Un linchamiento
feminista da la puntilla a la nueva política
Colectivo Cantoneras
Oct 27, 2024
¿Sirven los linchamientos para mejorar la situación de las
mujeres que sufren situaciones de violencia? ¿De lo que se le acusa a Errejón
son verdaderas agresiones sexuales, y de qué tipo? ¿Es la denuncia anónima por
redes o incluso en medios una vía adecuada para luchar contra ellas?
En el camino de la nueva política se cruzó la irrupción del
ciclo feminista, lo que provocó un intento de apropiación institucional de todo
ese capital político. Este sirvió tanto para posicionarse dentro del parlamento
como el azote de la derecha, como para gobernar en nombre del movimiento
feminista, o incluso para las peleas internas por posiciones en listas: no me
quieren porque soy demasiado feminista –decía Irene Montero–. Hoy el bumerán
golpea en la nuca a Sumar/Más Madrid pero en realidad es la puntilla de todo el
espacio del cambio. Abandonados quedan los problemas reales que el feminismo
combate: la violencia, pero también la división sexual del trabajo –las
posiciones subordinadas en lo laboral de los sectores más precarios y
feminizados– y su relación con las tareas de reproducción social. Digamos que
el número de veces que el feminismo ha estado en la boca de los y las nuevas
políticas no ha estado a la altura de los logros obtenidos, sobre todo desde la
óptica de un feminismo de transformación que tenga en cuenta la cuestión de
clase.
La política
profesional puede ser mas destructiva que el fentanilo
Las peleas internas brutales y despiadadas eran cotidianas y
estaban naturalizadas en esa nueva izquierda, “una forma de comportarse que se
emancipa a menudo de los cuidados, de la empatía y de las necesidades de los
otros”, decía eufemísticamente Errejón. Cuando el poder se acumula en
determinadas personas, que acaban endiosadas por la exposición mediática y las
atenciones que las fama les procura –fama que garantiza el poder en estas
organizaciones débiles– es difícil que no se genere despotismo, maltrato, y
abusos de todo tipo. Esto ha estado muy presente en la cultura de guerra que se
instituyó en Podemos cuando, en vez de optar por la democracia interna y la
pluralidad, se eligió un modelo vertical que ha llevado a la centrifugación y
liquidación de todo el espacio político. Estas organizaciones no tenían forma
de generar contrapesos internos al poder de determinadas personas, ninguna,
mucho menos de vigilar los comportamientos personales de sus miembros –si es
que eso fuese deseable–. El autoritarismo se construye sobre las estructuras de
dominación previas –como el sexismo– y las refuerza. Ahí donde confluye este
poder personalista –con su propia érotica que hay que destruir– con las
relaciones sexuales o afectivas, es fácil que se siga la propia lógica de yo
primero o yo a pesar del resto, y se generen relaciones de mierda y abusos de
todo tipo. La declinación de género de la falta de democracia y la autoridad
sin límites es una subjetividad sexual del dominio. Así, la política
profesional puede ser mas destructiva que el fentanilo; las adicciones de Errejón
pueden resumirse en una: la adicción al poder –y no ha sido el único del
espacio del cambio–.
Si el escenario era el de una guerra de todos contra todos
con un alto grado de violencia interna –donde también participaron las mujeres
por cierto–, y que dejó a mucha gente emocionalmente devastada, al gran mundo
de ahí afuera no pareció importarle nunca, salvo cuando intervino la cuestión
sexual. Siempre la cuestión sexual, ya sea en denuncias por explotación
laboral, o en las de infiltrados policiales, a los medios –y al feminismo
mainstream– parece que solo importa –o importa más– lo que toca el sexo. El
resto de violencias quedan opacadas, relativizadas u olvidadas en un cajón.
Aunque también hay que notar aquí, como señalan las compañeras antirracistas,
una preocupación selectiva que convierte en casos hipermediáticos únicamente
aquellos que afectan a determinadas mujeres blancas y de clase media. Los
abusos de las temporeras del campo, en la frontera o en los Cíes o los que
sufren las trabajadoras sexuales apenas ocupan algunas líneas en las crónicas
de sucesos.
¿Qué hay de
emancipador o transformador en el miedo?
Asistimos pues al último capítulo de la liquidación de la
izquierda del PSOE y ha venido en la forma de linchamiento colectivo utilizado
como herramienta para la guerra interna. Las manías personales y las batallas
políticas entre partidos de todo signo han confluido con un cierto feminismo
castigador para linchar a Errejón convertido en monstruo, en epítome de todo lo
que está mal en el orden de género. Las dinámicas de redes han contribuido a
esta espiral donde abundan los golpes en el pecho, los heroicos desmarques y
las exigencias bajo pena de excomunión de la izquierda de que todo el mundo se
pronuncie y en un solo sentido: el de condenar al monstruo y a su organización
y que esto se haga inmediatamente ya y sin posibilidad de reflexión. Otras
opiniones no son posibles, las personas que piensan diferente no se atreven a
hablar, el debate o incluso la duda están cerrados por miedo a ser la/el
siguiente en ser linchado. ¿Qué hay de emancipador o transformador en el miedo?
Un feminismo que se presenta estos días mediante un fuego redentor,
posiblemente aleje a muchos y muchas, en vez de convencerles de que nuestro
proyecto trae un mundo más generoso y amable para todos. La extrema derecha se
frota las manos cuando el feminismo se viste de guerra de sexos con sus “todos
son violadores” porque esta es la representación que más le conviene.
A pesar el pacto forzado de silencio, existen múltiples
interrogantes que han recorrido los grupos de mensajería privada o las
conversaciones informales. ¿Sirven los linchamientos para mejorar la situación
de las mujeres que sufren situaciones de violencia? ¿Ayuda este marco a avanzar
en nuestra lucha contra estas? ¿De lo que se le acusa a Errejón hasta el
momento son verdaderamente agresiones sexuales, y de qué tipo? ¿Y lo son todas
o solo algunas? ¿Son punibles? ¿Qué sería hacer justicia aquí? Y sobre todo
¿qué sería hacer justicia feminista? ¿Es la denuncia anónima por redes o
incluso en medios una vía adecuada? No tenemos todas las respuestas, pero
lanzamos unas notas para el debate.
Las relaciones de mierda no son agresiones machistas
El último ciclo feminista quería alertar sobre la gravedad
de las violencias, pero terminamos discutiendo sobre una ley –la del solo sí es
sí– que supuestamente acabaría con ellas por la vía del código penal. Los
debates de estos años, que podrían haber sido imprescindibles para avanzar en
la comprensión y la lucha contra estas situaciones han tenido también algunos
efectos contraproducentes que empezamos a comprender mejor a partir de este caso.
En la pasada legislatura se vio como una conquista que una
misma palabra “agresión” condensase cualquier acto sexual sin consentimiento
independientemente de su gravedad o contexto donde se produjese –ya sea el beso
de Rubiales a una violación múltiple–. Hoy constatamos que esa indefinición
contribuye a la capacidad expansiva de ese concepto. Estos días asistimos a una
mezcla de posibles imputaciones de delitos, comportamientos poco éticos y
opciones sexuales que se condenan moralmente, todo junto y revuelto en una
narrativa acusatoria donde es muy difícil deslindar las distintas cuestiones.
No, no todo es lo mismo ni exige las mismas respuestas.
Usar esos marcos
de deseabilidad para establecer juicios, escudriñar vidas sexuales y
comportamientos, señalar y condenar a los culpables es contraproducente
Por ejemplo, podemos reflexionar sobre cómo nos gustaría que
fuesen nuestras relaciones personales libres ya de todo poder y dominio –para
eso las mujeres también tendríamos que responsabilizarnos, no somos víctimas
indefensas en toda relación como parece apuntarse estos días–. Pero usar esos
marcos de deseabilidad para establecer juicios, escudriñar vidas sexuales y
comportamientos, señalar y condenar a los culpables es contraproducente para un
feminismo que parece deslizarse por el marco del autoritarismo, la moralización
y el control de las costumbres como una suerte de vuelta al feminismo burgués
de las prohibiciones del alcohol. Recordemos también que los más poderosos, los
que tienen poder de verdad no necesitan la legitimidad de la pureza moral, a la
derecha le afectan poco estas cuestiones. Este es un juego donde solo pelean
las izquierdas institucionales contra sí mismas.
Desde luego, todos los comportamientos que nos parecen
chungos no implican necesariamente violencia machista. Precisamente, esta en
general está definida por relaciones que cuesta dejar, donde el agresor
manipula, persigue y usa la violencia para dominarnos y controlarnos. ¿Es
equiparable algo así con que dejen de escribirnos o no nos quieran ver más, con
que solo quieran sexo como parece insinuarse estos días? ¿A qué no sean
románticos en una relación o el sexo sea “demasiado duro”? Si todo es lo mismo,
primero se banalizan violencias muy graves que están sucediendo –por ejemplo,
los Cie y las PAH están llenas de mujeres que han sufrido estas violencias–, y
después, perdemos el foco de cómo enfrentarnos a ellas porque todo parece ser
lo mismo.
Los contornos de las agresiones se difuminan así
peligrosamente. Parece que se condena el sexo ocasional o no romántico si no
hay un compromiso de la otra persona que cumpla nuestras expectativas, como
recuperado la vieja idea de que nuestra “flor” ha de ser recompensada con este
compromiso, mientras se cuestiona el sexo no normativo. Las prácticas sexuales
tienen que ser consentidas siempre pero no hay un sexo feminista, no hay uno
más aceptable que otro. ¿Acaso a las mujeres no nos gusta ese tipo de sexo? ¿A
ninguna? ¿Todas queremos lo mismo y vivimos la sexualidad de la misma manera? El
sueño de los fundamentalistas sobre el control de las costumbres aparece aquí
por un lado no previsto.
La pesadilla de
estos días es que el giro reaccionario sobre la sexualidad, su resacralización,
venga de la mano del feminismo
La pesadilla de estos días es que el giro reaccionario sobre
la sexualidad, su resacralización, venga de la mano del feminismo. La pregunta
central debería ser en todo caso por la posibilidad de negarse, si esta existe,
todo lo demás: cómo folla cada quién o si se mete rayas y dónde, no debería
importarnos ni debería ser un argumento usado contra nadie. El feminismo no va
de moral, ni pretende remoralizar a la sociedad –o no debería–, va de aumentar
la autonomía de las mujeres de empoderarnos. ¿Situarnos como víctimas en todos
estos casos la aumenta o nos fragiliza más? ¿Incrementa nuestra capacidad de
actuación, nuestro poder social?
Porque hemos pasado de una necesaria lucha para no
culpabilizar a las personas agredidas a un momento donde aparecemos
representadas como sujetos pasivos con nula capacidad de decir lo que queremos
o lo que no queremos. Si a veces hay situaciones donde esto puede ser
efectivamente así, desde luego no puede generalizar al papel de las mujeres en
la sexualidad y en todas las relaciones descritas. Es justo contra lo que
llevamos décadas luchando. Si no hay coacción física, no hay una dependencia
económica o de otros tipos, o amenazas, podemos y debemos decir que no. Tenemos
capacidad, o tenemos que buscarla colectivamente. Pero hemos llegado a un punto
que el feminismo parece afirmar lo contrario. Solo sí es sí no implica que no
podamos decir que no, o no debería.
Las jóvenes que
están descubriendo la sexualidad no pueden recibir el mensaje de que un mal
polvo, poco cuidadoso o insatisfactorio, o una relación de mierda es violencia
Las jóvenes que están descubriendo la sexualidad no pueden
recibir el mensaje de que un mal polvo, poco cuidadoso o insatisfactorio, o una
relación de mierda es violencia porque eso nos convertiría a todas en víctimas
en buena parte de nuestras relaciones y en muchísimas de nuestras
interacciones. ¿Eso a donde nos lleva? ¿Qué podemos hacer desde esa posición en
nuestra vida cotidiana? ¿Y nosotras nunca participamos en las dinámicas tóxicas
de las relaciones, nunca ejercemos nuestro poder en ellas de forma indebida?
Es imprescindible volver a reafirmar nuestro papel activo en
todo momento y lugar. Tenemos que hablar más de autodefensa feminista, de
fuerza y de capacidad y menos de meter a las mujeres en una urna. Reafirmar
nuestra capacidad de acción y nuestra responsabilidad no es culpabilizar a la
víctima, es volvernos a dotar de posibilidades de actuación –generarlas de
nuevo en el imaginario feminista– y mejor si estas son, además, colectivas.
El circo mediático y la política de las redes
Con el linchamiento de estos días estamos celebrando la
transformación del feminismo de un movimiento colectivo en una catarsis de
denuncias individuales y anónimas en redes sociales. Quizás, además de la
puntilla definitiva para la nueva política, este acontecimiento marque también
el declive de la potencia del movimiento feminista convertido en un proyecto de
reforma moral.
¿Qué pasa con
estas mujeres cuando sus casos son descuartizados por la prensa?
Sobre la anonimato hubo un cierto debate en el pasado ciclo
del Me too y, por lo menos, merece una reflexión sobre sus peligros, porque si
algunas mujeres lo usan para denunciar cuando no encuentran otra vía, esta se
presta a todo tipo de instrumentalizaciones que pueden volverse contra
nosotras. Como señala Josefina Martínez, en redes como X el algoritmo está al
servicio del proyecto político de la extrema derecha que utiliza bulos y
campañas falsas para atacar a sus enemigos. ¿Qué peligros estamos abonando si
reafirmamos este método de denuncia y el escrache en redes sin problematizarlo?
¿Sirve esta herramienta para todo y siempre para las mujeres cuyos agresores no
sean famosos? ¿Qué pasa con estas mujeres cuando sus casos son descuartizados
por la prensa, en este caso, incluso la más progresista? Hace años que, en
todos los manuales periodísticos sobre el tratamiento de la violencia machista,
se explica que hay que huir de las descripciones escabrosas, del
sensacionalismo y de la conversión de la información en espectáculo. No es,
desde luego, lo que ha sucedido estos días con la exposición de cada detalle en
relatos morbosos para que todos los ciudadanos se conviertan en juez de cada
una de las historias y de sus ínfimos detalles. ¿Cómo va a dejar esta
pornografía emocional a las mujeres que denuncian después de que pase el calentón?
Por otra parte, la denuncia individual en redes donde cada
una actúa por su cuenta no puede ser una apuesta consistente para luchar contra
la violencia o el sexismo y puede dar lugar a injusticias que se vuelvan contra
nosotras. El circo gestual tuitero hace tiempo que se ha convertido en
simulacro de una política real muerta con el ciclo, la que ha quedado tras la
hecatombe de la nueva política. No es anecdótico que su puntilla la haya puesto
un linchamiento en redes. Y para las que piden más denuncias penales, como la
ministra de Igualdad, solo recordar que la justicia casi nunca está de nuestra
parte, que no se pueden demostrar todas las violencias que sufrimos, y que
muchas no encajan en la lógica de un juicio o incluso son causadas por el propio
sistema policial y penal –los desahucios, la que persigue y encierra a
migrantes y trabajadoras sexuales y la que condena a feministas por luchar–.
Deberíamos luchar
para que las herramientas para denunciar la violencia machista sean siempre, en
la medida de lo posible, colectivas
Deberíamos luchar para que las herramientas para denunciar
la violencia machista sean siempre, en la medida de lo posible, colectivas.
También tenemos que retomar el camino de la movilización y la organización por
abajo tanto para darle un nuevo impulso a un feminismo de transformación –que
debería estar apegado a la vida de las mujeres que están más abajo–, como para
abrir una verdadera batalla que recupere la iniciativa política en la calle
superando por fin el desierto que ha dejado el fin de ciclo, la
institucionalización del 15M, del movimiento feminista y sus fracasos. Contra
los hombres poderosos y sus mierdas y abusos, pero también contra todo poder
que hace posibles hoy las agresiones: papeles, derechos laborales y luchas
colectivas para todos y todas.
Colectivo Cantoneras
Almudena Sánchez, Beatriz García, Marisa Pérez, Fernanda
Rodríguez, Nerea Fillat y Nuria Alabao
https://zonaestrategia.net/un-linchamiento-feminista-da-la-puntilla-a-la-nueva-politica/
Nota del blog . - Si se lee los artículos del 178 a 180 del código penal solo penaliza la agresión sexual y no el " acoso "(1) . Tratar un beso o un tocamiento en el traksero como una agresión y no una caricia es un grado de imposible catalogación .En realidad el feminismo se comporta como un amplio movimiento de reforma moral, lo «neoprogre», como forma ideológica particularmente hispana, tiene así notables correspondencias con el liberalism de origen estadounidense y con la usabilidad de «lo políticamente correcto», también común en el medio anglosajón. La fuerte impregnación moral de estas posiciones lleva a sus mejores exponentes a operar sobre la base de una suerte de nueva religión mundana de salvación. Lo neoprogre es para la izquierda el gran motor de las guerras culturales que se activa contra su homólogo «facha» o «reaccionario». Pero también es el gran motor legislativo que entre 2019 y 2023 ha convertido el código penal en el instrumento preferido de reforma social. De ahí la centralidad de los delitos de odio, y de la persecución de los enunciados racistas, xenófobos o sexistas. De ahí también que produzca mayor escándalo cualquier comportamiento calificable como sexista o racista en el ámbito público (por ejemplo, entre famosos, o en el ámbito deportivo), que la superexplotación de las trabajadoras domésticas, la ley de extranjería, las expulsiones en caliente, la política europea de fronteras o los reiterados episodios de asalto al valle de Melilla. Lo cual lo convierte en un progresismo de derecha postmoderna neoliberal (2)
(1) https://www.conceptosjuridicos.com/codigo-penal-articulo-180/
(2) https://zonaestrategia.net/la-izquierda-pos15m-pilar-de-la-restauracion/