viernes, 23 de mayo de 2025

Un rey sin nación .

                                                                    

Reseña de La monarquía del 18 de julio: la restauración de un anacronismo político (Laetoli, 2024), de José Cantón

Una corona surgida de la «legitimidad del 18 de julio»

   

 

Es oportuno preguntarse cómo se llegó a la definición del rey como símbolo de la “unidad y permanencia del Estado”… Esa función sólo tiene sentido en una autoridad emanada directamente del pueblo, elegida democráticamente.


A lo largo de la historia de España, al menos desde los tiempos de la reina Isabel de Castilla y el rey Fernando de Aragón (recordemos que en momentos anteriores existieron también emiratos y califatos en el territorio peninsular, no solo reinos), la forma habitual de organizar políticamente el Estado fue bajo la jefatura de un rey o reina (o un regente); sin embargo, la monarquía actual no es heredera de esa tradición histórica española, a pesar de lo que establece el artículo 57 de la Constitución española de 1978, en el que se puede leer: “la Corona de España es hereditaria en los sucesores de S. M. Don Juan Carlos I de Borbón, legítimo heredero de la dinastía histórica”.

Al margen de si Juan Carlos de Borbón es el legítimo heredero de Alfonso XIII —ríos de tinta se han gastado para justificar esa línea sucesoria, lo cual ya es una señal evidente de que no está todo tan claro…—, lo cierto es que para conseguir la restauración de la “Corona de España” —como se dice en la CE78—, en la figura de Juan Carlos de Borbón, fueron determinantes tres hechos históricos que nada tienen que ver con la continuidad histórica de la dinastía borbónica, que ya había sido interrumpida en tres ocasiones anteriores: en 1871 con la proclamación del rey Amadeo I, que pertenecía a la dinastía de los Saboya; en 1873, cuando las mismas Cortes que escucharon la abdicación de Amadeo I proclamaron la I República española; y, en 1931, cuando tras la partida de Alfonso XIII el comité político de transición transfiere el poder al primer gobierno provisional de la II República, una República que no pondrá “término a la misión histórica que se había impuesto” hasta el 21 de junio de 1977, tras la muerte del dictador.

El primero de los tres hechos que determinaron la segunda restauración borbónica, entonces, fue el golpe de Estado instigado por la oligarquía industrial y financiera, así como por los terratenientes y la Iglesia, y protagonizado por un grupo de militares “africanistas” que no dudaron en romper su compromiso de lealtad hacia la República el 18 de julio de 1936, que al fracasar dio comienzo a un enfrentamiento armado entre los golpistas —que antepusieron su codicia al principio supremo de cualquier militar, aquel que enunciara Simón Bolívar, el Libertador, cuando dijo: “maldito sea el soldado que apunta su arma contra su pueblo”—, y quienes salieron en defensa de la legalidad republicana —muchas veces sin que llegase a mediar la posibilidad de combatir en defensa de la República, como bien saben en Galicia… y otros lugares que quedaron bajo las botas de los militares fascistas en apenas unos pocos días—.

El segundo hecho fundamental en el camino hacia la segunda restauración borbónica tuvo lugar el 23 de julio de 1969. Ese día, conforme a la ley de sucesión de 1947, por la que se define a España como un reino (con trono vacante, se entiende, ya que la jefatura del Estado estaba en manos del dictador) y se establecían los mecanismos sucesorios a la Jefatura del Estado español, que de acuerdo con el artículo 5 de esa ley sería la persona que Franco designase, Juan Carlos de Borbón era nombrado Príncipe de España, lo que le garantizaba que iba a suceder al dictador en la Jefatura del Estado a título de Rey una vez que “por la ley natural” la “capitanía” del genocida “faltase”. En el discurso de aceptación de su nombramiento como Príncipe de España pronunció las siguientes palabras: “Quiero expresar en primer lugar, que recibo de Su Excelencia el Jefe del Estado y Generalísimo Franco, la legitimidad política surgida el 18 de julio de 1936, en medio de tantos sacrificios, de tantos sufrimientos, tristes, pero necesarios, para que nuestra patria encauzase de nuevo su destino”.

El tercer hecho tuvo lugar el 22 de noviembre de 1975, dos días después de la muerte del tirano. Ese día Juan Carlos de Borbón, en ese momento Príncipe de España, juró “por Dios y sobre los Santos Evangelios cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los Principios que informan el Movimiento Nacional”.

Entre ese día y el 11 de mayo de 1978, día en el que se aprueba el artículo 1 de la CE78, que establece que “la forma política del Estado español es la monarquía parlamentaria”, los ideólogos de la Corona —en un patético remedo de los esfuerzos realizados por Cánovas y Sagasta para restaurar por primera vez a los Borbón en el trono de España, allá por los años 1870—, entre los que se encontraba Manuel Fraga Iribarne, lucharon por imponer —y lo lograron— un discurso que presentaba al rey de España, en tanto que jefe de Estado, como “símbolo de su unidad y permanencia, [que] arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica, y ejerce las funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes”. Una vez refrendada por el pueblo español la CE78, durante el discurso de promulgación que pronunció Juan Carlos de Borbón el 27 de diciembre de 1978 llegó a decir: “Y hoy, como Rey de España y símbolo de la unidad y permanencia del Estado, al sancionar la Constitución y mandar a todos que la cumplan, expreso ante el pueblo español, titular de la soberanía nacional, mi decidida voluntad de acatarla y servirla”. Insistiendo en esa función simbólica… y sin llegar a jurar la Constitución, simplemente mostrando su “decidida voluntad de acatarla y servirla”.

En este sentido, es oportuno preguntarse cómo se llegó a la definición del rey como símbolo de la “unidad y permanencia del Estado”, una atribución simbólica que no existía en ninguna de las constituciones monárquicas anteriores (1812, 1837, 1845, 1856, 1869 y 1876); todo lo contrario, la primera vez que se expresa una idea semejante es en el artículo 82 de la Constitución republicana de 1873, que señala como una de las funciones del presidente de la República la de “personificar el poder supremo y la suprema dignidad de la Nación”; idea que recoge la Constitución republicana de 1931, que establece en su artículo 67 que “el presidente de la República es el jefe del Estado y personifica la Nación”. Es decir, en la tradición histórica española la Corona no representaba la unidad y permanencia de España porque el legislador español sabía que la autoridad del rey no emanaba de la Nación. Esa es la razón por la cual las constituciones de 1812, 1837, 1856 y 1869 (progresistas) establecían que la soberanía residía “esencialmente” en la Nación, reconociendo veladamente algo que las constituciones de 1845 y 1876 (conservadoras) reconocían abiertamente: que la corona comparte la soberanía con la nación; he ahí el motivo por el cual el rey nunca se había reconocido como “símbolo de la unidad y permanencia del Estado”. Esa función únicamente tiene sentido en una autoridad que emana directamente del pueblo, es decir, que fue elegida democráticamente.Precisamente a analizar los esfuerzos de los ideólogos de la monarquía actual para legitimar la restauración de una institución anacrónica, que no hunde sus raíces en un pasado dinástico, sino en la voluntad de Franco, autoproclamado “caudillo de España” y, según el artículo sexto de la ley orgánica del Estado, “representante supremo de la Nación española [que] personifica la soberanía nacional”, es la tarea que asume José Cantón en una obra imprescindible: La monarquía del 18 de julio: la restauración de un anacronismo histórico (Laetoli, 2024).

Este artículo fue editado originalmente en Mundo Obrero.

https://rebelion.org/una-corona-surgida-de-la-legitimidad-del-18-de-julio/

 

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lunes, 19 de mayo de 2025

Gaza, Vietnam sionista .

   

Israel ha perdido ya la guerra de Gaza, aunque aún no lo sepa

   David Hearst

Fuentes: Voces del Mundo [Foto: Miles de personan retornan a lo que queda de sus casa en el norte de Gaza en enero de 2025]

En el último episodio del concurso televisivo “The White House on Uber: How to pre-purchase a US President” (La Casa Blanca en Uber: Cómo precomprar a un presidente estadounidense) pareció, fugazmente, que el presentador estaba leyendo el guion correcto.

El presidente estadounidense Donald Trump dijo en Arabia Saudí que el intervencionismo liberal era un desastre. Es cierto. Dijo que no se pueden destruir y rehacer naciones. La Rusia postsoviética, Afganistán, Iraq, Libia y Yemen son prueba de ello. Dejó de bombardear Yemen y revirtió décadas de sanciones contra Siria, bloqueando en el proceso dos de las rutas clave de Israel hacia el dominio regional: la división de Siria y el inicio de una guerra con Irán.

Y digo fugazmente porque, como con Irán se ha repetido este guion muchas veces en las negociaciones sobre su programa nuclear, lo que un presidente estadounidense promete y lo que cumple son dos cosas diferentes.

Entre quienes se vieron sorprendidos por el anuncio de Trump de suspender las sanciones contra Siria se encontraban sus propios funcionarios del Tesoro estadounidense. El cese de las múltiples sanciones impuestas a Siria desde que Estados Unidos incluyó al país en su lista de Estados patrocinadores del terrorismo en 1979 no es fácil, ni será rápido ni exhaustivo.

Tenemos la Ley César de Protección Civil de Siria, que habría que revocar en el Congreso, aunque Trump podría suspender partes de ella por razones de seguridad nacional. Las sanciones en sí, una combinación de órdenes ejecutivas y estatutos, podrían tardar meses en desmantelarse. Hay margen para poner en marcha más maniobras de freno. Este episodio en particular del programa costó a sus patrocinadores, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Qatar, sumas asombrosas de dinero, más de 3 billones de dólares y la cifra sigue aumentando, una cifra elevada incluso para los estándares del Golfo.

Misión letal

Son 600.000 millones de dólares por parte de Arabia Saudí, 1,2 billones de dólares en acuerdos con Qatar, un 747 personal para uso presidencial, una torre para el hijo de Trump, Eric, en Dubái, y mucho más por llegar, incluyendo acuerdos de criptomonedas con la empresa familiar World Liberty Financial.

Los árabes más ricos competían entre sí para rendir homenaje al último emperador de Washington.

Mientras esta opulenta exhibición de riqueza se desarrollaba en Riad y Doha, Israel conmemoraba el aniversario de la Nakba de 1948 asesinando a tantos palestinos como podía en Gaza.

El miércoles fue uno de los días más sangrientos en Gaza desde el abandono unilateral del alto el fuego por parte de Israel. Murieron alrededor de 100 personas. Se lanzaron bombas antibúnkeres cerca del hospital europeo de Jan Yunis, un ataque dirigido contra Muhammad Sinwar, líder de facto de Hamás en Gaza. Su muerte no se ha confirmado aún.

Al igual que el asesinato de su hermano, el difunto líder de Hamás, Ismail Haniyeh, en Teherán, Israel tenía como objetivo a un negociador clave en un momento en el que alegaba que pretendía negociar.

Mis fuentes me indican que, justo antes de que Israel reanudara sus ataques el 18 de marzo, los líderes políticos de Hamás en el extranjero habían aceptado un acuerdo con los estadounidenses que habría conllevado la liberación de más rehenes a cambio de una extensión del alto el fuego, pero sin garantías de que la guerra terminara. Sin embargo, Sinwar lo rechazó y, en consecuencia, el acuerdo no se llevó a cabo.

Si efectivamente han matado a Sinwar, llevará tiempo restablecer las comunicaciones seguras dentro de Hamás con uno de los varios hombres que ahora podrían ocupar su lugar.

Su intento de asesinato o su asesinato real prueban, si es que hace falta más, que el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, no tiene intención de recuperar con vida a los rehenes restantes. Un acuerdo sobre los rehenes requiere que las fuerzas de Hamás mantengan el mando y el control. Una lucha de guerrillas no necesita nada de eso.

La misión de Netanyahu en Gaza, que consiste en matar de hambre y bombardear a tantos de los 2,1 millones de palestinos del enclave como sea posible, se ha vuelto tan clara, tan obvia, que ni siquiera la mal llamada comunidad internacional puede ignorarla.

Tom Fletcher, subsecretario general de la ONU para Asuntos Humanitarios, declaró ante el Consejo de Seguridad: “Por los asesinados y aquellos cuyas voces son silenciadas: ¿qué más pruebas necesitan ahora? ¿Actuarán ya con decisión para parar el genocidio y garantizar el respeto del derecho internacional humanitario?”.

El presidente francés, Emmanuel Macron, calificó de “vergonzosa” la política de Israel en Gaza. El presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, calificó a Israel de “Estado genocida” en su intervención en el Parlamento, señalando que Madrid “no hace negocios” con un país así.

Traición masiva

Pero ni una sola palabra pública de condena sobre el comportamiento de Israel en Gaza le dirigió a Trump Mohammed bin Salman, príncipe heredero y gobernante de facto de Arabia Saudí, ni el presidente de los Emiratos Árabes Unidos, Mohammed bin Zayed, ni el emir catarí, el jeque Tamim bin Hamad al Thani.

La farsa en el Golfo fue una traición masiva a los palestinos, pero como bien saben, los gobernantes árabes tienen todo un historial de abandono.

En el pasado, esperaban unos meses o años considerables tras una derrota militar para hacerlo. Después de la guerra de 1967, los líderes árabes tardaron un tiempo en hablar de una solución pacífica para la Cisjordania y Gaza ocupadas. Hoy, abandonan a los verdaderos héroes del mundo árabe, que mueren de hambre y son bombardeados hasta la muerte.

Tanto Hamás como Hizbolá se han visto gravemente debilitados, aunque dudo que los golpes que han recibido sean fatales. Pero Hamás sigue luchando sobre el terreno, como sigue demostrando el número de bajas militares israelíes en Gaza, del que no se informa con precisión. Ningún guardia ha entregado a su rehén para salvar su propia vida.

El espíritu de resistencia en Gaza no ha sido derrotado. De hecho, los paralelismos con otra derrota histórica de las fuerzas coloniales, la francesa y la estadounidense, no han hecho más que fortalecerse.

En cierto sentido, no hay comparación entre Gaza y la guerra de Vietnam. La fuerza que Israel utiliza hoy en Gaza eclipsa la empleada por John F. Kennedy, Lyndon B. Johnson y Richard Nixon, los tres presidentes estadounidenses cuyos mandatos fueron condenados por Vietnam.

En un lapso de ocho años, Estados Unidos lanzó más de cinco millones de toneladas de bombas sobre Vietnam, convirtiéndolo en el lugar más bombardeado del mundo. Para enero de este año, Israel había lanzado al menos 100.000 toneladas de bombas sobre Gaza. Dicho de otro modo, Estados Unidos lanzó alrededor de 15 toneladas de explosivos por kilómetro cuadrado en Vietnam, mientras que Israel ha lanzado 275 toneladas por kilómetro cuadrado en Gaza (y suma y sigue), una cifra 18 veces superior.

Dicho esto, otros puntos de comparación impactan profundamente sobre una guerra, que aún deja cicatrices en Estados Unidos, y la guerra actual en Gaza, que Netanyahu se propone profundizar al intentar reocupar el territorio permanentemente.

Déjà vu devastador

La generación actual de observadores de guerra solo puede experimentar una devastadora sensación de déjà vu al ver el relato minuciosamente completo del conflicto en la nueva miniserie “Momentos decisivos: La guerra de Vietnam”.

La inutilidad, ya reconocida, de la campaña militar estadounidense contra el Viet Cong se refleja y amplifica con los intentos del ejército israelí de borrar del mapa a Hamás.

A medida que la participación estadounidense en la guerra de Vietnam se expandía y Washington tenía que abandonar la farsa de que más de 16.000 soldados y pilotos “asesoraban” al ejército survietnamita, tanto Washington como Saigón tuvieron claro que tendrían que expulsar al Viet Cong del territorio y recuperar el control gubernamental de unas 12.000 aldeas.

Probablemente nada puso a los aldeanos de Vietnam del Sur en contra de Estados Unidos y de su propio gobierno en Saigón más rápido que el “Programa de Aldeas Estratégicas”. Se trataba de asentamientos fortificados donde los aldeanos que habían sido expulsados ​​de sus tierras ancestrales por las tropas estadounidenses se verían obligados a reasentarse. En la jerga de los noticiarios de la época, los aldeanos podían comenzar una nueva vida purgados de los comunistas. Como lo expresó Thomas Bass, autor de Vietnamerica: The War Comes Home: “Estas regiones enteras serían declaradas zona abierta a ataques”.

Estrechamente ligado a esto, estaba otro supuesto del programa de “pacificación” estadounidense, el padre de la contrainsurgencia actual. Aquella surgió de las dificultades de los soldados estadounidenses para distinguir entre civiles y combatientes. La solución residía en tratar como enemigo a cualquier vietnamita que se encontrara en una “zona de fuego libre” declarada y abrir fuego sin consultar a la cadena de mando.

Un exmarine estadounidense declaró: “Nos enseñaron que todos los vietnamitas eran libres de irse y que todos los vietnamitas que se quedaban formaban parte de la infraestructura del Viet Cong. Simplemente se buscaba gente y se la mataba, y se podía matar como y cuanto se quisiera”.

Se esperaba que los comandantes regresaran con un alto número de bajas. Todos los muertos, incluidas mujeres y niños, eran tratados como comunistas muertos: “Me dijeron que, si matábamos a 10 vietnamitas por cada estadounidense, ganaríamos”, declaró otro veterano de Vietnam. Los aldeanos morían de hambre en sus campamentos libres del Viet Cong porque perdieron el acceso a sus arrozales. Sin embargo, el objetivo principal no era alimentarlos, sino desalojar el campo. Como resultado, los aldeanos huyeron y el Viet Cong se acercó cada vez más a las ciudades.

En un momento dado, hasta el 70% de los aldeanos que se ofrecieron como voluntarios para unirse al Viet Cong eran mujeres. Tran Thi Yen Ngoc, del Frente de Liberación Nacional, declaró: “Nos llamaban el Viet Cong, pero éramos el ejército de liberación. Todos éramos camaradas y nos considerábamos una sola familia. Cuando una persona caía, otras cinco o siete daban un paso al frente”.

“Caos terrible”

Hay otras dos similitudes entre la actualidad y 1968: las protestas y la brutal represión en los campus universitarios estadounidenses, y hasta qué punto los ejércitos estadounidense e israelí sintieron la necesidad de deshumanizar a su enemigo antes de cometer atrocidades. Tras la masacre de My Lai en 1968, en la que murieron alrededor de 500 civiles inocentes y desarmados en tan solo unas horas, el comandante estadounidense, general William Westmoreland, afirmó que la vida era barata para los vietnamitas: “Un oriental no valora la vida tanto como un occidental”.

Los líderes israelíes van mucho más allá de Westmoreland. Llaman a los palestinos animales humanos.

De hecho, toda esta historia de décadas atrás suena inquietantemente pertinente a la actualidad en Gaza y la Cisjordania ocupada.

En una entrevista el 29 de octubre de 2023, apenas unas semanas después del inicio de la guerra, Giora Eiland, un general de división retirado de la reserva, afirmó que Israel no debería permitir la entrada de ayuda humanitaria al territorio: “El hecho de que nos estemos derrumbando ante la ayuda humanitaria a Gaza es un grave error… Gaza debe ser completamente destruida y convertirla en un caos terrible, una grave crisis humanitaria, un clamor al cielo”.

Más tarde razonó: “Toda Gaza morirá de hambre, y cuando Gaza muera de hambre, cientos de miles de palestinos estarán furiosos y molestos. Y la gente hambrienta será la que dará un golpe de estado contra [Yahya] Sinwar, y eso es lo único que les preocupará”.

Nada de eso ocurrió, pero el razonamiento de Eiland se conoció como el Plan de los Generales, que inicialmente se aplicó al norte de Gaza, donde aún quedaban 400.000 palestinos.

El plan para vaciar el norte de Gaza fracasó, ya que cientos de miles de personas regresaron a sus hogares durante el reciente alto el fuego, a pesar de que no quedaba nada de ellos.

Un billete de ida

Pero la táctica de matar de hambre y desalojar ha cobrado nueva vida en la actual operación militar israelí, llamada “Carros de Gedeón”. En lo que Netanyahu ha llamado repetidamente la “etapa final” de la guerra, el plan consiste en obligar a más de dos millones de palestinos a refugiarse en una nueva “zona estéril” alrededor de Rafah.

A los palestinos solo se les permitirá la entrada tras ser controlados por las fuerzas de seguridad. Y es un billete de ida: nunca podrán regresar a sus hogares, que están siendo completamente demolidos.

“El ejército israelí, en cooperación con el Shin Bet [la agencia de seguridad nacional israelí], establecerá puestos de control en las carreteras principales que conducirán a las zonas donde se alojarán los civiles gazatíes en la zona de Rafah”, informó Ynet. Netanyahu declaró el martes que podría aceptar un alto el fuego temporal en Gaza, pero no se comprometería a poner fin a la guerra en el enclave palestino.

Lo que Vietnam hizo por Lyndon B. Johnson y Nixon, Gaza lo hará por Netanyahu y su sucesor como primer ministro, probablemente Naftali Bennett. Netanyahu está mucho más enfermo de cáncer de lo que se reconoce públicamente, según fuentes británicas que lo visitan regularmente.

Dos factores pusieron fin a la guerra de Vietnam, y con ella a más de un siglo de lucha para liberar al país de un amo colonial: la determinación de los vietnamitas y la opinión pública estadounidense.

Estos mismos dos factores conducirán al pueblo palestino a su propio Estado: la determinación de los palestinos de quedarse y morir en su tierra, y la opinión pública occidental, que ya se está volviendo rápidamente contra Israel. Obsérvenlo con atención. Se está infiltrando en la derecha y está firmemente asentado en la izquierda. Etiquetar las críticas legítimas al genocidio como antisemitas ya no funcionará. Ese rayo ya se ha disparado.

Es tanto en Palestina como en los corazones y las mentes de Occidente —de donde surgió el proyecto sionista y del que tanto depende— donde se libra esta guerra.

Israel podrá ganar cada batalla, como hicieron los estadounidenses en Vietnam, pero perderá la guerra.

David Hearst es cofundador y redactor jefe de Middle East Eye, así como comentarista y conferenciante sobre la región y analista en temas de Arabia Saudí. Fue redactor jefe de asuntos exteriores en The Guardian y corresponsal en Rusia, Europa y Belfast. Con anterioridad, fue corresponsal en temas de educación para The Scotsman.

Texto original: Middle East Eye, traducido de inglés por Sinfo Fernández.

Fuente: https://vocesdelmundoes.com/2025/05/18/israel-ha-perdido-ya-la-guerra-de-gaza-aunque-aun-no-lo-sepa/


 El colapso del sionismo

 

https://www.elviejotopo.com/topoexpress/el-colapso-del-sionismo/  


 

viernes, 16 de mayo de 2025

La prensa angloamericana condena el genocidio Israel.

Puede que las ratas estén empezando a huir del barco del genocidio

   
Fuentes: Blog Rafael Poch

Tras año y medio de atrocidades genocidas, los consejos editoriales de numerosos medios de prensa británicos se han pronunciado de repente contra la embestida de Israel en Gaza. Los canallas mediáticos del establishment están oliendo cierto cambio en la dirección del viento

La primera gota de lluvia llegó la semana pasada de la mano de The Financial Times en un artículo del consejo editorial titulado «El vergonzoso silencio de Occidente sobre Gaza», que denuncia a Estados Unidos y Europa por no haber «emitido apenas una palabra de condena» de la criminalidad de su aliado, afirmando que «deberían avergonzarse de su silencio y dejar de permitir que Netanyahu actúe con impunidad».

Luego vino The Economist con un artículo titulado «La guerra en Gaza debe terminar», que argumenta que Trump debería presionar al régimen de Netanyahu para un alto el fuego, diciendo que «Las únicas personas que se benefician de continuar la guerra son el señor Netanyahu, que mantiene su coalición intacta, y sus aliados de extrema derecha, que sueñan con vaciar Gaza y reconstruir los asentamientos judíos allí.» 

El sábado llegó un editorial de The Independent titulado «End the deafening silence on Gaza – it is time to speak up» («Acabemos con el ensordecedor silencio sobre Gaza: es hora de alzar la voz»), en el que se afirmaba que el primer ministro británico Keir Starmer «debería avergonzarse de no haber dicho nada, sobre todo ahora que Netanyahu ha anunciado nuevos planes para ampliar el ya devastador bombardeo de Gaza», y se afirmaba que «es hora de que el mundo despierte ante lo que está ocurriendo y exija el fin del sufrimiento de los palestinos atrapados en el enclave».

El domingo, el consejo editorial de The Guardian se sumó con un escrito titulado «La opinión de The Guardian sobre Israel y Gaza: Trump puede detener este horror. La alternativa es impensable», afirmando que »el presidente estadounidense tiene la influencia para forzar un alto el fuegoSi no lo hace, señalará implícitamente la aprobación de lo que parece un plan de destrucción total.»

«¿Qué es esto, si no un genocidio?» pregunta The Guardian. «¿Cuándo actuarán Estados Unidos y sus aliados para detener el horror, si no es ahora?».

Para que quede claro, se trata de editoriales, no de artículos de opinión. Esto significa que no son la expresión de la opinión de una persona, sino la posición declarada de cada medio en su conjunto. Hemos visto algún que otro artículo de opinión crítico con las acciones de Israel durante el holocausto de Gaza en la prensa occidental dominante, pero que los medios de comunicación denuncien agresivamente a Israel y a sus patrocinadores occidentales de una vez es algo muy nuevo. 

Algunos partidarios de Israel desde hace mucho tiempo también han empezado a cambiar inesperadamente de tono a título individual. El diputado conservador Mark Pritchard declaró la semana pasada en la Cámara de los Comunes que había apoyado a Israel «a toda costa» durante décadas, pero dijo que «me equivoqué» y retiró públicamente ese apoyo por las acciones de Israel en Gaza.

«Durante muchos años -llevo veinte en esta Cámara- he apoyado a Israel prácticamente a toda costa, francamente», dijo Pritchard. «Pero hoy quiero decir que me equivoqué y condeno a Israel por lo que está haciendo al pueblo palestino en Gaza y, de hecho, en Cisjordania, y me gustaría retirar mi apoyo ahora mismo a las acciones de Israel, a lo que están haciendo ahora mismo en Gaza».

«Me preocupa mucho que éste sea un momento de la historia en el que la gente mire hacia atrás, en el que nos hayamos equivocado como país», añadió Pritchard

El experto proisraelí Shaiel Ben-Ephraim, que había estado denunciando agresivamente a los manifestantes del campus y acusando a los críticos de Israel de «libelo de sangre» durante todo el holocausto de Gaza, ha salido ahora al paso y ha admitido públicamente que Israel está cometiendo un genocidio al que hay que oponerse.

«Me ha llevado mucho tiempo llegar a este punto, pero es hora de afrontarlo. Israel está cometiendo un genocidio en Gaza», tuiteó Ephraim recientemente. «Entre el bombardeo indiscriminado de hospitales, la inanición de la población, los planes de limpieza étnica, la matanza de cooperantes y los encubrimientos, no hay escapatoria. Israel está intentando erradicar al pueblo palestino. No podemos detenerlo a menos que lo admitamos».

Es extraño que toda esta gente haya tardado un año y medio en llegar a este punto. Yo mismo tengo una tolerancia mucho menor hacia el genocidio y el asesinato masivo de niños. Si llevas diecinueve meses montado en el tren del genocidio, resulta un poco raro empezar de repente a gritar sobre lo terrible que es y exigir que se pise el freno de repente.

Estas personas no han desarrollado repentinamente una conciencia, sólo están oliendo lo que hay en el viento. Una vez que el consenso pasa de cierto punto, naturalmente va a haber una carrera loca para evitar estar entre los últimos en oponerse, porque sabes que llevarás esa marca el resto de tu vida en público después de que la historia haya visto claramente lo que hiciste.

Después de todo, esto llega en un momento en que la administración Trump está empezando a molestar a Netanyahu, llevando recientemente al primer ministro israelí a decir «creo que tendremos que desintoxicarnos de la ayuda de seguridad de EE.UU.» cuando Washington pasó por encima de Tel Aviv y negoció directamente con Hamás para asegurar la liberación de un rehén estadounidense. Al parecer, Estados Unidos está dejando a Israel fuera cada vez más de sus negociaciones sobre asuntos internacionales en lugares como Yemen, Arabia Saudí e Irán. Algo está cambiando.

Así que si sigues apoyando a Israel después de todo este tiempo, mi consejo es que hagas un cambio mientras puedas. Todavía estás a tiempo de ser el primero entre los canallas en la loca carrera de ratas para evitar ser el último en empezar a actuar como si siempre te hubieras opuesto al holocausto de Gaza.

Publicado en: Caitlin Johnstone – Multiple Western Press Outlets Have Suddenly Pivoted Hard Against Israel – Brave New Europe

Publicado en castellano en: https://rafaelpoch.com/2025/05/13/puede-que-las-ratas-esten-empezando-a-huir-del-barco-del-genocidio/

lunes, 12 de mayo de 2025

Alemania y el proceso censor que se vive en toda Europa.

 

Cómo «censura» se transformó en «lucha contra la desinformación»: Una historia alemana en seis pasos

Este artículo, publicado en junio de 2024, describe el avance, en Alemania, del proceso censor que se vive en toda Europa. Desde entonces, la histeria antirusa y el apoyo directo al genocidio en Gaza, sitúan a Alemania en una clara vía de regreso a lo peor de su historia nacional: autoritarismo, miseria moral y militarismo revanchista.

Autora: Maike Gosch


Antes se llamaba «censura» cuando las autoridades estatales restringían, controlaban o prohibían las opiniones impopulares y disidentes. Desde hace algún tiempo, este término casi ha desaparecido del discurso público, y con él todo el patrimonio político, jurídico y cultural que iba de la mano del debate sobre la censura y la lucha por la libertad de expresión. En su lugar, la «lucha contra la desinformación» se ha convertido en un concepto y una actividad omnipresentes. ¿Cómo se ha producido este cambio de discurso, qué intereses y actores hay detrás y qué crisis han favorecido las etapas intermedias de esta evolución?

Etapa 1: 2014 – Ucrania

Tras el violento cambio de gobierno en Kiev en 2014, todos los medios de comunicación, ya fueran conservadores de derechas o liberales de izquierdas, comenzaron a informar sobre los acontecimientos en Ucrania con un fuerte sesgo a favor del cambio de régimen y del nuevo gobierno apoyado por Occidente, al tiempo que se mostraban muy críticos con las fuerzas del este de Ucrania y Rusia. Muchos lectores, oyentes y telespectadores se percataron de ello y provocó protestas masivas en Internet y fuera de la red. Lo recuerdo bien: fue como un cambio radical en nuestro panorama mediático. De repente, todos los periodistas y comentaristas parecían haberse convertido en propagandistas. No era tan obvio y descarado como ahora, pero sí suponía un cambio notable con respecto a la forma en que se había informado y debatido sobre cuestiones geopolíticas hasta entonces.

De repente sólo había un lado bueno. Había muy pocos matices y apenas se cubrían otros puntos de vista o perspectivas. Era difícil no tener la sensación de que algo debía estar ocurriendo en Ucrania y en Alemania para preparar a los políticos y a los medios de comunicación a difundir estos relatos tan sesgados y en ocasiones abiertamente manipuladores. Esta clara parcialidad fue percibida por muchos ciudadanos, y los periódicos y las cadenas de televisión se vieron posteriormente inundados de comentarios y quejas. El término «prensa mentirosa», que había sido utilizado por los nazis pero también anteriormente en la historia alemana, renació.

El público empezó a dividirse en dos partes: una consistía en personas que creían en la línea mediática y la otra en personas que la criticaban. Esto llevó a la fundación o crecimiento de muchos proyectos de medios alternativos que querían contrarrestar la línea mediática unilateral y uniforme. Uno de los proyectos con más éxito fue KenFM, del periodista alemán Ken Jebsen, que también organizó -junto con Sahra Wagenknecht y otros- manifestaciones a favor de la paz con Rusia y contra la retórica bélica, lo que dio lugar a las primeras acusaciones de «frente cruzado» (es decir, una alianza de derecha e izquierda que recordaba la caótica situación política de la República de Weimar en los años veinte y principios de los treinta en Alemania). La acusación de extremismo de derechas también se lanzó contra los organizadores y firmantes de un manifiesto por la paz, presumiblemente para disuadir a los miembros de la izquierda que se habían unido o estaban interesados en unirse, y más en general para desacreditar a cualquier activista por la paz a los ojos de la opinión pública.

El término despectivo «teórico de la conspiración», que hasta entonces había tenido una existencia más bien marginal, también salió a relucir y ahora ocupaba un lugar central en casi todos los artículos sobre el movimiento. Este fue el primer paso, por así decirlo: se había abierto una brecha entre la opinión y la valoración de los medios de comunicación y de las élites políticas, y las de la población. En este caso, fueron sobre todo los miembros de una clase media más bien izquierdista y bien educada los que se rebelaron contra un panorama mediático que parecía haberse desplazado bastante a la derecha en términos de postura antirrusa y pro OTAN.

Yo era amiga de periodistas en aquella época y aún recuerdo conversaciones con ellos en las que no entendían las acusaciones de parcialidad o propaganda e insistían en que ellos eran realmente la «prensa libre» e informaban con la misma objetividad de siempre. No aceptaban en absoluto las críticas y estaban firmemente convencidos de que las personas que les criticaban eran simplemente menos inteligentes y estaban menos informadas que ellos. Creo que fue en esa época cuando una nueva generación de periodistas, formados en los años 90, se hizo un hueco en las redacciones. Estas personas tenían una visión política del mundo fuertemente caracterizada por el «fin de la historia» (Francis Fukuyama) y estaban convencidas de que Occidente estaba en el lado correcto de la historia. Toda la educación política crítica y de izquierdas de los años sesenta, setenta y ochenta era «anticuada» para ellos y ya no era relevante.

Recuerdo un debate en el que pregunté a un grupo de periodistas muy destacados que escribían sobre política y economía para periódicos alemanes de alto nivel si habían oído hablar alguna vez del analista de medios estadounidense Noam Chomsky, y me contestaron que nunca habían leído nada suyo ni habían oído ninguna de sus entrevistas. Muchos de ellos, como la mayoría de sus redactores jefe, eran también miembros del Atlantic Bridge y/o de otros think tanks transatlánticos que denunciaban regularmente a Rusia, China e Irán -prácticamente todos los adversarios geopolíticos de Estados Unidos.

Todos los medios de comunicación que conocía seguían este guion general, y aparentemente nadie sospechaba juego sucio o propaganda en las historias que recibían a través de las agencias de noticias, los expertos de los think tanks o los «informantes» de las agencias de seguridad.

Eso sí, esto sucedió después de que ya hubieran salido a la luz muchas cosas sobre las campañas de desinformación y los crímenes de guerra de Occidente en la guerra de Yugoslavia, la guerra de Irak, la guerra de Siria, Guantánamo, las entregas extrajudiciales y la tortura, la guerra de Afganistán y muchos otros casos. De alguna manera, estos crímenes y mentiras anteriores de Occidente no habían cambiado su convicción de que las potencias occidentales son inherentemente benévolas y buenas.

Etapa 2: 2015/2016 – La crisis de los refugiados

Debido a la guerra en Siria y otros conflictos mundiales, en 2015 se produjo un fuerte aumento del número de refugiados que llegaban a Europa y a Alemania en particular. Por varias razones, Alemania decidió ser más generosa que otros países a la hora de aceptar refugiados, lo que provocó una «avalancha» hacia Alemania. La entonces canciller Angela Merkel acuñó la frase «Podemos hacerlo», dando a entender que Alemania sería capaz de acoger a este número sin precedentes de refugiados. Los periódicos estaban en gran medida de acuerdo; incluso el periódico Bild, normalmente más derechista y populista, apoyó la línea del Gobierno favorable a los refugiados.

De nuevo se abrió (o profundizó) una brecha, esta vez entre la población de clase media y alta de las zonas urbanas del oeste y la de clase media baja y trabajadora de las ciudades pequeñas y las zonas rurales del este. El primer grupo estaba predominantemente a favor de aceptar a los refugiados por razones humanitarias; el segundo estaba en contra debido a preocupaciones culturales, sociales y económicas. Además, se vieron más gravemente afectados por el aumento del número de refugiados, ya que se introdujeron en sus barrios y esferas sociales en mucha mayor medida que las clases más privilegiadas. Desde septiembre de 2015 hasta el verano de 2016, un total de alrededor de 1,3 millones de refugiados llegaron a Alemania en un año.

En general, los medios de comunicación apoyaron la actitud «bienvenidos refugiados» y las decisiones del Gobierno alemán e informaron sobre la situación de forma bastante favorable. Sin embargo, una parte importante de la población no estaba satisfecha con las decisiones y no se sentía representada en la información y la valoración de los acontecimientos por parte de los periodistas y la mayoría de los políticos. En este caso, fueron más los conservadores políticos y culturales los que no se sintieron representados en los medios de comunicación.

Surgieron acusaciones de información tendenciosa y directamente falsa sobre la situación de los refugiados y la amenaza que suponen (por ejemplo, violencia, delincuencia, agresiones a mujeres, explotación del estatuto de asilo por parte de los refugiados por motivos económicos, etc.).

El término «prensa mentirosa», que se había reavivado durante la cobertura de Ucrania, se utilizó ahora con más frecuencia, esta vez por parte de los (supuestos y reales) «derechistas». Se fundó un movimiento llamado PEGIDA (Europeos Patrióticos contra la Islamización de Occidente), que organizó grandes manifestaciones contra la amenaza que suponen los extranjeros para «Occidente». Se trataba sobre todo de ciudadanos de a pie preocupados por la afluencia de un número sin precedentes de extranjeros procedentes de culturas completamente diferentes, pero también de grupos de derechas radicados principalmente en las regiones orientales de Alemania, donde el movimiento era más fuerte.

Toda la situación de los refugiados también provocó un resurgimiento de la popularidad de la AfD, cuya importancia había sido bastante baja en años anteriores. Con la situación de los refugiados, encontró su nuevo tema y alimentó un ambiente antiislámico y xenófobo. Al mismo tiempo, nació una nueva «imagen del enemigo» en los medios de comunicación: el «votante de la AfD», ignorante, con escasa formación, inherentemente xenófobo y racista, parte de una «turba» más amplia de Alemania Oriental. Nunca antes había leído informes tan despectivos y negativos sobre los ciudadanos alemanes como los que leí sobre estos manifestantes y manifestantes.

Al principio, esto también me influyó, sobre todo porque en aquel momento estaba «a favor de los refugiados» y pensaba que las decisiones del Gobierno eran las correctas. Recuerdo que leí algunos de los informes y pensé: «Qué gente más extraña, ignorante y odiosa. Y qué paranoia y qué poco realista hablar de una amenaza para «Occidente». Qué narrativa medieval». Pero como me picó la curiosidad, intenté escuchar algunos de los discursos de las manifestaciones de PEGIDA, que fueron difíciles de encontrar. Como viene siendo habitual, los medios de comunicación sólo mostraban breves fragmentos de sonido de personas bastante agresivas y alocadas, y el resto de la cobertura consistía únicamente en comentarios de los periodistas, 100% negativos.

Sin embargo, cuando encontré algunas imágenes originales, me di cuenta de que gran parte de las críticas de los manifestantes estaban justificadas y eran racionales, y estaban motivadas más por el miedo y la decepción ante los resultados de las políticas neoliberales y la injusticia de la política alemana; por ejemplo, los manifestantes criticaban a los políticos alemanes por no preocuparse lo suficiente de sus propios pensionistas y de los necesitados y, en cambio, gastar demasiados recursos en la gran cantidad de extranjeros. Me pregunté por qué se había informado de las protestas de forma tan distorsionada. Estos acontecimientos, así como el método y el estilo de los reportajes y el retrato de los críticos, ahondaron aún más la división que se había formado entre los medios de comunicación y la clase política, por un lado, y sectores de la población, por otro. Ahora, los miembros de la prensa reciben gritos y ataques mientras cubren las manifestaciones, porque los manifestantes están muy frustrados por la forma en que se les presenta. Naturalmente, los representantes de los medios de comunicación vieron en esta frustración y odio una prueba de lo violenta y equivocada que se había vuelto la «turba de derechas».

Estos acontecimientos y la forma en que se trataron y debatieron también provocaron otra profunda división, la existente entre los ciudadanos «liberales de izquierda» y los de orientación más «derechista», que en 2014 aún se habían mantenido mayoritariamente unidos en la cuestión de Ucrania. Así se evitó con éxito un «frente cruzado».

Etapa 3: 2016/2017 – Trump y el Rusiagate

Cuando Donald Trump ganó las elecciones presidenciales estadounidenses en noviembre de 2016, todos los liberales de izquierda de Estados Unidos y Alemania se quedaron atónitos. El resultado fue tan inesperado para ellos como la decisión del Brexit en el Reino Unido en el verano del mismo año, que también causó conmoción. Los expertos habían dicho que no ocurriría y que no podría ocurrir, y ellos mismos también lo habían creído imposible. Este desconcierto y horror ante el resultado electoral dio lugar a acusaciones de manipulación electoral y de los votantes por parte de Trump y sus partidarios. Estas culminaron en enero de 2017 en una investigación que alegaba la injerencia rusa en apoyo de la campaña de Trump. Estas acusaciones fueron aceptadas con gratitud por los partidarios del Partido Demócrata en Estados Unidos y sus seguidores alemanes como explicación del inexplicable éxito electoral de Donald Trump.

Todo comenzó en julio de 2016, cuando Wikileaks publicó 19.000 correos electrónicos de funcionarios del Partido Demócrata que revelaban, entre otras cosas, manipulaciones destinadas a impedir la candidatura de Bernie Sanders. Sin embargo, esta noticia pronto se vio eclipsada por acusaciones completamente distintas, a saber, que el Comité Nacional Demócrata (DNC) había sido pirateado por hackers rusos y que la campaña de Trump había actuado en connivencia con ellos. También hubo acusaciones de injerencia rusa masiva a través de anuncios en Facebook y grupos destinados a influir en el público estadounidense. Aunque más tarde se demostró que muchas de estas acusaciones eran infundadas (Taibbi, 2019; Mate, 2021), los principales medios de comunicación e incluso Wikipedia se aferran en gran medida a estas historias hasta el día de hoy. En retrospectiva, parece más bien una elaborada operación psicológica para distraer la atención de las transgresiones del equipo de Clinton, avivar la rusofobia y disuadir al presidente Trump de considerar una política de distensión con Rusia. No obstante, la paranoia resultante se extendió a Europa y Alemania, y de repente términos como «desinformación rusa», «noticias falsas», «ciberhackeo» y «ciberinterferencia» estaban en boca de todos.

No cabe duda de que existen extensas operaciones rusas de guerra cibernética y granjas de trolls y montajes similares en todos los países occidentales y otros países importantes, pero la reacción extrema de los medios de comunicación a estos rumores y acusaciones particulares sentó las bases para la regulación draconiana del mundo en línea que siguió y ha continuado intensificándose hasta el día de hoy. Estos sucesos y los temores que alimentaron hicieron que el espacio de debate público en línea se percibiera de repente como una zona de guerra que debía regularse estrictamente.

Los políticos, la clase dirigente y muchos periodistas consideran que las críticas a la actuación del gobierno proceden de un bot ruso o son propaganda de un gobierno extranjero hostil, y no críticas dignas de consideración. Esta forma de ver las cosas es, por supuesto, muy útil para evitar la disonancia cognitiva que de otro modo surgiría cuando las personas que están muy atascadas en su interpretación de la realidad debido al panorama mediático cada vez más divisivo se encuentran con puntos de vista opuestos. Ya no es necesario cuestionar la propia percepción de la realidad; estas opiniones pueden ser tachadas de «fake news», que en el mejor de los casos serán «fact-checked» y descartadas y, en el peor, censuradas y penalizadas.

Muchos liberales de izquierda, especialmente de la clase dirigente y de los medios de comunicación, y personas de mi «burbuja» berlinesa que trabajan para ONG, fundaciones y partidos políticos, han adoptado acríticamente esta narrativa, ya que encaja bien en su visión del mundo, ahora muy fija, que ya no necesitan cuestionar críticamente. Al mismo tiempo, una cantidad considerable de dinero estatal y, sobre todo, estadounidense y europeo ha fluido hacia programas destinados a «promover la democracia», «combatir el escepticismo de los medios de comunicación» y -más abiertamente- «luchar contra la desinformación».

Adoptar esta nueva narrativa se convirtió así en una decisión que mejoraba la carrera profesional y daba lugar a oportunidades laborales y acceso a financiación. Recuerdo haber discutido con amigos y conocidos míos, así como con altos cargos del Partido Verde a los que asesoraba por aquel entonces, que la «desconfianza en la democracia» y la «desconfianza en los medios de comunicación» no debían combatirse asumiendo que los desconfiados estaban simplemente equivocados o difundiendo propaganda. Por el contrario, lo más importante sería comprender de dónde procedía esa desconfianza (para mí, las razones eran obvias) y dónde podía estar justificada para, a continuación, abordar esos agravios reales.

Sin embargo, nadie en mi círculo, que incluía a muchos responsables políticos y de ONG, parecía estar abierto a esta estrategia; y la brecha entre los poderosos y sus partidarios, por un lado, y amplios sectores de la población, por otro, se amplió.

La censura, sin embargo, todavía no se discutía abiertamente o ampliamente como una solución a estos problemas en ese momento; todavía estábamos en la «fase pedagógica», si se quiere, en la que los que se consideraban bien informados y del lado de la democracia vieron la necesidad de «educar» a los sectores no dispuestos del público que inexplicablemente (para ellos) estaban derivando hacia la derecha y sosteniendo puntos de vista antidemocráticos, antiprensa y antieuropeos, y que se estaban volviendo «receptivos» a las teorías de la conspiración.

Como no estaban dispuestos a cuestionar sus propias premisas -que la democracia occidental funcionaba bien, que la UE era un proyecto democrático, benévolo y pacífico, que el gobierno tomaba en su mayoría buenas decisiones y que los medios de comunicación informaban cuidadosa e imparcialmente-, estaban desesperados por encontrar otras explicaciones a por qué una proporción cada vez mayor del público veía estas cosas de forma diferente.

También sospecho que se guiaron en el fondo por estrategias de comunicación muy inteligentes desarrolladas principalmente por agencias de inteligencia y grupos de reflexión estadounidenses y británicos. Fundaciones y ONG, cada vez más financiadas por el gobierno o por oligarcas (Soros, Clinton y Omidyar, por nombrar sólo algunos), lanzan afirmaciones como: Los críticos (a los que nunca se llama «críticos» por una buena razón) son incultos y estúpidos, inherentemente racistas, sus reacciones son emocionales, irracionales y, lo más importante, están adoctrinados por la propaganda rusa o la de otro país o grupo autoritario. Se reduce a la misma explicación, completamente simplista, que George W. Bush dio en 2001 como razón de los atentados del 11 de septiembre: «Nos odian por nuestra libertad.»

Etapa 4: 2018 – El escándalo de Cambridge Analytica

En 2018 siguió el escándalo de Cambridge Analytica, cuando se reveló que la empresa Cambridge Analytica había vendido los datos de 87 millones de usuarios de plataformas sociales para publicidad electoral y otras campañas de influencia política, incluidas las que trabajaban para Donald Trump y Ted Cruz en Estados Unidos. Cambridge Analytica era propiedad de Robert Mercer, su hija Rebecca y Steve Bannon, que también dirigió la campaña de Trump. La empresa también desempeñó un papel en la campaña del Brexit, ya que los organizadores de la campaña del Leave utilizaron sus servicios.

Aunque finalmente no se pudo demostrar ningún impacto relevante del uso de estos datos en la campaña electoral de Trump o en la votación del Brexit (que tuvo lugar en 2016), la información provocó un amplio debate y ansiedad a nivel internacional, especialmente en los medios de comunicación alemanes y en los círculos liberales de izquierda. Aumentó la preocupación por la capacidad de los grupos de derecha, autoritarios y nacionalistas de utilizar datos para influir en la gente en las redes sociales a una escala sin precedentes. Esto allanó el camino a medidas de censura que se justificaron como lucha contra la desinformación y la manipulación de los ciudadanos en nombre de «salvar nuestra democracia».

En respuesta a estos escándalos y acontecimientos, representantes de plataformas en línea, empresas tecnológicas líderes y actores de la industria publicitaria acordaron un «código de conducta» a nivel de la UE en octubre de 2018 para contrarrestar la propagación de la llamada «desinformación en línea». Las empresas tecnológicas y los anunciantes se comprometieron a cambiar sus algoritmos, borrar contenidos y retirar anuncios de los sitios web que publican «noticias falsas». Un cambio importante fue que ahora la censura parece ser llevada a cabo por empresas privadas en lugar de agencias gubernamentales, lo que hace más difícil desafiar legalmente estas medidas.

Etapa 5: 2020 – Covid

Entonces llegó la crisis del Covid, y el término «desinformación» se convirtió en el concepto y la acusación dominantes en el debate público, mientras que anteriormente la atención se había centrado más en el término «noticias falsas» (una acusación lanzada mutuamente por ambos lados del espectro político en EE.UU.) y la «manipulación».

Como sabemos ahora por el contenido del «Evento 201» de octubre de 2019 y de otros ejercicios pandémicos anteriores, había una estrategia de comunicación predeterminada para la situación pandémica. La mayoría de los periodistas y directores de medios de comunicación ya estaban preparados para «luchar contra la desinformación» durante una pandemia, que se identificó de antemano como uno de los principales riesgos políticos de tal situación. No es demasiado descabellado especular con que este tema (la desinformación) desempeñó un papel tan dominante en la planificación porque se esperaba, con razón, que no todo el mundo creería en la base fáctica para declarar una emergencia sanitaria o estaría de acuerdo con las duras restricciones sin precedentes del gobierno a las libertades personales. El «marco» era ahora que «la desinformación pone vidas en peligro», lo que implicaba que las personas desinformadas no acatarían las medidas «salvavidas» del gobierno o se verían disuadidas de vacunarse, lo que llevaría a que la gente muriera a causa de la desinformación.

Mientras que el miedo a los nacionalistas y a los derechistas, a Trump, a Rusia y a sus noticias falsas y a la manipulación de los votantes, que suponían riesgos para «nuestra democracia occidental», había parecido un trueno en la distancia en años anteriores, la crisis del Covid se abatía ahora sobre nosotros como una ola. Las voces se hicieron más estridentes y el ambiente más tenso. Ahora era una cuestión de «vida o muerte» y se podía ver y oír literalmente cómo los que creían en la versión oficial del coronavirus se ponían cada vez más histéricos a medida que pasaban los meses. Estábamos en un estado de emergencia, los niveles de ansiedad y estrés aumentaban y no parecía haber tiempo ni espacio para el debate. Los activistas contra la desinformación dieron un gran paso adelante gracias a este cambio fundamental en nuestra atmósfera social, en la que cuestionar la información o las narrativas oficiales o estatales se consideraba de repente una amenaza y no un signo de un discurso público sano y democrático.

Esta atmósfera se utilizó para aumentar la censura hasta niveles sin precedentes. Medios de comunicación independientes como KenFM fueron amenazados, atacados y prácticamente destruidos. Los principales canales de YouTube fueron eliminados sumariamente y las publicaciones en las redes sociales y los vídeos de YouTube fueron etiquetados con advertencias de desinformación, cuando no directamente prohibidos o de alcance masivo. Grandes empresas tecnológicas empezaron a trabajar con ministerios de sanidad e instituciones como Johns Hopkins y se asociaron con los llamados «verificadores de hechos» para controlar «la verdad». Todo ello acompañado de cazas de brujas y campañas de desprestigio mediático igualmente inéditas por su magnitud y saña. Esto fue posible gracias a nuevas medidas jurídicas e institucionales, como el Observatorio Europeo de Medios Digitales, una «red interdisciplinaria para combatir la desinformación» fundada en junio de 2020, y una enmienda a la ley alemana de medios de comunicación que, por primera vez, permitió que los medios independientes fueran regulados por organismos reguladores estatales con amplios poderes, incluido el cierre de sitios web. En agosto de 2021, YouTube anunció que había eliminado tres millones de vídeos con contenido relacionado con el coronavirus.

Recuerdo una situación notable en las primeras semanas de la crisis del coronavirus en la primavera de 2020, cuando había escuchado una entrevista con Wolfgang Wodarg, un médico alemán de gran renombre y conocimiento, experto en salud pública y político prominente, en la que esencialmente dijo que el coronavirus no era más grave que un virus de la gripe grave – y me sentí tranquilo.

Lo que siguió en los días siguientes fue una avalancha de artículos calumniándole e insultándole hasta límites y tonos increíbles. Debió de haber cientos de artículos publicados en casi todas las plataformas y periódicos. Todos coincidían en que decía tonterías peligrosas. Unas semanas más tarde, quedé con un conocido para comer en Berlín-Mitte. Este conocido participaba activamente en la promoción de la democracia y era una persona muy inteligente e idealista. Nuestra conversación giró naturalmente en torno a la pandemia, y mi amigo me contó que formaba parte de la junta de una gran e importante ONG, al igual que Wolfgang Wodarg.

En la última reunión, toda la junta había votado a favor de destituir al Dr. Wodarg de su cargo por su «desinformación del Covid». Cuando le pregunté si eso no era un poco excesivo y prematuro, teniendo en cuenta que se trataba de un virus muy nuevo y que aún no estaba claro qué estaba pasando exactamente, por lo que la evaluación científica del Dr. Wodarg podía ser tan buena como la de cualquier otro, mi amigo no se inmutó lo más mínimo. Repitió todas las calumnias de los artículos que debió de leer sobre él y dijo que obviamente era un charlatán que concedía entrevistas en plataformas de derechas y difundía desinformación médica. Creía que las acciones del panel eran absolutamente correctas. Este fue el primer indicio para mí de hasta qué punto había progresado el «pensamiento de grupo» en mi burbuja y lo ingenuas que pueden ser personas muy inteligentes y, por lo demás, críticas, cuando se trata de campañas mediáticas y propaganda. Sencillamente, no cuestionaban en absoluto los artículos de los medios ni la información difundida por el gobierno.

Etapa 6: Guerra de Ucrania en 2022

Cuando Rusia invadió Ucrania en 2022, se sintió como la situación en 2014, sólo que a mucha mayor velocidad. La información y los comentarios eran completamente parciales a favor de Ucrania, la OTAN y Estados Unidos, hasta el punto de tergiversar los hechos y omitir una increíble cantidad de información y antecedentes. No se informó en absoluto del «otro bando» ni de su perspectiva, sino que sólo se difamó, distorsionó e inventó. Si la información sobre los sucesos de Ucrania en 2014 había sido manifiestamente tendenciosa y rayana en la propaganda, ahora habíamos llegado al nivel de la propaganda de guerra pura y dura, a pesar de que Alemania no estaba -al menos no abiertamente- en guerra.

La represión de los disidentes se ha endurecido y legalizado aún más. Se amplió el alcance de las leyes que prohíben la incitación al odio, cuestionar o trivializar atrocidades y condonar el genocidio, las guerras de agresión y el terrorismo (una especialidad alemana, las leyes, quiero decir). Incluso pasó a ser ilegal ondear una bandera rusa en una manifestación o mostrar la letra «Z» (símbolo de las fuerzas armadas rusas en Ucrania) en cualquier lugar de tu persona, coche, casa o redes sociales (Tagesschau, 2022). Lo que resultó especialmente alarmante fue que se ilegalizó cuestionar los informes sobre supuestas atrocidades rusas como las de Bucha o Mariupol (Süddeutsche Zeitung, 2022). No se trataba de un asunto menor. Ahora, los disidentes ya no sólo estaban sujetos a la censura, la difamación, el ostracismo o la pérdida de sus puestos de trabajo, como había sido el caso durante la era del coronavirus, sino que se arriesgaban a fuertes multas e incluso penas de prisión por lo que era esencialmente una opinión política o geopolítica disidente.

Los disidentes comenzaron a abandonar el país y se cerraron o eliminaron cada vez más sitios web, revistas online y canales de YouTube. En toda Europa se prohibió el acceso a los sitios rusos de noticias en línea, lo que hizo cada vez más difícil encontrar información que cuestionara la línea adoptada por el gobierno, la UE y el aparato transatlántico. La parte de la población que confiaba en los principales medios de comunicación y estaba bien educada por los años del coronavirus consideraba las opiniones discrepantes sobre la guerra en Ucrania como peligrosa desinformación y propaganda rusa.

Las personas que expresaban estas opiniones ya no eran escuchadas o discutidas objetivamente, sino que simplemente eran vilipendiadas como «trolls de Putin», cuando no enviadas por trolls de la NAFO con imágenes repugnantes y sexualmente explícitas. Casi todos los que tenían una opinión sobre el conflicto y su posible solución distinta de la de los políticos y periodistas, cada vez más intransigentes, que parecían marchar todos a una -como en la época del coronavirus-, se dedicaban a borrar publicaciones en las redes sociales y a editar o censurar de antemano cualquier declaración que pudiera ponerles en conflicto con la ley. La censura había vuelto a Alemania y, por supuesto, se negaba oficialmente que existiera.

Ahora nos encontramos en un panorama informativo fuertemente censurado, y desde el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023 y el inicio de la operación militar israelí en Gaza, las cosas se han puesto mucho peor. Los medios de comunicación y todos los grandes partidos políticos marchan al unísono y, sin embargo, cerca de la mitad de la población y todas las ONG alemanas no quieren darse cuenta de lo que está pasando. Cuando se trata de censura y falta de libertad de prensa, sólo señalan con el dedo decidido a los adversarios geopolíticos de Estados Unidos, como Rusia, China, Irán o Bielorrusia. La transformación de la «censura» en «lucha contra la desinformación» ha tenido éxito y se ha completado.

Fuentes:

Taibbi, Matt, (2019) «La prensa no aprenderá nada del fiasco del Rusiagate», Rolling Stone.
Maté, Aaron, (2021) «CrowdStrike uno de los “mayores culpables” del Rusiagate: ex investigador de la Cámara», The Grayzone.
Tagesschau, (2022) «Mostrar el símbolo “Z” puede ser un delito penal».
Süddeutsche Zeitung (2022) «En Alemania, la banalización de todos los genocidios y crímenes de guerra del mundo será un delito penal en el futuro»
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(Publicado en: Wie aus „Zensur“ der „Kampf gegen Desinformation“ wurde: Eine deutsche Geschichte in sechs Schritten ).

 

 

https://rafaelpoch.com/2025/05/08/como-censura-se-transformo-en-lucha-contra-la-desinformacion-una-historia-alemana-en-seis-pasos/

 

 Nota del blog  .-  Numerosos actos en Berlín  que  conmemoraron el fin de la Segunda Guerra Mundial y la  liberación de la dictadura nazi hace 80 años. Según informaciones, la policía de Berlín acompañó el acto con unos 1.900 agentes. El Tribunal Administrativo de Berlín prohibió el miércoles la exhibición de banderas y símbolos con referencias rusas desde la mañana del 8 de mayo hasta la tarde del 9 de mayo de 2025 en las proximidades de varios monumentos conmemorativos, incluido el Memorial Soviético en Treptow.

 

https://www.youtube.com/watch?v=1HTpeJb6Wbc