jueves, 14 de junio de 2018

Albert Rivera y la nación identitaria .

Más españoles que ciudadanos.
 
El pasado 1 de junio Ciudadanos mostró en el Congreso de los Diputados su auténtica naturaleza política. Al votar a favor de la continuidad en el poder de Mariano Rajoy y del PP, el partido más corrupto de Europa, manifestó que la pretensión de ser el principal promotor de la regeneración de la democracia española era una falacia. Al plantear como único dilema político la convocatoria inmediata de elecciones o la continuidad de Rajoy, Cs ha demostrado su oportunismo más descarado y ha alejado su imagen de equidistancia y la ambición de ser el partido bisagra. Entonces se hizo evidente que la obsesión de Albert Rivera por ir a unas elecciones anticipadas sólo respondía al deseo de aprovechar la fuerte subida en votos y escaños de su partido que preveían las últimas encuestas. Rivera quería rentabilizar lo antes posible el hecho de haber sido durante dos años el más atrevido hostigador del proceso soberanista catalán y haberse convertido en el caudillo de la defensa de la unidad española.
En efecto, el éxito de Cs ha sido encabezar de forma apasionada la lucha contra el independentismo catalán, actitud que le ha permitido salir de una relativa marginalidad para convertirse en un referente político que recibía todo tipo de apoyos y elogios tanto de la prensa de Madrid, y especialmente de El País, como de buena parte de los sectores empresariales, que podrían sintetizarse en el Ibex 35. Pero para liderar esta causa, hacía falta intensificar el discurso españolista y oponerse firmemente a la visión plural de España, defendiendo la vieja concepción integrista de la nación única, que excluye la existencia de otras identidades en su interior. Este énfasis nacionalista ha significado también acentuar la indefinición ideológica del partido y sostener que Cs no es ni de derechas ni de izquierdas, con el fin de convertirse en polo de atracción de todo tipo de tránsfugas, desde el PP y UPyD hasta el PSOE y el PSC. E igualmente había que desterrar su primera propuesta programática, hecha en el 2007, cuando Cs se definía como una formación socialdemócrata, liberal progresista y de centroizquierda.
La airada movilización españolista protagonizada por Cs es fruto de la inseguridad ante las debilidades de la nación propia, puestas de manifiesto por el desafío catalán. Es una actitud intransigente y básicamente defensiva que parte de negar todo reconocimiento a los derechos de los “otros”. Es, de hecho, la cultura del “a por ellos”, que implica presentar a los independentistas catalanes como una gente rechazable y reprimible por el hecho de haber cuestionado la nación única y haber osado exigir una soberanía que ni tienen ni se merecen. Es una actitud visceral, fruto más de la pasión que de la razón.
 
Por eso, Albert Rivera, antiguo militante de Nuevas Generaciones del PP, no ha tenido ningún escrúpulo por equiparar el independentismo catalán y el terrorismo etarra ni tampoco por defender la necesidad de abrir una especie de “causa general judicial” contra los separatistas. La vehemencia de Rivera al exigir a Rajoy que no levantara de ninguna manera el artículo 155 recuerda la actitud de José Antonio Primo de Rivera cuando, después de los hechos de octubre de 1934, sostenía que antes de volver a poner en vigencia el Estatut de 1932 había que observar la situación política de Catalunya “para que veamos si está bien afianzada en ella el sentido de la unidad de los destinos nacionales”.
El nacionalismo esencialista de Cs ha derivado, como era previsible, en un descarado populismo que fundamenta su discurso en una visión unívoca e idealista de una patria española sin diferencias internas. Cuando Albert Rivera afirma que sólo ve españoles en el país que, según el Banco de España, es el líder europeo en desigualdades sociales, nos ofrece una lección magistral de demagogia populista que pasará a los anales de la política española. El artículo primero del decálogo del buen populista es hacer apelaciones vehementes a la patria unida con el fin de ocultar las diferencias y contradicciones sociales.
Con toda seguridad Cs, como también el PP, actuará como una oposición intransigente al nuevo Gobierno del socialista Pedro Sánchez e intentará dificultar al máximo cualquier tipo de entendimiento entre el Gobierno de Madrid y el de la Generalitat. Rivera ha quedado descolocado después de la votación del día 1 y su papel de azote de los corruptos ahora es poco creíble. Por eso espoleará y tratará de mantener vivo el conflicto catalán todo el tiempo que pueda. El éxito electoral de Cs en Catalu­nya y sus expectativas a nivel español están estrechamente vinculados a seguir apareciendo como el principal defensor de la nación española amenazada. Sin esta pantalla patriótica, el discurso de Cs aparece vacío de contenido político. Por no perder protagonismo, Rivera condenará con gran griterío cualquier intento de negociación con la Generalitat y acusará de traidores a los socialistas si pretenden hacerlo.
Hace diez años Francesc de Carreras, principal ideólogo de Cs, cuando esta formación era esencialmente anticatalanista, sostenía que “nosotros no somos partidarios de la nación identitaria, sino de la nación de ciudadanos”. La actuación de Albert Rivera estos últimos años ha desautorizado totalmente esta afirmación, ya que ha convertido Cs en el partido más identitario y más nacionalista de toda España.



martes, 12 de junio de 2018

España: la historia de una frustración




España: la historia de una frustración

¿Cuándo se frustró España? ¿Fue cuando explotaron las recientes burbujas inmobiliaria y bancaria? ¿O fue con la Guerra Civil y Franco, que destruyeron tantas redes y normas sociales? ¿O con Primo de Rivera, que frustró una evolución hacia una monarquía parlamentaria al estilo británico y provocó la polarización posterior? Quizá mucho antes.
España nació con el Imperio colonial transatlántico y se quebró con él. La peor parte de la aventura imperial no fueron los escasos resultados, sino la ocasión perdida de crear la administración eficiente de un estado efectivo, así como una cultura integradora dentro de la Península, como otros países europeos comenzaron a hacer en esa época. La frustración de España se deriva de haber pretendido ser el imperio más grande y poderoso, un estado moderno eficiente, una nación orgullosa y una democracia ejemplar y haber quedado lejos de lograr plenamente esos objetivos. En una Europa integrada y un mundo globalizado, el fracaso nacional puede ser una nueva oportunidad.
He aquí un ensayo documentado, contundente y provocador que mezcla la ciencia política, la historia y la economía para reconstruir los orígenes de un estado decepcionante y atisbar los rumbos posibles de su futuro incierto.

 Nota del blog  . Un libro no apto para nacionalistas del signo que sean, quiza coinciden demasiado sus ideas con las del  autor  del blog. Cuando uno ve los ministros de cultura que nombran los gobiernos lo dice todo.
  y ver  ...
 una entrevista , pero no es sobre el libro, es muy reciente el libro y no encontre ninguna.




La crisis de la UE,

La crisis de la UE, ¿irreversible o reconducible? (*)

 

Blog personal

 

I)-SOBRE EL CONTEXTO
Con 500 millones de habitantes y representando el 25% del PIB global, la Unión Europea no puede ser abordada como si se tratara de un país, sino que debe serlo como lo que es: una parte del mundo. Así que para abordar su crisis hay que situarla primero en el momento general del mundo. Ese “momento mundial” contiene dos tendencias muy relacionadas; 1-El paso a la multipolaridad que ahora vivimos -lleno de tensiones bélicas, y 2- Las enmiendas a la globalización actualmente en curso.
Sobre lo primero, venimos de una realidad bipolar, la de la guerra fría, inquietante pero relativamente estable. Hemos pasado por el desastroso intermedio del ensayo de una hegemonía en solitario de Estados Unidos (desde Afganistán a Libia, pasando por Iraq) y nos dirigimos hacia una situación de multipolaridad, a un mundo con diversos centros de poder.
Este cambio en la correlación de fuerzas, afecta a la globalización, tal como ha sido entendida en los últimos 30 años, y así entramos en lo segundo.
La globalización del libre cambio va bien cuando se es el más fuerte. Por eso durante mucho tiempo ese concepto fue una especie de seudónimo del  dominio mundial de Estados Unidos. Ahora el marco ha cambiado.
Algunos emergentes (China es el caso más flagrante) han realizado la proeza de fortalecerse jugando hábilmente en esa globalización que era el terreno de juego creado por occidente contra el mundo en desarrollo (un “occidente” entendido como “la tríada” de Samir Amin; Estados Unidos+EU+Japón). Además, aunque ese occidente siga siendo el más fuerte en todos los terrenos (económico, militar, industria cultural, mediático…) ya no es lo que era antes:
Cuando se diseñaron las actuales instituciones, la economía de EEUU representaba el 40% del PIB mundial y chinos e indios no pesaban casi nada en el mundo. Ahora la economía de Estados Unidos representa el 15%. No es lo mismo.
Por eso, tanto los EE.UU de Trump como el brexit (los anglosajones) y la Europa del Este están acometiendo una enmienda a la globalización tal como se entendía, un regreso al énfasis en la soberanía nacional y el proteccionismo: a una globalización atenta a los intereses nacionales (“pro-trade nationalism”). Hay que decir que China se metió en la globalización ya desde esa enmienda, por lo que hay que considerarla como la verdadera anticipadora de esa mudanza.
Hemos dicho que esas dos tendencias de cambio están interrelacionadas y sus señales aparecen por doquier:
-Con el “América first” de Trump y sus nuevos aranceles a la producción importada.
-Cuando China presiona a Arabia Saudí para que le venda su petróleo en yuanes a fin de convertir el yuan en moneda de referencia internacional a partir de este año, aprovechando que la demanda energética de Asia Oriental es más importante para los países del Golfo que la de Estados Unidos. Todo eso debilita al dólar, aun dominante y responsable del 42% de las transacciones generales realizadas en el mundo.
-Con los nuevos desafíos al hegemonismo americano/atlantista en America Latina (Mercosur, Alba…), ahora algo eclipsados por el golpe de estado en curso en Brasil, la erosión del chavismo en Venezuela, el gobierno de Macri en Argentina y los cambios en Ecuador…, lo que no impide que siga siendo difícil imaginar un regreso al estado de cosas vigente en el subcontinente en los años setenta.
-En Eurasia, donde por primera vez en treinta años se ha visto (en Ucrania) una respuesta militar rusa (Crimea, Donbas) al expansionismo occidental, algo que explica la demonización mediática de Putin mucho más que cualquiera de sus desmanes autocráticos.
-En el Mar de China Meridional, donde se ven claras actitudes de advertencia ante el pivot to Asia de Estados Unidos (desplazamiento allí del grueso de su fuerza aeronaval): China advierte que no se va a dejar acosar por más que Estados Unidos y Japón utilicen el espantajo norcoreano como excusa para construir y mantener el mismo círculo de hierro que atosiga a Rusia en su entorno. El fortalecimiento del liderazgo de Xi Jingping, tiene que ver con eso y no con las simplezas que se dicen sobre el “nuevo Mao”, ignorando los cambios que la sociedad china ha experimentado desde entonces…
-Vemos la sorprendente, arriesgada y de momento exitosa intervención militar rusa en Siria, que ha impedido una nueva operación de cambio de régimen allí, sobre el estremecedor panorama de ruinas y matanza en aquel país. Esa victoria ha eclipsado en gran parte el papel de Estados Unidos en la región, activando importantes actores regionales (Turquía, Irán) y rompiendo alineamientos como el de Turquía con la OTAN…
Todo eso son contracciones del parto de la multipolaridad.
La pregunta que se presenta es la de si esta reconfiguración, a la vez geopolítica y económica, desembocará en un nuevo consenso multilateralista-multipolar, en el que los diversos actores mundiales, tradicionales y emergentes, alcanzarán nuevas normas y acuerdos de coexistencia consensuados, o si por el contrario nos dirigimos hacia una dinámica bélica de imperios combatientes.
Este me parece que es el contexto que define y sitúa la crisis de la Unión Europea: 1-su no participación en el tránsito a la multipolaridad como sujeto autónomo y 2-su mala posición para las enmiendas a la globalización actualmente en curso.
El primer punto no precisa mayor explicación: la UE no tiene política exterior propia. Es una orquesta desafinada (en gran parte por la OTAN) que va a remolque de Estados Unidos, no sin contradicciones (que van a más: por ejemplo el pleito con el gaseoducto Nord Stream que enfrenta a Alemania y grandes compañías europeas con Trump, o con la ruptura del acuerdo con Irán donde Alemania y Francia tienen grandes negocios).
El segundo punto necesita más detenimiento porque es el que explica mejor la actual espiral desintegradora de la UE.
II) ESPIRAL DESINTEGRADORA
En su última encarnación, entre 1990 y 2000, la Europa alemana de Maastrich (1992: euro, BCE, primacía del derecho europeo sobre el nacional), fue la locomotora de la globalización neoliberal. Representaba la organización supranacional más integrada del mundo. Su diseño fue muy rígido, a la medida del interés nacional de Alemania, de su estrategia exportadora y de su demografía menguante de ancianos rentistas con fondos de pensiones colocados en las burbujas bancarias. Eso explica muchas de las enormes dificultades actuales de la UE, tanto hacia fuera como hacia adentro:
Hacia fuera: ante las enmiendas a la globalización para la que fue rígidamente diseñada. Hacia adentro: ante toda una serie de países cuyos intereses nacionales son diferentes de los alemanes y chocan con ellos en el interior de la UE.
Se impone un cambio. Cierta deconstrucción, pero la UE se parece a un vehículo obligado a retroceder para reubicarse pero que carece de marcha atrás. Comparado con cualquiera de los otros actores (EE.UU, China, etc) ese vehículo parece muy mal dotado para las enmiendas a la globalización. Cada movimiento que se efectúa para adaptarse a la realidad, cerrando fronteras ante la emigración exterior o restringiendo movimientos y posibilidades laborales en su interior, genera disconformidades y tensiones soberanistas desintegradoras de distinto signo en los estados-nación.
Nada más lógico teniendo en cuenta el espectacular encogimiento de las soberanías nacionales de los Estados de la UE que hemos citado en tantas ocasiones:
-Los bancos centrales son “independientes”, la moneda común impide ajustes y devaluaciones, los ministerios de economía son meros ejecutores de directivas decididas en la UE, la OMC, el FMI…
-El derecho europeo tiene mayor rango que el nacional, pese a carecer de un fundamento democrático: es legal, pero no legítimo.
-Y la política exterior y de defensa viene encuadrada por una estrategia (americana) organizada a través de la OTAN que es no solo exterior a la nación, sino a la propia UE.
-¿Qué le queda a la soberanía popular, al sujeto que vota en unas elecciones nacionales? Muy poco. Y encima, esa desposesión ha sido santuarizada, blindada en normas y tratados para hacerla irreversible.
En época de vacas gordas todo esto no era demasiado problema (aunque en los países democráticamente más exigentes y despiertos hubo toda una serie de referéndums que cuestionaron aspectos de la construcción: ocho referéndums, todos, menos el británico ignorados), pero la crisis financiera y sus recetas lo cambiaron todo. Cuando de lo que se trata es de cambiar cosas fundamentales, todo se descompone.
Además la “idea europea” sufre cierta muerte espiritual. Después de haber sido atracados en nombre de Europa (rescate bancos, conversión de deuda privada en deuda pública, drásticos recortes en el estado social…) y después de constatar que no hay soberanía en decisiones fundamentales, muchos europeos, incluso los que recibimos fondos de cohesión, miran a la UE con otros ojos. Donde antes se veían ventajas y progresos, ahora se abren paso desventajas y retrocesos. Eso tiene diversas manifestaciones, en el Norte, en el Sur, en el Este y en el Oeste, pero se produce un poco por todas partes; referéndums, “populismos”, avances de la extrema derecha y -más débiles-  nuevos altermundismos y eurocriticismos de izquierda.
Para impedir, para salir al paso de todo eso, habría que corregir, cuestionar y cambiar las normas de funcionamiento de esta UE neoliberal, que provocan todos esos descontentos, esas involuciones sociales y esos referéndums de contestación, pero:
– ¿Cómo hacerlo si sus tratados fundamentales, se diseñaron para eso y además están blindados (“No hay democracia fuera de los tratados europeos”, ha dicho Juncker).
-Parece que para cambiar las cosas, la UE, tal como la conocemos, debería negarse a si misma, pero, ¿puede un establishment administrativo no electo, al servicio de los intereses oligárquicos, practicar tal ejercicio desde Bruselas?
-Y si eso no es posible sin la ciudadanía, ¿cómo puede intervenir una ciudadanía, el pueblo, en el marco europeo, si la ciudadanía europea y el pueblo europeo no existen? (existen el pueblo francés, español, húngaro, pero no el “pueblo europeo”)
-¿Está entonces la respuesta a este embrollo en los Estados es decir allí donde hay soberanía y elecciones?
-¿Sería, por tanto, la suma de toda una serie de respuestas ciudadanas estatales la solución para generar una reforma en profundidad de la UE…?
Mientras esas preguntas no se responden, constatamos que la Unión Europea está estancada: No está siendo un factor de la reconfiguración en curso. No está participando como actor autónomo en ese parto de la multipolaridad que antes describíamos. Geopolíticamente va a remolque y el gran vector que apunta sugiere que más bien se dirige y contribuye a un escenario de los imperios combatientes: La “Europa de la defensa”, con mayor gasto militar (ver las últimas cifras del SIPRI) y protagonismo intervencionista para garantizar el “acceso” a recursos disputados y vías comerciales amenazadas…
Tampoco está creando enmiendas a la globalización desde sus instituciones. Esas enmiendas ocurren desordenada y unilateralmente en los estados nacionales; Polonia no acepta esto, Hungría aquello, Alemania decide en solitario abrirse a los emigrantes y luego decide cerrar sus puertas, los británicos votan irse, los franceses murmuran, los italianos, los catalanes…Y todo eso crea conflictos y tensiones de signo desintegrado que configuran un panorama de cinco brechas que sugiere una balcanización disgregadora:
 III) CINCO BRECHAS
1-La brecha del eje franco-alemán (intereses nacionales divergentes han acabado con tal eje. Hay una sumisión de Francia a Alemania a costa de sus intereses nacionales. El Presidente Macron, última esperanza, propone más inversión pública, más flexibilidad, presupuesto común y ministro de finanzas común, parlamento de la zona euro…cosas que Alemania no está dispuesta a conceder, y ahora menos todavía con un Bundestag lleno de ultraderechistas. Y ese fracaso era la compensación ofrecida a los franceses a cambio de destruir su estado social y sus servicios públicos -entre los mejores del continente- en línea con las exigencias de la política germano-europea.
2-La brecha Norte/Sur entre los Pigs y países beneficiarios del euro
3-La del brexit. Aquí hay que decir que el propósito de Bruselas de que la salida británica salga ejemplarmente mal, no está garantizado, pues el Reino Unido es duro de pelar negociará con brío y tiene bazas notables como la city y el vínculo directo con Washington. Por todo ello vale la pena preguntarse qué pasaría si al Reino Unido le fueran bien las cosas fuera de la UE y que mensaje lanzará eso a otros países europeos…
4-La Este/oeste (Visegrad, desencanto, nueva dependencia a 25 años de la emancipación de la tutela soviética del antiguo bloque).
5-La brecha regional: No solo Escocia o Catalunya, sino también y sobre todo multitud de tensiones nacionales y regionales en los Balcanes y en Europa Central/Oriental: posibles roces de Rumanía con Ucrania por la Bukovina, de Hungría con Ucrania por Rutenia, de Hungría con Eslovaquia (por los derechos de la minoría magiar) y con Rumania por Transilvania, la tensión bélica de Ucrania con Rusia en Donbas y Crimea, la voluntad del norte de Kosovo de unirse a Serbia, de los serbios y croatas de Bosnia por configurar sus propias repúblicas, las tensiones en Macedonia… ¿Quién se atrevería en este contexto a abrir la caja de Pándora del “derecho a la autodeterminación” en Europa?
La suma de estas cinco brechas producto del estancamiento es una crisis fenomenal ¿Es reconducible o es irreversible? Les adelanto que no voy a responder a la cuestión que da título a esta intervención, por simple humildad, pero sí diré que, subjetivamente, a mí me parece irreversible. Quizá por haber ya presenciado algo impensable: la disolución de un superestado como era la URSS.  Claro que las circunstancias y contextos eran diferentes, pero la impresión en el espectador queda ahí…No lo puedo evitar.
Por otro lado, pienso que el vacío no existe. Con la UE estancada, otras fórmulas europeas ocuparían su lugar, nuevas asociaciones, etc. Por ahí veo un vector reconducible. No creo en un escenario de disolución, un 8 de diciembre de 1991 en Bruselas (el día en que tres presidentes de repúblicas soviéticas declararon disuelta la URSS, no me imagino algo así con Alemania, Francia e Italia, por ejemplo), porque la necesidad de organizar vínculos entre los estados europeos permanecerá de una u otra forma.
Lo más probable parece una especie de regreso al consenso entre estados en detrimento de lo supranacional. Así lo sugiere el fracaso manifiesto de Macron con sus propósitos federalizantes (presupuesto europeo significativo, ministro de finanzas común, listas transnacionales en el parlamento europeo, etc.) que Alemania no piensa aceptar. Ahí está el manifiesto del 8 de marzo de ocho estados del norte -Dinamarca, Holanda, Suecia, Finlandia, Irlanda, Estonia, Lituania y Letonia- contra cualquier reforma del euro sobre bases supranacionales: “la toma de decisiones debe mantenerse firmemente en las manos de los estados miembros”, señala el manifiesto que Alemania ha bendecido…
Pero en cualquier caso, la actual inoperancia de la UE la aparta de los grandes vectores de nuestro tiempo y recuerda a la de un muerto viviente. Eso me hace pensar en el precedente de la Sociedad de Naciones (1918-1946).
La Sociedad de Naciones fue inoperante para los retos de su tiempo; para Abisinia, Libia, la China invadida por Japón, para los sudetes y el Anschluss de Hitler, para la enormidad de la II Guerra Mundial… y cuando se disolvió, en 1946, nadie la echó a faltar porque era un cadáver. Pero, claro, aquel cadáver dio lugar a otro sujeto: la ONU. Esta es la analogía que se me ocurre con la UE que hoy tenemos y que vemos apagarse mientras va perdiendo los trenes del tiempo mundial.
(*) Publicado en Contexto. Este artículo sigue el hilo de la conferencia pronunciada el 20 de abril en el Forum de Debats de Vic.

domingo, 10 de junio de 2018

El reto de Sánchez

Reino de España:
el reto de Sánchez




 




El gobierno derechista minoritario del Partido Popular (PP) ha perdido la moción de censura en el parlamento español debido a la reciente decisión judicial que condenaba por corrupción a funcionarios del PP que recibían dinero de las empresas ilegalmente para alimentar las arcas de su partido. Rajoy aseguró que no sabía nada al respecto, pero ni los jueces le creyeron. La moción de censura presentada por la oposición socialista tuvo el apoyo de la izquierda radical de Unidos Podemos y de los partidos nacionalistas catalanes y vascos y logró ser aprobada con los votos en contra del PP y del partido pro-empresarial que le apoyaba, Ciudadanos.
El dirigente socialista Pedro Sánchez asumirá el cargo de primer ministro de la treceava mayor mayor economía del mundo y la cuarta de la zona euro.  Sánchez, economista, ha sido 'asesor político' en el Parlamento Europeo. Es decir, nunca ha tenido un trabajo normal en su vida. La tesis doctoral de Sánchez se titulaba “La nueva diplomacia económica europea”, en la que, al parecer, Sánchez abordaba la relación entre el estado y el sector empresarial y cómo los políticos deben participar en la 'diplomacia económica', es decir, cómo el estado español se involucra en sus relaciones con una entidad supranacional como es la Unión Europea. Ahora Sánchez pondrá a prueba en la práctica su tesis.
Accede a la presidencia de un gobierno socialista minoritario que depende de los votos de Podemos y los nacionalistas. Y se enfrenta a muchos desafíos económicos que el PP había sido incapaz de resolver. Como sostuve durante las elecciones generales de 2016  (en las que Rajoy perdió su mayoría en el Congreso de los Diputados), antes de la Gran Recesión el crecimiento económico en España se había debido en gran parte a la inversión inmobiliaria, que es improductiva en términos capitalistas.
El tan cacareado auge económico de España tuvo un crecimiento real anual del 3,5% durante la década de 1990, pero dejó de apoyarse en la inversión productiva industrial y las exportaciones en la década del 2000 y se convirtió en una burbuja de la vivienda y el crédito inmobiliario, como le ocurrió también al ‘tigre céltico’ irlandés. Como lo explicó el FMI: “El período pre-crisis se caracterizó por la disminución de la productividad del capital, medida como volumen de producción por unidades de capital social, tanto en términos absolutos como en relación a la media de la zona euro. Esto fue así porque el capital se desplazó a sectores no transables, en particular, la construcción y los bienes raíces, que se caracterizan por una mayor rentabilidad, pero con rendimientos marginales inferiores. Por el contrario, la inversión en tecnologías de la información y de la comunicación o en propiedad intelectual se mantuvieron por debajo de la de otros países de la zona euro“.
Desde el final de la Gran Recesión las cosas han mejorado para el capital español sólo gracias a mantener deprimidos los salarios reales y el emplear mano de obra barata en vez de hacer inversiones en nuevas tecnologías para aumentar la productividad. La formación bruta de capital fijo está todavía muy por debajo de los niveles previos a la crisis. Y esto incluye todas las inversiones, privadas y públicas. La inversión productiva se ha recuperado aún menos.
De hecho, la tasa de inversión española en relación con el PIB ha caído mucho más en comparación con las tasas anteriores a la crisis que la de sus rivales en la UE.
¿Por qué es así? Como escribí en mi libro, La Larga Depresión, el talón de Aquiles del capitalismo español es la caída a largo plazo de su rentabilidad. Todos los análisis de la rentabilidad del capital española revelan la misma caída a largo plazo. Aquí incluyo el índice AMECO calculado por mí, pero en nuestro próximo libro (Carchedi, Roberts), “El mundo en crisis”, Juan Pablo Mateo proporciona un análisis más global que confirman la versión AMECO. Y Maito, Esteban, en “La fugacidad histórica del capital. La tendencia decreciente de la tasa de ganancia desde el siglo XIX también está de acuerdo.
La recuperación de la rentabilidad desde el final de la Gran Recesión ha sido modesta. La tasa de ganancia está todavía un 7% por debajo de la de 2007.  Y eso a pesar de los enormes recortes en el gasto público, la caída del empleo y los salarios.
Cito del último informe del FMI sobre España“Desde 2009, el desempleo ha disminuido para todos los grupos de edad, pero sigue siendo más alto que antes de la crisis y afecta de manera desproporcionada a los trabajadores poco cualificados Los parados más de un año representan aproximadamente la mitad de los desempleados. El empleo a tiempo parcial no deseado sigue siendo alto, muy por encima de la media de la UE. Más de una cuarta parte de los trabajadores solo tienen contratos temporales. Y la tasa de empleo temporal entre los jóvenes está por encima de su nivel anterior a la crisis “. 
Por otra parte, España registró el crecimiento del salario real más bajo de todos los países de la UE en 2017, es decir, ¡cero!  Y este año, el crecimiento del salario real será negativo: sólo los trabajadores italianos y británicos van a sufrir una caída mayor.
Aunque la 'austeridad' en forma de recortes en el gasto público, impuestos más altos y los excedentes presupuestarios (antes del servicio de los intereses de la deuda) se frenó en 2015, el Estado tiene una enorme deuda acumulada desde el imprudente y corrupto rescate del sistema bancario en España. Según el FMI, las necesidades anuales de financiación bruta son las más altas de la zona del euro ... incluso más altas que las de la endeudada Italia.
No es de extrañar, como reconoce el FMI que “después de la crisis, el crecimiento potencial se prevé que siga siendo moderado, con una tasa de inversión más baja.”
Esta larga depresión también ha comenzado a romper el estado español, como ha puesto de manifiesto la no resuelta crisis separatista catalana del año pasado. Los gobiernos autonómicos de España están profundamente endeudados y sin embargo se les pide que hagan grandes recortes de gastos. Por eso las autonomías más ricas con sus propios intereses nacionalistas, como Cataluña y el País Vasco, han estado agitando a favor de su separación de Madrid. El gobierno Sánchez depende de sus votos.
No necesito cambiar lo que dije en mi nota de 2016: “La depresión española es el resultado del colapso de la inversión capitalista. Para revertir esto se requiere un fuerte aumento de la rentabilidad. Hasta que la inversión se recupere, la depresión no terminará. Y existe la probabilidad de una nueva recesión económica en Europa, mientras la dirección política del capitalismo español se divide, sin saber qué hacer “.