Mariano Rajoy teme a la Constituyente
venezolana. Felipe González y Jose María Aznar, Albert Rivera y Pedro
Sánchez, hasta el calculador Pablo Iglesias teme a la Constituyente. La
oposición golpista venezolana y Donald Trump temen a la Constituyente.
Los empresarios venezolanos que especulan con la comida del pueblo, las
hordas de jóvenes desclasados y bien pertrechados que queman a
chavistas, los intelectuales orgánicos, los que callan, los que otorgan,
los
paraperiodistas que no paran de disparar a las audiencias
europeas. Todos sienten que se les acaba el tiempo para torcer el brazo a
la revolución bolivariana. Hay muchos y distintos tipos de miedos
que atraviesan el ámbito de la política. El miedo a un proceso
constituyente es parecido al miedo que históricamente ha aterrorizado a
las oligarquías cuando avizoran una posibilidad revolucionaria por
pequeña que esta sea. A veces, es un miedo irracional pues hay pueblos
sumisos y doblados por el talón de hierro capitalista que no guardan
rescoldo alguno de rebelión. Pero eso no importa ni al orondo y clásico
burgués, ni al joven tiburón especulador. Si hay una remota posibilidad
de que ese pueblo despierte ahí estarán, la amenaza terrorista, las
leyes mordaza, el caos tercermundista y la crisis económica que todo lo
explica. El miedo de las élites europeas a los procesos constituyentes
tiene mucho de terapia preventiva, es un “por si acaso mejor prevenir
que curar”.
El miedo del imperialismo estadounidense es otro
tipo de miedo. Es el histórico miedo del esclavista a que los esclavos
dejen de cultivar la tierra y se liberen, es el miedo del colono a un
ataque de los indios sobrevivientes. Es el miedo a que los asesinados,
los desaparecidos, los torturados y los saqueados latinoamericanos
reclamen justicia. A que el retrato del imperialista salga a la luz y se
vea nítidamente y sin máscara su democracia realmente existente. Donal
Trump y antes Barak Obama temen que América Latina deje de ser un patio
trasero donde hacer ricos negocios que oxigenen la economía
estadounidense.
El miedo español es un miedo neofranquista y
tiene su origen en una Constitución sin Asamblea Constituyente. La
historia de nuestra Constitución es la historia de un
apaño, de
una componenda entre las élites franquistas y las nuevas élites
socialistas y nacionalistas, ambas conectadas por finos hilos
geoestratégicos a los intereses estadounidenses.
No hubo pueblo
español, ni vasco, ni catalán, ni siquiera franquista que participara
en la elaboración de la Constitución española de 1978. Las elecciones
del 15 de abril de 1977 no fueron para elegir a una cámara constituyente
que elaborara ninguna constitución. Fue la Ley de Reforma Política (15
diciembre de 1976), aprobada por las Cortes Franquistas la que sentaba
las bases para elegir a unos parlamentarios que a su vez designaran una
Comisión de Asuntos Constitucionales compuesta por sólo 7 miembros
repartidos entre comisionados de probado curriculum franquista como el
ministro de Información y turismo Manuel Fraga Iribarne o Miguel Herrero
y Rodríguez de Miñón, letrado del Consejo de Estado y Secretario
General técnico del ministerio de Justicia; y comisionados vinculados al
emergente y ambicioso PSOE como el abogado Gregorio Peces-Barba o Jordi
Solé Turá. Después, sólo después de que la lápida del consenso
enterrara la esperanza de recuperar la democracia republicana se hizo un
referéndum legitimador.
Para la reforma constitucional del
2011 tampoco hubo necesidad de preguntar al pueblo, y eso que el
artículo a reformar, el 135, era nada menos que aquel que obliga a
cualquier gobierno, sea del signo que sea, a priorizar el pago de la
deuda antes que cualquier otro gasto del Estado, primero la bolsa y
luego la vida. Quince días para maniatar al próximo gobierno y ni
siquiera un referéndum de ratificación ¿Por qué había de opinar el
pueblo si ya opinan sus representantes? ¿Por qué preguntar si las
respuestas venían dadas desde la
troika europea?
¿A qué se debe que las Constituciones den tanto miedo y los procesos constituyentes mucho más?
La Constitución es la regla básica que fundamenta y ampara el sistema
jurídico de un país así como el funcionamiento de las instituciones y
poderes de un Estado. Se suele decir que es la ley de leyes. Las
constituciones
establecen los marcos jurídicos pero a su vez éstos implican una
redefinición del Estado y de la fuente de la soberanía.
Cuando son el resultado de procesos constituyentes suponen la
incorporación de los ciudadanos a la discusión, elaboración y
ratificación de la constitución, caso que se dio en Venezuela en 1999;
estamos hablando de procesos en los que hay una ratificación popular del
contrato social en la que los ciudadanos establecen y aprueban los
instrumentos concretos para el ejercicio del poder del Estado y sus
instituciones. Es algo así como si los ciudadanos participaran en la
elaboración de los instrumentos que puede utilizar el Estado para
gobernar y al mismo tiempo dijeran qué herramientas no pueden ser
utilizadas.
Las constituciones otorgan poder al Estado pero también limitan el ejercicio de ese poder.
Las clases populares, siendo la fuente de poder en el proceso
Venezolano, se convirtieron también en 1999 en fuente de derecho pues no
se limitaron solo a votar una constitución previamente elaborada por
juristas o comisionados no electos, sino que participaron activamente en
la elección de los encargados de elaborar el articulado de la
Constitución y también en discutir y debatir sobre las propuestas que
éstos realizaban.
Cada Constitución, dice el constitucionalista
Roberto Gargarella, trata de responder a uno o varios problemas, o lo
que es igual, trata de remediar algún mal; nos dice:
“las
Constituciones nacen habitualmente en momentos de crisis, con el objeto
de resolver algún drama político-social fundamental”1
La Constitución de 1999 en Venezuela vino a resolver tres problemas básicos:
la
incorporación de los sectores populares a las tareas de gobierno, es
decir, convertir a estos sectores en sujetos políticos protagónicos, en
segundo lugar, recuperar la soberanía sobre los recursos naturales
(especialmente el petróleo), y en tercer lugar, resolver el drama de la
desigualdad social.
La movilización social, el cambio de
correlación de fuerzas y la acumulación de poder social fueron el punto
de partida de las nuevas Constituciones latinoamericanas tanto en
Venezuela como en Ecuador o en Bolivia; y también la crisis del modelo
de acumulación capitalista en estos paises.
Pero esa
recuperación de la soberanía popular que significó la Constitución de
1999 sólo podía estabilizarse con la mejora de las condiciones de vida
al tiempo que se desarrollaba una cultura política de participación real
y efectiva.
Ambos procesos, mejora económica y participación política, son los que han dado y dan legitimidad al gobierno bolivariano. Son las bases del poder popular que derrocó al golpe contra el gobierno bolivariano en el 2002.
Dieciocho años después de esa Constitución, ha habido 24 procesos
electorales, se ha avanzado en casi todos los indicadores sociales
(educación, desarrollo, vivienda, salud…), como demuestran los datos de
la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) de Naciones Unidas.
Pero el contexto nacional e internacional han cambiado. A pesar del
avance en cultura democrática y participación –o precisamente por ello-,
el gobierno de Nicolás Maduro perdió la mayoría de la Asamblea Nacional
que ahora se encuentra en manos de la llamada “oposición venezolana”
–un conglomerado de más de 20 partidos unidos sólo por el odio al
gobierno bolivariano
2, una Asamblea que además sesiona
en desacato. La llamada oposición y las oligarquías empresariales han
emprendido una hoja de ruta que, como en la Chile de Allende, trata de
reventar la economía (inflación inducida, embargo comercial encubierto,
bloqueo financiero internacional), someter por hambre a las clases
populares (boicot en el suministro de bienes de primera necesidad,
desabastecimiento programado), bloquear las instituciones, tomar las
calles con la violencia extrema, crear un gobierno paralelo y
finalmente, si no se derroca al gobierno bolivariano ni se quiebra al
ejército bolivariano, habrá creado las mejores condiciones para una
intervención
humanitariamente armada.
Tal vez no a
través de la IV Flota estadounidense próxima a las costas venezolanas,
pero como declaró hace apenas unos días Michael Richard Pompeo, director
de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA), se
trabaja con los gobiernos de Colombia y México para evaluar las
maniobras necesarias para lograr un cambio de gobierno en Venezuela
3.
Internacionalmente la región latinoamericana ha sufrido un retroceso
provocado por la derrota del gobierno progresista de Cristina
Kirstchner, los golpes parlamentarios en Brasil (2016) y Paraguay
(2012), precedidos por los Golpes de Estado de Haití (2004) y Honduras
(2009). La integración regional se ha ralentizado por los Estados más
afines a Estados Unidos, como Colombia o México. La OEA (Organización de
Estados Americanos) vuelve a ser esa organización internacional
instrumentalizada por el imperio contra los gobiernos latinoamericanos
díscolos.
También a escala global el imperio estadounidense y
sus aliados tienen sobre sus cabezas la espada de Damocles de una crisis
económica que sólo resuelven aumentando la presión y la desposesión de
sus poblaciones (saqueo de lo público, austeridad, recortes,
precarización…). Llevar la guerra a cualquier parte del mundo donde haya
algo que saquear, recuperar cuotas de influencia frente a Rusia o China
y disciplinar a sus propias poblaciones, se hace urgente y necesario.
Así, apoyar a las llamadas oposiciones, moderadas, armadas o de colores
es la única política internacional realista para las necesidades
imperiales.
Ante este nuevo contexto nacional e internacional,
el Poder electoral venezolano, a propuesta del Presidente (de acuerdo con el artículo 348 de la Constitución) ha convocado elecciones para una Asamblea Nacional Constituyente el 30 de julio. No hay constitución que aguante tamaña embestida.
Cada venezolano podrá votar una vez territorialmente y una vez por el
sector y subsector que le corresponda. Los comisionados electos tendrán
que reformar la Constitución de 1999 para tratar de resolver esta vez
los siguientes graves y nuevos problemas que se resumen en 9 temas
propuestos para la reforma: 1) Constitucionalizar las Misiones (salud,
vivienda, educación…) creando un sistema público que garantice por ley
los avances sociales, 2) dotar de instrumentos más eficaces para
defender la soberanía nacional y el rechazo al intervencionismo, 3)
constitucionalizar las comunas y consejos comunales para hacer de la
participación un requisito democrático, 4) crear instrumentos jurídicos y
penitenciarios para luchar contra la impunidad, el terrorismo y el
narcotráfico, 5) caminar hacia un sistema económico menos dependiente
del petróleo, 6) luchar contra el cambio climático y el calentamiento
global, 7) favorecer los procesos de paz, reafirmar la justicia y
aislamiento de los violentos, 8) Desarrollar los derechos y deberes
sociales, 9) una nueva espiritualidad cultural y venezolanidad,
garantizar el carácter pluricultural y la identidad cultural.
El miedo a la constituyente venezolana se ha convertido en pánico en las pantallas. Los
paraperiodistas
dan diariamente el parte de guerra: 80, 90, 100 muertos, 20,30, 40
heridos. ¿Quiénes eran, a manos de quién, estaban en la
manifestación?,-detalles irrelevantes-; huelga general, 70%, 90% de
seguimiento –¿quién da esas cifras, están comprobadas? –detalle
irrelevante-; nueva manifestación que es reprimida violentamente; ¿por
qué es reprimida, en qué consiste la represión de la policía si solo
vemos manifestantes tapados que arrojan cócteles y disparan morteros? –
detalles irrelevantes. Qué extraña “dictadura” la venezolana donde los
periodistas nacionales e internacionales campan a sus anchas por las
calles grabando la “represión policial”.
Paraperiodistas que solo
beben de las fuentes de la oposición, que no desaprovechan la
oportunidad de disfrazarse de reporteros de guerra, que nunca
entrevistan al pueblo bolivariano, que repiten cual papagayos las
consignas de la llamada “oposición”.
Todo vale en la propaganda de guerra, quien paga manda.
Elparaperiodista está siempre del lado correcto, el del empresario, el del gobierno si es un medio nacional,
como televisión española, y si el gobierno español se ha pronunciado
declarando enemigo al gobierno venezolano, pues ellos están ahí
sirviendo a la patria.
Los
paraperiodistas españoles
tienen un serio entrenamiento: descubrieron armas de destrucción masiva
en Iraq, nos convencieron de que para quitar el burka a las afganas
había que facilitar a USA la intervención, justificaron el bombardeo de
la OTAN en Yugoslavia, el asesinato de Gadafi, el golpe de Estado del
2002 en Venezuela, han apoyado a la más que moderada, moderadísima
oposición siria, en fin, una probada fidelidad a las Agencias de
información y a las orientaciones imperiales. Lástima que según un
informe de la Universidad de Oxford de 2015, de los 11 países
consultados en Europa, los medios de comunicación españoles son los
menos creíbles y los segundos menos creíbles de los 12 países estudiados
a nivel mundial.
Sin embargo, hay quienes no temen a la
Constituyente venezolana, es más, hay quienes la defienden incluso a
riesgo de su vida. Es el pueblo venezolano, son las clases populares que
no se han dejado engañar ni amedrentar. Es el pueblo que rinde homenaje
a la memoria de su comandante que les colocó en la historia. Son los
que recibieron educación, libros gratis, vivienda, salud,… No temen a la
constituyente los líderes barriales, los obreros, los dirigentes, miles
de venezolanos que se postulan para servir a su pueblo.
Nadie
que conozca la historia reciente de Venezuela, nadie que conozca los
planes imperiales, nadie que haya soñado alguna vez con que en su país
le hubieran dejado participar en un proceso constituyente, puede temer a
la Constituyente venezolana.
Notas:
1 Gargarela R.,
El nuevo constitucionalismo latinoamericano: Promesas e interrogantes ; CONICET/CMI
2 Composición de la Oposición Venezolana, MUD, compuesta por 19 partidos, originariamente por 31
3 CIA, Colombia y México quieren derrocar a Maduro: canciller de Venezuela,
http://www.elespectador.com/noticias/el-mundo/cia-colombia-y-mexico-quieren-derrocar-maduro-canciller-de-venezuela-articulo-704678
Ángeles Diez es Doctora en CC. Políticas y Sociología, profesora de la Universidad Complutense de Madrid.
Nota.-
La escalada tenía sus motivos: la presión instalada debía
corroer la paciencia del pueblo, provocando un levantamiento contra el gobierno
y lograr además atraer alguna facción rebelde en las Fuerzas Armadas que
permitiera un golpe militar o un conato de guerra civil fratricida para abrir
las puertas a una intervención multinacional extranjera.
La oposición intentó todo para detener el proceso. Quemar
personas, trancar las calles, amedrentar a los vecinos, ponerle candado a las
puertas de salida en las urbanizaciones, incendiar comercios, asesinar
candidatos, interrumpir el transporte, dificultar la actividad productiva en
varias ciudades, impedir la circulación de alimentos, volar camiones o amenazar
a quienes querían votar. Difamar, agredir, asustar.
Sin embargo, la estrategia falló. Nada de eso se produjo y
la elección de constituyentes se realizó, tal como estaba previsto, el 30 de
Julio.
Mientras los medios ocultaban las largas colas para votar . Al final
Más de 8 millones de venezolanos votan a pesar de los focos
de violencia opositores.
Foto de votación en Caracas ..
Foto:@alvarohpsuv
Asalto a centro electoral y destrucción de urnas:
Bomba contra fuerzas del orden: