miércoles, 16 de noviembre de 2022

A los liberales les gustaba Mussolini

 Cuando los liberales se enamoraron de Benito Mussolini 

 

 

Cuando se habla de conceptos como "totalitarismo" y "corporativismo", se suele suponer que el fascismo está muy alejado de la sociedad liberal de mercado que le precedió, y en la cual aún hoy vivimos. Pero si prestamos más atención a las políticas económicas del fascismo italiano, especialmente durante la década de 1920, podemos ver cómo algunas combinaciones típicas tanto del siglo pasado como del nuestro se experimentaron ya en los primeros años del gobierno de Benito Mussolini. Un ejemplo es la asociación entre austeridad y tecnocracia. Por "tecnocracia" me refiero al fenómeno por el que ciertas políticas habituales hoy en día (como los recortes del gasto social, la fiscalidad regresiva, la deflación monetaria, las privatizaciones y las represiones salariales) son decididas por expertos económicos que asesoran a los gobiernos o, incluso, toman directamente las riendas ellos mismos, como en varios casos recientes en Italia. 

Como explico en The Capital Order: How Economists Invented Austerity and Paved the Way to Fascism, Mussolini fue uno de los mayores defensores de la austeridad en su forma moderna. Esto se debió, en gran parte, a que se rodeó de los economistas autoritarios de la época, así como de los campeones del paradigma emergente de la "economía pura", que todavía hoy es la base de la economía neoclásica dominante. 

Poco más de un mes después de la Marcha de los fascistas italianos sobre Roma, en octubre de 1922, los votos parlamentarios del Partido Nacional Fascista, el Partido Liberal y el Partido Popular (o los popolari, un partido católico y predecesor de la Democracia Cristiana) introdujeron el llamado "periodo de plenos poderes". Con ello, concedieron una autoridad sin precedentes al ministro de Economía de Mussolini, el economista Alberto de Stefani, y a sus colegas y asesores técnicos, en particular Maffeo Pantaleoni y Umberto Ricci (a diferencia de los dos primeros, un hombre de ideología liberal). 

Mussolini ofreció a estos expertos en economía la oportunidad de su vida: moldear la sociedad según el ideal de sus modelos. Desde las páginas de The Economist, Luigi Einaudi — celebrado como campeón del antifascismo liberal y, en 1948, primer presidente de la república democrática italiana de posguerra— acogió con entusiasmo el giro autoritario. "Nunca un Parlamento confió al Ejecutivo un poder tan absoluto [...] La renuncia del Parlamento a todos sus poderes durante un período tan largo fue recibida con vítores generales por el público. Los italianos estaban hartos de habladores y de ejecutivos débiles", escribió el 2 de diciembre de 1922. El 28 de octubre, en vísperas de la Marcha sobre Roma, había declarado: "Italia necesita al frente un hombre capaz de decir No a todas las peticiones de nuevos gastos". 

Las esperanzas de Einaudi y sus colegas se cumplieron. El régimen de Mussolini puso en marcha audaces reformas que promovían la austeridad fiscal, monetaria e industrial. Estos cambios funcionaron al unísono para imponer duros esfuerzos y sacrificios a las clases trabajadoras y asegurar la reanudación del orden capitalista. Este orden había sido ampliamente desafiado en el biennio rosso (dos años rojos) anterior por numerosos levantamientos populares y sofisticados experimentos de organización económica postcapitalista. 

Entre las reformas que consiguieron acallar cualquier impulso de cambio social, podemos mencionar la drástica reducción de los gastos sociales, los despidos de funcionarios (más de sesenta y cinco mil sólo en 1923) y el aumento de los impuestos sobre el consumo (el IVA de la época, regresivo porque lo pagaban principalmente los pobres). Todo ello junto a la eliminación del impuesto progresivo sobre las herencias, la cual fue acompañada de un aumento de los tipos de interés (del 3 al 7 por ciento a partir de 1925), así como de una oleada de privatizaciones que estudiosos, como el economista Germà Bel, han calificado como la primera privatización a gran escala en una economía capitalista. 

Además, el Estado fascista aplicó leyes laborales coercitivas que redujeron drásticamente los salarios y prohibieron los sindicatos. La derrota final de las aspiraciones de los trabajadores llegó con la Carta del Trabajo de 1927, que cerró cualquier vía de conflicto de clase. La Carta codificó el espíritu del corporativismo cuyo objetivo, en palabras de Mussolini, era proteger la propiedad privada y "reunificar dentro del Estado soberano el pernicioso dualismo de las fuerzas del capital y del trabajo", que se consideraban "ya no necesariamente opuestas, sino como elementos que debían y podían aspirar a un objetivo común, el más alto interés de la producción". 

El ministro de Economía, De Stefani, saludó la Carta como una "revolución institucional", mientras que el economista liberal Einaudi justificó su definición "corporativista" de los salarios como la única forma de imitar los resultados óptimos del mercado competitivo del modelo neoclásico. La hipocresía en este caso es evidente: los economistas, tan inflexibles en la protección del libre mercado contra el Estado, no tenían ningún problema con la intervención represiva del Estado en el mercado laboral. En Italia se produjo una caída ininterrumpida de los salarios reales que duró todo el periodo de entreguerras, una tendencia única entre los países industriales. 

Entusiasmo internacional 

Mientras tanto, el aumento de la tasa de explotación aseguraba un aumento de las tasas de beneficio. En 1924, el London Times comentó el éxito de la austeridad fascista: "el desarrollo de los dos últimos años ha visto la absorción de una mayor proporción de beneficios por el capital y esto, al estimular la empresa comercial, ha sido ciertamente ventajoso para el país en su conjunto". Esta es la típica narrativa capaz de promover y ganar aceptación para las doctrinas de austeridad, incluso hoy en día: el consentimiento de la gente común a los sacrificios se construye sobre la retórica del bien común. 

En resumen, en un momento en el que la mayoría de los ciudadanos italianos exigían grandes cambios sociales, la austeridad requería del fascismo —un gobierno fuerte y vertical que pudiera imponer su voluntad nacionalista de forma coercitiva y con impunidad política— para su rápido éxito. El fascismo, en cambio, necesitaba la austeridad para consolidar su dominio. De hecho, fue el atractivo de la austeridad lo que llevó a los liberales del establishmentinternacional y nacional a apoyar al gobierno de Mussolini, incluso después de las Leggi Fascistissime [literalmente: "las leyes más fascistas"] de 1925-6 que instalaron a Mussolini como dictador oficial de la nación. 

The Economist, por ejemplo, que el 4 de noviembre de 1922 simpatizaba con el objetivo de Mussolini de imponer un "drástico recorte del gasto público" en nombre de la "imperiosa necesidad de unas finanzas sanas en Europa", se alegró en marzo de 1924: "El señor Mussolini ha restablecido el orden y ha eliminado los principales factores de perturbación". En particular, "los salarios alcanzaron sus límites máximos, las huelgas se multiplicaron". Estos fueron los factores de perturbación, y "ningún gobierno fue lo suficientemente fuerte como para intentar un remedio". En junio de 1924, el Times, que calificaba al fascismo de gobierno "antidespilfarro", lo elogiaba como solución a las ambiciones del "campesinado bolchevique" de "Novara, Montara y Alessandria" y a "la brutal estupidez de esta gente", seducida por "los experimentos de la llamada gestión colectiva". 

La embajada británica y la prensa liberal internacional seguían alegrándose de los triunfos de Mussolini. El Duce había conseguido aunar el orden político y el económico, la esencia misma de la austeridad. Como muestran los documentos de archivo, a finales de 1923 el embajador británico en Italia aseguró a los observadores de su país que "el capital extranjero había superado la no injustificada desconfianza del pasado y volvía a acudir a Italia con confianza". El diplomático destacó a menudo el contraste entre la ineptitud de la democracia parlamentaria italiana posterior a la Primera Guerra Mundial -considerada inestable y corrupta- y la eficaz gestión económica del ministro De Stefani: 

Hace dieciocho meses, cualquier observador instruido de la vida nacional estaba obligado a llegar a la conclusión de que Italia era un país en decadencia […] Ahora se admite generalmente, incluso por aquellos que no les gusta el fascismo y deploran sus métodos, que toda la situación ha cambiado [...] un progreso sorprendente hacia la estabilización de las finanzas del Estado [...] los huelguistas [disminuyeron] en un 90 por ciento y los días de trabajo perdidos [disminuyeron] en más del 97 por ciento y un aumento del ahorro nacional de 4.000 [millones de liras] con respecto al año anterior; de hecho, superan por primera vez el nivel de antes de la guerra en casi 2.000 millones de liras. 

Los célebres éxitos de la austeridad en Italia —evaluados en términos de paz industrial, altos beneficios y más negocios para Gran Bretaña— también tenían una cara represiva, que iba mucho más allá de la institucionalización de un ejecutivo fuerte y la elusión del parlamento. La propia embajada informó de numerosas acciones brutales: el asalto constante a los opositores políticos; el incendio de las sedes socialistas y los despachos obreros; la destitución de numerosos alcaldes socialistas; la detención de comunistas; y muchos otros asesinatos políticos notorios, el más importante de los cuales fue el del parlamentario socialista Giacomo Matteotti. 

Pero el mensaje era inequívoco: cualquier preocupación por los abusos políticos del fascismo se desvanecía ante los éxitos de su austeridad. Incluso el campeón del liberalismo y gobernador del Banco de Inglaterra, Montagu Norman, después de expresar su desconfianza ante un estado como el fascista, bajo el cual se había "eliminado cualquier cosa en el camino de la alteridad" y en el que "la oposición en cualquier forma [había] desaparecido", añadió: "este estado de cosas es adecuado en la actualidad y puede proporcionar por el momento la administración más adecuada para Italia." Del mismo modo, Winston Churchill, en ese tiempo jefe del tesoro británico, explicó: "Diferentes naciones tienen diferentes maneras de hacer la misma cosa […] Si yo hubiera sido italiano, estoy seguro de que habría estado con vosotros desde el principio hasta el final en vuestra victoriosa lucha contra el leninismo". 

Tanto Norman como Winston Churchill señalaron en sus comentarios privados y públicos cómo las soluciones antiliberales, inconcebibles en su propio país, podían aplicarse a un pueblo "diferente" y menos democrático como el italiano, con un "doble rasero" que los lectores contemporáneos bien podrían reconocer. 

De hecho, incluso cuando los observadores liberales planteaban dudas, éstas no se referían a la democracia, sino a lo que sucedería sin Mussolini. En junio de 1928, Einaudi escribió en The Economist que temía un vacío de representación política, pero aún más un colapso del orden capitalista. Hablaba de los "gravísimos interrogantes" en la mente de los ingleses: 

Cuando, de nuevo, en el curso inevitable de la naturaleza, la mano fuerte del gran Duce se retira del timón, ¿tiene Italia otro hombre de su calibre? ¿Puede alguna época producir dos Mussolinis? Si no, ¿qué será lo siguiente? ¿Bajo un control más débil y menos sabio no podría seguir una revulsión caótica? ¿Y con qué consecuencias, no sólo para Italia, sino para Europa? 

El mundo político internacional se enamoró tanto de la austeridad de Mussolini que recompensó al régimen con los recursos financieros que necesitaba para consolidar aún más el liderazgo político y económico del país, en particular, liquidando la deuda de guerra y estabilizando la lira, como se relata en el clásico de Gian Giacomo MigoneThe United States and Fascist Italy. 

El apoyo ideológico y material que la clase dirigente liberal italiana e internacional prestó al régimen de Mussolini no fue ciertamente una excepción. De hecho, la mezcla de autoritarismo, pericia económica y austeridad inaugurada por el primer fascismo "liberalista" (económicamente liberal) ha tenido muchos epígonos: desde el empleo de los "Chicago Boys" por parte de la dictadura de Augusto Pinochet, pasando por el apoyo de los "Berkeley Boys" a la dictadura de Suharto en Indonesia (1967-1998), hasta la dramática experiencia —recientemente de nuevo en el foco de atención— de la disolución de la URSS. 

En ese caso, el gobierno de Boris Yeltsin declaró de hecho la guerra a los legisladores rusos que se oponían a la agenda de austeridad respaldada por el FMI, la cual Yeltsin perseguía para estabilizar la economía rusa. El punto álgido del asalto de Yeltsin contra la democracia se produjo en octubre de 1993, cuando el presidente llamó a los tanques, helicópteros y 5.000 soldados para que hicieran llover fuego sobre el Parlamento ruso. El ataque mató a más de 500 personas y dejó muchos más heridos. Una vez que las cenizas se asentaron, Rusia quedó bajo un régimen dictatorial sin control: Yeltsin disolvió el "recalcitrante" Parlamento, suspendió la Constitución, cerró periódicos y encarceló a su oposición política. Al igual que hizo con la dictadura de Mussolini en los años 20, The Economist no tuvo reparos en justificar las acciones del hombre fuerte de Yeltsin como el único camino que podía garantizar el orden del capital. El famoso economista, Larry Summers, quien fue funcionario del Tesoro durante la administración de Bill Clinton, fue categórico al afirmar que, para Rusia, "las tres acciones" —privatización, estabilización y liberalización— "deben completarse lo antes posible. Mantener el impulso de la reforma es un problema político crucial". 

Hoy, estos mismos economistas liberales no hacen concesiones a sus propios compatriotas. Larry Summers está en primera línea defendiendo la austeridad monetaria en Estados Unidos, donde prescribe una dosis de desempleo para curar la inflación. Como siempre, la solución de los economistas de la corriente dominante es exigir a los trabajadores que absorban la mayor parte de las dificultades mediante salarios más bajos, jornadas laborales más largas y recortes en las prestaciones sociales. 

  

Profesora asistente en el departamento de economía de The New School for Social Research. Doctorada en Economía por la Sant'anna School of Advanced Studies en Pisa, Italia. Recientemente ha publicado The Capital Order: How Economists Invented Austerity and Paved the Way to Fascism, en el cual estudia la estrecha relación entre las ideas económicas de austeridad y los regímenes fascistas, como respuestas a los contextos de alta conflictividad social y movilización obrera de los periodos de entreguerra. 

Fuente: 

Traducción: 

Guillermo Medina Cano 

 

 
 

 

lunes, 14 de noviembre de 2022

Fisuras atlantistas.

 

A la izquierda,  antes Macron con el autoproclamado Juan Guaidó. Ahora a la derecha con Nicolás Maduro (composición replicada en Twitter sin firma conocida)

Fisuras otantistas.

 Jorge  Elbraum

Europa occidental y Estados Unidos en el laberinto dispuesto por Putin.

La guerra en Ucrania se ha convertido en un catalizador de realineamientos geopolíticos y se consolida como el epílogo de la hegemonía unipolar estadounidense, que empezó a resquebrajarse con la crisis financiera de 2008 que terminó debilitando el programa neoliberal iniciado en la década del ‘70 del siglo pasado. Las dos décadas iniciales del siglo XXI exhibieron el fracaso militar de Estados Unidos en Irak y Afganistán, la irrupción como potencia económica y comercial de China, la reconstrucción de la soberanía rusa y el deterioro institucional de Washington, evidenciado en el legado trumpista y el asalto al Capitolio en enero de 2021. Europa occidental, por su parte, también ha visto deteriorarse su proyecto de integración con las crisis de las deudas al iniciarse la segunda década del siglo –que tuvo a Grecia como una de sus víctimas prioritarias– y la posterior salida del Reino Unido en el proceso conocido como Brexit.

En este contexto de reconfiguración se llevó a cabo la reunión de ministros de relaciones exteriores del G7, el conglomerado de países que conforman la OTAN, más Japón. El cónclave se realizó los días 3 y 4 de noviembre en el ayuntamiento de Münster, el mismo lugar donde en 1648 se firmó la Paz de Westfalia, tratado con el que se instituyó el principio de soberanía estatal que el neoliberalismo se encargó de vulnerar, de forma sistemática, durante el último medio siglo. Los temas centrales del encuentro se vincularon al conflicto en Ucrania, las divergencias al interior de los integrantes de la Unión Europea y las inocultables contrariedades entre Washington y Bruselas. El evento concluyó sin grandes acuerdos, cinco días antes de que se desarrollaran las elecciones en Estados Unidos, en las que no se produjo la anunciada marea republicana, pero sí se evidenció un debilitamiento de los demócratas, en ambas Cámaras.

Según diferentes analistas, el resultado de las elecciones –sobre todo por la pérdida de la mayoría en la Cámara de Representantes por parte de los demócratas– no limitará el envió de armas a Ucrania, pero Estados Unidos se verá obligado a reducir los aportes financieros, por exigencia de los republicanos. Esa posibilidad fue informada por Antony Blinken en el encuentro de Münster, acompañada de una solicitud para que Bruselas se comprometa aún más con el destino de Volodymyr Zelensky. Las respuestas obtenidas por el titular del Departamento de Estado no fueron las esperadas: el ministro de Finanzas ucraniano, Serguéi Márchenko, informó a Blinken que la Unión Europea no podrá cumplir con los compromisos asumidos de girar en noviembre 2.500 millones de euros. Los compromisos de Bruselas hacia Kiev incluían un préstamo de 18.000 millones de euros, con la condición de ser devueltos a 35 años. Sin embargo, uno de los integrantes de la UE, el Presidente húngaro Viktor Orbán, se ha opuesto de forma terminante: “Decimos sí al apoyo a Ucrania, pero nos oponemos a un crédito conjunto”, ha recalcado este martes Gergely Gulyás, ministro de Gobernación magyar.

Las contradicciones de la Unión Europea han sido conceptualizadas de forma tajante por los diplomáticos rusos: “Observamos que entre las diversas fuerzas políticas de la Unión Europea está surgiendo gradualmente más y más sentido común con respecto a cuánto le cuesta a Europa la rusofobia frenética y el apoyo ciego al régimen de Kiev”, declaró el Representante Permanente de la Federación ante la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), Maxim Buyakevich, en una reunión de su Consejo Permanente.

Business are business

Traslado de la primera de seis bobinas de campo magnético poloidal “PF-1” necesarias para iniciar y mantener la fusión nuclear.

Mientras se realizaba la reunión de ministros de Relaciones Exteriores en Münster, el canciller alemán Olaf Scholz iniciaba su viaje a la República Popular China. Acompañó al dirigente de la socialdemocracia germana una delegación de empresarios conformada por 12 de los más importantes CEOs de sus empresas industriales de ese país: Volkswagen, Deutsche Bank, Siemens, BASF, BMW, Bayer y Biontech. La visita de los europeos estuvo condicionada por la ampliación de la brecha comercial entre ambos países. En 2021, las exportaciones de Beijing triplicaron el monto facturado por Berlín.

Mientras Scholz recibía cuestionamientos de sus socios otantistas de Washington, que caracterizaron el intercambio con Xi Jinping como una forma de legitimación de su adversario estratégico, China le exigía a Berlín el mantenimiento de relaciones con Europa, con independencia de las condiciones reclamadas por Estados Unidos: “China siempre considera a Europa como un socio estratégico integral. Apoya la autonomía estratégica de la Unión Europea y desea a Europa estabilidad y prosperidad. China sostiene que sus relaciones con Europa no deben estar sujetas a las condicionalidades exigidas por terceros países”. Los empresarios que participaron de la delegación germana dejaron entrever a los periodistas europeos acreditados que un total de 5.000 empresas alemanas tienen presencia en el país asiático, y que dichas corporaciones han invertido –en las últimas décadas– unos 90.000 millones de euros en China. Un monto que –afirmaron– no están dispuestos de desperdiciar.

El titular del ejecutivo francés, Emmanuel Macron, fue otro de los cuestionados por el Departamento de Estado al negociar en forma directa con Vladimir Putin el envío de una bobina de campo magnético poloidal de 160 toneladas de peso, producida con tecnología rusa. Dicha pieza, según los científicos franceses, es imprescindible para viabilizar el funcionamiento del Reactor Termonuclear Experimental Internacional (ITER, por sus siglas en inglés), útil para su proyecto de fusión nuclear. La bobina mide nueve metros de diámetro y es el primer imán superconductor que se produce en Rusia. La construcción fue confeccionada por el Astillero Sredne-Nevskiy en el marco de un programa colaborativo liderado por el Instituto de Investigación de Aparatos Electrofísicos.

El proyecto se inició en 2008 y su desarrollo fue llevado adelante por la Corporación Estatal Rusa de Energía Atómica, Rosatom, que lidera la implementación de prototipos de reactores de fusión, destinados a ampliar las capacidades energéticas. El desarrollo inicial del proyecto –que augura energía limpia e ilimitada– se inició hace 35 años y se espera que para 2025 se ponga en marcha el reactor termonuclear, luego de que los científicos obtengan el primer conjunto de plasma necesario para su lanzamiento.

Relaciones maduras

El Presidente francés ya había recibido un mensaje crítico por parte de Washington un día antes del embarque de la bobina, por mantener una conversación con el Presidente Nicolás Maduro en el marco de la Cumbre del Clima COP 27, que se llevó a cabo en Sharm el Sheij, Egipto. En esa oportunidad, el mandatario francés se dirigió al líder chavista como Presidente y se comprometió en público a trabajar en forma bilateral: “El continente se está recomponiendo y hay un camino que construir”, dijo Macron sobre los nuevos gobiernos electos en América Latina.

Más allá de las críticas difundidas por los voceros oficiosos de Washington, aparece como evidente el deshielo de la OTAN respecto al eje Moscú-Beijing, incluso en el medio de una guerra que no parece tener un final a corto plazo. La última semana, el embajador ruso en los Estados Unidos, Anatoly Anton, celebró la decisión de la administración de Joe Biden de levantar las restricciones financieras respecto de las misiones diplomáticas rusas. De forma coincidente, el portavoz del Departamento de Estado, Ned Price anunció el lunes 7 que en un futuro próximo se reiniciarán las conversaciones con la Federación Rusa para discutir la prolongación del Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (también conocido como START III o Nuevo START). Y en esa misma conferencia, Price sugirió que la crisis que se vive en Ucrania “tiene que terminar mediante el diálogo y la diplomacia”.

Aparece como innegable que el paso del tiempo sigue beneficiando la estrategia planteada por Vladimir Putin. Los intentos de regenerar lazos diplomáticos por parte de la OTAN son el resultado del fracaso de las sanciones a Rusia, de la crisis energética que vive la Unión Europea y de la imposibilidad de aislar a Moscú de sus socios asiáticos. Según la Agencia Internacional de Energía, la crisis producida por el faltante de gas en Europa Occidental podría agravarse en 2023 y su costo podría quintuplicarse para los ciudadanos europeos durante el próximo invierno.

El director general de British Petroleum, Bernard Looney, aseguró en la Abu Dhabi International Petroleum Exhibition and Conference (ADIPEC), realizada la última semana en Emiratos Árabes Unidos, que los valores de la energía no podrán ser asumidos por la población en los próximos meses. “Tenemos un invierno difícil por delante y, posteriormente, tenemos un invierno más difícil el año que viene, porque la producción que está disponible para Europa en la primera mitad de 2023 es considerablemente menor que la producción que teníamos a nuestra disposición en la primera mitad de 2022”, describió Russell Hardy, el CEO de la compañía energética suiza Vitol.

Por su parte, Claudio Descalzi, director general de la petrolera italiana ENI, consideró que este invierno será difícil “pero el problema no es este invierno, sino el próximo, porque no vamos a contar con gas ruso en absoluto”. Los periodistas acreditados en ADIPEC no dudaron en adjudicarle la responsabilidad de la crisis venidera a la estrategia de estiramiento de la guerra planteada de forma explícita por los altos mandos militares rusos.

El resquebrajamiento de los lazos intereuropeos motoriza además viejos resquemores. En Polonia se vuelven a verbalizar mensajes contra Berlín, a quien se acusa de no hacer lo suficiente contra Moscú. En ese marco, importantes funcionarios del gobierno de Varsovia insisten en exigir indemnizaciones a Berlín por la destrucción generada durante la Segunda Guerra Mundial. En esa misma línea de autonomía respecto a la Unión Europea, el titular del ejecutivo polaco, Andrzej Duda, anunció en la última semana que su país “dejará de hacer concesiones a la Comisión Europea” luego de que esta cuestionara las políticas xenófobas promovidas por el partido oficialista Ley y Justicia.

Las complicaciones económicas de la UE y los pases de factura en Bruselas –como producto de una guerra empantanada– pueden producir agitaciones o crisis sociales. El Reino Unido anunció la contracción de su economía en un 0,2% y los funcionarios más optimistas asumen una contracción económica segura y una posible recesión sistémica. Una cuarta parte de los europeos aseguraron –ante una consulta realiza por IPSOS en octubre en Alemania, Italia, Francia, Grecia, Polonia y el Reino Unido– que se encuentran en una situación precaria. Más de la mitad, además, percibe que ha disminuido su poder adquisitivo. Los ciudadanos que se perciben como más afectados pertenecen a Grecia, en un 68%, y a Francia, en una cuota similar del 63%. La mayoría de los encuestados consideran que están en riesgo de encontrarse en una situación de inestabilidad financiera en los próximos meses, y el 34% aseguró que tuvo que prescindir de tratamiento médico cuando su salud lo requería.

Frente a la crisis energética, los gobiernos europeos están buscando soluciones. El Ballet Estatal de Berlín –con apoyo de las autoridades gubernamentales– lanzó el 5 de noviembre un programa basado en bailar para evitar la acumulación de frío corporal ante la crisis de la calefacción: el proyecto incluye diferentes estilos de baile como salsa, swing y tango argentino. La actividad ayudará –aseguran– a “contrarrestar la melancolía invernal, y en cierta medida, también la melancolía causada por el precio de la energía”. La iniciativa causó furor en Rusia: el hashtag #BaileDelFrio superó récords de replicadores. “Al fin y al cabo –sugirió uno de los más difundidos– van a bailar más gracias a Putin”.

Fuente: https://www.elcohetealaluna.com/fisuras-otantistas/