Introducción
Stephen F. Cohen (1928-2020) fue uno de los
académicos estadounidenses más respetados en el campo de los estudios
rusos desde su publicación sobre la biografía de Nikolai Bujarinque,
medio siglo después, sigue siendo el trabajo estándar sobre el tema (Cohen, 1973).
La recepción crítica de la biografía de Bujarin escrita por Cohen fue
abrumadoramente positiva: Nove afirmó en su reseña en la revista Soviet Studies:
“es un gran placer dar la bienvenida a la aparición del mejor libro
sobre la URSS publicado en muchos años” (1974, p. 615). Cohen enseñó en
Princeton de 1968 a 1998, llegó a ser profesor titular de política y
estudios rusos, luego en The City University of New York hasta su
jubilación en 2011. Sus contribuciones académicas posteriores incluyen
una colección en ruso de los escritos de prisión de Bujarin (Бухарин 2008)1.
Un partidario de las reformas de Gorbachov, Cohen se
sintió consternado por el colapso económico de Rusia en la década de
1990, así como por el asalto de Yeltsin al parlamento en 1993 y la
adopción de una constitución fuertemente presidencialista. Pero como un
defensor de toda la vida de la distensión (détente),
Cohen siempre consideró un asunto de vital importancia para la
seguridad nacional de Estados Unidos, así como —dado el potencial de una
guerra nuclear— para el futuro de la humanidad, cultivar buenas
relaciones con Rusia, en particular aceptando el hecho, negado por el
discurso político dominante de Estados Unidos, de que Rusia tiene
preocupaciones legítimas de la seguridad, que fue violada
sistemáticamente por lo que Cohen consideraba la expansión provocadora
de la OTAN a Europa del Este, incluyendo a Ucrania.
Cohen articuló estos puntos de vista desde 2014, como presentador en The John Batchelor Show. Sus charlas se publicaron luego como una serie de artículos en The Nation y fueron recopiladas en su libro War with Russia?(Cohen, 2019). Por defender estos puntos de vista, Cohen fue ridiculizado como un “apologista estadounidense de Vladimir Putin” (Chotiner, 2014), “amigo de Putin” (Young, 2014) y “adulador estadounidense de Putin” (Ioffe, 2014),
entre otros insultos. El profesor Cohen murió el 18 de septiembre de
2020 y, por lo tanto, no pudo presenciar el estallido de la guerra en
Ucrania, la que él predijo —y temió— durante mucho tiempo, conducentes
por las políticas estadounidenses.
En este artículo ofrecemos un resumen y una
evaluación crítica del análisis de Cohen sobre los orígenes de lo que
denominó la “Nueva Guerra Fría”, es decir, de la confrontación entre
Estados Unidos y Rusia provocada por la expansión, impulsada por Estados
Unidos, de la OTAN a Europa del Este. El marco teórico es la teoría del
imperialismo, tal como fue desarrollada por los intelectuales marxistas
en las primeras dos décadas del siglo XX (Day y Gaido, 2012). La metodología consiste en el análisis de fuentes primarias, trabajos académicos y artículos periodísticos.
La estructura del artículo es la siguiente: una
sección sobre la “revolución de Maidan” proimperialista en Ucrania en
2014, seguido por otra sobre las advertencias de Cohen acerca de las
consecuencias de la expansión de la OTAN en Europa Oriental. La sección
tercera describe la incorporación subrepticia de Ucrania a la OTAN desde
2014, la sección cuarta analiza la guerra actual en Ucrania, y la
sección quinta contextualiza dicha guerra en el marco de la doble
agresión del imperialismo estadounidense contra Rusia y China. La
sección final se destina a ofrecer un análisis del material presentado2.

Figura 1.
La OTAN (es decir, la esfera de influencia militar del
imperialismo estadounidense en Europa) en 1990 y tres décadas después
Fuente: Russian Institute for Strategic Studies https://en.riss.ru/
La “revolución de Maidan” proimperialista en Ucrania en 2014
Cohen comenzó sus análisis públicos poco después de
la así llamada “revolución de Maidan” de febrero de 2014, en la que
tanto la Unión Europea como los Estados Unidos jugaron un papel decisivo
en provocar un “cambio de régimen” en Ucrania y llevarla a la esfera de
influencia de “Occidente” —un eufemismo para el imperialismo
estadounidense—. Esta operación fue facilitada por la naturaleza
corrupta del régimen del oligarca alineado con Rusia, Víktor Yanukóvich,
y por el descontento de la población con el gobierno y la situación
económica. Ghodsee y Orenstein encontraron “seis países poscomunistas
con PIB per cápita por debajo de los niveles de 1989 en 2016” (2021, p. 9): Moldavia, Georgia, Kosovo, Serbia, Tayikistán y Ucrania.
La así llamada “revolución de Maidan” comenzó con
una movida de la Unión Europea: el llamado “Tratado de Libre Comercio
Amplio y Profundo” —Deep and Comprehensive Free Trade Agreement,
DCFTA— entre Ucrania y la Unión Europea. Víktor Yanukóvich, presidente
de Ucrania del 25 de febrero de 2010 al 22 de febrero de 2014, se alarmó
ante las severas medidas de austeridad económica implícitas en el
Acuerdo y la perspectiva de romper los lazos de Ucrania con Rusia a
favor de “Occidente”, y pospuso su firma, con la esperanza de obtener un
mejor trato enfrentando a la Unión Europea y Rusia. Nada de esto fue
explicado claramente al público ucraniano, sin embargo, los adversarios
de Yanukóvich conscientes de su descrédito entre la población y apoyados
abiertamente por la Unión Europea y por los Estados Unidos,
aprovecharon la oportunidad para organizar la ocupación de la Plaza de
la Independencia —Майдан/Maidan— en Kiev.
En diciembre de 2013, el senador republicano John
McCain y el senador demócrata Chris Murphy volaron a Kiev para reunirse
con los líderes de la oposición y luego se dirigieron a la multitud.
También en diciembre de 2013, en un discurso pronunciado ante la
Fundación Estados Unidos-Ucrania, una agencia no gubernamental para
“promover la democracia”, la subsecretaria de Estado para Asuntos
Europeos y Euroasiáticos, Victoria Nuland, dijo:
Desde
la independencia de Ucrania en 1991, Estados Unidos ha apoyado a los ucranianos
para que desarrollen habilidades y construyan instituciones democráticas, para
que promuevan la participación cívica y el buen gobierno, todos los cuales son
condiciones previas para que Ucrania logre sus aspiraciones europeas. Hemos
invertido más de 5.000 millones de dólares para ayudar a Ucrania en estos y
otros objetivos que garantizarán una Ucrania segura, próspera y democrática. (US-Ukraine Foundation, 2013)
Los
fascistas de Svoboda
—Свобода/Libertad— y Pravy Sektor
—Правий сектор/Sector Derecho— fueron las tropas de choque de la “revolución de
Maidan”. El gobierno de Yanukóvich, sin una base de apoyo suficientemente
sólida en la población, se derrumbó en pocos días. Los neonazis ingresaron al
primer gobierno “revolucionario”. Demasiado llamativos, especialmente después
de la masacre de prorrusos en Odessa, donde incendiaron las sedes de los
sindicatos, fueron excluidos del gobierno formado por Petro Poroshenko después
de las elecciones presidenciales del 25 de mayo de 2014. Al mismo tiempo, el
Batallón Azov —батальйон “Азов”— neonazi se incorporó a la Guardia Nacional de
Ucrania en noviembre de 2014 (Marie, 2022). Un estudio sobre “la izquierda
ucraniana durante y después de las protestas de Maidan” solicitado por la
delegación de Die Linke en “la
izquierda en el Parlamento Europeo” - GUE/NGL (Gauche unitaire européenne/ Nordic
Green Left), encontró que:
La
nueva izquierda que apoyó a Maidan era simplemente demasiado débil y estaba
demasiado desorganizada como para tener un impacto significativo en la
protesta, y sus miembros se convirtieron en poco más que partidarios
voluntarios del liderazgo de derecha. Las organizaciones y partidos de
izquierda más fuertes que reaccionaron al anticomunismo de los manifestantes de
Maidan adoptaron una posición crítica distanciada y la mayoría de ellos apoyó
efectivamente a Yanukóvich. (Ishchenko, 2016, p. 93)
Una de las falacias de la Nueva Guerra Fría,
argumentó Stephen Cohen en un artículo titulado “Herejía patriótica
versus la Nueva Guerra Fría” publicado en The Nation
el 27 de agosto de 2014, es que en noviembre de 2013 la Unión Europea,
respaldada por Washington, ofreció al presidente ucraniano Víktor
Yanukóvich una asociación benigna con la democracia y la prosperidad
europeas, que Yanukóvich estaba dispuesto a firmar el acuerdo, pero que
Putin lo intimidó y lo sobornó para que lo rechazara, y que así
comenzaron las protestas de Maidan en Kiev y todo lo que ha seguido
desde entonces. De hecho, argumentó Cohen, la propuesta de la Unión
Europea había sido “una provocación irresponsable” que obligaba al
presidente elegido democráticamente de un país profundamente dividido a
elegir entre Rusia y Occidente. También lo fue el rechazo de la Unión
Europea a la contrapropuesta de Putin de un plan
ruso-europeo-estadounidense para salvar a Ucrania del colapso
financiero. Por sí sola, la propuesta de la Unión Europea no era
económicamente factible porque, al mismo tiempo que ofrecía poca
asistencia financiera, requería que el gobierno ucraniano implementara
duras medidas de austeridad y habría reducido drásticamente sus
relaciones económicas esenciales y de larga data con Rusia. Pero, sobre
todo, de ninguna manera había sido “benigna”, ya que incluía protocolos
que requerían que Ucrania adhiriera a las políticas “militares y de
seguridad” de Europa, lo que significaba, en efecto, sin mencionar la
alianza, que Ucrania se asociara a la OTAN. Una vez más, no fue la
supuesta “agresión” de Putin lo que inició la crisis “sino una especie
de agresión aterciopelada de Bruselas y Washington para llevar a toda
Ucrania a Occidente, incluyendo (en letra pequeña) llevar a toda Ucrania
a la OTAN” (Cohen, 2014c).
Según Cohen, otra falacia de la Nueva Guerra Fría es
que la guerra civil en Ucrania fue causada por la respuesta agresiva de
Putin a las protestas pacíficas de Maidan contra la decisión de
Yanukóvich, cuando, de hecho, fueron las fuerzas callejeras
nacionalistas e incluso semi fascistas las que en febrero de 2014
tornaron violentas las protestas de Maidan. Con la esperanza de una
resolución pacífica, los ministros de relaciones exteriores europeos
negociaron un compromiso entre los representantes parlamentarios de
Maidan y Yanukóvich, que lo habría dejado como presidente, con menos
poder, de un gobierno de coalición “de reconciliación” hasta la
celebración de elecciones anticipadas en diciembre de 2014. Sin embargo,
en cuestión de horas, manifestantes violentos abortaron el acuerdo, los
líderes de Europa y Washington no defendieron su propio acuerdo
diplomático y Yanukóvich huyó a Rusia. Los partidos parlamentarios
minoritarios que representaban a Maidan y, predominantemente, al oeste
de Ucrania —entre ellos Svoboda, un movimiento ultranacionalista
previamente anatematizado por el Parlamento Europeo como incompatible
con los “valores europeos”— formaron un nuevo gobierno. El nuevo
gobierno de Maidan se negó a enjuiciar a los nacionalistas extremos
detrás de la masacre de los manifestantes pro-rusos en Odessa en mayo de
2014, así como a negociar con regiones repentinamente privadas de sus
derechos en el este de Ucrania, que habían votado en gran parte por
Yanukóvich, lanzando, en lugar de eso, un ataque militar
“anti-terrorista” contra ellos. Washington y Bruselas respaldaron el
golpe y apoyaron el resultado desde entonces. Cohen concluyó que todo lo
que siguió, desde la anexión de Crimea por parte de Rusia y la
propagación de la rebelión en el sureste de Ucrania hasta la guerra
civil y la “operación antiterrorista” de Kiev, fue desencadenado por el
golpe de febrero de 2014, y que “las acciones de Putin fueron en su
mayoría reactivas” (Cohen, 2014c).
En un artículo escrito el 3 de enero de 2018
titulado “Cuatro años de mitos acerca de Maidan”, Cohen argumentó que la
llamada “revolución de Maidan” había llevado “a la anexión de Crimea
por parte de Rusia y a la guerra de indirecta a través de terceros —proxy war—
entre Estados Unidos y Rusia en curso en Donbass”, y que el
“Euromaidán” había “militarizado y enraizado el epicentro de la Nueva
Guerra Fría en las fronteras de Rusia, de hecho dentro de una
civilización compartida durante siglos por Rusia y gran parte de
Ucrania” (Cohen, 2018a). El Congreso de Estados Unidos había autorizado la venta de armas con la “Ley de apoyo a la libertad de Ucrania” —Ukraine Freedom Support Act—
promulgada por el presidente Barack Obama el 18 de diciembre de 2014,
pero la administración de Obama nunca autorizó grandes ventas de armas
letales al ejército de Ucrania para evitar una escalada del conflicto.
Esa línea roja fue cruzada cuando el presidente Donald Trump,
reaccionando al “Russiagate” y a las falsas afirmaciones de que era “el
títere de Putin”, aprobó la venta de 210 misiles antitanque Javelin y 37
lanzadores a Ucrania por un valor de 47 millones de dólares en
diciembre de 2017. Cohen comentó que “la administración Trump anunció
que suministraría al gobierno de Kiev armas más y más sofisticadas, un
paso que incluso la administración Obama, que desempeñó un papel muy
perjudicial en la crisis de 2014, se negó a tomar”. Obama puso al
entonces vicepresidente Joseph Biden a cargo del “proyecto ucraniano” de
la administración, “transformándolo en procónsul encargado de
supervisar a la cada vez más colonizada Kiev”, y Biden, quien claramente
ya buscaba la nominación presidencial demócrata de 2020, en opinión de
Cohen “tiene una gran responsabilidad personal por la crisis de
Ucrania”. Sin embargo, Biden no mostraba “ningún signo de repensar nada y
menos remordimiento” (Cohen, 2018a).
En un artículo en Foreign Affairs,
Biden y su coautor, Michael Carpenter, hilaron “un tsunami de
narraciones altamente cuestionables, si no falsas” sobre “Cómo hacer
frente al Kremlin”, muchas de las cuales involucran los años en que fue
vicepresidente. En el camino, Biden reprendió repetidamente a Putin por
entrometerse en las elecciones occidentales (Biden y Carpenter, 2018).
Cohen recordó que “este es el mismo Joe Biden que le dijo a Putin que
no volviera a la presidencia rusa durante el supuesto ‘reinicio’ de las
relaciones de la administración Obama con Moscú y que, en febrero de
2014, le dijo al presidente de Ucrania elegido democráticamente,
Yanukóvich, que abdicara y huyera del país” (Cohen, 2018a).
En una charla dada en Washington D.C., el 26 de
marzo de 2015, sobre “El imperativo de la distensión y el principio de
paridad”, Cohen advirtió que “pronto podríamos estar más cerca de una
guerra real con Rusia de lo que hemos estado desde la crisis de los
misiles cubanos de 1962”, y que “la nueva Guerra Fría se ha profundizado
e institucionalizado al transformar lo que comenzó, en febrero de 2014,
esencialmente como una guerra civil ucraniana en una guerra indirecta a
través de terceros (proxy war) entre Estados Unidos, la OTAN y Rusia” (Cohen, 2015).
Las advertencias de Cohen sobre las consecuencias de la
expansión de la OTAN en Europa Oriental
El golpe de Maidan había sido, según Cohen, un
resultado natural de la política de expansión de la OTAN en Europa del
Este patrocinada por Estados Unidos durante décadas. La OTAN se expandió
hacia el este en dos grandes oleadas: en 1999, para incluir a la
República Checa, Hungría y Polonia, y en 2004, cuando incorporó a
Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia.
No hace falta decir que los tres estados bálticos limitan con Rusia.
En un artículo escrito el 1° de abril de 2014,
titulado “Guerra Fría otra vez: ¿quién es responsable?”, Cohen señaló
que “en nombre de la ‘democracia’”, el “Occidente” había “trasladado
implacablemente su poder militar, político y económico cada vez más
cerca de la Rusia postsoviética”, y enumeró una serie de provocaciones
que incluyeron “el bombardeo en 1999 del aliado eslavo de Moscú, Serbia,
separando por la fuerza su provincia histórica de Kosovo”, así como la
creación de “un puesto militar estadounidense” en Georgia, que resultó
en la “breve guerra indirecta a través de terceros (proxy war) en 2008” (Cohen, 2014a).
En un artículo titulado “Distorsionando a Rusia”,
escrito el 12 de febrero de 2014, Cohen argumentó que “la omisión
mediática más crucial” en la cobertura estadounidense del conflicto
ucraniano era “la convicción razonable de Moscú de que la lucha por
Ucrania es otro capítulo más en la marcha en curso de Occidente,
liderada por Estados Unidos, hacia la Rusia postsoviética, que comenzó
en la década de 1990 con la expansión de la OTAN hacia el este y
continuó con actividades políticas de ONGs financiadas por Estados
Unidos dentro de Rusia, una avanzada militar de Estados Unidos y de la
OTAN en Georgia e instalaciones de defensa antimisiles cerca de Rusia”.
Esta “política de Washington y Bruselas de larga data” era “engañosa”,
porque la propuesta de la Unión Europea a Ucrania incluía disposiciones
de “política de seguridad” que para todos los efectos prácticos
“subordinan a Ucrania a la OTAN” (Cohen, 2014b).
Los orígenes de la nueva Guerra Fría, según Cohen, se encontraban en la:
Decisión
de Washington de expandir la OTAN hacia el este hasta Rusia después de que la
Guerra Fría supuestamente había terminado, una decisión tomada por la
administración Clinton; en la denuncia del derecho de Moscú a una ‘esfera de
influencia’ en sus fronteras, mientras que el movimiento de la OTAN hacia Rusia
era la mayor expansión de una esfera de influencia en tiempos de paz, una
esfera estadounidense; en la retirada unilateral del presidente George W. Bush
del Tratado sobre Misiles Antibalísticos (Anti-Ballistic
Missile Treaty), que Moscú había considerado como la base de su seguridad
nuclear, y que había llevado al cerco actual de Rusia con instalaciones de
defensa antimisiles; la separación de Kosovo de Serbia y su ‘anexión’ virtual
por parte de Occidente, con Camp Bondsteel como símbolo de eso, también bajo la
administración Clinton, que el Kremlin cita como precedente de su ‘anexión’ de
Crimea a Ucrania en 2014; y en las políticas de cambio de régimen de varios
presidentes estadounidenses, desde Irak y Libia hasta, más subrepticiamente,
Kiev en 2014, contra las que Moscú protestó con vehemencia y a las cuales
finalmente llegó a ver como una amenaza potencial para su propio gobierno.
(Cohen, 2017b)
En un artículo titulado “¿20 años de expansión de la OTAN han hecho a alguien más seguro?” publicado en The Nation
el 18 de octubre de 2017, Cohen argumentó que la expansión de la OTAN
incluyó dos promesas incumplidas a Rusia que el Kremlin nunca había
olvidado. En 1990, la administración Bush —y el gobierno de Alemania
Occidental— aseguraron al líder soviético Mijaíl Gorbachov que, a cambio
de que Rusia aceptara una Alemania unida en la OTAN, la alianza “no se
expandiría ni una pulgada hacia el este”.3
La otra promesa incumplida se estaba desarrollando cuando la OTAN
instalaba fuerzas terrestres, marítimas y aéreas permanentes cerca del
territorio ruso, junto con instalaciones de defensa antimisiles.
Montenegro se convirtió en miembro de la OTAN en 2017 y la “puerta
permanece abierta”, afirmaron repetidamente los funcionarios
estadounidenses, a las ex-repúblicas soviéticas de Georgia y Ucrania (Cohen. 2017a).
Al preguntarse si la OTAN “ampliada” había resultado
más inseguridad que seguridad, Cohen recordó las consecuencias de
varias guerras que la OTAN lideró o en las que participaron varios de
sus estados miembros: la guerra serbia en 1999, que resultó en la
ocupación de la OTAN y la virtual anexión de Kosovo, con Camp Bondsteel
como símbolo, un precedente citado por secesionistas y ocupantes
posteriores; la Guerra de Irak de 2003, que fue una catástrofe
humanitaria —un exceso estimado de 654 965 muertes relacionadas con la
guerra, según un estudio publicado en la revista The Lancet en
octubre de 2006— basada en una mentira —que Irak tenía “armas de
destrucción masiva”—; la posterior guerra contra Libia en 2011; las
promesas de la OTAN de que Georgia algún día podría convertirse en un
estado miembro, que fueron la “causa subyacente de la guerra entre Rusia
y Georgia en 2008, en efecto, una guerra de indirecta por terceros (proxy war)
entre Estados Unidos y Rusia”; y, por último, las “proposiciones
similares de la OTAN a Ucrania”, que “también subyacen a la crisis en
ese país en 2014, que resultó en la anexión de Crimea por parte de
Rusia, la guerra civil ucraniana aún en curso en Donbass y, de hecho, en
otra guerra indirecta a través de terceros entre Estados Unidos y
Rusia” (Cohen, 2017a).
En otro artículo titulado “Por qué los rusos piensan que Estados Unidos está librando una guerra contra Rusia”, publicado en The Nation
el 20 de diciembre de 2017, Cohen argumentó que “dada esta historia,
los fatídicos acontecimientos de Kiev en 2014 parecen casi inevitables.
Para los expansionistas antirrusos de la OTAN en Washington, Ucrania
siempre había sido ‘el premio mayor’ (“the biggest prize”)
en la marcha de Berlín a Rusia, como declaró con franqueza Carl
Gershman, el jefe de la institución oficial encargada de realizar los
cambios de régimen de Estados Unidos, la National Endowment for Democracy, y como quedó claro a partir de la intervención estadounidense en la anterior ‘Revolución Naranja’ de Ucrania en 2004-2005” (Gershman, 2013).
El derrocamiento del presidente ucraniano Viktor Yanukóvich por lo que
fue esencialmente un golpe callejero en febrero de 2014, apoyado
públicamente por un país, supuestamente empeñado en exportar la
democracia parlamentaria constitucionaly acompañado de una presencia
demostrativa de Estados Unidos en la plaza Maidan, “condujo a la nueva
Guerra Fría altamente militarizada que ahora pone en peligro la
seguridad estadounidense e internacional” (Cohen, 2017d).
Sobre todo, Cohen enfatizó su creencia de que “la
nueva Guerra Fría es más peligrosa que su predecesora, y cada vez lo es
más”, como lo expresó en un artículo publicado en The Nation el
6 de junio de 2018. Su razón principal para esta creencia era que el
epicentro político de la nueva Guerra Fría no está en Berlín sino
directamente en las fronteras de Rusia, desde los estados bálticos y
Ucrania hasta Georgia. Cada uno de estos nuevos frentes de la Guerra
Fría plantea la posibilidad de una guerra directa entre Estados Unidos y
Rusia, las dos superpotencias nucleares.
Lo
que provocó esta situación sin precedentes en las fronteras de Rusia, al menos
desde la invasión alemana nazi en 1941, fue, por supuesto, la decisión
extremadamente insensata, a fines de la década de 1990, de expandir la OTAN
hacia el este. Dicha decisión, tomada en nombre de la “seguridad”, ha hecho que
todos los estados involucrados estén más inseguros. (Cohen, 2018b)
Cohen creía
que el riesgo de un conflicto directo era particularmente agudo en Ucrania.
Además, argumentó Cohen, a diferencia del pasado, cuando los defensores de la
distensión (détente) tenían
aproximadamente el mismo acceso a los principales medios de comunicación, los
nuevos medios de la Guerra Fría de hoy imponen su narrativa ortodoxa de que
Rusia es la única culpable. No practican la diversidad de opiniones e informes,
sino el “sesgo de confirmación” (confirmation
bias). Las voces alternativas rara vez aparecen en los principales
periódicos más influyentes o en las transmisiones de radio o televisión.
Prácticamente no existe una oposición significativa en el discurso político
dominante estadounidense al papel de Estados Unidos en la Nueva Guerra Fría.
Cohen temía que esta combinación sin precedentes de factores provocase una gran
guerra en Europa que podría convertirse en una guerra nuclear devastadora
(Cohen, 2017c)4
La incorporación subrepticia de Ucrania a la OTAN desde 2014
Además de Stephen Cohen, muy pocas voces en el mundo
académico estadounidense se opusieron a la campaña de guerra de Estados
Unidos en Europa, aunque varios no académicos muy autorizados han
advertido sobre las consecuencias de la expansión de la OTAN, incluyendo
a George Kennan, el arquitecto estadounidense de la Guerra Fría,
Malcolm Fraser, un ex-primer ministro australiano y William Burns, un
ex-embajador de Estados Unidos en Rusia, ex-Subsecretario de Estado y
actual director de la CIA.
Kennan advirtió, hace una generación, que “expandir
la OTAN sería el error más fatídico de la política estadounidense en
toda la era posterior a la Guerra Fría” porque “cabe esperar que dicha
decisión inflame las tendencias nacionalistas, antioccidentales y
militaristas en la opinión rusa, que tenga un efecto adverso en el
desarrollo de la democracia rusa; que restaure la atmósfera de la guerra
fría en las relaciones Este-Oeste y que empuje a la política exterior
rusa en direcciones que decididamente no son de nuestro agrado” (Kennan, 1997).
Burns advirtió en un cable confidencial enviado en 2008 al Estado Mayor Conjunto, a la alianza OTAN-Unión Europea —NATO-European Union Cooperative—,
al Consejo de Seguridad Nacional, al Secretario de Defensa y al
Secretario de Estado que, “tras una primera reacción silenciosa ante la
intención de Ucrania de buscar un Plan de Acción de Membresía en la OTAN
en la cumbre de Bucarest, el Ministro de Relaciones Exteriores ruso
Lavrov y otros altos funcionarios han reiterado una fuerte oposición,
enfatizando que Rusia vería una mayor expansión hacia el este como una
amenaza militar potencial” (Burns, 2008).
Y Fraser advirtió en 2014 que la expansión de la
OTAN hacia el este era “provocadora, imprudente y una señal muy clara
para Rusia: no estamos dispuestos a convertirlos en un socio cooperativo
en la gestión de los asuntos europeos o mundiales; ejerceremos el poder
que tenemos a nuestra disposición y ustedes tendrán que aguantarlo”.
Además, agregó proféticamente: “hay otro aspecto de esto que debería
hacer que las potencias occidentales se preocupen aún más por el futuro.
Estados Unidos se ha embarcado en lo que muchos consideran una política
tonta y peligrosa en el Pacífico occidental: una política de contención
de China” (Fraser, 2014)
A Fraser le preocupaba que “las políticas equivocadas de los Estados
Unidos y el drama que se desarrolla en Ucrania” finalmente fueran “a
empujar tanto a Rusia como a China a una asociación estratégica” (Fraser, 2014).
Uno de los pocos colegas de Cohen dentro de la
academia que se atrevió a desafiar el nuevo consenso de la Guerra Fría
es John J. Mearsheimer. En un artículo publicado en Foreign Affairs en
agosto de 2014, Mearsheimer argumentó que “Estados Unidos y sus aliados
europeos comparten la mayor parte de la responsabilidad” por la crisis
de Ucrania, porque “La raíz del problema es la ampliación de la OTAN, el
elemento central de una estrategia más amplia para sacar a Ucrania de
la órbita de Rusia e integrarla en Occidente. Al mismo tiempo, la
expansión de la Unión Europea hacia el este y el respaldo de Occidente
al movimiento a favor de la democracia en Ucrania, comenzando con la
Revolución Naranja en 2004, también fueron elementos críticos. Desde
mediados de la década de 1990, los líderes rusos se han opuesto
rotundamente a la ampliación de la OTAN y, en los últimos años, han
dejado claro que no se quedarían de brazos cruzados mientras su vecino
estratégicamente importante se convertía en un bastión occidental” (Mearsheimer, 2014, p. 77).
El profesor Mearsheimer es un partidario
del imperialismo estadounidense —de ahí el uso de la expresión
“movimiento a favor de la democracia”, que en este contexto es un
término propagandístico— que, sin embargo, considera una locura la
política provocativa de expansión de la OTAN en Europa del este, porque
condujo a la guerra actual en Ucrania y porque obliga a Estados Unidos a
desviar recursos a una guerra contra Rusia, en lugar de concentrarlos
en la lucha contra China —como debería hacer Estados Unidos, según
Mearsheimer—. Mearsheimer (2022)
merece un crédito especial por haber enumerado los pasos en la política
exterior de los Estados Unidos que resultaron en la incorporación
subrepticia de Ucrania a la OTAN desde 2014.
La 20ª cumbre de la OTAN organizada en Bucarest,
Rumanía, del 2 al 4 de abril de 2008 emitió una Declaración que decía:
“la OTAN da la bienvenida a las aspiraciones euroatlánticas de Ucrania y
Georgia de ser miembros de la OTAN. Acordamos hoy que estos países se
convertirán en miembros de la OTAN” (NATO, 2008).
Esto resultó en la Guerra ruso-georgiana de agosto de 2008, en la cual
el presidente georgiano Mijeíl Saakashvili, un protegido de Washington,
lanzó un ataque militar repentino contra el protectorado ruso de Osetia
del sur, dentro de Georgia. Rusia intervino, ganando lo que fue la
primera guerra indirecta a través de terceros —proxy war— entre Estados Unidos y Rusia en sus fronteras y presagiando la guerra actual en Ucrania.
Esta derrota no impidió que Estados Unidos convirtiera gradualmente a Ucrania en un estado miembro de la OTAN de facto,
no solo proporcionando armas e inteligencia al ejército ucraniano, sino
también realizando ejercicios militares anuales conjuntos, tanto en
tierra como en mar. El ejercicio Rapid Trident,
realizado en la base militar de Yavoriv, fue descrito en el sitio web
del 7º Comando de Entrenamiento del Ejército como “un ejercicio europeo
del Ejército Europeo de los Estados Unidos —U.S. Army Europe—
acogido por Ucrania y diseñado para mejorar la interoperabilidad
conjunta entre países aliados y socios” y como “un evento culminante
para las tropas ucranianas”, que “valida el desarrollo del Centro de
Entrenamiento de Combate Yavoriv en el Centro para el Mantenimiento de
la Paz y la Seguridad (International Peacekeeping and Security Center)” —un eufemismo para una base militar (Defense Visual Information Distribution Service, 2020).
La “participación de la Sexta Flota de los Estados Unidos en el próximo Ejercicio Sea Breeze
2021, que se realiza anualmente, organizado conjuntamente con la Armada
de Ucrania” en el Mar Negro, fue anunciado formalmente en el sitio web
de la Armada de los Estados Unidos de la siguiente manera: “El ejercicio
se llevará a cabo del 28 de junio al 10 de julio en la región del Mar
Negro y se centrará en múltiples áreas de guerra, incluida la guerra
anfibia, la guerra de maniobras terrestres, las operaciones de buceo,
las operaciones de interdicción marítima, la defensa aérea, la
integración de operaciones especiales, la guerra antisubmarina y las
operaciones de búsqueda y rescate”. La Marina de los Estados Unidos se
jactó de que “Exercise Sea Breeze reúne a
la mayoría de las naciones del Mar Negro y los aliados y socios de la
OTAN para entrenar y operar con los miembros de la OTAN a fin de
desarrollar una mayor capacidad” (United States Navy, 2021).
El Comunicado de la Cumbre de Bruselas de la OTAN
emitido el 14 de junio de 2021 declaró: “Reiteramos la decisión tomada
en la Cumbre de Bucarest de 2008 de que Ucrania se convertirá en miembro
de la Alianza con el Plan de Acción de Membresía (MAP) como parte
integral del proceso; reafirmamos todos los elementos de esa decisión,
así como las decisiones posteriores” (NATO, 2021). Y la Carta de Asociación Estratégica entre Estados Unidos y Ucrania —U.S.-Ukraine Charter on Strategic Partnership—,
firmada cinco meses más tarde, el 10 de noviembre de 2021, repitió la
misma declaración provocadora: “guiado por la Declaración de la Cumbre
de Bucarest del Consejo del Atlántico Norte de la OTAN del 3 de abril de
2008 y como se reafirmó en el Comunicado del Consejo del Atlántico
Norte de la OTAN en la Cumbre de Bruselas del 14 de junio de 2021,
Estados Unidos apoya el derecho de Ucrania a decidir su propio curso
futuro de política exterior libre de interferencias externas, incluyendo
las aspiraciones de Ucrania de unirse a la OTAN” (U.S. Department of State, 2021).
Finalmente, una “hoja informativa de los Estados
Unidos sobre la cooperación en materia de seguridad con Ucrania”
publicada por la Oficina de Asuntos Político-Militares del Departamento
de Estado el 15 de junio de 2022 declaró públicamente que “desde 2014,
Estados Unidos ha proporcionado más de 8.300 millones de dólares en
asistencia de seguridad para capacitación y equipamiento para ayudar a
Ucrania a preservar su integridad territorial, asegurar sus fronteras y
mejorar la interoperabilidad con la OTAN” (U.S. Department of State, 2022).
El fortalecimiento de las Fuerzas Armadas de Ucrania
por Estados Unidos y la OTAN las ha transformado en el segundo ejército
más grande, en términos numéricos, en Europa después de Rusia, y en
algunos aspectos en un par del ejército de Rusia. Como argumentó
Christopher Caldwell, “burlarse del desempeño de Rusia en el campo de
batalla está fuera de lugar” porque “Rusia no se enfrenta a un valiente
país agrícola de un tercio de su tamaño; mantiene su posición, al menos
por ahora, contra las armas económicas, cibernéticas y de guerra
avanzadas que la OTAN le proporciona a Ucrania”. Mientras tanto,
“Estados Unidos está tratando de mantener la ficción de que armar a los
aliados de uno no es lo mismo que participar en el combate”, cuando en
realidad “Así como es fácil cruzar la línea entre ser un proveedor de
armas y ser un combatiente, es fácil cruzar la línea de librar una
guerra indirecta a través de terceros a librar una guerra secreta”,
porque “un país que intenta luchar en una guerra de este tipo corre el
riesgo de pasar de una participación parcial a una total” (Caldwell, 2022).
El objetivo del imperialismo estadounidense al
impulsar la membresía de Ucrania en la OTAN ha sido “obstruir la
creciente asociación económica entre la antigua Unión Europea,
especialmente Alemania y Rusia” (Johnstone, 2014).
Con ese fin, Estados Unidos espera usar la revolución del gas de
esquisto para debilitar a Rusia al sustituir el gas natural licuado
estadounidense, obtenido a través del fracking,
por las reservas de gas natural de Rusia, a un costo enorme para las
economías de los países europeos. El nuevo “telón de acero” está:
Destinado
a lograr el objetivo enunciado en 1997 por Zbigniew Brzezinski en The Grand Chessboard: mantener el
continente euroasiático dividido para perpetuar la hegemonía mundial de Estados
Unidos. La antigua Guerra Fría cumplió ese propósito, cimentando la presencia
militar y la influencia política estadounidense en Europa Occidental. Una nueva
Guerra Fría puede evitar que la influencia de Estados Unidos se diluya por las
buenas relaciones entre Europa Occidental y Rusia. (Johnstone, 2014)
La guerra actual en Ucrania
Esta serie
de pasos provocadores de la OTAN, junto con señales de una inminente ofensiva
ucraniana contra el Donbass —cuyos habitantes rusos habían sufrido represión a
manos del régimen de Kiev posterior a 2104—, finalmente resultaron en el
estallido de la guerra actual en Ucrania el 24 de febrero de 2022. Seis semanas
después del comienzo de la guerra, el 6 de abril de 2022, el secretario general
de la OTAN, Jens Stoltenberg (2022), afirmó que:
La
OTAN estaba de hecho muy bien preparada cuando Rusia invadió Ucrania por
segunda vez, y el día de la invasión activamos nuestros planes de defensa,
desplegamos miles de tropas adicionales en la parte oriental de la Alianza.
Ahora hay 40.000 soldados bajo el mando de la OTAN en la parte oriental de la
Alianza. Y hay más tropas estadounidenses en Europa, 100.000 en total, y otros
aliados también han aumentado su presencia. (Stoltenberg, 2022)
Un artículo publicado en The Wall Street Journal
el 13 de abril de 2022 lleva el titular: “el secreto del éxito militar
de Ucrania: años de entrenamiento de la OTAN”. Según el autor, “los
esfuerzos poco promovidos de los países de la Alianza del Atlántico
Norte” habían “transformado el ejército ucraniano de arriba a abajo,
desde la infantería hasta el Ministerio de Defensa y la supervisión en
el parlamento” a través de cursos y “ejercicios en los que participaron
al menos 10.000 soldados por año durante más de ocho años”. Esta “ayuda
occidental, aunque nunca secreta, no fue pregonada para evitar que Rusia
se indignara”. Desde 2016, los “oficiales occidentales” centraron su
atención en una instalación de entrenamiento militar de 150 millas
cuadradas en la ciudad de Yavoriv.. “Los ejercicios anuales organizados
en Yavoriv por el ejército estadounidense, apodados Rapid Trident,
permitieron a los soldados ucranianos entrenarse con fuerzas de hasta
una docena de países”. Además, los oficiales ucranianos fueron invitados
en 2018 a observar los principales ejercicios de la OTAN en Alemania y
“se llevaron a cabo reuniones de coordinación semanales en Kiev”, en las
que “los ucranianos y los aliados occidentales centraron su
entrenamiento”. El resultado ha sido que “las fuerzas de Kyiv han
aprendido a hacer la guerra de acuerdo con las normas de la OTAN” (Michaels, 2022).
Según el Financial Times, “Washington ha preparado una ayuda sin precedentes de 54.000 millones de dólares desde que comenzó la guerra” (Schwartz y Kazmin, 2022).
Esto plantea el peligro de una guerra indirecta prolongada y cada vez
más salvaje contra Rusia, en la que el imperialismo estadounidense y sus
satélites de la OTAN suministren los cañones y Ucrania proporcione la
carne de cañón.
Arrastradas por la ola de histeria bélica, Finlandia
y Suecia revocaron sus políticas de neutralidad y solicitaron unirse a
la OTAN. Un artículo en New Left Review describió el significado real de este cambio de política de la siguiente manera:
Un
comentarista derechista escribió recientemente que, al unirse a la OTAN, Suecia
finalmente se estaba convirtiendo en un ‘país occidental normal’. Luego hizo
una pausa para considerar si el gobierno aboliría pronto el Systembolaget, o monopolio estatal de
bebidas alcohólicas. Aquí tenemos una idea de lo que realmente significa
‘unirse a Occidente’: unirse a un bloque de poder liderado por Estados Unidos
y, al mismo tiempo, eliminar cualquier institución nominalmente socialista, un
proceso que ya ha estado en marcha durante décadas. (Lynch, 2022)
Un artículo del Financial Times
lleno de la habitual letanía de lugares comunes señaló correctamente
que, desde la reunificación de Alemania y el colapso de la URSS, 12
países se han unido a la OTAN, que tres de ellos —los estados bálticos—
eran antiguas repúblicas soviéticas, y que siete más eran anteriormente
miembros de la alianza militar del Pacto de Varsovia liderada por Moscú.
El flanco oriental de la OTAN está hoy en día 1.100 kilómetros más
cerca del Kremlin que la frontera de Alemania Occidental en 1989. Y, sin
embargo, el resultado ha sido un continente con más armas y soldados en
estado de alerta máxima de lo que ha visto durante décadas, pero sin
los acuerdos de la Guerra Fría que proporcionaban tranquilidad. “Podría
decirse que Europa es menos segura hoy que en cualquier otro momento
desde 1945”, concluye el artículo (Foy, 2022).
Finalmente, un artículo publicado en The New York Times
el 20 de junio de 2022, con el título “¿De verdad Estados Unidos no
está en guerra en Ucrania?” identificó claramente el conflicto ucraniano
como una guerra indirecta de los Estados Unidos contra Rusia: “¿Estamos
en guerra en Ucrania? Si estuviéramos en la posición del otro, si las
autoridades rusas admitieran haber ayudado a asesinar a algunos
generales estadounidenses o hundir un buque de la fuerza naval de
Estados Unidos, dudo que nos parecería una situación ambigua” (Kristian, 2022).
La doble agresión de Estados Unidos
contra Rusia y China
El valiente intento de Cohen de proporcionar una
visión alternativa de los orígenes de la Nueva Guerra Fría se centró
demasiado en el conflicto entre Estados Unidos y Rusia, y las
correspondientes guerras de indirecta a través de terceros —proxy wars—
en Georgia, Siria y Ucrania, en detrimento del contexto global más
grande en el marco de los cuales se produjeron estos enfrentamientos
militares y económicos, a saber, el conflicto entre Estados Unidos y
China.
Cohen fue un académico estadounidense liberal y se
comportó como tal: se mantuvo dentro de los límites de su disciplina,
los estudios rusos, y rehuyó cualquier análisis o incluso reconocimiento
del imperialismo estadounidense. Aunque su preocupación por una posible
aniquilación nuclear es loable, una visión “ruso-céntrica” de la
política exterior de Estados Unidos es demasiado estrecha.
Al igual que el conflicto entre Estados Unidos y Rusia, el conflicto entre Estados Unidos y China es enteramente “Made in USA”:
no hay más razones para la expansión de la OTAN hacia el este de Europa
que para las “patrullas de libertad de navegación” de la Séptima Flota
de Estados Unidos en el Estrecho de Taiwán, siendo ambas únicamente el
resultado de una política agresiva unilateral seguida por el
imperialismo estadounidense.
Los políticos estadounidenses han afirmado
reiteradamente que, como escribió Hillary Clinton, el siglo XXI es el
“Siglo del Pacífico de Estados Unidos” y que “El futuro de la política
se decidirá en Asia, no en Afganistán o Irak, y Estados Unidos estará
justo en el centro de la acción” (Clinton, 2011). Esta política de “giro hacia Asia” o “eje en Asia” (“pivot to Asia”),
formulada por la administración demócrata de Obama pero llevada a un
paroxismo por la administración republicana de Trump, es el verdadero
eje en torno al cual gira actualmente la política exterior del Gobierno
de Estados Unidos.
Hay una enorme disparidad de recursos económicos
entre Estados Unidos y Rusia. En 2020 Rusia tuvo un Producto Interno
Bruto (PIB) de 1,48 billones de dólares, lo que equivale al 7 % del PIB
de Estados Unidos de 20,94 billones de dólares en ese mismo año. En
2018, Rusia tenía el tamaño económico de Texas, que es sólo uno de los
cincuenta estados norteamericanos y no el más grande —ese título se lo
lleva California—. Dadas las disparidades demográficas, los tejanos, por
lo tanto, disfrutaban de un PIB per cápita de alrededor de 58 000
dólares, seis veces más que los 8 700 dólares de los rusos (Holmes, 2018).
Desde entonces, el PIB de Texas ha superado al de Rusia en más de 300
000 millones de dólares. Esas enormes disparidades en la riqueza entre
Estados Unidos y Rusia tienen consecuencias militares: el gasto militar
de Estados Unidos ascendió a 801 000 millones de dólares en 2021,
mientras que el gasto militar de Rusia en el mismo año ascendió a 66 000
millones de dólares, o sea el 8,2 % del presupuesto de “defensa”
estadounidense (SIPRI Yearbook, 2022, pp. 10-11).
Por el contrario, China tenía un PIB de 14,72
billones de dólares en 2020, lo que equivalía al 70 % del PIB de Estados
Unidos y a diez veces el de Rusia. Además, las bases demográficas para
el crecimiento futuro de los tres países son muy diferentes. Estados
Unidos tenía una población de 331 millones de personas en 2020, mientras
que China tenía una población de 1440 millones de personas —4,35 veces
más— y Rusia tenía una población de 144 millones, una décima parte de la
de China. China aparecerá cada vez más como el mayor competidor de
Estados Unidos en el mercado mundial y, por lo tanto, potencialmente
también en la política internacional, dejando a Rusia muy por detrás en
ambos aspectos. De ahí la política estadounidense de “contención de
China”, el reciente viaje provocador de Nancy Pelosi a Taiwán y el
abandono por Biden de la política de “Una sola China”, así como los
frenéticos esfuerzos de Estados Unidos para negar a China el acceso a chips y a la tecnología de fabricación de chips avanzados.
Análisis y conclusiones
El profético análisis de Stephen F. Cohen sobre los
orígenes de lo que él denominó la “Nueva Guerra Fría” muestra el
conflicto en Ucrania en su verdadera luz, como una reacción a la
expansión de la OTAN impulsada por Estados Unidos en Europa del Este.
Pero el análisis de Cohen de la Nueva Guerra Fría se mantuvo
estrictamente dentro del marco de las relaciones exteriores, es decir,
mayormente de cuestiones diplomáticas y militares, evitando
deliberadamente un análisis del imperialismo estadounidense, así como
del régimen de Putin y de la nueva Rusia capitalista como formación
socioeconómica. Cohen estaba, por supuesto, en todo su derecho al
hacerlo. Sin embargo, el giro reciente de los acontecimientos en el
conflicto ucraniano plantea de manera aguda algunas de estas preguntas,
en particular la cuestión delicada: ¿es la guerra actual en Ucrania un
choque entre dos imperialismos, es decir, es la actual formación
socioeconómica rusa imperialista?
El capitalismo tiene muchas determinaciones, pero
desde fines del siglo XIX el imperialismo es la determinación suprema
que subsume a todas las demás. Por eso, cualquier análisis de los
acontecimientos contemporáneos que tome como punto de partida algún
principio abstracto, como la democracia parlamentaria o cualquiera de
las libertades democráticas que supuestamente defiende, en lugar de los
intereses del imperialismo, inevitablemente caerá presa de la propaganda
imperialista. De hecho, desde que el presidente Woodrow Wilson pidió al
Congreso que Estados Unidos interviniera en la Primera Guerra Mundial
“para hacer del mundo un lugar seguro para la democracia” (Wilson, 1917),
el imperialismo estadounidense ha preferido oprimir y explotar a otros
países, siempre que sea posible, a través de instituciones
democrático-burguesas.
El imperialismo implica la opresión nacional, pero
no debe confundirse con ella. Irak bajo Saddam Hussein oprimió y masacró
a los curdos, pero eso no convirtió a Irak en un país imperialista,
como tampoco la opresión y masacre de la población tamil por parte de
Sri Lanka convirtió a este último en un país imperialista. Además, la
opresión nacional en sí misma no debe confundirse con la ocupación
militar y las masacres, aunque a menudo asuma esa forma.
De hecho, a pesar de su arsenal nuclear y de otros
vestigios de la era soviética —Rusia lidera la Organización del Tratado
de Seguridad Colectiva, donde actúa como una especie de policía regional
en Armenia, Bielorrusia, Kazajstán, Kirguistán y Tayikistán—, bajo una
fachada de gran potencia Rusia en realidad tiene muchas características
en común con una economía semicolonial, junto con algunos remanentes de
la era soviética, como las industrias armamentística y espacial, que de
todos modos están atrasadas en comparación con las industrias de los
países imperialistas5.
Como formación socioeconómica, la Rusia de hoy no es
un país imperialista como Estados Unidos y Gran Bretaña, ni una colonia
clásica como India o Argentina, sino un fenómeno contradictorio: un
país que formó parte de un antiguo estado obrero y campesino, el cual,
tras un proceso de degeneración burocrática de 70 años, colapsó y sufrió
un proceso de restauración capitalista brutal durante la década de
1990. Como resultado, su producción industrial se redujo a la mitad, y
de 1990 a 1994 la esperanza de vida masculina en Rusia cayó de 65,5 años
a 57,3 años, una cifra inferior a la de India, Egipto o Bolivia (Kotz y Weir, 2007, p. 180).
Esto implicó no solo el enriquecimiento de unos pocos a costa de hundir
en la miseria a la gran mayoría de la población rusa, sino también una
profunda humillación nacional.
El régimen bonapartista de Putin surgió como
resultado de todas esas contradicciones, como una variante del
bonapartismo provocada por la restauración mafiosa de la propiedad
privada durante la era de Yeltsin —incluyendo la colonización del país
por el capital imperialista—, por un lado, y por la presión militar y
diplomática del imperialismo estadounidense, por el otro. Su objetivo
principal es arbitrar el proceso de restauración capitalista de manera
tal que evite no solo un colapso del Estado —lo que implicó chocar con
sectores de la “oligarquía”— sino también la desintegración nacional de
Rusia6.
Una de las fuentes perdurables de apoyo popular al
régimen de Putin es que puso fin al desmantelamiento de Rusia a través
de la recentralización del poder estatal y la reestatización de sus
principales fuentes de divisas, en particular del gas y del petróleo a
través de Gazprom y Rosneft, un proceso que desembocó en un
enfrentamiento con el oligarca Mijaíl Jodorkovski, que quería apropiarse
de esos recursos para su propio beneficio personal y el de sus socios
estadounidenses.
De todo lo expuesto se desprende, que una condición
previa indispensable para una solución al conflicto en Ucrania, es el
desmantelamiento de la OTAN como la esfera de influencia militar del
imperialismo estadounidense en Europa, así como la retirada de todas las
tropas y misiles nucleares estadounidenses del continente europeo. Lo
mismo vale para la Unión Europea, que es otro instrumento del
imperialismo estadounidense, como nos lo recuerda Perry Anderson: “La
expansión hacia el Este fue dirigida por Washington: en todos los casos,
los antiguos satélites soviéticos se incorporaron a la OTAN, bajo el
mando de los Estados Unidos, antes de que fueran admitidos en la Unión
Europea” (Anderson, 2009, p. 69).
Solo después del desmantelamiento de las instituciones militares y
políticas que convierten a los países europeos en estados vasallos del
imperialismo estadounidense7
será posible hablar de una verdadera autodeterminación nacional en
Ucrania, incluyendo la posibilidad de crear una federación continental
para prevenir el estallido de nuevas guerras en el futuro.
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Лубянки. Тюремные рукописи Николая Бухарина. Предисловие Сергея Бабурина. Введение Стивена Коэна. Под редакцией
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Notas
* Artículo recibido: 29 de agosto de 2022 /
Aceptado: 24 de octubre de 2022 / Modificado: 31 de octubre de 2022. El
artículo es producto de investigación en el marco del Proyecto Formar
"Entre Europa y América: Historia comparativa del socialismo
internacional" financiado por la Secretaría de Ciencia y
Tecnología-Universidad Nacional de Córdoba, Argentina.
** Doctor en Historia por
la Universidad de Haifa, Israel. Investigador independiente del Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Argentina. Correo
electrónico: danielgaid@gmail.com https://orcid.org/0000-0001-9660-4834
1. Cohen escribió una
introducción para esta colección, también investigó los archivos él mismo y
desempeñó un papel en la recuperación de los manuscritos. El papel de Cohen se
describe tanto en el prólogo de Sergei Baburin como en la introducción de
Stephen Cohen.
2. Desde que el manuscrito
original de este artículo fue enviado para su publicación, ha sido publicado un
folleto que desmantela la “narrativa occidental” en torno a la guerra en
Ucrania (Abelow 2022).
3. Cohen argumentó que
“aunque varios participantes y comentaristas lo negaron, la garantía ha sido
confirmada por otros participantes, así como por investigadores de archivos”.
Ver la confirmación más reciente y mejor documentada de esta declaración en National Security Archive (2017).
4. Rusia, con 5977 ojivas
y Estados Unidos, con 5428, todavía poseen en conjunto alrededor del 90 % de todas las ojivas nucleares del mundo,
según el informe del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de
Estocolmo (SIPRI Yearbook, 2022, p. 15).
5. “La vulgata político-periodística
de una Rusia imperialista dirigida por un dictador autocrático que asume la
herencia de Stalin, incluso de Hitler, y deseosa de mostrar sus músculos como
un malabarista en cada oportunidad, se enfrenta a un conjunto de realidades.
Todo imperialismo presupone una economía dinámica ávida de conquistar mercados
por todos los medios posibles e imaginables, desde la guerra comercial a la
guerra a secas, y un Estado fuerte. Sin embargo, la economía rusa está marcada
por una productividad tres veces inferior a la de los principales países
capitalistas y está corroída, como el propio Estado, por una corrupción
galopante, heredada de un pasado tanto lejano como cercano y multiplicada por
diez desde la caída de la URSS. […] En una palabra, su economía es demasiado
débil para alimentar una verdadera empresa de conquista de mercados, que es el
motor principal de todo imperialismo” (Marie, 2016, pp. 16-17).
6. De hecho, dicha
posibilidad fue teorizada como un objetivo por figuras destacadas de la
política exterior estadounidense como Zbigniew Brzezinski, quien en 1997
fantaseó con la “ampliación de la OTAN y la Unión Europea”, hasta incluir
“entre 2005 y 2010, a Ucrania,” una “ampliación” acompañada por la partición de
Rusia en tres estados títeres: “una Rusia europea, una república siberiana y
una república del Lejano Oriente”. Este “sistema político descentralizado”,
junto con una “economía de libre mercado”, habría supuestamente “liberado el
potencial creativo del pueblo ruso y los vastos recursos naturales de Rusia”,
abiertos de esta manera a las corporaciones estadounidenses (Brzezinski, 1997,
pp. 54-56).
7. Sarah Wagenknecht, miembro del
Bundestag por Die Linke desde 2009,
denunció al gobierno alemán en un discurso en el Bundestag el 8 de septiembre
de 2022 como “El gobierno más estúpido de Europa”, argumentando que su política
actual se fija en Washington y diciendo: “¿Hacer grande a Estados Unidos otra
vez? ('Make America great again'?) ¡Una
estrategia costosa para un gobierno alemán!” (Bundestag, 2022, pp. 5428-5429).
Información adicional
Cómo citar: Gaido,
D. (2023). Una visión alternativa del conflicto ucraniano: Stephen F. Cohen
sobre los orígenes de la Nueva Guerra Fría. FORUM.
Revista Departamento Ciencia Política, 24,
260-284. https://doi.org/10.15446/frdcp.n24.104498
https://portal.amelica.org/ameli/journal/401/4014280010/html/