viernes, 23 de diciembre de 2022

Occidente y la libertad de expresión

 

¿Ha renunciado Occidente a la libertad de expresión?‎

Era un debate que ya se creía resuelto. En Occidente se había afirmado que la libertad de ‎expresión era una condición inseparable de la democracia e imprescindible para ella y ‎los Estados occidentales se habían comprometido a no violarla nunca más. Pero ‎Estados Unidos, Reino Unido, Polonia, Italia y Alemania avanzan por el camino de la ‎censura. Hay cosas que no pueden ser dichas. ‎

En Francia, la secretaria de Estado encargada de la Ciudadanía, Sonia Backes, trata de ‎desacreditar las opiniones que no coinciden con el “pensamiento correcto”. Simplemente las tilda de “derivas sectarias”. En la Unión Soviética metían a los opositores en asilos psiquiátricos. ‎En Francia esta señora anunció que el gobierno francés va a organizar “cortes de derivas sectarias y complotismo”.‎

La libertad de expresión fue una característica de Occidente desde el siglo XVIII. Fue el cimiento ‎sobre el cual se construyó el régimen político respaldado por las clases medias: la democracia. ‎Dejó de ponerse en duda el principio según el cual la voluntad general surgiría del debate entre las ‎opiniones más diversas. Toda violación de esa libertad se veía como un golpe a la resolución de ‎los conflictos por la vía pacífica. ‎

Sin embargo, a principios del siglo XX, cuando Occidente se vio sumido en la guerra, ‎los británicos y posteriormente los estadounidenses no vacilaron en utilizar medios modernos de ‎propaganda no sólo contra sus enemigos sino también frente a sus propios compatriotas [1]. Los gobiernos supuestamente democráticos instauraban ‎entonces programas destinados a engañar a sus conciudadanos. Al final de aquella guerra, ‎los británicos enorgullecían de su éxito, dejando entrever el posible uso de la propaganda en ‎tiempo de paz. Así que, con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, se dio de lado a la ‎democracia y la libertad de expresión, se reactivó la propaganda, primeramente en Italia y ‎en Alemania y después en todo Occidente. ‎

Hace ahora 75 años que los gobiernos de Occidente juran que defienden sus «valores» y que ya ‎no usan la propaganda interna.‎

Como en los años 1930, el sistema capitalista actual se ve amenazado por el recrudecimiento de ‎las desigualdades entre los electores. Pero eso está sucediente ahora de una manera nunca vista ‎anteriormente. En medio de la crisis de 1929, el industrial Henry Ford que la remuneración de un ‎patrón no debía exceder en 40 veces el salario de uno de sus obreros y hoy resulta que Elon ‎Musk gana 38 millones y medio de veces el salario de algunos de sus empleados ‎estadounidenses. Ante tal desigualdad, el principio democrático de «un hombre, un voto» ya ‎no tiene absolutamente nada que ver con la realidad. ‎

Es en ese contexto que Occidente cuestiona en la práctica la libertad de expresión. Las redes ‎sociales, principalmente Facebook y Twitter, han aplicado la censura contra gobiernos e incluso ‎contra un presidente estadounidenses en funciones. Pero al hacerlo no estaban violando la ‎Constitución ya que esta garantiza la libertad de expresión únicamente frente a los abusos del ‎poder político. Por cierto, que Elon Musk haya comprado Twitter y que ahora diga que quiere ‎convertir esa plataforma numérica en una red libre no cambia nada de lo sucedido. La idea de ‎que “hay cosas que no pueden decirse” ya está incrustada en las mentes. ‎

Los intelectuales perciben que el cambio de régimen económico y política que ya está en marcha. ‎Y en los últimos año, muchos de esos intelectuales se han convertido en repetidores del poder, ‎ya sea este financiero o político, abandonando así su función de críticos. ‎

Sea cual sea la evolución ulterior, esos intelectuales estarán siempre del lado del mango, nunca ‎bajo el martillo. Hace 6 años que nos hablan constantemente de las fake news, o sea de la ‎información sesgada, y nos repiten que es necesario controlar lo que la gente dice o escribe. ‎Ese discurso establece una diferencia entre quienes están “del lado de la verdad” y quienes ‎supuestamente dicen y escriben cosas “equivocadas”. Ese discurso niega el principio de la ‎igualdad democrática. ‎

Metidos hasta el cuello en la trampa de Tucídides, los anglosajones desataron la guerra civil ‎en Ucrania y crearon la situación que obligó a Rusia a intervenir en ese país para poner fin a esa ‎guerra civil. Poco a poco, Occidente va implicándose más y mas en la guerra –en el sentido ‎militar– contra Rusia y, en el sentido económico, contra China. Han sido desmentidos todos los ‎principios que decían no era posible guerrear contra potencias con las que se mantenían intensos ‎intercambios económicos. Al igual que durante las dos guerras mundiales, el mundo se ve ‎dividido en dos bandos, que se alejan cada vez más uno del otro. ‎

Y también puede verse en Occidente el regreso a la propaganda. ‎

Durante la elección presidencial estadounidense de 2020 se puso en duda la honestidad del ‎conteo de los votos. El Congreso declaró vencedor a Joe Biden, pero en realidad nadie sabe ‎quién ganó esa elección. ‎

Como sucedió en el año 2000, durante la elección disputada entre George W. Bush y Al Gore, es ‎simplemente imposible recurrir a un nuevo conteo de los votos, el problema ya ni siquiera es ese ‎sino que en muchos lugares los votos se contaron a puertas cerradas. Incluso si aceptásemos ‎que quizás nadie recurrió al fraude aún quedaría un problema fundamental: no hubo ‎transparencia en la elección y la transparencia es un elemento fundamental de la democracia. ‎Basta recordar que en la elección estadounidense del 2000 (con Bush y Gore como ‎contendientes) la Corte Suprema de Estados Unidos suspendió el nuevo conteo de los votos ‎alegando que la Constitución de ese país no estipula que la elección del presidente de ‎Estados Unidos depende del sufragio directo sino que depende de la voluntad de cada Estado. ‎Según ese principio, las instancias federales no tenían nada que decir sobre la designación del ‎vencedor en el Estado de la Florida. ‎

Ahora, ante cualquier otro debate, las elecciones de medio mandato se ven por lo tanto ‎profundamente marcadas por la cuestión del no respeto de los procedimientos democráticos ‎por parte del bando de los «demócratas». ‎

Fragmento de las minutas de la “Junta de Gobierno de Desinformación”. ‎

LA PROPAGANDA EN ESTADOS UNIDOS

Estados Unidos dispone de un Global Engagement Center (GEC o “Centro de Compromiso ‎Global”), una estructura que, en el seno del Departamento de Estado, se dedica a coordinar los ‎discursos oficiales de los aliados de Washington. También dentro del Departamento de Estado ‎hay un subsecretario a cargo de la propaganda estadounidense en el extranjero, denominada ‎‎Public Diplomacy and Public Affairs (“Diplomacia Pública y Asuntos Públicos”). Pero en abril ‎de 2022, se inició una nueva fase de este despliegue cuando el «presidente proclamado», Joe ‎Biden, tomó a su servicio una especialista de la propaganda: Nina Jankowicz.‎

El secretario de Seguridad de la Patria, el ex juez Alejandro Mayorkas, creó una ‎‎Disinformation Governance Board (“Junta de Gobierno de Desinformación”), cuya presidencia ‎puso en manos de Nina Jankowicz. Se trataba ni más ni menos que de reinstaurar el aparato de ‎desinformación creado en 1917 por el presidente Woodrow Wilson [2]. ‎

A Nina Jankowicz la presentan como una joven investigadora, especialista de la «desinformación ‎rusa». En realidad, era una empleada del National Democratic Institute de Madeleine Albright, ‎encargada de defender los intereses de la familia Biden en Ucrania. ‎

Esta encantadora dama trabajó en el equipo del candidato Volodimir Zelenski, actual presidente ‎de Ucrania [3] y, en plena ‎guerra civil ucraniana, estuvo al servicio de Pavlo Klimkin, el ministro de Exteriores del Petro ‎Porochenko, el anterior presidente ucraniano. Nina Jankowicz se oponía entonces a los acuerdos ‎de Minsk, a pesar de que el Consejo de Seguridad de la ONU había dado su aval a esos ‎acuerdos. ‎

Durante su larga estancia en Ucrania, Nina Jankowicz elaboró una teoría la “desinformación rusa”, ‎tema al que dedicó un libro titulado “Cómo perder la guerra de la información: Rusia, las noticias ‎falsas y el futuro del conflicto” (How to Lose the Information War: Russia, Fake News, and the ‎Future of Conflict). Sin mencionar la realidad de la guerra civil y sus 20 000 muertos, Nina ‎Jankowicz repetía en su libro todos los clichés actuales sobre los “malvados rusos” que querían ‎extender su imperio al Donbass mintiendo a los europeos. ‎

En aquel tiempo, Nina Jankowicz utilizaba la asociación ucraniana StopFake, generosamente ‎subvencionada la National Endowment for Democracy (NED) –o sea, por la CIA–, por ‎el gobierno británico y por el omnipresente George Soros, para hacer creer que el putsch de la ‎plaza Maidan era una revolución popular [4].‎

En el siguiente video, Nina Jankowicz sigue mintiendo y canta loas a los nacionalistas integristas de ‎la milicia Aidar –públicamente denunciados como torturadores por Amnistía Internacional–, de ‎Dnipro-1 y, por supuesto, del batallón Azov. ‎

https://www.youtube.com/watch?v=mb_RrC2F5bM

En 2018, Nina Jankowicz defendió también a la milicia nazi C14 [5] asegurando que sus miembros no ‎habían realizado pogromos contra los gitanos y que todo eso era… “desinformación rusa”. ‎

En Estados Unidos, esta experta en mentiras volvió a mentir nuevamente sobre las acusaciones de ‎traición contra Donald Trump (el exprediente Steele) y al negar los delitos cometidos por Hunter ‎Biden, el hijo del presidente Joe Biden. Nina Jankowicz llegó incluso a decir el ordenador de Hunter ‎Biden –dispositivo que está en manos del FBI– también era una «invención rusa». ‎

Ante las críticas, la “Junta de Gobierno de Desinformación” fue disuelta, el 17 de mayo de [6]. Pero ‎algunas minutas de una región en el seno de la Cybersecurity and Infrastructure Security Agency ‎‎(CISA) –una agencia del Departamento de Seguridad (Homeland Security) muestra que esa ‎estructura sigue existiendo bajo otra forma [7]. Además, el inspector general de la administración estadounidense ‎afirma que la función de esa “Junta” sigue siendo necesaria [8]. ‎

LA PROPAGANDA EN REINO UNIDO

Los británicos, por su parte, han preferido apoyarse en una “asociación” –el Institute for Strategic ‎Dialogue– que se encarga de hacer en lugar del gobierno lo que el gobierno quiere hacer ‎sin tener que cargar con la responsabilidad. ‎

El Institute for Strategic Dialogue (ISD) es un “tanque pensante” creado por lord George ‎Weidenfeld, Barón de Weidenfeld –un «sionista inflexible», según sus propias palabras– ‎supuestamente consagrado a la lucha contra el extremismo. Pero en realidad se dedica a la ‎divulgación de mentiras con intenciones de enterrar verdades incuestionables. El ISD redacta ‎informes, por iniciativa propia o a pedido de los gobiernos europeos que lo financian. ‎

‎¡Importante! Lo que “es verdad” para los británicos –los verdaderos inventores de la propaganda ‎moderna– también lo es para el resto de Europa. ‎

POLONIA

En febrero de este año, o sea desde el inicio de la intervención rusa en Ucrania, el Consejo ‎de Defensa polaco ordenó a la firma francesa Orange –principal proveedora de acceso a internet ‎en Polonia– censurar de inmediato varios sitios web, incluyendo el nuestro, Red Voltaire ‎‎(Voltairenet.org). Aunque nos pusimos en contacto con Orange, esa compañía francesa no quiso ‎entregarnos la orden que las autoridades polacas le enviaron. Y cuando nos dirigimos ‎directamente a las autoridades polacas, estas no contestaron. Según los tratados aprobados en ‎el marco de la Unión Europea, el Consejo de Defensa puede imponer una censura militar… ‎únicamente cuando tal medida es necesaria para proteger la seguridad nacional. ‎

Italia

En marzo, el diario Corriere della Sera reveló la existencia de un programa ‎gubernamental de vigilancia sobre las personalidades catalogadas como “prorrusas”. [9]. La agencia de prensa ANSA incluso publicó una edición ‎del Hybrid Bulletin que el Dipartimento delle Informazioni per la Sicurezza (Departamento de ‎Información para la Seguridad) dedicó a ese programa gubernamental de espionaje interno ‎‎ [10].‎

Alemania

En Alemania, la socialdemócrata Nancy Fraeser, ministro del Interior, ‎también creó un órgano de control. Yendo mucho más lejos que los demás la señora Fraeser dio ‎como misión a ese órgano «armonizar las noticias» en los medios. Desde hace meses, la ministro ‎del Interior viene haciendo reuniones –en el mayor secreto– con los dueños de los grandes medios ‎de prensa, reuniones donde les explica lo que no debe publicarse. ‎

Es importante recordar que Italia y Alemania son países que vivieron una cruel experiencia de la ‎censura bajo el fascismo y el nazismo, lo cual hace que sea todavía más preocupante ver que ‎marchan nuevamente por ese camino. ‎

Las mismas causas producen siempre los mismos efectos, así que no es sorprendente que Italia ‎y Alemania hayan votado, en la Asamblea General de la ONU, contra una resolución de condena ‎al nazismo. ‎

martes, 20 de diciembre de 2022

La guerra en Ucrania vista desde el Donbáss .

 

Intereses ajenos frente al bienestar de la población


Durante más de ocho años, quienes siguieron la guerra en Ucrania desde sus inicios han podido ver constantes exigencias a Rusia tanto en el plano militar como en el político. Desde abril de 2014, cuando Samantha Power afirmó que las protestas en el sur y el este de Ucrania eran un movimiento “orquestado desde Moscú”, la acusación de que todo lo vinculado a Donbass era en realidad una invasión rusa ha sido una de las herramientas más útiles de las que ha dispuesto Kiev. Con ello, Ucrania ha visto la posibilidad de argumentar que no era precisa una solución política, ya que se trataba simplemente de una injerencia exterior que debía resolver por la vía militar o logrando por la vía política la rendición de Moscú, que debía desmilitarizar y entregar a Ucrania en bandeja de plata a Donetsk y Lugansk. De ahí que la RPD y la RPL no merecieran voto, voz o reconocimiento alguno en un proceso de paz, el de Minsk, en el que Ucrania siempre dejó claro que no implementaría sus puntos políticos.

Ahora, incluso quienes más lucharon por mantener aquel proceso a flote, como Angela Merkel, reniegan de él aceptando que, para Ucrania, Minsk fue únicamente un paréntesis en el que el país y su ejército pudieron reforzarse. Esta versión, que es exactamente la que mantiene ahora el héroe Valery Zaluzhny, que abiertamente admite que para Ucrania esta guerra comenzó en 2014, no solo pretende ver continuidad entre lo ocurrido en estos ocho años y la actualidad, sino presentar esta guerra de casi nueve años, incluidos los últimos diez meses, como una guerra contra Rusia. Poco importa que, pese a que la asistencia rusa fuera evidente desde el verano de 2014, el objetivo de Moscú fuera durante años buscar un acomodo de Donbass en Ucrania, eso sí, habiendo adquirido unos derechos concretos que, según los acuerdos de Minsk, Kiev, Donetsk y Lugansk debían negociar.

Desde el final de la campaña de invierno de 2014-2015, cuando culminó en Debaltsevo la última gran batalla de la guerra de Donbass 2014-2022, el siempre bloqueado proceso de Minsk vivió una concatenación de treguas que, pese a modificar su terminología eran similares: la tranquilidad se limitaba a la retaguardia, mientras que el incumplimiento de los términos era habitual en las zonas de la línea de contacto, donde destacaban ciertos puntos calientes en los que periódicamente se producían empeoramientos que amenazaban, siempre falsamente, con romper definitivamente el statu quo. Pero Minsk sobrevivió hasta febrero de 2022 fundamentalmente porque además del obstinado intento ruso por lograr de Ucrania una resolución política que no iba a darse, la situación era útil para Kiev.

Este conflicto bélico controlado y de baja intensidad no solo justificaba la necesidad de destinar fondos al gasto militar a costa de los servicios púbicos- fundamentalmente la sanidad-, sino que el discurso de lucha contra Rusia daba a Ucrania una relevancia internacional y una importancia estratégica para sus socios, fundamentalmente para Estados Unidos, muy por encima de su valor real. La guerra sirvió en esos años para realizar un enorme trabajo de adoctrinamiento en el odio a todo lo ruso, que en este caso incluía también la demonización y deshumanización de la población de Donbass y de Crimea, contra la que podían lanzarse ataques militares, imponer un bloqueo económico o simplemente cortar el suministro de agua.

A lo largo de ese proceso, la exigencia de alto el fuego siempre fue dirigida a Rusia, ni siquiera a Donetsk y Lugansk, cuya posición era, tanto para Ucrania como para sus socios europeos, la de títeres de Moscú cuya población no merecía una mínima compasión. Cada año por estas fechas, las exigencias de pacto de una tregua de Año Nuevo eran aceptadas por la RPD, RPL y Rusia con la esperanza de quien quiere ver un gesto de buena voluntad en un acto que, en realidad, es pura tecnología política de relaciones públicas de quien mantiene la guerra como instrumento pero simula buscar la paz.

En 2022, la guerra no solo se extendió a toda Ucrania, sino que cambió el paradigma de las relaciones con Moscú -no así con Donetsk y Lugansk, cuya población sigue siendo una víctima de segunda que no merece atención ni compasión alguna- y las reacciones occidentales a los hechos sobre el terreno. En febrero, los países de la Unión Europea y sus aliados norteamericanos se movilizaron rápidamente para garantizar la financiación y armamento de las Fuerzas Armadas de Ucrania, que aumentó notable y cualitativamente desde el momento en el que quedó claro que Ucrania sería capaz de defender Kiev y con su capital también a su Gobierno. Esa situación no solo animó a los países occidentales a aumentar su asistencia militar, sino que provocó una oleada de intervenciones que, aunque en términos ligeramente diferentes, alentaron a Ucrania a no aceptar una negociación en los términos que marcaba Rusia, que entonces contaba con la iniciativa en el frente.

Desde entonces, mientras figuras como Emmanuel Macron han mantenido una postura ligeramente más matizada -aunque buscando siempre una negociación solo en caso de producirse según los términos planteados por Kiev-, dos han sido las figuras que más abiertamente se han destacado en contra de cualquier negociación: Annalena Baerbock y Boris Johnson. Este último llegó incluso a jactarse de su estelar intervención a la hora de animar a Ucrania a no aceptar el acuerdo que Moscú propuso en Estambul, según el cual Rusia aceptaba de facto retirarse de todos los territorios ucranianos capturados hasta entonces a excepción de las regiones de Donetsk y Lugansk (además de Crimea, parte de Rusia desde 2014). Aunque esa intervención no fue definitiva y el rechazo ucraniano a ese acuerdo había sido ya manifestado por miembros del Gobierno antes de la llegada del entonces premier británico a Kiev, es significativo que Johnson buscara activamente interponerse en las negociaciones para asegurarse de que no pudiera haber un acuerdo posible.

Con Johnson ya en el pasado, el apoyo británico a la guerra de Ucrania no solo ha continuado, sino que ha aumentado. Aunque generalmente a la sombra del apoyo estadounidense, el peso del Reino Unido en términos de inteligencia, armamento, financiación o instrucción de las reservas ucranianas está siendo más que relevante. Para el Reino Unido, como para Washington, Ucrania es una buena herramienta en la lucha común contra Rusia. Esa visión y esa táctica de continuar la guerra hasta la destrucción de Rusia ha continuado con Rishi Sunak, que ayer anunciaba un aumento de la asistencia militar a Ucrania y se sumaba a Annalena Baerbock, que días antes se había manifestado en términos similares, en la idea de no aceptar “un alto el fuego según los términos de Rusia”. En otras palabras, no aceptar un alto el fuego, ya que esa circunstancia favorecería a las tropas rusas, que desde hace dos meses se reorganizan para defender los territorios bajo su control y tratan de avanzar en la región de Donetsk, donde Rusia no ha sido aún capaz de alejar a las tropas ucranianas de la capital de Donbass, como muestran los bombardeos indiscriminados con los que Ucrania castiga diariamente a la población. (1)

El afán de representantes occidentales por rechazar la posibilidad de una tregua -que ni siquiera está sobre la mesa, ya que tanto Rusia como Ucrania han admitido que actualmente es inviable- muestra el grado de preocupación de los representantes alemanes y británicos por la población civil de Ucrania. Un alto el fuego, aunque se tratara únicamente de las habituales treguas de Año Nuevo y navidad ortodoxa, daría a Rusia tiempo para preparar su defensa, pero, sobre todo, daría a Ucrania un momento de pausa para reparar los daños causados por los ataques de los misiles rusos contra las infraestructuras civiles ucranianas.(2) Es decir, daría a Ucrania la posibilidad de reparar el suministro eléctrico y de agua de sus ciudades, facilitando así la vida a una población que se enfrenta a un invierno que será duro. Pero el bienestar de la población civil ucraniana -menos aún la de Donetsk y Lugansk- no es una prioridad para Kiev y lo es menos aún para Berlín y Londres, que supeditan el bienestar de la población ucraniana a sus propios intereses.

Intereses ajenos frente al bienestar de la población | SLAVYANGRAD.es

Nota del blog .(1). Desde el 24 de febrero pasado, fecha en la que estalló el conflicto entre Rusia y Ucrania, la República Popular de Donetsk registra 4.376 civiles muertos, según estadísticas del Centro Conjunto de Control y Coordinación de los asuntos relativos a los crímenes de guerra de Ucrania. Los heridos, por su parte, ascienden a 3.884 civiles, incluidos 245 niños. El ejército ucraniano ha bombardeado la República de Donestsk 58 veces en un solo día – insurgente.org . 

Nota del blog. (2) .. Los militares rusos ya han manifestado que no habrá tregua de  Navidad .La semana pasada, el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov confirmaba algo que era ya, a todas luces, evidente: no se repetirá este invierno la tradicional “tregua” navideña, que se ha repetido desde 2015 y que en estos años ha sido posiblemente la más respetada de las muchas treguas que se han pactado en Minsk. El comentario de Peskov no era, como entendieron los medios occidentales, un anuncio ruso de la falta de voluntad de Moscú de buscar un alto el fuego. Rusia, que se refuerza desde el pasado septiembre, cuando finalmente comprendió el riesgo que la situación en el frente suponía para todos los territorios capturados desde el 24 de febrero e incluso algunos bajo control de las Repúblicas Populares desde hace varios años, se vería beneficiada por un parón en la batalla. De ahí que toda afirmación en este sentido por parte de las autoridades rusas -no así de una parte de sus medios, mucho más radicales que el Kremlin- no sea más que la constatación de las realidades sobre el terreno.

domingo, 18 de diciembre de 2022

La deconstrucción del consenso antifascista de posguerra.

 

La deconstrucción del consenso antifascista de posguerra

Fuentes: Ctxt. 




La invasión de Ucrania está dando un nuevo impulso a un proceso que viene de lejos: la reescritura de la historia europea en unos términos impensables hasta hace bien poco.

Entro en una librería de Barcelona repleta de libros sobre el conflicto de Ucrania. La mayoría en la ortodoxia atlantista. Autores anglosajones que psicoanalizan la criminal mente de Putin, y cosas por el estilo, para explicar la crisis bélica más peligrosa desde la tensión nuclear de 1962 con motivo de Cuba. Son raros los libros no hostiles, como la semblanza del presidente ruso del periodista alemán Hubert Seipel (Putin, el poder visto desde dentro. Ed. Almuzara). En literatura, la librería recomienda Orfanato, del escritor ucraniano Serhiy Zhadan.

Zhadan fue premiado hace poco en Alemania. En la Paulskirche de Frankfurt, “cuna de la democracia alemana”, pues allí se reunieron en 1848 los delegados de la primera representación electa de la nación, el escritor ucraniano recibió el “premio de la paz” del gremio de libreros alemanes, cosa que, seguramente, debe impresionar a los libreros españoles. Zhadan trata en sus libros a los rusos de “criminales”, “horda”, “bestias” y “basura”. No es la primera vez. En 2012, ese mismo premio se lo dieron a un exaltado escritor chino, Liao Yiwu, que en su discurso ante las autoridades alemanas describió a su país como “imperio inhumano y montaña de basura que debe desintegrarse para la tranquilidad del mundo”. Es, podríamos decir, la modesta contribución de los libreros alemanes al entendimiento y la paz entre los pueblos.

En la Europa de hoy, trátese de los Nobel o del gremio de libreros alemanes, cualquier galardón suele estar enfocado a la promoción de la imagen de enemigo que exige el ambiente bélico. Parece que la primera condición para recibir un premio, en materia de paz, derechos civiles o literatura, es ser un opositor radical de cualquier régimen adversario, sobre todo Rusia, China o Bielorrusia. Repasen la lista. No se trata de los desmanes contra los derechos humanos de esos países, que son tan conocidos como flagrantes. De lo que se trata es de la política de derechos humanos occidental, es decir, del selectivo uso político de ese recurso, tradicional ariete contra el adversario geopolítico. Viene de muy lejos.

En la actual situación europea, son los países de Europa del Este, particularmente Polonia, las repúblicas bálticas y últimamente Ucrania, quienes marcan la pauta. Por iniciativa polaca, el Parlamento Europeo aprobó en septiembre de 2019 la infame resolución que responsabilizaba por igual a la Alemania nazi y a la Unión Soviética del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Este año, el 23 de noviembre, la Cámara ha dado un paso más al declarar a Rusia país “patrocinador del terrorismo”, citando sus estrechas relaciones con toda una serie de países, entre ellos Cuba, víctima del terrorismo donde las haya. Pocos días después, el 30 de noviembre, el Bundestag declaró como “genocidio”, es decir, como un acto deliberado y planificado de aniquilación contra un grupo nacional concreto, la terrible hambruna sucedida en Ucrania entre 1932 y 1933 en el contexto de la colectivización agraria estalinista.

“Holodomor”

La tesis del “holodomor” –una matanza deliberada de campesinos ucranianos– formaba parte de la narrativa antirrusa del exilio ucraniano en Canadá. Esa narrativa fue muy popular entre autores de la derecha y se ha ido imponiendo como oficial en Ucrania desde finales de los años noventa, incluso en los libros de texto, junto con la reivindicación y rehabilitación de las personalidades y acciones de la extrema derecha nacionalista de Ucrania Occidental de los años treinta y cuarenta, aliados y colaboradores de los nazis y luego de la CIA. Los protagonistas de aquel colaboracionismo dan nombre hoy a muchas calles y avenidas de todo el país, sustituyendo a menudo a Tolstoi, Lermontov o Chéjov en el callejero. La del “holodomor” es una tesis muy funcional para la consolidación y promoción de la nueva identidad ucraniana antirrusa y prooccidental abrazada en Kiev, a la que la criminal invasión rusa ha dado un espaldarazo quizás definitivo, por lo menos en gran parte del país. Pero, ¿qué decir de su verosimilitud histórica?

Vaya por delante que la URSS de los años treinta y cuarenta bajo Stalin y, aún antes, la Rusia soviética posrevolucionaria y de la guerra civil de la década de los veinte, fue un espacio de crímenes, violencia y barbarie verdaderamente extraordinario, contemplado incluso en el marco general de la historia moderna universal de los siglos XIX y XX. Sin embargo, la evidencia histórica no sostiene la tesis de un genocidio nacional contra los ucranianos.  

En los años 1932 y 1933, la mortandad por hambre fue espantosa en Ucrania y así lo refleja la estadística demográfica. En 1933, por ejemplo, nacieron 359.000 y murieron 1,3 millones de personas en Ucrania. Esas cifras incluyen mortalidad natural, pero está claro que la primera causa de muerte esos años fue el hambre. Forzando la confiscación de grano y determinando el sacrificio –por razones de subsistencia de los propios confiscados– de la cabaña nacional, que no se recuperó hasta bien entrados los años cincuenta, el Estado cometió un crimen contra todos los campesinos, independientemente de su nacionalidad. Si las cifras de hasta tres millones de muertes directas e indirectas por hambre en Ucrania son correctas, su marco general son los siete millones de muertos atribuidos a la hambruna en el conjunto de la URSS. Es decir, la mayoría de las muertes por hambre de aquellos años tuvieron lugar fuera de Ucrania; en el curso medio del Volga, en Bashkiria, en el Kubán, en la región del Ural, el Extremo Oriente, zonas geográficamente aún mayores que Ucrania, o en territorios como Kazajstán, con 1,5 millones de muertos, lo que representa una proporción “nacional” de muertes (más del 30% de la población kazaja) muy superior a la de Ucrania. Esos años también hubo escasez y grandes estrecheces campesinas en Galitzia, hoy Ucrania occidental, que entonces ni siquiera pertenecía a la URSS, e incluso problemas en la región polaca de Cracovia, lo que sugiere un panorama de cosechas fallidas (“neurozhai”, un término muy familiar en la historia agraria de la Rusia zarista) que la brutalidad de las decisiones políticas agravó monstruosamente en la URSS.

La evidencia histórica muestra, por tanto, que por dolorosa y grave que fuera, la situación no fue solo ucraniana. Pero, ¿fue “planificada”, como sugiere el propio término “holodomor” y la calificación de “genocidio”?

En la URSS de Stalin, como en la Alemania nazi, o en la reacción de los jóvenes turcos al ocaso imperial otomano, hay evidencia documental de matanzas planificadas. Por ejemplo, en enero de 1942 la Conferencia del Wannsee, al lado de Berlín, decidió la “solución final” de los nazis para los judíos. En 1941, con su invasión de la URSS, los militares alemanes aplicaron una política de hambruna inducida, documentada en el llamado “Generalplan Ost”. Lo mismo podemos decir de la acción de los jóvenes turcos para exterminar a la población armenia en 1915, precisamente la situación que creó el término de genocidio. ¿Y qué decir del “gran terror” de Stalin de 1937? También ahí hay documentos que prueban una voluntad y acción planificadas para eliminar oponentes políticos y “sectores superfluos”, fueran campesinos opuestos a la colectivización, delincuentes comunes, la vieja guardia bolchevique, la oposición de izquierdas, anarquistas, socialrevolucionarios o mencheviques, pero no hay nada –y los archivos han sido rastreados a conciencia– referido a una matanza étnica de ucranianos ejecutada, además, por el propio Partido Comunista Ucraniano. Todo eso nos lleva a algo diferente: una colosal y feroz represión política, en el caso del “gran terror” de 1937 (800.000 fusilados), y una política agraria, unida seguramente a otros factores, de una dimensión criminal extraordinaria, pero no a una acción planificada para aniquilar ucranianos, que es la tesis que el genocidio supone.

Tierras de sangre

En la sección de Historia de la misma librería barcelonesa, encuentro el libro Bloodlands (Tierras de sangre, en su título castellano), del profesor de Yale Timothy Snyder, aparecido en 2011, gran éxito de ventas y aclamado por la crítica liberal. El título del libro refleja el hecho histórico de la enorme carnicería que tuvo por escenario la Europa central/oriental en los años treinta y cuarenta del siglo XX. La confluencia y contacto de los regímenes hitleriano y estalinista en ese escenario sirve para presentar un paralelismo entre ambos regímenes que contiene el catálogo casi completo del revisionismo histórico de la guerra y el periodo entreguerras en el Este de Europa llevado a cabo por la derecha y extrema derecha de Polonia, Ucrania y Alemania con el fin de introducir un signo de igualdad entre ellos que ignora aquella consideración de Raymond Aron (¿quedan aún autores conservadores de tal calidad en la Europa de hoy?) según la cual “hay diferencia entre una filosofía cuya lógica es monstruosa, y otra que puede dar lugar a una monstruosa interpretación”.

En busca de ese signo de igualdad, Snyder afirma que la política racista del Tercer Reich “no era muy diferente” de la situación en la URSS, donde la nacionalidad de cada cual figuraba en el documento de identidad. Como si el antisemitismo ruso, claramente resurgido con Stalin, fuera comparable con el judeicidio nazi. También presenta como “étnica” la masacre estalinista de polacos, cuando la simple realidad es que Stalin mató polacos por el mismo motivo que mató comunistas y opositores en general: en su calidad de adversarios políticos reales o potenciales, incluidos en esa categoría los comunistas polacos cuyo partido había sido muy crítico con la línea de Stalin. Como recuerda Clara Weiss en su extensa crítica del libro de Snyder, “es un hecho histórico que alrededor del 90% de los judíos polacos que sobrevivieron al Holocausto (y solo el 10% de la población de 3,5 millones de judíos polacos de preguerra sobrevivieron) lo hicieron en la Unión Soviética”.

Snyder afirma textualmente algo tan estrambótico como que “la revolución bolchevique fue un efecto colateral de la política exterior alemana de 1917”, una tesis que la propia ultraderecha rusa hace suya. Su libro de 500 páginas (en la edición inglesa) ni siquiera menciona el genocidio de entre 250.000 y medio millón de gitanos europeos. La matanza de prisioneros de guerra soviéticos, entre 3 millones y 3,5 millones, se presenta como “resultado de la interacción de los dos sistemas”, pero lo que más llama la atención es su tratamiento solapadamente exculpatorio para los nazis de la enorme carnicería (alrededor del 20% de la población) perpetrada en Bielorrusia. El autor defiende una linea argumental cercana a la de los exnazis en la Alemania de la posguerra, según la cual su violencia en Bielorrusia fue una consecuencia y respuesta a la actividad partisana, cuando la realidad es que esta fue respuesta a la brutalidad de la masacre nazi con sus famosos “Einsatzgruppen”, como explica el historiador suizo Hans Christian Gerlach en Calculated Murders, una obra que ha sido criticada por los historiadores de la derecha alemana. Sin embargo, Snyder escribe enormidades como que “la guerra partisana fue un perverso esfuerzo interactivo de Hitler y Stalin, cada cual ignorando las leyes de la guerra y escalando el conflicto detrás de las líneas del frente”.

Snyder separa ese espacio geográfico centroeuropeo de su marco mundial, lo que excluye de la observación matanzas que se inscriben de pleno derecho en el mismo ciclo histórico: desde la invasión italiana de Abisinia (1935/1936), una guerra fascista con más de 250.000 víctimas civiles y uso de armas químicas que fue puente entre el decimonónico colonialismo imperial y el expansionismo nazi, hasta los 350.000 judíos asesinados de propia iniciativa en la Rumanía de la Garda de fier, el medio millón de muertos de la Guerra Civil Española y la represión franquista (entre el 2% y el 2,5% de la población total española de la época), los centenares de miles de serbios masacrados por los ustachas croatas, o los 24 millones de víctimas chinas del imperialismo japonés en Asia del periodo 1937-1945.

La pregunta metodológica que el libro de Snyder presenta al historiador es si es posible separar la violencia de aquel periodo en Europa central oriental de su contexto general europeo y mundial marcado por la lucha contra el fascismo y el imperialismo. La respuesta es que tal ejercicio es necesario siempre y cuando lo que se busca sea el mencionado signo de igualdad entre los dos regímenes examinados.

Snyder conoce perfectamente –dedicó un libro a ese tema– el papel del nacionalismo ucraniano en las masacres de judíos, su colaboracionismo con los nazis y su encuadramiento en la división “Galichina” de las SS, cuyos jefes, con Pavlo Shandruk al frente, son honrados hoy en los sellos de correos del país. También conoce el hecho, ahora incómodo de recordar, de que la mayoría de los dos mil o tres mil matarifes de los campos de exterminio que ayudaban a los nazis en Treblinka, Belzec y Sobibor, los famosos “travniki”, eran ucranianos occidentales. Snyder no menciona nada de todo eso en su libro. Tampoco menciona la complicidad polaca en el Holocausto y solo muy de pasada el protagonismo báltico, pese a la enormidad del judeicidio cometido en Lituania (95% de la población judía local), fundamentalmente a manos de lituanos, aspecto que aun hoy se oculta en ese país.

Desde este balance es fácil comprender el cúmulo de honores y condecoraciones polacas, bálticas y alemanas recibidas por Snyder desde la publicación de Bloodlands (en Wikipedia figuran hasta una docena). Lo que es más difícil de comprender es el considerable aplauso académico y mediático recibido por esta obra, cuyo principal mérito es dar argumentos históricos a la actual expansión atlantista hacia las fronteras rusas.

En su último libro (The Road to Unfreedom: Russia, Europe, America, 2018), Snyder se retrata como un vulgar propagandista de la nueva guerra fría que responsabiliza directamente a Putin no solo de la leyenda de haber “escoltado” a Trump hasta la presidencia, sino también del brexit, del referéndum independentista de Escocia, de la salida masiva de refugiados sirios hacia Europa, del ascenso de la extrema derecha en Europa y hasta de la hostilidad hacia los negros de la policía en Estados Unidos. Solo falta imputarle la muerte de Manolete.

Surgido de las ruinas de la Segunda Guerra Mundial, el consenso antifascista de posguerra fue descrito por el historiador Ian Buruma como “la ola de idealismo y de determinación colectiva de construir un mundo más igual, pacífico y seguro”. La izquierda había liderado la resistencia al fascismo, mientras que los conservadores estaban frecuentemente manchados por el colaboracionismo con regímenes fascistas. La democracia social y la creación de la ONU fueron resultado de aquel clima. Su deconstrucción comenzó en los años ochenta con el neoliberalismo de los Reagan y Thatcher, que la socialdemocracia fue abrazando paulatinamente. El colapso de aquella mezcla de socialismo y dictadura en el Este de Europa y de la socialdemocracia en el Oeste hizo emerger concepciones que se creían extinguidas o definitivamente marginalizadas. Hoy están en el centro de la narrativa del establishment, en las resoluciones de los parlamentos europeos y en la sección de éxitos de nuestras librerías.

Con la inestimable colaboración de la invasión rusala guerra de Ucrania está dando un preocupante nuevo impulso al revisionismo histórico y a las más negras tendencias revanchistas.

Fuente: https://ctxt.es/es/20221201/Firmas/41577/.

 Nota del blog.NOAM CHOMSKY: “Estamos en camino hacia el neofascismo” – insurgente.org .  


sábado, 17 de diciembre de 2022

Spain and the World .

  Spain and the World .

El intento de hacer llegar los logros anarquistas durante la Guerra de España a Londres (1936-1939) 


En 1936, las fuerzas que se enfrentaron con las armas también libraron una batalla incruenta pero muy significativa: la batalla por la opinión pública.  Gran Bretaña era un punto estratégico dada su situación de dominio en Europa. Por eso la CNT realizó un esfuerzo considerable para difundir sus logros en Inglaterra. Las fuerzas anarquistas eran pocas en las islas y aun así inmediatamente se organizaron para conquistar la voluntad de los británicos a través de la prensa. Hubo dos publicaciones periódicas, Spain and the World fue la mejor editada y la de más larga vida. No fue un medio meramente informativo y, a lo largo de los años que duró la contienda, opinó sobre los diferentes pasos que dio la CNT-FAI. Su influencia, al final, fue reducida porque los vientos en Gran Bretaña y el mundo no soplaban a favor de la anarquía.

El 17 de julio de 1936 el ejército español de África se levantó contra el gobierno republicano y sus disparos resonaron más allá de las fronteras españolas. Casi inmediatamente ambos contendientes comprendieron la importancia de crear una opinión favorable a su ideología e intereses y para ello no dudaron en publicar periódicos y panfletos en capitales europeas y no europeas en lo que Salvador de Madariaga llamó “la guerra civil de tinta”. Eso fue lo que ocurrió en Londres. Moradiello[1] afirma que los franquistas fueron quienes más rédito supieron sacar a su trabajo entre el mundo oficial británico, mientras que los partidarios de la República fueron quienes más actividad desplegaron. La lucha por la opinión pública se hizo desde los organismos gubernamentales republicanos y desde los partidos y sindicatos tales como la CNT.

El contexto británico en 1936 no era el más favorable para comprometerse con la lucha democrática española y menos con la CNT. Conocemos bien la posición del gobierno inglés respecto a la intervención en España y esa fue la posición que tomaron las Trade Unions, dirigidas en aquellos años por Walter Citrine, hasta bien adelantado 1938. El movimiento obrero británico se dividió a causa de la Guerra civil española y, este conflicto, fue uno de los que más apasionó a los británicos, el segundo después de la Revolución francesa.

Los sindicatos ingleses llegaron a la década de los 30 burocratizados y con poca conexión con sus bases. La sacudida que había supuesto el movimiento de los “shops-stewards” no había podido superar el final de la Primera Guerra Mundial y, al llegar a 1930, los dirigentes se hallaban muy lejos de la clase obrera tanto por sus intereses como por su forma de vida. Mientras los dirigentes de los sindicatos y el Partido Laborista apoyaron la No-Intervención y se mostraron renuentes incluso a enviar ayuda en forma de ropa y comida, las iniciativas del mundo obrero de base se multiplicaron por doquier. De hecho, cuando en 1938 las Trade Unions retiren el apoyo a la No-Intervención, se hará porque las iniciativas a favor de la España leal eran tantas y el descontento de las bases obreras con el apoyo del Partido Laborista y Citrine a la política, era tan grande, que llegará a ser una amenaza para la estabilidad de las TU[2].

En la resistencia de los sindicatos ingleses a apoyar la República española pesaban razones internas y externas. Entre estas últimas podemos señalar la desconfianza ante la caída de la autoridad de los respectivos gobiernos constituidos a la altura del 18 de julio, el temor a que se instalara una dictadura comunista en España al final de la guerra similar a la establecida en Rusia o la represión en la zona republicana muy especialmente la persecución religiosa. La muerte de religiosos impactó muy negativamente en la opinión pública inglesa y llevó a buena parte de los trabajadores católicos encuadrados dentro de las TU, a retirar su apoyo a la España republicana y esto se convertía en un nuevo problema dentro de esas TU. De la represión se hacían responsables a los anarquistas y así llegamos a un punto que espantaba todavía más que la dictadura comunista, tanto al gobierno británico como al statement de las Trade Unions: el poder en manos de los anarquistas. La prevención que existía contra los anarquistas, que, por otro lado, eran débiles en Gran Bretaña, se explotaba por parte de los socialistas españoles que llegaron a pedir armas para combatir a los anarquistas[3].

Es en este contexto en el que hemos de situar los esfuerzos de los anarquistas que residían en Inglaterra para tirar adelante sus iniciativas a favor de la II República y de la CNT. Los anarquistas en Gran Bretaña estaban pasando por momentos bajos, eran pocos y con poca iniciativa, se queja Emma Goldman en su correspondencia con Mariano Vázquez, Marianet, y Pedro Herrera. En aquel momento el periódico anarquista que había sido referencia durante décadas en los medios libertarios ingleses que era Freedom, dirigido por Tom Keell, había perdido la influencia que tenía y estaba a punto de cerrar y, de hecho, así fue. El Freedom Group de Londres y la Anti-Parlamentary Communist Federation de Glasgow decidieron, entonces, publicar conjuntamente Fighting Call dirigida por Ralph Barr pero su vida fue corta, apenas 4 meses, de octubre de 1936 a febrero de 1937 y solo hubo 4 números.

Spain&The World fue una publicación quincenal. Fue una iniciativa de los anarquistas italianos refugiados en Londres. Según Albert Metzer, su principal impulsor fue el Dr. Galasso[4] junto con Vero Recchionni. Vero Recchionni en aquel momento era muy joven, todavía estaba en la universidad, más tarde cambió su nombre a Vernon Richards, por el que posiblemente sea más conocido. El periódico empezó a editarse en diciembre de 1936 y durante más de dos meses compartió lectores con Fighting Call. El quincenal inicia su andadura el 11 de diciembre de 1936. Antes de 15 días, probablemente el 24 de diciembre, Emma Goldman llegó a Londres como representante de la CNT-FAI y la Generalitat conjuntamente. Goldman puso mucho interés en conseguir el respaldo de la CNT para ambas publicaciones, Fighting Call y Spain&The World tanto oficial como económicamente[5].  El 11 de febrero de 1939 el rotativo pasará a denominarse Revolt. El cambio de cabecera supuso, también, un cambio de intereses, la preocupación por los exiliados españoles que dejaban España ante la inminencia de la victoria franquista, compartió espacio con la preocupación por las amenazas de guerra contra Alemania.

El periódico

Como se ha dicho la periodicidad era quincenal. No tengo las medidas exactas pero era un periódico de gran formato. El número de páginas era de 4 al principio, luego se incrementaron a 8, coincidiendo con la llegada de Emma Goldman a Londres.

La edición era esmerada e incluye fotografías y, ocasionalmente, dibujos o carteles, de buena calidad, mucho más cuidada que la edición de Fighting Call.

Se incluye publicidad de material que la CNT produce expresamente como propaganda y modo de financiación como álbumes o postales. Igualmente se hace publicidad de publicaciones españolas, especialmente Mujeres Libres e, incluso, revistas de izquierda aunque no estén directamente relacionadas con la contienda ibérica. Igualmente se puede hacer un seguimiento de la actividad desplegada a favor de la causa republicana por los anarquistas de Londres especialmente.

El primer número se publicó el 11 de diciembre de 1936 y el último el 1 de julio de 1938. En 1939 fue sustituido por Revolt. Que se publicó del 11 de febrero de 1939 al 3 de junio del mismo año

El director: Vernon Richards

La iniciativa fue del grupo de anarquistas italianos exiliados en Londres, según Meltzer, y la dirección a lo largo de todos los meses que duró su publicación, así como la revista Revolt, que la sustituyó, estuvo en manos de Vernon Richards, que la había impulsado junto con el Dr. Galasso.

El nombre auténtico de Vernon Richards era Vero Recchionni. Era hijo de Emidio Recchionni, un anarquista italiano que se había refugiado en Londres huyendo de la policía italiana ya en 1899. Vero nació en Londres en 1915 y al estallar la Guerra Civil todavía estaba en la universidad. En 1937 se unió con Marie Louise Berneri, hija de Camilo Berneri.(a) Marie Louise fue un puntal en la publicación del periódico, aunque su nombre no se prodiga en las páginas del mismo, influyó en la maquetación y llevó su gestión.

Vernon Richards era anarquista, como su padre, y tenía una actitud un tanto desdeñosa hacia el Sindicalismo revolucionario. Consideraba que los anarcosindicalistas estaban dispuestos a pactar y transigir con medidas de carácter político, lo que les alejaba de la finalidad última del anarquismo que era la creación de una sociedad libertaria sin gobierno de ningún tipo. Esta fue la línea que mantuvo en Spain and the World, una línea que Vernon Richards continuó manteniendo a lo largo de los años como queda claro en su libro Enseñanzas de la Revolución Española cuya última revisión es de 1977.

Justificación

Cuando el primer número de Spain and the World vio la luz, Fighting Call de Ralph Barr debía andar por su segundo número. Ambos rotativos tenían el mismo objetivo: informar de la guerra de España y la revolución que estaba intentando la CNT-FAI, dar apoyo a sus camaradas anarquistas españoles y difundir los ideales libertarios en una tierra y un momento en que las doctrinas anarquistas estaban en su momento más bajo, mientras que los comunistas recibían mucha más atención de los obreros y los medios de difusión[6]. Solo dos meses después, Fighting Call aceptaba acabar su aventura editorial para unir fuerzas con la publicación de los italianos.

Es Meltzer nuevamente quien nos informa que una de las principales finalidades del nuevo periódico era contrarrestar las publicaciones comunistas que también habían surgido con el objetivo de informar sobre la España republicana y trabajar en contra de Franco. La información de Meltzer nos la ratifica Richards en su libro anteriormente citado insistiendo en rebatir los argumentos del Daily Worker, por ejemplo, casi 40 años después. A la hora de analizar esta actuación no se debe perder de vista de que no hacía aún 20 años del inicio de la Revolución rusa y algo menos de los hechos de Kronstad, cuando los anarquistas fueron definitivamente barridos de la revolución soviética, solo unos pocos meses antes de la derrota de Makhno. La memoria estaba fresca y las heridas eran muy recientes. Menos preocupados están por la posible propaganda de los falangistas y el resto de los grupos que daban apoyo a los golpistas a pesar de que las tendencias fascistas tenían un núcleo importante en Inglaterra, especialmente entre las clases adineradas, como lo demuestra las facilidades que encontraba el Duque de Alba. Según Antonio C. Moreno, al estallar la guerra, había falangistas residentes en Londres a los que la Junta de Mando Provisional de Falange prestó especial atención. Las actividades las dirigió Félix George Sturrup, próximo a Oswald Monsley, y estuvo secundado por Enrique Trull, R.B. Midelton y Federico Bowen[7]. Desde septiembre de 1937, los franquistas, además, contarán con una publicación, Spain, 20 páginas de cuidada edición con abundancia de fotografías. Spain fue la obra de Juan Mata y el Duque de Alba.

Firmas y contenido

Spain&The World, dedicó prácticamente todas sus páginas a informar sobre los logros revolucionarios de la CNT, hacer un seguimiento de las políticas de la CNT y la marcha de la guerra. También incluye trabajos de grandes figuras del anarquismo y el anarcosindicalismo mundial como Rudolf Rocker o miembros del ILP (Independent Labour Party), la única formación política que se puso decididamente al lado de la CNT y del POUM. Se reproducirán artículos que hayan aparecido en la prensa anarcosindicalista española, especialmente en Solidaridad Obrera y, con menos frecuencia, CNT.

Especial atención merecen las colectivizaciones. Los trabajos que se publican sobre las mismas serán muchos y algunos muy importantes, como la serie que sobre el tema publica Souchy. Igualmente es importante la contribución de Emma Goldman en este campo.

Emma Goldman, que era la Delegada de la CNT en Gran Bretaña, fue una presencia constante en las páginas de Spain and the World, ya fuera de forma directa con sus trabajos informando de cuanto había visto en sus viajes a España, hizo tres durante el conflicto, ya fuera informando sobre su actividad en mítines y actos a favor de la República, en entrevistas… Pocos números quedan en los que su nombre no aparezca de una manera u otra.

Junto con Goldman, otra mujer destaca en la actividad de divulgación de los valores y méritos de la CNT, Ethel Mannin. Ethel era miembro del ILP. El compromiso de Mannin con la causa republicana fue sólido y contante en esos años. Su firma se prodigó en la segunda mitad de 1938 hablando de la guerra desde la perspectiva de Gran Bretaña. Importante fue, también, la atención que se presta a Mujeres Libres de donde se cogerán artículos, en especial de Mercedes Comaposada.

Como ya he dicho, el objetivo de la publicación era informar y defender el trabajo de la CNT en la revolución inmediata al golpe de estado de 1936 y la marcha de la guerra. No fue una información neutra. Enseguida muchos trabajos fueron artículos de opinión que entraban a valorar y, sí, también, a juzgar las decisiones que la CNT iba tomando según avanzaba el conflicto. La línea editorial no variará en todo el período en que duró la publicación ajustando sus opiniones a la más estricta ideología anarquista. La entrada de la CNT en los gobiernos (el de la Generalitat y el Gobierno central) no se entenderá y será duramente criticada, lo que no impide que la obra de gobierno, colectivizaciones, la política educativa o la conquista de derechos por la mujer, sean saludadas como el inicio y consolidación de una nueva era. Son logros que se comparan con ventaja con la revolución de 1917.

No se valora de la misma manera otros pasos más “políticos”. El paulatino encuadramiento de las milicias en cuerpos de ejército regulares será considerado como la renuncia a la esencia de acción anarquista y una humillación ante los comunistas sean del PCE o del PSUC. El clamor alcanza el paroxismo después de los hechos de mayo del 37 y, sobre todo, con el asesinato de Camilo Berneri. Se publicará entonces, algún artículo extraído de Guerra di Classe, se interpelará a García Oliver y, más que nada, a Federica Montseny a quienes culpan de lo ocurrido, especialmente por haber mediado para parar la lucha. Los hechos de mayo marcarán una fractura entre la línea que llevaron tanto CNT como FAI, y la opinión de la publicación. Tanto Largo Caballero como Negrín fueron objeto de sus diatribas que eran aprovechadas para mostrar su oposición y enemiga al comunismo estalinista.

El 11 de diciembre de 1938 salió el último número, sin que se sepa la razón del cambio de nombre. Spain and the World fue sustituido por Revolt. El nuevo quincenal ya no siguió exactamente la senda de Spain and the World. El final de la guerra se veía venir, sobre todo después de la caída de Cataluña. El acento se pone en los refugiados a los que no se quería abandonar. No obstante, la gran guerra, la guerra con Hitler ja estaba en el ambiente y cada vez más los asuntos europeos encontraron cabida en sus páginas. Con todo Revolt no superó el año de publicación.

Conclusiones

No es descubrir nada nuevo decir que “la guerra civil de tinta”, que decía Madariaga, la ganó la República. La opinión mundial se puso mayoritariamente de su parte. El eco conseguido no fue igual para todas las fuerzas implicadas en la defensa del gobierno legal. La voz de los anarquistas en Gran Bretaña no fue escuchada con la misma atención que lo fueron las voces socialistas y comunistas. Incluso ahora, en la bibliografía consultada, la cabecera de Spain and the World no aparece. Los esfuerzos de la CNT y los anarquistas británicos no se vieron recompensados. Es un resultado previsible porque el anarquismo estaba siendo cada vez más arrinconado en el mundo occidental. El periódico centra sus ataques en los comunistas y la acción soviética. La guerra larvada que había en España entre los planteamientos de PCE y PSUC explican esta posición aunque de forma incompleta. Hemos visto como una buena parte de la sociedad inglesa temía más una España anarquista, después de una hipotética victoria, que la existencia de una nueva dictadura del proletariado en la Península. Era muy difícil hacerse oír en estas circunstancias. En consecuencia los objetivos que se había impuesto la publicación de hacer llegar la actuación anarquista en España a la sociedad y al mismo tiempo, extender la bondad de los postulados libertarios, se consiguieron en muy escasa medida.

La derrota republicana fue una derrota todavía mayor del anarquismo mundial porque en la revolución de los primeros días, tras el golpe de estado, se habían puesto todas las esperanzas en lo que estaba sucediendo en España y, sobre todo, Barcelona y no son esperanzas de nuevo cuño, la influencia de la CNT por número de afiliados y combatividad era vista, desde hacía años, como la gran esperanza anarquista. Se piensa que es el momento de resarcirse de la postergación y posterior persecución padecida en Rusia en 1917. La guerra no evolucionó de manera favorable a sus deseos. En mi opinión, la posterior fijación del régimen franquista con el peligro comunista contribuyó a infravalorar la aportación anarquista a la historia de este país y, con ello, a que haya sido minusvalorada en amplios sectores de la sociedad.

Bibliografía

AVILÉS FARRÉ, Juan: “Un Alba en Londres: La misión diplomática del XVII duque (1937-1945)”, Historia Contemporánea, 1996, págs.. 163-178

BUCHANAN, Tom: The Spanish Civil War and the British Labour Movement, 1991

DI PAOLA, Pietro: “Italian Anarchists in London”, Tesis doctoral, 2004. Leída en línea, 30 agosto 2022. https://core.ac.uk/outputs/54430

GONZÁLEZ CALLEJA, Eduardo: “El servicio exterior de Falange y la política exterior del primer franquismo: Consideraciones previas para su investigación”, Hispania, LIV/1, nº 186, 1994. Págs. 279-307

METZER, Albert: I Couldn’t Paint Golden Angels: SixtY Years of Commonplace Life and Anarchist Agitation, Ak press. 1996

MORADIELLOS, Enrique: “Un guerra civil de tinta: la propaganda republicana y nacionalista en Gran Bretaña durante el conflicto español”, Sistema, nº 164, 2001, pág. 91-97.

POLLIT, Harry: Spain and the TUC, (Panfleto) Londres, 1936

RICHARDS, Vernon: Enseñanzas de la Revolución española, Madrid,

Notas:

[1] MORADIELLOS, Enrique: “Una guerra civil de tinta: la propaganda republicana y nacionalista en Gran Bretaña durante el conflicto español”, Sistema, nº 164, 2001, pág. 91-97. Es Moradiellos quien informa de que el título de Guerra Civil de Tinta lo toma de Madariaga.

[2] La tensión no se produjo en todas y cada una de las Trade Unions. Los trabajadores católicos se desmarcaron de esta tendencia general por las noticias que llegaban de asesinatos de religiosos en la zona republicana, pero el movimiento a favor de la España republicana fue masivo.

[3] BUCHANAN, Tom: The Spanish Civil War and the British Labour Movement, 1991. Pág. 43-44. Especialmente la nota 23 con información sobre Comorera.

[4] Es la casi la única referencia que he encontrado del Dr Galasso, algún otro autor lo nombra de pasada. METZER, Albert:: “I Couldn’t Paint Golden Angels: SixtY Years of Commonplace Life and Anarchist Agitation,1996.

[5] Ya el 3 de enero de 1937, E. Goldman escribe una carta a Martin Gudell, en aquel momento responsable de la Oficina de Propaganda Exterior de la CNT, en la que le habla de Spain and the Worl Fighting Call, entre muchos otros temas. En ella le pide materiales que puedan ser publicados en ambos rotativos. No será la única vez que Goldman requiera fondos y materiales para la revista. [La carta en IISG, Emma Goldman Papers. Reel 39].

[6] Desde 1920 existía el Partido Comunista de Gran Bretaña (CPGB) de obediencia soviética. Existía también el ILP, marxista que se había separado de las directrices estalinistas, que colaboró en las actividades anarquistas.

[7] MORENO, Antonio César: “Espionaje, neutralidad y propaganda franquista en Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial”.  Ecléctica. Revista de Estudios Culturales, nº 1, 2012, págs..81-91.

 

 

Doctora en Historia Contemporánea con una tesis sobre Ángel Pestaña. Profesora jubilada de Historia en Enseñanza Secundaria
Fuente:
Conversación sobre la Historia, 04/12/2022 https://conversacionsobrehistoria.info/2022/12/04/spain-and-the-world-el-intento-de-hacer-llegar-los-logros-anarquistas-durante-la-guerra-de-espana-a-londres-1936-1939/

 Nota de Blog.- (a)Marie Louise Berneri, hija de Camilo Berneri. escribió un libro  denominado  Viaje   por la utopía  , que es una referencia anarquista sobre el tema  de las utopías

jueves, 15 de diciembre de 2022

La hidra de la revolución atlántica.

 

Reseña de La hidra de la revolución. Marineros, esclavos y comuneros en la historia oculta del Atlántico, de Peter Linebaugh y Marcus Rediker (Traficantes de sueños, 2022)

Los múltiples rostros del proletariado en los siglos XVII y XVIII



                                                                                              


Tendemos a considerar la historia como resultado de las actividades de unos selectos protagonistas humanos y unas instituciones, y así elaboramos nuestra imagen de los hechos.

Contra este vicio tan arraigado, el empeño de los historiadores norteamericanos Peter Linebaugh (1943) y Marcus Rediker (1951) con La hidra de la revolución es presentar un muestrario de “personajes ignorados y luchas olvidadas” esenciales para aquilatar nuestra visión de la expansión capitalista de los siglos XVII y XVIII en el entorno del Atlántico. El libro fue publicado en 2000 y tras una primera versión castellana de Crítica en 2005, aparece ahora en el catálogo de Traficantes de sueños en una traducción de la propia editorial. Los autores señalan en el comienzo del volumen que éste surge de una combinación de las tradiciones afroamericana, inglesa y norteamericana de la “historia desde abajo”, en la línea de W. E. B. Du Bois, C. L. R. James, E. P. Thompson o Herbert G. Gutman, entre otros. El título procede de una imagen muy cara a los constructores del capitalismo en la época que se analiza. Ellos pretendían ser Hércules, edificando el “orden social” en lucha con la hidra de numerosas cabezas, que simboliza el caos. El libro trata de recuperar algo de la historia perdida de la clase multiétnica cuya explotación hizo posible el nacimiento del capitalismo, y lo hace a través de la captura de nueve momentos privilegiados del proceso.

El capitalismo echa a andar

El naufragio del Sea Venture en julio de 1609 en las Bermudas sirvió para que algunos de los que en él viajaban organizaran, sacando partido de la fértil naturaleza de las islas y colaborando ocasionalmente con los nativos de la región, una existencia que lograba una síntesis entre el comunismo primitivo del Nuevo Mundo y el comunismo plebeyo del Viejo Mundo. Era aquél un paraíso en la tierra que no congeniaba con los intereses crematísticos de la Compañía de Virginia, directora de la empresa colonial, con lo que fue militarmente desmantelado por los que poseían títulos de propiedad y cañones para respaldarlos.

Los autores describen el régimen de terror impuesto en Inglaterra en esta etapa temprana de expansión del capitalismo, en el que la prisión, los correccionales y el cadalso eran los elementos básicos. Al otro lado del Atlántico se produce mientras tanto la acumulación primaria, a través de una “domesticación” de la naturaleza en la cual “leñadores y aguadores” tuvieron un papel protagonista. Ellos realizaban labores como talar bosques, construir barcos y puertos, desecar pantanos o acondicionar plantaciones. El personal para esto se reclutaba, muchas veces a la fuerza, entre indigentes, marginales o delincuentes, que eran deportados a América.

La cobertura ideológica para esta expropiación la aportan filósofos como Francis Bacon, que imbuido de la labor hercúlea, llama al exterminio de los salvajes, viciosos por naturaleza, así como de amplios colectivos de criminales y herejes que ponen palos en las ruedas del “progreso”. La sagrada misión de enriquecerse convirtiendo el mundo en mercancía y asesinando o esclavizando a sus habitantes queda dotada de este modo de un sólido fundamento: la lucha contra el caos en nombre de la civilización.

La voz de los de abajo en la revolución inglesa

La revolución inglesa del siglo XVII sirvió para encauzar la expansión capitalista. No obstante, hasta que fueron marginadas por Cromwell, las ideas radicales tuvieron su momento, como se pone de manifiesto en un curioso documento que se presenta en el libro. Es éste un breve retrato literario de una sirvienta de raza negra y religión anabaptista, del que es autor el ministro de su congregación y que fue escrito entre 1672 y 1678. La espiritualidad que se transparenta en el texto nos lleva, a través del concepto de la “gloria de Dios”, al de la “Nueva Jerusalén”, un escenario idílico “donde el león y el cordero yacerían juntos y se practicarían la rectitud, la justicia y la clemencia, sin acepción de personas.”

Otro momento interesante en el que aflora la “voz de los de abajo” corresponde al otoño de 1647, cuando tuvieron lugar una serie de debates en Putney, localidad en las afueras de Londres, entre Oliver Cromwell y los que defendían ideas democráticas en su ejército, liderados por Thomas Rainborough, los conocidos como “niveladores” (levellers). Estos últimos eran partidarios de la permanencia de los derechos comunales en la campiña inglesa y contrarios a la esclavitud. Los debates pueden sintetizarse en la pugna entre democracia, por un lado, que de materializarse podría ser usada por los pobres para crear un mundo igualitario, y el concepto de propiedad, por otro, que si aspira a perpetuarse debe tener claro que ha de oponerse a dar voz a los de abajo.

Linebaugh y Rediker analizan las repercusiones de estos debates, que dieron sustento ideológico a la revuelta de Masaniello en Nápoles (1647), en la que el proletariado de una ciudad europea tomó el poder y gobernó solo por primera vez. Después sus ecos llegaron hasta Londres en dos ocasiones (1649, 1659-1660), Irlanda (1649-1651), Barbados (1649), el Río Gambia (1652) y Virginia (1663-1676). Los datos que se aportan muestran cómo la explotación que se estaba imponiendo desde arriba era contestada en escenarios muy diversos.

Nuevos gritos de los “sin voz” (1680-1760)

A finales del siglo XVII los gobiernos se han dotado de un sistema financiero capaz de regular el comercio en el ámbito atlántico, constituyendo lo que se ha dado en llamar hidrarquía o estado marítimo. Sin embargo, al mismo tiempo, los marineros, clase explotada que ha devenido esencial, se oponen a ello utilizando como instrumento el propio barco que es el motor del capitalismo.

El libro describe en detalle la vida de estos “proletarios del mar”, cuya miseria y esclavitud generaban copiosos dividendos a las compañías, y nos acerca a los espacios de resistencia que surgieron ya a lo largo del siglo XVII. En los comienzos de la centuria siguiente, los marineros van más allá y desarrollan un orden social autónomo y una alternativa subversiva a las flotas que surcaban los mares. El poder que implantan para ello es una hidrarquía desde abajo, que aporta una dimensión novedosa a la historia del pillaje en el mar, hasta aquel momento en manos de nobles o comerciantes. La piratería de nuevo cuño que nace por entonces tiene como rasgos esenciales: democracia, igualitarismo y rechazo de los prejuicios racistas. Se aprecia también en ella conciencia de clase e instinto de justicia, que hacía respetar la vida de los capitanes apresados que no hubieran sido crueles en su cargo.

La masiva respuesta del estado conseguirá aplastar esta piratería de oposición al capital poco después de 1720, pero en los años siguientes irá surgiendo contestación en otros ámbitos. En las décadas de 1730 y 1740, un espíritu de revuelta crecía poderoso entre los negros de Norteamérica y el Caribe, y así en la Nueva York de 1741 se registra una importante sublevación de un proletariado variopinto, compuesto en su mayoría por esclavos. Parece ser que los orígenes de este estallido que destruyó cuarteles y otros edificios deben buscarse en los muelles, en la transmisión de las experiencias de resistencia de los regimientos militares y las plantaciones y en las prédicas de la religiosidad popular.

Voces desde abajo en la Revolución estadounidense y la lucha contra el esclavismo (1760-1830)

En las décadas de 1760 y 1770 se producen en Norteamérica disturbios, con protagonistas multiétnicos y procedentes de ámbitos diversos, como el mar, las ciudades o las plantaciones. El libro pasa revista a estos hechos y concluye que contribuyeron poderosamente a desestabilizar la sociedad civil imperial e impulsaron a las trece colonias hacia una guerra de liberación, que fue la primera de estas características en todo el mundo. Se describe también cómo tras la revolución se adulteró la historia para negar los elementos de lucha de clases que se habían dado y enfatizar sólo la disputa entre naciones.

Lograda la independencia, los revolucionarios frustrados encontrarán su vía de acción en la oposición al esclavismo, la cual se fortalece a finales del siglo XVIII. Los últimos capítulos están dedicados a dos casos concretos de estas tentativas. El primero es el de Edward y Catherine Despard, encuadrado en un ciclo de rebeliones iniciado en 1790 en el que las movilizaciones no se producen sólo por cuestiones de raza o clase social, sino que plantean un esfuerzo en pos de “la liberación de la raza humana como un todo”.

El otro ejemplo estudiado es el de Robert Wedderburn (1762-1835), hijo de una esclava y un rico propietario, nacido en Jamaica y luego político radical y abolicionista en Londres. Él veía la historia como un ciclo inevitable de expropiación y resistencia, y logró combinar religiosidad, cristiana al principio y después deísta, republicanismo y lucha contra la trata, en un único ideal de igualdad de derechos y opciones vitales para todos los “ciudadanos del mundo”.

Una nueva visión de la dinámica social

El historiador marxista británicoE. P. Thompson consideraba que la clase social que sufre la depredación capitalista sólo llega a definirse y adquirir conciencia de tal a través de la experiencia de la explotación, y planteando estrategias para superarla, y no como un mero “desprendimiento” de las condiciones materiales o de la tarea “educativa” de vanguardias. El proletariado se conforma en su lucha contra la violencia a que es sometido, y abundando en ello, lo que Linebaugh y Rediker nos muestran en La hidra de la revolución es que este proceso tiene como protagonista a una humanidad cosmopolita, multiétnica y con ocupaciones y oficios muy diversos. Se transciende así la concepción clásica de la dinámica emancipadora, liderada por una clase obrera industrial con una serie de pautas culturales bien definidas.

En la perspectiva del libro, procesos aparentemente dispersos pueden dotarse de un hilo conductor, que no es otro que la resistencia a la trituradora capitalista. Este empeño sin duda es muy ambicioso y el libro ha sido criticado en ocasiones, discutiéndose el carácter “colectivista, antiautoritario e igualitario” que se atribuye a sus protagonistas o achacándosele un “romanticismo marxista” que suma en su ecuación de forma indiscriminada a todas las víctimas y todos los rebeldes. Sin embargo, sorprende comprobar a lo largo de la obra cómo en ámbitos tan diversos como pueden serlo los de supervivientes de naufragios, quilombos, revueltas urbanas, fraternidades religiosas disidentes o barcos piratas, se advierte la pujanza de una alternativa a la explotación del capital fundamentada en la solidaridad y el apoyo mutuo.

La rigurosa exposición de datos de La hidra de la revolución resulta enormemente informativa y sugestiva, pero tal vez el mérito principal del libro sea superar el esquematismo que ha empobrecido muchas veces los análisis cuando se pretende definir las relaciones económicas del capitalismo con un énfasis excesivo en las “relaciones sociales de producción” que se dan en la factoría. Leyendo a Linebaugh y Rediker aprendemos que el proletariado no es una categoría preestablecida y uniforme, sino que se conforma en la lucha durante los decisivos siglos XVII y XVIII y que es transnacional, con variedad de raza y de género, esclavo, campesino, artesano y marinero, y todo ello simultáneamente.

Hay que decir además que analizando conflictos tan diversos, no sólo se interpreta el pasado, sino que se comprende también un presente en el que el mismo Moloch capitalista, ahora en fase senil, es atacado desde ángulos tan variados como lo son sus víctimas.

Blog del autor: http://www.jesusaller.com/. En él puede descargarse ya su último poemario: Los libros muertos.