El componente militar de las amenazas de Trump
@nsanzo
⋅ 20/07/2025
“El rechazo del presidente ruso, Vladímir Putin, a las
propuestas de paz del presidente Donald Trump y sus continuas matanzas de
civiles ucranianos en ataques a ciudades han frenado las esperanzas de alcanzar
un acuerdo que ponga fin a la guerra o repare las relaciones de Moscú con
Occidente”, escribe en su último artículo sobre la guerra de Putin el diario
estadounidense The Washington Post. Este discurso, prácticamente único esta
semana en los medios, evita explicar que el actual conflicto no puede resolverse
con breves
conversaciones entre presidentes y que nunca se ha llegado a un
proceso de negociación en el que las partes trataran las cuestiones políticas,
militares, territoriales y sociales que han llevado a la guerra, prerrequisito
para un acuerdo que sea más que una imagen de compromiso de alto el fuego que
presentar como un éxito que colapsaría poco después. Los análisis que están
publicándose estos días omiten incluso que Estados Unidos ni siquiera dio a
Rusia tiempo para responder o matizar la “propuesta final” preparada por Steve
Witkoff antes de que esa hoja de ruta se convirtiera, gracias a la intervención
de Keith Kellogg y Marco Rubio, en la contrapropuesta de Ucrania y sus aliados
europeos.
En apenas unos días, la intervención externa hizo que los
términos de la propuesta de Witkoff, tan breves y vagos que habrían sido
manipulables como lo fueron los de Minsk, dejando abiertas las cuestiones
territoriales y de seguridad, incluían el levantamiento de sanciones contra
Rusia y el reconocimiento estadounidense de la soberanía sobre Crimea, fueran
abandonados en favor de un documento en el que se especificaba que no habría
limitaciones a la presencia de tropas extranjeras en territorio ucraniano, una
de las causas de la guerra. Conscientes de que Rusia no puede aceptar si no es militarmente derrotada un documento
en el que no se determinan unas fronteras -que quedan deliberadamente en el
aire-, se abre la puerta a la adhesión futura de Ucrania a la OTAN y ni siquiera
se levantan las sanciones, los países europeos, cuya propuesta era maximalista
precisamente para evitar que pudiera ser debatida y acordada, elevaron la
apuesta con un ultimátum. Francia, Alemania, el Reino Unido y Polonia dieron a
Rusia 48 horas para aceptar un alto el fuego incondicional que ni siquiera
venía acompañado de promesas de una negociación para lograr el final del
conflicto, posiblemente porque mantenerlo sigue siendo la estrategia de los
países europeos. De la guerra eterna al conflicto -político, económico y
social- eterno.
Rusia ganó tiempo convocando a Ucrania a unas negociaciones
directas a las que Kiev se presentó únicamente para cubrir el expediente. Desde
entonces, en ningún momento se ha informado de avances en la negociación
política, posiblemente porque nunca se han producido. El giro de guion dado por
Donald Trump esta semana en la que se ha unido al lenguaje del ultimátum
europeo y, aunque lo niegue, ha hecho suya la guerra de Biden, no es algo que
haya surgido de forma espontánea, sino que era algo previsible en el momento en
el que quedó claro que no iba a haber un alto el fuego que el presidente de
Estados Unidos pudiera presentar como un éxito personal. Al agravio por la
sensación de sentirse traicionado por un amigo, una visión infantil de las
relaciones internacionales en general y más aún en condiciones de guerra, hay
que añadir un proceso de acercamiento a las posiciones ucranianas desde la
Operación Tela de Araña, momento en el que Ucrania más ha jugado con la tercera
guerra mundial, como Trump había acusado a Zelensky meses antes, pero no en
aquel momento.
“El presidente Trump se da cuenta de que Putin le está
mintiendo, y es importante que el presidente Trump lo vea por sí mismo, no lo
que oye de otra persona, sino lo que ve con sus propios ojos”, ha afirmado esta
semana en una entrevista Volodymyr Zelensky, con la confianza renovada en que
la opinión del presidente de Estados Unidos con respecto a la guerra de Ucrania
no cambiará en el próximo mes y medio y con la certeza de que las declaraciones
políticas van a venir acompañadas por gestos militares. Para garantizarlo,
Zelensky está dispuesto incluso a volver a enviar una delegación a Estambul a
negociar con Rusia, como afirmó ayer. Sin embargo, una reunión rutinaria más,
en la que ya anuncia que volverá a exigir a Moscú el alto el fuego
incondicional que sabe que el Kremlin no puede aceptar, no va a cambiar la
trayectoria de la guerra ni de la paz.
“La Cámara de
Representantes de Estados Unidos votó a favor de continuar la ayuda militar a
Ucrania”, se congratulaba ayer Andriy Ermak en un post acompañado, como es
habitual, por emojis para ilustrar su significado, en esta ocasión las banderas
de Estados Unidos y Ucrania unidas por dos manos estrechándose. La decisión,
que no implica asignación económica, es la ratificación de lo anunciado por
Donald Trump, cuyo cambio de opinión ha causado, de forma inmediata, una
postura similar en la inmensa mayoría del trumpismo, única parte del Partido
Republicano que había rechazado el envío de más armas estadounidenses a la
guerra. El beneficio económico y la necesidad de tapar el fracaso que supone
para Trump no haber logrado ningún avance político en seis meses han provocado
el punto de inflexión.
En Wiesbaden, el lugar en el que Estados Unidos y el Reino
Unido ayudaron a Ucrania a librar la guerra proxy y planificaron con Zaluzhny
la contraofensiva que debía romper definitivamente el frente para obligar a
Rusia a una paz en condiciones de debilidad, el nuevo comandante del ejército
estadounidense en Europa, Alexus Grynkevich, ha confirmado que está de camino
el suministro militar de grandes cantidades de “armas muy sofisticadas”, como
describió Donald Trump los sistemas de defensa aérea y posiblemente misiles.
“No voy a revelar a los rusos ni a nadie el número exacto de armas que estamos
transfiriendo ni cuándo lo haremos, pero lo que sí diré es que los preparativos
están en marcha”, declaró en sus primeras horas en el cargo en una
comparecencia en la que añadió que “vamos a movernos tan rápido como podamos”.
En la misma línea se mostró el canciller alemán Friedrich Merz, principal
patrocinador de la iniciativa según la cual la OTAN adquirirá el armamento para
Ucrania, que pondrá los muertos, mientras que Estados Unidos se llevará el
beneficio. “Ucrania recibirá pronto sistemas de ataque de largo alcance y apoyo
militar adicional”, afirmó en una comparecencia común con sir Keir Starmer en
la que añadió que “estamos trabajando con la administración de Estados Unidos y
el Congreso para finalizar las decisiones al respecto”. Con sus palabras, Merz
confirmó que la nueva asistencia no se limitará a sistemas y munición de
defensa aérea como había prometido Trump durante la cumbre de la OTAN, sino de
armas puramente ofensivas.
“He ordenado que se firmen urgentemente todos los contratos
pertinentes para los drones que necesitan nuestras Fuerzas de Defensa de
Ucrania. También hablamos sobre cómo garantizar la capacidad de ataque
profundo: la frecuencia de nuestros ataques y las tareas prioritarias”,
escribió ayer Volodymyr Zelensky apuntando también a un aumento de la guerra
aérea en términos de reanudación de la estrategia de hace un año, con la que
Ucrania quiso desgastar a Rusia a base de ataques con misiles occidentales en
su retaguardia.
En este sentido, es relevante recordar lo publicado por
medios como The Washington Post y Financial Times sobre la conversación entre
Trump y Zelensky del 4 de julio, que el presidente ucraniano percibió como la
más importante de las que ha mantenido con su homólogo estadounidense. Según los
dos medios, Donald Trump habría preguntado a Zelensky por qué Ucrania no ha
atacado Moscú o San Petersburgo y si disponía de las armas para hacerlo. Tras
la publicación de los detalles de la conversación, la Casa Blanca trató de
negar los hechos y Trump, acostumbrado a refutar la realidad y tratar de
cambiar el significado de sus palabras, alegó que solo se había tratado de una
inocente pregunta. Aunque Donald Trump insistió en que no había tratado de
sugerir a Zelensky que Ucrania ataque las dos capitales rusas, la pregunta,
unida al comentario en el que, según los dos medios estadounidenses, insistió
en que “los rusos tienen que sentir el dolor” de la guerra, recuerda a la
retórica de Biden durante su mandato. En otro paralelismo, exoficiales afines
al presidente realizan apariciones mediáticas explicando la importancia de los
actos de la Casa Blanca. Ya no es John Bolton en la CNN, sino el general Jack
Keane en Fox News sugiriendo que Trump no ha prohibido a Ucrania atacar Moscú o
San Petersburgo, sino recordado que solo ha de atacar objetivos militares.
Teniendo en cuenta que nunca han molestado a Trump los ataques con artillería
contra barrios de Donetsk ni tampoco el sabotaje de trenes causando víctimas
civiles, el argumento suena a intento de desmarcarse de cualquier efecto
secundario no deseado causado por las armas enviadas por Estados Unidos y cuyo
uso precisa de la autorización de Washington.
“Como líder efectivo del mundo entero, Trump no está
contento”, afirmó en una de sus ruedas de prensa de esta semana la portavoz del
Departamento de Estado, que otorgó a su presidente el estatus de líder
planetario, pero no fue capaz de explicar qué espera conseguir con las actuales
medidas. La incoherente forma en la que la Casa Blanca ha gestionado su caótico
intento de conseguir una negociación entre Rusia y Ucrania, el rápido retorno a
la táctica de escalada progresiva de la era Biden y el paso a una retórica que
recuerda a la de su predecesor han revitalizado las esperanzas ucranianas y
europeas de seguir luchando hasta conseguir una posición de fuerza con la que
imponer los términos de paz al Kremlin. En este contexto, las noticias sobre el
envío australiano de 49 tanques estadounidenses Abrams o las esperanzas que
Merz pone en los misiles de largo alcance suponen un flashback a 2023, cuando
Ucrania preparaba su gran operación terrestre en los campos de Zaporozhie.
A los sueños ucranianos de ofensiva con la que derrotar a
Rusia en el frente hay que añadir el comentario de Trump en la conversación del
4 de julio. “Según un oficial ucraniano, Trump afirmó que Ucrania no va a
cambiar el curso de la guerra jugando a la defensiva y necesitaba pasar a la
ofensiva”, escribe The Washington Post. Comparativamente mucho más debilitada
que hace dos años, cuando se ponía en duda las capacidades rusas de defender un
frente tan extenso con tropas movilizadas hacía apenas unos meses, es
prácticamente impensable que Kiev pudiera ser capaz de organizar otra ofensiva
multimillonaria en la que encontrarse con aún más dificultades que en 2023. El
comentario de Trump, más retórico que político y basado en el desconocimiento
de la realidad militar de la guerra, es solo otro paralelismo con la actitud
del equipo de Joe Biden. Los 140.000 millones de euros en asistencia militar a
Ucrania que los países occidentales y sus aliados habían entregado a Kiev hasta
abril de este año según el último recuento del Kiel Institute no han conseguido
derrotar a Rusia, una realidad que no ha enseñado a la Casa Blanca la lección
de lo que implica subestimar la capacidad de Moscú de responder a las nuevas
condiciones en el frente. La historia no se repite, ya que no hay actualmente
condiciones para una gran ofensiva terrestre, pero sí rima, especialmente en la
voluntad de Estados Unidos de utilizar la opción militar con la esperanza de
poder imponer a Rusia unos términos que no se corresponden con el equilibrio de
fuerzas que muestra el frente.
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