana de salvación. Lo neoprogre es para la izquierda el gran motor de las guerras culturales que se activa contra su homólogo «facha» o «reaccionario». Pero también es el gran motor legislativo que entre 2019 y 2023 ha convertido el código penal en el instrumento preferido de reforma social. De ahí la centralidad de los delitos de odio, y de la persecución de los enunciados racistas, xenófobos o sexistas. De ahí también que produzca mayor escándalo cualquier comportamiento calificable como sexista o racista en el ámbito público (por ejemplo, entre famosos, o en el ámbito deportivo), que la superexplotación de las trabajadoras domésticas, la ley de extranjería, las expulsiones en caliente, la política europea de fronteras o los reiterados episodios de asalto  al valle de Melilla.  Lo cual lo convierte en un progresismo de derecha  postmoderna neoliberal (2)

(1) https://www.conceptosjuridicos.com/codigo-penal-articulo-180/

(2)  https://zonaestrategia.net/la-izquierda-pos15m-pilar-de-la-restauracion/