El rescate de Grecia
llega a su fin: la historia de un fracaso
La austeridad tendrá consecuencias de largo plazo en toda
Europa
Larry Elliott
20/08/2018 -
20:25h
El diario.es
Ocho años después del lanzamiento del programa internacional
de rescate, Grecia será considerada este lunes lo suficientemente fuerte como
para valerse por sí misma: el apoyo financiero de emergencia para Atenas llega
a su fin. Aunque los griegos seguirán al menos otros diez años bajo duras
normas presupuestarias, el lunes podrán decirle adiós a los empleados del Fondo
Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Unión Europea. La
llamada Troika que, en los hechos, ha dirigido el país desde 2010.
Mucho cuidado con el bombo y platillo que se prepara para
anunciar el caso de Grecia como un éxito, un tributo a la solidaridad y un
enfoque de sentido común que devolvió la estabilidad económica a Grecia y evitó
que fuera el primer país en abandonar el euro. Nada más lejos de la realidad.
Grecia ha sido un fracaso estrepitoso. Una historia de incompetencia,
dogmatismo y retrasos innecesarios en la que los intereses de los bancos se
antepusieron a las necesidades de las personas. Las consecuencias se sentirán a
largo plazo.
Cuando Grecia recibió ayuda por primera vez en 2010, el plan
era devolverle el acceso a los mercados en un plazo de dos años. Hicieron falta
seis años y otros dos paquetes de rescate para que eso ocurriera.
Aunque la economía griega ha crecido últimamente, aún le
queda mucho por recuperar, tras una contracción de casi un tercio en el
Producto Interior Bruto (PIB). La pérdida de tanta producción podría haberse
evitado pero Grecia, igual que el resto de Europa, estaba sometida a la idea de
que lo prioritario, tras la crisis financiera más grave en cien años, era que
los Gobiernos equilibraran sus cuentas usando la deflación.
Los problemas de Grecia estallaron cuando Atenas anunció que
su déficit presupuestario se había disparado hasta llegar al 13% del PIB en
2009, un porcentaje mucho mayor al estimado hasta entonces. Los mercados
entraron en pánico y Atenas se vio obligada a buscar ayuda internacional. El programa de rescate original otorgó
110.000 millones de euros en ayuda financiera a cambio de que Grecia redujera
el déficit hasta un 7,5% del PIB en 2010.
Era un objetivo absolutamente imposible que se basaba en lo
que llaman la Contracción Fiscal Expansiva (EFC, por sus siglas en inglés), una
teoría según la cual el compromiso para reducir los déficits y la deuda pública
hacen que aumente la confianza de los mercados financieros. De acuerdo con esa
teoría, gracias a esa confianza ganada los inversores exigirían una prima de
riesgo más baja por la deuda soberana, lo que a su vez reduciría los tipos de
interés a largo plazo. Y si los intereses a largo plazo bajan, se fomenta el
crecimiento. En los años posteriores a la crisis financiera, la idea de que se
podía regresar a la prosperidad a base de recortes estaba de moda en Europa.
Fue un completo fracaso.
Los partidarios de la EFC creían que el Estado podía
terminar desplazando al sector privado. Su idea era que los estímulos al
crecimiento y a la creación de puestos de trabajo derivados de un mayor gasto
público –en reparaciones de puentes, por ejemplo– se verían neutralizados por
el aumento en los tipos de interés necesarios para financiar el déficit
resultante. Las empresas verían encarecida su financiación por culpa del gasto
público y se reduciría así la inversión privada.
Pero el llamado ‘efecto desplazamiento’ no aplicaba en los
años posteriores al estallido de la crisis financiera porque los bancos no
estaban cumpliendo con su función, el crédito se había cortado y no había
demanda que justificara inversiones privadas. En aquellas circunstancias, el
Gobierno era el único con capacidad de actuar.
Por eso los recortes en la inversión pública tuvieron el
efecto contrario al deseado. Los consumidores y las empresas ya estaban
reduciendo sus gastos, y la EFC terminó de anular la demanda que quedaba en la
economía. Recortar los salarios del sector público y reducir las prestaciones
sociales hizo que los consumidores gastaran menos y provocaron una caída aún
mayor en la inversión privada.
En Grecia, el enfoque provocó una espiral descendente: los
ingresos fiscales se reducían al mismo ritmo que los puestos de trabajo. En
lugar de bajar, la deuda pública subía, lo que a su vez exigía nuevos recortes.
Aunque de forma más suave, la dinámica se repitió en otros
lugares. En Irlanda, donde se insistió en que fueran los contribuyentes (y no
los dueños de los bonos) los que pagaran por los préstamos irresponsables de
los bancos, el Estado redujo las prestaciones por discapacidad. También en
Italia, donde entre 2010 y 2012 no hubo ningún intento real por parte de Roma
de usar la política fiscal para mitigar los efectos de la crisis financiera. Y
por supuesto en Gran Bretaña, donde el Gobierno de coalición ni siquiera tenía
el argumento de estar sujeto a la camisa de fuerza del euro para excusar la
estúpida decisión de asfixiar la recuperación económica de 2009-10 con recortes
excesivos del gasto y aumentos de los impuestos. El ministro de Finanzas George
Osborne era un firme creyente de la EFC.
Señalar al regreso del crecimiento como una prueba de que la
austeridad funciona no es un argumento válido. Antes o después, todas las
economías se recuperan. ¿Pero se podía haber adoptado un enfoque menos
perjudicial? La respuesta es sí. Con otras políticas, la recuperación de la
profunda recesión de 2008-09 habría sido más rápida y sostenible.
Tal y como han ocurrido las cosas, los daños son amplios y
duraderos. En primer lugar, por el coste social tras una década de austeridad
fallida: las bibliotecas cerradas; los centros de salud inactivos o el aumento
en el número de bancos de alimentos.
En segundo, por el coste de oportunidad de toda la
infraestructura que se podía haber construido o reparado si los gobiernos
hubieran aprovechado las tasas de interés, históricamente bajas. Son las
consecuencias de recortar gastos para ahorrar.
En tercer lugar, la economía global está lejos de haber
sanado. De hecho, esta ha sido la recuperación más débil desde la Segunda
Guerra. A Estados Unidos le ha ido mejor que al resto de economías
desarrolladas porque la EFC fue una influencia pero nunca se casaron con la
idea.
Por último, pero no por ello menos importante, el contrato
social entre los líderes y el pueblo está al límite. Antes los votantes creían
que si trabajaban duro, ganarían un salario decente y el Estado se ocuparía de
ellos en los tiempos difíciles. Si esa creencia ya no se tiene en pie se debe,
en gran parte, a lo que ha ocurrido en Grecia en los últimos ocho años.
Traducido por Francisco de Zárate
Nota del blog ..ELOCUENTE .Mientras tanto el País trata el problema recurriendo a la frivolidad y llama populista a Vaurofakis cuando es un keynesiano https://elpais.com/elpais/2018/08/09/eps/1533830508_541971.html
.La deuda griega en el 2011 estaba en el
172,1% y ahora esta en 180 ,8 % . Eurostat . ¿ Quién es el populista? .Los griegos
soportan una deuda que casi triplica el valor de su PIB y que les obligará a
obrar un “milagro económico” para pagarla antes de 2060
L
uego de colgar lo anterior leo esto
L
uego de colgar lo anterior leo esto