miércoles, 3 de diciembre de 2025

La UE en la encrucijada ,.

Dilemas de la Unión Europea

Autonomía estratégica ha sido uno de los conceptos más repetidos del año, especialmente desde que Pete Hegseth dejó sin habla a los aliados europeos de la OTAN anunciando que el continente ha dejado de ser una prioridad para Estados Unidos y dando la orden de que sean los Estados miembros quienes se hagan cargo del coste de la seguridad y también de la guerra y posguerra de Ucrania. En el tiempo transcurrido desde la toma de posesión de Trump, los países europeos han compaginado la narrativa de toma de control de su propia seguridad, las reivindicaciones vacías de la necesidad de ser un actor geopolítico y de seguridad autónomo y las plegarias a Estados Unidos para que el hegemón no se desentienda del continente ni de la guerra en Ucrania. Centrado en la contención de China y en conseguir el dominio absoluto del continente americano, para lo que indulta, como hizo ayer, a expresidentes condenados por narcotráfico como Juan Orlando Hernández mientras ordena el cierre del espacio aéreo venezolano para bombardear objetivos alegando luchar contra la droga, Estados Unidos ha dejado de mirar a Europa como nada más que un mercado en el que vender su energía, productos agrícolas, tecnológicos y vehículos.

Con una guerra en el continente y sin capacidad para gestionar por su cuenta el suministro de armamento pesado en enormes cantidades, hacerse cargo de una logística que incluso Washington ha tenido dificultades para realizar de forma eficiente ni aportar la inteligencia en tiempo real que proporciona Estados Unidos, los países europeos prefieren no asumir que su aliado a otro lado del charco les ha ofrecido ya esa autonomía estratégica con la que soñaban y espera que actúen de forma independiente. La certeza de que no va a crearse en el continente ningún bloque contrahegemónico, es decir, contrario a los intereses de Estados Unidos, es tal que Trump puede permitirse incluso romper la máxima con la que nació la OTAN –“keep the Americans in, the Russians out and the Germans down”, “mantener a los americanos dentro; a los rusos, fuera y a los alemanes, aplastados”- y ceder en el liderazgo. “Donald Trump quiere que Alemania tome el control de la OTAN”, titulaba el 19 de noviembre The Telegraph en un artículo en el que planteaba que la administración estadounidense desea que Alemania juegue en Europa el papel que históricamente ha jugado Estados Unidos.

Hasta 2025, el reparto de tareas implicaba una división de la inversión prácticamente al 50% entre Estados Unidos y la Unión Europea. Mientras Washington se encargaba fundamentalmente de las armas, Bruselas sostenía al Estado, hacía posible los pagos de salarios y pensiones y acogía a población refugiada. A esa asistencia conjunta había que sumar las aportaciones individuales de los países miembros, entre los que destaca Alemania, segundo proveedor de las Fuerzas Armadas de Ucrania. El sábado, el ministro de Defensa de Ucrania, Denis Shmygal, anunciaba que “Ucrania recibirá una cifra récord 11.500 millones de euros de Alemania para artillería, drones, equipo militar y otros materiales. La cámara baja del parlamento alemán aprobó el presupuesto federal para 2026. Esta asistencia es de vital importancia para mantener nuestras capacidades defensivas”. La financiación estadounidense ha desaparecido y Washington solo aspira a lucrarse de la guerra primero y de la paz armada después a base de vender a los países europeos las armas que posteriormente envían a Kiev. En el imaginario europeo, autonomía estratégica es sufragar los costes para que Estados Unidos siga aportando los servicios.

El problema de los países europeos es que aún no han comprendido que Estados Unidos, a quien ven como su principal aliado es, en realidad, un rival consciente de su superioridad y que no les tiene en cuenta. “Cuando el canciller alemán Friedrich Merz se enteró por primera vez del plan de paz de la administración Trump para Ucrania el jueves pasado, quedó atónito tanto por el contenido como por la forma en que se enteró. En lugar de enterarse por funcionarios estadounidenses, Merz se enteró del plan por un titular de prensa. Su equipo tuvo que comunicarse varias veces para concertar una llamada el viernes por la noche con el presidente Trump para obtener una explicación”, escribía la semana pasada The New York Times en referencia a la publicación del plan de 28 puntos con el que Washington ha reanudado la diplomacia sin avisar a sus socios europeos. Días después, cuando posaba junto a Andriy Ermak, Marco Rubio decía no saber de la existencia de una contrapropuesta europea para enmendar el plan estadounidense, reafirmando así la importancia que Washington da a sus aliados europeos, ninguna. Ayer, en The Atlantic, el teniente general Christian Freuding afirmaba que la comunicación entre Estados Unidos y Alemania, que antes era “día y noche”, “se ha roto, realmente se ha cortado”. Los países europeos no comprenden aún el porqué del silencio de su aliado y alegan mala fe cuando Vladimir Putin afirma, como hizo ayer, que tratan de obstaculizar los esfuerzos norteamericanos por conseguir la paz. En su encuentro con oficiales del ejército, el presidente ruso afirmó que los países europeos tratan de introducir en el acuerdo de paz puntos que saben que Rusia no va a aceptar, una estrategia para evitar la posibilidad de resolución del conflicto.

De forma frenética, inconsistente y, en ocasiones apelando a argumentos francamente extravagantes -como las declaraciones de Kaja Kallas sobre cómo “Rusia ha invadido al menos 19 países en los últimos cien años y ninguno le ha invadido”-, los países europeos han tratado de modificar los términos del plan estadounidense especialmente en tres aspectos. Si para Ucrania las líneas rojas son los territorios y la seguridad, los países europeos añaden una más: los activos rusos retenidos en Occidente. El nerviosismo europeo se debe al punto de la propuesta en el que Washington escribía que 100.000 millones de dólares de esos activos serían utilizados para la reconstrucción de Ucrania, los países europeos aportarían una cantidad equivalente y Estados Unidos se llevaría la mitad de los beneficios generados.

El hecho de que la UE haya acelerado el paso para conseguir hacerse con los fondos rusos retenidos en su territorio y ponerlos en manos de Kiev con el  objetivo de continuar adquiriendo armas es ilustrativo de la misión que las autoridades comunitarias han otorgado a esos activos. A ojos de la UE, los activos rusos no están ahí para reconstruir Ucrania, sino para adquirir las armas con las que luchar en esta guerra y preparar la paz armada con la que disuadir a Rusia. Desde la lógica europea, prevenir una futura guerra no pasa por detener la actual, sino por tratar de mantenerla. “No buscamos prolongar la guerra, sino acabarla”, escribía Friedrich Merz en septiembre en una tribuna publicada por Financial Times en la que argumentaba que “Moscú solo acudirá a la mesa a discutir un alto el fuego cuando se dé cuenta de que Ucrania tiene mayor capacidad de resistencia. Nosotros tenemos esa capacidad de resistencia”. Como ha demostrado esta semana dando su aprobación tácita a negociar el documento de Trump, en realidad, Moscú acudirá a negociar cuando se le ofrezca un compromiso de no expansión de la OTAN. No entender ni al aliado estadounidense ni al enemigo ruso se ha convertido en el día a día de la Unión Europea, capaz de mofarse del plan de Estados Unidos el día que se publica y alegar que Rusia rechaza negociar cuando Vladimir Putin afirma explícitamente que el documento puede ser una base para el diálogo.

En el artículo, Merz cifraba esa resistencia europea en 140.000 millones de euros, la cantidad de los activos rusos que el canciller alemán quería poner en manos de Ucrania para “garantizar varios años de su defensa”. Por si quedaba alguna duda, el líder alemán insistía en que “para Alemania, será importante que estos fondos adicionales sean utilizados únicamente para financiar equipamiento militar de Ucrania, no para fines presupuestarios generales”. Por definición, los activos rusos no deben reconstruir Ucrania ni sostener su Estado, sino servir para adquirir armas.

Sin avances durante meses y con la negativa de Bélgica a exponerse en solitario, sin la solidaridad de sus socios, a una posible litigación rusa, las prisas europeas para hacerse con los fondos rusos ya no se limitan a preocupaciones puramente militares sino políticas. No se trata de garantizar que Rusia no pueda recuperar esos activos, sino de impedir que Estados Unidos los comprometa a algo para lo que no estaban destinados. De ahí la renovación de la presión contra Bélgica, el país en el que se encuentra alrededor de dos tercios de los fondos rusos retenidos. “A pesar de la creciente presión diplomática para que Bélgica ceda, De Wever solo aumentó el jueves su hostilidad hacia los planes de la Comisión. Ampliando sus objeciones anteriores, el líder belga argumentó que el plan de la Comisión bloquearía un acuerdo de paz en Ucrania”, escribía el viernes Politico, que informaba de  que “el primer ministro belga, Bart De Wever, intensificó el jueves por la noche sus objeciones al plan de la Comisión Europea de utilizar unos 140.000 millones de euros de activos rusos congelados en Bruselas para reforzar Ucrania, frustrando las esperanzas de la UE de lograr un avance en la movilización de los activos”. “En el caso muy probable de que Rusia finalmente no sea oficialmente la parte perdedora, pedirá legítimamente, como ha demostrado la historia en otros casos, que se le devuelvan sus activos soberanos”, afirma De Wever en la carta enviada a von der Leyen.

No solo el Gobierno belga es capaz de observar esa realidad. “En una carta a la que ha tenido acceso Financial Times, el depositario central de valores Euroclear, con sede en Bruselas, argumentaba que el último plan de préstamos para Ucrania se percibiría como una «confiscación» fuera de la UE y asustaría a los inversores en deuda soberana europea. La UE ha congelado unos 210.000 millones de euros en activos estatales rusos tras la invasión de Ucrania por parte de Rusia, de los cuales alrededor de 185.000 millones se encuentran en Euroclear. Las negociaciones de paz en Ucrania han renovado la presión para acordar las condiciones del préstamo de 140.000 millones de euros para Kiev utilizando los activos soberanos rusos inmovilizados”, escribe un artículo publicado por Financial Times. Ayer, el Banco Central Europeo se sumaba a esa postura y rechazaba respaldar el pago de 140.000 millones de euros a Ucrania, duro, aunque no definitivo golpe al esquema de un préstamo -que Ucrania jamás podrá pagar- respaldado por los activos rusos congelados.

Sin embargo, la realidad objetiva y el riesgo evidente que supondría para el sistema financiero europeo apropiarse de los activos rusos retenidos no ha conseguido, de momento, que la UE desista de su intento de que esos fondos continúen financiando la guerra. Ayer, Bélgica volvía a plantear sus exigencias: proporcionar garantías jurídicamente vinculantes e incondicionales para el “préstamo de reconstrucción”, compartir todos los riesgos jurídicos potenciales entre todos los Estados miembros de la UE, garantizar la participación de todos los países donde estén congelados los activos rusos (lo que significa que el préstamo a Ucrania debe estar respaldado por esos activos colectivamente). La UE, se mostró dispuesta a tratar las quejas belgas, pero añadió no estar dispuesta a dar “un cheque en blanco” a las exigencias de De Wever, dando a entender que rechaza las condiciones y seguirá presionando mientras insiste en que no hay ningún riesgo.

Con un chivo expiatorio claro, la UE está dispuesta a presionar a Bélgica poniendo sobre la mesa alegaciones de base más que cuestionable. “Cinco diplomáticos de diferentes países europeos se quejaron de que Bélgica parece tener una agenda paralela al retener el dinero de Rusia gracias a los impuestos generados. Señalaron que Bélgica estaba incumpliendo un compromiso internacional —adquirido el año pasado— de revelar qué estaba haciendo con los impuestos de las reservas congeladas, que se supone que deben destinarse a Ucrania” afirmaba la semana pasada Politico, que añadía que “si Bélgica sigue oponiéndose a enviar los fondos congelados a Kiev, según los diplomáticos, los países miembros de la UE aprovecharán cada vez más las reuniones previas a la cumbre del Consejo Europeo para cuestionar si Bélgica se está beneficiando de los ingresos fiscales o retrasando los pagos a Ucrania. También se preguntan si Bélgica está utilizando los ingresos fiscales ordinarios para apoyar a Ucrania, como hacen otros países europeos, o si simplemente está recurriendo a los impuestos de las reservas rusas”. Cubrir las necesidades militares del ejército ucraniano antes de que aumente el riesgo de paz o de que esos fondos sean utilizados para la reconstrucción en lugar de para la militarización es una prioridad tan importante que los países europeos están dispuestos a acusar a uno de los suyos de tener las manos manchadas de sangre.

 

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martes, 2 de diciembre de 2025

La red oligárquica que destruyo Ucrania .

La red oligárquica que destruyo Ucrania .

Daniele Perra  

28/11/25

Ya en 2022, pocos meses después del inicio de la llamada «Operación Militar Especial», el Washington Post (un periódico que no se presta precisamente a ser acusado de rusofilia) había completado una investigación que demostraba cómo los fondos y numerosas armas enviadas desde Occidente a Ucrania se esfumaban, desviándose al mercado negro por comandantes militares poco entusiasmados con su guerra. También en julio de 2022, circuló la noticia de que el gobierno de Volodymyr Zelensky había revocado la ciudadanía ucraniana del oligarca Igor Kolomoyski (principal partidario del presidente ucraniano durante su anterior carrera televisiva y su posterior ascenso al poder político, además de socio comercial de muchos miembros del Partido Siervo del Pueblo y financista de varios grupos paramilitares posteriormente incorporados a la Guardia Nacional).

Oficialmente, según Ukrainska Pravda y Kyiv Independent, la medida se debe a que la ley ucraniana no permite la doble nacionalidad (en el caso de Kolomoyski, en realidad son tres: ucraniana, israelí y chipriota). De ser así, resulta curioso que el socio de Kolomoyski en el Privat Bank, Gennadiy Bogolyubov, también conocido por financiar excavaciones bajo el Barrio Musulmán y la Mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén, no estuviera incluido en la medida, dado que se jactaba de ser ciudadano ucraniano, británico, israelí y chipriota.

En su lugar se incluyeron Igor Vasylkovsky y Gennadiy Korban, ambos ciudadanos ucranianos e israelíes; el primero, ex miembro de Siervos del Pueblo, y el segundo, mecenas de la comunidad judía de Dnipro y siempre estrechamente vinculado a Kolomoyski.

Hablando de Kolomoyski, cabe recordar que en 2020 fue acusado por el Departamento de Justicia de Estados Unidos de corrupción y lavado de dinero junto con los ya mencionados Bogolyubov, Mordechai Korf y Uri Laber. Estos dos últimos, en particular, utilizaron el dinero lavado para financiar “fundaciones benéficas” e instituciones educativas judías tradicionales (ieshivot) en Nueva York. Uri Laber, además, es miembro de la junta directiva de Jewish Educational Media : una organización “sin fines de lucro” vinculada al movimiento mesiánico Jabad Lubavitch del gran rabino Menachem Schneerson (nacido en Ucrania), del que Korf también es seguidor (Donald J. Trump, con motivo de las conmemoraciones del “7 de octubre”, visitó la tumba del rabino, venerado por su yerno Jared Kushner y la hija de Trump). Los padres de Korf fueron invitados por Schneerson a construir una comunidad Lubavitcher en Miami.

 

Como se mencionó anteriormente, Kolomoiski (gracias al trabajo de Pavlo Lazarenko) se encuentra entre los oligarcas ucranianos que controlan sectores clave de la economía del país de Europa del Este. De hecho, Lazarenko tiene enormes intereses en la compañía de gas ucraniana Burisma (que también incluye al hijo de Joe Biden, Hunter, quien fue nombrado miembro de la junta directiva con un salario mensual de 50.000 dólares en 2014). Además, Kolomoiski también utilizó a los grupos paramilitares que financió para tomar el control de una refinería de petróleo de propiedad rusa en Dnipropetrovsk, también en 2014.

En 2021, el secretario de Estado Antony Blinken prohibió directamente la entrada a Estados Unidos a Kolomoyski, quien, refiriéndose a su caso, habló de corrupción manifiesta y significativa. El caso se refiere a la nacionalización del mencionado Privat Bank (el mayor banco comercial y uno de los principales bancos privados de Ucrania), que había sido puesto bajo control estatal en 2016, pero que en los meses inmediatamente anteriores se utilizó para una masiva operación de blanqueo de capitales que provocó la desaparición de más de 5.500 millones de dólares.

Lo que presenciamos hoy en Kiev es, en efecto, una lucha de poder (y supervivencia) dentro de la propia Ucrania entre los oligarcas y el llamado «círculo mágico» de Zelenski, que debe gran parte de su éxito reciente al conflicto en curso. Esta afirmación, por supuesto, requiere una explicación detallada. En primer lugar, no podemos ignorar la posibilidad de que las agencias de inteligencia occidentales estén contribuyendo al derrocamiento del ahora impresentable Zelenski y a la prevención del colapso del frente y de los esfuerzos de la OTAN por mantener sus posiciones, al menos en la región norte del Mar Negro.

En cualquier caso, parece evidente que Zelenski está haciendo todo lo posible por asegurar su supervivencia política, incluso a través de procesos poco democráticos (once partidos de la oposición fueron prohibidos en 2022, incluido el movimiento liderado por el oligarca «prorruso» Viktor Medvedchuk, quien aventajó a Siervo del Pueblo en las encuestas ya en 2021). Este contexto incluyó el mayor favor otorgado a otro oligarca ucraniano, rival directo de Kolomoiski y con la simpatía de Estados Unidos. Se trata de Viktor Pinchuk, definido como » el oligarca judío capaz de tender un puente entre Kiev y Occidente «. Pinchuk, suegro del poderoso Leonid Kuchma y socio de Rinat Akhmetov, amasó su fortuna con el Grupo EastOne (una consultora que prepara a corporaciones multinacionales para su penetración económica en Europa del Este) y dirige la mayor fundación filantrópica de Ucrania: la Fundación Viktor Pinchuk . Esta trabaja en estrecha colaboración con otra organización vinculada al oligarca, la Estrategia Europea de Yalta, creada para promover la integración del país en la Unión Europea, y colabora activamente con la Iniciativa Global Clinton , la Fundación Tony Blair , la Brookings Institutionla Fundación Renacimiento de George Soros y el Instituto Aspen , afiliado a la Escuela de Economía de Kyiv (otra creación de Pinchuk). Cabe destacar, además, los vínculos del oligarca con el Foro Económico de Davos, en el que participa activamente y donde ha apoyado discursos del propio Zelenski.

En segundo lugar, cabe destacar que las esperanzas populares que acompañaron la elección de Volodymyr Zelensky en 2019 se habían desmoronado en gran medida un año después. Ante las encuestas que lo mostraban en serios apuros, el excomediante implementó una importante reorganización ministerial que condujo al reemplazo de 11 de los 17 ministros y al nombramiento de Denys Shmyhal como primer ministro (vinculado a Rinat Akhmetov, quien le había dado a Zelensky una gran visibilidad durante la campaña electoral gracias a sus canales de televisión).

El 22 de septiembre de 2021, Serhiy Shefir, asesor de Zelenski y cofundador del estudio de producción televisiva Kvartal-95, junto con el actual presidente ucraniano, fue asesinado tras recibir el encargo de trabajar encubiertamente para suavizar las posiciones de los oligarcas y persuadirlos de que abandonaran sus prácticas descaradamente depredadoras contra la economía ucraniana. En otras palabras, el objetivo de Zelenski era reducir su excesivo poder político y económico y convencerlos de que repatriaran al menos parte del capital transferido a paraísos fiscales: Chipre (un destino predilecto de Medvedchuk, Kolomoiski y Tymoshenko), así como Suiza, Estados Unidos, Israel y el Reino Unido.

Obviamente, el proyecto no tuvo en cuenta que Zelenski, un personaje predilecto de la televisión, se había transformado rápidamente en un «oligarca» en abierto conflicto con sus rivales directos. Tras el nombramiento de Akhmetov, Kolomoisky y Pinchuk como «observadores especiales» para la gestión de la pandemia de COVID-19, el estallido del escándalo de los » Papeles de Pandora » exacerbó especialmente esta pugna y sus repercusiones en el poder político. En concreto, lo que se describió como la mayor investigación en la historia del periodismo (con 90 países involucrados durante 25 años, de 1996 a 2020, más de 600 periodistas de investigación empleados durante dos años de trabajo y 2,9 terabytes de datos contenidos en miles de documentos, imágenes y hojas de cálculo) demostró nada menos que el «círculo mágico» de Zelenski se encontraba entre los más corruptos del mundo. De hecho, destacan cómo la fortuna financiera de Zelensky comenzó gracias a una transferencia de efectivo de 40 millones de dólares por parte del propio Igor Kolomoyski (propietario del canal de televisión que transmitió la serie «El sirviente del pueblo»), y presentan pruebas concretas de la creación por Zelensky y Shefir de una red de empresas offshore entre Chipre y las Islas Vírgenes gracias a las cuales el ex actor ocultó los considerables ingresos del estudio de televisión Kvartal-95 a las autoridades fiscales ucranianas.

 

Acorralado mucho antes de la intervención directa de Rusia en el conflicto civil en curso en la parte oriental del país, el presidente ucraniano no tuvo más opción que recurrir a la fricción con Moscú para lograr un nuevo consenso interno y externo.

Además, en apoyo parcial de la tesis de que la medida «restrictiva» de ciudadanía de Zelensky es claramente forzada (o más bien, una elección de bando), es útil recordar que (además de concederle la ciudadanía a Saakashvili), durante 2019 el actual gobierno se enfrentó con el movimiento azovita porque exigió enérgicamente la concesión de la ciudadanía ucraniana a todos los combatientes extranjeros incluidos en el batallón durante el conflicto en el Donbass.

El propio Zelenski, para sofocar las protestas, otorgó la ciudadanía al ruso Nikita Makeev, miembro de la organización «Centro Ruso», vinculada a militantes neonazis (o neovlasovianos) rusos exiliados. Esta organización, a su vez, está vinculada a otro ruso con ciudadanía ucraniana reciente: Alexei Levkin, huésped habitual de la «Casa de los Cosacos» (sede de Azov en Kiev).

El nuevo caso de corrupción, en su dinámica, no difiere de otros ocurridos a lo largo de la historia de la Ucrania independiente (sobornos, enriquecimiento desproporcionado, participación política que resultó en la dimisión de miembros del gobierno). A pesar de los intentos de Zelenski de distanciarse, Timur Mindich, ahora refugiado en Israel, fue su socio durante mucho tiempo en la mencionada productora Kvartal-95 y también mantiene una excelente relación con Kolomoyski, con quien comparte la pasión por el blanqueo de capitales en la isla de Chipre, donde la penetración ucraniano-israelí es cada vez más evidente y generalizada (tanto que ha desatado la ira del partido AKEL, de tendencia comunista, en el lado griego).

También es interesante que, inicialmente, los periódicos ucranianos intentaron retratar a Mindich como un hombre cercano a Rusia (quizás un espía), dados sus roles en una empresa rusa de comercio de diamantes (hasta 2024) y en otra vinculada (una vez más) a la producción de televisión y cine.

Kolomoyski, por su parte, ha insinuado que este sería el «momento Maidán» de Zelenski. Al parecer, alguien intenta derrocarlo por razones aún por esclarecer. Estas podrían estar relacionadas con la idea de poner fin al conflicto antes de que degenere por completo (como se ha argumentado anteriormente), obviando su intransigencia para continuarlo, o con la idea de entregar el gobierno al ejército, obligándolo a reclutar al grupo de edad de 18 a 25 años (hasta ahora no afectado por el reclutamiento forzoso). Esto daría un respiro a un ejército en apuros y prolongaría aún más la guerra (y hay muchos grupos oligárquicos ucranianos y occidentales interesados ​​en este resultado, dadas las enormes ganancias que se les garantizan, a pesar del sufrimiento de la población), pero a largo plazo, podría conducir al colapso definitivo de lo que ya es, en la práctica, un estado semi fallido.

Fuente: Strategic Culture

Nota del Blog . - Recordemos que Ucrania en 1990 cuando  se suicidó la URSS , tenia 51 Millones de habitantes y hoy tiene  +-  28 M   según  dato de Rafael Poch  y  ya en el 2014   habían emigrado sobre todo a Rusia   8 M .. -

sábado, 29 de noviembre de 2025

El fracaso de las reglas del modelo imperial occidental .

 

 Hoy países de África, América Latina y Asia pueden decir no a Washington .

 
John Mearsheimer:



 

29 noviembre, 2025


Qué pasa cuando el paquete de sanciones más brutal de la historia moderna

 no solo falla en destruir a su objetivo, sino que lo fortalece y al mismo tiempo

 acelera el final del dominio occidental que lo impuso? 

Análisis  de John Mearsheimer, profesor de ciencia política en la Universidad de Chicago y teórico de la escuela neorrealista en las relaciones internacionales.

Durante más de 40 años he estudiado cómo suben y cómo caen las grandes potencias. Lo que estoy viendo ahora mismo desafía todo lo que los responsables políticos occidentales creían saber sobre la guerra económica. 

El profesor Richard Wolf, uno de los economistas marxistas más respetados de Estados Unidos, acaba de ofrecer el análisis más demoledor que he escuchado sobre el fracaso estratégico de Occidente. 

Su advertencia no es una opinión, es la autopsia de un imperio que se está suicidando sin darse cuenta. Las sanciones que se diseñaron para estrangular a Rusia han terminado creando algo mucho peor para Washington y Bruselas. un orden mundial multipolar que cuestiona la hegemonía estadounidense en su raíz misma. 

Mientras Occidente celebra victorias tácticas en el terreno militar, Moscú está ganando una guerra completamente distinta, la guerra por desmantelar el dominio del dólar y el control económico occidental. Y lo peor de todo es que la mayoría de los líderes occidentales todavía no se han enterado de que están perdiendo. 

Cuando Rusia lanzó su operación militar especial en Ucrania en febrero de 2022, vi a los líderes occidentales cometer exactamente el mismo error fatal que he documentado durante toda mi carrera. confundieron la indignación moral con el pensamiento estratégico. 

La respuesta fue inmediata y predecible. El mayor paquete de sanciones de la historia moderna. Congelación de activos, exclusión del sistema Swift, embargo energético, prohibición de exportar tecnología avanzada. El objetivo era clarísimo, estrangular la economía rusa hasta provocar el colapso del régimen. 

Como realista, yo sabía que esa estrategia descansaba sobre una suposición peligrosísima, que Rusia no tenía alternativas, pero Richard Wolf vio lo mismo que yo. Occidente no estaba librando la guerra que creía estar librando. Mientras la OTAN se concentraba en la contención militar, Rusia jugaba otro tablero completamente distinto, el desmontaje sistemático de la hegemonía económica occidental. 

Y Vladimir Putin estaba a punto de demostrar que el verdadero pilar del poder estadounidense, el dominio del dólar, era mucho más frágil de lo que nadie había imaginado. 

El primer shock llegó en cuestión de semanas. El rublo, que los analistas occidentales habían pronosticado que se convertiría en papel mojado, no solo se estabilizó, se fortaleció. A finales de 2022 ya se había apreciado frente al dólar el producto interior bruto ruso que los economistas del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial habían vaticinado que se hundiría un 15% o más. apenas se contrajo antes de volver a crecer a ritmos que dejaron en ridículo a todos los que habían apostado por el colapso. 

El régimen que se suponía que iba a tambalearse por la presión interna consolidó su poder. La popularidad de Putin, lejos de desplomarse por las penurias económicas, se mantuvo sorprendentemente alta. Los oligarcas que los estrategas occidentales esperaban que se rebelaran contra el Kremlin encontraron, en cambio, nuevas oportunidades y redirigieron sus flujos comerciales. 

Pero eso no fue lo más sorprendente. El verdadero terremoto fue estructural. Richard Wolf lo llama adaptación estratégica, el giro sistemático de Rusia hacia lo que hoy los economistas llaman la coalición del sur global ampliado. China, India, Irán, Turquía, Arabia Saudita, Brasil, Indonesia, Emiratos Árabes Unidos, países que representan más de la mitad de la población mundial y una porción creciente del producto interior bruto global. 

Lo que más me impresionó fue la velocidad de esa reorientación. Relaciones comerciales que normalmente tardan décadas en construirse se crearon en meses. El comercio bilateral, Rusia-China, creció un 30% solo en el primer año. India multiplicó por más de 700% sus importaciones de petróleo ruso. No eran ajustes temporales, eran cambios permanentes en la geografía económica mundial. 

He pasado décadas argumentando que en un sistema internacional anárquico los estados siempre terminan equilibrando el poder contra la potencia dominante. Lo que presenciamos entre 2022 y 2025 fue el reequilibrio de gran potencia más rápido de la historia moderna. Y el catalizador no fue la agresión rusa, fue la sobreactuación occidental. 

La ecuación energética lo explica todo a la perfección. Europa, en un ataque de lo que Wolf llama arrogancia moral, se cortó de la noche a la mañana el suministro de gas ruso barato. El suicidio económico fue inmediato y devastador. Cientos de fábricas alemanas cerraron. 

La industria francesa empezó a deslocalizarse hacia Estados Unidos y Asia. La competitividad europea se evaporó en cuestión de meses. Los precios de la energía se triplicaron y cuadruplicaron en algunas regiones, empujando a los grandes fabricantes hacia mercados americanos, donde los subsidios y la energía más barata los esperaban con los brazos abiertos. 

Vi colapsar cadenas de suministro enteras en tiempo real. Plantas químicas que habían sido rentables durante décadas de repente dejaron de serlo. La producción de acero, la columna vertebral de la industria europea, cayó dígitos dobles. El sector del automóvil, que ya estaba luchando con la transición eléctrica, recibió un golpe adicional con unos costes energéticos que lo hacían cada vez menos competitivo frente a los rivales asiáticos. 

Mientras tanto, Rusia redirigió sus flujos energéticos hacia el este con una eficiencia asombrosa. Las importaciones chinas de petróleo ruso alcanzaron niveles récord con Pekín asegurándose contratos a largo plazo a precios descontados. 

India se convirtió en el mayor cliente de Moscú fuera de China, aumentando sus compras más de 1000% en 18 meses. Incluso aliados tradicionales de Estados Unidos como Turquía incrementaron discretamente sus importaciones energéticas desde Rusia. Pero lo más importante fue la construcción de nueva infraestructura, la ampliación del gasoducto Fuerza de Siberia. 

Nuevas rutas a través de Asia Central, terminales de gas natural licuado orientadas al mercado asiático. Rusia estaba literalmente recableando la red energética euroasiática, alejándola de Europa. El mapa energético de Eurasia se redibujó en meses, no en décadas. Y Europa, que había renunciado voluntariamente a la seguridad energética por simbolismo moral. se encontró en una desventaja permanente en la manufactura global. 

Sin embargo, la energía fue solo el principio. La transformación más profunda afecta algo mucho más amenazante para la hegemonía estadounidense, el propio sistema del dólar. Durante 80 años, Estados Unidos ha disfrutado de lo que los economistas franceses llamaron el privilegio exorbitante, la capacidad de imprimir dinero que el resto del mundo está obligado a aceptar porque el comercio internacional se hace en dólares. 

Ese sistema ha permitido a Washington financiar déficits gigantescos, mantener presencia militar global y convertir las sanciones en un arma devastadora. Richard Wolf advierte que esa era terminando no por derrota militar, sino por desvío sistémico. 

Los países BRICS, Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica han acelerado el desarrollo de sistemas de pago alternativos. La organización de cooperación de Shanghai está ampliando su arquitectura financiera y lo más significativo, grandes productores de petróleo están aceptando pagos en yuanes, rublos e incluso rupias en lugar de dólares. 

Los números son implacables. En 2021, solo el 2% del comercio Rusia-China se realizaba en sus monedas nacionales. En 2025 esa cifra supera el 75%. Arabia Saudita, el aliado más antiguo de Estados Unidos en Oriente Medio, empezó a aceptar yuanes por sus ventas de petróleo a China, algo que hace unos pocos años habría sido inimaginable. 

La ampliación BRICS Plus en 2023 incorporó a Irán, Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Etiopía, mientras decenas de países más hicieron cola para entrar. Esto no es simbolismo diplomático, es la institucionalización de una infraestructura financiera no occidental, el nuevo banco de desarrollo como alternativa al Banco Mundial, el sistema de pagos BRICS desafiando el dominio de Swift. Cada acuerdo comercial bilateral que se realiza fuera del dólar es una pequeña grieta en la hegemonía financiera estadounidense, pero el efecto acumulativo es revolucionario. 

Cuando suficientes países comercien sin dólares, toda la base del poder económico americano empezará a erosionarse. He calculado la matemática de ese Dexartorius. Si solo el 30% del comercio global se desdolariza, Estados Unidos pierde la capacidad de financiar sus déficits masivos mediante expansión monetaria. Las consecuencias serían austeridad fiscal forzada, recorte del gasto militar y reestructuración fundamental de los compromisos globales estadounidenses. 

Observo este proceso con el desapego analítico que exige mi formación realista, pero también con una preocupación creciente. que lo que describe Wolf no es solo una transición económica, es el nacimiento de un orden mundial genuinamente multipolar. Y la historia nos enseña que esas transiciones rara vez son pacíficas. Lo trágico es que todo esto era completamente evitable. 

Tras el fin de la Guerra Fría, Occidente tuvo la oportunidad de construir un sistema internacional inclusivo que reflejara las nuevas realidades. En lugar de eso, doblamos la apuesta por la dominación, expansión de la OTAN, coersión económica, operaciones de cambio de régimen, todo para preservar un momento unipolar que siempre fue temporal. La supervivencia de Rusia bajo la presión máxima ha enviado un mensaje al mundo entero. Las armas económicas de Occidente tienen límites. Si Moscú puede soportar las sanciones más duras de la historia y salir más autosuficiente, ¿por qué cualquier otro país debería temer el chantaje económica occidental? 

Esa revelación se está extendiendo más rápido de lo que cualquier sanción puede contener. De África a Asia, de América Latina a Oriente Medio, los gobiernos diversifican discretamente sus socios económicos, reducen la dependencia del dólar y construyen relaciones con potencias no occidentales. visto este cambio de primera mano en conferencias académicas y debates de política reciente. 

Funcionarios del sur global hablan abiertamente de estrategias de cobertura, mantienen relaciones con occidente, pero expanden alternativas. Nigeria explora ventas de petróleo denominadas en yuanes. Bangladesh aumenta el comercio en rupias con India. Argentina considera seriamente la membresía en los bricks. El patrón es inconfundible. 

Los países se preparan para un orden mundial postestadounidense, no mediante revolución, sino mediante un desacoplamiento gradual de los sistemas dominados por Occidente. Richard Wolf lo llama el despertar de la soberanía. Naciones que redescubren que tienen opciones. 

El mundo monopolar donde Washington dictaba las reglas está siendo reemplazado por una realidad multipolar donde el poder se distribuye entre varios centros, pero la transformación va más allá de la economía, es psicológica, cultural, civilizacional. Durante tres décadas, los valores, instituciones y modelos de desarrollo occidentales se presentaron como universales e inevitables. 

Ahora, caminos alternativos hacia la prosperidad y la gobernanza están demostrando ser viables. La iniciativa de la franja y la ruta de China ha conectado a más de 140 países con inversiones en infraestructura que superan el billón de dólares. A diferencia de la ayuda occidental, que suele venir con condiciones políticas sobre gobernanza y reformas económicas, la inversión china se centra principalmente en infraestructuras tangibles, puertos, ferrocarriles, redes de telecomunicaciones. 

Los resultados son visibles en todo el mundo en desarrollo. Ciudades africanas conectadas por ferrocarriles construidos por China. Naciones centroasiáticas enlazadas por gasoductos, países sudamericanos que acceden a mercados del Pacífico gracias a puertos financiados por Pekín. Europa se encuentra entre los grandes perdedores de esta transición, habiendo entregado su autonomía estratégica al liderazgo estadounidense. 

Los países europeos descubren ahora que carecen tanto de capacidad militar para defenderse por sí mismos como de flexibilidad económica para adaptarse. El continente que una vez dominó los asuntos globales se ha convertido en un remanso estratégico dependiente de energía estadounidense que cuesta tres veces más que las alternativas rusas que voluntariamente abandonaron. 

El impacto psicológico que está sufriendo Occidente es en realidad mucho más profundo y duradero que el económico. Durante tres décadas, desde la caída del muro de Berlín hasta aproximadamente 2022, las élites políticas, académicas y mediáticas de Estados Unidos y Europa vivieron instaladas en una certeza casi religiosa. 

Su modelo liberal democrático capitalista era el fin de la historia, la única vía legítima hacia la prosperidad y la libertad. Francis Fukuyama lo formuló con elegancia académica, pero millones lo asumieron como evangelio cotidiano. Esa creencia no era solo ideología, era identidad. Ser occidental significaba pertenecer al bando ganador de la historia, al equipo que había demostrado la superioridad absoluta de su sistema. El resto del mundo se asumía, acabaría pareciéndose a nosotros o quedándose rezagado para siempre. 

Richard Wolf no se limitan a enunciar una opinión incómoda. La respalda con una cascada de datos que ningún think tank de Washington puede desmentir sin caer en la caricatura. Su argumento central es demoledor precisamente porque es empírico. El supuesto fin de la historia no era una ley histórica, sino una apuesta ideológica que perdió y la está perdiendo a plena luz del día, en tiempo real delante de todo el planeta. 

Empecemos por China, porque es el elefante en la habitación que ya nadie puede ignorar. Desde 1978, cuando Den Shoping abrió la economía sin abrir el sistema político, el Partido Comunista Chino ha sacado a más de 800 millones de personas de la pobreza extrema según los criterios del Banco Mundial. Eso equivale a rescatar en cuatro décadas a una población mayor que toda Europa y Norteamérica juntas. 

Lo ha hecho sin multipartidismo, sin prensa libre al estilo occidental, sin separación de poderes, sin elecciones competitivas a nivel nacional y durante mucho tiempo sin mercado de capitales plenamente abierto. lo ha hecho con planificación estatal, con represión selectiva, con censura digital sofisticada y con un modelo de desarrollo que prioriza la estabilidad política por encima de las libertades individuales, tal y como las entiende Occidente. 

Y no solo no ha colapsado, se ha convertido en la fábrica del mundo, en el mayor acreedor de Estados Unidos, en el líder mundial, en vehículos eléctricos, en paneles solares, en trenes de alta velocidad, en 5G, en pagos digitales, en patentes registradas per cápita, en áreas estratégicas. 

En 2024, el PIB chino ya supera al estadounidense en paridad de poder adquisitivo y según las proyecciones del FMI, la brecha se ampliará en la próxima década. Todo ello bajo un sistema que cualquier manual de ciencia política occidental de los años 90 habría calificado de insostenible a medio plazo. 30 años después, el sistema no solo sigue en pie. define el siglo XXI. 

Pero China no está sola. India, la mayor democracia del mundo, según el mantra repetido hasta el cansancio, ha decidido en los últimos 10 años que ser democracia no significa imitar el modelo liberal anglosajón. Bajo Narendra Modi, el país ha abrazado un nacionalismo hindú musculoso, ha restringido libertades de prensa, ha aprobado leyes de ciudadanía que discriminan por religión, ha desactivado internet en Cachemira durante meses y ha perseguido a ONGs y opositores con una agresividad que habría escandalizado a los editorialistas occidentales si el protagonista fuera Venezuela.  o Bielorrusia. 

Y, sin embargo, la economía crece al 78% anual sostenido. Las Starups Indias levantan más capital riesgo que las británicas o francesas. Las reservas de divisas superan los 650,000 millones de dólares y el país se ha convertido en la quinta economía mundial y según todas las proyecciones será la tercera antes de 2030. 

Los países del Golfo, especialmente Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, representan otro desafío aún más irritante para la narrativa occidental. Han construido sociedades de consumo opulentas con esperanza de vida escandinava, tasas de criminalidad bajísimas, infraestructura futurista y estados de bienestar que financian educación universitaria gratuita, sanidad de primer nivel y subsidios energéticos sin necesidad de grabar apenas a sus ciudadanos. 

Todo ello sin elecciones, sin partidos políticos, sin sindicatos independientes, con monarquías absolutas hereditarias y con sistemas legales que mezclan la Sharia con el capitalismo más salvaje. Dubai y Riyadh atraen más talento expatriado que muchas capitales europeas. Sus fondos soberanos compran trozos enteros de Silicon Valley, de la Premier League y de los puertos europeos.

Y lo hacen mientras Occidente les sermonea sobre derechos humanos sin que en la práctica nadie se atreva a tocarles un pelo, porque el petróleo, el gas y el dinero siguen mandando. Vietnam es quizá el caso más quirúrgico. 

Un país gobernado por el mismo Partido Comunista que ganó la guerra contra Estados Unidos mantiene hoy una de las economías de mayor crecimiento del planeta, 6 8% anual, fábricas de Samsung, Intel y Nike, tratados de libre comercio con la Unión Europea, con el Reino Unido y con el CPTP y una tasa de aprobación de su gobierno que ronda el 90% según encuestas independientes. 

Vietnam ha duplicado su PIB per cápita en apenas 15 años. ha reducido la pobreza extrema del 70% al menos del 5% y lo ha hecho sin permitir oposición política real, con censura estricta y con un modelo que combina planificación quinquenal con apertura selectiva al capital extranjero. 

Vietnam es hoy el contraejemplo perfecto para quienes decían que sin democracia liberal no hay desarrollo sostenido. lo hay y además compite directamente con los países que inventaron esa frase. Rusia merece un capítulo aparte porque su caso es el que más ha herido el orgullo occidental en los últimos 3 años. 

En febrero de 2022, los líderes europeos y estadounidenses anunciaron casi con regocijo el Armagedón financiero contra Moscú. Biden habló de convertir el rublo en escombros. La UE prometió que la economía rusa retrocedería décadas. Más de 15,000 sanciones después. El régimen más duro, jamás impuesto a un país grande. 

Los resultados son los siguientes. Rusia creció un 3,6% en 2023 y proyecta otro 3% en 2024 según el FMI más que Alemania, Francia o Reino Unido. El desempleo está en mínimos históricos, 2,9%. El rublo, tras una devaluación inicial, se ha estabilizado y hoy es más fuerte frente al euro que antes de la guerra. 

Rusia ha desplazado a Arabia Saudita como mayor exportador de petróleo a China e India. Vende más trigo que nunca, casi 50 millones de toneladas anuales. Ha puesto en marcha la ruta del Ártico. Ha firmado acuerdos de gas a 30 años con Pekín y ha visto como países que en teoría debían aislarla. Turquía, India, Brasil, Sudáfrica, Indonesia han multiplicado su comercio bilateral. 

Y no es solo supervivencia, es demostración práctica de que el sistema financiero occidental no es tan omnipotente como se creía. El Swift ya no es la guillotina universal. Existen alternativas. SPFS ruso, CPS chino, UP indio. 

El dólar sigue siendo dominante, pero ya no es incuestionable. El 20% del comercio petróleo gas ruso se hace en rublos o yuanes y la tendencia crece. Países que antes temblaban ante la amenaza de sanciones secundarias hoy observan que Rusia no solo no se ha hundido, sino que ha reorientado su economía hacia el sur global con una rapidez que ha sorprendido incluso a sus aliados. 

Cada uno de estos casos, China, India, Golfo, Vietnam, Rusia, funciona como un ariete contra la arrogancia ideológica que dominó el discurso occidental desde 1989. No se trata de que estos modelos sean moralmente superiores. 

Muchos tienen sombras profundas, represión, desigualdad, corrupción, autoritarismo. Se trata de que funcionan lo suficientemente bien como para que cientos de países en desarrollo saquen una conclusión devastadora. No necesitamos copiar el modelo occidental para prosperar. Podemos elegir nuestro propio camino, mezclar tradición y modernidad, estado y mercado, autoritarismo y eficiencia, identidad cultural y apertura económica y salir adelante. Esa es la verdadera herejía. 

Durante 30 años, Occidente vendió la idea de que sus instituciones eran la única receta válida, que sin elecciones multipartidistas, sin prensa libre, sin justicia independiente, sin derechos individuales, tal y como los define la carta de la ONU de inspiración occidental, un país estaba condenado al estancamiento o al caos. 

La evidencia empírica de 2025 destroza esa pretensión y lo hace no con teorías, sino con rascacielos en Shanghái, trenes Bala en Arabia Saudita, fábricas en Hanoi, silos de grano en Rostov y fondos soberanos que compran el mundo. El impacto psicológico es brutal porque ataca la raíz misma de la identidad colectiva occidental postguerra fría. 

Si nuestros valores no son universales, si otras civilizaciones pueden prosperar sin adoptarlos, entonces, ¿qué nos hace especiales? ¿Qué justifica seguir predicando, sancionando, interviniendo, condicionando préstamos del FMI, exigiendo reformas políticas a cambio de ayuda? La respuesta honesta es nada. Y esa respuesta es intolerable para una élite que construyó toda su legitimidad sobre la certeza de ser el faro moral y práctico de la humanidad. Por eso la reacción no es racional, es visceral. Se responde con negación. 

China colapsará en cualquier momento, con demonización. Todos son regímenes autoritarios con dobles raseros. Las violaciones de derechos humanos en Riad no son como las de Caracas y cada vez más con una militarización del lenguaje y de la política. 

Porque cuando la fe en la superioridad del modelo se rompe, lo único que queda para mantener la sensación de control es la fuerza. Y ahí está el verdadero peligro que Wolf señala entre líneas. La historia no perdona a los imperios. que se niegan a leerla. Cuando Atenas perdió su ventaja económica, intentó compensarlo con la guerra del Peloponeso. 

Cuando España dejó de recibir oro americano, se lanzó a guerras religiosas que la arruinaron cuando el imperio británico vio que no podía competir industrialmente con Alemania y Estados Unidos. Optó por la Primera Guerra Mundial antes que aceptar un mundo multipolar. 

Hoy Estados Unidos y sus aliados europeos se enfrentan al mismo dilema y los síntomas de desesperación están por todas partes. Estos ejemplos no son excepciones ni anomalías, son la nueva normalidad. 

El mundo del siglo XXI no va a parecerse a Washington o Bruselas. va a parecerse a sí mismo, diverso, híbrido, pragmático, a veces autoritario, a menudo caótico, pero definitivamente no subordinado. Y cuanto antes lo aceptemos, menos dolorosa será la transición, porque la alternativa no es mantener el viejo orden, eso ya es imposible. La alternativa es decidir si el nuevo orden nacerá de la cooperación. o de la confrontación. 

Y la historia, una vez más, no espera a que los hegemonías en declive terminen de procesar su duelo. Cuando un imperio pierde la fe en su propia superioridad moral, pierde también la capacidad de justificar su dominio. Durante la Guerra Fría, Estados Unidos podía decirse a sí mismo y al mundo que luchaba contra el totalitarismo comunista. Tras 1991 esa justificación desapareció y fue sustituida por una nueva, la defensa de la comunidad internacional basada en reglas. 

Pero, ¿qué pasa cuando la mayoría del planeta deja de aceptar que esas reglas fueron escritas por y para Occidente? ¿Qué legitimidad tiene seguir imponiendo sanciones secundarias, bloquear activos soberanos o amenazar con intervención militar cuando el argumento ya no convence ni siquiera a aliados tradicionales como Turquía, India o Brasil? 

Esa crisis existencial está empujando a la política exterior occidental hacia una deriva cada vez más agresiva y desesperada. Vemos como el lenguaje se militariza. Ya no se habla de competencia, sino de amenaza existencial. China no es un rival económico, es una amenaza sistémica. Rusia no es una potencia regional con intereses legítimos, es el mal absoluto. Irán, Cuba, Venezuela, Corea del Norte, todos son reducidos a caricaturas para evitar tener que reconocer que simplemente persiguen sus propios intereses nacionales sin pedir permiso a Washington. 

Y aquí entra el peligro que más me preocupa como estudioso de la seguridad internacional. Los hegemonos en declive tienden a ser especialmente peligrosos, precisamente cuando sus instrumentos preferidos, económicos, financieros, culturales, empiezan a fallar. 

La historia está llena de ejemplos. El imperio británico, incapaz de aceptar la independencia india por medios pacíficos, reprimió con violencia extrema hasta que le resultó insostenible. El imperio austrohúngaro se lanzó a la Primera Guerra Mundial antes que aceptar su disolución gradual. 

Japón, estrangulado por el embargo petrolero estadounidense, optó por Pearl Harbor antes que renunciara a su esfera de influencia en Asia. Alemania, humillada por Versalles y asfixiada por la crisis económica, eligió el camino del rearme y la guerra total. Hoy vemos síntomas inquietantemente similares. 

El arsenal económico que durante décadas permitió a Estados Unidos disciplinar al mundo, el dólar como moneda de reserva, Swift como arma financiera, el acceso privilegiado a sus mercados. Está perdiendo eficacia a pasos agigantados. Los países desvaloricen  sus reservas, crean sistemas alternativos de pago, firman acuerdos comerciales que excluyen deliberadamente a Estados Unidos y Europa. 

El BRICS Plus ya es más grande en PIB ajustado por paridad de poder adquisitivo que el G7. Y lo más importante, lo hacen sin pedir permiso y sin que Occidente pueda detenerlo. Cuando un hegemón ve que su poder blando se evapora y su poder duro es cuestionado, la tentación de usar la fuerza militar crece exponencialmente, no porque sea racional, sino porque es lo único que le queda para demostrar que todavía manda. 

Vemos ya los ensayos. expansión de la OTAN hasta las fronteras rusas, a pesar de las advertencias explícitas. Despliegue de misiles en Asia Pacífico apuntando directamente a China. Ejercicios militares cada vez más provocativos en Taiwán y el mar del sur de China. Apoyos sin límites a Israel incluso cuando cruza todas las líneas rojas internacionales. Amenazas constantes contra Irán. 

Richard Wolf propone una alternativa radicalmente distinta, aceptar la multipolaridad y en lugar de resistirla ayudar a gestionarla de forma cooperativa. Eso significaría, por ejemplo, reformar el Consejo de Seguridad de la ONU para incluir de forma permanente a India, Brasil, Sudáfrica y quizá una representación musulmana y otra africana. 

Crear un nuevo Breton Woods que refleje el peso económico real del siglo XXI en lugar de aferrarse a cuotas diseñadas en 1944. Aceptar que el dólar dejará de ser la única moneda de reserva y trabajar en un sistema de múltiples monedas que evite el chantaje financiero. 

Reconocer esferas de influencia legítimas. Rusia en su extranjero cercano, China en el mar del sur de China, India en el océano Índico, Irán en Oriente Medio. Abandonar la pretensión de exportar la democracia liberal por la fuerza y aceptar que diferentes civilizaciones pueden organizarse de formas distintas sin que eso constituya automáticamente una amenaza. 

Esto requiere una humildad que la élite estadounidense ha mostrado muy pocas veces en su historia. La última vez que Washington aceptó algo parecido fue en 1972, cuando Nixon y Kissinger viajaron a Pekín y reconocieron que China continental era la China real, rompiendo con dos décadas de negación. Fue un acto de realismo brutal que evitó una confrontación mayor y permitió 30 años de crecimiento pacífico. Hoy haría falta un gesto de esa magnitud, pero multiplicado por 10, porque la alternativa es sombría. 

Si Occidente sigue aferrándose al unipolarismo muerto, la fragmentación económica se acelerará. Bloques comerciales enfrentados. Guerras arancelarias permanentes, cadenas de suministro militarizadas, carrera armamentística en nuevas tecnologías, IA, espacio, ciber y sobre todo el riesgo real de conflicto directo entre potencias nucleares. 

No hace falta imaginar escenarios apocalípticos. Basta mirar el nivel de tensión actual en Ucrania, Taiwán y Oriente Medio para entender que estamos caminando por el filo de la navaja. La resiliencia rusa ha sido el catalizador que ha hecho saltar por los aires el mito de la omnipotencia económica occidental. 

Lo que debía ser una demostración de fuerza, aislar completamente a Rusia se ha convertido en una demostración de debilidad. El rublo no colapsó. Colapsó el precio del gas en Europa. Las reservas rusas no se agotaron. Se agotó la paciencia de Alemania con su propia desindustrialización. 

Y mientras Occidente se desgarraba debatiendo si enviar tanques o aviones, el resto del mundo observaba y sacaba conclusiones. Si ni siquiera pueden doblegar a Rusia, ¿qué esperanza tienen contra China? Ese es el verdadero cambio tectónico. 

No es solo que Rusia haya sobrevivido, es que su supervivencia ha legitimado estrategias de resistencia que antes se consideraban suicidas. Hoy países de África, América Latina y Asia entienden que pueden decir no a Washington sin que necesariamente les ocurra lo que le ocurrió a Irak o Libia. Pueden comerciar en sus propias monedas. Pueden firmar acuerdos con Pekín o Moscú. pueden abstenerse en la ONU sin que eso signifique el fin del mundo y lo hacen. 

Estamos, por tanto, ante el final de una era, no porque Occidente vaya a desaparecer, seguirá siendo rico, innovador y poderoso, sino porque ya no será el centro indiscutido del mundo. La tragedia de las grandes potencias, como decía Tucidides, no es que caigan, es que suelen arrastrar al resto consigo cuando se niegan a aceptar su nuevo lugar. 

El profesor Richard Wolf nos ha lanzado una advertencia clara y documentada. No es profecía, es análisis. El viejo orden se derrumba. Queramos o no. La cuestión ya no es si aceptaremos la multipolaridad, es si lo haremos con inteligencia y grandeza, o si por orgullo herido y nostalgia imperial tropezaremos hacia una catástrofe que nadie ganará. El reloj corre, el mundo avanza, con o sin nosotros. 

La era del dominio estadounidense incontestado terminó. Ahora toca decidir si el siguiente orden internacional será de cooperación entre iguales o de confrontación entre ruinas. La decisión, por primera vez en décadas, no está solo en manos de Washington y eso, paradójicamente es la mayor esperanza y el mayor peligro de todos ..

https://observatoriocrisis.com/2025/11/29/john-mearsheimer-hoy-paises-de-africa-america-latina-y-asia-pueden-decir-no-a-washington/


viernes, 28 de noviembre de 2025

El neocapitalismo bélico europeo.

 

Las contradicciones entre la UE y EE.UU, y el Plan de Paz de Trump para Ucrania. 


Ángeles Maestro

A las 24 horas de hacerse público el Plan de Paz de Trump para Ucrania, Zelenski dirige un mensaje a su pueblo en el que prácticamente anuncia que EE.UU. le ha dado un ultimátum: “o la pérdida de dignidad o el riesgo de perder un socio clave; 28 puntos complicados o un invierno extremadamente duro”1. Del conjunto del mensaje se deduce que “por duro que sea”, peor sería no aceptarlo.

En este sentido la difusión de las informaciones, precisamente ahora, sobre la corrupción de la cúpula de poder en Ucrania, Zelenski incluido, cuando es un hecho bien conocido desde hace años, ha servido de chantaje político para volcar las voluntades de la cúpula de Kiev hacia el acuerdo.

Acerca de la posición de Rusia no hay ningún misterio. Sus líneas rojas son las que planteó en Estambul en 2022 y que viene repitiendo desde entonces como objetivos innegociables de la Operación Militar Especial: protección de la población del Donbass y demás comunidades de lengua y cultura rusa, y desmilitarización, neutralidad y desnacificación de Ucrania. Todo ello en el marco de garantizar la seguridad de Rusia cercada militarmente de forma progresiva por la OTAN desde la desaparición de la URSS en 1991.

A pesar del silencio cauteloso del Kremlin ante la propuesta, o precisamente por eso, es evidente que el plan responde a lo acordado entre Putin y Trump en Alaska en su reunión del pasado mes de agosto.

Tanto entonces como ahora, ni Ucrania ni la UE han participado en la negociación; se les ha colocado ante hechos consumados.

El acuerdo pone a la UE en una situación especialmente complicada por cuanto el eje central de su política gira en torno a la prolongación de la guerra en Ucrania “hasta el último ucraniano”, al tiempo que se arma hasta los dientes para una guerra de la OTAN contra Rusia en plazo de pocos años. En realidad, uno de los ejes de esa estrategia es inyectar cantidades descomunales de dinero público a la industria armamentística, intentando así paliar la desindustrialización que asola a la UE. El otro es la militarización y la intensificación de la represión de unos pueblos que empiezan a rebelarse ante el paro creciente y el deterioro de sus vidas, y a apuntar con huelgas generales contra la economía de guerra.

Para justificar semejante desatino se ha puesto en marcha una asfixiante propaganda de guerra basada en la demonización de Rusia. Ayer mismo, Andrius Kubilius, Comisario de Defensa de la UE, afirmaba que en “dos años o tres Rusia podría atacar aeropuertos españoles y afectar gravemente al turismo”2; y hace dos días el Jefe de Estado Mayor de Francia declaraba que la población debía prepararse para ver morir a sus hijos en la guerra contra Rusia3.

No cabe duda de que el Plan de Paz en Ucrania es un poderoso torpedo en la línea de flotación de la UE. El hundimiento de la cotización en bolsa de las empresas de armamento refleja la gravedad del asunto. La Comisión Europea y sus gobiernos se quedan sin el argumento central de que “Rusia nos va atacar a todos” con lo que justificaban la prioridad absoluta de la “seguridad” por encima de las pensiones, los servicios públicos, el trabajo o incluso la vida de los jóvenes.

Pero, ¿qué razones hay para que Estados Unidos haya presionado decisivamente a Ucrania para la implementación de un Plan de Paz que, en líneas generales, acepta los objetivos fundamentales de Rusia?

Desde luego nada tienen que ver con el supuesto pacifismo de un Trump dispuesto a ganarse el año próximo el premio Nobel de la Paz.

Las razones son las siguientes:

La primera es la constatación de la victoria clamorosa de Rusia en el frente de batalla a pesar de las ingentes cantidades de armamento, instructores militares y tropas especiales suministradas por la OTAN. Contra esta evidencia, el régimen de Kiev y la UE han estado inventando “victorias”, repetidas como loros por los medios de comunicación. Necesitaban esas mentiras, los de Zelenski para seguir recibiendo dinero, y la UE, para justificar esas mismas transfusiones de armas y de fondos públicos.

La segunda es que EE.UU, inmerso en una gravísima crisis económica, no puede seguir manteniendo a costa del presupuesto público el apoyo militar y económico a una guerra (1)   que no sólo no le conviene sino que, como veremos más adelante, contraviene sus intereses. Por otro lado, el negocio de su complejo militar-industrial está bien asegurado con una UE que ya se ha comprometido con Trump a comprar masivamente armas a la industria militar norteamericana. Si las usan o no, no es su problema.

La tercera es la que probablemente ha presionado más directamente para acabar con el conflicto a la mayor brevedad posible. Trump, como los gobiernos de la UE, es la terminal política de los intereses de las grandes multinacionales. La diferencia es que EE.UU tiene la capacidad de someter a la UE e imponer sus objetivos.

Una vez garantizados los beneficios de las grandes armamentísticas norteamericanas con los presupuestos europeos, los grandes fondos de inversión se aprestan a lanzarse sobre Ucrania.

Unos, como Blackrock, para “reconstruirla”. ¿Recuerdan Iraq?

Otros son propietarios de grandes extensiones de tierras en Ucrania cuya explotación no se compagina bien con la guerra. En este informe4, “se identifica a muchos inversores destacados, entre ellos Vanguard Group, Kopernik Global Investors, BNP Asset Management Holding, NN Investment Partners Holdings, propiedad de Goldman Sachs, y Norges Bank Investment Management, que gestiona el fondo soberano de Noruega. Varios grandes fondos de pensiones, fundaciones y dotaciones universitarias estadounidenses también han invertido en tierras ucranianas a través de NCH Capital, un fondo de capital privado con sede en Estados Unidos”.

Grandes multinacionales como Bayer-Monsanto, Cargill o Dupont tienen grandes intereses en la producción de semillas, pesticidas y fertilizantes.

Finalmente, EE.UU y Ucrania firmaron en julio pasado un acuerdo para la explotación de minerales estratégicos por parte de empresas de EE.UU. Con esa finalidad se creó un Fondo Común de Inversiones, con dotaciones económicas de ambos países, destinado a favorecer inversiones de empresas norteamericanas. Este acuerdo sobre “tierras raras”, clave para EE.UU, serviría como “reembolso” de los miles de millones de dólares transferidos por Washington a Ucrania.

Los datos anteriores explican con claridad que la fracción dominante de la oligarquía imperialista considera que, hoy por hoy, es un negocio más interesante vampirizar los recursos ucranianos, para lo cual necesitan que los misiles rusos dejen de caer sobre las infraestructuras ucranianas, que continuar la guerra. Su representante político, la administración republicana, ha jugado así también el papel de quitarse posibles competidores europeos, como Polonia, interesados en un supuesto reparto de Ucrania.

(Publicado en el sitio web de Coordinación de Núcleos Comunistas el 23 de noviembre de 2025)


  1. Mensaje de Zelenski al pueblo: Este es uno de los momentos más difíciles en la historia de Ucrania 

  2. https://as.com/actualidad/politica/la-advertencia-del-comisario-de-defensa-de-la-ue-rusia-puede-lanzar-drones-sobre-los-aeropuertos-espanoles-f202511-n/ 

  3. https://www.france24.com/es/francia/20251120-frente-a-los-alcaldes-de-francia-el-jefe-del-estado-mayor-prepara-a-la-poblaci%C3%B3n-para-la-guerra 

  4. https://www.oaklandinstitute.org/sites/default/files/files-archive/takeover-ukraine-agricultural-land.pdf 


Nota  del Blog (!) .---Según Walter Formento, director del Centro de Investigaciones en Política y Economía [CIEPE],
Y  profesor de Teoría de la Dominación y Metodología de la investigación en la Universidad Nacional de la Plata.. El neocapitalismo  bélico  de varios países europeos, si no todos, han ‘desbloqueado’ un nuevo nivel de pánico. Esa que les hace temblar las piernas. Y pasó a esta nueva ‘pantalla’ tras conocerse el nuevo plan de paz del presidente de EEUU, Donald Trump. Así las cosas, el Reino Unido “teme” que sus planes de “seguir ganando dinero con la sangre de los ucranianos, puedan ser frustrados por la actividad pacificadora de Donald Trump”, por lo que “para esta ocasión los británicos han preparado ‘una alternativa de seguro’”, apunta el organismo. “Los ingresos de la guerra prácticamente salvan la economía británica de un fracaso. Las empresas del complejo militar-industrial británico, en otro tiempo problemáticas, se han convertido en ‘una locomotora’ de la industria nacional”, reza el comunicado del SVR. “ Y esto da cuenta de la profunda necesidad estructural que tienen el Reino Unido y toda la Unión Europea, que hoy expresan directamente los intereses de Davos y de la OTAN que consiste en darle continuidad a una guerra [conflicto ucraniano] que se encuentra ya en su segundo tramo, porque ya en el primer momento fueron derrotados”. “En ese primer momento donde fueron derrotados, se vieron obligados a replegarse sobre la Unión Europea, porque ya no lo pudieron hacer sobre EEUU porque allí ya habían sido desbancados por el presidente [Donald] Trump, que expresa intereses contrarios a la OTAN, a Davos, y a los intereses financieros globales dentro de EEUU. Entonces hoy solo cuentan con la Unión Europea. Pero particularmente se encuentran presionados desde dos frentes: el de los BRICS y el de EEUU. Por lo tanto, los grandes intereses globales, financieros de Davos que hoy controla la Unión Europea, se encuentran frente a este desafío estratégico–estructural, en una posición de debilidad”, concluye Formento. En este escenario, la perspectiva de una posible paz en Ucrania también ha provocado nerviosismo entre los inversores de la industria de defensa de Alemania, el segundo mayor proveedor de armas de Kiev después de EEUU, haciendo caer las acciones de importantes fabricantes de armas y equipos bélicos como Rheinmetall, Hensoldt y Thyssenkrupp Marine Systems y Renk.