Rafael Poch de Feliu
En Estados Unidos la protesta ciudadana amplia la división
de los que mandan y dibuja en el horizonte un panorama de guerra civil fría.
Con diez millones de
casos confirmados y medio millón de muertos conocidos, las cifras de finales de
junio (recordemos que eran 300.000 y 11.000, respectivamente, en marzo)
confirman la expansión general de la pandemia como amenaza global. Las
consecuencias que la pandemia está teniendo en las potencias y sus relaciones
no han cambiado las tendencias generales anteriores a ella. Solo las ha
agravado y acelerado.
Esas tendencias -cuyo contexto es la crisis del sistema
económico mundial conocido como capitalismo y una desglobalización accidental
de la economía, con cierta renacionalización de las relaciones entre países- son
las siguientes: 1-Radicalización de la pelea interna en Estados Unidos, que ya
no solo es solo una brecha entre sectores del establishment sino que incluye
una protesta social. 2-Agudización de la rivalidad y la competencia entre
Estados Unidos y China. 3- Una China crecida 4- Debilitación de la Unión
Europea y de las instituciones multilaterales y 5-Maduración de las
contradicciones del régimen ruso. La actualidad exige concentrarse en lo
primero.
Los dineros se acaban en julio
En marzo Estados Unidos aprobó, con el apoyo de demócratas y
republicanos, la mayor operación de rescate de la historia: dos billones de
dólares. La llamada Cares Act. Es una gigantesca lluvia de dinero público para
las grandes empresas y sus accionistas. Ese dinero permite a estos administrar
la situación a su entera conveniencia. No hay condiciones, ni propósito alguno
de reconversión: por ejemplo, las compañías aéreas -incluido ese pilar del
complejo industrial-militar llamado Boeing- reciben 46.000 millones. Familias y
sectores populares solo reciben lo que la congresista Alexandria Ocasio-Cortez
describe como “migajas”.
En julio, los dineros que ese descarado “más de lo mismo”
para los que más tienen destina a ayudas sociales (2200 millones), se habrán
gastado ya en su mayoría. Eso quiere decir que millones de americanos se
enfrentarán a serias dificultades. Julio será, por tanto, un mes crucial en
Estados Unidos. Esas dificultades llegan acompañadas por la evidencia de que la
nación más poderosa del mundo ha sido víctima de una de las administraciones
más negligentes de la pandemia. Su presidente idiota y descaradamente
indiferente hacia la salud de la gente ha puesto en evidencia de una forma
innecesariamente burda a todo el sistema. Como ha ocurrido tantas veces en la
historia, la pandemia ha extendido el descontento, ejemplarizado por el
movimiento ciudadano contra los asesinatos policiales de negros y el movimiento
Black Lives Matter.
Raza sin economía e
imperio, igual a cero
La ola de protestas añade nuevos matices a la pelea
institucional que enfrenta desde hace años al trumpismo con sectores del
establishment a los que desagrada la evidencia que Trump ofrece de la
podedumbre del sistema que defienden a dúo republicanos y demócratas. ¿Serán
capaces las protestas de llegar al fondo del asunto?
Desde su origen como nación, imperialismo y racismo son dos
cabezas de un mismo orden político en Estados Unidos. Como recuerda Behrooz
Ghamari Tabrizi, historiador de la Universidad de Illinois, los padres
fundadores británicos y estadounidenses del liberalismo no entendieron la
democracia y el colonialismo en términos mutuamente excluyentes sino como
aspectos del mismo proyecto civilizador. “Los mismos generales que encabezaron
la conquista estadounidense de Filipinas en 1898-1902 libraron las guerras de
aniquilación contra los indios estadounidenses en su país”.
Mientras la máquina de guerra estadounidense funcione a toda
velocidad, dejando destrucción, devastación y muerte en todo el mundo, en casa
los estadounidenses negros no serán tratados como ciudadanos iguales. Por eso,
si la protesta ciudadana americana no establece nexos entre el racismo y el
orden económico que representa el sistema de descarado gobierno de los ricos en
el país y su criminal proyección imperial en el mundo, el Black Lives Matter
quedará en nada. No pasará de una de esas “revoluciones de color”
comunitaristas y bien compartimentadas cuyo mismo nombre evoca, en palabras de
la ex presidenta de los Panteras Negras Elaine Brown, una “reivindicación de
plantación”: simplemente, no nos maten por favor.
Sea como fuera, tener a millones de indignados en la calle,
es algo que inquieta. Con su habitual torpeza y brutalidad, el trumpismo ha
amenazado con llevar al terreno interno lo que es norma en la permanente guerra
exterior del Imperio; disparar sobre la población civil, emplear al ejército
contra ella. El Secretario de Defensa Mark Esper le ha asegurado a Trump que el
Pentágono “domina el terreno de batalla”, pero el sistema tiene otras recetas
para integrar la protesta y hacerla respetable.
Los oligarcas del Partido Demócrata se arrodillan. No ya el
cobarde Obama sino hasta el mismo George W. Bush, responsable directo de
centenares de miles de muertes en Irak, expresa su “empatía” con la protesta.
Las grandes empresas como Twitter, Adidas, Amazon, Target, General Motors, Coca
Cola, WalMart, YouTube, Netflix, Nike, IBM, Google, Microsoft, MasterCard,
McDonal´s, Starbucks, Warner Brothers, Procter & Gamble, la National
Football League y otras, incluyendo bancos como Goldman Sachs, JPMorgan, Chase,
Capital One, expresan sus respectos. Solidaria en la repulsa del asesinato de
George Floyd, HBO retira de su catálogo Lo que el viento se llevó. Todas esas
instituciones que mantienen y perpetúan el dominio del racismo y el
imperialismo están trabajando arduamente para cooptar el movimiento con la
habitual hipocresía. Si la protesta contra el racismo estableciera los nexos
lógicos que la situación requiere, apuntando a la CIA, los crímenes exteriores,
el Pentágono, la Reserva Federal o el aparato de propaganda de Hollywood, otro
gallo cantaría. Pero incluso si no se llega a nada de todo eso, la situación es
relevante.
Se amplía la pelea elitaria
Lo que estamos presenciando en Estados Unidos es una crisis
en el seno de la coalición conservadora y plutocrática que domina el país desde
hace cuarenta años. La brecha que Trump abrió en el establishment se ha
ampliado con las turbulencias de la pandemia y las diferencias de estilo para
atajar la protesta ciudadana por la violencia contra los negros. La división
del país se ha hecho más evidente. Los ataques contra monumentos, el del
Presidente Lincoln, los de generales sudistas, etc., ilustran, en palabras del
periodista Carl Berstein, un clima de guerra civil fría.
La hipótesis de que la guerra exterior llegue a casa no es
ninguna tontería. “Ahora que vemos claramente que los Antifa (esa escena de las
protestas tradicionalmente infiltrada por provocadores) son terroristas,
podemos cazarlos como hacemos en Oriente Medio”, ha dicho Matt Gaetz,
congresista de Florida. “Si una ciudad o un estado rechaza tomar medidas para
defender la vida y la propiedad de sus residentes, desplegaré al ejército y
resolveré rápidamente el problema”, amenazó Trump a principios de junio.
Claramente anticonstitucional, su mensaje fue cuestionado hasta por altos
mandos militares. Es el momento de recordar que contrariamente a lo que suele
pensarse, las guerras civiles se producen sobre todo como consecuencia de la
división de las elites dirigentes.
Las elecciones presidenciales de noviembre ofrecen terreno
propicio para que el conflicto elitario llegue a las manos. Tal como están la
calle y los pronósticos de la pandemia para otoño, las elecciones pueden
celebrarse -o no celebrarse- en condiciones parecidas a las del estado de sitio
y con la división entre estados azules (republicanos) y rojos (demócratas) muy
candente. Todo lo que no sea una victoria rotunda de alguno de los dos candidatos,
Biden o Trump, puede acelerar mucho las cosas. ¿Cómo reaccionarán los líderes y
los ciudadanos de estados republicanos si, por ejemplo, Biden gana la consulta
de noviembre por un margen muy ajustado y Trump insiste en que le han robado
las elecciones? La pregunta está estos días en boca de no pocos observadores
que recuerdan en ese contexto que entre los seguidores de Trump abundan los
activistas armados que en abril ya salieron a la calle con banderas
confederadas para protestar contra las medidas de aislamiento de la pandemia…
El Presidente puede movilizar en su apoyo a toda una armada de militares,
miembros de las milicias y ciudadanos ultras armados para mantenerse en el
poder.
Lo que pasa en Estados Unidos tiene una enorme fuerza
ejemplarizante en el resto del mundo. Las ondas del caso George Floyd han
llegado a Europa, Australia, Kenya y Argentina. Como Francia en Europa, Estados
Unidos es un país cuyo ejemplo inspira en todo el mundo, y en cualquier caso,
independientemente de lo que resulte de la actual protesta ciudadana, podemos
constatar que la división interna en Estados Unidos avanza de forma dinámica. Y
eso solo significa una cosa: que la tendencia hacia la debilidad en la primera
potencia mundial se acelera.
(Publicado en Ctxt)