Ucrania: no hay esperanza de paz
10 enero, 2023 Eduardo Luque
El 14 de noviembre el medio ruso Kommersant informó de negociaciones entre EEUU y Rusia. La reunión (evidentemente secreta) tuvo lugar en Ankara. Los participantes eran del más alto nivel. Por el lado americano, el director de la CIA, Bill Burns; por el ruso Sergei Naryskhin (director del Servicio de Inteligencia Exterior). Se supone que discutían las condiciones para la paz en Ucrania. Zelensky en esta tesitura no es más que un figurante, una figura borrosa, un peso muerto que desaparecerá en un momento u otro. No había habido más encuentros desde el 10 de enero. EEUU, en aquel momento, se negó a reconocer las líneas rojas planteadas por Moscú. Fue el primer aldabonazo de la guerra. EEUU exigía la retirada de las zonas ocupadas, la devolución del Dombass. Lugansk y Crimea a Ucrania, el pago de reparaciones de guerra…. Rusia planteaba quedarse en la situación actual, desmilitarizar el ejército ucraniano, respetar las líneas rojas planteada por Moscú a la expansión de la OTAN…Sólo acordaron una comunicación indirecta entre militares para evitar una escalada nuclear. Rusia ha asegurado que no utilizará las armas nucleares la primera, EEUU, por el contrario incluye en su doctrina militar el uso de ese tipo de armamento en primera instancia.
Ese hecho, la negativa norteamericana a la negociación, ha sido una constante en este conflicto. La parte rusa ha ofrecido en numerosas ocasiones abrir negociaciones; sólo por citar algunos ejemplos: el 11 y el 13 de septiembre, el 26 y el 30 de octubre, el 1 de noviembre… Por el lado norteamericano, sólo ha hablado de negociaciones el presidente del Estado Mayor Conjunto el general Mark Milley cuando argumentó en reuniones internas que: «… los ucranianos han logrado casi todo lo que razonablemente podrían esperar en el campo de batalla antes de que llegue el invierno y, por lo tanto, deberían tratar de consolidar sus ganancias en la mesa de negociaciones«.
En este momento no hay nadie con quien hablar. Zelensky, si se atreviese, sería eliminado inmediatamente. Washington es el que toma las decisiones. Algunos miembros de la administración Biden, según el Wall Street Journal, están de acuerdo con la postura del general aunque han sido silenciados. El conflicto dentro del ejecutivo de Biden entre los que plantean una guerra total y el otro sector, menos beligerante, aún no está resuelto. El Secretario de Estado Anthony Blinken, del sector más duro, pretendía que el Congreso declarase a Rusia “estado agresor”, paso previo a una declaración de guerra. La recaptura de Jerson, aunque es una victoria publicitaria, ha servido para que Occidente y las voces que susurran por un final del conflicto enmudezcan.
La visita de Zelensky a Washington, en el mes de diciembre, no ha obtenido los resultados esperados para Kiev. EEUU no enviará nuevo armamento moderno a Ucrania. Sólo apoyará con otros 1.900 millones adicionales y una sola batería de misiles Patriot que no modificará la marcha de la guerra, claramente favorable a Moscú. En estos momentos quien dirige la guerra en Ucrania es un general norteamericano de tres estrellas y unos 300 oficiales que constituyen el llamado Grupo (SAG-U, Security Assistance Group-Ucraine).
El presidente ruso hizo el 24 de diciembre un nuevo llamamiento a las negociaciones. La respuesta era la esperada. La Casa Blanca pretende escalar aún más el conflicto. Moscú sabe que la guerra a gran escala se acerca y se prepara para la misma. La movilización de las tropas rusas alcanzará 1.500.000 de efectivos en cinco años (ahora dispone de cerca de un millón). Se amplía la financiación (las sanciones económicas contra Rusia fracasan) los analistas europeos que calculaban el hundimiento de la moneda y una contracción del PIB superior al 20%, han tenido que admitir que la moneda está fuerte, que el PIB caerá un 2,5% y se anuncia un crecimiento positivo para el 2023.
EEUU presiona a sus aliados de la OTAN para intervenir utilizando una u otra escusa. Washington incita a la guerra pero no dudará ni un minuto en dejar solos a sus aliados, si las cosas van mal, como hizo en Afganistán. Los gobiernos occidentales oyen y obedecen, varios países europeos comienzan a sondear a sus poblaciones para reinstaurar el servicio militar obligatorio. Vientos de guerra recorren Europa. Polonia, que se supone que tiene unos 10.000 soldados en la guerra ucraniana, no puede ocultar más sus bajas; ya ha enterrado a más de 1.700 soldados (según cifras oficiales) y tienen necesidad de construir nuevos camposantos para otros 3.000. Varsovia pretende canjear sangre y dinero por los territorios del oeste de Ucrania con la excusa de ser, en su momento, una “fuerza de paz o de interposición”. En Bajmut fuerzas de la OTAN se enfrentan con las tropas rusas; la batalla ha sido definida, incluso por oficiales norteamericanos, como una “picadora de carne ucraniana”.
La primavera será otro momento clave. El ejército polaco ha anunciado el inicio, entre el 23 y 27 de marzo, de unas maniobras que tendrán una duración de 5 semanas[1]. Se pretende movilizar a 200.000 reservistas y someterlos a entrenamiento. Hay ya un flujo constante de ciudadanos polacos que huyen hacia Alemania para evitar la movilización en ciernes. Las papeletas de citación han comenzado a repartirse. La población no parece muy proclive a implicarse más en la guerra. La prensa polaca habla de 70.000 hombres que habrían huido hacia Occidente. El 6 de diciembre el gobierno polaco hacia público una resolución para aumentar el número de tropas activas. Moldavia podría lanzar un ultimátum a Transnitria, como afirmó Oazu Nantoi parlamentario del partido gobernante PAS en la tv moldava. Este político afirmó que las autoridades moldavas, la OTAN y las fuerzas ucranianas podrían llevar a cabo una operación militar en el territorio de Transnistria para desmilitarizar esta región. Además, la situación en los Balcanes entre Kosovo y Serbia está a punto de estallar. En paralelo las maniobras militares conjuntas de Bielorrusia y Moscú y la transferencia de tropas rusas hacia la frontera ucraniana preparan nuevos escenarios. Minsk ha renunciado al tratado que obligaba a separar, unos 80 Km, las fuerzas militares de la frontera, Bielorrusia es para Moscú una zona clave y de vital importancia. Polonia ha fijado como objetivo el enclave ruso de Kaliningrado que forma parte de Rusia. Finlandia y los países Bálticos pretenden integrarse en la OTAN. Rusia moverá sus tropas hacia la frontera de esos países. Los acuerdos suscritos para separar los ejércitos, con una zona de amortiguación de 1.500 km, quedarán invalidados. El Ministro de Defensa ruso ya ha anunciado la creación de nuevas divisiones que protegerían el enclave de Carelia y la salida al golfo de Finlandia y Mar Báltico.
Asistimos a una nueva guerra industrial donde lo determinante es la producción masiva de armas de todo tipo. Mientras Rusia parece no tener problemas de suministros, a pesar del gasto de entre 40 y 50.000 proyectiles diarios, EEUU sólo produce unos 150.000 al mes del mismo tipo. Es tal la falta de proyectiles que Washington ha tenido que comprar 150.000 proyectiles a Corea del Sur y prolongar los contratos de misiles antiaéreos ya firmados con Taiwán para enviarlos a Ucrania. Norteamérica tiene problemas para reponer sus sistemas antiaéreos en el campo de batalla. Los ejércitos europeos sólo son eficaces sobre el papel y la propaganda. Alemania, Francia, Reino Unido ha proporcionado armamento muy defectuoso a Kiev. El fracaso de la industria armamentística alemana es evidente La corrupción del ejército ucraniano es enorme. España, que anunció el envío de blindados Leopard, no lo hará porque necesita el permiso de Alemania. Al no poder ofrecer ese material se limita a entrenar a grupos de soldados ucranianos. Aunque la Ministra de Defensa sí ha conseguido unos 1.300 millones adicionales para rearmar al ejército. Militarmente la UE cuenta poco en esta guerra. EEUU le tiene reservada la faena de financiación del conflicto y el pago de la reconstrucción si llega a darse. La base productiva de Occidente ha sido puesta a prueba y muestra enormes carencias.
Mientras Occidente vacía sus arsenales, Moscú se ha lanzado a robustecer su industria militar. Rusia pone en marcha su industria militar que hasta ahora había producido muy por debajo de sus capacidades. Se han impuesto tres turnos de trabajo y jornadas laborales de seis días en sus fábricas de armamento. Aparentemente nutre sin problemas las necesidades del frente. Se están creando de forma acelerada las estructuras económicas que permitirían, si fuera necesario, la militarización total de la economía.
En el ejército ucraniano se comienza a tener una aguda necesidad de combatientes. Han sido movilizados hombres de más de 60 años y adolescentes de 14. Unas 60.000 mujeres han sido llamadas a filas y seis mil están en primera línea y no solamente como fuerzas auxiliares. El ejército ucraniano se está desangrando. La tasa de bajas en la batalla de Bajmut es insostenible. Al parecer Zelensky está rebañando el plato de la movilización ciudadana y ha tenido que cerrar fronteras con sus vecinos para evitar deserciones. El soborno para escapar del país ha doblado su precio pasando de 5.000 o 10.000€. Miles de familias ucranianas esperan angustiadas noticias del frente que no llegan. Recoger los restos de los soldados muertos cuesta 300 grivnas
En un desliz la presidenta de la comisión Europea Úrsula von der Layen afirmaba que Ucraniana tenía más de 100.000 muertos a los que se le deberían sumar 3 o 4 heridos por fallecido. La tasa de bajas es, según estos datos, realmente espeluznante. Los milicianos del Dombass que combaten contra las fuerzas ucranianas[2] califican a sus enemigos como “soldados de un día”: es el tiempo medio en que tardan en convertirse en bajas cuando alcanzan la línea de fuego. El uso masivo, para mantener la moral en el ejército ucraniano, de los psicoestimulantes y en especial el captagon, ampliamente proporcionado al ISIS sirio por las agencias militares occidentales, está haciendo acto de presencia en las filas del ejército ucraniano.
Rusia ha conquistado una extensión equivalente a cinco veces la extensión de partida el 24 de febrero. El Mar de Azov ha vuelto a ser ruso. Ha construido un enlace por tierra entre Rusia y la zona de Crimea. Controla las zonas económicamente más interesantes de Ucrania… mientras, la sangría del ejército ucraniano parece imparable. Pero Occidente no quiere oír ningún llamamiento a la paz. Biden y la UE consideran que no han muerto suficientes ucranianos. La guerra cobrará impulso incluso durante el invierno que se avecina. En condiciones normales la segunda/tercera semana de enero se congelará el terreno permitiendo el movimiento de las unidades blindadas. Mientras, la destrucción de las infraestructuras energéticas puede provocar, si se cumplen los pronósticos, otra enorme oleada de refugiados ucranianos. Hasta ahora habían huido hacia el este más de 2,5 millones de personas. Otros 2 millones lo hicieron hacia Rusia, cuando se intensificó el bombardeo de la artillería ucraniana contra los civiles. España alberga a más de 150.000 refugiados según cifras oficiales. El sobrecoste para la UE para mantener a los refugiados y sólo hasta el mes de diciembre se acerca a los 30.000 millones de euros. Por otra parte los 27 países de la OTAN llevan gastados 97 mil millones de dólares en suministros de armas que todos saben que no se recuperarán y se contabilizarán como déficit público.
La guerra ucraniana ha dejado de ser local y ha alcanzado todos los niveles. La lucha entre potencias con fuerzas interpuestas se libra en múltiples escenarios en forma de pequeños conflictos o amenazadas larvadas; desde el Sahel africano, pasando por Medio Oriente, Asia, el Ártico hasta el espacio donde más de 500 satélites de doble uso militar y de comunicaciones vigilan los movimientos de cada ejército. Rusia no puede perder porque de hacerlo desaparecería como estado; antes utilizará todos los medios a su alcance. Las imágenes de los terroríficos misiles Sarmat hielan la sangre. Solo uno puede devastar una superficie tan grande como Francia y estarán operativos (al menos una treintena) en 2023. La producción en masa de estas armas así como los “Zircón”, también con capacidad nuclear, se ha iniciado. Todo ello debería servir de reflexión a los dirigentes europeos. Por su parte la OTAN no quiere perder porque sería el fin de la presidencia de un Biden que pretende presentarse a la reelección y cuestionaría el papel de la Organización.
Ha sido la ex canciller Merkel, posteriormente el ex presidente Poroshenko, finalmente el ex presidente François Hollande quienes han confirmado que Europa Occidental y EEUU no querían la paz en la zona. Merkel reconoció que los acuerdos de Minsk de 2014 sólo fueron una añagaza para ganar tiempo, rearmar al ejército ucraniano y preparar la actual guerra: “Los acuerdos de Minsk de 2014 fueron un intento de darle tiempo a Ucrania. Ucrania utilizó ese período para volverse más fuerte, como se ve hoy. El país de 2014/15 no era el país de hoy. Y dudo que la OTAN pudiera haber hecho mucho para ayudar a Ucrania, como hace hoy».. dijo en unas declaraciones públicas. El presidente francés en unas declaraciones al diario Kyiv Post subrayaba: “Sí, Angela Merkel tenía razón en eso. Desde 2014, Ucrania ha fortalecido su potencial militar, se ha vuelto completamente diferente de lo que era en 2014. Se ha vuelto mejor entrenada y equipada. El mérito de los acuerdos de Minsk es que brindaron tal oportunidad al ejército ucraniano”.
Cada día que pasa queda más claro que Rusia, a pesar de lo que pretende la propaganda, no fue la fuente del problema. Putin, un neoliberal en muchos aspectos, cometió un error de apreciación. Consideró que la dependencia energética de Alemania y la UE respecto al gas y el petróleo ruso era condición suficiente para encontrar puntos de acuerdo con la UE. Se olvidó de la cobardía de los dirigentes europeos y su profunda fobia anti-rusa. Sirvan de botón de muestra las últimas declaraciones del canciller alemán Scholz, que son incalificables: «Una vez toda Europa se unió para repeler a los nazis. Los rusos son sus herederos directos. La historia se repite, nuevamente trajeron la guerra a nuestra tierra. Nuestra fuerza está en la unidad, ya no hay alemanes, franceses o italianos. Ante una amenaza, somos un pueblo, un país. Derrotamos al nazismo entonces, ganaremos ahora”.
Estados Unidos sigue perseverando en sus objetivos: debilitar a Rusia, utilizar al régimen de Ucrania como trampolín y presionar a la UE hundiéndola económicamente. La guerra OTAN/RUSIA que se libra en territorio ucraniano es la continuación de la guerra fría. Los cuatro grandes grupos de poder en EEUU, el conglomerado militar, el energético, el financiero y la oligarquía digital pretenden destruir a Rusia apoderándose de sus recursos. Es por ello que la victoria es vital para Rusia. Si el conflicto saliera de los límites de Ucrania, como pretenden algunas voces en el Pentágono o Londres, rápidamente escalaria.
Las fuerzas progresistas que ayudaron a levantar el movimiento por la paz y contra la OTAN en la guerra de Irak están desaparecidas. Del PSOE nada podemos esperar que no sea marcar el paso que dicte Biden. Los sindicatos mayoritarios han callado dócilmente cuando los sindicatos ucranianos , algunos en la clandestinidad, han pedido ayuda porque se han prohibido los convenios colectivos y se ilegalizan fuerzas sindicales. Los partidos de la izquierda institucional de nuestro país (PSOE, UP, Bildu, ERC…) han asumido completamente el discurso dominante. Personajes como la alcaldesa de Barcelona apoyando al alcalde de Kiev (cercano políticamente a los grupos neo-fascistas) deberían verse como aldabonazos en la conciencia colectiva de la izquierda. Otros políticos mediáticos, como Yolanda Díaz, buscan su “legitimidad institucional” apoyando el envío de armas letales al régimen ucraniano. Para nada tienen en cuenta que es un régimen dictatorial donde el Partido Socialista Ucraniano, por ejemplo, está ilegalizado, donde los convenios laborales han sido abolidos (las relaciones laborales alcanzan niveles de esclavitud), donde se detiene y se asesina a militantes comunistas o de partidos democráticos y se persigue a sacerdotes ortodoxos. Todo esto nos debería hacer reflexionar sobre la deriva de una izquierda española permanentemente atenta a la encuesta electoral y ajena a esta guerra que puede escalar en cualquier momento. Unas fuerzas progresistas que, perdidas en sus devaneos palaciegos, únicamente sueñan con no perder, ni el escaño ni sobre todo los privilegios de los que disfrutan.